Un país que olvida a la niñez renuncia al porvenir

Por Antonio Cafiero


La asignación por hijo recientemente implementada por el gobierno nacional representa un cambio sustancial en la concepción de las políticas sociales dirigidas a la infancia en la Argentina. Podemos hablar de un cambio de paradigma en el sistema de protección social. En este sentido, puede ser entendida como una medida enmarcada en lo que en otras oportunidades denominé la segunda reforma social. Mientras en la década de 1940 la primera reforma construyó el andamiaje legal que garantizó los derechos sociales alrededor del trabajo formal –seguridad social, obras sociales, salario familiar–, la segunda debe dar nuevas respuestas a las necesidades sociales de esta época. Si el empleo estable en relación de dependencia fue la base donde se apoyó la justicia social en la primera reforma, los cambios verificados en las últimas décadas han excluido a muchos trabajadores de las conquistas sociales de entonces. El trabajo sigue siendo la manera más efectiva para asegurar la integración social y la dignidad de las personas, pero en todo el mundo han surgido nuevas formas de inserción e informalización laboral que obligan a reajustar las normas para poder garantizar esos mismos derechos a la generalidad de los trabajadores.

La decisión a la que nos estamos refiriendo es una respuesta en este sentido. Será el subsidio destinado a los niños más cuantioso y de mayor alcance de nuestra historia. Puede asimilarse en su lógica a una nueva modalidad de políticas sociales masivas, basadas en transferencias de ingresos y condicionalidades vinculadas con la salud y la educación de los niños, como la Beca Familia en Brasil o el Plan Oportunidades en México, pero de un monto muy superior a éstas.

En nuestro caso, lo más significativo no radica sólo en la extraordinaria magnitud en cuanto a cobertura y presupuesto, sino también en que representa una política esencialmente democrática, en tanto recoge una demanda social de larga data. El consenso en torno de la implementación de una renta mensual para los niños en nuestro país es públicamente conocido, más allá de las diferencias operativas –no sustantivas– en torno de su aplicación y administración. Por ello, todos los sectores debemos ser cuidadosos y no confundir medios y fines. El interés político inmediato de un puñado de dirigentes no puede ser fundamento para socavar una conquista de sustancial importancia para millones de niños argentinos. No han faltado tampoco en esta oportunidad los supuestos especialistas que critican esta medida al confundir la universalidad de un derecho con la universalidad de una prestación: en ninguno de los proyectos que fueron seriamente discutidos se planteó la posibilidad de transferir ingresos a niños de hogares ricos, porque ellos no necesitan de esta prestación para ver garantizado su derecho.

En este sentido, mi gratificación es mayor porque esta política viabiliza una antigua iniciativa nuestra en la Comisión de Población y desarrollo humano del Senado de la Nación, que se había ido configurando con los informes sobre desarrollo humano iniciados en 1995. En aquel momento nos propusimos impulsar una profunda reforma de los sistemas de protección social para la infancia. Entendíamos que las asignaciones familiares, al cubrir solamente los empleos formales, excluían a los hijos de desocupados y trabajadores informales, que eran justamente quienes más necesitaban del apoyo del Estado para poder quebrar la reproducción intergeneracional de la pobreza.

Sostuvimos que el sistema de seguridad social argentino contribuía a reproducir la inequidad social. En aquel momento estudiamos los posibles mecanismos para proteger a la población infantil sin discriminaciones ni exclusiones y analizamos las ventajas y desventajas de las prestaciones en cuanto a cobertura, montos y formas de financiamiento. Así, entendimos que lo más adecuado era mantener el sistema formal de asignaciones familiares, producto de intensas luchas sociales, al tiempo que propusimos extender una asignación similar a todos los hijos de padres desocupados o insertos en la economía informal, utilizando para su aplicación la larga experiencia de la Anses en el tema. Obviamente, en aquel momento la prioridad eran los niños que no accedían a ningún tipo de beneficio social, pero progresivamente el proyecto establecía una cobertura homogénea y similar en su monto a las asignaciones familiares ya existentes.

El aspecto que diferenciaba aquel proyecto de otros en circulación era que garantizaba una renta mensual a todos los niños, independientemente de la condición laboral de sus padres. La urgencia de la medida estribaba en el hecho de que, a principios de esta década, sólo un tercio de la población económicamente activa podía recibir las asignaciones familiares. El proyecto fue nutrido por la opinión de prestigiosos especialistas, así como debatido con organizaciones de la sociedad civil en varios encuentros organizados para tal fin. Semejante trabajo de concertación permitió que fuera aprobado por unanimidad en el Senado, aunque no llegó a ser tratado en Diputados al agravarse aún más las ya dramáticas restricciones presupuestarias del año 2002.

Hoy vemos con enorme satisfacción el resurgimiento de este sistema universal de protección social para la infancia. Alentamos su implementación y consideramos que la misma debe ser refrendada mediante una legislación que consagre esta política con carácter permanente, irrenunciable y garantice la intangibilidad de su financiamiento. Se trata de un derecho que expresa correlativamente la obligación, regida por la justicia distributiva, de procurar la subsistencia básica a los miembros de una comunidad, y en especial a aquellos que no pueden garantizarse la subsistencia por sus propios medios, los niños y adolescentes. Es un derecho de carácter universal, no una concesión graciosa o un subsidio temporario. Por lo mismo, escapa al campo de las contraprestaciones y los contratos, si bien el Estado puede exigir, en función de garantizar la inserción de los niños en el sistema educativo y su adecuada atención sanitaria, la acreditación del cumplimiento de las obligaciones de los padres.

La asignación por hijo es portadora de una necesidad indiscutible que, como nos enseñó Evita, debe plasmarse legítimamente en un derecho para todos los niños de nuestro país. Esta es la tarea que, gracias a la iniciativa del gobierno nacional, debería asumir ahora el Congreso Nacional para institucionalizarlo como un compromiso irrenunciable del Estado.

Consensos imposibles

MAYORIAS QUE FLUYEN Y RENOVACION PARLAMENTARIA

Por Jorge Devincenzi


Gobernar en minoría es un sentimiento, apretar es un pecado. El escenario político carece de mayorías claras y el nuevo Congreso abrirá un nuevo panorama tras el 10 de diciembre. La mesa de arena y el verso de la Moncloa argentina.
Aunque la política sobresale entre todas las artes como una de formas sutiles (o florentinas, por Maquiavelo), las clases dirigentes argentinas se dedican preferentemente al apriete desembozado, un modo arrabalero de practicarla, entre la civilización y la barbarie.


Los senadores romanos solían glorificar las crucifixiones masivas para los rebeldes del imperio, pero se horrorizaban cuando los galos hacían lo mismo frente a sus lánguidos ojos de clase patricia con un solo prisionero empalado.

En términos políticos, la técnica del apriete suena como equiparar a Clausewitz con el Gordo Valor o a Carnera con San Martín. Es cosa de jugar fuerte, como Elliot Ness con Frank Nitti. En nota anterior la llamamos “vandorismo”, pero no porque el Lobo haya sido su creador sino porque su figura escabrosa da el pinet, con trazo grueso, para un fácil reconocimiento.

Los cultores del apriete, entretanto, argumentarán que la amenaza es un atributo esencial de la guerra; que es la política por otros medios, y por carácter transitivo, que la política es la guerra por otros medios.

Para tomar un ejemplo cualquiera entre muchos, el radical Morales ya meritaba la actitud “destituyente” de ahora unos meses antes de que se discutiera la re-estatización de Aerolíneas Argentinas, pero su oposición ciega no obedecía a mucho más que hacer lobby por la política de cielos abiertos de la empresa multinacional LAN. Es decir, estamos hablando en términos de chiquitaje. Cuando el apriete se ejerce sobre la debilidad es doblemente amoral, y eso realza a quienes hacen de la debilidad fortaleza, acaso más de lo que lo merecen.

Técnicas de demolición
El apriete es la principal herramienta de la oposición para presentarse como lo que parece y no siempre es.

Ahora arguyen –y con eso los medios entusiasman a sus lectores por unas horas– que quieren presidir (sabremos la verdad el 3 de diciembre) veinticinco de las cuarenta y cinco comisiones en Diputados, el 55,6% de la totalidad de los puestos expectables aunque se dicen dueños del 70% del electorado.

Como si eso fuera poco, se vienen por la vicepresidencia primera en el Senado, la tercera figura en la sucesión presidencial de puro costumbrismo parlamentario, por una ley de acefalía que ya no está vigente, como un common law al uso nostro.

El artículo 88 de la Constitución nada dice sobre sucesiones o acefalías en términos de heredad porque el nuestro es un sistema democrático con una Ley Fundamental: “En caso de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución del Presidente, el Poder Ejecutivo será ejercido por el vicepresidente de la Nación. En caso de destitución, muerte, dimisión o inhabilidad del Presidente y vicepresidente de la Nación, el Congreso determinará qué funcionario público ha de desempeñar la Presidencia, hasta que haya cesado la causa de inhabilidad o un nuevo Presidente sea electo”.

No son los Kirchner, ni siquiera el locuaz senador Pichetto, quienes “otorgan” graciosamente la vicepresidencia. Lo establece el art. 58: el Senado elige a sus autoridades por el voto de la mayoría de sus miembros.

El porotómetro todavía no cierra: a los 32 propios se le podrán sumar otros 3, pero se necesitan 3 más. Clarín, tribuna de doctrina, adelanta y es escéptico: “la oposición unida está en condiciones de arrebatarle el cargo, pero no será sencillo que todos tiren del mismo carro”. Hoy una promesa, mañana una traición... Es difícil imaginar a Cabanchik acordando con Rodríguez Sáa y saliendo impoluto de la partida.

Al gobierno le resultará menos difícil encontrarlos.

Un viaje oportuno y obligatorio, una enfermedad molesta, pueden quebrar todas las tradiciones. Los casos Lastiri y Puerta son dos antecedentes, y si olvido alguno sería bueno que el lector me refrescara la memoria. Dentro de la ley, todo.

Intermezzo
El escenario principal en este momento carece en todo sentido de mayorías claras, y nadie puede consolidar su dominio con tranquilidad, como para respirar. El gobierno apresta una batería de respuestas: está harto comprobado que no es de entregarse.

Néstor Kirchner estaría al frente de la cámara de Diputados (con lo cual se convierte en un potencial candidato a la Rosada) y mediante la nueva ley de partidos políticos intentará dar otra de las varias madres de todas las batallas en el PJ. Cristina hará uso del veto presidencial, y a juzgar por su ánimo institucional, en pocas oportunidades, sin exagerar. Como su marido, la depresión la fortalece. Junto con Rossi, la presencia de Néstor promete convertir al recinto en una plaza de toros.

Funcionaría como disuasor, como un Reagan amenazando a la URSS con la guerra de las galaxias. La medida tiene su riesgo, porque dará argumento a los medios para escandalizarlos: que vivimos una plutocracia o mafiocracia peruca, o lo que fuera. Es decir, el disuasor recibirá todos los misiles, y allí se sentirá en su salsa.

Si la única salida viable luego de las elecciones de junio fue el recueste del gobierno sobre los pequeños partidos progresistas, y el proyecto de reforma política dejó a esos aliados con la sangre en el ojo porque la reglamentación concentra el poder en los grandes, habrá que ver si pasan factura con lo que queda para el futuro, que no es poco.

De todos modos, el despecho no parece unirlos: Sabbatella luce con una actitud más abierta hacia el gobierno que Pino, y Solanas no es lo mismo que Lozano. En este sentido, hay que anotar el pase de Saín al partido de Sabbatella, al que se le nota mayor coherencia que a Proyecto Sur, al menos para no colocar al gobierno en el rol de Enemigo del Pueblo. Hasta Gerardo Sofovich puede sentirse un Ibsen en sus ratos de delirio.

Este oficialismo no es idéntico al de 2003-2007 porque Cristina valoriza de otro modo la tarea del Congreso y el efecto de la ley. Esperemos, por ejemplo, que para neutralizar a la oposición en el tema inseguridad, no se recurra a otra Reforma Blumberg. La política económica (holdouts) sigue por otros carriles, con su propia lógica menos crispante para la oposición.

Representaciones
En esos aprietes resuenan y seguirán resonando los tambores lejanos del acuerdo a que puedan arribar el moyanismo de la CGT y el sector Yasky de la CTA, y allí es decisivo el papel de Tomada. Tanto el ministro como su segunda, Noemí Rial, y Recalde, abogados laboralistas, conocen el hilado fino de lo que se teje en Azopardo.

Saben, por ejemplo, que si aceptan al nuevo sindicato de empleados de Metrovías, Moyano llorará por un ojo. Y si no lo aceptan, el PO habrá encontrado su coartada perfecta con la consiguiente ocupación de calles, medios que entran en estado de crispación, etc. Lo cual no dejará de ser incómodo para la interna de la CTA, que no quiere verse en el papel que le asignó Belén. Hay otra cuestión que no se le puede endilgar a la dirigencia de los subtes: es representativa de sus bases como nunca antes.


El papel de Cobos
La foto del mendocino luce como la de mayor cantidad de alfileres clavadas en el odio kirchnerista, pero se exagera.

Es cierto que Cobos ha mantenido reuniones públicas y no tan públicas con la oposición, y que públicamente ha estado en contra de las principales iniciativas presidenciales. Pero da para dudar, teniendo en cuenta que la principal cualidad que atraviesa a esta oposición, desde Cobos a Macri pasando por De Narváez y Solá, no es la calidad de estadista sino una sólida boludez y una dificultad extrema por acordar gracias a los intereses particulares contradictorios que defienden. El entuerto de Macri con la policía es un ejemplo insuperable de esa vulgaridad.

Contra la opinión generalizada, quien firma este artículo descree que Cobos sea el mascarón de proa del proyecto destituyente. En todo caso es solo un mascarón, ese adorno puesto en la base del bauprés, pero es otro el piloto que timonea el buque. La función mítica del mascarón, dirán los viejos lobos de mar, es augurar buenos vientos a las embarcaciones. Precisamente por eso.

Aquí no hay políticas de largo plazo sino maniobras de combate que a veces se quedan en escaramuza. Pocos recuerdan hoy que Reutemann era la Esperanza Blanca de K a fines de 2008, y luego Cobos pasó a ser la Esperanza Blanca de lo anti-K con la 125. En esta Argentina, las Esperanzas Blancas no corren: Pierre Nodoiuna, como lo bautizó Artemio López, las demuele sin compasión.

El verdadero papel de Cobos es una sospecha instalada con el no-positivo de la 125 y a pesar de varios hechos en contrario. Una serie de sólidos argumentos que le quitarían entidad (desde los dichos de José P. Feinmann –“Kirchner está loco”– hasta los documentos de Carta Abierta) no logran quitarle toda su pertinencia. Si Kirchner es, como afirma Rouvier, un “animal político”, su reflejo principal es conservar el poder, y con un voto sí-positivo habría estado al borde de perderlo. Lo demostró una y otra vez, como por ejemplo a las 48 horas de las elecciones de junio, cuando todos lo creían definitivamente derrotado.

En aquel momento, cuando el Senado le dijo no a las muy oportunas reformas de Diputados al proyecto chirle de la versión Lousteau de la 125, el empate ponía al país en un serio apuro institucional que pudo ser aprovechado por los reunidos en el Monumento A los Españoles para intentar la quema del Palacio de Invierno. No hacía falta mucho: sólo la complicidad de alguno de los traidores y falsarios que trabajan en el Congreso con abundantes sueldos de asesores de nada. Otra vez la puerta sin llave que permitió a Rodríguez Sáa acceder a la presidencia, con un compañero muerto en las escalinatas. Con lo que a la crisis institucional se le hubiera agregado una situación violenta que requería represión policial, de consecuencias imprevisibles. Con esa jugada, los sectores medios habrían tenido la oportunidad de estar reviviendo la Comuna de París porque todos eran el campo, y ponerse en víctimas propiciatorias del peroncho-kirchnerismo. ¿Qué habría pasado con un muerto en ese ucrónico enfrentamiento? ¿Quién lo habría tomado como bandera de lucha? Cuando suenan los disparos, aunque sean de goma, la lógica es la lógica de las armas.

En definitiva, cabe aventurar que Cobos no es tan enemigo de Kirchner como parece, y que ambos sobreactúan el enfrentamiento. Al fin y al cabo, no fueron razones programáticas las que los unieron para definir la fórmula con Cristina. El fenómeno Colombi es todavía un misterio en este mismo sentido, y se exagera cuando se le da la bienvenida al campo nacional y popular.

Cobos intuye que no tiene chances de gobernar aunque hipotéticamente (tendrá que pasar tres gólgotas electorales) ganara las presidenciales, porque una cosa es el origen y otra el ejercicio. Sería un módico De la Rúa, lo que es mucho decir, no importa que la UCR le perdone la traición, y el poder económico concentrado sabe que no es cosa de jugar con fuego. Es imposible imaginar un país en el que Leopoldo Moreau vuelva a bajar línea desde los medios.

De liderazgos y otras yerbas
Kirchner sí es de jugar con fuego.

Enfrente no existe hoy una derecha orgánica, ni cuenta esta con un liderazgo, no digo definido hoy mismo sino uno que se avizore para el futuro próximo. Los grupos económicos, a la vez, pugnan por terminar siempre en el PJ, que al parecer asegura gobernabilidad, pero en un PJ amaestrado, y no tienen que rebuscar mucho para hallarlo.

El radicalismo podrá unificarse, aunque muchos terminen votando a Cobos con un broche en la nariz. En cuanto al PJ, la batalla interna dejará muchos contusos y no pocos odios irreconciliables que significará nuevas rupturas a la derecha de su televisor, hacia el PRO liberal. Ahora dicen que Alberto Fernández firmó un pacto con Macri. Una tercera fuerza de centro izquierda tiene posibilidades de arrimar el bochín pero no hay que desestimar el poder vitriólico de Carrió, que jugará entre esta y el radicalismo, en ambos sin ninguna convicción.

Con semejante panorama, la marcha hacia mayorías firmes, que aseguren el avance en una determinada dirección, quedará para nuevas ocasiones. Y la enunciación de eventuales pactos, como el de la Moncloa o cualquier otro, para solaz de diletantes y embusteros. Como lo precisaba el politólogo Mocca la semana pasada, semejantes acuerdos requieren consensuar entre oficialismo y oposición temas como la distribución de la riqueza, los servicios privatizados y el rol del Estado, y en eso no hay arreglo posible.

¡A escena, mi General!

ENTREVISTA A LEÓNIDAS LAMBORGHINI

Por Pablo E. Chacón


Este reportaje fue publicado en el primer número de la revista La Gandhi Argentina, en abril de 1997; circuló poco y gracias a la inmensa generosidad de Elvio Vitali, su financista y númen. Hoy ZOOM lo rescata a propósito de la muerte del genial poeta argentino, quien narra su obra en la que Perón conversa con Cooke, aseverando “Si no fuera por Perón que le dio poder político, Eva hubiera quedado como una santa que repartía máquinas de coser”.

Una anécdota El poeta ahora escribe una obra de teatro titulada Perón en Caracas donde recrea al líder fuera del bronce, capaz de quedarse en calzoncillos si tiene calor a pesar de su semejanza con el padre de Hamlet que quiere volver y no lo dejan. Este Pocho evoca al de las notas escritas por Rodolfo Walsh a su relato Ese hombre: (“Que el hombre sufre con su exilio”, “Que la intimidad del hombre es impenetrable”, “Que no se puede saber lo que amó, ni lo que desprecia, ni lo que odia, porque la revelación de cualquiera de esos sentimientos es contraria a la política”…).

El retorno por la ficción.

Un edificio de mediana altura, más o menos nuevo, sobre la calle Laprida. Abre el mismo Lamborghini, ascensor hasta el séptimo piso, en silencio. Adentro, lo sigo hasta su cuarto de trabajo, pequeño, atestado de carpetas, cartapacios, libros —Macedonio Fernández, Ascasubi, Santa Evita, algunos tomos de Proust, Stendhal, el arquitecto Livingston. El poeta no tiene computadora.

—Casi no salgo de acá —dice. Acá leo y escribo. Y si salgo es para ver a Hugo Savino y a Milton Rodríguez.

—Escribe una pieza con Perón como protagonista.

—Efectivamente: se llama Perón en Caracas. Ahora, justo cuando hay un revival del gorilismo, que hasta se apoya en Eva para hacer ver al General como a un reaccionario… Pero aclaremos: no fue nada premeditado. Había terminado otras cosas —tengo un montón de inéditos, Cantinelas, El saladero, un diálogo que continúa la línea del Fausto Criollo— y de pronto se presentó este tema, que parece me faltaba.

—Después de Eva Perón en la hoguera.

—Que es de 1972 y hace unos años lo representó Cristina Banegas. Este texto —el nuevo, el de Perón— tiene cantidad de versiones, entre otras cosas a causa de algunas observaciones que me hizo Nicolás Casullo y otra gente. Esta versión, creo, es la definitiva.

Como decía, se llama Perón en Caracas. Es un monólogo. El General habla para sí mismo, y habla también con la platea —que por ese mismo hecho (ser la platea) podría ser el pueblo. En la obra, Perón llega a Caracas un 14 de septiembre de 1956, es decir, a un año de su caída, en la segunda etapa de su exilio. Allí ocupa un departamentito, él mismo se presenta, dice dónde vive, la dirección, y empieza a hablar como un hombre, como un político, alguien que conoce la historia argentina. Su andar —en esa escena— es de mucha ciclotimia. Se ve que está shockeado y sentido por la caída del ‘55, y que revisa las causas y las culpas que le podían haber cabido a él. Baraja todos esos análisis, todas esas elucubraciones, interrumpidas como por fogonazos del 17 de octubre y de otros hechos puntuales: los bombardeos a la Plaza de Mayo, por ejemplo. Perón está solo ahí, en la puesta en escena —no aparecen diapositivas ni nada; simplemente recuerda, ahí, entre cuatro paredes, y se producen reacciones, de rabia, de espanto, mientras se pregunta cómo hemos caído, y por qué.

—¿Con qué materiales trabajó?

—La pieza está basada en la correspondencia entre Perón y John William Cooke; también se lo ve al General escribiendo —entre caídas de ánimo, superaciones, euforias, abatimientos— se percibe claramente que está decidido a ejercer una acción contra la usurpación gorila y que está como tanteando el territorio de su regreso; se pregunta cómo podría suceder esto (el regreso a la Argentina) frente a un interlocutor, Cooke, que aparece por omisión. Cooke, que es un tipo brillante al que Perón nombra como su delegado personal, su delfín —incluso en caso de muerte firma que Cooke es su sucesor. Yo fui muy amigo de Cooke. Claro, era un intelectual, un intelectual al que por ejemplo, Perón —en la obra— le dice: Sí, pero el enemigo también juega, porque en el General se unificaba el intelectual, el político, el pragmático, el teórico, el que veía más allá y se podía equivocar, como cualquiera, pero que tenía ese manejo de la realidad y de los hombres metidos en política.

—Cooke era el otro lado del peronismo tenebroso.

—Yo me acuerdo de que el planteo de Cooke era huelga general por tiempo indeterminado, avión negro y usted, General, está acá… ¿Cuántos años pasaron de eso? Y Perón le dice: Mire, Cooke, para nosotros, que estamos decididos a llevar el conjunto del pueblo al poder otra vez, no hay mayor peligro que el espíritu revolucionario de la pequeño-burguesía. Esto es muy fino, porque el drama que tiene el peronismo en una segunda etapa, la del regreso, es que tiene que absorber, no a los hijos del obrero peronista sino a los hijos de la clase media, lo cual fue un verdadero drama. Ese espíritu revolucionario del que se habla en la pieza era forzar las condiciones.

¿Qué quiero decir? Que Perón era un realista, no un romántico. Ahí tenemos, por un lado, a un hombre lúcido que veía las cosas como las ve un intelectual; y frente a él, un político, un hombre realista, que le estaba diciendo que el enemigo también jugaba. Y vaya si jugó. Y todavía sigue jugando: la locomotora sigue dando marcha atrás y se ve que del ‘55 a esta parte siguió jugando, con distintos protagonistas, hasta llegar a lo que hemos llegado.

—La pieza dura poco más de una hora.

—Es esa hora o esa hora y media en la que Perón elucubra y replantea situaciones, a miles de kilómetros de distancia, con un hombre que le era fiel y le fue fiel toda su vida (Cooke). Haciendo de peón en el tablero de una política argentina que estaba ejercida por lo que él llamaba la fuerza, el derecho de las bestias. Perón los llamaba brutos, nunca menos. Es una estancia interesante de un Perón que todavía no ve bien por dónde, pero ya está buscando, y que ya se plantea críticamente algunos errores… Por eso dice —en algún momento— que la madre de todos los fracasos es la improvisación. Entonces se larga a dar directivas para que se vayan coordinando las acciones que posiblemente provoquen el regreso, que él no lo ve inmediato.

—¿Y el formato para representar esta cuestión?

—Tiene alguna partecita en verso, pero la forma en que yo trabajo es la mezcla; tiene partes que saqué de la correspondencia, otras son inventos. Pero insisto: no está la estatua de Perón sino que busqué otra cosa… si tiene calor, se saca los pantalones y queda en calzoncillos, o se saca la camisa y queda en camiseta. Está solo en esa pieza, entre cuatro paredes, y siente la soledad, tiene la sensación de que le habla a nadie, de que las palabras rebotan en las paredes, y entonces se crea un interlocutor. Perón conversa, murmura, habla con ese compañero imaginario y la explica la situación argentina de entonces, y cuál sería el camino para salir del atolladero…

—… —Claro, la pieza no es inocente, manda señales constantemente hacia el presente. Fíjate: estamos en 1956, y de repente hay un salto en el tiempo. Desde la platea, cuando va a terminar el monólogo, alguien grita: ¡fuera, usted ya fue!… Hasta ese momento estábamos en el ’56, y de pronto en el presente.

—¿En qué otros políticos piensa mientras escribe?

—En quiénes pienso, en realidad… Me interesa mucho lo que dice Ezequiel Martínez Estrada, que no era ningún peronista, sobre (Juan Manual de) Rosas, cuando parece que este hombre (por Martínez Estrada) había empezado a dar la vuelta y a ver las cosas desde otro ángulo, similar a lo que le pasó a (Juan Bautista) Alberdi, por afuera, claro está, de los fanatismos de la hora, de los apasionamientos: tenés un Alberdi y otro Alberdi, el que le da la razón a Rosas con el asunto de la Constitución… una Constitución unitaria que dice, explícitamente, que se adoptará un sistema federal, es la esquizofrenia total… todo esto es una continuidad. Volvamos. Martínez Estrada dice que hasta que no nos expliquemos la figura de Rosas, los argentinos no sabremos de dónde venimos, dónde estamos parados y hacia dónde vamos.

La Argentina —según Alberdi— es un país que no aguanta la verdad. Dice: No hay verdad que valga para los argentinos. No queremos la verdad. Es lo que decía Dantón: la verdad, la amarga verdad, no la queremos, la reprimimos, porque hay una gran mentira que crece como una bola de nieve desde 1810. A mí me la vendieron cuando era chico, en el colegio, estaban los buenos, los malos y así estamos. La verdad tiene claroscuros, no es buena o mala, no es folletinesca, es una mezcla; esa mezcla, los argentinos, no la queremos, no, preferimos civilización o barbarie. Alberdi (acaso la mente más lúcida que tuvo este país) decía que a Sarmiento —debajo del frac— se le veía el chiripá, ¡y si no, no hubiera podido escribir Facundo! Finalmente es chupado por ese personaje. Sarmiento escribe: Sombra terrible de Facundo voy a evocarte, y mi pieza termina con la sombra de Perón mostrándose, quiere volver y no lo dejan, un poco como el padre de Hamlet, que se aparece, habla y no lo entienden; los que están en la platea —los que tienen el papel de opositores— esos sí le contestan: usted terminó.

—Entonces, el eje…

—El eje de la pieza podría ser ése: hasta que no nos expliquemos las figuras de Rosas, Yrigoyen y Perón (que exceden la cuestión de los partidos políticos), podríamos suscribir, calcado, lo que dice Martínez Estrada, porque ellos —cada uno a su manera— representan esa otra parte del pueblo que la historia liberal o neoliberal quiere ocultar. Es decir, en un momento, Perón grita: ¡Quieren una democracia sin pueblo!, y yo ésa la viví, los negros, los cabecitas, los negros soretes, etcétera.

—¿Y cómo se explica el retorno constante de la figura de Eva?

—Te decía, hay un revival que ahora se focaliza en la figura de Perón como autor de todos nuestros males, de todos; por ahí, se le reconoce la acción social… Y entonces se crea una figura como Eva, a quien creó Perón, a la que Perón le abrió las puertas de la historia, con la que Perón se casó siendo lo que decían que era, malquistándose con todos sus amigos, los que lo tenían como el niño mimado del Ejército; anda con una puta, decían, y es más: se casó con una puta. Había que tener unos cojones y una grandeza moral… Después me preguntan por el renunciamiento. Y ya en el momento en que Evita dice Fanática, para mí una sola clase, los obreros, bueno, ahí cagamos, porque el experimento era una conciliación de clases. Pero eso lo dice en La razón de mi vida, y Eva Perón en la hoguera es una reescritura de La razón… en un lenguaje medio inverosímil, todo troquelado, todo roto, todo puntuado, como pulverizado, y sin embargo se arma, y se arma al final, como me gustan a mí las cosas. Pero hay que decirlo: Eva —si no fuera por Perón— hubiera quedado como una santa que repartía máquinas de coser; lo que pasó es que esa mujer tuvo poder político y eso fue gracias a Perón. Yo veo que ahora se rasgan las vestiduras, no quiero hacer nombres, pero Alan Parker hizo lo que hizo y ya sabían lo que iba a hacer. Yo no la voy a ver porque ahí nomás muero de un infarto.

—¿Y para el final?

—Una preguntita: ¿quién está haciendo el arte hoy? Los empresarios, una vieja de mierda que no sabe nada de nada y la tenemos en la pirámide, rodeada de todos los mediocritos que están ahí, qué se yo, porque están ganándose el pan y dando mil dólares, dos mil por allá… ¿Vos sabés lo que sería el Fondo Nacional de las Artes con la guita que entra? Para salirme del circuito, yo mismo no tentarme y agachar la cabeza… Mirá, vamos a hacer un reportaje y después sale cualquier cosa. A los periodistas hay que tratarlos, como decía el Colorado (Jorge Abelardo) Ramos, con amianto, con guantes de amianto, y efectivamente después ponen lo que quieren, te hacen la truchada, no hay que darles pelota con los reportajes. El periodismo es un poder, hace rato que es el primer poder… y entonces la gente actúa con miedo, ¿cómo no les voy a dar un reportaje? Yo soy un muerto poético, no aparezco más, no me publica nadie. Hoy el periodismo cultural es un desastre, acá los buenos no nos juntamos nunca, pero ellos sí que se juntan. Digo: lo mejor es el silencio. Uno de los males del arte argentino —y creo que del arte occidental— es el énfasis, un arte para conmover, para sacar de las casillas, para lograr sobre el que lo recibe una especie de catarsis. Se ha llegado al efectismo más burdo, películas donde la gente va a ver efectos especiales. El estilo que ha triunfado es tipo Sábato, ese énfasis… la vena hinchada.

¡A escena, mi General!

ENTREVISTA A LEÓNIDAS LAMBORGHINI

Por Pablo E. Chacón


Este reportaje fue publicado en el primer número de la revista La Gandhi Argentina, en abril de 1997; circuló poco y gracias a la inmensa generosidad de Elvio Vitali, su financista y númen. Hoy ZOOM lo rescata a propósito de la muerte del genial poeta argentino, quien narra su obra en la que Perón conversa con Cooke, aseverando “Si no fuera por Perón que le dio poder político, Eva hubiera quedado como una santa que repartía máquinas de coser”.

Una anécdota El poeta ahora escribe una obra de teatro titulada Perón en Caracas donde recrea al líder fuera del bronce, capaz de quedarse en calzoncillos si tiene calor a pesar de su semejanza con el padre de Hamlet que quiere volver y no lo dejan. Este Pocho evoca al de las notas escritas por Rodolfo Walsh a su relato Ese hombre: (“Que el hombre sufre con su exilio”, “Que la intimidad del hombre es impenetrable”, “Que no se puede saber lo que amó, ni lo que desprecia, ni lo que odia, porque la revelación de cualquiera de esos sentimientos es contraria a la política”…).

El retorno por la ficción.

Un edificio de mediana altura, más o menos nuevo, sobre la calle Laprida. Abre el mismo Lamborghini, ascensor hasta el séptimo piso, en silencio. Adentro, lo sigo hasta su cuarto de trabajo, pequeño, atestado de carpetas, cartapacios, libros —Macedonio Fernández, Ascasubi, Santa Evita, algunos tomos de Proust, Stendhal, el arquitecto Livingston. El poeta no tiene computadora.

—Casi no salgo de acá —dice. Acá leo y escribo. Y si salgo es para ver a Hugo Savino y a Milton Rodríguez.

—Escribe una pieza con Perón como protagonista.

—Efectivamente: se llama Perón en Caracas. Ahora, justo cuando hay un revival del gorilismo, que hasta se apoya en Eva para hacer ver al General como a un reaccionario… Pero aclaremos: no fue nada premeditado. Había terminado otras cosas —tengo un montón de inéditos, Cantinelas, El saladero, un diálogo que continúa la línea del Fausto Criollo— y de pronto se presentó este tema, que parece me faltaba.

—Después de Eva Perón en la hoguera.

—Que es de 1972 y hace unos años lo representó Cristina Banegas. Este texto —el nuevo, el de Perón— tiene cantidad de versiones, entre otras cosas a causa de algunas observaciones que me hizo Nicolás Casullo y otra gente. Esta versión, creo, es la definitiva.

Como decía, se llama Perón en Caracas. Es un monólogo. El General habla para sí mismo, y habla también con la platea —que por ese mismo hecho (ser la platea) podría ser el pueblo. En la obra, Perón llega a Caracas un 14 de septiembre de 1956, es decir, a un año de su caída, en la segunda etapa de su exilio. Allí ocupa un departamentito, él mismo se presenta, dice dónde vive, la dirección, y empieza a hablar como un hombre, como un político, alguien que conoce la historia argentina. Su andar —en esa escena— es de mucha ciclotimia. Se ve que está shockeado y sentido por la caída del ‘55, y que revisa las causas y las culpas que le podían haber cabido a él. Baraja todos esos análisis, todas esas elucubraciones, interrumpidas como por fogonazos del 17 de octubre y de otros hechos puntuales: los bombardeos a la Plaza de Mayo, por ejemplo. Perón está solo ahí, en la puesta en escena —no aparecen diapositivas ni nada; simplemente recuerda, ahí, entre cuatro paredes, y se producen reacciones, de rabia, de espanto, mientras se pregunta cómo hemos caído, y por qué.

—¿Con qué materiales trabajó?

—La pieza está basada en la correspondencia entre Perón y John William Cooke; también se lo ve al General escribiendo —entre caídas de ánimo, superaciones, euforias, abatimientos— se percibe claramente que está decidido a ejercer una acción contra la usurpación gorila y que está como tanteando el territorio de su regreso; se pregunta cómo podría suceder esto (el regreso a la Argentina) frente a un interlocutor, Cooke, que aparece por omisión. Cooke, que es un tipo brillante al que Perón nombra como su delegado personal, su delfín —incluso en caso de muerte firma que Cooke es su sucesor. Yo fui muy amigo de Cooke. Claro, era un intelectual, un intelectual al que por ejemplo, Perón —en la obra— le dice: Sí, pero el enemigo también juega, porque en el General se unificaba el intelectual, el político, el pragmático, el teórico, el que veía más allá y se podía equivocar, como cualquiera, pero que tenía ese manejo de la realidad y de los hombres metidos en política.

—Cooke era el otro lado del peronismo tenebroso.

—Yo me acuerdo de que el planteo de Cooke era huelga general por tiempo indeterminado, avión negro y usted, General, está acá… ¿Cuántos años pasaron de eso? Y Perón le dice: Mire, Cooke, para nosotros, que estamos decididos a llevar el conjunto del pueblo al poder otra vez, no hay mayor peligro que el espíritu revolucionario de la pequeño-burguesía. Esto es muy fino, porque el drama que tiene el peronismo en una segunda etapa, la del regreso, es que tiene que absorber, no a los hijos del obrero peronista sino a los hijos de la clase media, lo cual fue un verdadero drama. Ese espíritu revolucionario del que se habla en la pieza era forzar las condiciones.

¿Qué quiero decir? Que Perón era un realista, no un romántico. Ahí tenemos, por un lado, a un hombre lúcido que veía las cosas como las ve un intelectual; y frente a él, un político, un hombre realista, que le estaba diciendo que el enemigo también jugaba. Y vaya si jugó. Y todavía sigue jugando: la locomotora sigue dando marcha atrás y se ve que del ‘55 a esta parte siguió jugando, con distintos protagonistas, hasta llegar a lo que hemos llegado.

—La pieza dura poco más de una hora.

—Es esa hora o esa hora y media en la que Perón elucubra y replantea situaciones, a miles de kilómetros de distancia, con un hombre que le era fiel y le fue fiel toda su vida (Cooke). Haciendo de peón en el tablero de una política argentina que estaba ejercida por lo que él llamaba la fuerza, el derecho de las bestias. Perón los llamaba brutos, nunca menos. Es una estancia interesante de un Perón que todavía no ve bien por dónde, pero ya está buscando, y que ya se plantea críticamente algunos errores… Por eso dice —en algún momento— que la madre de todos los fracasos es la improvisación. Entonces se larga a dar directivas para que se vayan coordinando las acciones que posiblemente provoquen el regreso, que él no lo ve inmediato.

—¿Y el formato para representar esta cuestión?

—Tiene alguna partecita en verso, pero la forma en que yo trabajo es la mezcla; tiene partes que saqué de la correspondencia, otras son inventos. Pero insisto: no está la estatua de Perón sino que busqué otra cosa… si tiene calor, se saca los pantalones y queda en calzoncillos, o se saca la camisa y queda en camiseta. Está solo en esa pieza, entre cuatro paredes, y siente la soledad, tiene la sensación de que le habla a nadie, de que las palabras rebotan en las paredes, y entonces se crea un interlocutor. Perón conversa, murmura, habla con ese compañero imaginario y la explica la situación argentina de entonces, y cuál sería el camino para salir del atolladero…

—… —Claro, la pieza no es inocente, manda señales constantemente hacia el presente. Fíjate: estamos en 1956, y de repente hay un salto en el tiempo. Desde la platea, cuando va a terminar el monólogo, alguien grita: ¡fuera, usted ya fue!… Hasta ese momento estábamos en el ’56, y de pronto en el presente.

—¿En qué otros políticos piensa mientras escribe?

—En quiénes pienso, en realidad… Me interesa mucho lo que dice Ezequiel Martínez Estrada, que no era ningún peronista, sobre (Juan Manual de) Rosas, cuando parece que este hombre (por Martínez Estrada) había empezado a dar la vuelta y a ver las cosas desde otro ángulo, similar a lo que le pasó a (Juan Bautista) Alberdi, por afuera, claro está, de los fanatismos de la hora, de los apasionamientos: tenés un Alberdi y otro Alberdi, el que le da la razón a Rosas con el asunto de la Constitución… una Constitución unitaria que dice, explícitamente, que se adoptará un sistema federal, es la esquizofrenia total… todo esto es una continuidad. Volvamos. Martínez Estrada dice que hasta que no nos expliquemos la figura de Rosas, los argentinos no sabremos de dónde venimos, dónde estamos parados y hacia dónde vamos.

La Argentina —según Alberdi— es un país que no aguanta la verdad. Dice: No hay verdad que valga para los argentinos. No queremos la verdad. Es lo que decía Dantón: la verdad, la amarga verdad, no la queremos, la reprimimos, porque hay una gran mentira que crece como una bola de nieve desde 1810. A mí me la vendieron cuando era chico, en el colegio, estaban los buenos, los malos y así estamos. La verdad tiene claroscuros, no es buena o mala, no es folletinesca, es una mezcla; esa mezcla, los argentinos, no la queremos, no, preferimos civilización o barbarie. Alberdi (acaso la mente más lúcida que tuvo este país) decía que a Sarmiento —debajo del frac— se le veía el chiripá, ¡y si no, no hubiera podido escribir Facundo! Finalmente es chupado por ese personaje. Sarmiento escribe: Sombra terrible de Facundo voy a evocarte, y mi pieza termina con la sombra de Perón mostrándose, quiere volver y no lo dejan, un poco como el padre de Hamlet, que se aparece, habla y no lo entienden; los que están en la platea —los que tienen el papel de opositores— esos sí le contestan: usted terminó.

—Entonces, el eje…

—El eje de la pieza podría ser ése: hasta que no nos expliquemos las figuras de Rosas, Yrigoyen y Perón (que exceden la cuestión de los partidos políticos), podríamos suscribir, calcado, lo que dice Martínez Estrada, porque ellos —cada uno a su manera— representan esa otra parte del pueblo que la historia liberal o neoliberal quiere ocultar. Es decir, en un momento, Perón grita: ¡Quieren una democracia sin pueblo!, y yo ésa la viví, los negros, los cabecitas, los negros soretes, etcétera.

—¿Y cómo se explica el retorno constante de la figura de Eva?

—Te decía, hay un revival que ahora se focaliza en la figura de Perón como autor de todos nuestros males, de todos; por ahí, se le reconoce la acción social… Y entonces se crea una figura como Eva, a quien creó Perón, a la que Perón le abrió las puertas de la historia, con la que Perón se casó siendo lo que decían que era, malquistándose con todos sus amigos, los que lo tenían como el niño mimado del Ejército; anda con una puta, decían, y es más: se casó con una puta. Había que tener unos cojones y una grandeza moral… Después me preguntan por el renunciamiento. Y ya en el momento en que Evita dice Fanática, para mí una sola clase, los obreros, bueno, ahí cagamos, porque el experimento era una conciliación de clases. Pero eso lo dice en La razón de mi vida, y Eva Perón en la hoguera es una reescritura de La razón… en un lenguaje medio inverosímil, todo troquelado, todo roto, todo puntuado, como pulverizado, y sin embargo se arma, y se arma al final, como me gustan a mí las cosas. Pero hay que decirlo: Eva —si no fuera por Perón— hubiera quedado como una santa que repartía máquinas de coser; lo que pasó es que esa mujer tuvo poder político y eso fue gracias a Perón. Yo veo que ahora se rasgan las vestiduras, no quiero hacer nombres, pero Alan Parker hizo lo que hizo y ya sabían lo que iba a hacer. Yo no la voy a ver porque ahí nomás muero de un infarto.

—¿Y para el final?

—Una preguntita: ¿quién está haciendo el arte hoy? Los empresarios, una vieja de mierda que no sabe nada de nada y la tenemos en la pirámide, rodeada de todos los mediocritos que están ahí, qué se yo, porque están ganándose el pan y dando mil dólares, dos mil por allá… ¿Vos sabés lo que sería el Fondo Nacional de las Artes con la guita que entra? Para salirme del circuito, yo mismo no tentarme y agachar la cabeza… Mirá, vamos a hacer un reportaje y después sale cualquier cosa. A los periodistas hay que tratarlos, como decía el Colorado (Jorge Abelardo) Ramos, con amianto, con guantes de amianto, y efectivamente después ponen lo que quieren, te hacen la truchada, no hay que darles pelota con los reportajes. El periodismo es un poder, hace rato que es el primer poder… y entonces la gente actúa con miedo, ¿cómo no les voy a dar un reportaje? Yo soy un muerto poético, no aparezco más, no me publica nadie. Hoy el periodismo cultural es un desastre, acá los buenos no nos juntamos nunca, pero ellos sí que se juntan. Digo: lo mejor es el silencio. Uno de los males del arte argentino —y creo que del arte occidental— es el énfasis, un arte para conmover, para sacar de las casillas, para lograr sobre el que lo recibe una especie de catarsis. Se ha llegado al efectismo más burdo, películas donde la gente va a ver efectos especiales. El estilo que ha triunfado es tipo Sábato, ese énfasis… la vena hinchada.

Las diez razones para apoyar la Ley de Democratización de la Representación Política, Equidad y Transparencia Electoral

por Juan Abal Medina, Secretario de Gestión Pública

En las democracias contemporáneas, los partidos políticos son los instrumentos fundamentales de canalización y representación de los intereses sociales. Por eso, para que las democracias de partidos funcionen adecuadamente, es necesario que haya democracia en y entre los partidos. Este proyecto de ley avanza en esa dirección, y por eso enumeramos 10 razones para apoyar su aprobación:

1. Establece la realización de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias. La utilización de mecanismos de selección de candidatos que incluyan la participación de la ciudadanía está creciendo en el mundo. Además del caso paradigmático de los Estados Unidos de América, países de la región como Costa Rica, Uruguay y Colombia han incorporado este requisito en su legislación electoral. Incluso en Europa, donde los partidos tradicionalmente seleccionaban a los candidatos mediante los órganos de gobierno partidarios, actualmente se están difundiendo métodos más abiertos, como lo prueban experiencias recientes en Francia, Italia y el Reino Unido. En Uruguay rige un esquema como el propuesto desde 1997, y los partidos son indudablemente más fuertes e institucionalizados que antes. También la Provincia de Santa Fe constituye una valiosa experiencia de aplicación de un sistema similar.

2. La implementación de este sistema impide que quienes sean derrotados en una primaria compitan en la elección general, evitando la proliferación de sellos electorales que se crean para cada comicio y carecen de inserción efectiva en la sociedad. Así, se fortalece a los partidos como herramientas de participación popular en los asuntos públicos, en desmedro de “partidos flash” meramente personalistas. Partidos sólidos, con un robusto anclaje social, contribuyen a una competencia política más estable, que permita a los ciudadanos conocer sus programas de gobierno, emitir un voto informado y controlar más adecuadamente el desempeño de sus representantes.

3. Con el mismo objetivo de garantizar que los partidos políticos cuenten con una representatividad real en la sociedad, se elevan los requisitos para la constitución de un partido (acreditando la afiliación de al menos el 5‰ del electorado), se fortalecen los mecanismos de control sobre dichos niveles de afiliación y se eleva el piso mínimo a alcanzar para mantener la personería (3% del padrón en 2 elecciones sucesivas). En la mayoría de los países existen restricciones similares que impiden la atomización del sistema de partidos, incluyendo en algunos casos elevados umbrales electorales o incluso la fijación de un número mínimo de bancas para conformar un bloque legislativo. La experiencia comparada muestra que la fragmentación excesiva del sistema partidario es perjudicial para la democracia, y por eso este proyecto pretender corregir tal debilidad de nuestro sistema actual, que presenta más de 680 partidos con personería jurídica.

4. Para democratizar efectivamente la competencia electoral, el Estado garantizará a todos los partidos espacios de publicidad en medios audiovisuales, de forma equitativa y proporcional. Junto a esto, se prohíbe la contratación privada de estos espacios, que actualmente consume casi el 90% de los recursos destinados a las campañas electorales. De este modo, la competencia electoral se vuelve más transparente y equitativa, garantizando la difusión de todas las propuestas y su acceso por parte de la ciudadanía. Un esquema como el propuesto rige en Francia, Reino Unido, España, Portugal, México, Brasil y (con pequeñas diferencias) Chile y Colombia, entre otros países.

5. Se prohíben las contribuciones a los partidos por parte de personas de existencia ideal, permitiéndose solamente las de personas físicas. Se entiende que todo ciudadano tiene derecho a apoyar al partido que lo desee, pero las corporaciones en sí mismas no cuentan con ese derecho. Así, se evita cualquier posible influencia de éstas en los actos de gobierno de los partidos políticos, preservando el principio básico de la democracia de la igualdad política de todos los ciudadanos. A la vez, el proyecto establece que se otorguen en forma más equitativa los fondos públicos para los partidos políticos, pasando a distribuirse el 50% en forma igualitaria y el 50% de acuerdo a los resultados de la última elección. Nuevamente, el objetivo es democratizar la competencia electoral.

6. Se regula la publicación de encuestas y estudios de opinión, para que la ciudadanía conozca quién ha contratado y bajo qué metodología ha sido elaborado cada estudio difundido en los medios de comunicación. Junto a esto, se crea un Registro de Empresas de Encuestas y Sondeos de Opinión, que permitirá transparentar el funcionamiento y difusión de estos estudios. Estas disposiciones siguen normativas similares establecidas en países como Brasil, Ecuador, Portugal y Bélgica. El objetivo es que las encuestas no sean utilizadas como un instrumento de manipulación al elector, sino de información y análisis electoral.

7. Se impide a los partidos la presentación de candidatos a ocupar cargos públicos a personas con auto de procesamiento por delitos de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos. Se busca garantizar la convicción democrática de quienes aspiran a representar a la ciudadanía. Nuestra democracia debe decir Nunca Más a los ejecutores del terrorismo de Estado y la represión ilegal.

8. Se unifican los padrones masculino y femenino, terminando con una división anacrónica y prácticamente única en el mundo, y dando un nuevo paso en promover la igualdad de género en la República Argentina.

9. Cubriendo un vacío de la legislación vigente, se regula la constitución de alianzas, confederaciones y fusiones, estableciendo un criterio homogéneo para todos los distritos del país. Se trata de ordenar y hacer más previsible el funcionamiento de nuestro régimen de partidos, tanto para la ciudadanía como para los propios actores políticos.

10. Se incorporan nuevas tecnologías en distintas etapas del procedimiento, a fin de modernizar y agilizar el proceso electoral. En la era digital, es necesario adoptar mecanismos que fortalezcan la celeridad y confiabilidad con que se organizan los comicios, y para ello se crea el Registro Nacional de Electores en soporte magnético. Esto permitirá actualizar la información de los padrones en forma permanente y reducir tiempos y costos del proceso eleccionario.

Por las razones expuestas, el proyecto de Ley de Democratización de la Representación Política, Equidad y Transparencia electoral constituye un salto de calidad institucional que fortalecerá a los partidos políticos, reducirá la brecha entre representantes y representados y mejorará el funcionamiento de la democracia argentina.

Por dónde se corta el hilo

Maristella Svampa –licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París– ha estudiado no sólo la formación y consolidación de las organizaciones piqueteras, sino también el modo en que se ha buscado criminalizar sus reclamos con argumentos que, desde mitad de los años ’90, han servido a distintos ciclos políticos. Desde ese lugar, la académica advierte sobre las particularidades de los discursos políticos y mediáticos que, con violencia, se hicieron oír la semana pasada, estigmatizando a determinadas agrupaciones de desocupados y desocupadas y a sus dirigentes, especialmente a una de ellas, una mujer, Milagro Sala. El avance de la derecha, la comprensión de la política –otra vez– en términos de civilización o barbarie y la configuración de nuevas organizaciones sociales en boca de una intelectual que ha sabido acompañar el pulso popular a lo largo de las últimas dos décadas.

Acaba de firmar, junto con otros intelectuales, una declaración alertando sobre los efectos de los discursos criminalizadores de ciertos movimientos sociales por parte de Elisa Carrió, Gerardo Morales y las coberturas de los diarios Clarín y Nación.
–Es que es muy preocupante porque cada vez que se agita el fantasma de la violencia política los contextos represivos se acentúan o hay episodios de represión. Hay además un clima muy enrarecido en la sociedad en el último año y medio. Mucha gente empezó a pensar en términos de una estructura binaria, de fuerte polarización. A pesar de que no soy partidaria de lecturas de lo destituyente, ese esquema binario que instala el sistema de amigo/enemigo de manera tan tajante lo que hace es debilitar aun más el contexto democrático en Argentina e impide pensar en la complejidad de los conflictos políticos. Pero más allá de esas lecturas es necesario decir que sí está enrarecido el clima y que ha habido un avance de la derecha que apela en su discurso a la noción de seguridad, de gobernabilidad.

Pareciera como que ese avance de la derecha ha logrado consolidar, tal vez a partir del conflicto con los sectores agrarios, un “nosotros” que se da el lujo hasta de expresiones racistas.
–Yo no soy partidaria de lecturas lineales. Efectivamente hay una campaña antipiquetera muy fuerte que instala distintos discursos criminalizadores que ahora se ven reactualizados con distintos voceros, pero sólo reactualizados. La criminalización de los movimientos sociales e incluso de la pobreza son dispositivos generales del modelo neoliberal desde mediados de los noventa, cuando surgen los primeros levantamientos comunitarios en las localidades petroleras al estilo Cutral-Có y Plaza Huincul en Neuquén, Mosconi en Salta. Entonces ya se aplican dispositivos de criminalización en ese marco de Estado de seguridad –porque hay un mayor pertrechamiento de las fuerzas de seguridad, no olvidemos el rol que empezó a tener Gendarmería Nacional–. Estos dispositivos recorren, de manera diferente, distintos ciclos políticos. Las organizaciones piqueteras fueron criminalizadas desde el origen, más allá de que circunstancialmente ahora sean las organizaciones piqueteras que tienen afinidad con el Gobierno las que aparecen como en el centro del cuestionamiento.

Sin embargo, ahora se hace cierto hincapié en la estigmatización de los rasgos identitarios de estas organizaciones.
–En realidad los argumentos que forman parte del discurso criminalizador estaban en juego desde principios del 2000 y para mí son cuatro:

-Asociar a las organizaciones de desocupados con la figura del “subversivo”. Ejemplos: Cuando se da el Cutralcazo el Gobierno mismo habla de rebrote subversivo. Los piqueteros de General Mosconi en 2001 son vinculados con las FARC y la ETA. Cuando se da la masacre de Puente Pueyrredón lo primero que se dice, de lo primero que se habla es de la existencia de un complot y de luchas internas entre piqueteros. Es decir, esa figura recorre el discurso criminalizador. Hoy en día se habla de violencia política y violencia piquetera y hay quienes comienzan a decir si efectivamente no hay más piqueteros armados. Este argumento es el más grosero y tal vez por eso también el más endeble.

-La hipótesis de la manipulación: O bien hay partidos políticos detrás y por ende esto los desnaturaliza en sus demandas. O bien son presos del clientelismo. Así se convierte a los piqueteros en agentes asistenciales que son cooptados por los diferentes gobiernos que distribuyen de manera discrecional esos planes sociales, no son por ende autores libres o autodeterminados, lo cual exhibe un desprecio importante.

O sea, no hacen política sino simplemente ponen el cuerpo.
–Ese es otro argumento, que se usa últimamente: la hipótesis miserabilista. Que yo llamaba así desde el año 2004, es decir que al ser bases sociales muy vulnerables, desprovistas, que se desenvuelven en el campo de la sobrevivencia, no pueden o no son capaces de hacer política. Hay una suerte de límite ontológico de la política y lo que se hace es, sobre todo, rechazar todo tipo de análisis complejo y asimilar las organizaciones de desocupados a esas masas sumergidas que no pueden autodeterminarse, no pueden pensar en otros mundos posibles. Son expulsados de la política.

¿Y el cuarto argumento?
–Sería una crítica normativa, que aparece en algunos diarios, en el discurso de ciertas ONG e incluso de académicos: ahí se dice que no son lo que deberían ser. Ellos deberían ser y tener otro tipo de demandas. Es decir, se movilizan o realizan cosas que no se espera que hagan. Salen del marco, la crítica normativa dice que no son lo que deberían ser y en cambio se constituyen en actores plebeyos, utilizan la acción directa, se organizan en cooperativas, solidariamente, pero además desarrollan una acción de tipo no institucional. Tal vez este último argumento sea el que está menos presente y ahora funcione más la hipótesis de la manipulación, clientelar. Pero insisto, en 2004 se hablaba de clientelismo de izquierda en relación con el Partido Obrero, por ejemplo. Se ignoraba así el contenido diverso y complejo del universo piquetero buscando simplificarlo y en este caso es clientelismo gubernamental.

Sin embargo, cuando se describe en los grandes medios a la organización Túpac Amaru, particularmente, todo lo que podría ser a favor, como la construcción de viviendas, etc., se traduce en descalificación. La organización se convierte en “Estado paralelo”.
–Es cierto, hace unos años se invisibilizaba la red solidaria que se desarrolla en los barrios, entonces se trataba de descalificar las acciones que se llevaban a cabo en el espacio público e invisibilizar lo que se hacía hacia dentro del territorio. Hoy en día creo que la hipótesis clientelar es tan fuerte que lo que se trata de demostrar es el carácter espurio de los fondos que se utilizan para hacer efectivamente este tipo de tareas que supuestamente deberían estar en manos del Estado. O que condena todo tipo de mediación, como espuria o discrecional. Lo cual es terrible y es a la vez ignorar toda la historia del movimiento y las organizaciones sociales que hacen trabajo comunitario. Es ignorar los cambios internos que ha habido en la matriz argentina en los últimos quince o veinte años. La composición misma de las clases populares, el surgimiento de nuevos movimientos sociales.

También se apela a cierto miedo de lo que pueden lograr estas agrupaciones de frente a un nosotros que parece muy fortalecido, un nosotros blanco de clase media que estaría amenazado por estas formas de organización paralela.
–Es posible que haya contenidos más fuertemente clasistas, con un sesgo racista, que es cierto que se instaló en los últimos tiempos. En los últimos tiempos también hay que analizar que esos pocos puentes o pasarelas que se habían tendido entre las clases medias y los sectores populares más organizados se rompieron por completo. Lo que queda ahora es muy marginal y lo que aparece ahora como emergente es precisamente un discurso muy autocentrado en esa noción de clase media blanca a la que vos te referís como representativa de lo que es el país. Es cierto eso. Pero yo no soy partidaria de una visión lineal de las clases medias.

¿Vos no advertís un espacio más fértil para que se escuchen discursos que parecen no registrar mediaciones en cuanto a la construcción de un otro oscuro, pobre, amenazador, incluso extranjero?
–Puede ser, pero yo lo que veo es más bien continuidad y cada tanto inflexiones en las que toma relevancia este discurso, pero este discurso criminalizador tanto de los medios como en algún caso fue del Gobierno en relación con los movimientos de desocupados y por extensión a otras organizaciones populares, sobre todo si uno piensa por ejemplo en las poblaciones originarias. Yo lo veo desde hace tiempo. ¿Qué es lo que hay de nuevo? Hay, más que un endurecimiento del contexto represivo, un avance de la derecha, una consolidación de un discurso altamente sicuritario en donde esto aparece también como una suerte de amenaza, sí. Pero en el 2004 también lo había, estaba (Juan Carlos) Blumberg, por ejemplo, todavía había más presencia de las organizaciones piqueteras en el espacio público de la ciudad de Buenos Aires. También lo había en el 2001 y en 1999 cuando empezaron a tener más centralidad las organizaciones piqueteras no sólo como sujeto social sino político. En realidad, la historia misma de los avatares de las organizaciones piqueteras, más allá de que hay diferentes fases y es un campo muy heterogéneo, está muy marcada por el discurso criminalizador que va desde la judicialización del conflicto –o sea llevar las acciones políticas al terreno penal–, hasta la criminalización o estigmatización mediática y política.

Esta vez, pareciera que la estigmatización mediática tiene un efecto directo sobre el sentido común que otras veces no funcionó de manera tan automática.
–Claro, este discurso criminalizador, estigmatizador, no tiene el mismo resultado, no siempre llega a cuestionar el relato identitario construido por un actor, que nunca es lineal. Cuando el gobierno de (Carlos) Menem calificó de rebrote subversivo lo de Cutral-Có, esa lectura no se instaló. Cuando el gobierno de (Eduardo) Duhalde habló de complot y matanza entre piqueteros en el Puente Pueyrredón, eso tampoco llegó a instalarse y fue desbaratado rápidamente por diferentes medios. A partir de 2004 hay inflexiones. A partir de 2004 hay un quiebre del relato identitario piquetero, porque los que habían sido hasta ese momento el símbolo de la lucha contra el neoliberalismo comienzan a ser vistos como una suerte de efecto perverso del modelo neoliberal.

¿A qué te referís con “efecto perverso”?
–Por el asistencialismo, por la manipulación política, por la cuestión de la violencia piquetera. Eso, hoy en día, aparece mucho más instalado, creo yo. Pero viene de 2004, activado, actualizado, con nuevos elementos por el hecho de que realmente no estamos frente a ese gobierno fuerte que fue el de Néstor Kirchner, con esa capacidad de aglutinar a sectores de derecha que demandaban gobernabilidad con sectores de centroizquierda que apelaban a la idea de transversalidad. Hoy en día esa coalición se deshizo y tenés el avance de una derecha que busca deslegitimar las organizaciones sociales que se incorporaron al Gobierno.

Son dos etapas diferentes pero que tienen continuidad, si no lo decimos parece que no tuviéramos memoria, que no recordamos ni lo que pasó en 1996 o en 2004. Hoy llegamos al punto en que abrís cualquiera de los dos grandes diarios nacionales y hablan de lo que pasó en Cutral-Có como si allí hubieran estado los piqueteros auténticos. Lo hacen a través de reportajes en los que se ubica a una figura que participó de aquel movimiento –pasa en la televisión también– preguntándole qué opina de D’Elía, qué opina de Pérsico, para que los deslegitime, para hacer la distinción entre piqueteros auténticos y los otros, o para quitarles ese nivel de autenticidad a los movimientos piqueteros. Porque ése es el objetivo de fondo, distorsionar lo que es un movimiento social. Que a la vez es muy heterogéneo y nunca tuvo una relación fácil con el resto de la sociedad.

Apenas se puede recordar un breve romance que encarnó aquella consigna de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
–Sí, se habían tendido pasarelas y no puentes porque la primera correntada se las llevó puestas. Y que en realidad vuelven a mostrar esta ruptura de solidaridades sociales entre clases medias y clases populares. Pero también al interior de las clases populares hubo rupturas de solidaridades porque surgió un nuevo proletariado plebeyo dentro de ese mundo de los excluidos que se generalizó en los ’90.

¿A qué llamás proletariado plebeyo?
–En varios libros lo que analizo es cómo se dieron el declive y la fragmentación de las clases populares, clases trabajadoras muy ligadas al mundo del trabajo formal y vinculadas con el peronismo, sobre todo con los sectores sindicales y la emergencia de un mundo organizacional diferente, muy proclive a la acción directa y al desarrollo de otras formas de organización. Ese mundo de los excluidos que comienza a autoorganizarse y adquiere visibilidad, sobre todo a partir de 2001, es diferente de aquel mundo de los trabajadores urbanos relacionados con el trabajo formal. Este es un mundo desconocido que inspira miedo para muchos de estos sectores medios, blancos o no. Son los que sintetizan la imagen de las clases peligrosas, sobre todo si están del otro lado, en el conurbano bonaerense.

¿Su mera existencia podría funcionar como una amenaza para quienes todavía participan del sistema laboral?

–Ese mundo no es clase trabajadora, tampoco es lumpen proletariado como se lo intenta descalificar, sino un nuevo proletariado plebeyo que busca autoafirmarse a través de la acción directa en tanto ser excluidos dentro del modelo neoliberal. En esa suerte de autoafirmación de ciertos rasgos culturales asociados con las clases populares aparecen como altamente disruptivos y son también los que provocan tanto desprecio por parte de las clases medias en todo momento. Hablo de proletariado plebeyo porque conforma los contornos de una nueva clase popular y en ese sentido. Por eso ya no se puede hablar de clase popular en singular, hay que usar el plural, porque hay una fragmentación o distancia entre los excluidos y el mundo de los trabajadores sindicalizados, por ejemplo.

Las relaciones entre organizaciones piqueteras y trabajadores ocupados son muy, muy complicadas, muy poco verbalizadas. Siempre fueron vistas con desconfianza, incluso en ese período de las asambleas barriales había desconfianza hacia los piqueteros porque había varias cosas que los colocaban en el lugar de la alteridad radical, primero por su acción disruptiva; y después, la cuestión de los planes sociales nunca cerró del todo. Es cierto, cuando después veían lazos solidarios, comedores, panaderías, proyectos, emprendimientos productivos, ahí cambiaba el registro de lectura, pero era muy diferente la relación con los cartoneros, por ejemplo.

Para las clases medias parece más fácil relacionarse con sujetos asistenciales que con actores políticos.

–Claro, mientras los piqueteros eran sujetos políticos, los otros no aparecían de ese modo y sí demandaban una lógica más asistencial pero sobre todo pedagógica de parte de las clases medias. Es increíble, pero esas relaciones tortuosas dentro del universo militante incluso, son poco verbalizadas, no se habla acerca de lo difícil que es comprender, incorporar, tratar al otro en su diferencia. Y los piqueteros siempre fueron los peores tratados. Afuera y adentro del campo militante.

¿Y las piqueteras? ¿Creés que hay una mirada distinta cuando ese sujeto encarna en un cuerpo de mujer?
–Lo que hay que decir en primer lugar, cuando una habla de América latina y el campo militante, es que la presencia de la mujer es central, sobre todo en las clases populares. Es la gran articuladora. No sólo en lo que tiene que ver con desarrollo del tejido asistencial sino también con protagonismo político. Y es algo que ha implicado todo un proceso de empoderamiento. Cuando yo hice el trabajo sobre organizaciones piqueteras, y te estoy hablando del año 2002, a mí me sorprendió mucho ver ciertas actitudes de mujeres piqueteras, por ejemplo en la Corriente Clasista y Combativa, que se autolimitaban. Y que por ejemplo tenían miedo de hablar en público, en contraste con un gran trabajo comunitario. Ellas clamaban por más protagonismo pero a la vez reconocían el liderazgo masculino. Yo creo que ha habido mucho cambio en los últimos años, sobre todo desde 2002 en adelante.

¿A qué atribuís ese cambio?
–Porque desde entonces se configura un campo multiorganizacional que va desde las fábricas recuperadas, los colectivos culturales, cierto sindicalismo; el surgimiento de las organizaciones ambientales, y por supuesto las organizaciones piqueteras. Y es a partir de ahí que surgen otros espacios de circulación y de construcción de discursos identitarios y es ahí donde las mujeres comienzan a empoderarse, a partir de la consolidación de su participación en Encuentros de Mujeres, por ejemplo, y el desarrollo al interior de las propias organizaciones de desocupados de espacios de mujeres o de género. El caso del Frente Darío Santillán es un referente de eso. Con todas las ambigüedades o ambivalencias que tiene eso. He leído trabajos muy lindos en relación con estas dificultades que existen y de las distintas figuras de la mujer que coexisten en los espacios piqueteros: figuras tradicionales y figuras más innovadoras y disruptivas. El caso es que ha habido un empoderamiento muy importante.

Antes, teniendo las mujeres fuerte protagonismo, esto no era reconocido políticamente, salvo en el caso de Nina Peloso, a la sazón la mujer de Castells.

Una figura muy particular.
–Bueno, todas tienen que ser particulares y sobre todo muy fuertes para poder emerger en ese mundo netamente masculino y más en las clases populares, con fuertes contenidos patriarcales. Si no se imponen a través de figuras particulares, como ser la misma Milagro Sala, no hay posibilidad de consolidar un liderazgo femenino. Pero ahora sí hay reconocimiento del carácter político de esa participación social antes silenciada.

¿Se puede decir que esa emergencia tiene un costo? ¿No resulta más amenazador aun un liderazgo femenino, en tanto que la distancia hacia esa otra es prácticamente insalvable?
–No estoy segura. Aunque sí es evidente que hay una crítica a la no autolimitación. Pero a ver, cuando una piensa en movimientos históricos liderados por mujeres el rol siempre ha sido fundamental. Por ejemplo, el movimiento de Derechos Humanos: las Madres de Plaza de Mayo politizaron lo impolitizable. Es cierto, lo hicieron desde el lugar de madres. Pero dentro del movimiento piquetero también: en los orígenes, los primeros levantamientos comunitarios, tanto en Cutral-Có como en General Mosconi, las que lideraron las demandas de trabajo en nombre del hambre de sus hijos fueron las mujeres. Pero es cierto, lo hicieron desde un rol tradicional, ellas no son proveedoras pero tienen que asegurar la supervivencia. Y la verdad es que las mujeres le dieron tal fuerza al reclamo que pasó a ser urgente y ya no se lo vio como un reclamo político nada más. Fue un descubrimiento.

El problema es cuando queda totalmente velado el rol materno.
–Y sí, se le critica la no autolimitación. Sobre todo desde un discurso que la masculiniza. En ese sentido puede ser que se pague. Yo que trabajé el tema de los countries, en los asesinatos famosos en que las víctimas son mujeres hubo algo más que voyeurismo en la búsqueda del detalle de su vida privada, se la condenaba no solamente a ella como víctima sino directamente la libertad sexual. Era ejemplificador. En este caso tiene que ver con la libertad política, convertirse en referente en un mundo que les pertenecía a los hombres.

En el caso de Milagro Sala, el discurso desde los medios es sobre todo estigmatizador, a pesar de que se sienta la sospecha sobre un accionar supuestamente delictivo por el uso de armas o de la violencia, también se habla de, por ejemplo, su pertenencia a los pueblos originarios y hasta de su pelo “cortado a cuchillo”.
–Sí, pero los medios de comunicación adoptan un discurso que convoca e impulsa a la criminalización. Porque lo que hacen es, primero, reducir y simplificar la protesta, desdibujar la demanda de derechos y caracterizar como ilegal a la misma. Favorecen la judicialización del conflicto, los propios medios, sobre todo los televisivos, cada vez que enfocan una protesta lo primero que hacen es asociarla con el caos y establecer una jerarquía de derechos que pone sobre todas las cosas la garantía de circulación y no el derecho a tener derecho. Entonces sí es estigmatización mediática y social pero el camino de la judicialización está ahí nomás. Abre el camino a la criminalización y lo impulsa.

¿Cómo impactan estos discursos hacia dentro de las organizaciones sociales?
–Con mucha preocupación, porque cada vez que se agita el fantasma de la violencia política termina habiendo represión.

Y muertes. Como pasó en los casos que ya mencionaste: Cutral-Có, General Mosconi, la masacre del Puente Pueyrredón.
–Exactamente. Es muy preocupante y ya hay muchas organizaciones que hicieron declaraciones advirtiendo que cada vez que desde el poder, desde los medios, de los partidos políticos y en definitiva desde las fuerzas del establishment se asocia movimientos sociales a violencia política, lo que ha habido después son episodios de represión importantes. El último: la masacre de Puente Pueyrredón, donde antes se había escuchado incluso a dirigentes del partido radical hablando de violencia política.

También han aparecido como actores en los últimos años, organizaciones de pueblos originarios que antes eran más invisibles y que parecen muy fáciles de estigmatizar una vez que rompieron el cerco más difícil, el de la invisibilidad.
–Justamente, hace poco fui invitada por la asamblea de Loncopue a presentar el libro de la minería –Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, Editorial Biblos– y había habido un hecho de represión hacia el movimiento de toma de tierras por parte de los mapuches. Los estancieros del lugar, autodenominándose así, estancieros, se habían reunido para condenar a las organizaciones mapuches diciendo que detrás de ellas estaban las FARC, la ETA. Nuevamente esta asociación entre organizaciones y violencia política, acusaciones groseras e inverosímiles pero que manifiestan un profundo malestar por parte del establishment ante el avance de las organizaciones que han recuperado efectivamente territorio, ante el avance de la legislación internacional como el Convenio 169 de la OIT que reconoce los derechos territoriales de los pueblos originarios, que la misma Constitución argentina reconoce. Y se está instalando un fuerte discurso criminalizador que va desde declaraciones –en los diarios de la zona que yo leí– diciendo que el mayor terrateniente son los mapuches hasta decir que no son argentinos, que son chilenos y como tal no tienen derecho a reivindicar territorio argentino. Son cosas que ponen los pelos de punta, porque detrás de eso viene una política de judicialización y de desalojos, no sólo por la tierra sino también por la frontera petrolera y minera. Más si tenés en cuenta lo que sucede en Chile, donde a las organizaciones mapuches se les ha aplicado la legislación antiterrorista de la época de Pinochet. Es complicado. En Tucumán, además fue asesinado el 12 de octubre Jorge Chocobar, algo totalmente silenciado por la prensa y por los políticos que ahora hablan de las organizaciones piqueteras, algo que no en vano sucede en este contexto.

A pesar de cierta “vuelta a la normalidad” de la que hablabas entre 2003 y 2004, parecen haber surgido otros tipos de organizaciones sociales en este período que no son del todo visibles, como las asambleas ambientalistas o los movimientos indígenas.
–Estoy segura de que hay un campo multiorganizacional muy sólido; muy heterogéneo, sí, pero en el que hay acumulación de luchas desde hace varios años que han implicado aprendizajes. Así que la criminalización es generalizada. Es una variable del modelo neoliberal que los distintos actores la usan según su momento político.

El caso de las asambleas socioambientales es particular, sobre todo aquéllas contra la minería, porque son movimientos novedosos. Hoy en día hay unas 70 asambleas –porque la explotación minera es más grande de lo que pensamos– y en ese sentido hemos visto un corrimiento de la judicialización hacia estos grupos. Y aquí la judicialización se ha dado aplicando enseguida la legislación penal en contra del corte de ruta. Efectivamente, el corte de ruta es una metodología utilizada. Y lo cierto es que al ser un fenómeno novedoso y la criminalización hacia ellas también lo es, no hay en Argentina organizaciones de derechos humanos que se ocupen de esta temática y que hayan elaborado herramientas para salir en defensa de conflictos que tienen lugar en pequeñas y medianas comunidades muy alejadas de los centros políticos. En los últimos tiempos se ha empezado a formar una red, pero es una construcción muy lenta que todavía no está consolidada.

¿Cuál es la composición de estas asambleas?
–Estas son asambleas multisectoriales, amas de casa, maestras, comerciantes; es heterogénea porque la implantación de este tipo de explotación en sus localidades afecta a todos y entonces es transversal, no hay clivajes de clase fuerte. Pero en La Rioja, por ejemplo, hay una muy fuerte presencia de mujeres que son emblemáticas, varias de las cuales son maestras a las que se les prohibió hablar de minería en las escuelas. Son cierres de canales de expresión muy fuertes que no son conocidos acá.

Esta es la última expresión de los procesos de criminalización que hay que leer en continuidad porque desde el 2004 ha habido un corrimiento del conflicto hacia lo sindical y lo socioambiental. Y ahora, con el recrudecimiento de la pobreza y el aumento de las brechas de desigualdad, el mundo de los excluidos reemerge desarrollando presencia en el espacio público demandando que lleguen los subsidios para cooperativas y que han empezado a inquietar el discurso del establishment.

Volvemos entonces a advertir un avance de la derecha encarnada en ciertos sectores de las clases medias, partidos políticos, propietarios.
–Creo que lo que ha habido es un avance muy neto de la derecha en un contexto de descomposición del modelo kirchnerista. Sin embargo, ¿por qué no soy partidaria de ver sólo el avance de la derecha? Porque creo que efectivamente ha habido aperturas por izquierda o por centroizquierda. Hoy la capacidad del kirchnerismo de convocar organizaciones sociales ya no la tiene más, se abrió entonces un espacio de izquierda o centroizquierda para desarrollar imaginación política, no solamente en el sentido en que lo pueden postular Pino Solanas o la Constituyente Social. Lo pienso desde el campo de las organizaciones sociales independientes o autónomas. Es un campo, también ése, interesante, para pensar posiciones de centroizquierda y pensar más allá del gobierno. Y eso estuvo invisibilizado sobre todo porque el kirchnerismo parecía invencible.

¿Quiere decir que podría abrirse el espacio para dejar de pensar que hay sólo dos opciones posibles?
–Mi tesis de doctorado, a mediados de los ’90, fue la lectura política y cultural de la dicotomía civilización y barbarie en el espacio político y cultural hasta los años ’70. Y me acuerdo que terminé ese libro señalando que esa dicotomía como lectura omnicomprensiva se había debilitado o desaparecido, que quedaba más bien como mecanismo de descalificación cuando se quiere tildar de bárbaro o antipueblo al otro. Sin embargo, esto se reactualizó. ¡Lo primero que escribí en torno del conflicto con los sectores agrarios fue sobre la reactualización de los esquemas binarios!

Por dónde se corta el hilo

Maristella Svampa –licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París– ha estudiado no sólo la formación y consolidación de las organizaciones piqueteras, sino también el modo en que se ha buscado criminalizar sus reclamos con argumentos que, desde mitad de los años ’90, han servido a distintos ciclos políticos. Desde ese lugar, la académica advierte sobre las particularidades de los discursos políticos y mediáticos que, con violencia, se hicieron oír la semana pasada, estigmatizando a determinadas agrupaciones de desocupados y desocupadas y a sus dirigentes, especialmente a una de ellas, una mujer, Milagro Sala. El avance de la derecha, la comprensión de la política –otra vez– en términos de civilización o barbarie y la configuración de nuevas organizaciones sociales en boca de una intelectual que ha sabido acompañar el pulso popular a lo largo de las últimas dos décadas.

Acaba de firmar, junto con otros intelectuales, una declaración alertando sobre los efectos de los discursos criminalizadores de ciertos movimientos sociales por parte de Elisa Carrió, Gerardo Morales y las coberturas de los diarios Clarín y Nación.
–Es que es muy preocupante porque cada vez que se agita el fantasma de la violencia política los contextos represivos se acentúan o hay episodios de represión. Hay además un clima muy enrarecido en la sociedad en el último año y medio. Mucha gente empezó a pensar en términos de una estructura binaria, de fuerte polarización. A pesar de que no soy partidaria de lecturas de lo destituyente, ese esquema binario que instala el sistema de amigo/enemigo de manera tan tajante lo que hace es debilitar aun más el contexto democrático en Argentina e impide pensar en la complejidad de los conflictos políticos. Pero más allá de esas lecturas es necesario decir que sí está enrarecido el clima y que ha habido un avance de la derecha que apela en su discurso a la noción de seguridad, de gobernabilidad.

Pareciera como que ese avance de la derecha ha logrado consolidar, tal vez a partir del conflicto con los sectores agrarios, un “nosotros” que se da el lujo hasta de expresiones racistas.
–Yo no soy partidaria de lecturas lineales. Efectivamente hay una campaña antipiquetera muy fuerte que instala distintos discursos criminalizadores que ahora se ven reactualizados con distintos voceros, pero sólo reactualizados. La criminalización de los movimientos sociales e incluso de la pobreza son dispositivos generales del modelo neoliberal desde mediados de los noventa, cuando surgen los primeros levantamientos comunitarios en las localidades petroleras al estilo Cutral-Có y Plaza Huincul en Neuquén, Mosconi en Salta. Entonces ya se aplican dispositivos de criminalización en ese marco de Estado de seguridad –porque hay un mayor pertrechamiento de las fuerzas de seguridad, no olvidemos el rol que empezó a tener Gendarmería Nacional–. Estos dispositivos recorren, de manera diferente, distintos ciclos políticos. Las organizaciones piqueteras fueron criminalizadas desde el origen, más allá de que circunstancialmente ahora sean las organizaciones piqueteras que tienen afinidad con el Gobierno las que aparecen como en el centro del cuestionamiento.

Sin embargo, ahora se hace cierto hincapié en la estigmatización de los rasgos identitarios de estas organizaciones.
–En realidad los argumentos que forman parte del discurso criminalizador estaban en juego desde principios del 2000 y para mí son cuatro:

-Asociar a las organizaciones de desocupados con la figura del “subversivo”. Ejemplos: Cuando se da el Cutralcazo el Gobierno mismo habla de rebrote subversivo. Los piqueteros de General Mosconi en 2001 son vinculados con las FARC y la ETA. Cuando se da la masacre de Puente Pueyrredón lo primero que se dice, de lo primero que se habla es de la existencia de un complot y de luchas internas entre piqueteros. Es decir, esa figura recorre el discurso criminalizador. Hoy en día se habla de violencia política y violencia piquetera y hay quienes comienzan a decir si efectivamente no hay más piqueteros armados. Este argumento es el más grosero y tal vez por eso también el más endeble.

-La hipótesis de la manipulación: O bien hay partidos políticos detrás y por ende esto los desnaturaliza en sus demandas. O bien son presos del clientelismo. Así se convierte a los piqueteros en agentes asistenciales que son cooptados por los diferentes gobiernos que distribuyen de manera discrecional esos planes sociales, no son por ende autores libres o autodeterminados, lo cual exhibe un desprecio importante.

O sea, no hacen política sino simplemente ponen el cuerpo.
–Ese es otro argumento, que se usa últimamente: la hipótesis miserabilista. Que yo llamaba así desde el año 2004, es decir que al ser bases sociales muy vulnerables, desprovistas, que se desenvuelven en el campo de la sobrevivencia, no pueden o no son capaces de hacer política. Hay una suerte de límite ontológico de la política y lo que se hace es, sobre todo, rechazar todo tipo de análisis complejo y asimilar las organizaciones de desocupados a esas masas sumergidas que no pueden autodeterminarse, no pueden pensar en otros mundos posibles. Son expulsados de la política.

¿Y el cuarto argumento?
–Sería una crítica normativa, que aparece en algunos diarios, en el discurso de ciertas ONG e incluso de académicos: ahí se dice que no son lo que deberían ser. Ellos deberían ser y tener otro tipo de demandas. Es decir, se movilizan o realizan cosas que no se espera que hagan. Salen del marco, la crítica normativa dice que no son lo que deberían ser y en cambio se constituyen en actores plebeyos, utilizan la acción directa, se organizan en cooperativas, solidariamente, pero además desarrollan una acción de tipo no institucional. Tal vez este último argumento sea el que está menos presente y ahora funcione más la hipótesis de la manipulación, clientelar. Pero insisto, en 2004 se hablaba de clientelismo de izquierda en relación con el Partido Obrero, por ejemplo. Se ignoraba así el contenido diverso y complejo del universo piquetero buscando simplificarlo y en este caso es clientelismo gubernamental.

Sin embargo, cuando se describe en los grandes medios a la organización Túpac Amaru, particularmente, todo lo que podría ser a favor, como la construcción de viviendas, etc., se traduce en descalificación. La organización se convierte en “Estado paralelo”.
–Es cierto, hace unos años se invisibilizaba la red solidaria que se desarrolla en los barrios, entonces se trataba de descalificar las acciones que se llevaban a cabo en el espacio público e invisibilizar lo que se hacía hacia dentro del territorio. Hoy en día creo que la hipótesis clientelar es tan fuerte que lo que se trata de demostrar es el carácter espurio de los fondos que se utilizan para hacer efectivamente este tipo de tareas que supuestamente deberían estar en manos del Estado. O que condena todo tipo de mediación, como espuria o discrecional. Lo cual es terrible y es a la vez ignorar toda la historia del movimiento y las organizaciones sociales que hacen trabajo comunitario. Es ignorar los cambios internos que ha habido en la matriz argentina en los últimos quince o veinte años. La composición misma de las clases populares, el surgimiento de nuevos movimientos sociales.

También se apela a cierto miedo de lo que pueden lograr estas agrupaciones de frente a un nosotros que parece muy fortalecido, un nosotros blanco de clase media que estaría amenazado por estas formas de organización paralela.
–Es posible que haya contenidos más fuertemente clasistas, con un sesgo racista, que es cierto que se instaló en los últimos tiempos. En los últimos tiempos también hay que analizar que esos pocos puentes o pasarelas que se habían tendido entre las clases medias y los sectores populares más organizados se rompieron por completo. Lo que queda ahora es muy marginal y lo que aparece ahora como emergente es precisamente un discurso muy autocentrado en esa noción de clase media blanca a la que vos te referís como representativa de lo que es el país. Es cierto eso. Pero yo no soy partidaria de una visión lineal de las clases medias.

¿Vos no advertís un espacio más fértil para que se escuchen discursos que parecen no registrar mediaciones en cuanto a la construcción de un otro oscuro, pobre, amenazador, incluso extranjero?
–Puede ser, pero yo lo que veo es más bien continuidad y cada tanto inflexiones en las que toma relevancia este discurso, pero este discurso criminalizador tanto de los medios como en algún caso fue del Gobierno en relación con los movimientos de desocupados y por extensión a otras organizaciones populares, sobre todo si uno piensa por ejemplo en las poblaciones originarias. Yo lo veo desde hace tiempo. ¿Qué es lo que hay de nuevo? Hay, más que un endurecimiento del contexto represivo, un avance de la derecha, una consolidación de un discurso altamente sicuritario en donde esto aparece también como una suerte de amenaza, sí. Pero en el 2004 también lo había, estaba (Juan Carlos) Blumberg, por ejemplo, todavía había más presencia de las organizaciones piqueteras en el espacio público de la ciudad de Buenos Aires. También lo había en el 2001 y en 1999 cuando empezaron a tener más centralidad las organizaciones piqueteras no sólo como sujeto social sino político. En realidad, la historia misma de los avatares de las organizaciones piqueteras, más allá de que hay diferentes fases y es un campo muy heterogéneo, está muy marcada por el discurso criminalizador que va desde la judicialización del conflicto –o sea llevar las acciones políticas al terreno penal–, hasta la criminalización o estigmatización mediática y política.

Esta vez, pareciera que la estigmatización mediática tiene un efecto directo sobre el sentido común que otras veces no funcionó de manera tan automática.
–Claro, este discurso criminalizador, estigmatizador, no tiene el mismo resultado, no siempre llega a cuestionar el relato identitario construido por un actor, que nunca es lineal. Cuando el gobierno de (Carlos) Menem calificó de rebrote subversivo lo de Cutral-Có, esa lectura no se instaló. Cuando el gobierno de (Eduardo) Duhalde habló de complot y matanza entre piqueteros en el Puente Pueyrredón, eso tampoco llegó a instalarse y fue desbaratado rápidamente por diferentes medios. A partir de 2004 hay inflexiones. A partir de 2004 hay un quiebre del relato identitario piquetero, porque los que habían sido hasta ese momento el símbolo de la lucha contra el neoliberalismo comienzan a ser vistos como una suerte de efecto perverso del modelo neoliberal.

¿A qué te referís con “efecto perverso”?
–Por el asistencialismo, por la manipulación política, por la cuestión de la violencia piquetera. Eso, hoy en día, aparece mucho más instalado, creo yo. Pero viene de 2004, activado, actualizado, con nuevos elementos por el hecho de que realmente no estamos frente a ese gobierno fuerte que fue el de Néstor Kirchner, con esa capacidad de aglutinar a sectores de derecha que demandaban gobernabilidad con sectores de centroizquierda que apelaban a la idea de transversalidad. Hoy en día esa coalición se deshizo y tenés el avance de una derecha que busca deslegitimar las organizaciones sociales que se incorporaron al Gobierno.

Son dos etapas diferentes pero que tienen continuidad, si no lo decimos parece que no tuviéramos memoria, que no recordamos ni lo que pasó en 1996 o en 2004. Hoy llegamos al punto en que abrís cualquiera de los dos grandes diarios nacionales y hablan de lo que pasó en Cutral-Có como si allí hubieran estado los piqueteros auténticos. Lo hacen a través de reportajes en los que se ubica a una figura que participó de aquel movimiento –pasa en la televisión también– preguntándole qué opina de D’Elía, qué opina de Pérsico, para que los deslegitime, para hacer la distinción entre piqueteros auténticos y los otros, o para quitarles ese nivel de autenticidad a los movimientos piqueteros. Porque ése es el objetivo de fondo, distorsionar lo que es un movimiento social. Que a la vez es muy heterogéneo y nunca tuvo una relación fácil con el resto de la sociedad.

Apenas se puede recordar un breve romance que encarnó aquella consigna de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
–Sí, se habían tendido pasarelas y no puentes porque la primera correntada se las llevó puestas. Y que en realidad vuelven a mostrar esta ruptura de solidaridades sociales entre clases medias y clases populares. Pero también al interior de las clases populares hubo rupturas de solidaridades porque surgió un nuevo proletariado plebeyo dentro de ese mundo de los excluidos que se generalizó en los ’90.

¿A qué llamás proletariado plebeyo?
–En varios libros lo que analizo es cómo se dieron el declive y la fragmentación de las clases populares, clases trabajadoras muy ligadas al mundo del trabajo formal y vinculadas con el peronismo, sobre todo con los sectores sindicales y la emergencia de un mundo organizacional diferente, muy proclive a la acción directa y al desarrollo de otras formas de organización. Ese mundo de los excluidos que comienza a autoorganizarse y adquiere visibilidad, sobre todo a partir de 2001, es diferente de aquel mundo de los trabajadores urbanos relacionados con el trabajo formal. Este es un mundo desconocido que inspira miedo para muchos de estos sectores medios, blancos o no. Son los que sintetizan la imagen de las clases peligrosas, sobre todo si están del otro lado, en el conurbano bonaerense.

¿Su mera existencia podría funcionar como una amenaza para quienes todavía participan del sistema laboral?

–Ese mundo no es clase trabajadora, tampoco es lumpen proletariado como se lo intenta descalificar, sino un nuevo proletariado plebeyo que busca autoafirmarse a través de la acción directa en tanto ser excluidos dentro del modelo neoliberal. En esa suerte de autoafirmación de ciertos rasgos culturales asociados con las clases populares aparecen como altamente disruptivos y son también los que provocan tanto desprecio por parte de las clases medias en todo momento. Hablo de proletariado plebeyo porque conforma los contornos de una nueva clase popular y en ese sentido. Por eso ya no se puede hablar de clase popular en singular, hay que usar el plural, porque hay una fragmentación o distancia entre los excluidos y el mundo de los trabajadores sindicalizados, por ejemplo.

Las relaciones entre organizaciones piqueteras y trabajadores ocupados son muy, muy complicadas, muy poco verbalizadas. Siempre fueron vistas con desconfianza, incluso en ese período de las asambleas barriales había desconfianza hacia los piqueteros porque había varias cosas que los colocaban en el lugar de la alteridad radical, primero por su acción disruptiva; y después, la cuestión de los planes sociales nunca cerró del todo. Es cierto, cuando después veían lazos solidarios, comedores, panaderías, proyectos, emprendimientos productivos, ahí cambiaba el registro de lectura, pero era muy diferente la relación con los cartoneros, por ejemplo.

Para las clases medias parece más fácil relacionarse con sujetos asistenciales que con actores políticos.

–Claro, mientras los piqueteros eran sujetos políticos, los otros no aparecían de ese modo y sí demandaban una lógica más asistencial pero sobre todo pedagógica de parte de las clases medias. Es increíble, pero esas relaciones tortuosas dentro del universo militante incluso, son poco verbalizadas, no se habla acerca de lo difícil que es comprender, incorporar, tratar al otro en su diferencia. Y los piqueteros siempre fueron los peores tratados. Afuera y adentro del campo militante.

¿Y las piqueteras? ¿Creés que hay una mirada distinta cuando ese sujeto encarna en un cuerpo de mujer?
–Lo que hay que decir en primer lugar, cuando una habla de América latina y el campo militante, es que la presencia de la mujer es central, sobre todo en las clases populares. Es la gran articuladora. No sólo en lo que tiene que ver con desarrollo del tejido asistencial sino también con protagonismo político. Y es algo que ha implicado todo un proceso de empoderamiento. Cuando yo hice el trabajo sobre organizaciones piqueteras, y te estoy hablando del año 2002, a mí me sorprendió mucho ver ciertas actitudes de mujeres piqueteras, por ejemplo en la Corriente Clasista y Combativa, que se autolimitaban. Y que por ejemplo tenían miedo de hablar en público, en contraste con un gran trabajo comunitario. Ellas clamaban por más protagonismo pero a la vez reconocían el liderazgo masculino. Yo creo que ha habido mucho cambio en los últimos años, sobre todo desde 2002 en adelante.

¿A qué atribuís ese cambio?
–Porque desde entonces se configura un campo multiorganizacional que va desde las fábricas recuperadas, los colectivos culturales, cierto sindicalismo; el surgimiento de las organizaciones ambientales, y por supuesto las organizaciones piqueteras. Y es a partir de ahí que surgen otros espacios de circulación y de construcción de discursos identitarios y es ahí donde las mujeres comienzan a empoderarse, a partir de la consolidación de su participación en Encuentros de Mujeres, por ejemplo, y el desarrollo al interior de las propias organizaciones de desocupados de espacios de mujeres o de género. El caso del Frente Darío Santillán es un referente de eso. Con todas las ambigüedades o ambivalencias que tiene eso. He leído trabajos muy lindos en relación con estas dificultades que existen y de las distintas figuras de la mujer que coexisten en los espacios piqueteros: figuras tradicionales y figuras más innovadoras y disruptivas. El caso es que ha habido un empoderamiento muy importante.

Antes, teniendo las mujeres fuerte protagonismo, esto no era reconocido políticamente, salvo en el caso de Nina Peloso, a la sazón la mujer de Castells.

Una figura muy particular.
–Bueno, todas tienen que ser particulares y sobre todo muy fuertes para poder emerger en ese mundo netamente masculino y más en las clases populares, con fuertes contenidos patriarcales. Si no se imponen a través de figuras particulares, como ser la misma Milagro Sala, no hay posibilidad de consolidar un liderazgo femenino. Pero ahora sí hay reconocimiento del carácter político de esa participación social antes silenciada.

¿Se puede decir que esa emergencia tiene un costo? ¿No resulta más amenazador aun un liderazgo femenino, en tanto que la distancia hacia esa otra es prácticamente insalvable?
–No estoy segura. Aunque sí es evidente que hay una crítica a la no autolimitación. Pero a ver, cuando una piensa en movimientos históricos liderados por mujeres el rol siempre ha sido fundamental. Por ejemplo, el movimiento de Derechos Humanos: las Madres de Plaza de Mayo politizaron lo impolitizable. Es cierto, lo hicieron desde el lugar de madres. Pero dentro del movimiento piquetero también: en los orígenes, los primeros levantamientos comunitarios, tanto en Cutral-Có como en General Mosconi, las que lideraron las demandas de trabajo en nombre del hambre de sus hijos fueron las mujeres. Pero es cierto, lo hicieron desde un rol tradicional, ellas no son proveedoras pero tienen que asegurar la supervivencia. Y la verdad es que las mujeres le dieron tal fuerza al reclamo que pasó a ser urgente y ya no se lo vio como un reclamo político nada más. Fue un descubrimiento.

El problema es cuando queda totalmente velado el rol materno.
–Y sí, se le critica la no autolimitación. Sobre todo desde un discurso que la masculiniza. En ese sentido puede ser que se pague. Yo que trabajé el tema de los countries, en los asesinatos famosos en que las víctimas son mujeres hubo algo más que voyeurismo en la búsqueda del detalle de su vida privada, se la condenaba no solamente a ella como víctima sino directamente la libertad sexual. Era ejemplificador. En este caso tiene que ver con la libertad política, convertirse en referente en un mundo que les pertenecía a los hombres.

En el caso de Milagro Sala, el discurso desde los medios es sobre todo estigmatizador, a pesar de que se sienta la sospecha sobre un accionar supuestamente delictivo por el uso de armas o de la violencia, también se habla de, por ejemplo, su pertenencia a los pueblos originarios y hasta de su pelo “cortado a cuchillo”.
–Sí, pero los medios de comunicación adoptan un discurso que convoca e impulsa a la criminalización. Porque lo que hacen es, primero, reducir y simplificar la protesta, desdibujar la demanda de derechos y caracterizar como ilegal a la misma. Favorecen la judicialización del conflicto, los propios medios, sobre todo los televisivos, cada vez que enfocan una protesta lo primero que hacen es asociarla con el caos y establecer una jerarquía de derechos que pone sobre todas las cosas la garantía de circulación y no el derecho a tener derecho. Entonces sí es estigmatización mediática y social pero el camino de la judicialización está ahí nomás. Abre el camino a la criminalización y lo impulsa.

¿Cómo impactan estos discursos hacia dentro de las organizaciones sociales?
–Con mucha preocupación, porque cada vez que se agita el fantasma de la violencia política termina habiendo represión.

Y muertes. Como pasó en los casos que ya mencionaste: Cutral-Có, General Mosconi, la masacre del Puente Pueyrredón.
–Exactamente. Es muy preocupante y ya hay muchas organizaciones que hicieron declaraciones advirtiendo que cada vez que desde el poder, desde los medios, de los partidos políticos y en definitiva desde las fuerzas del establishment se asocia movimientos sociales a violencia política, lo que ha habido después son episodios de represión importantes. El último: la masacre de Puente Pueyrredón, donde antes se había escuchado incluso a dirigentes del partido radical hablando de violencia política.

También han aparecido como actores en los últimos años, organizaciones de pueblos originarios que antes eran más invisibles y que parecen muy fáciles de estigmatizar una vez que rompieron el cerco más difícil, el de la invisibilidad.
–Justamente, hace poco fui invitada por la asamblea de Loncopue a presentar el libro de la minería –Minería transnacional, narrativas del desarrollo y resistencias sociales, Editorial Biblos– y había habido un hecho de represión hacia el movimiento de toma de tierras por parte de los mapuches. Los estancieros del lugar, autodenominándose así, estancieros, se habían reunido para condenar a las organizaciones mapuches diciendo que detrás de ellas estaban las FARC, la ETA. Nuevamente esta asociación entre organizaciones y violencia política, acusaciones groseras e inverosímiles pero que manifiestan un profundo malestar por parte del establishment ante el avance de las organizaciones que han recuperado efectivamente territorio, ante el avance de la legislación internacional como el Convenio 169 de la OIT que reconoce los derechos territoriales de los pueblos originarios, que la misma Constitución argentina reconoce. Y se está instalando un fuerte discurso criminalizador que va desde declaraciones –en los diarios de la zona que yo leí– diciendo que el mayor terrateniente son los mapuches hasta decir que no son argentinos, que son chilenos y como tal no tienen derecho a reivindicar territorio argentino. Son cosas que ponen los pelos de punta, porque detrás de eso viene una política de judicialización y de desalojos, no sólo por la tierra sino también por la frontera petrolera y minera. Más si tenés en cuenta lo que sucede en Chile, donde a las organizaciones mapuches se les ha aplicado la legislación antiterrorista de la época de Pinochet. Es complicado. En Tucumán, además fue asesinado el 12 de octubre Jorge Chocobar, algo totalmente silenciado por la prensa y por los políticos que ahora hablan de las organizaciones piqueteras, algo que no en vano sucede en este contexto.

A pesar de cierta “vuelta a la normalidad” de la que hablabas entre 2003 y 2004, parecen haber surgido otros tipos de organizaciones sociales en este período que no son del todo visibles, como las asambleas ambientalistas o los movimientos indígenas.
–Estoy segura de que hay un campo multiorganizacional muy sólido; muy heterogéneo, sí, pero en el que hay acumulación de luchas desde hace varios años que han implicado aprendizajes. Así que la criminalización es generalizada. Es una variable del modelo neoliberal que los distintos actores la usan según su momento político.

El caso de las asambleas socioambientales es particular, sobre todo aquéllas contra la minería, porque son movimientos novedosos. Hoy en día hay unas 70 asambleas –porque la explotación minera es más grande de lo que pensamos– y en ese sentido hemos visto un corrimiento de la judicialización hacia estos grupos. Y aquí la judicialización se ha dado aplicando enseguida la legislación penal en contra del corte de ruta. Efectivamente, el corte de ruta es una metodología utilizada. Y lo cierto es que al ser un fenómeno novedoso y la criminalización hacia ellas también lo es, no hay en Argentina organizaciones de derechos humanos que se ocupen de esta temática y que hayan elaborado herramientas para salir en defensa de conflictos que tienen lugar en pequeñas y medianas comunidades muy alejadas de los centros políticos. En los últimos tiempos se ha empezado a formar una red, pero es una construcción muy lenta que todavía no está consolidada.

¿Cuál es la composición de estas asambleas?
–Estas son asambleas multisectoriales, amas de casa, maestras, comerciantes; es heterogénea porque la implantación de este tipo de explotación en sus localidades afecta a todos y entonces es transversal, no hay clivajes de clase fuerte. Pero en La Rioja, por ejemplo, hay una muy fuerte presencia de mujeres que son emblemáticas, varias de las cuales son maestras a las que se les prohibió hablar de minería en las escuelas. Son cierres de canales de expresión muy fuertes que no son conocidos acá.

Esta es la última expresión de los procesos de criminalización que hay que leer en continuidad porque desde el 2004 ha habido un corrimiento del conflicto hacia lo sindical y lo socioambiental. Y ahora, con el recrudecimiento de la pobreza y el aumento de las brechas de desigualdad, el mundo de los excluidos reemerge desarrollando presencia en el espacio público demandando que lleguen los subsidios para cooperativas y que han empezado a inquietar el discurso del establishment.

Volvemos entonces a advertir un avance de la derecha encarnada en ciertos sectores de las clases medias, partidos políticos, propietarios.
–Creo que lo que ha habido es un avance muy neto de la derecha en un contexto de descomposición del modelo kirchnerista. Sin embargo, ¿por qué no soy partidaria de ver sólo el avance de la derecha? Porque creo que efectivamente ha habido aperturas por izquierda o por centroizquierda. Hoy la capacidad del kirchnerismo de convocar organizaciones sociales ya no la tiene más, se abrió entonces un espacio de izquierda o centroizquierda para desarrollar imaginación política, no solamente en el sentido en que lo pueden postular Pino Solanas o la Constituyente Social. Lo pienso desde el campo de las organizaciones sociales independientes o autónomas. Es un campo, también ése, interesante, para pensar posiciones de centroizquierda y pensar más allá del gobierno. Y eso estuvo invisibilizado sobre todo porque el kirchnerismo parecía invencible.

¿Quiere decir que podría abrirse el espacio para dejar de pensar que hay sólo dos opciones posibles?
–Mi tesis de doctorado, a mediados de los ’90, fue la lectura política y cultural de la dicotomía civilización y barbarie en el espacio político y cultural hasta los años ’70. Y me acuerdo que terminé ese libro señalando que esa dicotomía como lectura omnicomprensiva se había debilitado o desaparecido, que quedaba más bien como mecanismo de descalificación cuando se quiere tildar de bárbaro o antipueblo al otro. Sin embargo, esto se reactualizó. ¡Lo primero que escribí en torno del conflicto con los sectores agrarios fue sobre la reactualización de los esquemas binarios!

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.