Por Juan Santiago Fraschina
Juan Santiago FraschinaUna de las primeras características, y tal vez una de las más importantes, que debe presentar un modelo nacional y popular es un proceso de industrialización. En efecto, la industria presenta dos ventajas sobre el sector primario. Por un lado, genera valor agregado y por lo tanto trabajo. En este sentido, no hay proyecto de inclusión social sin una expansión del sector manufacturero nacional.
Incluso, la pequeña y mediana industria es más mano de obra intensiva que el gran capital. La gran empresa, si desea aumentar la producción, es muy probable que recurra a la incorporación de capital debido a que o tiene los recursos necesarios para adquirirlo o bien posee el acceso al financiamiento necesario para hacerlo.
En contraposición, la pequeña y mediana empresa, al no disponer de recursos suficiente ni acceso a financiamiento barato, recurre al aumento de su planta laboral a la hora de aumentar su nivel de producción. Por lo tanto, el proceso de reindustrialización basado en el aumento de la pequeña y mediana empresa permite reducir la tasa de desocupación y de esta manera disminuyen la pobreza, la indigencia y la exclusión social.
Además, no sólo que el sector agrario incorpora menos manos de obra que la industria, sino que además en la actualidad este rasgo característico del sector primario se acentúo en la Argentina. La sojización y tecnificación del campo genera que el sector agrario incorpore cada vez menos trabajadores.
Por otro lado, en el sector manufacturero se produce la mayor cantidad de avances tecnológicos. Desde la revolución industrial con la aparición de la maquina a vapor, la evolución tecnológica se genera en el sector manufacturero. La cinta de montaje, el taylorismo, el toyotismo son ejemplos de avances tecnológicos que se introdujeron en la industria a lo largo de la historia. Por lo tanto, los países desarrollados que lograron un fuerte crecimiento de su sector industrial son las naciones avanzadas tecnológicamente. En cambio, los países dedicados a la producción primaria son dependientes tecnológicamente de los países centrales.
En resumen, la construcción de un modelo económico nacional y popular requiere en principio la expansión del sector industrial que se traduzca en una mayor inclusión social debido a la mayor generación de puestos de trabajo y a un mayor avance tecnológico que nos independice de los países desarrollados.
En este sentido, para la industrialización de la economía se requiere un esquema macroeconómico que permita que la tasa de rentabilidad del sector manufacturero sea mayor que la rentabilidad del sector primario. Dicho de otra forma, se deben aplicar distintas políticas económicas que generen un incremento de la ganancia de las industrias para así de esta forma la mayor parte del excedente económico se invierta en la actividad industrial.
Por ejemplo, en el modelo agroexportador (1880-1930) se consolidó un esquema macroeconómico a partir de la creación de los grandes latifundios, el liberalismo económico, el disciplinamiento del gaucho como mano de obra y el estímulo a la inversión extranjera directa en sectores como los ferrocarriles, que permitió que el sector primario sea mucho más rentable que el sector manufacturero. En este contexto, el excedente generado por la economía argentina se volcaba en su mayoría a la producción primaria, obstaculizando de esta forma todo intento de industrialización de la economía nacional.
En cambio, a partir de 1930, con la Gran Depresión a nivel mundial, en 1932 con el Plan Pinedo y luego con la asunción de Perón y los planes quinquenales se produjo una modificación del esquema macroeconómico que permitió incrementar la tasa de rentabilidad del sector industrial y el inicio en la Argentina de un proceso de industrialización consolidándose un nuevo modelo económico que se denominó como industrialización por sustitución de importaciones (ISI).
El caso norteamericano en el siglo XIX es paradigmático en este sentido. Mientras que el sur basado en los latifundios y en la mano de obra esclava se dedicaba a la producción de algodón para la exportación a Inglaterra, el norte comenzó el desarrollo del sector manufacturero textil. El norte necesitaba del algodón que el sur exportaba, lo cual condujo a la Guerra de Secesión entre el norte industrialista y el sur algodonero esclavista. El triunfo del norte permitió la consolidación de un esquema macroeconómico a partir de la reforma agraria y destrucción de los latifundios al mismo tiempo que obligó al sur a abastecer de algodón al norte industrial, que condujera a que la rentabilidad de la industria sea mayor que la del sector primario. A partir de este momento, el proceso de industrialización norteamericano no se detuvo nunca.
Ahora bien, no todo proceso de industrialización es popular. En este sentido, quién financia la expansión del sector manufacturero es clave. En efecto, el crecimiento de la industria puede ser financiado por la clase trabajadora a partir de los salarios bajos. En otras palabras, con reducidas remuneraciones para los trabajadores que implique costos bajos para las industrias se podría lograr un aumento de la rentabilidad del sector manufacturero pero financiado por los asalariados. En este caso, el proceso de industrialización de la economía está lejos de ser un fenómeno popular.
Para esto es importante entender la estructura productiva desequilibrada de la economía argentina. La economía nacional presenta dos sectores bien diferenciados. Por un lado, el sector agrario, que presenta una fuerte competitividad debido a la fertilidad de la pampa húmeda; es decir, por cuestiones naturales. En este sentido, el sector agrario es netamente exportador (exporta más de lo que importa) y por lo tanto generador de divisas para la economía nacional. Sin embargo, es un sector que, como dijimos, no genera puestos de trabajo.
Por otro lado, el sector manufacturero, que no es competitivo como resultado de la historia económica argentina, debido a que la industria no es competitiva naturalmente sino que hay que hacerla competitiva a través de distintas políticas económicas que conduzcan a la construcción de un esquema macroeconómico que permita aumentar la rentabilidad del sector manufacturero. Por estas características el sector industrial argentino es netamente importador (esto es, importa más que lo que exporta) y por lo tanto demandante de divisas. Pero por otro lado, como señalamos anteriormente, es un sector que absorbe una gran cantidad de mano de obra.
Por lo tanto, la clave para que sea popular es lograr un proceso de industrialización financiado por el sector primario (pampa húmeda) que es competitivo y con una elevada tasa de rentabilidad. De esta forma, se lograría una expansión del sector manufacturero al mismo tiempo que elevados salarios para los trabajadores.
El ejemplo más paradigmático en este sentido fue el proceso de industrialización verificado durante los gobiernos de Perón (1946-1955). Una de las instituciones más importantes generadas por Perón fue el Instituto Argentino para la Promoción al Intercambio (IAPI) que monopolizaba la comercialización de granos. De esta manera, parte de la renta agraria era absorbida por el Estado utilizándola para promocionar al sector industrial.
Como el proceso de industrialización fue financiado por el sector fuertemente competitivo de la economía argentina se pudo construir un esquema macroeconómico que se tradujera en un crecimiento de la rentabilidad relativa de la industria permitiendo que la mayor parte del excedente económico se volcara a la actividad manufacturera al mismo tiempo que se mejorara el nivel de vida de la clase obrera con salarios cada vez más altos.
En este sentido, el modelo económico de Perón fue nacional (al conseguir la tasa de industrialización más importante de la Argentina) y popular (al no ser financiado por la clase trabajadora). Por tal sentido, es fundamental en un modelo económico nacional y popular propugnar por la mayor organización y participación política de la clase trabajadora para liderar y guiar el proceso económico y que contrarreste los intereses políticos de los sectores dominantes (grandes industriales y terratenientes).
A partir de la asunción de Néstor Kirchner en el 2003 se retomó la construcción de un modelo económico nacional y popular. En primer lugar, a partir de una serie de políticas económicas (como por ejemplo, la devaluación de la moneda nacional, la política de subsidios y ciertas políticas microeconómicas) se reconstruyó un esquema macroeconómico que permitiera nuevamente aumentar la rentabilidad del sector manufacturero, lo cual se tradujo en el proceso de reindustrialización de la economía argentina y la reducción del desempleo que permitió el aumento de la inclusión social.
Pero además este proceso de reindustrialización no es financiado por la clase obrera sino que más bien, y como resultado de las retenciones, es financiado en gran parte por el sector agrario. En efecto, con las retenciones, por ejemplo, se desarrolla la política de subsidios para reducir los costos al sector industrial.
Por lo tanto, al mismo tiempo que se verifica un proceso de expansión de la industria aumenta la participación de los asalariados en el producto, demostrando que el proceso de reindustrialización no es financiado por la clase trabajadora. Esto obliga a una creciente organización y unión de los sectores populares para defender y consolidar el modelo económico nacional y popular que se viene experimentando desde el 2003 hasta la actualidad.
* Economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP). www.geenap.com.ar
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