Turbulencias sobre Latinoamérica
Como decíamos en viejos artículos, Latinoamérica sigue
siendo un continente en disputa. En ese sentido América Latina sigue en una
etapa signada por viejas y nuevas tensiones sociales y políticas.
Las experiencias políticas en el continente durante las
dos primeras décadas del siglo XXI, fueron marcadas por experiencias
“progresista” o de izquierda, Lula, Chavez, Kirchner, Correa, Lugo, etc, Podría
decirse y ponerle como fechas topes 1998, con la elección de Chavez hasta 2015
con la derrota de Daniel Scioli en Argentina y el triunfo del candidato de la
derecha más rancia en Argentina.
Si bien la definición progresista o de izquierda son
conceptos que no concuerdan en todos los
casos y no significan lo mismo en cada país, se las ha utilizado para
conceptualizar ese proceso. Así como la derecha lo caracterizo despectivamente como “populismo”.
Por un lado tenemos las experiencias «nacionales y populares» más
o menos «radicales» de Venezuela y Bolivia, otras experiencias más orientadas
hacia la social democracia por ejemplo
el Frente Amplio de Uruguay o Brasil o experiencias neo desarrollista como en
Argentina. Sin embargo, así como hay diferencias, también es posible encontrar
muchas similitudes, el rol del estado, el anti neoliberalismo, posición clara
frente a EEUU, desarrollo y re industrialización y sobre todo las políticas de
inclusión e igualdad social, vocación por la unidad latinoamericana, etc,
El triunfo de Macri y la derecha empresarial en Argentina pareció haber marcado el tiro final al “progresismo” y el comienzo de una etapa
de restauración conservadora, bajo la tutela de EEUU.
Sin embargo “pasaron cosas”, básicamente los pueblos
continuaron las luchas, en muchos casos aun ante la deserción de su
dirigencia.
El triunfo de López Obrador en Méjico, trajo aires nuevos
en un país jaqueado por el narcotráfico, la violencia política y la corrupción. El fracaso estrepitoso de la
experiencia macrista en Argentina, que mostró una vez más la inviabilidad el proyecto
neoliberal dependiente en cuanto a poder
contener a los 45 millones de argentinos y el triunfo del peronismo una vez más,
el fracaso del golpe contra Evo en Bolivia, el desastre que la derecha fascistoide está haciendo Brasil, con la figura de Lula creciendo, las próximas elecciones constituyentes en
Chile, luego de grandes manifestaciones populares contra el régimen de la
derecha pinochetista, encarnado por Piñera, luchas populares en Colombia, con
un marco de mucha violencia para estatal, elecciones en Perú con final
incierto, luego de un largo periodo de inestabilidad política institucional, la
lucha constante del pueblo venezolano contra las agresiones de EEUU y algunos
gobierno aliados, Cuba, dando el ejemplo, convirtiéndose en un país pionero en
Latinoamérica en temas de salud, lanzando en estos días su vacuna “Soberana”
contra el Covid, a pesar del bloqueo y a la agresión de EEUU desde hace más de
cincuenta años.
Como contrapeso la derrota del correismo en Ecuador fue
un cachetazo a las expectativas progresistas, así como la derrota del MAS en
Bolivia en las elecciones de gobernadores en cuatro estados.
Todo está situación política en medio de una pandemia que
azota al mundo, pero que está pegando muy duro en toda América Latina.
Así como el fracaso del proyecto neoliberal en
Latinoamérica que se intentó implantar desde fines de los setenta y en especial
en la década de los noventa, con su secuela de primarización de la economía,
concentración y extranjerización y una situación social angustiante, abrió las
puerta para las experiencias populares del siglo xxi, también hoy el fracaso manifiesto
del orden neoliberal y el caos global
generan espacios para reconstruir experiencias nacionales y populares.
Es
justo reconocer que hubo en aquel periodo una coyuntura económica favorable a
nivel internacional dada por el aumento de los precios de los commoditys y un
aumento en el comercio internacional que permitieron en el mediano plazo, el
retorno de los programas de lucha contra
la pobreza y políticas de desarrollo
económico y social. Así amplios sectores sociales empobrecidos en las décadas
anteriores se insertaron nuevamente en las clases medias.
En ese contexto, algunas fuerzas políticas populares, con
suerte diversa, intentaron crear redes
con los sectores y movimientos
populares, creando una base social que les permitiera enfrentar a las derechas neoliberales y conservadoras.
Sin embargo, visto desde hoy, las políticas de inclusión
social no dieron los frutos esperados, ya que esa movilidad social alcanzada no
fue acompañada de conciencia política, organización popular ni mucho menos un
cuestionamiento serio a las estructuras económicas y productivas. Los bloques
dominantes siguieron y en muchos casos concentraron más poder político y
económico, lo que les permitió, primero sabotear a los gobiernos para luego
avanzar sobre ellos, no siempre con procesos límpidos y democráticos.
No en todos los países fueron iguales, allí donde se
avanzó sobre las estructuras del poder
hegemónico se pudo afianzar más
los procesos políticos, caso Venezuela o Bolivia, en otros la situación fue más
lábil, sobre todo en Brasil donde el PT le dio el manejo de la economía a los
sectores liberales, con lo cual fue rompiendo lazos con su base social, lo
mismo puede decirse del proceso uruguayo, donde el FA mostró claramente sus
limitaciones, no avanzando más allá de lo declamativo y desde posiciones muy
light.. No es casual la derrota del
FA a manos de la derecha uruguaya o
Brasil donde el PT cae en un golpe de palacio y en una movida proscriptiva hacia su candidato pero sin capacidad de
reacción desde la dirigencia y menos desde los sectores populares que el PT
pretendía representar.
El caso argentino, es más complejo, pero no escapa a la
misma realidad latinoamericana.
Luego de la crisis argentina del 2001 el peronismo fue
poniendo la cimiente para la recuperación económica, así Argentina crece a “tasas chinas” en la
primera década del siglo XXI, luego se estanca la economía sobre todo luego de
la crisis global de la 2008/9, Aunque este estancamiento solo significó crecer a tasas más bajas. Los grupos empresarios,
acompañaron mientras su tasa de ganancia era alta, cuando esta, producto de la
crisis global disminuye comienza una lucha de desgaste contra el gobierno,
utilizando a la justicia, los medios de prensa, la oposición y los servicios de
inteligencia y comenzó lo que después se conoció como lawfare, llegando a su
apogeo con las denuncias del fiscal Nisman y su posterior suicidio.
Si bien hubo un crecimiento importante en lo económico en
todo el periodo, un fuerte desarrollo de la industria, una disminución de la
pobreza y la indigencia, no hubo una construcción de organización popular que
acompañara el proceso histórico, esta falta de una base organizada no permitió
avanzar en las reformas estructurales que la situación ameritaba.
Unas primeras conclusiones que puede inferirse del
balance de esa etapa es que es imposible avanzar en políticas de desarrollo
social y económico en los países de la región si no se pone en cuestión la
estructura hegemónica de dominación, la apropiación del excedente de la renta,
sea agropecuaria, minera, energía, etc,. Esta es apropiada por la elite hegemónica
y casi siempre fugada a los paraísos del imperio. Poner en cuestión esta
situación obliga a tensionar la política, y enfrentar conflictos. Pero no
existe una política de liberación sin conflictos. Es necesario desarticular el
andamiaje neoliberal de dominación que ata a nuestros países desde hace siglos.
Sin esta voluntad de enfrentar al poder dominante no hay
posibilidad de éxito en un proceso que se precie nacional y popular.
Tomemos el ejemplo
de esta etapa y veamos la paradoja que todos los gobiernos reforzaron la
matriz extrativista. Es cierto que el Estado tuvo más protagonismo y en algunos
casos hubo un desarrollo de la industria, sin embargo, tal vez debido al alto
precio de las materias primas, se reforzó el modelo estrativista y la
dependencia de la producción y venta al exterior de commoditys.
Pero esta situación no es gratis, genera fuertes impactos
sociales, políticos y ambientales, alimenta la corrupción, favorece el
autoritarismo, expulsa a la población,
devasta territorios, genera daños ambientales de difícil solución.
Pero también sería justo reconocer que los pueblos
latinoamericanos no pueden prescindir de la riqueza de su suelo, sería necio no
explotarlos en nombre de un purismo exagerado. Hay que lograr un desarrollo
sustentable, que no destruya el ecosistema, pero que a su vez la renta
originada en la explotación de las materias primas queden en nuestros países y
en beneficio de nuestros pueblos.
Aquí surge otra necesidad histórica, la integración
política y económica de los países de la región a partir de hechos concretos, por
ejemplo la explotación e industrialización de nuestros recursos en forma
conjunta y en beneficio mutuo. El litio por ejemplo, con grandes yacimientos en
Bolivia pero también en Argentina y Chile, podría ser un eje de desarrollo de
toda esa región en la fabricación de baterías para el uso de celulares y hasta
autos eléctricos.
Ninguno de nuestros países tiene la capacidad y el poder
de salir solo de estos esquemas de saqueo y dependencia, más cuando el neoliberalismo ha consolidado,
muchas veces en forma violenta, la
“división internacional del trabajo”, asignando a nuestro continente el rol de
mero proveedor de materias primas.
Es necesario ir construyendo una agenda de integración y la cooperación
económica, y en temas como infraestructura, defensa, seguridad, comercio,
unidad política, ciudadanía común, banco
regional de fomento, etc, que serán claves
para el desarrollo de nuestros países, porque lo regional no reemplaza lo
nacional, sino que lo fortalece.
Uno de los efectos de la pandemia, es haber demostrado la
necesidad de la integración más allá de las ideologías. Los ejemplos de
cooperación logística entre Argentina y Bolivia para la provisión de vacunas,
entre Argentina y Méjico para la producción de vacunas, boicoteado por EEUU, la
provisión de insumos hospitalarios entre
los países, son algunos de los ejemplos.
Queda claro que otra enseñanza que deja la etapa es que
no hay posibilidad de liberación para un solo país, solo un proceso continental
de liberación podrá tener éxito. Romper la lógica de fragmentación de nuestros países,
que nos marcó el imperio ingles luego de la independencia del imperio español,
para un mejor dominio de la región. Construir la patria grande latinoamericana,
no es una quimera, o un sueño ingenuo, sino una necesidad histórica. Por ello
se debe avanzar en la conformación de espacios políticos comunes, buscando las
coincidencias, que son muchas, e ir elaborando una estrategia común.
Los movimientos populares deben tomar la iniciativa de la
integración, generar los lazos y acciones
capaces de negociar, persuadir y consensuar los acuerdos necesarios con
todos los países de la región.
A la diplomacia de
los países, muchas veces al servicio del imperio, ir construyendo la unidad desde
abajo, desde los pueblos.
La prospectiva geopolítica parce indicar que vamos hacia
la conformación de grandes bloques continentales, la unidad política y económica de la América del Sur es un destino y
una oportunidad que nos marca la historia.
Esta unidad planteada entre los pueblos, debe tener como
base la unidad interna. Es necesario que los movimientos populares construyan
dentro de sus países procesos de unidad amplia, con todos los sectores
populares. El ejemplo de Ecuador es claro, el correismo dejó de lado a los sectores indígenas, complejos y fragmentados,
pero que entre los votos en blanco, la abstención y los que se corrieron hacia
Lazzo permitieron el triunfo de este.
La derecha ecuatoriana pudo construir una unidad con un
simple consigna “todos contra Correa” explotando la contradicción principal y poniéndolo
nombre propio.
Otra conclusión que nos deja, a la distancia, es el
tremendo poder de las redes y las nuevas tecnologías en la lucha política, pero
también y muchas veces son subestimados, el poder de los medios de prensa, que como en
toda Latinoamérica están en manos de la derecha más rancia. Es un enemigo
poderoso, pero hay que trabajar arduamente en la construcción de medios alternativos
y de una agenda propia y sobre todo el trabajo en la base, solo una organización
popular puede enfrentar a tremendo poder. Esto no solo es Ecuador, en toda Latinoamérica
se da el mismo fenómeno.
Es preciso profundizar el debate interno en los
movimientos populares, fomentar la organización de base, el surgimiento de
nuevos dirigentes, construir la sociedad civil o la comunidad organizada como
la planteo Perón. La lucha política se da todos los días y en todo lugar, la
gran batalla electoral es el resultado de un largo proceso de construcción del
poder y de una nueva clase dirigente.
Latinoamérica –como el resto del mundo– vive un período de
fuerte turbulencias, una crisis económica gigantesca marcada por el fracaso del
modelo neoliberal, la crisis sanitaria exacerbada por el covid , la
profundización de la crisis medio ambiental, con su secuela de hambrinas, destrucción
del ecosistema humano y fuertes migraciones, y una nueva polarización social,
política e ideológica. Todo en el marco de la lucha por la hegemonía mundial
entre EEUU y China, que agudizan los conflictos ya existentes.
Hay que ser claros, y no caer en ingenuidades
izquierdosas no siempre los pueblos salen de las crisis por izquierda. La
historia del siglo XX muestra que de la gran crisis del capitalismo en 1929 se salió
por derecha y la nueva hegemonía se definió en una gran guerra mundial que dejo
millones de muertos.
La historia no tiene por qué repetirse pero los movimientos
populares deben estar atentos al crecimiento de nuevas derechas, algunas libertarias,
casi anarquistas, o reaccionarias como la expresada por la penetración de las
iglesias evangélicas electrónicas, financiadas por la CIA, o la vieja derecha
latinoamericana, liberal en lo económico, autoritarias en lo político y
alineadas firmemente con EEUU.
Esta derecha ha conseguido penetrar y cooptar sectores
populares, en especial algunos sectores juveniles.
Esta derecha cuestiona la política y a los políticos,
pero en el fondo pone en cuestión la democracia misma, por lo que la defensa de
la democracia debe ser una bandera de los movimientos populares, pero no esta
democracia formal, sino profundizándola, yendo hacia formas organizativas que lleven a una democracia social y directa,
donde el pueblo sea el sujeto histórico.
Como corolario final, hay que tener en claro que es un capítulo más
de una historia que lleva quinientos años, es la lucha de nuestros pueblos por
su liberación y autonomía frente al imperio de turno.
Como siempre, hoy estamos dando una batalla, sabiendo que
la lucha es larga y nos trasciende.
Solo somos un eslabón en una larga historia, que vamos
escribiendo y construyendo ladrillo a ladrillo.
Antonio Muñiz
Abril 2021