Modesto Emilio Guerrero. Escritor y periodista.
El domingo pasado se definió la suerte de una institución republicana. De sus efectos políticos y sociales habrá que estar pendiente en los próximos dos años. Pero nada más. El destino de las transformaciones bolivarianas se resuelve en otros terrenos menos resbaladizos que el parlamentario o los titulares de las corporaciones de prensa.
Haber perdido 66 bancas, que hasta hace dos días servían para gobernar con suficiente equilibrio institucional, debe ser calificado como un retroceso, aunque sea de carácter relativo y parcial. Sobre todo si recordamos que la oposición gana con el rejunte de 22 fuerzas dispersas en la Mesa de Unidad Democrática, mientras el chavismo se unge con la fuerza de un partido de masas de casi seis millones de miembros. Es una dialéctica de avances y retrocesos desiguales, en la que pierde más el que detenta el poder.
Uno de los conductores ideológicos de la oposición, el psiquiatra Axel Carriles, hombre de la NED (Nacional Endowment for Democracy) en el país, expresó ayer lunes por el canal Globovisión ese estado de conciencia: “Lo importante es haber alcanzado un espacio de poder institucional.”
Este retroceso respecto de lo que existió como Parlamento entre 2005 y el 26 de septiembre de este año, aun siendo parcial, da base a cualquier diagnóstico o pronóstico del curso del proceso revolucionario bolivariano, de su relación de fuerzas internas, así como de sus relaciones de Estado en el continente. Con esa nueva fuerza tratarán de modificar el curso del proceso político, bloqueándolo con leyes deformatorias, como la “ley candado” y la “ley de propiedad”, dirigidas a desmontar las columnas del régimen bolivariano. Su estrategia internacional en PetroCaribe, la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) y la Unasur, además de una decena de proyectos que relacionan a Venezuela con la mayoría de las economías y gobiernos del continente y el mundo.
Los once millones de votos ocultan las razones del resultado. Con una abstención que no sobrepasó el 26% del padrón del 17,5 millones, el gobierno tiene suficiente legitimidad para garantizar la gobernabilidad hasta nuevos avances significativos.
El carácter no presidencial de la elección fue una de las razones primarias del retroceso del chavismo. La otra básica es el sustrato local instalado en el ánimo de los electores. Acudiendo a una famosa frase marxista, la existencia cotidiana determinó la conciencia del votante. Se movió a las mesas de votación o se quedó en su casa, motivado por la gestión gubernamental de su localidad. La gestión deficiente en unas seis gobernaciones chavistas determinó el estado de humor este 26 de septiembre. A esto hay que agregar el fondo que dejó la crisis eléctrica, la devaluación, la inflación.
El universo chavista, compuesto por 14 millones de personas y 11 millones de votantes potenciales, entendió que no se jugaba el destino inmediato del conjunto del proceso, y menos el rol del presidente en el gobierno. En buena medida se remitió a la poca sentida expresión parlamentaria, y en ese terreno, el electorado chavista no encontró los mejores candidatos. Alrededor del 70% de ellos fueron percibidos como “desconocidos”, “no representativos”, “no queridos” o directamente “rechazados”, como el ex ministro Diosdado Cabello y sus adláteres en las listas, entre otros. Estos parámetros me permitieron avizorar una semana antes los resultados más probables, tal como los adelanté el domingo 26 en este diario.
El chavismo recuperó un millón de votos retraídos en anteriores contiendas, pero no fue suficiente para superar el fervor del voto escuálido que acudió entusiasta bien temprano a las mesas, como no lo hacía desde 2004. El gobierno, con 95 votos tendrá la capacidad de formar las autoridades del Parlamento y el diagrama funcional de las comisiones, y aprobar leyes ordinarias, sin la obstrucción del voto desquiciante de la derecha. O sea, el gobierno de Hugo Chávez podrá mantener su gobernabilidad, o equilibrio institucional, aunque sea sobre una base legislativa más endeble.
Esta novedad institucional explica la euforia opositora nacional e internacional, y lo manifiestan con nombre propio en los proyectos legislativos que presentaron: la “ley candado” y la “ley de propiedad”, con las que apuntar a desmontar los proyectos centrales de política exterior latinoamericanista y de desarrollo económico endógeno del gobierno. Es una ilusión manifiesta creer que en las alturas del Parlamento y en los titulares de prensa, se definirá el destino de Venezuela. Ese puede ser el talón de Aquiles de la oposición.<
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