PANORAMA POLITICO:

El gobierno de Javier Milei avanza con un plan de ajuste salvaje que no da tregua a los sectores más vulnerables y tensiona al extremo las instituciones de la democracia argentina.

Por Antonio Muñiz


En medio de una profunda crisis económica y social, el Presidente ha desplegado una estrategia de poder que combina brutalidad fiscal con desprecio por los controles republicanos, amenazas a la oposición y un peligroso experimento de desinstitucionalización del país. Lo que se presenta como “orden macroeconómico” es, en realidad, un proceso de demolición del pacto democrático y de la red de protección social construida durante décadas.

Mientras crecen las señales de deterioro económico, político y social, Milei se embarca en una gira internacional vacía de contenido, acompañado por su hermana y un puñado de funcionarios de extrema confianza. El viaje incluye escalas en Italia, España e Israel, con escasa o nula relevancia institucional, más allá de un eventual acuerdo energético con la primera ministra italiana Giorgia Meloni. Por lo demás, se trata de actividades simbólicas, como recibir premios o disertar en eventos organizados por firmas vinculadas a las criptomonedas, que refuerzan la desconexión entre el Presidente y la crisis que atraviesa el país.

En el frente interno, la ofensiva libertaria no descansa. El Congreso, los jubilados, los trabajadores organizados, los gobernadores y los periodistas se han convertido en blancos sistemáticos de ataques. Milei promete vetar toda ley que implique una mejora para jubilados, pensionados o empleados públicos. “Les voy a vetar todo”, repite con tono desafiante, exhibiendo su voluntad de gobernar sin Congreso, sin consenso y sin límites.

Este desprecio por la voluntad popular se traduce en decisiones drásticas: reducción real de las jubilaciones, eliminación de programas sociales, parálisis de la obra pública, subejecución presupuestaria en áreas sensibles, como salud, educacion o discapacidad y ahogo financiero a las provincias. En paralelo, el Ministerio de Capital Humano difunde datos falsos para desacreditar a movimientos sociales y sindicales, mientras los gremios denuncian amenazas y persecución por parte del Gobierno. Esta lógica de intimidación y manipulación mediática ya no es la excepción: se está convirtiendo en una nueva normalidad política.

En este contexto, el plan económico —que se autopromociona como exitoso— comienza a mostrar grietas preocupantes. El tan mentado superávit fiscal se construyó a base de licuar ingresos, suspender pagos a las provincias y desfinanciar el Estado. No hay acumulación genuina de reservas, el tipo de cambio oficial está distorsionado y el consumo interno se encuentra en caída libre. La inflación, si bien desacelera, lo hace a partir del derrumbe del poder adquisitivo, no por un reordenamiento estructural.

La reciente iniciativa oficial para legalizar el ingreso de dólares no declarados, bautizada informalmente como “blanqueo del dólar colchón”, suma una nueva dimensión a esta etapa: el riesgo de transformar a la Argentina en un paraíso fiscal abierto al narcotráfico, el lavado de dinero y los flujos financieros del delito. Bajo la excusa de atraer divisas, se propone habilitar el ingreso de fondos sin exigir su origen lícito. En un país con escaso control cambiario y con sistemas antilavado debilitados, esta medida puede tener consecuencias gravísimas. La lógica de la desregulación extrema abre la puerta a una economía paralela dominada por capitales ilícitos que no solo corrompen el sistema económico, sino también las instituciones democráticas. Convertir a la Argentina en una zona franca del crimen organizado es una amenaza real, que exige un debate urgente y responsabilidad.

El malestar no se limita a la sociedad civil. En el plano político, los gobernadores —tanto del oficialismo como de la oposición— comienzan a articular una respuesta frente al ahogo presupuestario. El recorte de fondos, la eliminación de programas federales y la concentración de recursos en el poder central han generado un frente común que pone en jaque al discurso libertario. Desde Axel Kicillof hasta Gerardo Zamora, pasando por Llaryora y Quintela, advierten que el modelo de Milei destruye el federalismo y pone en riesgo la gobernabilidad.

En paralelo, la alianza entre La Libertad Avanza y el PRO se mantiene con pinzas, bloqueado, en parte, por Karina Milei, que no cede en su intención de restringir el acceso de dirigentes del PRO y preservar pureza ideológica  en las listas de LLA.

Patricia Bullrich impone una línea de seguridad de mano dura que incomoda hasta parte de su propio espacio y que viene generando rechazo a partir de excesos de las fuerzas federales, tanto en las manifestación populares de protesta como el reciente incidente de un niño herido de gravedad por un policía de la Federal, es un accionar totalmente desproporcionado. El afán represivo de Bulrich y de parte del gobierno tiene como objetivo claro que solo con miedo y represión  pueden sostener un modelo de exclusión, de saqueo de los trabajadores y la clase media. Lamentablemente estos adalides de la mano dura saben poco de la historia, ya decía Napoleón que las bayonetas sirven para varias cosas, menos para sentarse sobre ellas. Un gobierno que solo se sirve de violencia, es un gobierno débil, destinado al fracaso.

Mientras Luis Caputo no termina de convencer a los grandes actores económicos,  el empresariado, que inicialmente brindó apoyo al nuevo gobierno, comienza a perder la paciencia: no hay plan productivo, las tasas de interés siguen altas, el consumo se desploma y no se reactiva la inversión. El discurso de la libertad de mercado no se traduce en señales concretas para los sectores productivos.

En el tablero opositor, Cristina Fernández de Kirchner busca re ordenar el espacio nacional-popular con una estrategia territorial que la encuentra candidata en la provincia de Buenos Aires y en diálogo con Axel Kicillof, quien se consolida en un liderazgo de proyección nacional. Ambos actores parecen haber comprendido que la etapa exige más que denuncia: requiere construcción política, articulación de propuestas y unidad en la diversidad. Frente al experimento ultraderechista que representa Milei, la oposición comienza a delinear una alternativa democrática con anclaje popular y federal.

Sobre la ex presidenta cuelga una espada de Damocles, la Corte Suprema tiene en sus manos el expediente de la Causa Vialidad con una posible condena a prisión y una inhabilitación de por vida para ocupar cargos públicos. Es notorio en estos dias la presión  de algunos grupos económicos a través de sus voceros periodísticos a la corte para que apuren en el fallo condenatorio. Llegan a tal extremo de ponerle fecha a ese dictamen, para que salga antes del cierre de listas, en un claro afán proscriptivo. Las consecuencias de una medida de ese tipo, de inhabilitar a la principal figura de la oposición, en causa totalmente amañada, seria en principio un golpe muy duro a la intitucionalidad democrática y al seguridad jurídica de todos los argentino y abriría un foco mas de conflicto en una sociedad ya convulsionada.

Lejos de resignarse, la sociedad argentina empieza a reaccionar. Las movilizaciones en defensa de la educación, la salud y el trabajo se multiplican. Las universidades, los hospitales y los sindicatos se convierten en centros de resistencia frente al avance autoritario. En este clima, el Congreso logró aprobar mejoras para jubilados, solo para recibir como respuesta la amenaza presidencial del veto automático. El desprecio por el sistema representativo ya no es un desliz: es un eje de gobierno.

El mileísmo no es solo un proyecto económico neoliberal. Es, sobre todo, un intento de transformar la política argentina en una arena sin reglas, sin instituciones, sin contrapoderes. El modelo no es Suecia ni Irlanda: es un caudillismo digital alimentado por trolls, manipulación mediática y una narrativa que glorifica el individualismo extremo como virtud.

Defender la democracia implica mucho más que resistir. Exige construir poder popular, retomar el sentido de comunidad, recuperar el lenguaje de la justicia social y volver a pensar un proyecto de país que no deje a millones afuera. Argentina tiene historia, tiene memoria, tiene pueblo. El futuro no está escrito, pero está en juego. Y depende de la capacidad colectiva de frenar este experimento autoritario antes de que sea demasiado tarde.

 JUNIO 2025

Sin justicia no hay democracia.

 

Argentina no solo atraviesa una crisis económica y política, sino una crisis ética estructural. El lawfare, o sea la connivencia entre jueces, servicios, periodistas  y corporaciones, la represión estatal y la ausencia de justicia forman un entramado disciplinador. Como advirtió el Papa Francisco, “sin justicia no hay paz social”, y sin justicia verdadera, la democracia se vacía de contenido.


Ética, memoria y justicia integral

La justicia no puede reducirse a la aplicación formal de normas. Debe operar como memoria viva, como garante de la seguridad, la convivencia social y la protección de los sectores postergados frente al poder concentrado. Cuando se aleja de su rol reparador y se transforma en brazo judicial de los intereses corporativos, se convierte en un instrumento de dominación. En este marco, la persecución judicial selectiva no es un exceso ocasional: es el núcleo de una estrategia de disciplinamiento social y político.

Lawfare: el nuevo rostro del poder disciplinador

El lawfare –o guerra judicial– es la utilización de procesos judiciales, apoyados por medios de comunicación y sectores del poder económico, para eliminar o neutralizar a dirigentes políticos que desafían el statu quo. En Argentina, la condena contra Cristina Fernández de Kirchner expresa esta lógica: no se trata solo de un fallo judicial, sino de una operación político-judicial-mediática cuyo objetivo es proscribirla y excluirla del escenario electoral. El fallo fue acompañado de una campaña mediática sistemática que instaló durante años un clima de culpabilidad anticipada, sin juicio justo ni garantías reales.

El silencio –o la connivencia– de la Corte Suprema frente a esta situación forma parte de este proceso. En lugar de actuar como contrapeso institucional, la Corte se transforma en pieza funcional del poder real. La impunidad de los jueces que participaron del escandaloso viaje a Lago Escondido, financiado por grupos económicos y empresarios mediáticos, es otro síntoma del funcionamiento selectivo de la justicia.

Represión, blindajes y justicia ausente

La ética pública también se degrada cuando el Estado reprime de forma sistemática manifestaciones pacíficas sin consecuencias judiciales. Mientras cada miércoles se reprime a ciudadanos frente al Congreso, los jueces que ordenan o permiten esas acciones actúan con total impunidad. La violencia institucional se normaliza, sin que el sistema judicial intervenga, mostrando cómo el sistema se auto protege y se mueve  con  zonas de silencio e impunidad.

Un poder para castigar, no para garantizar derechos

La justicia argentina, hoy, se muestra eficiente para castigar a dirigentes opositores, pero ineficaz para investigar a empresarios, funcionarios aliados o actores del poder económico concentrado. Esta doble vara tiene efectos pedagógicos: enseña que cuestionar al poder tiene consecuencias, mientras delinquir al amparo de ese poder asegura protección.

El Papa Francisco, desde su autoridad moral global y su conocimiento profundo de la realidad argentina, fue claro al afirmar: “Sin justicia no hay paz social”. Esta frase sintetiza una verdad profunda: una sociedad que acepta una justicia parcial, clasista y politizada, renuncia a la posibilidad de vivir en paz, en democracia y con dignidad.

La crisis de justicia en Argentina no es un problema técnico ni jurídico. Es un problema ético y político que atraviesa las estructuras del poder. Sin un poder judicial independiente, comprometido con la verdad y los derechos del pueblo, la democracia se convierte en una fachada. Es urgente construir una justicia al servicio del bien común, no de los intereses de las corporaciones. Y también es urgente que la sociedad no naturalice el disciplinamiento, sino que lo enfrente con organización, memoria y lucha.

Antonio Muñiz

La proscripción como estrategia del poder real

 La ratificación de la condena a Cristina Fernández de Kirchner no es solo una sentencia judicial: es un movimiento estratégico de disciplinamiento político. Pero lejos de clausurar el ciclo histórico de la exmandataria, la devuelve al centro de la escena nacional, reconfigurando tanto la interna peronista como el equilibrio de fuerzas en la Argentina actual. Desde una mirada política, este análisis devela las tramas de poder que atraviesan el fallo y los dilemas abiertos para el campo nacional y popular.

Por Antonio Muñiz


Lawfare como guerra de posición simbólica

La noción de lawfare —la utilización del sistema judicial como herramienta de neutralización política— encuentra en este fallo su ejemplo paradigmático. Lejos de ser un proceso exclusivamente jurídico, se trata de una verdadera guerra de posición  en el plano simbólico, mediático y legal. El objetivo no es la justicia en sentido estricto, sino configurar el sentido común, como que ciertos sectores, el peronismo o el kirchnerismo por ejemplo, son «corruptos por naturaleza» y, por tanto, merecen quedar fuera de la comunidad política legítima.

La sentencia no es un punto de llegada técnico, sino un acto performativo: busca estructurar subjetividades, condicionar votantes, disciplinar dirigentes e incluso blindar un programa económico que se encuentra atado con alambre. La operación no apunta al pasado, sino al futuro: anular cualquier posibilidad de recomposición política de CFK y de su espacio. Sin embargo, los resultados podrían estar siendo los inversos.

El apuro de la Corte: blindar el modelo y condicionar el 2027

El timing de la Corte Suprema en confirmar la condena es revelador. Su apuro por cerrar la cuestión antes del cierre de listasen la provincia de Buenos Aires tiene una lógica estratégica: impedir una candidatura de CFK que pudiera triunfar en ese distrito y catapultarse, desde allí, hacia una proyección presidencial en 2027.

Un eventual triunfo de Cristina en la provincia no solo habría revitalizado al peronismo, sino que hubiera puesto en jaque el programa económico de Javier Milei, sostenido en un ajuste brutal, apertura comercial indiscriminada y un endeudamiento creciente. Un regreso de CFK al centro del poder provincial habría significado la defunción de esa arquitectura precaria. Por eso el fallo actúa como medida de contención preventiva: evitar una reconfiguración de la correlación de fuerzas en el principal bastión del poder político y económico nacional.

El bloque de poder detrás del fallo: empresarios, medios y el aval norteamericano

La maniobra judicial no se entiende sin atender al bloque que la impulsa. En la práctica, la ofensiva fue fogoneada por los grupos empresariales nucleados en la AEA (Asociación Empresaria Argentina), junto con AmCham Argentina, la cámara de comercio estadounidense en el país, y por supuesto, el sector financiero concentrado.

Dos figuras clave de esta arquitectura son Héctor Magnetto (Grupo Clarín) y Julio César Saguier (La Nación), quienes han operado como articuladores principales del lawfare desde sus medios, dotando a cada acción judicial de una narrativa moralizante y espectacular. La lógica ha sido clara: demonizar a CFK no solo como figura política, sino como símbolo de una forma de gobierno antagónica a sus intereses de clase.

Este andamiaje interno ha contado, además, con el respaldo explícito del gobierno de Estados Unidos, que ya había prohibido el ingreso de la expresidenta a su territorio bajo la acusación de “corrupción significativa”. Esa medida, aunque revestida de legalidad diplomática, forma parte de la estrategia de consolidación de un nuevo orden regional donde los liderazgos populares que cuestionan la subordinación financiera o geopolítica deben ser neutralizados o desacreditados.

El tiro por la culata: CFK vuelve al centro de la escena

Pero si el objetivo era sacar a Cristina del tablero, el fallo ha producido el efecto contrario. La ha reinstalado en el centro de la escena política, incluso entre sectores donde su figura había perdido centralidad o consenso. Cristina resurge ahora no solo como víctima de una operación judicial, sino como referente ineludible de un espacio político, sino que lo ha revitalizado, luego  de varios años en que había perdido su brújula.

Se ha reactivado así la mística militante y el sentimiento de injusticia que acompañó al kirchnerismo en sus momentos de mayor densidad política. Desde los barrios populares hasta sectores de la militancia intermedia, hay una creciente percepción de que la persecución judicial es también una persecución al proyecto de país que encarnó el kirchnerismo: con Estado, con industria y con derechos.

Paradójicamente, la sentencia que buscaba disolver su figura, la ha convertido —una vez más— en eje aglutinador de los sectores populares, del sindicalismo y de vastos sectores del electorado peronista.

El peronismo bonaerense ante su dilema estratégico

No obstante, el nuevo protagonismo de CFK ocurre en un contexto de fuerte fragmentación del peronismo bonaerense. Las heridas políticas de los últimos meses son profundas, y la unidad partidaria atraviesa una crisis tanto estructural como basada en diferencias personales de sus principales lideres.

Tanto el abucheo de sectores de La Cámpora en el acto de la calle Matheu durante el ingreso del gobernador bonaerense dejó al desnudo las tensiones internas que cruzan al movimiento, como las declaraciones de la senadora Fernández Sagasti, que responsabilizó tácitamente a Axel Kicillof de haber desamparado políticamente a Cristina, son gestos que no ayudan a buscar caminos de consenso. La crítica no fue sólo hacia una táctica electoral, sino hacia la orientación política y a la autonomía estratégica del gobernador.

Estas tensiones no son nuevas, pero se han agudizado por la ausencia de una conducción central clara y la falta de un relato integrador. El dilema, entonces, no es solo político, sino existencial: ¿puede el peronismo reconstruir su unidad si no resuelve sus fracturas internas y define con claridad su rumbo estratégico?

La necesidad de un nuevo bloque histórico.

Esta coyuntura exige pensar en términos de bloque histórico, es decir, de articulación entre clases, fracciones sociales y proyecto cultural. La figura de CFK puede ser un vector de movilización, pero no puede ser el único pilar de un proyecto político renovado.

Lo que se necesita no es repetir fórmulas del pasado, sino construir una nueva hegemonía popular, que combine:

Un programa económico centrado en el desarrollo con inclusión.

Liderazgos con anclaje territorial y legitimidad social.

Una narrativa que convoque a todos los argentinos, sobre todo los jóvenes, a los trabajadores formales e informales y a los sectores excluidos por el modelo libertario.

Este nuevo bloque deberá enfrentar no solo al gobierno nacional, sino al bloque dominante empresarial-judicial-mediático, que se ha atrincherado en el Estado y ha extendido su influencia más allá de la coyuntura electoral.

Tiempo de definiciones

El fallo contra Cristina Kirchner no ha cerrado una etapa, sino que ha abierto una nueva fase de la disputa por el poder en Argentina. En vez de clausurar su ciclo político, la ha reactivado en un momento de extrema fragilidad para el país. La estrategia de deslegitimarla podría convertirse en un búmeran para quienes pensaron que podían extirpar al kirchnerismo por vía judicial.

En paralelo, el peronismo se enfrenta a una encrucijada: recomponer su unidad sin disimular sus tensiones, recuperar su vocación de poder sin perder su densidad ideológica, y construir una oferta política que enfrente no solo al mileísmo, sino al modelo social de exclusión que éste representa.

La historia, como enseñaba Marx, se repite: una vez como tragedia, otra como farsa. El desafío es evitar que esta farsa judicial desemboque en una tragedia democrática. Y para eso, el campo nacional y popular deberá estar a la altura de su tiempo.

En busca del tiempo perdido.

 Tras casi cinco décadas de políticas neoliberales, Argentina se encuentra en una encrucijada histórica. Ante un programa económico de saqueo, una estructura productiva debilitada, una deuda externa inmanejable y una sociedad cada vez más empobrecida, el país necesita construir un nuevo modelo de desarrollo centrado en la reindustrialización, la innovación tecnológica y la planificación estratégica. El desafío es político: decidir si seguimos siendo exportadores de materias primas o si nos animamos a producir y exportar bienes, servicios y  conocimiento  argentino.

Por Antonio Muñiz


A casi 50 años del golpe de Estado de 1976, momento fundacional del ciclo monetarista -neoliberal argentino, el país continúa prisionero de una crisis estructural que atraviesa gobiernos, reformas y contextos globales. La idea de que el “mercado lo resuelve todo”, promovida como verdad incuestionable desde entonces, ha llevado a una desindustrialización crónica, a la precarización del trabajo y a una pobreza persistente que afecta a más de la mitad de la población. Lo que está en juego hoy no es una simple mejora coyuntural, sino la redefinición de un rumbo de desarrollo.

Guerra fría por la «peronización» del Quinto Piso – ADN

De la Argentina potencia” a la trampa del subdesarrollo

La Argentina supo tener un proyecto de país. Durante las décadas que van de 1930 a 1976, el modelo de sustitución de importaciones —imperfecto, pero eficaz en muchos sentidos— permitió consolidar sectores industriales, ampliar el mercado interno y lograr indicadores sociales de avanzada para la región. Fue un intento serio de reposicionar a la Argentina por fuera de la División Internacional del Trabajo, que nos quiere condenar a ser meros productores de materias primas.  Fue un ciclo de crecimiento con inclusión que generó empleo, mejoró los salarios y afianzó una clase media.

Todo eso comenzó a desmoronarse con la irrupción del neoliberalismo de la mano de la dictadura cívico-militar en 1976. La apertura comercial indiscriminada, la valorización financiera y la subordinación a las recetas del Fondo Monetario Internacional consolidaron una economía primarizada centrada en el agro, la minería y los servicios financieros, mientras el aparato productivo nacional se desmantelaba.

Esta matriz ideológica, cultural, política y económica dependiente  ha sido hegemónica en las ultimas cinco décadas, salvo en el interregno de Néstor y Cristina Kirchner.  Aunque en este lapso no se quiso o no se pudo desmontar la matriz colonial que le da sustento a estas políticas destructivas.

Como nos señala la historia, sin industria no hay Nación. Sin valor agregado, no hay desarrollo. Y sin planificación, no hay futuro.

Una copia casi exacta: las coincidencias entre Javier Milei y las propuestas de la Dictadura, Cavallo y Macri | Infocielo

La ventana de oportunidad: una inserción soberana en el mundo multipolar

En medio de una reconfiguración global marcada por disputas geopolíticas, transición energética y revoluciones tecnológicas, Argentina cuenta con una nueva oportunidad para re posicionarse en el escenario internacional. Recursos como el litio, el cobre, el gas de Vaca Muerta, las tierras raras, los alimentos y la biodiversidad colocan al país en el radar de las grandes potencias, tanto occidentales como emergentes.

Pero esta demanda externa puede ser una bendición o una maldición. Si no se impone una estrategia que priorice la industrialización de estos recursos en el territorio nacional, el país volverá a ocupar el rol periférico de proveedor de materias primas. Un error que ya se cometió en el siglo XIX, cuando la oligarquía optó por ser socio menor del Imperio británico en lugar de apostar por una Nación soberana.

El desafío, por lo tanto, no es sólo exportar más, sino exportar mejor: con valor agregado, trabajo argentino y conocimiento científico nacional.

Los pilares de un nuevo modelo de desarrollo

Una salida posible a la crisis argentina exige, ante todo, la formulación de un nuevo modelo de desarrollo productivo que supere la lógica especulativa-financiera. Este modelo debe descansar en tres pilares centrales:

Reindustrialización con innovación tecnológica:

La industria es el sector que más impulsa la productividad, genera empleo de calidad y dinamiza el entramado pyme. Sectores como la biotecnología, la electromovilidad, la energía renovable, la salud, la defensa y la agroindustria inteligente ofrecen ventajas competitivas y posibilidades de crecimiento con inclusión.

Argentina cuenta con capacidades científicas notables —CONICET, INVAP, Y-TEC, Arsat— que pueden convertirse en vectores de desarrollo si se articulan con el sistema productivo.

Estado planificador y activo:

Lejos de ser un obstáculo, el Estado debe ser el gran articulador del desarrollo. La experiencia internacional es clara: ni Corea del Sur ni China ni Israel ni Brasil avanzaron sin una decidida intervención estatal. Argentina necesita una institucionalidad sólida que coordine políticas industriales, financiamiento productivo, incentivos fiscales, compras públicas inteligentes y alianzas público-privadas estratégicas. Esto implica abandonar el dogma de la desregulación y asumir que sin Estado no hay desarrollo.

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Consenso político y pacto social de largo plazo:
Ningún proyecto de desarrollo prospera si está sujeto a los vaivenes electorales o a la lógica del péndulo político. La construcción de una Argentina productiva, inclusiva y soberana necesita un consenso nacional que trascienda las grietas partidarias y convoque a empresarios, sindicatos, universidades, gobiernos subnacionales y organizaciones sociales. La experiencia de países que lograron el despegue muestra que la clave está en la estabilidad de los objetivos estratégicos, no en su imposición unilateral.

Obstáculos persistentes y el fantasma de la dependencia

No todo es potencial. La estructura económica argentina sigue fuertemente condicionada por la restricción externa (la escasez crónica de divisas), una matriz exportadora poco diversificada, la falta de crédito para la producción y la debilidad del mercado interno. A esto se suma un sistema financiero orientado a la especulación, una cultura empresarial cortoplacista y una dirigencia política fragmentada.

Además, persiste una dependencia peligrosa de organismos multilaterales como el FMI, que imponen programas de ajuste regresivos y condicionan las políticas públicas. El endeudamiento externo, promovido por gobiernos liberales como el de Mauricio Macri o ahora Javier Milei, no sólo no resuelven los problemas estructurales, sino que los agravan.

Salir de esta trampa exige coraje político y capacidad técnica. Pero sobre todo, exige una nueva narrativa de país, una épica del desarrollo que vuelva a enamorar.

El rol de los BRICS y la integración Sur-Sur

En este contexto, la relación con los países del Sur Global —en particular China, India y Brasil— puede ser clave. La incorporación a los BRICS, o al menos un acercamiento estratégico, permite diversificar fuentes de financiamiento, fomentar el intercambio científico-tecnológico y construir alianzas menos condicionadas que las tradicionales con Occidente.

Sin embargo, esta integración debe darse desde una lógica de complementariedad productiva y no de subordinación comercial. Exportar litio a China o alimentos a India sin procesarlos en origen es apenas repetir el error histórico del modelo agroexportador.

La clave está en negociar con inteligencia, defendiendo el interés nacional, priorizando el agregado de valor y asegurando transferencia tecnológica.

Decidir el futuro es un acto político

Argentina no está condenada al fracaso. Pero tampoco hay destino sin decisión. El tiempo perdido no se recupera con discursos, sino con políticas concretas. La posibilidad de “pegar el salto” hacia un desarrollo soberano y sostenible está ahí, al alcance, pero requiere una ruptura con el modelo actual y una apuesta decidida por la producción, la ciencia y la justicia social.

En definitiva, el país enfrenta una disyuntiva: seguir siendo un espacio de negocios para los intereses transnacionales o transformarse en una Nación que planifica, produce e incluye.

El futuro no está escrito. Pero si no lo escribimos, otros lo escribirán por nosotros.

 

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.