El desafío de construir una nueva sociedad.

Una renovación ética, teórica y práctica, que nos permita construir y ejercer nuevas formas de poder popular.

Antonio Muñiz

La crisis global.
Vivimos épocas de grandes transformaciones, venimos de un siglo XX donde el mundo cambio al ritmo de una revolución tecnológica nunca vista en la historia de la Humanidad. También fue un siglo violento, millones de muertos, grandes catástrofes sociales, experimentos políticos totalizadores fracasados, luchas populares contra la dominación imperialista, y luchas entre potencia imperiales por la posesión de territorios coloniales, con una secuela de guerras mundiales o regionales que asolaron el mundo.
Esta década y media del siglo XXI no parece ser distinta, solo se ha profundizado la crisis, sentimos que estamos a punto de tocar fondo.
“La historia se ha acelerado a un ritmo vertiginoso, que amenaza el futuro de la raza humana” nos dice el historiador Eric Hobsbawn. Hobsbawn también nos dice que ingresamos en una nueva etapa histórica, muy distinta a todas las anteriores. Los cambios tecnológicos y su impacto en los procesos productivos y sobre la vida cotidiana son evidentes y no siempre positivos. .
Después de la segunda guerra mundial co existieron, en forma siempre conflictiva, dos modelos antagónicos, el Bloque socialista y el bloque “occidental y cristiano” donde predominaban las ideas de una democracia burguesa de base capitalista.
El fracaso y crisis del socialismo real abrió paso a la hegemonía de liberalismo financiero globalizador que mostro y muestra todavía su faz destructiva. Lo efectos de la globalización financiera y la predominancia de la técnica sobre lo humano han generado una catástrofe social y política que asola al mundo y nos está llevando de guerras locales y regionales y estas hacia otra gran guerra mundial. El Papa Francisco viene hablando y denunciando esta crisis, pero hasta ahora habla a los oídos sordos de los líderes mundiales.
La civilización moderna está en crisis profunda, crisis que muestra múltiples facetas, desde la locura bélica de algunos líderes de los países centrales, pero también económica, la globalización está mostrando sus límites con un daño en el entramado social es difícil de mensurar, crisis de los recursos que agudiza las guerras para apropiarse de ellos, una crisis medio ambiental y una climática que está transformando el mundo y no para bien de la humanidad.
Estamos ante una crisis global que puede ser el final de la modernidad.
Construcción de una nueva sociedad.
Todo pareciera indicar que vamos, no sin dolor, muerte y destrucción, hacia un mundo distinto. ¿Mejor o peor? Nadie lo sabe. Las salidas de las crisis son impredecibles.
Sin embargo, si creemos que son los pueblos los que construyen su historia, debemos trabajar para, en principio, aminorar los daños sobre nuestros naciones y aprovechar esta crisis para construir una modelo político, social, económico y cultural distinto. Este modelo debe estar basado en nuestra historia, en las practicas política populares y la potencia revolucionaria de nuestros pueblos, para que nos permita lanzarnos hacia el futuro.
Debemos pensarnos “situados” en nuestra realidad y nuestra historia para comprender nuestra esencia y liberarnos de viejos prejuicios y dogmas, casi siempre impuestos por un aparato cultural de dominación.
Se trata de ponernos a tono con las grandes transformaciones que están viviendo los pueblos, mediante la construcción colectiva de una nueva teoría, una teoría que sea coherente con tales cambios y les de sustento. Esta nueva teoría, debe dejar atrás, superar, los paradigmas de la modernidad burguesa, capitalista, imperialista, colonialista de los últimos cinco siglos. Pero además debe superar también las viejas categorías del “socialismo real”.
El desafío es construir una sociedad “post capitalista”, más allá del liberalismo y del viejo socialismo real.
En esta modernidad moribunda donde los marcos y estructuras del poder son instrumentos de dominación, autoritarismo, represión, al servicio de los grupos hegemónicos, nuestro desafío es entrar en una decidida renovación ética, teórica y práctica, que nos permita construir y ejercer nuevas formas de poder.
No podemos engañarnos respecto a la dificultad de esa tarea, pues se trata de construir con formas participativas; sin vanguardismos, aprendiendo del pueblo, respetando su cultura milenaria, su relatos míticos, su historia, su praxis política, los viejos idearios de liberación que nuestros pueblos han ido forjando en estos siglos, sus instituciones; todo debe ser integrado en un nuevo proyecto de liberación nacional y popular.
Construir poder popular.
Hay que partir de una premisa fundamental. Todo ejercicio del poder tiene como referencia primera y última al poder de la comunidad política: el pueblo. El poder lo tiene siempre y sólo lo tiene, el pueblo.
Este es el punto de partida de cualquier reflexión o fundamentación de una construcción política como la que pretendemos.
Y por el contrario todo ejercicio del poder fuera o en contra de esta premisa es un poder ilegitimo, desnaturalizado, espurio, que se funda en la fuerza, la violencia. Es dominio y no hegemonía.
Debemos entender que el poder político “no se toma”, el “poder se construye”, en referencia al malentendido que subyace en la fórmula de cierta izquierda europeizada “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
Si queremos construir un nuevo orden social, lo que podemos y debemos tomar son los instrumentos e instituciones que hacen al ejercicio del poder. Hay que tomar las herramientas e instituciones que hacen al poder estatal, y con esas herramientas construir poder popular, Sin ese poder no hay cambio posible.
Es cierto, hay muchos ejemplos en la historia, que se corre el peligro que las instituciones del poder absorban todas las energías revolucionarias, convirtiéndola en una burocracia administradora de lo existente, reemplazando una burocracia por otra sin tocar los reales resorte de la dominación. A pesar del riego hay que construir poder para transformar las estructuras e instituciones del poder.
Hay que tomar el poder para empoderar al pueblo. Ese es el único reaseguro.
La Comunidad Organizada.
Está claro que un proyecto nacional de liberación no puede reducirse a una eficaz administración del Estado al servicio del pueblo. Si bien esto puede demostrar los beneficios de un gobierno popular, no puede desarrollar el poder político necesario para hacer crecer sus propias instituciones y mantenerse en el tiempo. Para ello un Movimiento de liberación debe exceder los marcos participativos del estado liberal y debe motorizar la construcción de un modelo alternativo que enfrente e impugne a los viejos modelos en su totalidad. Debe concebir, generar y plasmar un modelo de democracia directa, abierta, social, intrínsecamente participativa. Esta concepción debe impregnar toda la estructura política, desde las comunidades de base hasta las más altas esferas del Estado. Desde luego que este nuevo modelo deberá necesariamente institucionalizarse, o sea expresarse mediante instituciones. Es el paso de la gente o la masa a la “comunidad organizada”.
Mandar obedeciendo.
Este paso necesario, al mismo tiempo muestra un peligro, pues es el origen de dos posibles líneas de vida política: la construcción de una comunidad organizada al servicio del hombre, o la de la corrupción y sostenimiento de nuevas estructuras de dominación.
Un reaseguro es la consigna zapatista “mandar obedeciendo”. Esta tiene un fuerte contenido político, además de raíces históricas y religiosas que la potencian como consigna política básica. Dussell la define como el poder obedencial, “el que manda es el representante que debe ejercer delegadamente el poder de la comunidad, debe hacerlo en función de las exigencias, reivindicaciones, necesidades de la comunidad”. El representante tiene una función de servicio político que ejerce como delegado el poder obediencial. Ya en el Evangelio hay rastros de esta máxima. El Mesías reclamaba de sus discípulos: 'el que quiere ser mayor entre ustedes, que se haga siervo de ustedes'”. Dussel se remite a la misma fuente: Marcos, el evangelista, “El que quiera ser autoridad hágase servidor [...] servidor de todos”.
Este concepto puede rastrearse en fuentes del pensamiento griego clásico y desde allí en gran parte de la filosofía política occidental: la política como servicio, el político como servidor publico “...si son los gobernantes dignos de ese nombre, igualmente sus auxiliares, estarán dispuestos unos a hacer lo que les mande y los otros a ordenar obedeciendo también ellos a las leyes o bien siguiendo el espíritu de ellas en cuanto aspectos les confiemos”. La Republica, Platón)
Hablando claramente, y siguiendo a Dussel, sin esta lógica en el ejercicio del poder no se puede cambiar factiblemente el mundo. Intentarlo es moralismo, idealismo, apoliticismo abstracto, que, en definitiva, se deriva de confusiones prácticas y teóricas.
La ética política como valor trascendental
Atado a esta máxima es necesario revalorar el concepto de la ética política. Citando a Dusell “Se ha olvidado frecuentemente que le toca al político, como representante, la obligación responsable de desarrollar la vida de todos los ciudadanos, en primer lugar de aquellos que han sido puestos fuera de esta posibilidad de cumplir con la satisfacción de sus necesidades, desde las más básicas hasta las superiores”. Y aclara “La política, en su sentido más noble, es esta responsabilidad por la vida de los más pobres.
Esta exigencia normativa fundamental revitalizara la moral del sistema democrático y, por ende, a una mejor defensa de la dignidad de la persona, siempre amenazada por la vorágine del poder de los grupos hegemónicos.
En ese marco la lucha contra la corrupción en todos sus niveles debe ser un objetivo central, no por moralina, ni por principios abstractos, sino que la corrupción mina, destruye, todo proceso de construcción de una nueva sociedad. Hay que entender que la corrupción es inherente a la condición humana y a todo proceso político, por lo que ningún régimen está exento de ella. Por lo que institucionalidad de mecanismo de prevención y de represión deben ser instaurados, junto a una justicia rápida y eficiente. Pero debe quedar claro que solo la participación activa de la ciudadanía podrá poner límites a los delitos de corrupción.
El hombre político, sujeto y actor de una política de liberación.
Toda construcción de una nueva democracia requiere también de un nuevo “ciudadano”. Un hombre político en el sentido aristotélico, el hombre que se ocupa de los asuntos de su comunidad.
Lo primero es aceptar que la política es un tema de todos, y cuando hablamos de política nos referimos a la creación de la misma. El ciudadano siendo sujeto y actor de la política, y no un mero espectador. Esta posibilidad de crear la política es inédita y debe primero dejar atrás el sentido verticalista de la etapa racionalista donde la “cosa pública” era un tema de los “políticos”, donde el ciudadano se limitaba a expresar con su voto su elección.
La formación de una ciudadanía activa, generadora de política es otra garantía de desarrollo de un poder que nos libere.
Hacia una convergencia cívica
Si bien está trillada la frase no deja de ser verdad, toda crisis genera también una oportunidad.
Latinoamérica inserta en un mundo en crisis, vive su propia crisis, producto del retroceso de los movimientos populares progresistas y el avance de la una derecha restauradora en la mayoría de los países. El avance destituyente sobre el gobierno bolivariano de Venezuela, es un paso más en esta ofensiva. Quedan Cuba y Bolivia, como países y pueblos resistiendo. Es claro que detrás de esta ofensiva de la derecha está el Departamento de estado de EEUU y la CIA. Lo cual es muestra de la envergadura del enemigo en danza. ¿Cómo enfrentamos esta ofensiva? ¿Cómo pasamos de una etapa de resistencia a una etapa de reagrupamiento y avance de las fuerzas populares? ¿Cómo construimos una fuerza política que imbuida de los principios que enunciábamos más arriba pueda ser un instrumento de liberación y construcción de poder popular?
En principio es indudable que ante la crisis que se avecina y pensando en el día después es necesario hacer converger en un espacio político a todos los sectores políticos, sociales, económicos, productivos, etc, agredidos por el modelo económico neoliberal.
Pero debe quedar claro que este espacio no puede ser solo una herramienta de resistencia coyuntural ni tampoco un simple frente electoral, no puede limitarse a ser un frente anti Macri. No solo lo limitaríamos sino que es probable que lo condenemos a muerte antes de nacer.
Debemos pensar esta convergencia como un espacio movimientista, superador de los frentes electorales o los partidos políticos tradicionales.
Este nuevo espacio debe ser un gran movimiento nacional, revolucionario, abierto, participativo, poli clasista, que nuclee a todos los que quieran una construir una sociedad nueva, unidos en un programa de acción común y un sueño y una mística compartidos.
Esta lógica de construcción movimientista encierra un cambio de paradigmas dentro de la dirigencia tradicional y sobre todo en la militancia. Es necesaria una renovación, pero no solo de personas, sino una renovación ética, teórica y práctica, que nos permita construir y ejercer nuevas formas de poder popular.
Para cerrar esta nota citamos a Alvaro Garcia Linera. Este sostiene que los procesos de cambio profundo nunca son lineales. Siempre vienen en oleadas. Al actual reflujo transformador en el continente lo sucederá otra ola contraria. Si bien este concepto abre una serie de discusiones sobre la linealidad o no de la historia, podemos aceptarlo como una premisa teórica valida:
“Lo que tenemos que hacer es prepararnos, debatiendo qué cosas hicimos mal en la primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos errores, qué faltó hacer, para que cuando se dé la segunda oleada, más pronto que tarde, los procesos transformadores continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba, que lo que hicimos en esta oleada”.
Esto no significa que la dirigencia popular deba esperar pasivamente la próxima ola. Es momento de debate, discusión y construcción dentro del movimiento nacional. La historia la construyen los pueblos, día a día, ladrillo a ladrillo, entonces comencemos a construir la “próxima ola” que cubra de dignidad y justicia social a nuestro país y a toda Latinoamérica.

¿Cuándo se jodió Argentina? Antonio Muñiz

 Vargas Llosa  en uno  de sus mejores libros “Conversación en la Catedral”,  se pregunta a través de “Zavalita”, alter ego del autor, joven periodista que asiste al decaimiento catastrófico de Perú y reflexiona, con un colega más veterano, en las razones de esa indefectible caída. "¿En qué momento se jodió el Perú?". Se preguntan mientras beben en largas charlas  en la cervecería “La catedral”.
El pasado en el que se basa esa pregunta entre melancólica y catastrófica es el Perú del dictador Manuel Odría, que gobernó Perú entre 1948 y 1956. Cuenta Vargas Llosa, en el prólogo de la novela: "En esos ocho años, en una sociedad embotellada, en la que estaban prohibidos los partidos y las actividades cívicas, había numerosos presos políticos y centenares de exiliados, los peruanos de mi generación pasamos de niños a jóvenes, y de jóvenes a hombres. Todavía peor que los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera".

Y por casa….?
Esa misma pregunta podríamos hacernos los argentinos.
Y en realidad nos la hacemos. Partimos de la base real o imaginaria que Argentina tenía en su “adn” un “destino manifiesto de grandeza”, que “estábamos condenados al éxito”, como dijo en algún momento Eduardo Duhalde.
Que paso ? Que hicimos mal? Donde nos equivocamos?
Algunos liberales, añoran la Argentina del centenario, la Argentina agro exportadora de  fines del siglo XIX o primeras décadas del XX. El país floreciente, meca de millones de inmigrantes europeos, gran granero del mundo, una oligarquía que tiraba manteca al techo, pero con un pueblo sojuzgado, reprimido y mano de obra barata para sostener el modelo exitoso. Mientras Inglaterra y algunos otros países europeos  eran demandante de materias primas que acompañaran su proceso de industrialización Argentina tenía un lugar en el mundo, dentro de la división internacional del trabajo.
Este Modelo hace crisis después de la primera guerra mundial, donde Europa deja de ser esa aspiradora de los productos argentinos, donde Inglaterra pierde su liderazgo mundial y este pasa a los EEUU, que estaba en un proceso de industrialización acelerada después de su guerra civil, pero que no necesitaba las materias primas que producíamos, ya que nuestra economías eran y son  competitivas.
El mundo en crisis llevo a la gran crisis del capitalismo mundial en 1929 y está a la segunda guerra mundial, donde se consolido el liderazgo económico político y militar de EEUU y la decadencia de Inglaterra.
El modelo agro exportador dejo de ser viable. Comienza así, primero casi espontáneamente un proceso industrialización basado en la sustitución de importaciones, luego sobre todo durante el gobierno peronista un proceso planificado de industrialización basado en la SI.
Es posible encontrar en los últimos años numerosos artículos, trabajos académicos y ensayos que apuntan a desarrollar y profundizar una historia de este proceso. Tal vez buscamos en ellos las claves de un proceso rico y contradictorio que ocupó gran parte del siglo  XX.
Siguiendo la definición de Mario Rapoport  “La Argentina ha tenido en su historia económica, tres etapas bien definidas: el llamado modelo agroexportador, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y el modelo rentístico-financiero. Si llamamos modelo a un esquema simplificado que pretende reflejar una realidad compleja en sus principales rasgos, nos estamos refiriendo a tres etapas que representan los elementos sobresalientes de distintos modelos de país, aunque en cada uno de ellos subsistieran trazos de los otros.”
Es cierto que Argentina,  a partir de la finalización de  las guerras civiles hasta casi hasta fines de la década del 20,  pasó de ser un país atrasado y marginal a figurar entre los primeros del mundo.
Sin embargo, y contrariamente a lo que hicieron otras naciones agro exportadoras como  Canadá o Australia ,  la elite gobernante en Argentina mantuvo a rajatabla el modelo de libre comercio, que favorecía el modelo agro exportador y  por lo tanto impedía,  por acción u omisión cualquier intento de industrialización.
Solo cuando la crisis mundial del 29 puso de golpe final al modelo se comenzó a pensar en un proceso de sustitución de importaciones.  Como decíamos anteriormente países como Canadá y Australia, de economías similares, habían iniciado el proceso de industrialización a principios de siglo cuando ya el modelo agro exportador empezaba a mostrar signos de agotamiento.

Citando a Mario Rapoppot “Muchos economistas e historiadores sostienen todavía que las riquezas de la época agroexportadora fueron despilfarradas sin sentido a partir de los años 30, al promoverse la industrialización y la intervención del Estado, conduciendo así a la declinación económica del país, la inflación y la inestabilidad política que habrían imperado bajo el modelo de sustitución de importaciones, pero el análisis cuantitativo y cualitativo no les da la razón. El país fracasa, como veremos, porque no completa su ciclo de industrialización no porque se industrializa.
El modelo de industrialización basado en la sustitución de importaciones, permitió grandes logros durante el período 1930/75. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.
Pero el proceso industrializador resultó incompleto debido a la falta de desarrollo de algunos eslabones productivos claves. Esa industrialización trunca impidió una mayor diversificación y complejización de la estructura industrial argentina, generando una dinámica cíclica, conocida bajo el nombre de stop and go (pare y arranque).
En la fase de expansión crecía sustancialmente el mercado interno, aumentando las importaciones de bienes e insumos intermedios destinados a la industria, y por ende, la necesidad de divisas. Pero aumentaba también el consumo de bienes de origen agropecuario, debido a los mayores salarios que pagaba la economía y a los niveles de mayor empleo, con lo cual se reducían los saldos exportables. Cabe acotar que durante todo ese período hubo, a nivel internacional, un aumento constante de los bienes industriales y un estancamiento de los precios de las materias primas exportables, produciendo en la economía local un proceso denominado “deterioro de los términos de intercambio”.
Este desequilibrio en la balanza de pagos traía aparejado un estrangulamiento externo que, según las teorías clásicas,  “obligaba” a un ajuste recesivo que se desencadenaba vía una devaluación cambiaria. Se  reducía el salario real y el consumo, los saldos exportables crecían y las cuentas externas mejoraban porque crecían las exportaciones y se reducían las importaciones. De esa manera, el ajuste recesivo permitiría alcanzar un nuevo equilibrio y el ciclo se reanudaría  nuevamente.
A pesar de las marchas y contramarchas en estos ciclos económicos, siempre el crecimiento del sector industrial fue positivo durante el período. Pero este proceso se cortó bruscamente en 1976, impidiendo la consolidación del modelo y la superación de las trabas estructurales.
La industria entró en la crisis de 1975-76 en las mejores condiciones de su historia. Venía de varias décadas de crecimiento continuo, signado por algunas crisis coyunturales, y estaba en un proceso de expansión que la había llevado, hacia 1974, al uso de toda su capacidad instalada, mientras se lanzaban los nuevos proyectos de expansión de las ramas básicas.
La experiencia de otros países, caso Brasil, mostraron que el proceso era viable y que Argentina sería otra, de no haberse aplicado una política económica neoliberal que durante 25 años  favoreció el sistema financiero, abrió  los mercados, destruyó el mercado interno y desmanteló la industria nacional,  tirando por la borda 45 años de un proceso contradictorio pero rico en  experiencias individuales y colectivas.
La interrupción del ISI no sobrevino por su agotamiento o fracaso, basta recordar que entre 1964 y 1974 el crecimiento anual promedio fue del PBI fue del 5 %, mientras que la tasa promedio del PBI industrial fue del 7 %. Otro dato significativo es que el porcentaje en 1974 de exportaciones de productos manufacturados fue del 24 % del total, contra un 3 % en 1960. Además en eso años se alcanza la mayor participación de los asalariados en el ingreso nacional, casi el mítico 50/50.
En síntesis el modelo de industrialización (ISI), permitió grandes logros durante el período 1930/76. Entre los primeros se puede mencionar una elevada tasa de crecimiento económico, el desarrollo de una clase media y un sector obrero con altos salarios, con bajos niveles de indigencia y pobreza y con tasas de desocupación mínimas. En síntesis una sociedad homogénea e integrada.

 “Aceros o caramelos”.
Esta frase, tan poco feliz, del entonces Ministro de Economía Alfredo Martínez de Hoz, sobre que el mercado decidiría si Argentina producía aceros  o caramelos, marcaba cual sería la tendencia del nuevo programa económica: la renuncia a una Argentina industrial.
El golpe militar de 1976, tenía como objetivo modificar la compleja estructura  económica, política y social, generada  luego de 1930 y más concreto a partir de 1945 con la impronta que le dio el peronismo.  El objetivo fue  modificar en forma irreversible las bases de una Argentina industrial. 
Por supuesto que esta política se basó en una feroz represión de los sectores populares a través de 30.000 desaparecidos, la mayoría de ellos, trabajadores con activa participación gremial.
La persistencia de las elevadas tasas de interés,  la apertura indiscriminada
a las importaciones,  el atraso cambiario fueron cambiando la economía Argentina. Esos factores, junto con los cambios en la demanda local, sorprendieron a la industria y, rápidamente se vio el resultado. 
En  el periodo 76/83 cerraron sus puertas más de veinte mil establecimientos industriales , el PBI industrial cayó el 10 % y la ocupación en el sector disminuyó un 35 %.
A partir de 1977 con la reforma del sector financiero bancario el núcleo dinámico de la economía paso a ser el sector rentístico - financiero.
Un gran número de empresas clásicas desapareció en ese remolino. El mercado bursátil, donde se podía comprar el paquete de control de algunas empresas a muy bajo precio, fue un ámbito privilegiado de esas maniobras. Lo mismo ocurrió con muchas otras; con el tiempo se convirtieron en depósitos, supermercados, shoppings, esperando caer sobre la piqueta para dejar espacio libre a nuevas actividades.
Solo en algunos rubros: productos petroquímicos, aluminio y siderurgia generada en las plantas promocionadas en el período anterior que contaban con la dimensión y la eficiencia técnica necesarias para salir al mercado mundial.  Su éxito es una consecuencia de la promoción anterior y no de la apertura económica.
Y no hay que olvidar que la desindustrialización continuó en las siguientes décadas, ya bajo gobiernos democráticos.
El radicalismo, no supo, no quiso o no pudo detener este proceso y que, si volvió con mucha fuerza durante la década del noventa.
Indudablemente el modelo industrializador fue derrotado en 1976. El golpe militar estuvo dirigido a   destruir el aparato productivo, cultural, educativo e ideológico de una Argentina industrial. La feroz represión a los trabajadores en esos años, sobre todo a las comisiones internas de las grandes empresas engrosan las listas de detenidos, desaparecidos o exiliados. No fue casual, fue una política destinada a desmontar la sociedad argentina, hija del peronismo. Fue un ataque a una sociedad igualitaria, solidaria, de salarios altos, pleno empleo, con fuerte ascendencia social y económica. Fue una guerra cultural y política del régimen militar oligárquico contra la argentina integrada, moderna, contra las pymes, contra la clase media argentina y los sectores obreros, con una feroz transferencia de ingresos de los sectores populares hacia las clases altas y las empresa concentradas.
En ese sentido puede decirse que el proceso cívico militar fue exitoso en el logro de esos objetivos. Todavía, 40 años después, seguimos sufriendo las secuelas de aquellas políticas en la matriz cultural, ideológica de la sociedad.
Hubo dos herramientas que el régimen uso para desbaratar cualquier intento futuro de desarrollo industrial productivo, el  brutal endeudamiento que nos condiciono por décadas y la corrupción en el manejo de la cosa pública que se instala en nuestras instituciones y  en las empresas.  Surge allí  la tristemente recordadas “patria contratista”, acuerdo entre el gobierno y las empresas contratistas para apropiarse de los recursos del estado y fugarlos. Hay que recordar que  deuda externa, fuga de capitales y corrupción son tres herramientas hermanas para saquear y dominar nuestro país. Este esquema corrupto se repite a lo largo de nuestra historia reciente.
Si bien el modelo  neoliberal entro en crisis en  2001, esto puso fin a ese proceso desindustrilizador, iniciándose nuevamente un proceso de reindustrialización que continuo hasta el 2015.
Sin  embargo las estructura gestadas durante el proceso siguen vigentes, los gobiernos de 2003/15, si bien alentaron la industrialización y hubo políticas de integración social y mejoras en  salarios, y fuerte desarrollo del mercado interno, no pudo desmontar el aparato legal, económico y cultural del procesismo. Las leyes de entidades financieras o la ley de inversiones extranjeras  que fueron piedra  basal del neoliberalismo siguen vigentes. El aparato monopólico cultural mediático surgido en los noventas, marca la cancha y fija “un sentido común”  liberal en lo económico y autoritario en los político.
La derrota del FPV en las elecciones de octubre de 2015, producto entre otras cosas por estas limitaciones políticas  e ideológicas  y el triunfo del candidato neoliberal Mauricio Macri, marca un contra ataque de la derecha oligárquica. Abrió un nuevo periodo de políticas anti industrialistas, y una vuelta al modelo rentístico financiero de los noventa. En 15 meses de gobierno las políticas neoliberales llevan el objetivo de reconvertir a la industria, hacer desaparecer rubros enteros como el sector textil, indumentaria, cueros, plásticos y sectores de la metalmecánica,  bajar salarios en dólares, achicar el mercado interno, generar un piso de dos dígitos de personal desocupado, por supuesto con niveles crecientes de pobreza e indigencia en los sectores populares.
El daño que está causando nuevamente  en todo el entramado productivo, pero sobre todo en lo institucional, social y cultural es tremendo, sumándole una corrupción institucional que se extiende como una mancha de aceite sobre todas los sectores sociales.
 Un verdadero genocidio sobre toda la sociedad argentina. Cuanto más puedan profundizar sus políticas,  mayores serán sus consecuencias y mayor será el tiempo para reparar el daño hecho.
Es tarea fundante del movimiento nacional y popular  dar una pelea en todos los frentes contra la restauración oligárquica, y aprender de la historia. Argentina no tiene destino dentro del modelo rentístico financiero que quieren imponernos.  Que no tenemos futuro como país sin un fuerte desarrollo industrial y que este, debe estar basado en salarios altos, mercado interno, un fuerte apoyo del estado, a través de medidas como el “compre argentino”, un banco de Desarrollo, etc., con una cultura basada en el trabajo y la producción.  

Abril, 2017 

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.