YPF: memoria, verdad y justicia Dominados por la globalización o libres en el universalismo?

Juan José Balatti El justicialismo desde su nacimiento contribuye a crear un mundo de naciones libres, justas y soberanas a partir de la voluntad popular. No pretende que Argentina sea una nación aislada, sino integrada regional y universalmente. Siempre intento no formar parte del sistema liberal, ni de ninguna de sus variantes, desarrollando un nuevo sistema político-económico-social acorde con la evolución de la humanidad. Como superación del sistema liberal, no es bienvenido por este, ya que atenta contra sus intereses, por esto es criticado, no por sus errores. La recuperación de la soberanía hidrocarburífera de la República Argentina, mediante la nacionalización de Repsol-YPF S.A., constituye un aporte a la creación de un nuevo sistema que en el siglo XXI reemplace a la actual globalización financiera de dominio, sin libertad ni justicia, superando políticas e ideologías ya perimidas, aunque persistentes. • Memoria Esta nacionalización se basa en la función social de la propiedad, el capital y la actividad económica. El justicialismo desde sus origines afirmo que la “propiedad privada tiene una función social y, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines del bien común;..…el capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social. Sus diversas formas de explotación no pueden contrariar los fines de beneficio común del pueblo argentino;..…la organización de la riqueza y su explotación tiene por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en la constitución;…..toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto, dominar los mercados, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios;…..los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación con la correspondiente participación en su producto, que se convendrá con las provincias;…..el precio por la expropiación de empresas concesionarias de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión, y los excedentes sobre una ganancia razonable, que serán considerados también como reintegración del capital invertido”…(Arts. 38-39-40 Constitución 1949). En “Aportes para el Proyecto Nacional, bases para una nueva constitución nacional” desde la Presidencia de la Nación en 1974, se reafirma que para el Justicialismo “la riqueza, la renta y el interés del capital son frutos exclusivos del trabajo humano, la comunidad debe organizar y reactivar las fuentes de producción;..…el capital, es un bien instrumental que el trabajo ha creado, dinamizándolo y poniéndolo al servicio de la economías nacional y del bienestar social. Su utilización por lo tanto no puede contrariar ni al hombre ni al Pueblo argentino en su realización plena;..…el capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social;..…la organización de la riqueza y su explotación tiene por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social”. Recordando siempre que el 9 de julio de 1947 se declaró en la Casa de Tucumán que “La Nación alcanzara su libertad económica, para quedar en consecuencia de hecho y de derecho, con el amplio poder para darse las formas que exijan la justicia y la economía universal en defensa de la solidaridad humana”. Como la del 1816 tiene plena vigencia. • Verdad Con la privatización de YPF en los 90’s culminó la política de desnacionalización petrolera instaurada en 1976 por el gobierno militar al servicio de la consolidación del sistema financiero internacional. Martínez de Hoz había endeudado la empresa por 5.000 millones de dólares, monto mayor que la deuda externa pública en esos momentos, del cual aun hoy se desconoce su destino o si fue solamente un asiento contable. Esta privatización sirvió a los intereses de Repsol SA en su expansión territorial y desarrollo financiero y no a la economía nacional. Así nació Resol-YPF, llevando en su ADN el canje de deuda por materia prima, en vez del oro metálico de la conquista se llevaron el oro negro de la nueva conquista, el imperio de las finanzas reemplazo al imperio español. El mismo perro con distinto collar… • Justicia El envió del “proyecto de ley al Honorable Congreso de la Nación por el Poder Ejecutivo, con el objeto declararlo de interés público y teniendo como objetivo prioritario el logro del autoabastecimiento de hidrocarburos, así como la explotación, industrialización, transporte y comercialización de hidrocarburos, a fin de garantizar el desarrollo económico con equidad social, la creación de empleo, el incremento de la competitividad de los diversos sectores económicos y el crecimiento equitativo y sustentable de las provincias y regiones”…al ser aprobado por la inmensa mayoría de senadores y diputados, con el respaldo del pueblo, posibilitarán comenzar a realizar la una nueva matriz energética que la nación y el pueblo necesitan en esta etapa de reindustrialización. La historia de YPF acontece en tres tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras. El presente de las cosas pasadas es la memoria desde Mosconi hasta hoy, el presente de las cosas presentes es la nueva YPF que está naciendo por decisión del gobierno, el estado y el pueblo, y el presente de las cosas futuras es la esperanza de ser soberanos, en petróleo y gas.

El lenguaje, el poder y su disputa

Ricardo Forster El lenguaje crea mundo, diseña nuestra manera de comprender la realidad y define la trama de nuestras relaciones sociales. Tratar de huir de las palabras que componen la experiencia humana es un gesto imposible. Un esfuerzo desmesurado que no conduce a ningún lugar. La ceguera, que no deja de ser una constante de nuestras sociedades contemporáneas convertidas en escenarios telemáticos, de un caminar a tientas por un territorio que requiere de los sonidos articulados de la gramática para encontrar un sentido y no acabar naufragando en un desierto de significaciones incomprensibles para aquellos que desean, con fervor, que otros hablen, que otros les pongan el nombre a las cosas y que definen sus y nuestras vidas. Dejarse nombrar por el poder es una manera de perder el uso libre del lenguaje. Recuperar la memoria que se guarda en él es el inicio de un camino de cambio y liberación de viejas y nuevas ataduras. Abrir las palabras para rescatar los sueños que se guardan en su interior constituye un extraordinario acto de reconstrucción de la vida individual y colectiva, el punto de inflexión para entrar en otra historia. Algo de esto viene sucediendo en la actualidad argentina cuando comenzamos a nombrar, con palabras y conceptos olvidados o rapiñados, vaciados o invisibilizados, lo nuevo de una época que reinstala el sentido de otro país que nunca dejó de habitar en el lenguaje de una memoria de la resistencia. Ya el viejo Kant, inquirido sobre los alcances de la ilustración, en el lejano 1784 –pocos años antes del estallido de la Revolución Francesa que cambiaría la faz de la historia–, afirmó, entre otras cosas, que el individuo ilustrado era aquel que podía hacer un uso crítico de su propio entendimiento y volverse capaz de pensar y decidir por sí mismo sin tener que recurrir, como siempre, al padre, al cura o al médico para que le receten los remedios de la ley moral, del alma y del cuerpo, pero también agregó, con un dejo de triste escepticismo, que la mayoría de los seres humanos prefieren, por pereza y cobardía, que otros realicen el esfuerzo de pensar por ellos. Kant, el filósofo de la paz perpetua y de la racionalidad libre, soñó la autonomía del individuo como un caminar sin andadores y como una apropiación crítica del lenguaje de la razón. Para él, como para otros contemporáneos de ese tiempo cargado de esperanzas, estaba amaneciendo una nueva historia que habilitaría un decir renovado del mundo signado por la tolerancia, la igualdad y la libertad. Lo que no pudo ver el viejo filósofo es que incluso en el interior de palabras tan venerables se esconden los instrumentos del poder y la violencia. La historia por venir no dejaría, como en el pasado, de recordar la fragilidad de las palabras a la hora de ser apropiadas por la ideología de la dominación. Es por eso que el litigio por el sentido constituye una constante allí donde la desigualdad y la injusticia siguen persistiendo en los asuntos humanos. Mucha agua ha pasado bajo el molino de una historia que no resultó amable con la mayor parte de las ilusiones humanas y, menos, con las que soñaban una sociedad más ilustrada, igualitaria y democrática, pero lo que siguió insistiendo fue la importancia del lenguaje a la hora de imprimirle a la propia realidad tal o cual perspectiva, tal o cual interpretación o, de un modo más brutal, para determinar el ejercicio del poder y la producción intensiva de sentido común capaz de garantizar la reproducción de una determinada hegemonía política-económica. No hay, no hubo, dominación sin esa producción de ideología, de un lenguaje articulador de una manera, que siempre se quiere absoluta, de concebir la realidad social, económica, política y cultural. Tampoco ha habido ningún cambio revolucionario que haya dejado intocado el lenguaje del antiguo régimen. La caída del viejo orden se acompaña, siempre, con la potencia de la invención lingüística, con la emergencia de nuevas palabras que dicen el mundo desde otra perspectiva. A veces, antiguos nombres son recuperados, revitalizados y lanzados nuevamente al escenario tumultuoso de la historia. Es por eso que la querella alrededor del modo de decir el mundo ha constituido y lo sigue haciendo el eje de una disputa que involucra el pasado, el presente y el futuro de la vida social. Por eso, también, carece de neutralidad la acción de ponerles nombre a las cosas y a las personas. Quien nombra ejerce, de uno u otro modo, el poder. Hay, en la aventura del lenguaje, arbitrariedad y libertad, intencionalidad y azar, violencia y paz. Se ha señalado, y lo he hecho con especial insistencia en estas columnas de Veintitrés, que la época hegemonizada por la forma neoliberal del capitalismo no ha sido sólo el producto de una transformación estructural de la vida económica sino que involucró, en no menor medida, una profunda mutación de los imaginarios culturales y promovió nuevas formas de subjetividad que se correspondieron con el abandono de las antiguas referencias bienestaristas, al menos en ciertos países, del propio capitalismo (el papel del Estado, sobre todo a partir de la segunda posguerra, que se ocupó de impulsar políticas de industrialización, de inversiones en obra pública y de distribución de la renta como modo de incentivar el mercado interno y el consumo de los trabajadores que le dieron otro rostro a un sistema social-económico caracterizado, hasta la llegada del keynesianismo –herramienta para combatir, en la Europa de posguerra, el desafío que venía de la Rusia soviética en los años ’20 y ’30–, por la volatilidad de un mercado al que muy pocos tenían acceso y por una trama prácticamente deshilachada o inexistente de derechos sociales y laborales. Entre nosotros, ese momento histórico fue el del primer peronismo). Desde mediados de la década del ’70, y a partir de la crisis del petróleo, tanto Estados Unidos como Europa occidental iniciaron, a distinto ritmo pero de una manera inocultable e irreversible –al menos por los siguientes 30 años–, un proceso sistemático de desmontaje del Estado de Bienestar que se combinó con un cambio en la matriz de acumulación del capital que pasó a ser hegemonizado por su sector financiero (en la Argentina el tiempo del “revanchismo social” y del predominio del capital financiero nacional y extranjero –como lo caracteriza Eduardo Basualdo– encontró su punto más álgido con el terrorismo de Estado implementado a partir de marzo de 1976 y que se continuó y profundizó, en su dimensión económica, con la convertibilidad menemista). Ese proceso, dilatado en el tiempo y con diferentes grados de agresividad, comenzó, en su aspecto político-ideológico, con la llegada del tándem Reagan-Thatcher que comprendieron, en el marco de lo que se llamó la revolución neoconservadora, que para alcanzar los objetivos económico-estructurales que se proponían se volvía imperioso modificar sentido común, lenguaje, sensibilidad, tradiciones políticas, formas culturales y prácticas sociales para habilitar un proceso de transformaciones de una violencia inédita en la segunda mitad del siglo veinte. Se trató, entonces, de entrelazar los cambios en el núcleo de la valorización financiera del capitalismo, la sistemática eliminación de derechos laborales, las mutaciones legislativas y jurídicas imprescindibles para “liberar” los flujos especulativo-financieros del capital con nuevos paradigmas culturales que se correspondiesen con una sociedad que exigía otras actitudes y que debía abandonar, a un ritmo acelerado, prácticas que ya no eran funcionales al nuevo orden económico mundial determinado por el desplazamiento tanto del modelo soviético, que se derrumbaría a finales de los años ’80, como del proyecto bienestarista y socialdemocrático que organizó la vida de los principales países de Europa occidental y que, en la actualidad y salvando la supervivencia nórdica, viene modificando su estructura para volverse funcional a las demandas del modelo neoliberal (la complicidad de los socialistas españoles y griegos, con figuras de liderazgo fuerte como Zapatero y Papandreu, en la implementación de brutales planes de ajuste que acabarían de ser implementados por la derecha del PP y por tecnócratas directamente puestos por el Banco Europeo y por la canciller alemana nos ahorra de todo comentario respecto de la “traición” del progresismo europeo y su vuelco, desde los años ’80, hacia políticas de clara orientación neoliberal). La maquinaria del anarcocapitalismo financiero, como agudamente lo denominó Cristina en una reunión del G-20, extendió su funcionamiento hacia las formas de mentalidad y de sentido común generando, vía la industria cultural y los grandes medios de comunicación, las condiciones imprescindibles para dialectizar los cambios económicos con la circulación de las nuevas tramas de subjetividad que pudiesen acoplarse a los “valores” promovidos por la hegemonía neoliberal. Cambiaron, entonces, cuerpos y lenguajes, modos sociales de vinculación y prácticas laborales, vida cotidiana y representación de derechos. Nada permaneció intocado durante las casi tres décadas de predominio, entre nosotros, del modelo de valorización financiera. Su impacto sobre los imaginarios culturales fue inmenso. Al imponerse un nuevo lenguaje mutó la manera de ver la realidad y de comprender el pasado y el futuro. Lo que alguna vez fue valorado y reivindicado: el rol de un Estado fuerte, la política de ampliación de derechos sociales, lo público y sus empresas, la soberanía nacional sobre las riquezas naturales, el papel activo en la defensa de esos derechos por parte de los sindicatos, la movilidad social ascendente, la integración de las distintas clases sociales en la vida urbana, el papel igualador de la educación pública, el modelo sanitarista implementado por Ramón Carrillo, se convirtieron en rémoras de un “populismo demagógico” que había impedido que el país siguiera el camino del verdadero progreso que nos hubiera conducido, eso se decía, a ser como Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Para erradicar cualquier vestigio de esa “época dispendiosa y decadente” se implementó el más colosal plan de inversión de valores económicos, sociales, jurídicos, culturales y políticos y se tuvo que echar mano de la violencia terrorista de la dictadura, de una doble hiperinflación y de la “solución mágica” propuesta por Cavallo a Menem que acabó conduciendo a la sociedad a su peor crisis social unida a la desindustrialización, el endeudamiento y la extranjerización de la economía. Todo eso fue acompañado por el papel principalísimo de la corporación mediática que movilizó todos sus recursos para facilitar el giro hacia la hegemonía del capital financiero. Es como resultado de esa “inflexión cultural” que habilitó el dominio neoliberal y que colapsó en diciembre de 2001, pero que, en la trama más profunda y visceral, de los imaginarios sociales y de los núcleos del lenguaje, siguió insistiendo sobre una parte no desdeñable del sentido común de las clases medias, que ha sido fundamental, a partir del tiempo inaugurado por la llegada de Néstor Kirchner al gobierno, ir hacia ese campo más complejo de disputa que es la dimensión cultural-simbólica que suele anidar en el lenguaje cotidiano. Una disputa que se enfrenta a una gruesa construcción de prejuicios y a una mentalidad forjada entre la dictadura y la convertibilidad que suele emerger cada tanto y expresarse como miasma de una conciencia que se representa la realidad desde el prisma de la matriz cultural ideológica del neoliberalismo. No casualmente la decisión de recuperar el manejo de YPF apunta tanto a una ineludible dimensión económica (garantizar la provisión de hidrocarburos impidiendo la sangría de una importación que tendía a crecer exponencialmente en consonancia con las necesidades emanadas del crecimiento industrial y agropecuario de los últimos años) como a otra que atraviesa antiguas memorias argentinas y adquiere una particular relevancia a la hora de solidificar el proceso de reconstrucción del tejido social e identitario de un país que estuvo al borde del abismo y que había extraviado sus referencias. YPF es más que una sigla, es más que un símbolo transmutado, a partir de su privatización, en un nombre vaciado de contenido; constituye lo que de significativo se guarda en la experiencia de una sociedad que supo ser más equitativa. Un viejo nombre para una nueva realidad que exige, nos exige, encontrar en el lenguaje lo que había sido saqueado por el predominio del discurso y la práctica del poder económico-mediático. Y ese giro se vuelve posible cuando la materialidad de la historia se reencuentra con la memoria emancipatoria que se guarda en las palabras. Cuando eso sucede somos testigos y participantes de un tiempo cargado de desafíos y de inauditas invenciones culturales.

Análisis de las elecciones en Francia: "Es la Economía, Nicolás"

El caso de Francia muestra nuevamente la cara más lúgubre del capitalismo salvaje, de la preeminencia de lo financiero por sobre los factores de la producción y las políticas desestructuradas en relación al desarrollo humano Por Lic. Lisandro Mogliati En el día de ayer se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Francia y tal como preanunciaban los sondeos previos, el actual mandatario Nicolas Sarkozy, con cerca del 27 % de los votos se ubicó en segundo lugar, detrás del socialista Hollande que aventajó por casi 2 puntos porcentuales al actual presidente y deberán dirimir el pleito en una segunda vuelta el próximo 6 de Mayo. La derrota en primera vuelta de Sarkozy, más allá de las serias chances que tiene el propio presidente galo de dar vuelta las cosas, si logra el apoyo de los votantes de la derecha más rancia, que en primera vuelta acompañaron a Le Pen, expresa claramente lo que hoy rechazan las sociedades modernas, que exigen a sus gobernantes políticas económicas activas, ancladas en derechos sociales que se vulneran con las políticas de ajuste, que terminan indefectiblemente en mayor desempleo y pobreza. La Francia actual atraviesa una coyuntura compleja (como casi toda la Unión Europea) y la cifra de desempleados creció un 50 %, para establecerse en 3.000.000 de franceses que hoy no tienen empleo. Una de las causales de esta situación está dada porque el sector industrial galo, al perder competitividad debido a la fortaleza del euro y el mercado ampliado de la UE, con nuevas adhesiones al Tratado de Maastricht, impulsó la relocalización de entramados industriales en naciones con menor desarrollo relativo, en desmedro de los países europeos centrales. Sarkozy pensó que el tema económico no era la cuestión central para los franceses y se equivocó, cometió el mismo error que George Bush (padre) en la campaña presidencial de 1992, cuando centró su preocupación en el frente externo, con su renovada doctrina de la seguridad, liderando coaliciones internacionales para combatir en el exterior y resultando vencedor. Pero Bush, en esta alocada carrera armamentística, terminó relegando (y agravando) la cuestión económica con fuertes implicancias sociales y así dejó un frente abierto a Bill Clinton para golpear a su contrincante republicano y ganar las elecciones presidenciales. Esta circunstancia acontecida en las elecciones de EE.UU donde Bush se creía reelecto y termina destronado del poder, quedó enmarcada en la anécdota de James Carville, asesor de Clinton, quien aconsejó a su asesorado que debía centrar su campaña en cuestiones domésticas, más cercanas a la realidad que atraviesa el ciudadano común y sintetizó su estrategia con la célebre frase: “Es la economía, estúpido”. “Es la economía Nicolás”, deben haber pensado anoche tras el recuento de votos en Francia, porque Sarkozy, como Bush, durante su gestión presidencial fue junto a Merkel, la cara visible del severo ajuste que aplicaron (y aplican) al pueblo griego para conservar su status jurídico como miembro de la UE, es amigo de los organismos financieros internacionales que como buitres acechan a las economías en recesión, se puso al frente de una batalla contra la inmigración y olvidó que las principales preocupaciones del pueblo francés son el desempleo, el crecimiento inusitado de la pobreza, el déficit de vivienda, la precarización del sistema de salud, la educación y el financiamiento por parte del Estado de las pensiones y jubilaciones. El caso de Francia (más allá del resultado que arroje la segunda vuelta) muestra nuevamente la cara más lúgubre del capitalismo salvaje, de la preeminencia de lo financiero por sobre los factores de la producción y las políticas desestructuradas en relación al desarrollo humano, estas cuestiones, en una semana donde en la Argentina la escena central fue la expropiación de YPF que plantea la re estatización de los recursos hidrocarburíferos, es también una muestra de lo divergentes que resultan los rumbos que adoptan los unos y los otros, mientras Europa se empecina en apuntalar un capitalismo del fracaso social y paga con traspié electorales y profundización de la crisis socio-económica, la Argentina fortalece una estrategia nacional, doméstica, donde la producción, el sostenimiento del empleo y el mercado interno, son los pilares que sustentan la economía y solventan las conquistas sociales.-

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.