Desarrollo comparado: Argentina, Brasil y Chile

Por Aldo Ferrer contacto@miradasalsur.com

Cristina Fernández, Lula Da Silva y Sebastián Piñera encarnan diferentes modelos económicos con resultados dispares en el tejido social de cada país.

En las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias Organizadas por el Banco Central, se pasó revista al impacto de la crisis internacional sobre la conducción de los bancos centrales y, en un sentido más amplio, a la estrategia de desarrollo de los países emergentes en la globalización del orden mundial. La conclusión principal es que la crisis y las tendencias recientes del orden mundial han puesto fin al Consenso de Washington. Es decir, al paradigma neoliberal que fundamentó las políticas que desencadenaron la crisis como, anticipadamente, sucedió en la Argentina en la debacle del 2001/02.


La política macroeconómica de vivir con lo nuestro

En lo fundamental, la política macroeconómica abarca la conducción de las finanzas públicas, la moneda y el tipo de cambio. En estas materias, desde la salida de la crisis del 2001/02 hasta la actualidad, se ha producido un desplazamiento desde el paradigma neoliberal hacia otro en las antípodas que puede definirse como "desarrollo endógeno", "desde dentro" según la expresión de Osvaldo Sunkel, "nuevo desarrollismo" conforme a Luiz Carlos Bresser Pereira, "competitivo productivo" de acuerdo a Eduardo Curia o, sencillamente, "vivir con lo nuestro".
El encuadre económico e institucional de la seguridad jurídicaEl marco institucional de la actividad económica y de las relaciones sociales, forma parte de los requisitos fundamentales del desarrollo. La organización de los mercados, la toma de decisiones de inversión, la vigencia de los contratos, las relaciones económicas internacionales, deben ser consistentes con el despliegue del potencial de recursos de un país y de la estabilidad social.
Los culpables del retroceso
La conmemoración del Bicentenario es una buena ocasión para revisar lo ocurrido en nuestra historia; en particular, sirve para aclarar equívocos o falsas interpretaciones; y, en todo caso, para enriquecer el análisis con información y puntos de vista divergentes.


En la nota anterior destaqué que el G 20, en su última reunión, en Toronto, ratificó su incapacidad de adoptar respuestas globales a los problemas globales y que, por lo tanto, cada país tiene que hacerse cargo de resolver los problemas que le plantea la actual crisis internacional. Dicho en otros términos, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de su capacidad de respuestas a los desafíos planteados. La conclusión no es nueva y viene de antes.
El prestamista de última instanciaCuando un país no tiene acceso a las fuentes voluntarias de crédito solo puede apelar a un "prestamista de última instancia" (PUI). La figura del PUI aparece cuando no hay crédito voluntario a ningún precio o el mismo es inaceptable. La diferencia entre un préstamo voluntario y otro de última instancia es que, el primero, tiene solo cláusulas económicas (plazos, tasa de interés, garantías, etc.) y, el segundo, además, "condicionalidades", es decir, otros compromisos que asume el tomador.
En el debate sobre situación de la economía argentina es frecuente la comparación con Brasil y Chile. Particularmente, en foros del sector privado, predomina la idea que nuestros vecinos crecen e invierten más y cuentan con mayor capacidad de resistencia frente a la crisis internacional. La causa sería que las políticas de nuestros vecinos son mejores que las nuestras, ente otras razones, porque en ellos prevalecen la seguridad jurídica y la previsibilidad en las decisiones públicas. De este modo, existiría en los mismos un mejor ambiente para la inversión y el desarrollo económico y mayor fortaleza para responder a las turbulencias internacionales. .
Si la observación fuera correcta, el crecimiento actual de nuestros vecinos sería más elevado que el nuestro y mayor la tasa de inversión. Sin embargo, desde 2002, cuando culmina la crisis económica argentina, hasta la actualidad, el crecimiento de la economía argentina duplica aproximadamente el del Brasil y Chile y la tasa de inversión es mayor aquí que en Brasil y comparable con la de Chile. A su vez, Argentina logró compensar el impacto de la crisis mundial sobre la situación interna tan bien o mejor que Brasil y Chile. Las perspectivas para este año y el futuro previsible sugieren que nuestro país sigue y continuará registrando un crecimiento de la inversión y el producto, por lo menos semejante y probablemente mayor que en esos países hermanos. Lo mismo sucede con la capacidad de respuesta frente a cambios futuros de la economía mundial. El indicador en el cual la comparación es desfavorable para la Argentina es el de inflación.
Cabe observar que en el transcurso de esta década, los tres países se beneficiaron con la mejora de los términos de intercambio. Brasil y Chile, probablemente más que la Argentina, por la mayor valorización de los minerales respecto de los productos agropecuarios. El contexto externo no es, por lo tanto, un factor explicativo del actual crecimiento más elevado de la economía argentina. Respecto de la inflación, cabe observar que, también en los tres países, se verifican condiciones de solvencia fiscal, superavit en los pagos internacionales y políticas monetarias no expansivas del gasto. En este escenario compartido de solidez macroeconómica, incluyendo la reducción de los niveles de endeudamiento externo, la mayor inflación, en nuestro caso, refleja, principalmente, un comportamiento inercial de los precios fundados en hipótesis de aumentos asumidos por los actores económicos. La situación argentina hereda la memoria inflacionaria de un país como el nuestro que, el siglo pasado, tuvo el record mundial inflacionario con varias hiper incluídas. Refleja también la ausencia de una estrategia específica para enfrentar esta singularidad del comportamiento de los precios, sin recaer en esquemas tradicionales de ajuste que siempre son parte del problema y nunca de la solución.
En conclusión, las tendencias económicas de esta década no desautorizan, en términos comparativos, salvo en el tema inflacionario, el acierto de la política económica argentina respecto de la brasileña y la chilena. En el pasado, más precisamente, en el cuarto de siglo anterior al 2002 (1976-2001), es cuando, efectivamente, la política económica argentina no resiste la comparación con la de nuestros vecinos. En ese período, mientras Chile más que duplicó su ingreso per capita y Brasil lo aumentó en 30%, en Argentina cayó en 10%. En el mismo período, el PBI total de Argentina, respecto del de Brasil, cayó del 47% al 27% y, del de Chile, de 480% a 170%. Simultáneamente, se registró en nuestro país, un profundo deterioro de la situación social y un desorden económico gigantesco que incluyó el derrumbe del régimen monetario y el default sobre la deuda publica y privada.
Es pertinente observar que en los tres países, en ese cuarto de siglo previo a la crisis argentina del 2001/02, predominó el paradigma neoliberal. Sin embargo, fué solo en la Argentina, después del golpe de estado de 1976 hasta 1983 y en la década de 1990, en donde las "reformas estructurales" neoliberales se llevaron hasta las últimas consecuencias, incluyendo el desmantelamiento del Estado. .
Entre tanto, el Estado brasileño consolidaba el desarrollo de PETROBRAS, promovía la conversión de EMBRAER en la tercer productora de aeronaves del mundo, impulsaba el desarrollo de las empresas "campeonas" nacionales en la infraestructura y en industrias de base y sustentaba el financiamiento en poderosos bancos públicos, en primer lugar, el Banco Nacional de Desarrollo que, en la actualidad, aporta el 20 % del total del crédito en la economía, enfocando sus préstamos a los sectores estratégicos.
En Chile, después del estancamiento de la década de 1970 y del fracaso del experimento de los "Chicago boys", al comienzo de la dictadura, el Estado conservó, aún dentro de la primacía del discurso neoliberal, un papel decisivo en la conducción de la macroeconomía, los niveles de endeudamiento y promoción de inversiones. Un ejemplo notorio de la diferencia con la experiencia argentina, es la posición dominante que el Estado chileno conservó en la explotación y la renta del cobre. Después del retorno a la democracia, el sector público fortaleció funciones esenciales en la conducción de la macroeconomía y el impulso al desarrollo.
En la Argentina, en el mismo período 1975-2001, además de la tragedia de la violencia y el terrorismo de estado, sufrimos la guerra y la derrota en Malvinas y una política sistemática, de desmantelamiento del poder nacional. Se vendieron y extranjerizaron YPF, la fabrica de aviones de Córdoba, las empresas públicas y las mayores privadas nacionales, disolvíó el Banco Nacional de Desarrollo (creado en 1970 durante mi desempeño en el Ministerio de Economia) y endeudó el país hasta el límite de la insolvencia. Esta serie de calamidades demolió buena parte de la capacidad industrial del país, como lo demuestra el hecho asombroso que, entre 1975 y 2002, el producto industrial per capita cayó en 40%. Las consecuencias sociales fueron abrumadoras.
En resumen, el recorrido comentado de las tres economías refleja, esencialmente, el distinto comportamiento del Estado. En Brasil y Chile, bajo regímenes de facto o civiles, el Estado mantuvo elementos básicos del poder nacional de decisión y de impulso al desarrollo. En la Argentina tanto bajo un régimen de facto (1976-83) como constitucional (década de 1990), se pusieron en práctica políticas demoledoras del poder nacional, incluyendo la dispersión del poder decisorio en la explotación de los recursos del subsuelo bajo la última reforma de la Constitución. Esta diferencia notable con los otros dos países refleja la debilidad relativa de nuestra densidad nacional, en particular, la ausencia de impronta nacional es sectores importantes de la dirigencia y su subordinación a lo que Arturo Jauretche denominaba la "colonización cultural" y Raúl Prebisch "el pensamiento céntrico".
En el mismo sentido, la recuperación del país después de la salida de la crisis del 2001/02 y el favorable comportamiento relativo actual de la economía argentina respecto de las de Brasil y Chile, puede explicarse por la reaparición del Estado como un protagonista esencial en el proceso económico, tal cual sucede en toda economía moderna. Ejemplo en tal sentido es la recuperación del gobierno de la macroeconomía y del manejo de recursos públicos, como los canalizados a través del sistema previsional. Este fortalecimiento de la densidad nacional es también observable en el retroceso de la ideología neoliberal y del "pensamiento único", desautorizados por la catástrofe que provocaron en la Argentina y, poco después, en la economía mundial. De este modo, ha vuelto a surgir un pensamiento crítico como, por ejemplo, el reflejado en las contribuciones del grupo Fénix de la Universidad de de Buenos Aires o las de los jóvenes economistas agrupados en AEDA (Asociación de Economistas para el Desarrollo de la Argentina).
El estudio del desarrollo comparado entre países, por ejemplo, entre Argentina, Brasil y Chile, es un ejercicio muy útil, del cual, puede aprenderse mucho para mejorar la calidad de la política económica argentina. Siempre y cuando se fundamente en una adecuada perspectiva histórica y la apreciación objetiva de los datos de la actualidad.

La reconstrucción del discurso económico

Por Matías Kulfas

A aquellos que tengan interés en estudiar la economía fantasiosa les aconsejo que recurran a la biblioteca del Ministerio de Economía y pidan un ejemplar de los tomos del documento “Argentina en crecimiento”, elaborado a mediados de los ’90 bajo la coordinación del entonces viceministro Llach. Hagan el ejercicio de comparar las proyecciones que allí se presentan con la realidad que vivió la Argentina durante el segundo lustro de los ’90. La economía fantasiosa está a la vuelta de la esquina.


La reciente publicación de la columna de opinión de Juan Llach en La Nación (“Una economía fantasiosa”, 11/8/2010) y la gentil invitación de los editores de Contraeditorial, me llevaron a escribir estas líneas que intentan ir un poco más allá del contenido del artículo en cuestión. La argumentación de Llach (ex viceministro de Economía de Menem-Cavallo y ex ministro de Educación de De la Rúa) es un interesante disparador acerca de las formas que adopta la construcción del discurso económico para ciertos sectores del arco ideológico-conceptual. Considero relevante analizar el enfoque de Llach en al menos tres dimensiones. La primera tiene que ver con la contextualización histórica y la mirada de largo plazo asociada a la actual fase de la economía argentina, aspecto sobre el cual Llach hace pocas pero relevantes menciones. La segunda, con el grado de coherencia entre el título y el mensaje integrador de la columna y los diferentes aspectos que se van desgranando a lo largo del artículo. Finalmente, es pertinente reflexionar acerca del devenir de ciertos debates históricos que se vienen dando de manera irresuelta y sin solución de continuidad y la actitud que adopta cierto sector de la intelectualidad.

En la argumentación de Llach sobresale un lugar común que caracteriza a todo el arco opositor al enfoque económico adoptado a partir de 2003: la existencia de un viento de cola como principal factor explicativo de la notable expansión económica de la post-convertibilidad. A diferencia de otros economistas, Llach no deja de reconocer importantes avances y logros del período, pero no se distingue demasiado cuando señala que “esta bonanza debe mucho al retorno del mismo viento de cola que empujó la economía desde 2002 hasta la crisis de 2008, con una fuerza no vista desde la década del ’20, en el siglo pasado”. La idea parece ser simple: le tocó en suerte a Néstor y a Cristina Kirchner, pero cualquiera que hubiese tenido la buena fortuna de llegar al poder en mayo de 2003 hubiese gozado del mismo éxito en materia económica y se hubiese podido vanagloriar de los logros alcanzados (la mayoría de los cuales son reconocidos por el propio Llach).

Este enfoque es muy poco amigable con la realidad por al menos dos razones. En primer lugar, es claro que el escenario internacional juega un papel relevante, pero en ambas direcciones. Tiene aspectos favorables, como también los tuvo en otros períodos no muy lejanos, y también ha presentado recientemente unas de las peores crisis desde 1930. Una mala política económica no hubiera permitido crecer y mejorar notablemente los indicadores sociales entre 2003 y 2008 ni tampoco afrontar los efectos de la crisis internacional con un bajo nivel de daño. Llach conoce esto a la perfección porque le tocó, como viceministro de Cavallo, atravesar los letales efectos del denominado “efecto Tequila”, a comienzos de 1995, el cual llevó el desempleo al 18% y le hizo a la Argentina perder alrededor de 10 puntos del producto (considerando la merma del crecimiento esperado más la pérdida neta de ese mismo período). Las sucesivas crisis en Asia, Rusia y la devaluación brasileña, fenómenos todos acaecidos a fines de los ’90, golpearon uno a uno a nuestra economía.

Por el contrario, durante el período 2003-2008 la Argentina creció a un ritmo que resultó 50% más elevado que el promedio de América latina, y durante 2009, es decir en lo peor de la crisis internacional, se mantuvo dicha tendencia. En otras palabras, si algo ha quedado demostrado en este período es que una adecuada política económica permitió aprovechar al máximo los ciclos, potenciando los efectos benéficos del denominado “viento de cola” y también protegiéndose adecuadamente del vendaval. Como dijera Séneca: “No hay viento favorable para el que no sabe dónde va”.

Fantasías animadas de ayer y hoy

El título de la columna de Llach es de por sí elocuente. Se habla de una economía fantasiosa. Lo curioso es que poco se condice esa idea con buena parte de los hechos que se describen a lo largo de su artículo, en el cual no niega lo que a esta altura son hechos económicos consolidados a lo largo de estos años: superávit en el sector externo y en el frente fiscal, un excelente desempeño en las actividades productivas y la recuperación de las pymes, la reducción del peso de la deuda externa, entre otras. Hay algunos aspectos que resultan llamativamente tergiversados, por ejemplo que el superávit fiscal se habría esfumado, aspecto que no se condice en absoluto con la realidad. Cuestiona asimismo Llach el nivel del gasto público, el cual –dice– se estaría financiando con impuesto inflacionario y desplazamiento del crédito al sector privado. Esto no es correcto. El financiamiento del sector público es genuino de una manera de la que no se tienen antecedentes en las últimas décadas. Se basa en una mayor presión tributaria sobre sectores con mayor capacidad contributiva. Prueba de ello es que los impuestos sobre ganancias y rentas incrementaron su peso en la masa de recursos tributarios en alrededor de 10 puntos porcentuales, al tiempo que disminuyó el peso relativo de los impuestos al consumo en una proporción similar.

También es incorrecto decir que se desplaza el crédito al sector privado: el Banco Nación financia al Tesoro en una proporción muy inferior a los recursos que este último tiene colocados. De este modo, una parte significativa de la liquidez del sector público termina canalizándose al sector privado bajo la forma de créditos para inversiones productivas, de los cuales la mayor parte se destina a pymes. Llach no conoce bien esta situación porque le tocó ser parte del contexto inverso: durante su gestión el Estado argentino tenía déficit y para financiarlo recurrió a todo tipo de colocaciones en el mercado internacional que terminaron por endeudar a la Argentina hasta límites insostenibles, llevándonos al peor default de la historia a fines de 2001. En ese marco, el Estado se ocupó de tomar cuanto recurso hubiera y entonces sí se produjo ese efecto de desplazamiento del crédito al sector privado.

También se lamenta Llach del reducido nivel de inversión extranjera de este período, mencionando que Perú nos está por desplazar al sexto lugar en América latina. Pero lo que omite Llach es que, aun con menos inversión extranjera, el nivel de inversión de la economía argentina es hasta un 35% más elevado que los mejores años de la década del ’90. La inversión creció notablemente justamente porque el nuevo escenario macroeconómico y algunas políticas específicas mejoraron las condiciones para que los empresarios de diversos sectores y tamaños pudieran desembolsar recursos con fines productivos. En ocasiones, una lectura tendenciosa puede hacer de la virtud un defecto.

¿Es sustentable?

El remate de la intervención de Llach es otro lugar común entre los economistas ortodoxos: este crecimiento no es sustentable. Mientras leía aquella frase vino a mi mente un viejo debate –aún no saldado, como tantos– de la historia económica reciente: el período 1964-1974. Aquella etapa bien puede considerarse el último decenio de oro del crecimiento argentino, en el cual el PIB creció de manera ininterrumpida y la industria hizo lo propio a un promedio anual del 5,6%. A comienzos de los años ’60 la Argentina sólo exportaba productos agropecuarios, pero ya entrados los ’70 tenía un 15% de exportaciones industriales. Sin embargo, muchos economistas ortodoxos sostenían que el proceso de industrialización estaba agotado. Por entonces Corea era un país que tenía un producto por habitante cuatro veces más bajo que la Argentina. La historia posterior es conocida: aquellos que decían que estaba agotada una etapa exitosa de crecimiento en nuestro país hicieron una nueva política económica a partir de 1976 y con el argumento de que nuestra industria era ineficiente implementaron medidas que barrieron con 15.000 fábricas y el empleo industrial cayó durante 27 trimestres consecutivos. Doce años después, Corea tenía un producto por habitante igual al de la Argentina –gracias a haber perseverado en su estrategia de industrialización– y diez años más tarde superaba ampliamente a nuestro país y hoy se parece mucho más a una economía desarrollada.

Hoy estamos cerca de completar un nuevo decenio dorado y se vuelve a discutir si es sustentable y se presentan nuevas soluciones para los problemas argentinos. Las catástrofes económicas no son el fruto de accidentes naturales. Las políticas económicas de corte neoliberal hicieron estragos y se basaron en la construcción de un discurso económico falaz. Lo llamativo es que la contundencia de los hechos no parece hacer mella en el discurso.

Para terminar, una recomendación. A aquellos que tengan interés en estudiar la economía fantasiosa les aconsejo que recurran a la biblioteca del Ministerio de Economía y pidan un ejemplar de los tomos del documento “Argentina en crecimiento”, elaborado a mediados de los ’90 bajo la coordinación del entonces viceministro Llach. Hagan el ejercicio de comparar las proyecciones que allí se presentan con la realidad que vivió la Argentina durante el segundo lustro de los ’90. La economía fantasiosa está a la vuelta de la esquina.

*Es licenciado en Economía y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Fue investigador de Flacso y realizó estudios para la CEPAL de Naciones Unidas. Se desempeñó como subsecretario de la Pequeña y Mediana Empresa y Desarrollo Regional, gerente de Estudios Económicos del Banco Ciudad, director del Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, además de ocupar diferentes áreas del Ministerio de Economía y la Secretaría de Industria de la Nación. En la actualidad es director del Banco Nación y preside la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA). Acaba de publicar Postales de la Argentina productiva.

La carta de Juan José Valle a Pedro Eugenio Aramburu.

Últimas palabras de un hombre a punto de ser fusilado

Juan José Valle

Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.

Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.

Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.

Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.

La palabra “monstruos” brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.

Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.

Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.

Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria.


El levantamiento

El 9 de junio de 1956 el general Juan José Valle encabezó un levantamiento contra loa militares que habían derrocado a Perón. La “Revolución Libertadora” había instalado un régimen que desmanteló los avances sociales del decenio peronista. La respuesta al alzamiento fue feroz. Decenas de civiles y militares fueron fusilados de manera clandestina y también a la luz pública. Valle fue uno de ellos. Antes de morir, pudo entregarle a su hija Susana esta carta dirigida a Pedro Eugenio Aramburu, líder de la Libertadora.

Cada país tiene la globalización que se merece (Segunda parte)

Por Aldo Ferrer contacto@miradasalsur.com

El G-20 discutió en la cumbre de Canadá la profundidad del ajuste en los países centrales. (BLOOMBERG)Otras notasCada país tiene la globalización que se merece (Primera parte)La reciente reunión del G 20 en Toronto confirmó lo que ya sabíamos. Vale decir, que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales y que, en definitiva, cada país tiene que asumir la responsabilidad de resolver sus propios problemas. Todos están afectados por el comportamiento del sistema global, por ejemplo la crisis financiera, pero la suerte de cada uno depende de su capacidad para responder a los desafíos. En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la presidenta argentina.
Salarios y productividad Los actuales desequilibrios de la economía mundial culminaron en el descalabro financiero iniciado a fines del 2007 y, en los últimos meses, la crisis en varios países de la Unión Europea y en el régimen comunitario. En notas anteriores, exploré la naturaleza de estos problemas y las relaciones entre los desequilibrios de las principales economías, la desregulación financiera y el predominio de la especulación en las transacciones monetarias internacionales. En un estudio reciente (Global economic prospects: the recession may be over but what next? South Centre.
El “efecto China” y la ArgentinaSuele denominarse "efecto" a las consecuencias de un acontecimiento sobre la realidad económica. El surgimiento de China, como un protagonista de primer orden en el sistema internacional, es un "acontecimiento" de vasto alcance. ¿Cuál es su "efecto"?
Los orígenes del desorden financiero internacionalLos problemas actuales en la Zona Euro, las dificultades de España y Grecia, los ataques especulativos contra divisas y activos financieros, son reveladores de la existencia de desequilibrios profundos en la "macroeconomía" y en las finanzas del sistema global. Es oportuno recordar sus orígenes.
La globalización financiera desregulada y su epílogoLos activos de toda índole que constituyen el mundo del dinero (acciones, títulos, depósitos, seguros, opciones, derivados, etcétera), crecen a una velocidad mucho mayor que la de la producción, la inversión y el comercio internacional. En los mercados de un extremo a otro del planeta, desde Tokio hasta Nueva York, las 24 horas del día, siete días a la semana, los operadores especulan sobre tasas de interés, cotizaciones, paridades cambiarias.
Del consenso de Washington al consenso desarrollistaEn las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias Organizadas por el Banco Central, se pasó revista al impacto de la crisis internacional sobre la conducción de los bancos centrales y, en un sentido más amplio, a la estrategia de desarrollo de los países emergentes en la globalización del orden mundial. La conclusión principal es que la crisis y las tendencias recientes del orden mundial han puesto fin al Consenso de Washington. Es decir, al paradigma neoliberal que fundamentó las políticas que desencadenaron la crisis como, anticipadamente, sucedió en la Argentina en la debacle del 2001/02.
En la nota anterior destaqué que el G 20, en su última reunión, en Toronto, ratificó su incapacidad de adoptar respuestas globales a los problemas globales y que, por lo tanto, cada país tiene que hacerse cargo de resolver los problemas que le plantea la actual crisis internacional. Dicho en otros términos, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de su capacidad de respuestas a los desafíos planteados. La conclusión no es nueva y viene de antes. De hecho, frente a conmociones anteriores, como la del "tequila" o la asiática, en la década del 90, la situación era exactamente la misma. Los "remedios" internacionales eran inexistentes y los consejos contraproducentes y, en definitiva, cada uno tenía que buscar, bien o mal, su propio camino. Varios países emergentes, incluida la Argentina, aprendieron la lección. Cuando, a fines del 2007, estallo la crisis global, reavivada ahora por los problemas de la Unión Europea, estaban mejor preparados y resistieron el impacto. Ahora tienen que seguir exactamente en el mismo rumbo: consolidar la gobernabilidad, la solvencia en las finanzas públicas, el superavit en el balance de pagos en cuenta corriente y la regulación de los capitales especulativos.
De todos modos, es necesario no perder de vista las posibles soluciones globales a los problemas globales y advertir, en los foros internacionales, los caminos posibles que, hasta ahora, los países centrales del sistema son incapaces de encontrar. En tal sentido, en la nota anterior hice referencia al "efecto" China, el ajuste en las mayores economías y las necesarias reformas a la regulación del comercio y las finanzas internacionales. Las siguientes cuestiones también integran la agenda económica internacional.
Las asimetrías en el orden global . Existen países, dispersos en toda la geografía del planeta, con recursos materiales y capacidad de gestionar el conocimiento, insuficientes para resolver su atraso histórico. Esta debilidad, fue multiplicando la distancia que los separa de las economías avanzadas y de las actualmente emergentes. Esta es la causa principal de las amenazas a la paz y la seguridad internacionales y un caldo de cultivo para el terrorismo, el narcotráfico, el comercio de armamentos y otras calamidades. Será imposible alcanzar un orden internacional seguro y estable sin resolver los problemas de esos países que abarcan a alrededor del 25% de la humanidad e incluyen, en la actualidad, las zonas de mayor violencia. Estos países se caracterizan por las condiciones de pobreza extrema, la débil capacidad de gestionar el conocimiento (que Helio Jaguaribe denomina "insuficiencia instrumental") y una escasez crónica de ahorro y divisas. Sus problemas han sido objeto de innumerables pronunciamientos de las Naciones Unidas y múltiples programas de ayuda que, en conjunto, siempre fueron incapaces para resolver los desafíos planteados y, a menudo, más favorables a los donantes que a los destinatarios. Un nuevo orden mundial reclama una acción conjunta de la comunidad internacional y una transferencia suficiente de recursos y asistencia científica y técnica, para impulsar el desarrollo económico y social de esos países. Las cifras involucradas son una ínfima proporción de los recursos comprometidos, al nivel global, para otros fines, como, en la crisis actual, para rescatar a los bancos y a los especuladores financieros. Programas de esta naturaleza, introducirían una inyección de demanda a la economía global que facilitaría, en parte, el ajuste en los países superavitarios, derivado del necesario equilibrio en los pagos internacionales de los Estados Unidos.
La arquitectura monetaria internacional. El equilibrio de los pagos de la economía norteamericana provocaría la desaparición de su rol como principal fuente de creación de liquidez internacional, situación contemplada, en la década de 1970, con la creación de los derechos especiales de giro (DEG) en el FMI. Desde entonces, el crecimiento descontrolado de la liquidez impulsado por los excedentes de los países exportadores de petróleo y, sobre todo, el aumento del déficit de los Estados Unidos, consolidó el predominio de la especulación y la globalización financiera. El dólar mantuvo así su rol de patrón monetario del sistema internacional, vale decir, principal moneda de referencia de las transacciones internacionales y de las reservas monetarias del resto del mundo. Las nuevas circunstancias derivadas de la crisis actual y la emergencia de nuevos actores en el escenario internacional, particularmente China y otras naciones emergentes de Asia, probablemente modificarán el papel del dólar como patrón monetario internacional y demandará la creación de nuevas fuentes de liquidez para abastecer el aumento de la demanda de dinero del sistema global, fondear programas para enfrentar situaciones de emergencia y, como sería deseable, proporcionar recursos para el financiamiento del despegue de los países actualmente menos desarrollados.
Los problemas de la Unión Europea . El peso de la Unión en la economía global reclama la resolución de su crisis actual. La creación del euro y el Banco Central Europeo fueron pasos fundamentales en el proceso de integración pero, dejaron, a nivel nacional, instrumentos claves de la política económica como la fiscal y sometieron, a las mismas reglas, a países muy distintos por sus niveles de desarrollo y potencial de recursos, por ejemplo, Grecia y Alemania. La Unión enfrenta el desafío de avanzar a la integración plena de las políticas nacionales con la comunitaria o crear, bajo, el liderazgo de las mayores economías, esquemas de contención de los países vulnerables que les permitan recuperar, sin tensiones internas extremas, los equilibrios perdidos. La crisis de la Unión refleja sus problemas internos, pero también, la subsistencia de un sistema financiero especulativo que multiplica los ataques contra los puntos vulnerables del sistema y aumenta la incertidumbre. Cuando estalló la crisis del sistema financiero global, los países miembros de la Unión, como los Estados Unidos, aplicaron inmensos recursos para rescatar a los bancos y los especuladores y evitar el desplome de la actividad y económica y el empleo. El desequilibrio fiscal aumentó estrepitosamente pasando de posiciones razonables de equilibrio a déficit del orden del 10% del PBI. Esto aumentó la incertidumbre y las oportunidades especulativas, agravando las tensiones del sistema y comprometiendo la viabilidad del euro, como moneda común. Sin embargo, actualmente, la respuesta de la Unión es tratar de recuperar la "confianza" de los mercados a través de la fuerte contracción del gasto, incluyendo las prestaciones sociales, para reducir el déficit. La experiencia revela que esta estrategia agrava y no resuelve los desequilibrios existentes.
Perspectivas . En los plazos previsibles, no cabe esperar acuerdos globales de vasto alcance para resolver los problemas actuales del sistema global. Sin embargo, a diferencia de la década de 1930, cuando la crisis desató las políticas de "sálvese quien pueda" y la desorganización del orden económico mundial, en la actualidad, la interdependencia entre las grandes economías, es tan profunda, que es inconcebible un epílogo semejante. En ese escenario, no cabe esperar cambios en la normativa de las finanzas y el comercio internacionales, a la altura de los desafíos planteados. Probablemente, continuarán lo retoques y modificaciones parciales postergando, para más adelante, acciones más profundas. En el sector financiero, es posible un cierto ajuste regulatorio sin erradicar la naturaleza especulativa del sistema. Nada, en gran escala, cabe esperar de la cooperación internacional para resolver la insuficiencia de recursos de los países rezagados e impulsar su desarrollo.
La mayor incógnita radica en la profundidad del ajuste en las mayores economías. Si China no logra dinamizar suficientemente su absorción interna, via el aumento del consumo, seguramente agregará tensiones al comercio internacional con la ventaja competitiva que le confiere la combinación de bajos salarios y creciente densidad tecnológíca, fortalecida por la administración del tipo de cambio y su poder financiero. La magnitud del ajuste en los Estados Unidos, impactará en las economías superavitarias, que cierran la brecha abierta, por su exceso de ahorro, con su superávit en el mercado norteamericano. Desplazar el dinamismo de la demanda agregada de las exportaciones al consumo interno y la inversión, es el desafío de Alemania y Japón. Pero esto implica la sustitución del paradigma neoliberal dominante por la prioridad del pleno empleo y la redistribución del ingreso, no previsible, al menos por ahora. Más bien todo lo contrario, como revela la estrategia ortodoxa de ajuste asumida en la Unión Europea frente a la crisis de los países vulnerables de la Unión, del régimen comunitario y del euro.
Para el resto del mundo, que incluye a la América Latina y países emergentes en otras regiones, las señales de estas tendencias de la economía mundial son claras. Es indispensable movilizar los recursos internos, mantener la "casa en orden", bajos y manejables niveles de deuda y la mayor libertad de maniobra en la gestión de la política económica, a través de sólidos equilibrios macroeconómicos. Solo en ese escenario es posible desplegar las políticas nacionales de desarrollo económica y social y profundizar la integración de los países que comparten un espacio, como los del Mercosur.
En la resolución global de los problemas globales, la influencia de nuestros países de América Latina es marginal. En otros términos, contamos con muy baja capacidad de cambiar el mundo pero, en cambio, tenemos una capacidad decisiva para resolver como estamos en ese mundo. La evidencia es también concluyente en el sentido que, en un orden global administrado por las grandes economías,. existe el espacio necesario para el despliegue de políticas de desarrollo de los países periféricos, dependiendo de la mayor o menor fortaleza de la densidad nacional de cada uno de ellos. Así debe entenderse el éxito de las naciones emergentes de Asia en las últimas décadas y, en la actual y primera del siglo XXI, la propia experiencia de la recuperación argentina a contrapelo del paradigma neoliberal y de lo que Prebisch llamaba el "pensamiento céntrico".

Cada país tiene la globalización que se merece (Primera parte)

Por Aldo Ferrer contacto@miradasalsur.com

La cumbre del G-20 confirmó que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales. (BLOOMBERG)Otras notasSalarios y productividad Los actuales desequilibrios de la economía mundial culminaron en el descalabro financiero iniciado a fines del 2007 y, en los últimos meses, la crisis en varios países de la Unión Europea y en el régimen comunitario. En notas anteriores, exploré la naturaleza de estos problemas y las relaciones entre los desequilibrios de las principales economías, la desregulación financiera y el predominio de la especulación en las transacciones monetarias internacionales. En un estudio reciente (Global economic prospects: the recession may be over but what next? South Centre.
El “efecto China” y la ArgentinaSuele denominarse "efecto" a las consecuencias de un acontecimiento sobre la realidad económica. El surgimiento de China, como un protagonista de primer orden en el sistema internacional, es un "acontecimiento" de vasto alcance. ¿Cuál es su "efecto"?
Cada país tiene la globalización que se merece (Segunda parte)En la nota anterior destaqué que el G 20, en su última reunión, en Toronto, ratificó su incapacidad de adoptar respuestas globales a los problemas globales y que, por lo tanto, cada país tiene que hacerse cargo de resolver los problemas que le plantea la actual crisis internacional. Dicho en otros términos, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de su capacidad de respuestas a los desafíos planteados. La conclusión no es nueva y viene de antes.
Los orígenes del desorden financiero internacionalLos problemas actuales en la Zona Euro, las dificultades de España y Grecia, los ataques especulativos contra divisas y activos financieros, son reveladores de la existencia de desequilibrios profundos en la "macroeconomía" y en las finanzas del sistema global. Es oportuno recordar sus orígenes.
La globalización financiera desregulada y su epílogoLos activos de toda índole que constituyen el mundo del dinero (acciones, títulos, depósitos, seguros, opciones, derivados, etcétera), crecen a una velocidad mucho mayor que la de la producción, la inversión y el comercio internacional. En los mercados de un extremo a otro del planeta, desde Tokio hasta Nueva York, las 24 horas del día, siete días a la semana, los operadores especulan sobre tasas de interés, cotizaciones, paridades cambiarias.
Del consenso de Washington al consenso desarrollistaEn las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias Organizadas por el Banco Central, se pasó revista al impacto de la crisis internacional sobre la conducción de los bancos centrales y, en un sentido más amplio, a la estrategia de desarrollo de los países emergentes en la globalización del orden mundial. La conclusión principal es que la crisis y las tendencias recientes del orden mundial han puesto fin al Consenso de Washington. Es decir, al paradigma neoliberal que fundamentó las políticas que desencadenaron la crisis como, anticipadamente, sucedió en la Argentina en la debacle del 2001/02.
La reciente reunión del G 20 en Toronto confirmó lo que ya sabíamos. Vale decir, que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales y que, en definitiva, cada país tiene que asumir la responsabilidad de resolver sus propios problemas. Todos están afectados por el comportamiento del sistema global, por ejemplo la crisis financiera, pero la suerte de cada uno depende de su capacidad para responder a los desafíos. En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la presidenta argentina. Nuestra crisis del 2001/02 fue el epílogo de la subordinación incondicional a las fuerzas descontroladas de la globalización y, la recuperación posterior, el resultado de haber reasumido el comando de nuestra realidad, poniendo la casa en orden y al país de pie sobre sus propios medios. El G-20 acaba de reconocer que éste es el único camino correcto porque, al fin y al cabo, cada país tiene la globalización que se merece. En cualquier caso, la agenda del G-20 y de la cooperación internacional sigue abierta y conviene repasar sus cuestiones principales.
El siglo XXI se inauguró con una conmoción profunda de las relaciones económicas y financieras internacionales. Los hechos determinantes son principalmente dos. Por una parte, el surgimiento en las últimas décadas, en el espacio Asia Pacífico, de un nuevo centro de gravitación que comparte la hegemonía que ejercieron, en los últimos cinco siglos, las naciones avanzadas, del Atlántico Norte. Por la otra, la inviabilidad de las reglas bajo las cuales funcionó el orden global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, particularmente a partir del predominio, en las últimas tres décadas, de la ideología neoliberal y la especulación financiera.
En el actual escenario de incertidumbre, es improbable la resolución de las amenazas a la paz, la seguridad y el medio ambiente, que afectan a todo el género humano. Parece también improbable el reinicio de una fase prolongada de crecimiento de la economía mundial y mejora generalizada de las condiciones de vida, sin resolver las cuestiones críticas planteadas en la etapa actual de la globalización. Esas cuestiones pueden resumirse en los siguientes puntos que integran la agenda económica internacional:
El “efecto” China. El creciente protagonismo de China y las otras naciones emergentes de Asía, al orden global, implica la incorporación al mercado mundial, como consumidores y productores, de centenares de millones de seres humanos. Este proceso provoca un cambio profundo en la dinámica del sistema internacional, que denominaré el “efecto” China.
Por una parte, provoca la ampliación de la demanda de alimentos y materias primas, lo cual se refleja en el aumento de los precios de los commodities y la valorización de los recursos naturales. Por la otra, la incorporación a las cadenas de valor transnacionales, de mano de obra de muy bajos salarios, lo cual debilita la demanda de empleo en las economías industriales avanzadas y la capacidad negociadora de los sindicatos. Este proceso tiene particular importancia en áreas productivas intensivas en tecnología, en las cuales las economías industriales maduras tuvieron tradicionalmente una posición dominante. En efecto, China y otras naciones emergentes de Asia tienen una participación creciente en las cadenas de valor y la oferta de bienes complejos, desde las correspondientes al complejo informático-comunicacional hasta los bienes de capital.
En las economías industriales avanzadas, el “efecto” China influye en la distribución del ingreso, a través de la disminución de la participación de los trabajadores en el ingreso y el consecuente debilitamiento del consumo en la demanda agregada. Contribuye, también, al desequilibrio en los pagos internacionales que caracteriza a las mayores economías. En las economías emergentes en otras partes del mundo, como América latina, la oferta de manufacturas crecientemente complejas en sectores de vanguardia genera una competencia de bajos precios que afecta el propio desarrollo y transformación productiva de esos países. En consecuencia, desde la perspectiva de estas economías “de la periferia”, el “efecto” China proporciona, por una parte, el impulso de la valorización de su producción primaria y, por la otra, la amenaza contra su propio desarrollo y transformación industrial.
La extraordinaria acumulación de reservas internacionales en China y otras naciones emergentes de Asia influye, asimismo, en la esfera financiera global. En las economías industriales maduras del Atlántico Norte, predomina el desenfreno especulativo y la desregulación de los movimientos de capitales. En cambio, en la Cuenca Asia Pacífico, particularmente China, la influencia de las políticas públicas en el comportamiento del sector financiero es mucho mayor y su potencial de recursos está más orientado a servir los objetivos de la estrategia de desarrollo y proyección internacional. En consecuencia, desde la perspectiva de las economías emergentes, como las de América latina, debe administrarse, con mucho cuidado, la presencia del poder financiero asiático en las propias realidades internas. Esa presencia constituye una fuente potencial de desarrollo y cooperación, pero genera un riesgo de subordinación, en cuyo caso se repetiría la historia del subdesarrollo y la dependencia de América latina y países de otras regiones.
El ajuste en Estados Unidos, Alemania, Japón y China. Estos países enfrentan la resolución de sus dilemas internos de ajuste. Para impulsar el crecimiento y eliminar los desequilibrios en sus pagos internacionales, todos ellos requieren erradicar la brecha productividad/salarios, es decir, la prolongada pérdida de participación de los asalariados en la distribución del ingreso. Ha dejado de ser viable la inyección de demanda vía el deficit de los Estados Unidos y, como contrapartida, su expansión del gasto a través de la colocación de las reservas de los países superavitarios en la compra de títulos del Tesoro y colocaciones en el sistema financiero norteamericano. Esto reclama un cambio profundo en la estrategia económica de las mayores economías, con énfasis en el pleno empleo, la participación de los trabajadores de los aumentos de productividad y políticas de estabilización fundadas en la administración de la demanda agregada y las políticas de ingresos.
Los Estados Unidos confrontan el equilibrio de sus pagos internacionales y la eliminación del diferencial entre gastos e ingresos, aumentando el ahorro interno. Japón y Alemania reactivan la demanda interna de consumo e inversión y reducen su dependencia de las exportaciones. A su vez, China no puede seguir descansando en el aumento de la inversión para compensar su subconsumo y el eventual debilitamiento de su impulso exportador. Al desaparecer el déficit de pagos de los Estados Unidos, como “solución” a la insuficiencia de absorción de los recursos propios en las economías industriales y emergentes superavitarias, se trastoca el comportamiento de la economía internacional que ha predominado en las últimas décadas.
El sector financiero y las normas del comercio internacional. La desregulación de la actividad financiera ha demostrado ser incompatible con el comportamiento ordenado de las relaciones económicas internacionales y un obstáculo fundamental al crecimiento. La regulación de los mercados financieros y la represión de sus excesos especulativos son condiciones necesarias de un sistema financiero global suficientemente estable y predecible. La reducción de las ganancias del sector financiero es también condición necesaria para viabilizar políticas de pleno empleo, estabilidad de precios y eliminación de la brecha salarios/productividad, preservando en las mayores economías los márgenes de beneficios en las actividades productoras de bienes y servicios no financieros. La tasa Tobin y otros tributos en consideración en el G-20 son indispensables para reducir las ganancias del sistema financiero a niveles compatibles con el comportamiento ordenado del sistema global.
El funcionamiento ordenado del sistema internacional requiere fortalecer la capacidad de maniobra de los países para regular el impacto de la globalización sobre las situaciones nacionales. La expansión del comercio internacional beneficia a todas las partes. Sin embargo, los desequilibrios que provoca la globalización desregulada pueden culminar, como en la década de 1930, en el proteccionismo generalizado. Se trata de introducir normas razonables de comercio administrado, en la normativa de la Organización Mundial de Comercio, que contemplen los problemas de las mayores economías y de los países en desarrollo y viabilicen el libre comercio, en condiciones de estabilidad y equidad del sistema global.
En la segunda parte de esta nota, observaremos las asimetrías del desarrollo y el bienestar en el orden global, las reformas del sistema monetario internacional y los problemas de la Unión Europea.
* Director editorial de Buenos Aires Económico

El “efecto China” y la Argentina

Aldo Ferrer contacto@miradasalsur.com

La presidenta Cristina Fernández cumplió finalmente su visita a China y pidió dessojizar la relación con el gigante asiático. (TELAM)Otras notasCada país tiene la globalización que se merece (Primera parte)La reciente reunión del G 20 en Toronto confirmó lo que ya sabíamos. Vale decir, que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales y que, en definitiva, cada país tiene que asumir la responsabilidad de resolver sus propios problemas. Todos están afectados por el comportamiento del sistema global, por ejemplo la crisis financiera, pero la suerte de cada uno depende de su capacidad para responder a los desafíos. En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la presidenta argentina.
Salarios y productividad Los actuales desequilibrios de la economía mundial culminaron en el descalabro financiero iniciado a fines del 2007 y, en los últimos meses, la crisis en varios países de la Unión Europea y en el régimen comunitario. En notas anteriores, exploré la naturaleza de estos problemas y las relaciones entre los desequilibrios de las principales economías, la desregulación financiera y el predominio de la especulación en las transacciones monetarias internacionales. En un estudio reciente (Global economic prospects: the recession may be over but what next? South Centre.
Cada país tiene la globalización que se merece (Segunda parte)En la nota anterior destaqué que el G 20, en su última reunión, en Toronto, ratificó su incapacidad de adoptar respuestas globales a los problemas globales y que, por lo tanto, cada país tiene que hacerse cargo de resolver los problemas que le plantea la actual crisis internacional. Dicho en otros términos, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de su capacidad de respuestas a los desafíos planteados. La conclusión no es nueva y viene de antes.
Los orígenes del desorden financiero internacionalLos problemas actuales en la Zona Euro, las dificultades de España y Grecia, los ataques especulativos contra divisas y activos financieros, son reveladores de la existencia de desequilibrios profundos en la "macroeconomía" y en las finanzas del sistema global. Es oportuno recordar sus orígenes.
Del consenso de Washington al consenso desarrollistaEn las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias Organizadas por el Banco Central, se pasó revista al impacto de la crisis internacional sobre la conducción de los bancos centrales y, en un sentido más amplio, a la estrategia de desarrollo de los países emergentes en la globalización del orden mundial. La conclusión principal es que la crisis y las tendencias recientes del orden mundial han puesto fin al Consenso de Washington. Es decir, al paradigma neoliberal que fundamentó las políticas que desencadenaron la crisis como, anticipadamente, sucedió en la Argentina en la debacle del 2001/02.
La globalización financiera desregulada y su epílogoLos activos de toda índole que constituyen el mundo del dinero (acciones, títulos, depósitos, seguros, opciones, derivados, etcétera), crecen a una velocidad mucho mayor que la de la producción, la inversión y el comercio internacional. En los mercados de un extremo a otro del planeta, desde Tokio hasta Nueva York, las 24 horas del día, siete días a la semana, los operadores especulan sobre tasas de interés, cotizaciones, paridades cambiarias.
Suele denominarse "efecto" a las consecuencias de un acontecimiento sobre la realidad económica. El surgimiento de China, como un protagonista de primer orden en el sistema internacional, es un "acontecimiento" de vasto alcance. ¿Cuál es su "efecto"?
Mucho mayor que el que revela el peso creciente del país en el orden económico mundial. En la última década del siglo Siglo XV, desembarcaron, Colón en el Nuevo Mundo y Vasco Da Gama en la India. En ese entonces, China era, todavía, el país más poblado y poderoso del planeta. Su civilización era tanto o más avanzada que la de los pueblos cristianos de Europa Occidental. A partir de entones, mientras en Europa se producía una revolución política, económica y cultural que inaugura la modernidad, China entró en un largo proceso de letargo y, finalmente, de subordinación a las potencias dominantes de Europa y, por último, de Estados Unidos y Japón.
En ese largo período de cinco siglos, las naciones avanzadas de Europa y su vástago mayor, los Estados Unidos, ejercieron el monopolio de la ciencia y la tecnología y, consecuentemente, el dominio de la industria y de las redes de la globalización. En ese escenario, China descendió incesantemente en el orden mundial. En 1500, su ingreso per capita era semejante al de los países más avanzados de Europa. A mediados del siglo XX representaba menos del 10 %.
Desde las últimas décadas del siglo pasado, la incorporación masiva de la ciencia y la tecnología en el sistema económico y social de China, está transformando el país y su posición en el orden mundial. Su creciente protagonismo en las producciones manufactureras de frontera, pone fin al monopolio ejercido, sobre la tecnología y la industria, por las economías avanzadas de Occidente. El surgimiento de nuevas economías avanzadas en Oriente, se inició con el despegue inicial del Japón y, luego, de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur). Pero ese conjunto de países representa el 5% de la población mundial. Es recién con la emergencia de China y, también, de India, ambos constituyen el 40% de aquella, que la Cuenca Asia Pacífico surge como un polo de desarrollo competitivo del Atlántico Norte.
Un primer "efecto" China es, por lo tanto, un nuevo reparto del poder con todas sus consecuencias en la organización y dinámica del sistema internacional. A partir de allí, se produce una catarata de otros efectos. Entre ellos, los siguientes:
Valorización de la producción primaria. La incorporación de centenares de millones de seres humanos a la producción vinculada a la economía mundial, aumenta la demanda de alimentos y materias primas, eleva sus precios y, por lo tanto, valoriza los recursos naturales.
Redistribución del ingreso. El empleo masivo de mano de obra de bajos salarios en las cadenas de valor transnacionales, debilita la capacidad negociadora de los sindicatos en los países avanzados y, consecuentemente, deprime la a participación de los salarios en la distribución del ingreso y aumenta la correspondiente a las ganancias. Estos hechos deprimen el consumo, impulsan el sostenimiento de la demanda agregada por otras vías (el crédito en los Estados Unidos y las exportaciones en Alemania y Japón) y promueven desequilibrios en el sistema global.
Reservas financieras. el superávit en los pagos internacionales de China ha permitido la acumulación de reservas, en su Banco Central, por 2.5 billones de dólares, equivalentes a casi el 50% de las reservas internacionales del resto del mundo. Gran parte de las reservas chinas se han invertido en financiar el deficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y la expansión crediticia en ese país. El sistema financiero occidental funciona como un gran casino y autonomía respecto de la economía real y de las políticas públicas en marcos desregulados. Por el contario, en China, el poder financiero es un instrumento fundamental de las políticas públicas y de la promoción de sus intereses nacionales en el orden global.
Estos tres "efectos" forman parte de los desequilibrios macroeconómicos del sistema global, caracterizados por el deficit de los pagos externos de los Estados Unidos y el superávit de Alemania, Japón y China, la expansión de la liquidez internacional y la especulación en los mercados financieros internacionales. Este régimen es el que acaba de colapsar con la crisis inaugurada, a fines del 2007, en el mercado de préstamos hipotecarios en los Estados Unidos y el posterior derrumbe de los mayores intermediarios en los mercados globales. En las últimas décadas, las políticas económicas prevalecientes en las mayores economías avanzadas han revelado ser incapaces de organizar un sistema ordenado y estable de relaciones internacionales, impedir los desbordes especulativos de los mercados financieros y de acomodar el nuevo protagonismo de China y las economías emergentes de Asía. Las respuestas, a la crisis global, dadas hasta ahora, en el seno del G 20 y en el grupo mas reducido de las mayores economías del mundo, no alcanzan para resolver los problemas planteados.
La evolución de la economía global en el futuro cercano dependerá de la capacidad de China de dinamizar suficientemente su absorción interna, vía el aumento del consumo y no predominantemente, como hasta ahora, por las inversiones. De la de los Estados Unidos, de cerrar la brecha abierta por su insuficiencia de ahorro y el deficit de sus pagos internacionales. De las de Alemania y Japón, de expandir la demanda agregada vía el consumo interno y la inversión y no, como hasta ahora, las exportaciones. En las economías avanzadas, estos cambios de rumbo implican la sustitución del paradigma neoliberal dominante por la prioridad del pleno empleo y la redistribución del ingreso, no previsible, al menos por ahora. Más bien todo lo contrario, como revela la estrategia ortodoxa de ajuste asumida en la Unión Europea frente a la crisis de los países vulnerables de la Unión, del régimen comunitario y del euro.
Mientras las mayores economías del mundo y sus estados buscan respuestas al "efecto" China y los desequilibrios globales, en la periferia tenemos que encontrar nuestras propias respuestas. De allí la importancia de la reciente visita de la Presidenta argentina a China y el debate de la cuestión en nuestro país. Porque el "efecto" China nos confronta con una oportunidad y un desafío. La oportunidad consiste en la valorización de los recursos naturales y la expansión del mercado mundial para nuestra oferta de alimentos y productos primarios. El desafío, en evitar reducir la relación bilateral dentro del modelo centro periferia. Es decir, el intercambio de productos primarios argentinos por manufacturas y capitales chinos. En tal sentido, fue oportuna la observación de la Presidenta de que la relación bilateral debe ser entre socios y no clientes. Ya se sabe, desde siempre: la relación entre socios solo puede darse entre economías nacionales plenamente desarrolladas. Por lo tanto, en la Argentina como en China, es indispensable la integración nacional de las cadenas de valor, la formación de estructuras productivas diversificadas y complejas capaces de gestionar el conocimiento y establecer relaciones simétricas no subordinadas con el resto del mundo.
Para tales fines, con realismo y con firmeza, Argentina debe administrar su comercio con China y la eventual recepción de inversiones de ese orígen, en el marco de la expansión equilibrada del valor agregado de las respectivas exportaciones y la orientación, de las corrientes financieras, con los mismos fines. Sería fatal que, en las condiciones de estos inicios del Siglo XXI en el orden mundial y en nuestro país, repitiéramos la experiencia de los pactos Roca Runciman de la década de 1930. Vale decir, ceder autonomía de la política económica a cambio de mercados para nuestra producción primaria. Esta tiene espacio en China y en el resto de Asia y de los mercados internacionales. Simultáneamente, la industria argentina debe empinarse sobre el mercado interno de su inmenso espacio territorial y su proyección al resto del mundo. Si hacemos las cosas bien, el "efecto" China es un aliado potencial del desarrollo argentino y seremos efectivamente socios no clientes.

El país suma protagonismo internacional al ser designado presidente del G-77

Por Roberto Montoya politica@miradasalsur.com

La presidenta Cristina Kirchner adelantó que se esforzará por establecer nexos sólidos entre los países emergentes y en vías de desarrollo, con los países desarrollados. (BLOOMBERG)Otras notasCristina celebró el elogio “Muy orgullosa” dijo sentirse la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por la referencia que el presidente estadounidense, Barack Obama, hizo de la labor de las Madres de Plaza de Mayo en ocasión de su discurso ante la asamblea de Naciones Unidas. Así se lo hizo saber al mandatario norteamericano, según informó en declaraciones a la prensa al comentar el almuerzo que mantuvo en la sede de la ONU, durante el cual compartió la mesa con el presidente de los Estados Unidos.
De Washington a la CancilleríaEl viernes, pasadas las 10 de la mañana, el canciller Jorge Taiana le presentó su renuncia “indeclinable”, a la presidenta Cristina Fernández al cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, luego de que mantuvieran una conversación telefónica a primera hora. En su lugar fue designado el embajador en Estados Unidos, Héctor Timerman.
“Exportaremos tecnología medicinal”El Canciller Héctor Timerman realizó un balance de la primera gira diplomática de peso protagonizada por la nueva conducción del Palacio San Martín apenas arribado ayer al Aeroparque Metropolitano. El avión presidencial Tango 01 tocó la pista luego de un viaje maratónico desde China que debió realizar tres escalas previas para reabastecer combustible en Moscú, Madrid y Natal y el efecto jet lag pesaba como el acero sobre los ojos de la primera línea de la Casa Rosada.
Un gigante asiático contra la pobrezaPor decreto de necesidad y urgencia la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió que todo economista argentino que haya cursado en las universidades de Harvard o Chicago debe hacer un curso equivalente en una universidad china, para ejercer o publicar opiniones en suelo argentino. La decisión se tomó al ver cómo la economía del país asiático afrontó tanto la crisis financiera más importante de la historia 2009-2010, como la lucha contra la pobreza.
Cada país tiene la globalización que se merece (Primera parte)La reciente reunión del G 20 en Toronto confirmó lo que ya sabíamos. Vale decir, que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales y que, en definitiva, cada país tiene que asumir la responsabilidad de resolver sus propios problemas. Todos están afectados por el comportamiento del sistema global, por ejemplo la crisis financiera, pero la suerte de cada uno depende de su capacidad para responder a los desafíos. En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la presidenta argentina.
El “efecto China” y la ArgentinaSuele denominarse "efecto" a las consecuencias de un acontecimiento sobre la realidad económica. El surgimiento de China, como un protagonista de primer orden en el sistema internacional, es un "acontecimiento" de vasto alcance. ¿Cuál es su "efecto"?
Misión de la Presidenta en la ciudad de Nueva York. Tras participar de la Asamblea General de la ONU, Cristina Kirchner recibirá el martes el encargo oficial de presidir el año próximo, por primera vez, el organismo que agrupa a 130 países emergentes y a China. La Presidenta argentina ha entrado por la puerta grande a Nueva York durante estos días. El jueves, cuando el presidente Barack Obama, inauguró la 65º Asamblea General de la Organización de la Naciones Unidas (ONU), Cristina Fernández de Kirchner se emocionó al escuchar sorprendida que el mandatario estadounidense hacía un reconocimiento formal de la lucha llevada a cabo por las Madres de Plaza de Mayo, cuya batalla comparó con la de los sudafricanos contra el apartheid. Después, compartió la mesa con él y, al día siguiente, dio su discurso ante los jefes de Gobierno de los 192 países representados en Naciones Unidas. La coronación de este viaje a Nueva York tendrá lugar este martes 28, cuando reciba oficialmente el encargo de presidir, desde el 1º de enero de 2011, el Grupo de los 77.
Creado en el seno de la ONU, en 1964, el G-77 está compuesto por 130 países en vías de desarrollo de las zonas geográficas más dispares del mundo, a los que se suma China. En total, representan a las dos terceras partes de los miembros de la ONU y al 80 por ciento de la población mundial. El objetivo de este organismo es que sus miembros puedan apoyarse mutuamente ante problemas comunes que los afectan y sobre los cuales se toman decisiones en Naciones Unidas.
Hace más de dos décadas, el G-77 + China llegó a un acuerdo para establecer entre sus integrantes un tratamiento preferencial sobre temas tales como concesiones arancelarias y productos agrícolas e industriales. Con sedes tanto en Nueva York, como en Ginebra, París, Viena y Roma, también coordina programas de cooperación comercial en agricultura, energía, alimentación y finanzas, que son posteriormente implementados por los llamados Comités de Acción.
En mayo pasado, por ejemplo, el presidente boliviano, Evo Morales, presentó en la ONU ante el G-77 + China las conclusiones sobre biodiversidad de la Primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra, que había tenido lugar en abril en Cochabamba, Bolivia, y de la que participaron representaciones de 140 países. Ante ese auditorio, Morales recordó que las 130 naciones miembros del G-77+China son las que menos contaminan el planeta pero que, sin embargo, son las más afectados por el calentamiento global, por lo que abogó por un mayor esfuerzo entre los Estados miembros para llevar posturas comunes dentro de Naciones Unidas.
También en el G-20. Cristina Kirchner adelantó en Nueva York que la Argentina se esforzará por establecer nexos sólidos entre los países emergentes y en vías de desarrollo, con los países desarrollados, aprovechando que es la primera vez que al frente del G-77 se nombra a la jefa de un Estado que es miembro, a su vez, del G-20. En este último organismo convergen los siete países más industrializados del mundo y Rusia (G-8), la Unión Europea como bloque, y 11 países emergentes recientemente industrializados. Argentina es uno de ellos, junto a Brasil, México, Australia, Arabia Saudí, China, India, Indonesia, República de Corea, Sudáfrica y Turquía.
Desde 2009, el G-20 le ha arrebatado al G-8 el protagonismo en los debates sobre los grandes lineamientos de la economía mundial. Ese hecho y el que la Presidenta argentina haya sido elegida para presidir el G-77 durante 2011, sitúa a nuestro país en ámbitos claves donde se están decidiendo las políticas económicas, financieras y comerciales en el orden mundial.
Al anunciar algunas de sus futuras acciones al frente del G-77, Fernández de Kirchner afirmó: “Intentaremos explicar la experiencia pionera que hemos tenido en materia de reservas del Banco Central, en un momento en que en el mundo se está discutiendo qué roles deben cumplir esos fondos”.
Por su parte, el canciller argentino, Héctor Timerman, le anunció al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, que la Argentina llevará a la próxima cumbre del G-20 en noviembre, en Seúl, la capital de Corea del Sur, “la voz de los países de la región”.
En cuanto al tema de la seguridad nuclear, Timerman recordó que Obama ha propuesto que Buenos Aires sea la sede de la próxima cumbre de expertos sobre el tema, en diciembre próximo.
En su diálogo con el secretario general de la ONU, el canciller volvió a denunciar las preocupantes actividades hidrocarburíferas que lleva a cabo el Reino Unido en las islas Malvinas, a las que calificó de “unilaterales e ilegales”. Según informó, obtuvo el compromiso de Ban Ki-Moon de que hará todos los esfuerzos necesarios para facilitar el diálogo entre Buenos Aires y Londres.
En paralelo a las actividades de Cristina Fernández y el canciller en Nueva York, Néstor Kirchner también desarrolló durante estos días su propia agenda en esta ciudad, en su carácter de secretario general de un organismo regional de creciente protagonismo en América Latina y el Caribe, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Tiempos de paz e integración. Por Nicolás Comini*

A un mes de los acuerdos de Santa Marta, la paz lograda entre Venezuela y Colombia revaloriza la acción de la Unasur en favor de la integración sudamericana. El comienzo de una etapa histórica.

Por Nicolás Comini*


“No era para quejarse, sin embargo, si los mismos europeos estaban dando una vez más el mal ejemplo de una guerra bárbara, cuando nosotros empezábamos a vivir en paz después de nueve guerras civiles en medio siglo, que bien contadas podían ser una sola: siempre la misma.” En el imaginario de García Márquez, colombiano de sangre, latinoamericano de alma, la todavía vacilante paz del nuevo mundo se presentaba en claro contraste con la violencia desatada desde los grandes epicentros de la cultura occidental.

En la actualidad, mientras el orbe se convierte en un escenario de crueldad, mientras la retórica política se transforma en una herramienta utilizada por grandes corporaciones, mientras aumentan las víctimas de la intolerancia y la incomprensión, mientras la industria armamentística marca el ritmo de la paz y de la guerra, Hugo Chávez y Juan Manuel Santos han logrado subordinar sus intereses personales a los de las naciones que representan, poniéndoles un freno a los rumores que promulgaban el estallido de un conflicto armado entre Colombia y Venezuela.

Así, los acuerdos de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, parecerían haber dado la oportunidad para que tanto los sectores más incrédulos como aquellos más cándidos alzasen su canto de victoria. Los primeros, augurando un pronto y seguro retorno a la posición anterior a San Pedro, una vez que el nuevo mandatario colombiano se afiance en la Casa de Nariño, y los últimos, otorgándoles a sendos gobernantes la absoluta responsabilidad del triunfo de la paz. Tal vez ambos extremos estén equivocados o, mejor aún, quizás ambos tengan cierta cuota de razón.

Al respecto, no cabe ninguna duda que frente a un contexto en donde prima la amenaza y la coacción, América del Sur ha logrado demostrarle al mundo, nuevamente, que las controversias emanadas al interior de la región son resueltas por medios pacíficos. No obstante ello, el principal error ha estado en la interpretación de aquellos que sostienen que, previo a la negociación entre Chávez y Santos, existía una amenaza de guerra tangible.

Ahora bien, si se aceptara la premisa a partir de la cual se sostiene que un desenlace armado entre Colombia y Venezuela se tornaba prácticamente inverosímil, surgiría la necesidad inmediata de responder, al menos, a tres interrogantes ¿Cómo se explican, entonces, las amenazas de uso de la fuerza militar? ¿Cuáles fueron esos factores que hicieron de dichas amenazas simples declaraciones retóricas? ¿Cómo ha evolucionado la relación bilateral desde San Pedro?

Amenazas bélicas. Antes de analizar las razones que motivaron la intensificación de los niveles de tensión entre los países vecinos del noroeste sudamericano, se hace esencial realizar una distinción conceptual entre las nociones de “Estado”, “Gobierno” y “Nación”.

En ese marco, y en pocas palabras, se considerará Estado al conjunto de instituciones a partir de las cuales se encuentra organizado un país; se hará hincapié en el Gobierno al referirse a las autoridades que controlan y dirigen, durante un período determinado de tiempo, ese Estado; por su parte, el concepto de Nación refiere a una comunidad de personas cuya historia y costumbres –tenga o no un espacio geográfico propio– producen una unidad de conciencia.

¿Por qué resulta necesaria esta distinción? Porque el conflicto entre Colombia y Venezuela no encuentra su origen al interior de las naciones que componen ambos Estados sino en gobiernos guiados por fuertes liderazgos personalistas que dirigen y controlan su accionar, con una notable preponderancia del Poder Ejecutivo por sobre el resto de las instituciones. En ese contexto, durante los años en los que Chávez y Uribe convivieron al frente de sus respectivos gobiernos, el distanciamiento entre ambos fue transversalmente estimulado por profundos desacuerdos que desembocaron en la adopción de posiciones antagónicas en política exterior, movimientos armados fuera de la ley (léase guerrilleros o paramilitares) y armamentismo.

Política Exterior. La notable incompatibilidad de los modelos de inserción política en el sistema internacional adoptado por sendos gobiernos fue uno de los principales motores de tensión bilateral. Ya en 2004 el presidente Chávez, en el documento “El nuevo mapa estratégico”, dividía ideológicamente a Sudamérica en dos: una monroista –encabezada por Colombia y alineada a las políticas “emanadas del Pentágono”– y otra bolivariana –con Venezuela al frente–.

Esta tendencia de unos hacia el alineamiento más carnal con los Estados Unidos y de otros hacia la región latinoamericana y otros actores “no alineados”, tiene sus raíces en la mutua desconfianza gubernamental. Al respecto, lo que se percibe es una clara desconfianza interelitista; es decir, mientras el establishment colombiano desconfía profundamente de Chávez, el recambio de las elites políticas y administrativas que se produjo en Venezuela desde 1999 –año en que asume el actual presidente– imprimió un claro viraje en la política exterior del país, con una profunda animadversión frente a las decisiones adoptadas por el país vecino en materia de inserción internacional.

Lo cierto es que dicha división “ideológica” tuvo, asimismo, impactos concretos: una Comunidad Andina de Naciones (CAN) fragmentada luego de la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos y el consecuente retiro por parte de Venezuela; la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la firma, en 2006, del Tratado de Cooperación de los Pueblos (TCP), y la solicitud venezolana de ingreso al Mercado Común del Sur (Mercosur). Sin embargo, en lo que respecta específicamente a la relación bilateral con Estados Unidos, ambos resultan, sin embargo, altamente dependientes. Mientras Venezuela requiere de la demanda norteamericana de petróleo y se ha esforzado por cumplir con las obligaciones de los bonos que ha emitido –una de las principales preocupaciones de Wall Street–, gran parte de las “glorias adquiridas” por Uribe en su lucha contra el narcotráfico han sido producto de la dependencia militar y policial que el país mantiene con la Casa Blanca. La diferencia se encuentra, por lo tanto, en el espectro político.

GRUPOS ARMADOS FUERA DE LA LEY. La puesta en marcha, desde 1999, del Plan Colombia selló la alianza entre Estados Unidos y Colombia en la lucha contra el narcotráfico. La implementación de dicho plan involucró a un elenco que incluía como actores principales –además de la participación norteamericana– al Estado colombiano y a grupos armados por fuera de la ley, tales como los denominados paramilitares –Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)– y guerrilleros –Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN)–.

Sin embargo, el Plan Colombia, debido a las características propias del narcotráfico, tuvo también efectos externos, principalmente en lo que se refiere a la relación con el país vecino. Las tensiones comenzaron entre Chávez y Andrés Pastrana Arango (presidente colombiano hasta 2002) y se profundizaron con la llegada de Uribe al poder.

En ese marco, los picos más álgidos de la relación bilateral estuvieron vinculados, durante los últimos años, a los efectos de este plan. Ejemplo de ello han sido los altos niveles de tensión desatados por el intercambio humanitario entre el gobierno de Colombia y las FARC; el secuestro en diciembre de 2004 del “canciller” de dicho grupo –Rodrigo Granda– en territorio venezolano que culminó con la mediación de Cuba, Brasil y Perú y con la creación de una Comisión Binacional de Alto Nivel; la “Operación Fenix”, que implicó la incursión de fuerzas militares y policiales colombianas en Ecuador y que motivó que desde el Palacio de Miraflores se suspendieran las relaciones diplomáticas con Colombia y se movilizaran tropas hacia la frontera; la reciente denuncia por parte del gobierno de Uribe ante la OEA por la supuesta presencia de miembros de las FARC y del ELN en territorio venezolano y la consecuente expulsión de la misión diplomática colombiana en Caracas.

Otro de los puntos de fricción entre los gobiernos de Chávez y Uribe estuvo vinculado a la supuesta carrera armamentística entre las partes. Mientras desde Caracas se denunciaba el fuerte incremento del poder militar y policial colombiano producido a partir del Plan Colombia –y acrecentado por los acuerdos de 2009, que permitieron ampliar la presencia militar estadounidense en bases colombianas–, desde Bogotá se ha considerado una amenaza a los grandes fondos que ha destinado Venezuela a la Defensa Nacional –verbigracia, compra de fusiles, helicópteros y aviones de patrulla y combate a Rusia o de aviones K-8 a China–.

En resumidas cuentas, la adopción de políticas opuestas a estas dichas áreas –sumado a un deterioro progresivo de los canales de diálogo– llevó a que ambos gobiernos rompieran relaciones cinco veces en los últimos cinco años.

IMPULSOS DE PAZ. Ante este escenario, uno podría asegurar que, luego del último altercado entre ambos países –desatado por la ya mencionada denuncia de Uribe ante la OEA– la amenaza de un desenlace armado se tornaba una alternativa concreta. De hecho, no faltó ni la ruptura de relaciones diplomáticas ni la movilización de tropas hacia las fronteras.

Entre los factores determinantes se destaca, en primer lugar, el contexto regional. Como lo analiza el Center for International Development and Conflict Management, durante el siglo XX, en América del Sur, de un total de sólo 16 crisis internacionales, once concluyeron sin uso de la fuerza, tres lo hicieron con enfrentamientos menores, uno con enfrentamientos mayores, y se desencadenó una sola guerra. Se trata, evidentemente, de un subcontinente donde prima la paz y ambos países están acostumbrados a la resolución pacífica y multilateral de sus controversias. Esto había quedado demostrado cuando Colombia y Venezuela tuvieron que resolver diferencias marítimas fronterizas –diferendo sobre aguas marinas y subyacentes en el Golfo de Venezuela– y cuando –aun sin relaciones diplomáticas vigentes– acordaron firmar el estatuto del Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), cuyo objetivo general es, justamente, consolidar a Sudamérica como zona de paz. En ocasión del último conflicto entre los países vecinos, la multilateralización del mismo llevó a la puesta en marcha de los mecanismos enmarcados en la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y de la fructuosa mediación de su secretario general.

Asimismo, aun cuando se intenta incorporar a la región dentro de una supuesta carrera armamentística, lo que demuestran los datos suministrados por el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) es que mientras que en 2008 se habían gastado en el mundo aproximadamente 1.226 billones de dólares estadounidenses en materia militar, Sudamérica había desembolsado 34 billones, es decir, tan sólo el 3% del total. De hecho, entre los quince países que más han gastado en cuestiones militares sólo uno es sudamericano: Brasil –en el puesto número 12–.

Por otro lado, existe un segundo factor sumamente relevante para comprender los impulsos de paz entre ambos países, este es, el de la interdependencia. Existe una mutua dependencia en términos económicos, de eso no hay dudas. Mucho se ha hablado de la importancia de los graves efectos económicos que ha producido el distanciamiento político a nivel gubernamental, razón por la cual no se ahondará en detalles. Simplemente, y a modo ilustrativo, bastará con mencionar que sólo en el pasado mes de marzo las exportaciones colombianas a Venezuela –históricamente superavitarias– descendieron un 68,9% respecto del mismo período de 2009. Mucho más relevante que la interdependencia económica es, sin embargo, la social y cultural. Es aquí donde, más allá de los conflictos que puedan suscitarse en el nivel de los gobiernos o de los Estados, se torna fundamental destacar la importancia de las naciones. Se trata de ese sentimiento de pertenencia cultural, que encuentra sus raíces en una misma historia, en un mismo origen: la Gran Colombia. Más allá de “colombianos” o “venezolanos” –con todas las particularidades que de esos términos se desprenden– y de los límites territoriales y políticos que entre ambas naciones se han edificado, ambos pueblos –y esto puede apreciarse notablemente en los espacios fronterizos– se consideran parte de un mismo colectivo. Una solución armada adoptada por alguno de los gobierno implicaría, por ejemplo, enfrentar al estado de Táchira –sudoeste venezolano– con el departamento de Norte de Santander –noreste colombiano–, aun cuando la relación entre ambas regiones es más intensa que la de cada una de ellas con sus respectivas capitales.

LUEGO DE LA TORMENTA. La cultura de paz sudamericana, junto con la multilateralización del conflicto –con la mediación de Kirchner y Unasur como principales protagonistas– enmarcada en el recambio presidencial colombiano –con Juan Manuel Santos reemplazando a Uribe– y la fuerte interdependencia entre ambos pueblos han sido los factores esenciales para contrarrestar los efectos de las divergencias ideológicas entre los gobiernos. Los mismos representan modelos de política exterior antagónicos, distintas formas de actuar frente a los grupos armados fuera de la ley y ante el incremento de los gastos militares. Así, con el fuerte apoyo de ambas naciones, los gobiernos de Colombia y Venezuela han logrado, desde los Acuerdos de San Pedro Alejandrino, reactivar sus vínculos bilaterales, rotos hasta hace menos de un mes e intermitentemente en vilo desde hace casi ocho años.

Desde el 10 de agosto se han restablecido las relaciones diplomáticas –luego del beneplácito que diera el gobierno de Chávez al embajador de Colombia en Caracas, José Fernando Bautista–; se han creado cinco comisiones –compuestas por ministros y altos funcionarios de ambos países– encargadas de articular iniciativas tendientes a impulsar la integración en las áreas diplomática, económica y comercial; se organizó una primera ronda de negocios binacional; sendos cancilleres se han reunido en Caracas y volverán a hacerlo en Maicao (Colombia) con el propósito de analizar los planes conjuntos de desarrollo de las zonas limítrofes, y se acordó el pago de una deuda de 200 millones de dólares a exportadores colombianos –deuda que se había acumulado desde julio de 2009–.

En un mundo en el que los grandes centros de poder destinan enormes capitales al desarrollo armamentístico y se embarcan en cruentas guerras libradas sobre territorios cada vez más lejanos de sus metrópolis, en Sudamérica se ha demostrado nuevamente la ineficacia de la violencia como medio para la resolución de los conflictos. Aun con la militarización de la larga y accidentada frontera, de más de 2.200 kilómetros, no se ha logrado alejar a dos pueblos hermanos que consideran que los límites geográficos no separan… unen.

* Licenciado en Relaciones Internacionales, becario de Conicet y especialista en
Defensa y Seguridad Internacional

Neoliberalismo, medios de comunicación y democracia

Por Ricardo Forster


Ricardo Forster“El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice nada más que esto: ‘Lo que aparece es bueno, lo bueno es lo que aparece’. La actitud que por principio exige es esa aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho gracias a su manera de aparecer sin réplica, gracias a su monopolio de las apariencias.” Guy Debord

En el mismo momento histórico en el que caía el Muro de Berlín y se desplomaba como un castillo de naipes el sistema soviético, cuando casi atónitos contemplamos la apertura de una época que de un modo arrollador se deshacía de imágenes, lenguajes políticos, ideologías y prácticas que habían convulsionado y apasionado durante más de un siglo a hombres y mujeres de las geografías más diversas y distantes, lo que emergió como exponente de una nueva época del mundo fue la forma neoliberal del capitalismo tardío.

Las últimas décadas del siglo XX estuvieron atravesadas por la hegemonía de un discurso que se ufanaba de haber concluido, de una vez y para siempre, con las disputas ideológicas al mismo tiempo que afirmaba la llegada de un tiempo articulado alrededor de la economía de mercado y de la democracia liberal.

Fin de la historia y muerte de las ideologías para desplazarse, ahora, por los espacios rutilantes del consumo, el reino de las mercancías y el goce hedonista. Los escenarios, ya antiguos, de las conflictividades políticas y sociales serían pacientemente reconstruidos en los nuevos museos temáticos, sitios interactivos en los que el visitante de estos tiempos poshistóricos podría contemplar aquello que sucedía en los días ideologizados. La paz del mercado desplazó, eso se anunció a los cuatro vientos, las oscuras turbulencias de una historia dominada por el conflicto y la intransigencia
de los incontables, de esas masas anónimas, oscuras y resentidas que regresarían a ese sitio del que nunca debieron haber salido. Las tradiciones del igualitarismo fueron a parar al vertedero de la historia. Hizo su aparición triunfal el nuevo ciudadano-consumidor, figura arquetípica de un clivaje hiperindividualista en el interior de la sociedad, ese que se desplazaría con fervor de iniciado por los santuarios de las metrópolis contemporáneas: los shopping centers.

Pero lo que también comenzó a ser desmontado, junto con el vertiginoso giro de la economía de producción a la economía de especulación, fue el imaginario social que acompañó el tiempo del capitalismo bienestarista, aquel que hizo, a partir de la segunda posguerra, del Estado un referente insustituible a la hora de articular las relaciones entre el capital y el trabajo (del New Deal rooseveltiano, pasando por nuestra experiencia de un Estado de Bienestar bajo el primer peronismo hasta llegar a la edad de oro del bienestarismo socialdemócrata europeo, ese modelo fue lo propio de un largo período de la histo ria del siglo XX que sería brutalmente desmontado por el neoliberalismo allí donde inició su derrumbe el modelo, ya fracasado desde tiempo antes, del socialismo autoritario de la URSS, dejándole al capital, de todos modos, las manos libres para convertirse en el amo de la nueva situación mundial). El pasaje de la metáfora fabril a la metáfora financiera (adiós a las chimeneas y a los sindicatos, bienvenidos los yuppies de Wall Street, las carteras de inversores, la flexibilización laboral y el trabajo basura), vino a expresar la bancarrota de prácticas que remitían a una época esclerosada; puso en evidencia que estábamos en presencia de una mutación fundamental del capitalismo, y que esa mutación no iba a detenerse hasta resemantizar la totalidad de los lenguajes sociales, económicos, políticos y culturales.

Dicho de otra manera: el neoliberalismo, su lógica más profunda y decisiva, se dirigía hacia una transformación revolucionaria del conjunto de la vida social. En esa tarea de desmontaje de las viejas formas de vida y de representación, seguida de la construcción de una nueva subjetividad entramada con las demandas de la economía global de mercado, ocuparían un lugar central y privilegiado los grandes medios de comunicación.

Pensar el neoliberalismo es interrogar por ese maridaje extraordinario entre mercancía e imagen, entre mercado y lenguaje mediático; es tratar de comprender el fenomenal proceso de culturalización de la política y de estetización de todas las esferas de la vida. Una de las derivaciones de este proceso ha sido la expropiación de la política, y su consiguiente vaciamiento, por el lenguaje de los medios de comunicación.

2. Lo que el filósofo francés Guy Debord, con anticipación genial –allá por los años sesenta–, había denominado la “sociedad del espectáculo”, aquella que se desplazaba hacia el dominio pleno y escenográfico de la pasión consumista y de sus “paraísos artificiales”, transformando a los seres humanos en espectadores cada vez más pasivos del verdadero sujeto de la época, la mercancía, constituyó lo propio de la travesía neoliberal. Se trató de una apropiación, por parte del capitalismo, de las fantasías y los deseos al mismo tiempo que se expandía planetariamente la industria del espectáculo, y la cultura, adecuada a los lenguajes audiovisuales y a su enorme capacidad de penetración, se convertía en una mercancía clave para la producción de una nueva humanidad. Lo que había prefigurado Hollywood desde los años treinta y cuarenta, mostrándose como la avanzada brillante, innovadora y compleja de la americanización del mundo, señalando la importancia decisiva de la industria del espectáculo como vanguardia en la construcción de los nuevos imaginarios sociales, terminó siendo la materia prima a partir de la que el neoliberalismo logró naturalizar sus valores y sus intereses.

Es inimaginable el despliegue planetario, global, del capitalismo financiero-especulativo, su capacidad para volverse hegemónico, sin ese rol decisivo de los medios de comunicación.

Por esas paradojas de la historia, los primeros que se dieron cuenta de la monumental importancia de las nuevas tecnologías de la comunicación y su relación directa con la política fueron los regímenes fascistas. Mussolini en Italia y Hitler y Goebbels en Alemania capturaron con maestría mefistofélica los poderes que emergían de la radiofonía. Con el giro de los acontecimientos, y una vez derrotado el totalitarismo, las triunfantes democracias occidentales se apropiarían con igual fervor de los potenciales propagandísticos y generadores de imaginarios social-culturales, que se guardan en los medios de comunicación de masas.

La política quedó atrapada en esa lógica discursiva e iconográfica al mismo tiempo que la estetización y espectacularización emanadas de los recursos propios de esos lenguajes contaminaban casi todas las esferas de la vida cotidiana. La astucia genial del sistema fue proyectar en la compleja trama a la que llamamos sociedad (transformada, por los mismos medios, en “opinión pública”) la imagen de que la corporación mediática era portadora de independencia, autonomía y capacidad crítica al mismo tiempo que garantizaba la libertad de expresión. Lo que se logró fue invisibilizar los lazos esenciales que vinculaban y vinculan a estas empresas con los intereses económicos dominantes. El neoliberalismo, como ideología del capitalismo tardío, comprendió que no era posible garantizar una profunda transformación económica si, al mismo tiempo, no se cambiaba la manera de mirar el mundo y de comprender la realidad. De lo que se trató es de la intensiva producción de un nuevo sentido común.

Más allá de la sobrevaloración, siempre discutible, que se pueda hacer del papel de las corporaciones mediáticas como definidoras de la opinión pública y como constructoras decisivas del sentido común, lo cierto es que ocupan un lugar destacadísimo en la estrategia de dominación del neoliberalismo. Son un factor sin el cual le sería muy difícil, a esa ideología, transformar sus intereses particulares en intereses del conjunto de la sociedad, mutando prácticas egoístas y exclusivamente ligadas al lucro y la rentabilidad en valores naturalizados en el interior de las conciencias.

La proliferación de los lenguajes audiovisuales, su profundo arraigo en la intimidad de la vida cotidiana, exigen, de la misma sociedad, una indispensable herramienta que le permita legislar adecuadamente impidiendo que la tendencia a la concentración y a la monopolización haga del espectro comunicacional una incansable repetición del sentido común neoliberal. Entre la ideología y el mito, los lenguajes emanados de la corporación mediática apuntalaron el despliegue de nuevas formas de la subjetividad adheridas al reino de valores de un capitalismo que se leyó a sí mismo como la estación final y consumada de la historia.

De ahí, entonces, la crucial importancia que adquirieron, en términos de una ampliación de la circulación democrática de la comunicación y la información, los debates que, en torno a la nueva Ley de Servicios Audiovisuales, se llevaron a cabo en gran parte del país y que luego encontraron en el Congreso de la Nación una poderosa caja de resonancia.

Lo medular de la disputa político-cultural se jugó y se sigue jugando en estas discusiones, no porque una ley vaya a garantizar una espontánea transformación de los valores reinantes sino porque, al menos, logrará impedir que sigan proliferando los monopolios y abrirá el juego para que otros actores entren en la conversación. De eso se trata, entre otras cosas, la democracia. Dicho de otro modo: en una sociedad atravesada de lado a lado por los lenguajes de la comunicación y la información resulta inimaginable que ese campo abrumador y decisivo permanezca al margen de las grandes disputas político-culturales.

En el interior de ese mundo en el mundo se despliegan imágenes, ideas, proyectos, lenguajes, formas de la sensibilidad, mitos que se entraman capilarmente en la cotidianidad de nuestras vidas. Leerlos desde la inocencia o creyendo que en su interior se privilegian centralmente los modos de la diversidad y la pluralidad constituye, a estas alturas de la travesía argentina y mundial, un desplazamiento del eje de la discusión hacia la más crasa complicidad con los factores de poder que se manifiestan en los núcleos duros y concentrados de los medios masivos de comunicación. La búsqueda, tal vez ilusoria pero imprescindible, de una mayor democratización en la distribución y producción de la comunicación es un desafío de primera magnitud a la hora de imaginar un giro más participativo y plural. El poder corporativo lo sabe y, por eso, va con todas sus armas contra un proyecto de servicios audiovisuales que viene a amenazar su hegemonia.

Agregar valor implica modificar la estructura del comercio exterior

Por Santiago Solda


Lentamente, y después de mucho tiempo, en la Argentina se está tomando conciencia de que se necesita agregar más valor a las exportaciones, lo que implicaría modificar la estructura del comercio exterior. Desde hace décadas funciona un modelo que se caracteriza por exportar una alta proporción de bienes primarios, sin valor agregado, y por importar mayoritariamente bienes industriales. El porcentaje de exportaciones industriales fue en los últimos años cercano al 30%. Actualmente ha ascendido un poco, al 34%, y debe seguir aumentando. Ahora bien, el porcentaje de importaciones industriales es contundente: 85%.

Ese intercambio nos impide agregar valor en el país. Establecer industrias en numerosos lugares del territorio que aún mantienen economías preponderantemente agrarias y emplear en ello trabajo argentino elevaría la productividad y el nivel de los salarios. Ello lograría aumentar el nivel de consumo de numerosas localidades, aumentar las tasas de recaudación municipales, provinciales y nacionales, retener más divisas en el país y aumentar las tasas de inversión y de ahorro nacional, para potenciar y hacer posible un fuerte aumento del producto a largo plazo. Eso es lo que se llama desarrollo económico.

Gradual y sostenidamente debemos ir fundando otro modelo a la medida de nuestras capacidades y posibilidades reales, que nos permita alcanzar estos tres objetivos:

1. Fabricar en el país una gran parte de los bienes y servicios de alto valor agregado que hoy se traen del exterior y que podrían generarse localmente, de un modo razonablemente competitivo

2. Seguir elevando la proporción de exportaciones industriales en el total (si se aumentara 2% anual la proporción de las MOI en el total exportado, en 8 años alcanzarían la mitad de todas las exportaciones).

3. Concentrar las importaciones en aquellas actividades que no se elaboran en el país y que son necesarias para la producción nacional, pero sobre todo, dirigirlas a equipos e inversiones de capital que permitieran mejorar la infraestructura de base y montar nuevas inversiones.

Este es un proceso que va a requerir tiempo, buenas políticas y del sostenimiento y apoyo de los sectores y actores económicos que están a favor de un modelo que impulse la producción nacional. Esta última es una cuestión política, que hoy está en el escenario.

Lentamente, se está logrando empezar a fabricar en el país buena cantidad de productos industriales que venían del exterior: motos, autos y sus partes (aun en una muy baja proporción), electrónicos (televisores, computadoras, teléfonos, máquinas de fotos), línea blanca (lavarropas, microondas), calzado, textiles, entre otros. Se debe ir consensuando con los diferentes sectores económicos, y con sus respectivas cámaras para profundizar este proceso. Pero se deben otorgar beneficios previamente pautados, siempre y cuando se acuerde fabricar los mismos con un nivel de competitividad aceptable y habiendo un compromiso explícito, con premios y castigos, de avanzar en la exportación en el mediano plazo.

También está creciendo la proporción exportada de bienes industriales: este año, en los primeros siete meses, frente a un aumento de las exportaciones totales del 22%, las MOI están creciendo a una tasa mayor, del 32%, que es promisoria si se puede sostener en el tiempo. Esta es inferior a la tasa de aumento de las exportaciones primarias, del 58%, pero ello se debe a una caída muy grande en el 2008 (producto de la sequía), y a que la última campaña ha sido muy favorable, lo que es muy bueno para el país.

Pero, reiteramos, lo más importante es implementar buenas políticas de exportación que permitan sostener en el tiempo el crecimiento constante de las exportaciones industriales y de alto valor agregado.

Los datos del comercio exterior publicados por el INDEC de los primeros siete meses ya están mostrando una tendencia para todo el año. Ella indica que se está generando un fuerte aumento de las importaciones a un ritmo del 40% anual. Esto se debe a la fuerte caída del año pasado y al fuerte repunte actual de la economía, que se espera sea del 8% para 2010, que aún utiliza buena parte de productos y partes importadas. Esto hará que se reduzca el superávit de la balanza comercial como estamos viendo en los últimos meses.

Está claro que el superávit del año 2009 fue récord, pero fruto de una situación extraordinaria, debido al control de las importaciones para sostener el saldo global, dada la crisis internacional que afectó a la Argentina. Por esta vía de regulación es muy difícil sostener este proceso en el tiempo, ya que causa problemas en la industria y genera rispideces con nuestros socios, y por ello se debe ir al fondo de la cuestión. Por otra parte, hay que tomar conciencia de que el superávit comercial ha sido, en los últimos siete años, de 12.000 millones de dólares en promedio, por lo que, si se mantienen estos valores (si las exportaciones aumentan el 19% y las importaciones crecen el 40%), será también de 12.000 millones, como fue la norma hasta ahora.

Como hemos señalado, puesto que todavía la proporción de importaciones MOI es del 85% de todas las importaciones, a pesar de los sectores que vienen sustituyendo importaciones, este año el déficit industrial seguramente se ampliará respecto de los valores del año pasado. Si se mantienen las tendencias de los primeros siete meses (las importaciones crecen el 40% y que el 85% de las mismas son industriales; y las exportaciones MOI crecen un 31%), el déficit industrial será de 21.000 millones de dólares. Esto debe asumirse y analizarse en perspectiva: aun en estos valores sería levemente inferior al del 2008. Por otro lado, mientras sigan firmes el proceso de sustitución industrial y el aumento de las exportaciones MOI, el déficit se irá conteniendo, en una primera etapa, y luego reduciendo. Cuanto más consiga el Gobierno convencer a los empresarios para que sustituyan producción industrial, más rápido será el tránsito.

Pero llevará tiempo y necesita persistencia, apoyo político y buenas políticas y programas para que brinde beneficios. Creemos que el desafío representa una buena oportunidad para que nuestro país dé un paso adelante y no sólo crezca, sino que se desarrolle. Sobre todo, permitirá que buena parte de la población, que hoy tiene dificultades económicas, mejore su condición y que numerosas localidades postergadas perciban los beneficios y progresen.

Es una apuesta que necesita de la política. De la alta política. Es decir, de convencer a los principales actores que resultará positivo seguir este camino porque le traerá beneficios al conjunto de la sociedad que brindará muy buenas oportunidades a la mayoría de los actores. Es un buen plan que tiene sentido y vale la pena apoyar.

Economista de AIERA

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.