Por Matías Kulfas
A aquellos que tengan interés en estudiar la economía fantasiosa les aconsejo que recurran a la biblioteca del Ministerio de Economía y pidan un ejemplar de los tomos del documento “Argentina en crecimiento”, elaborado a mediados de los ’90 bajo la coordinación del entonces viceministro Llach. Hagan el ejercicio de comparar las proyecciones que allí se presentan con la realidad que vivió la Argentina durante el segundo lustro de los ’90. La economía fantasiosa está a la vuelta de la esquina.
La reciente publicación de la columna de opinión de Juan Llach en La Nación (“Una economía fantasiosa”, 11/8/2010) y la gentil invitación de los editores de Contraeditorial, me llevaron a escribir estas líneas que intentan ir un poco más allá del contenido del artículo en cuestión. La argumentación de Llach (ex viceministro de Economía de Menem-Cavallo y ex ministro de Educación de De la Rúa) es un interesante disparador acerca de las formas que adopta la construcción del discurso económico para ciertos sectores del arco ideológico-conceptual. Considero relevante analizar el enfoque de Llach en al menos tres dimensiones. La primera tiene que ver con la contextualización histórica y la mirada de largo plazo asociada a la actual fase de la economía argentina, aspecto sobre el cual Llach hace pocas pero relevantes menciones. La segunda, con el grado de coherencia entre el título y el mensaje integrador de la columna y los diferentes aspectos que se van desgranando a lo largo del artículo. Finalmente, es pertinente reflexionar acerca del devenir de ciertos debates históricos que se vienen dando de manera irresuelta y sin solución de continuidad y la actitud que adopta cierto sector de la intelectualidad.
En la argumentación de Llach sobresale un lugar común que caracteriza a todo el arco opositor al enfoque económico adoptado a partir de 2003: la existencia de un viento de cola como principal factor explicativo de la notable expansión económica de la post-convertibilidad. A diferencia de otros economistas, Llach no deja de reconocer importantes avances y logros del período, pero no se distingue demasiado cuando señala que “esta bonanza debe mucho al retorno del mismo viento de cola que empujó la economía desde 2002 hasta la crisis de 2008, con una fuerza no vista desde la década del ’20, en el siglo pasado”. La idea parece ser simple: le tocó en suerte a Néstor y a Cristina Kirchner, pero cualquiera que hubiese tenido la buena fortuna de llegar al poder en mayo de 2003 hubiese gozado del mismo éxito en materia económica y se hubiese podido vanagloriar de los logros alcanzados (la mayoría de los cuales son reconocidos por el propio Llach).
Este enfoque es muy poco amigable con la realidad por al menos dos razones. En primer lugar, es claro que el escenario internacional juega un papel relevante, pero en ambas direcciones. Tiene aspectos favorables, como también los tuvo en otros períodos no muy lejanos, y también ha presentado recientemente unas de las peores crisis desde 1930. Una mala política económica no hubiera permitido crecer y mejorar notablemente los indicadores sociales entre 2003 y 2008 ni tampoco afrontar los efectos de la crisis internacional con un bajo nivel de daño. Llach conoce esto a la perfección porque le tocó, como viceministro de Cavallo, atravesar los letales efectos del denominado “efecto Tequila”, a comienzos de 1995, el cual llevó el desempleo al 18% y le hizo a la Argentina perder alrededor de 10 puntos del producto (considerando la merma del crecimiento esperado más la pérdida neta de ese mismo período). Las sucesivas crisis en Asia, Rusia y la devaluación brasileña, fenómenos todos acaecidos a fines de los ’90, golpearon uno a uno a nuestra economía.
Por el contrario, durante el período 2003-2008 la Argentina creció a un ritmo que resultó 50% más elevado que el promedio de América latina, y durante 2009, es decir en lo peor de la crisis internacional, se mantuvo dicha tendencia. En otras palabras, si algo ha quedado demostrado en este período es que una adecuada política económica permitió aprovechar al máximo los ciclos, potenciando los efectos benéficos del denominado “viento de cola” y también protegiéndose adecuadamente del vendaval. Como dijera Séneca: “No hay viento favorable para el que no sabe dónde va”.
Fantasías animadas de ayer y hoy
El título de la columna de Llach es de por sí elocuente. Se habla de una economía fantasiosa. Lo curioso es que poco se condice esa idea con buena parte de los hechos que se describen a lo largo de su artículo, en el cual no niega lo que a esta altura son hechos económicos consolidados a lo largo de estos años: superávit en el sector externo y en el frente fiscal, un excelente desempeño en las actividades productivas y la recuperación de las pymes, la reducción del peso de la deuda externa, entre otras. Hay algunos aspectos que resultan llamativamente tergiversados, por ejemplo que el superávit fiscal se habría esfumado, aspecto que no se condice en absoluto con la realidad. Cuestiona asimismo Llach el nivel del gasto público, el cual –dice– se estaría financiando con impuesto inflacionario y desplazamiento del crédito al sector privado. Esto no es correcto. El financiamiento del sector público es genuino de una manera de la que no se tienen antecedentes en las últimas décadas. Se basa en una mayor presión tributaria sobre sectores con mayor capacidad contributiva. Prueba de ello es que los impuestos sobre ganancias y rentas incrementaron su peso en la masa de recursos tributarios en alrededor de 10 puntos porcentuales, al tiempo que disminuyó el peso relativo de los impuestos al consumo en una proporción similar.
También es incorrecto decir que se desplaza el crédito al sector privado: el Banco Nación financia al Tesoro en una proporción muy inferior a los recursos que este último tiene colocados. De este modo, una parte significativa de la liquidez del sector público termina canalizándose al sector privado bajo la forma de créditos para inversiones productivas, de los cuales la mayor parte se destina a pymes. Llach no conoce bien esta situación porque le tocó ser parte del contexto inverso: durante su gestión el Estado argentino tenía déficit y para financiarlo recurrió a todo tipo de colocaciones en el mercado internacional que terminaron por endeudar a la Argentina hasta límites insostenibles, llevándonos al peor default de la historia a fines de 2001. En ese marco, el Estado se ocupó de tomar cuanto recurso hubiera y entonces sí se produjo ese efecto de desplazamiento del crédito al sector privado.
También se lamenta Llach del reducido nivel de inversión extranjera de este período, mencionando que Perú nos está por desplazar al sexto lugar en América latina. Pero lo que omite Llach es que, aun con menos inversión extranjera, el nivel de inversión de la economía argentina es hasta un 35% más elevado que los mejores años de la década del ’90. La inversión creció notablemente justamente porque el nuevo escenario macroeconómico y algunas políticas específicas mejoraron las condiciones para que los empresarios de diversos sectores y tamaños pudieran desembolsar recursos con fines productivos. En ocasiones, una lectura tendenciosa puede hacer de la virtud un defecto.
¿Es sustentable?
El remate de la intervención de Llach es otro lugar común entre los economistas ortodoxos: este crecimiento no es sustentable. Mientras leía aquella frase vino a mi mente un viejo debate –aún no saldado, como tantos– de la historia económica reciente: el período 1964-1974. Aquella etapa bien puede considerarse el último decenio de oro del crecimiento argentino, en el cual el PIB creció de manera ininterrumpida y la industria hizo lo propio a un promedio anual del 5,6%. A comienzos de los años ’60 la Argentina sólo exportaba productos agropecuarios, pero ya entrados los ’70 tenía un 15% de exportaciones industriales. Sin embargo, muchos economistas ortodoxos sostenían que el proceso de industrialización estaba agotado. Por entonces Corea era un país que tenía un producto por habitante cuatro veces más bajo que la Argentina. La historia posterior es conocida: aquellos que decían que estaba agotada una etapa exitosa de crecimiento en nuestro país hicieron una nueva política económica a partir de 1976 y con el argumento de que nuestra industria era ineficiente implementaron medidas que barrieron con 15.000 fábricas y el empleo industrial cayó durante 27 trimestres consecutivos. Doce años después, Corea tenía un producto por habitante igual al de la Argentina –gracias a haber perseverado en su estrategia de industrialización– y diez años más tarde superaba ampliamente a nuestro país y hoy se parece mucho más a una economía desarrollada.
Hoy estamos cerca de completar un nuevo decenio dorado y se vuelve a discutir si es sustentable y se presentan nuevas soluciones para los problemas argentinos. Las catástrofes económicas no son el fruto de accidentes naturales. Las políticas económicas de corte neoliberal hicieron estragos y se basaron en la construcción de un discurso económico falaz. Lo llamativo es que la contundencia de los hechos no parece hacer mella en el discurso.
Para terminar, una recomendación. A aquellos que tengan interés en estudiar la economía fantasiosa les aconsejo que recurran a la biblioteca del Ministerio de Economía y pidan un ejemplar de los tomos del documento “Argentina en crecimiento”, elaborado a mediados de los ’90 bajo la coordinación del entonces viceministro Llach. Hagan el ejercicio de comparar las proyecciones que allí se presentan con la realidad que vivió la Argentina durante el segundo lustro de los ’90. La economía fantasiosa está a la vuelta de la esquina.
*Es licenciado en Economía y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Fue investigador de Flacso y realizó estudios para la CEPAL de Naciones Unidas. Se desempeñó como subsecretario de la Pequeña y Mediana Empresa y Desarrollo Regional, gerente de Estudios Económicos del Banco Ciudad, director del Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, además de ocupar diferentes áreas del Ministerio de Economía y la Secretaría de Industria de la Nación. En la actualidad es director del Banco Nación y preside la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA). Acaba de publicar Postales de la Argentina productiva.
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