LA ESTRATEGIA DE LA ILUSION

artículo de Jorge Rachid



“La verdad nos hará libres” General San Martín


Usando el título del excelente libro del profesor de la Universidad de Bologna, Umberto Eco, el semiólogo mas importante contemporáneo, autor de otros textos memorables como “Apocalípticos e integrados” además de sus novelas como “En nombre de la rosa” o “El péndulo de Focault”, se puede aproximar la mirada sobre la comunicación actual en la Argentina y sus avatares en búsqueda de transparentar la dolorosa historia reciente de nuestro país.

Cuando a un pueblo como el nuestro que ha vivido durante años la dictadura, con los ojos vendados, la palabra prohibida, los silencios de los cementerios, le llega el tiempo de aproximarse al barullo por momentos vociferante de la verdad, suele ser difícil. Hay momentos en los pueblos, donde la pérdida de las libertades se convierten en una cultura, una verdadera colonización, la cultura del oprimido, de este tema se ocupó sin dudas de manera magistral el siquiatra argelino Franz Fanon en su libro “Los condenados de la tierra”. Aún los presos de muchos años de pérdida de libertad, suelen sentir profundo temor a abandonar aquello que fue parte de su vida, segura, estable aunque prisionera, para volver a enfrentar la realidad de lo cotidiano, de la lucha por la vida. Sino no tendría explicación que por años no pudimos escuchar a la Negra Sosa, a Fito Páez, ni comprar libros de Sartre, Perón, Marx, o acceder a pensadores contemporáneos por decisión de quienes decían defender las formas de vida de los argentinos, tutelando nuestra libertad y condicionando nuestro pensamiento.

Algo de eso nos está pasando a los argentinos, nos conmovemos cuando se levantan las alfombras de la historia y aparecen los verdaderos personajes, escondidos bajo el manto supuestamente piadoso del olvido, nunca se puede reemplazar la verdad y la justicia, en la conciencia colectiva del pueblo. La sorpresa sólo está asociada a la hipocresía transcurrida por años, donde estigmatizar la dictadura era cuestión de militares que a la vuelta de la historia, mas allá de su acervo criminal y genocida, fueron brazos ejecutores de intereses concentrados, corporativos y direccionados al vaciamiento, no sólo cultural, institucional del país, sino también económico.

Cuando no hay parlamento ni prensa libre, en las dictaduras la lucha de intereses que existe en toda comunidad, es sólo un sistema de relaciones personales con los dictadores, así se planifica y se ejecuta, “sin moros en las costas” como reza el dicho popular. El silencio, la presión y el ocultamiento es el lubricante de las operaciones financieras y económicas, después la noche, el asolar de las bandas armadas persiguiendo presas indefensas. Ese es el marco de la valentía institucional de la dictadura cívico-militar.

Así se construyó un sistema de cerco informativo sólo atravesado por pocos patriotas, también algunos periodistas extranjeros que se atrevieron a levantar su voz junto a la valentía de las Madres que con sólo rondar la Plaza de Mayo, ponían nerviosos a los “valientes combatientes de la democracia y la libertad”. Ese sólo hecho del ocultamiento de la información sobre lo que ocurría en el país, que de haber sido publicada hubiese salvado miles de vidas, convierte a los dueños de los medios en cómplices al menos de ese proceso genocida.

No se trata de instalar una caza de brujas sobre la supervivencia necesaria de miles de trabajadores de prensa, ni de pedirles valentía de enfrentar la situación a los propietarios de medios, sólo quizás de exigirles el pudor y el recato necesario, de callarse ante la aparición de la historia y si no fueron funcionales a la dictadura y socios, están los estrados judiciales para demostrarlo. Hoy tenemos los argentinos una Corte Suprema de Justicia que jerarquiza la democracia y la instituciones, oficialismo y oposición le tienen respeto, así que nadie debe temer a ser presentado, existiendo pruebas concretas, ante los estrados judiciales, sólo aquellos que quieren perpetuar el latrocinio pueden negar esta verdad.

El poder siempre intenta demostrar que el relato es unívoco, como el discurso único del neoliberalismo, lo tiñe de frases grandilocuentes siempre referidas a la libertad y a la democracia, justamente la que no respetaron ni defendieron en las épocas del oscurantismo. No hicieron como los nazis de emplear mano de obra esclava, pero consiguieron en las mesas de torturas y en las mazmorras de los campos clandestinos de concentración, la apropiación de bienes de personas consideradas y discriminadas por competencia, religión o ideología. Así las Chacras de Coria en Mendoza, las empresas textiles de los Gutheim, los bienes de Papel Prensa de los Graiver, la persecución a Timerman y su encarcelamiento y tortura como al resto de los afectados por afán económico o persecución racial, bajo el amparo de la dictadura militar.

Atreverse a mirar la realidad, a sacar la basura de debajo de la alfombra siempre trae alergia, en especial a aquellos que durante años guardaron las formas, de la mano de plástico, del cóctel en la embajada, de lo políticamente correcto, como el perro que esconde sus mugres tapando con tierra sus excrementos. Fueron y son los titulares de medios que condicionaron al resto del país, se quedaron con historias gráficas de años de diarios, en el interior profundo de la Argentina, por presión, por ahogo por papel, por prepotencia, por manejo económico-financiero.

Fueron y son periodistas “serios” de medios importantes, de poses doctorales y manejos de opinólogos, los que hoy nos plantean que está en peligro la libertad de prensa, una verdadera contradicción en si misma desde el momento que lo están expresando, cuando ellos mismos, fueron redactores comunicados y bandos militares, propiciadores de mentiras sobre enfrentamientos, de justificaciones sobre muertes, persecuciones, vejaciones y del silencio de los cementerios. Otros que no quisieron, lo atestiguan, otros que tuvieron que huir perseguidos lo dicen, quienes se fueron asqueados lo ratifican.

Podrán emplear todos los medios descriptos por el genial Umberto Eco en la Estrategia de la Ilusión, pero el pueblo argentino está dispuesto a conocer la verdad, ahora nos atrevemos y existen las condiciones políticas en el país y en Latinoamérica con el UNASUR de hacerlo. Nunca es fácil la verdad, mas bien dolorosa, como cuerpo social nos sacude, como argentinos nos avergüenza, nos pone frente al espejo de lo que pudimos y no pudimos hacer, lo que hicimos y lo que aceptamos pasivamente, desnuda a los cómplices al día de hoy, paladines de los valores de la democracia y la libertad, en el travestismo infame del ocultamiento y la negación.

Con la frase del gran Artigas: “con la verdad no temo ni ofendo”, los argentinos debemos saber que no debe haber hijos ni entenados, que todos somos iguales ante la ley y la vida, que no puede haber algunos mas iguales que otros, con los mismos derechos y las mismas condiciones, sean quien sean y tengan la historia y el apellido que tengan. Si nos atrevemos a enfrentar la verdad seguramente nuestros hijos serán libres.

Un país se construye sobre la base de la verdad, ningún pueblo del mundo, ni ningún poder oculto o visible puede juzgarnos por perseguir la verdad a través de la Justicia, por la Ley emanada del Congreso y por las decisiones soberanas del Ejecutivo Nacional, esa es la única democracia que reconocemos los argentinos y es la única manera iniciar un camino de democratizar el poder, para que no sea instrumento de la ambición de nadie y está al servicio del pueblo argentino. No es fácil ya que cada vez que el camino de la emancipación y la reconstrucción del movimiento nacional se abrieron paso, las fuerzas de la reacción mataron y borraron a sangre y fuego el orden institucional por preservar sus intereses.

El pueblo argentino nunca lo hizo, el peronismo tampoco por el contrario siempre llegó al gobierno por la voluntad soberana del pueblo a través del voto popular, nunca persiguió ni asesinó a sus victimarios, que por décadas convivieron con los hombres y mujeres de bien que para nosotros es nuestro pueblo trabajador, humilde y tranquilo, no hubo venganzas personales, sólo verdad y justicia y no creo que hoy como pueblo argentino estemos en condiciones de tolerar una aventura similar a la que tiñó nuestra historia.

JORGE RACHID
C.A.B.A., 27/8/10
jorgerachid2003@yahoo.com.ar
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Lanata, Tenembaum, Roa espadas de Magneto

Periodistas, medidas y mediciones


Por Juan Salinas / Pájaro Rojo



El mayor problema de Lanata es que se quedó sin dinero y malgastó de manera grosera su salud. Ya no se le ocurren las cosas que se le ocurrían antes y se acostumbró a consumir de manera pantagruélica diversas mercaderías, incluyendo medicamentos y adelgazantes. Y no tiene más ganas de trabajar. Por eso, al igual que Chiche Gelblung, ha resignado independencia y buscado el calor de Clarín precisamente porque Clarín huele a debacle, y en la desesperación por evitar o al menos retrasar la caída libre, Magnetto puede asignar sustanciosas partidas de dinero. Basta ver cuánto ganaban los miembros del directorio de Papel Prensa: todos más de cien mil (100.000) pesos gracias a su generosidad y la de su vasallo Mitre.


A fuer de ser justos es bueno puntualizar que posiblemente no haya sido Lanata el que hiciera el primer movimiento, sino Clarín a través del ex juez Gabriel Cavallo, su socio en la insensata aventura de Crítica, quien pasó de supuesto prócer de los Derechos Humanos (un invento de Horacio Verbitsky que a Cavallo le permitió zafar del juicio político por su pésimo desempeño en la causa de los sobornos del Senado) a defensor de La Apropiadora, decidido a todo con tal de que no se pueda establecer la auténtica filiación de los muchachos por ella apoderados, en cualquier caso, sus herederos.


Conocí a Lanata en el consejo de redacción de El Porteño cuando este mensuario empezó a ser editado por una cooperativa de treinta miembros, entre los que estamos él y yo, además de periodistas tan consagrados como Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez y el gran Homero Alsina Thevenet, quien conseguía sacarlo de las casillas con mucho menor dispendio de palabras que un servidor. Ahí también conocí a Zloto, que es otra cosa. Junto al contador Luis Balaguer, Zloto, para dar un ejemplo, escribió un libro contra el Citibank, un enemigo de una envergadura tal… que no se lo banca cualquiera.


Zloto remite a su cuate Tenembaum, menos canchero para escurrirle el bulto a la defensa del oligopolio. Tenembaum no está dispuesto, como lo está Lanata, a incorporar la norma cínica de que no hay que dejar que la realidad arruine una buena nota. Lo conocí en el juicio por el asalto al cuartel de La Tablada. Era muy joven y Página/12 lo había mandado al muere con la consigna de despegar al diario de Gorriarán y el MTP a fuerza de chuparle las medias a los fiscales, por derechistas que fueran. José Luis Rodríguez Pagano, hoy y desde hace mucho lugarteniente de Daniel Hadad, entonces movilero de Radio del Plata, era dueño de tal gracejo y sentido del humor (que ha de haber perdido a medida que le sostuvo los trapos a personalidades tan aviesas como las del Negro González Oro, Feinmann El Malo y Baby Etchecolatz, perdón, Echecopar). El Gallego Rodríguez Pagano escribía en el pizarrón verde de la sala de prensa humoradas como "Mensaje de la redacción de Página/12 a Tenembaum: 1) Sonreírle al fiscal Pleé; 2) Pedirle una entrevista al fiscal Pleé; Preguntarle por su mujer, sus hijos, sus deseos, esperanzas y sueños, 4) Decir que no a cualquier pregunta acerca de si conocemos a alguien del MTP".


Tenembaum necesitaba consolidarse adentro del diario e hizo bien los deberes. Cultivaba por entonces un discurso tal que… parecía un periodista suizo, algo molesto porque la realidad argentina resultaba muy poco helvética.


A Tenembaum no parecen gustarle las canalladas. Parece tener límites. Ha de ser uno de esos agnósticos que necesitan salvar el alma. Parece decirse y repetirse todo el tiempo: "No pude elegir, la guerra me encontró de este lado". Pero se la pasa tratando de tranquilizar y tranquilizarse, de ahogar tantas contradicciones. Y lo hace coleccionando datos que le permitan montar un tinglado de modo de autoconvencerse de que "todo es igual, nada es mejor, en el mismo lodo todos manoseaos".


No es peor, desde ya, que algunos locutores y presentadores que hasta ayer nomás estaban allá, y ahora están acá, contratados por la tevé oficial y Fútbol para todos. Sin ir más lejos Araujo, que como el Quique que me secuestró en plena calle en febrero de 1975, era de la "Jotaperra" lopezrreguista. Ambos probablemente fueron los dos únicos judíos de la organización que comandó el panadero Julio Yessi, acusado de ser uno de los jefes de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) o Triple A, a pesar de lo cual el ubicuo juez Norberto Oyarbide nunca lo ha molestado.


Ernesto no es peor que ellos, pero no se esmera, es displicente y perezoso a la hora de demostrar que es mejor. Está en deuda en eso como lo está con sus padres, que le pusieron Ernesto por el Che. Ojalá tuviera con esa filiación la fidelidad que tiene con Estudiantes de La Plata. En cambio no debería sentirse en deuda con Wenceslao Bunge, "Vences", antiguo socio de Suárez Mason y apoderado de Alfredo Yabrán, quien se jacta públicamente de haberlo becado, de haberlo ayudado en su carrera.


A Ernesto la guerra lo sorprendió del otro lado, como a Santo, que como está en el grupo desde hace muchísimos año y no se atreve a dejarlo, comenzó tragando sapos y se ha convertido en catador de escuerzos y demás batracios gigantes. Santo procura salvar su alma estableciendo qué pasó con su amigo Enrique "Jarito" Walker (que había sido periodista-estrella de la revista Gente, era montonero y en 1976 fue secuestrado en un cine por una patota policial), quien todo indica es una de las vìctimas todavía sin identificar de la "Masacre de Fátima".


Ernesto se me presentó con toda formalidad en un alto del juicio que se realizaba en una fábrica abandonada de San Martín reciclada como tribunal, cerca del sólido hospital Castex, en su origen Eva Perón. Me dijo: "Estaba esperando el momento de medirme con vos". Le faltó decir "usted" y cuadrarse haciendo chocar los talones como me veía obligado a hacer yo cuando hice la colimba como infante en La Tablada.


Estupefacto, quiero pensar que no atiné más que a musitar algún monosílabo. Y es que hablara de medirnos me sorprendió e incomodó. La mía en el diario Sur era, por lejos, la mejor cobertura del juicio... porque era la única. A Clarín y La Nación el juicio no le importaba, y a Ernesto no le habían ordenado cubrir el juicio sino cubrir el diario, despegándolo del MTP. Fue gracias a equella cobertura, reflejada más tarde en el Gorriarán.. que escribí con Julio Villalonga, que la CIDH pudo condenar al Estado argentino por haber vulnerado grave e irreparablemente los derechos de los juzgados: muchachos que habían ingresado al cuartel junto a otros que habían hecho el aguante (sin armas) desde afuera, e incluso el fraile Antonio Puigjané.


Encorsetado por aquellas instrucciones, Ernesto no pudo hacer verdadero periodismo. Como reveló Lanata muchos años después, quien había aportado el grueso del capital que le permitió al diario salir a la calle había sido Gorriarán. Para evitar preguntas incómodas, Lanata, por entonces director de Página/12, eludió declarar en el juicio recluyéndose unos meses en los Estados Unidos.


Y ya que hablamos de guerrilleros. Uno de los motivos por el cual los incontinentes tituleros de Clarín no acusan a los Kirchner de montoneros, como hacen otros medios de la derecha (de los que Peter Capusotto y Arnaldo Pérez Manija se burlan) es que los Kirchner nunca lo fueron (aunque no hayan estado lejos) y algún capitoste de Clarín sí.

Por ejemplo, Ricardo Roa, que en 1972 fue por breve tiempo mi responsable en Descamisados, organización en la cual estuvo el ex canciller Jorge Taiana y otra gente muy maja. Fue a finales de 1972, en la época en que Montoneros absorbió a Descamisados, catapultando al Lauchón Mendizabal a la conducción nacional y permitiendo que arrimaran el bochín gente como el Cabezón Habbeger y al Sordo De Gregorio. Recuerdo como en una foto a Roa con camisa celeste de tela de vaquero, blue jean y zapatillas pampero blancas (por entonces, usar zapatillas era una rareza) en el hall del ascensor del edificio de la avenida Belgrano casi Entre Ríos donde vivían los Stockdale, Cao y Mamut, y su madre cuasigitana, Rosa Cardillo. Depto de la planta baja que en los hechos funcionaba como base de la primera UBR (Unidad Básica Revolucionaria) de la Circunscripción 13, barrio de Montserrat.


Recuerdo que tenía la nariz muy torcida y que por eso le decíamos "Moco". Supe muchos años después que escribía notas gremiales en Clarín, dónde también trabajaba Horacio Verbistky.


Ayer a la mañana al desayunar puse la tele y apareció Roa. Al farfullar acusaciones contra los Graiver por su asociación económica con los Montoneros no lucía precisamente como un ganador. Verlo a él, montonero de las buenas épocas con el tabique enderezado y la mirada extraviada verbalizando dichas acusaciones, ganándose a pulso la cucarda (no "Cocarda", Cris, pero igual estuviste divina) de botón, me dio vergüenza ajena. Roa ascendió gracias a su facilidad para el besamanos y su decisión de extraerle el jugo a sus subordinados, hasta anotarse el gol decisivo de Olé! Cualidades gracias a las cuales Magnetto habría de confiarle el meollo de las "operaciones especiales" del grupo.


Como jefe de la principal fuerza de operaciones de Clarín, Roa parecía ayer la misma imagen de la derrota. Detrás, evidentemente grabados antes de que Cristina anunciara muy otra cosa, Lanata y Fontevecchia criticaban ácidamente la intervención de Papel Prensa por el Estado, algo que por lo visto, tanto ellos como Magnetto consideraban ineluctable y daban por descontado. Desconcertados Roa, Kirschbaum, Julio Blanck y demás, TN no les ahorró el ridículo. Orlando Barone dijo en 6-7-8 que no hay peor papelón para un periodista que escribir una crónica sobre hechos que aún no sucedieron. Acuerdo y recuerdo el papelón de un colega que firmó una crítica a un recital de Los Redonditos de Ricota en Huracán que se publicó... luego de que el concierto se suspendiera.


Hacer algo así era por entonces motivo de descrédito eterno y, desde ya, causal de despido. Hoy los arruinadores del oficio de informar apenas lo consideran una picardía. Del mismo modo, plagiar era antes una mancha infamante, y hoy cualquier pelafustán copia y pega hasta los errores de otro sin sonrojarse, confiando en el manto de impunidad que la generalización de este fraude ofrece.


Y si no, que lo diga Cris Chan Tan, el rey del Copy & Paste .

Comprender el sol

Daniela Bambil
Y cuando uno de ellos fuese liberado, y obligado a alzarse repentinamente, y girar el cuello y caminar, y mirar hacia la luz... ¿no sentiría dolor en los ojos, y huiría, volviéndose a las sombras que puede mirar, y no creería que estas son más claras que los objetos que le hubieran mostrado?... Y si alguien lo arrastrase a la fuerza por la espesa y ardua salida y no lo dejase antes de haberlo llevado a la luz del sol, ¿no se quejaría y se irritaría de ser arrastrado, y después, llevado a la luz y con los ojos deslumbrados, podría ver siquiera una de las cosas verdaderas? Glaucón: No, ciertamente, en el primer instante. Sócrates: Sería necesario que se habituase a mirar los objetos de allá arriba. Y al principio vería más fácilmente las sombras, y después, las imágenes de los hombres reflejadas en el agua y, después, los cuerpos mismos; en seguida, los cuerpos del cielo, y al mismo cielo le sería más fácil mirarlos de noche ...y, por último, creo, el mismo Sol... por si mismo, ...Después de eso, recién comprendería que el Sol...”

Alegoría de la Caverna. Platón




Los cambios culturales generaron resistencias históricamente, imaginarse un país en el cuál cada ciudadano tenga realmente libertad de pensamiento, esto es, sin influencias que responden a determinado sector con un único relato orientado a formar opinión parece ser el gran desafío del fortalecimiento de la democracia.

Para quienes militamos activamente en política, en cualquier espacio y de acuerdo a nuestra formación ideológica, nos es sencillo visualizar el tablero, identificar las piezas y ver cuáles serán los movimientos que irán constituyendo el entramado que se avecina, ¿pero qué sucede con el ciudadano que no participa, no se involucra y está acostumbrado a leer como única verdad lo que aparece en letra de molde? No es tan simple.



Durante más de 30 años el diario Clarín, no solo ha marcado la agenda como escuchamos decir a algún nostálgico golpista devenido en portavoz del monopolio, sino que como un alfarero ha moldeado la voluntad de la población, ha decidido quienes y cuanto tiempo gobernaban, ha decidido políticas económicas y como un gran pac-man ha ido devorando todo el universo comunicacional.



La semántica de términos como democracia, libertad, totalitarismo, autoritarismo ha cambiado radicalmente para quienes escriben sus páginas y quienes desde las bancas, en que deberían representar los intereses del pueblo que los votó, no se sonrojan repitiendo el mismo derrotero. El gran objetivo parece ser convencernos que la libertad de expresión pasa por la unidireccionalidad del mensaje único, si se me permite la licencia.



La violencia verbal ejercida es inusitada, quienes se jactan de reclamar libertad de expresión no trepidan un instante en denostar la envestidura presidencial una y otra vez, toda voz que se alce en contra de sus intereses es sistemáticamente acusada de oficialista con el prejuicio que conlleva los sucio y sospechoso de deshonestidad.



Esto, por sentido común, debería despertar al menos sospechas, la gran contradicción que implica vociferar “no hay libertad de expresión” mientras se publican páginas enteras y se dedican horas en televisión y radio a hablar sobre la actitud totalitaria del estado, debería movilizar a la sociedad a rever su percepción de la realidad en tanto de información se trata.



Sin embargo aún pueden escucharse voces de ciudadanos comunes que continúan consumiendo el discurso, es ahí adónde cobra fundamental importancia la urgente implementación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el terrorismo informativo comandado por Magnetto nos ha llevado a un punto de no retorno, adónde fijar posturas y mantenerse alertas es indispensable.



El ciudadano alejado de la vida política toma diferentes posturas y como en un secreto de familia que se revela hay quienes lo enfrentan, quienes lo niegan, quienes prefieren no enterarse, y quienes van tomando posiciones móviles de acuerdo al pariente con el que hablan, en este caso a lo que dice quien están acostumbrados a leer o escuchar.



La gran diferencia en este momento histórico es la aparición de las nuevas tecnologías de la información, adónde salen a la luz herramientas que le permiten a cualquier ciudadano recibir de primera mano el pensamiento de quienes constituyen el arco político nacional y la distribución de miles de ideas de personas de diferentes orígenes sociales, políticos, religiosos e ideológicos, el uso de estas herramientas podrían significar la ruptura de los cepos que nos obligan a mirar solo las sombras de la pared, pero aún falta un largo camino hacia la luz y los ojos acostumbrados a ver solo sombras necesitan un tiempo de adaptación para poder ver finalmente el sol.



La embestida del monopolio que será más cruenta con el correr de los días y el avance de la Justicia, la mezquina actitud de gran parte de la oposición, que solo visualiza su posibilidad de acceder al gobierno a costa de cualquier cosa, sin proyecto claro, sin propuestas concretas, conformarán las variables que determinarán el humor social, y es ahí adónde vuelve a adquirir vital relevancia la actitud militante de quienes consideramos que este momento marcará el tan cuestionado cambio de paradigma que nos conducirá a una democracia definitivamente consolidada , sin libertades condicionadas, la verdadera soberanía está en juego y el enemigo bien identificado… La distribución de la palabra a nuestro alcance, avancemos hacia la constitución de una sociedad más madura y comprometida que solo después de esto estará capacitada para comprender el sol.



Respuesta a Grobo II

Por Aldo Ferrer

Mempo Giardinelli fue el promotor del debate sobre el modelo agrario basado en la soja con una carta abierta al empresario Gustavo Grobocopatel, uno de los principales productores de soja del país. A partir de esa misiva hubo una serie de intercambios con la participación de otros protagonistas. Aldo Ferrer intervino, con la inmediata réplica de Grobocopatel, a quien le respondió nuevamente el prestigioso economista.



Estimado Gustavo:

Tu respuesta a mi carta anterior plantea cuestiones importantes que merecen ser analizadas. Son las siguientes:

Tipo de cambio y retenciones. Apelando a la experiencia brasileña, sugerís que la mejor política es un tipo de cambio bajo sin retenciones. Nuestra experiencia no ratifica la propuesta ni, tampoco, la brasileña. Aquí tuvimos esa política bajo el régimen de “la tablita” a fines de la década del ’70 y, en el de la del ’90, con el de la convertibilidad. En aquel entonces, la producción del agro no creció y, en la última, aumentó a una tasa anual del 2,0 por ciento. Pero después del 2002, con retenciones, el agro creció el doble. ¿Por qué sucede esto? Por múltiples razones. Entre otras, que un régimen de tipo de cambio bajo sin retenciones provoca fuertes desequilibrios en la macroeconomía, déficit en los pagos internacionales, insolvencia fiscal, aumento de la deuda y, consecuentemente, vulnerabilidad, incumplimiento de los contratos e inseguridad jurídica. Ese fue el epílogo de la tablita y la convertibilidad. El campo sufre, como el resto del sistema, las consecuencias de una mala política macroeconómica. En la actualidad, con una economía sustentada en sus propios medios, con superávit en sus pagos internacionales, solvencia fiscal y reservas en el Banco Central, el agro crece con un tipo de cambio competitivo y retenciones que son compatibles con su rentabilidad y desarrollo.

El mejor espejo donde mirarnos en esta materia no es Brasil sino los “tigres asiáticos”, como Corea, Taiwán y China. Todos ellos han sustentado su transformación productiva en políticas activas de industrialización, educación, impulso a la ciencia y la tecnología e industrias de frontera y tipos de cambio competitivos. Como lo revela la experiencia de los países emergentes exitosos, la paridad adecuada de la moneda nacional no es una condición suficiente del desarrollo pero sí una condición absolutamente necesaria.

En Brasil, la apreciación del tipo de cambio que evita las retenciones, el resultado macroeconómico es mediocre. Desde el 2002 a la fecha, a juzgar por el desempeño de las dos economías, salvo en materia de inflación, la política argentina es mejor que la brasileña. En el período, el PBI argentino aumentó el 60 por ciento y el brasileño, el 30 por ciento. Respecto de la inversión, en Brasil es del orden del 18 por ciento del PBI, y en Argentina está cerca de sus máximos históricos del 24 por ciento. Frente a la crisis mundial, nuestro país respondió con tanta o mayor fortaleza que Brasil. En este escenario, el gobierno del presidente Lula consolidó los ejes del poder nacional de su país y desplegó, sobre la base de una presión tributaria mayor que en la Argentina, importantes y exitosos programas de inclusión social. De todos modos, existe en Brasil una fuerte polémica sobre las bondades de la política de un real sobrevaluado y altas tasas de interés. Pero la comparación de Argentina con Brasil no se agota en el contrapunto de las dos realidades en la actualidad. Ambas se basan en una trayectoria y esto me lleva al segundo comentario sobre tu carta.

Brasil. En el período de predominio de la estrategia neoliberal en la Argentina (desde el golpe de Estado de 1976 hasta la crisis terminal del 2001/02), el PBI total aumentó en 27 por ciento y el per cápita cayó en 10 por ciento. En el mismo período, el PBI del Brasil aumentó 120 por ciento y el per cápita en 30 por ciento. En 1975, el PBI argentino representaba casi el 50 por ciento del brasileño, en 2002 apenas superaba el 25 por ciento.

Entre tanto, el Estado brasileño consolidaba el desarrollo de Petrobras, promovía la conversión de Embraer en la tercera productora de aeronaves del mundo, impulsaba el desarrollo de las empresas “campeonas” nacionales en la infraestructura y en industrias de base y sustentaba el financiamiento en poderosos bancos públicos, en primer lugar, el Banco Nacional de Desarrollo, que en la actualidad aporta el 20 por ciento del total del crédito en la economía, enfocando sus préstamos a los sectores estratégicos. En la Argentina, en el mismo período, además de la tragedia de la violencia y el terrorismo de Estado, sufrimos la guerra y la derrota en Malvinas y una política sistemática, durante la dictadura y en la década del ’90, de desmantelamiento del poder nacional. Se vendieron y extranjerizaron YPF, la fábrica de aviones de Córdoba, las empresas públicas y las mayores privadas nacionales, se disolvió el Banco Nacional de Desarrollo (creado en 1970 durante mi desempeño en el Ministerio de Economía) y se endeudó el país hasta el límite de la insolvencia. Esta serie de calamidades demolió buena parte de la capacidad industrial del país, como lo demuestra el hecho asombroso de que, entre 1975 y 2002, el producto industrial per cápita cayó en 40 por ciento. Las consecuencias sociales fueron abrumadoras. Es en ese escenario, tan diferente entre los dos países, donde tuvo lugar, en Brasil, el desarrollo de la producción de pollos y otros rubros de la industria mencionados en tu carta. Nuestro atraso relativo respecto de Brasil viene de antes. Esta década, la tendencia comenzó a revertirse y podremos seguirlo haciendo si se consolida una visión y una política nacional del pleno despliegue del potencial argentino.

El Estado. Celebro que desde el sector privado surja una voz como la tuya, destacando el papel fundamental de las políticas públicas y proponiendo una reforma fiscal que genere recursos y los canalice al desarrollo económico y social. Es, en efecto, preciso una reforma tributaria que le dé equidad al sistema y recursos para proveer de los bienes públicos indispensables para el desarrollo y la inclusión social. No comparto tus dudas sobre la capacidad del Estado de administrar un régimen de retenciones flexibles, atendiendo a las variaciones en los mercados. Si el Estado es el que justificadamente reclamas, administrar ese instrumento es una tarea menor y, desde ya, cuenta con esa habilidad para ponerla en práctica.

En resumen, el futuro del campo y de toda la cadena agroindustrial depende del pleno desarrollo de la economía argentina, la consolidación de la soberanía y de la capacidad de decidir nuestro propio destino en el mundo global, la inclusión social y la consolidación de la democracia y, en su seno, la resolución de los conflictos de una sociedad pluralista como la nuestra. Comparto tu confianza en el potencial del país, en sus trabajadores y empresarios creadores de riqueza y en la inteligencia argentina. Hemos demostrado nuestra capacidad de emprender las actividades más complejas, como lo hacen, por ejemplo, el Invap fabricando reactores nucleares o, en el agro, los Grobo. Tenemos también los recursos financieros necesarios con una tasa de ahorro que alcanza a casi el 30 por ciento del PBI, equivalente a más de 100 mil millones de dólares anuales. No tenemos que andar buscando plata afuera, sino convencernos de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro interno es la Argentina.

Si la opinión predominante en el campo termina de convencerse de que el sector no es un apéndice del mercado mundial, sino un sector fundamental de una economía nacional, plenamente desarrollada, desde el campo hasta la industria, desde la Pampa hasta las regiones más remotas del inmenso territorio nacional, será un gran aporte para poner al país que realmente tenemos ahora a la altura del país posible, cuya construcción comenzó en mayo de 1810 y aún está inconclusa.

Un saludo cordial.

Aldeas

Orlando Barone contacto@miradasalsur.com

Claro que hay una fractura: la que corre entre los unos y los otros; entre el proyecto de país en marcha y quienes insisten en la contramarcha. La que va de Carta de los intelectuales a los intelectuales de “Aurora”, y entre la Pobre patria mía de Aguinis, y la patria feliz del Bicentenario. ¿De qué se extraña Santiago Kovadloff? Es raro. Porque nadie se extraña de que intelectuales como él, que escriben en el diario La Nación y también en otros soportes mediáticos de alta gama –se trate de conferencias seriales para el público granario ganadero o para plateas caras republicanas– sean opositores al Gobierno. No hay por qué sentirse sorprendidos. Si en él la oposición a lo popular es previsible y aun natural a su tradición cultural y política. Algún envión ancestral lo llevó a manifestar públicamente su adhesión ideológica a Ricardo López Murphy. Es obvio su rechazo rabioso al Gobierno cuya gestión exitosa humilla la breve y ominosa de aquél. En cambio, en su tiempo nadie podía sorprenderse del pensamiento de Jauretche, Marechal, o Scalibrini Ortiz, coincidentes con aquel primer peronismo. Tampoco causaba desconcierto que Discepolín creara aquella inolvidable caricatura opositora radial llamada Mordisquito. Salvo en los que se sentían fundadamente “mordisqueados” que nunca dejan de tener descendientes. Y hubiera sido estupidez , más que candor, sorprenderse de que Victoria Ocampo y Borges se opusieran con la ferocidad que lo hicieron, a Perón y Evita. Sobre todo Borges, que en ese tiempo era más antiperonista que ciego. Hoy, sin embargo, Santiago Kovadloff se siente inquieto por un desconcierto intelectual: él no se explica, no concibe cómo compañeros, gente que durante mucho tiempo compartía su misma aldea cultural, ahora se aparta por causa de una discordia. El texto publicado el viernes en la tapa de La Nación, “Fracturas en la aldea intelectual”, firmado por Kovadloff, se ocupa de ese antagonismo. En uno de sus párrafos escribe: “...a mi juicio, los Kirchner nada tienen de auténticos peronistas y sí mucho, por no decir todo, de empresarios del poder”.
¿Acaso nos está queriendo decir que ante un peronista auténtico se sentiría menos antiperonista? Eso sería tan insensato e ilógico como considerar menos indeseable a un enemigo de verdad que a uno de mentira. En otro de sus párrafos el llamado filósofo –título generosamente indiscriminado en la cultura argentina– se aterra porque en el afán de lograr el supuesto gran fin kirchnerista se validan todos los medios. Y los enumera: “...matonismo a lo D’Elía y Moreno. Oscuridades a lo De Vido. Presiones a lo Moyano. Subestimación implacable del federalismo. Valijas, tragamonedas y diplomacia paralela. Abierta y desenfrenada multiplicación de bienes privados durante la función pública. Caja y compra de voluntades. Negación de la inseguridad. Desprecio de la política. Autoritarismo o nada”. Parece la agenda del anuario de TN. El rescate nostálgico de la Doña Rosa de Neustadt. O el manual que a lo mejor repartió Héctor Magnetto en el cónclave marcial junto a sus periodistas más notorios. Uno de ellos, Samuel Gelblung ( Chiche es un apelativo que lo enternece inmerecidamente), reveló en radio Mitre y de viva voz, como para que Magnetto lo escuche, que le bastó conocerlo para advertir en él a un gran hombre. No sé si ese mismo manual, quizás encuadernado en cuerina fina, les fue repartido a los “antiperonistas coincidentes” –un nuevo status de gorila– que tocaron el timbre de la casa “magnetizada” la noche de la cena casi letal. No por la comida gourmet sino por la posterior delación unilateral que dejó a los invitados al descubierto y en cuclillas.
No obstante, en aquel texto hay un mérito del filósofo Kovadloff, y es haberse contenido lúcidamente, ya que en la enumeración de las maldades kirchneristas eludió mencionar las carteras “Vuitton”, la crispación, el carácter bipolar y el palacio con grifos de diamantes de El Calafate. Argumentos más apropiados para un adormidero texto de Jorge Fontevecchia, el más impuro del periodismo impuro; o para opositores iracundos desesperados como Alfredo Leuco y Pepe Eliaschev, sin posibilidades de cambiar de aldea porque a la de Kovadloff no los convocan. Más elegante, más elíptica, Beatriz Sarlo, otra residente de la fracturada aldea intelectual, fue la única que para algunos resultó una sorpresa. Esos algunos adolecen de esa perspicacia básica que a los peronistas auténticos y hasta a los inauténticos les permite intuir al gorila ya desde bebé o aun en gestación. Y hasta en la etapa de preconcepción de sus progenitores. Una pregunta capciosa: ¿para esos peronistas truferos, que huelen la trufa tóxica por más oculta que esté, el Pino Solanas actual es una sorpresa o una consecuencia previsible? Desconozco si hay algún remoto indicio en La Hora de los Hornos de esta parábola que logra que el artista acabe en la puerta del horno preparado por Mariano Grondona, quien le confió que lo cuenta entre sus simpatías. En este tipo de transformaciones, casi monstruosas, creo más fácil que un lobisón se sane y vuelva a ser un hombre normal, a que eso le suceda a un político viejo que al cabo del ciclo –como pasa con Pino– proclame que “hoy el principal derecho humano es el derecho a la seguridad”. Sólo le faltó decirlo con un velón encendido en la mano y junto a algún rabino justiciero, o cardenal o deudo enceguecido. Frase que presuntamente Pino copió del cautiverio mediático que frecuenta con evidentes signos de encantamiento. Volviendo a ese manual de lugares comunes, a esa retahíla gaseosa de prejuicios sin juicio que enumera Kovadloff, sorprende que surjan de esa metafórica “aldea intelectual”. Más lucen como si surgieran de una comida de homenaje en el Club Americano como la que le hicieron al efímero famoso diplomático Sadous, o de uno de esos deshumorados chistes opositores de Nick, que no aspiran más que a un premio otorgado por la sociedad internacional de patrones.
Se me ocurre que esta aldea fracturada a la que se refiere Kovadloff es, al fin, el desenmascaramiento de los aldeanos. Que de pronto se ven empujados a salir de sus respectivas tradiciones retóricas de hipocresía. Y entonces se enojan. Se irritan. Se crispan. No debe de serles fácil enterarse ya tarde de que el lugar que más les sienta es ese en que ahora gruñen y braman contra el Gobierno. Y los debe perturbar estar rodeados de quienes los comprometen en una estética de elite, ingrata para un intelectual. Pero Kovadloff eligió. Obtiene sus cucardas sea en La Rural o sea en los cenáculos de clase, ya alejado de tantos merecimientos ganados en su carrera literaria. Porque las fracturas de la aldea intelectual de las que él habla no son intelectuales: son rupestres, instintivas. Responden a un mecanismo alimentado de prejuicios y de rencor. “No logro disimular mi desconcierto ante esta entusiasta subestimación del delito, de la pobreza y la prepotencia”, acusa el filósofo a quienes apoyan al Gobierno. Un intelectual sabe que esos argumentos sin prueba ni datos ni ponderación en el contexto –igual que el compromiso ético– son sarasa, sanata, charlatanería de merienda de country. O peor aún: fractura de la aldea intelectual por cese de recursos.
Así están las cosas para los Kovadloff conflictuados y sorprendidos de sí mismos. Extrañados de mirar alrededor y ver que sus vecinos coincidentes los deslucen. Los ubican en un lugar en el cual el pensamiento se despiensa. Curiosamente, quienes tanto se alarman de la corrupción, concepto a la marchanta que les sirve para esconder la falta de argumentos políticos, son corrompidos por el odio.
El filósofo concluye en que su supuesto amigo intelectual, con el que viene dialogando desde el comienzo de su crónica, se entusiasma con un contexto político que a él lo deprime. “ El fervor –dice– de quienes estiman como un bien lo que yo, entre tantos otros, considero una tragedia”. ¡Ah, no! Kovadloff. Evita no era una puta, la mano de Dios fue gol, y la Presidenta no es De la Rúa.

Por qué divide aguas la reforma financiera en Estados Unidos

La reforma financiera de Obama toma elementos del keynesianismo de Roosevelt, y reivindica a Paul Volcker. Para algunos críticos es demasiada regulación, y para otros muy poca.
Por Lucio Di Matteo


Como la crisis económica de los Estados Unidos es la más dura desde la Gran Depresión, las mayores regulaciones financieras no podrían ser menos. La Ley de Reforma de Wall Street, que logró imponer Barack Obama, fue votada por algunos congresales republicanos, desanda el camino de “liberalización” que recorrieron Ronald Reagan y Bill Clinton, e impone a los bancos límites que no tienen desde hace –por lo menos– tres décadas.

“Debido a esta reforma, nunca se le volverá a pedir al pueblo estadounidense que se responsabilice por los errores de Wall Street. Ya no habrá más rescates pagados por el contribuyente, punto.” Así lo prometió el presidente de Estados Unidos, enfatizando el “punto” para evidenciar el momento de inflexión, cuando se aprobó la reforma que llevó medio año de debate legislativo.

Eso ocurrió el sábado 16 de julio. Pocos días después, el miércoles 21, firmó lo votado por el Congreso y realizó un acto para 400 personas en el edificio Ronald Reagan. El simbolismo no podría ser mayor, pues la firma de Obama ponía fin a reformas “pro-mercado” que venían desde la época del presidente que fue actor. En particular la Ley Gran-Saint Germain, que permitió a los bancos volverse asesores de inversión para recursos públicos, y desarrollar instrumentos de inversión atados a sus fondos de inversión.

En aquella ocasión, Obama enfatizó los errores del pasado y las ganas de no repetirlos. “La causa principal de la recesión fue el descalabro de nuestro sistema financiero”, acusó el presidente de Estados Unidos. “El sector financiero –agregó– estuvo gobernado por reglas anticuadas y débilmente aplicadas que permitieron a algunos sacar ventaja del sistema y tomar riesgos que pusieron en peligro a toda la economía.” Además, prometió que “la reforma ayudará a fomentar la innovación, no a perjudicarla”.

Roosevelt, Reagan y Volcker. El más keynesiano de los presidentes estadounidenses, el más liberal (a tal punto que se habló de las Reaganomics), y el titular de la Reserva Federal durante ocho años (agosto de 1979 a 1987) que abarcaron una presidencia demócrata y otra republicana (Jimmy Carter y el propio Reagan). Los tres se vuelven actuales con la nueva reforma financiera.

De sus cinco puntos más destacables, la “Regla Volcker” es la más fuerte y cuestionada. Porque limita el accionar de los bancos: ya no podrán tener fondos de capital, ni patrocinarlos; ni mantener en ellos operaciones por cuenta propia y para su beneficio.

Para algunos analistas, la “Regla Volcker” implica volver a la distinción entre bancos comerciales y bancos de inversión. Una categorización establecida por la Ley Glass-Steagall en 1933, como respuesta a la Gran Depresión de 1929. Esta regulación, que dio cuatro décadas de estabilidad al sistema financiero estadounidense, comenzó a relajarse desde 1985.

Ese año, en plena época reaganiana, la Ley Gran-St. Germain permitió a los bancos volverse agentes de inversión en la captación de recursos públicos, y el desarrollo de instrumentos financieros para sus fondos de inversión. Casi tres lustros después, cuando gobernaba Bill Clinton –en 1999–, la Glass-Steagall fue directamente derogada. Esto permitió el auge de entidades financieras, así como el desarrollo de productos innovadores. Los mismos que provocaron la crisis de los últimos años.

La “Regla Volcker” es halagada y cuestionada desde los dos puntos del mundo financiero: usuarios y empresas. Para los primeros, se trata de una herramienta esencial para evitar los abusos del pasado reciente. Según los últimos, es una innecesaria vuelta al pasado. Según Douglas Elliot , “aunque esto tiene algún atractivo para mucha gente, (…) el sistema financiero de Estados Unidos es demasiado complejo estos días para poder dividir útilmente las actividades en los dos grupos”.

En definitiva, Obama busca regular un sistema financiero al que no le gusta ser regulado, y que hasta hace pocos años tenía como modelo a Bernard Madoff. La posibilidad de aplicar la “Regla Volcker”, o su transformación en letra muerta, se podrá evaluar en algunos meses, no antes.

Moderacion e internacionalismo. A lo largo del 2008 y 2009, con la crisis económica desatada a escala global, el G-20 realizó una serie de recomendaciones económicas, que se repiten y/o complementan en distintos documentos. Por ejemplo, se propone evitar la dispersión de autoridades regulatorias; mientras que la reforma de Obama crea un consejo de reguladores presidido por la Reserva Federal, entre otras medidas (ver recuadro).

Otras recomendaciones del G-20 son: mayores regulaciones sobre el capital, mayores exigencias de liquidez, sistemas de control interno, derivados de créditos más transparentes (al fin y al cabo, eso son las hipotecas subprime, punto de partida de la crisis), mayor flujo de información entre agentes privados y reguladores.

Además de su internacionalismo, la reforma de Obama podría caracterizarse por la moderación. “Un rasgo distintivo de su gobierno”, dicen, algunos como crítica y otros casi elogiándolo. “Debemos actuar ya para restaurar la confianza”, reza el Libro Blanco, cuyas 85 páginas fueron la presentación oficial de la reforma que terminó aprobada en el Capitolio.
A pesar de la magnitud de la crisis, cierta rapidez en el tratamiento legislativo, y este lenguaje de premura, algunos analistas creen que la propuesta del Libro Blanco es moderada. Los más críticos sostienen que no se altera la relación de fuerzas entre supervisión y regulación; y que la disciplina de mercado (y no impuesta desde el Estado) sigue siendo el correctivo principal del sistema financiero.

Los datos de la economía estadounidense muestran una leve mejoría. Desde el desempleo nuevamente en un dígito, hasta la modesta reactivación del nivel de actividad económica. Pero los alcances de la reforma de Obama son como un remedio de largo plazo: falta mucho para saber cuánta efectividad tendrá.

La juventud y el retorno a la política.

Protagonizaron las movilizaciones por el matrimonio igualitario y la ley de medios. Dirigen luchas estudiantiles y pelean en los territorios de la pobreza. El regreso a las fábricas y al sindicalismo. Por qué se alejan de la nostalgia de los setenta y cómo es la nueva militancia. Escriben: J.P. Feinmann y J. Natanson.

Por Carlos Romero


Junto con el remate de las empresas del Estado y la entrega de la cosa pública, dos fenómenos que luego pudieron ser descriptos a través de sus efectos económicos, la década del ’90 también significó para la Argentina un desguace más profundo. Lo sucedido no se aprecia en la merma del Producto Bruto Interno ni en la tasa de desocupación, aunque se trate de fenómenos ligados. Pero eso mismo que el menemismo hizo con los activos del Estado, lo hizo también con el concepto y la práctica política: las vació.

Los noventistas profundizarían así un proceso que había comenzado con la dictadura y llevaron las anestesias del nihilismo a una política criolla que hasta entonces había estado definida por la lucha y la resistencia.

En el fondo, a eso se refería el ex presidente Carlos Menem cuando repetía la frase ahuecada de que “la política es el arte de lo posible”. Exactamente lo contrario a aquello que por diciembre de 1964 escribía John William Cooke en sus Apuntes para la militancia: “Lo primero que procuramos demostrar (...) es que la teoría política no es una ciencia enigmática cuya jerarquía cabalística manejan unos pocos iniciados, sino un instrumento de las masas para desatar la tremenda potencia contenida en ellas. No les llega como un conjunto de mandamientos dictados desde las alturas, sino por un proceso de su propia conciencia hacia la comprensión del mundo que han de transformar”.

Aplicando estos preceptos pero a la inversa, lo primero que sobrevino con el ascenso del menemismo fue el descrédito de la política y sus potencialidades como herramienta de transformación. Luego, corrupción, desilusión y traición mediante, vino su confinamiento al mundo de las abstracciones –“el arte de lo posible”–, al de una técnica específica, reservada para profesionales de saco y corbata, o se volvió, directamente, un término de significado negativo.

En sus diez años implacables los ’90 lograron hundir en el barro el aura que la militancia había logrado preservar de la maquinaria terrorista de la dictadura y de la frustración vivida tras la primavera –o el fin de semana soleado, según quién opine– vivido en los dos primeros años del alfonsinismo. Lejos había quedado aquella generación de la que hablaba Agustín Tosco en tiempos del Cordobazo, cuando se refería a una juventud que “recorre un glorioso camino hacia un nuevo futuro, hacia la nueva sociedad del hombre nuevo liberado” (...).

(La nota completa, en la edición impresa)

El debate sobre la soja se pone al rojo vivo

Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com

El viernes último, en su programa matinal por Continental, Víctor Hugo Morales organizó un debate sobre los problemas de la sojización en el que participaron el médico y productor agrario Gastón Fernández Palma, presidente de Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa), la socióloga y especialista en temas rurales Norma Giarracca y el ingeniero agrónomo Alfredo Galli. Por la calidad e intensidad que tuvo la discusión, Miradas al Sur consideró oportuno publicar un extracto amplio del debate.
“Ni siquiera somos el granero del mundo, somos el pastizal"Alberto Lapolla es un ingeniero agrónomo especializado en genética, estudioso del modelo sojero, que despliega sus críticas con convicción y fundamentos. Director del Instituto de Investigación de la Central de Movimientos Populares y asesor de la Comisión Nacional de Tierras, reflexiona en diálogo con Miradas al Sur.
–¿Cuál es la correlación entre la concentración de la tierra y el boom sojero?
El malestar de la Argentina sojeraNo existe cerco lo suficientemente alto para mantener oculto este debate. La de la soja es una controversia que interpela a toda la sociedad y con especial aspereza al sistema científico técnico. Los sectores pro y los anti en un diálogo de sordos, cruzan acusaciones. Es una antinomia en la que salud y calidad de vida se contraponen al éxito económico del campo, y en la que cada parte cita los estudios científicos que le conviene y omite mencionar los que no apoyan sus argumentos.
“Grandes pueden quedarse con los campos; los chicos no pueden competir”La tendencia constante hacia el monocultivo de soja en el país, ese proceso que llamamos sojización, en términos actuales aparece evidenciado en el hecho de que de las casi 90 millones de toneladas de granos producidos en esta campaña, 55 millones corresponden al célebre yuyito . En el sistema actual, los pooles de siembra funcionan como fideicomisos o plazos fijos en que los inversores depositan su capital con el objetivo de alquilar campos, contratar las maquinarias y el trabajo a terceros para la siembra y cosecha y luego dividir ganancias.
En busca de la 125 perdidaYa se cumplieron dos años del famoso voto “no positivo”. En aquel momento, el Senado rechazó la Resolución 125. El campo festejó con abrazos y cánticos. Las cuatro entidades rurales estaban en contra de este proyecto y fue ésa la base de su unión. Hoy el cantar es otro. Segmentar o eliminar las retenciones. Proteger a los más pequeños o beneficiar a todos sin distinción. Las diferencias que, en su momento, parecían superadas, hoy salen a flote. Ahora la 125 abre una grieta. La Federación Agraria Argentina (FAA) busca su aprobación.
Dos años no positivosLa fisura en el discurso hegemónico de los grandes medios de comunicación, sin los cuales el “conflicto con el campo” no sólo no hubiera prosperado, sino que se hubiera llamado de otro modo, permite que otras voces se animen y puedan escucharse, como la del ex intendente de Venado Tuerto, Roberto Scout, quien dijo: “Buzzi debería estar fuera del país por traidor. Él engañó a la gente con la 125 y Cobos les votó en contra”.
De las denuncias sobre el uso de agrotóxicos al discurso de Cristina en Rosario, la discusión se abre cada vez más.


Hace dos semanas, el investigador del Conicet Andrés Carrasco fue atacado por un grupo de personas en la localidad chaqueña de La Leonesa. Carrasco tenía previsto dar una conferencia sobre los daños que, de acuerdo a sus estudios, produce el glifosato en la salud de seres vivos y en el ambiente. Sin embargo, no pudo hacerlo. La noticia no circuló mucho. Fue Página/12 quien le dio más visibilidad al atropello sufrido por este reconocido médico embriólogo. Los atacantes, según medios provinciales, fueron algunos empleados municipales más otros que serían productores de arroz de la zona. Y la explicación es que la fumigación de los arrozales es con glifosato. Con el correr de los días se reavivó un debate para el cual el común de los mortales no tenemos altura como para opinar. Me refiero a si la casuística lograda por Carrasco para afirmar los efectos nocivos del glifosato es suficiente o no. En todo caso, buena parte de los defensores del medio ambiente y enemigos del monocultivo sojero creen que Carrasco es una piedra en el zapato para grandes y poderosos intereses que van desde Monsanto hasta varios laboratorios nacionales, desde la Sociedad Rural hasta miles de especuladores que colocan sus ahorros en pooles de soja.
Hay un costado en el que sí la sociedad puede tomar partido. Me refiero a la ingenua o cínica postura de esperar que unos científicos muy puros investiguen –con parcimonia y sin apuro– y produzcan dictámenes para confirmar o desmentir a Carrasco. La historia de los laboratorios está tan manchada de sangre como para imaginar que la solución saldrá de la mano de una ciencia impoluta. Paralelamente a un debate crudo sobre los intereses de quienes se esconden detrás de la ciencia hay que atender a la historia social de la soja. Porque en la Argentina ya hubo una historia social del trigo, o del algodón o del azúcar.
El miércoles pasado entrevisté en Radio Nacional al ministro de Educación del Chaco, Francisco Romero, quien aportó algunos datos ilustrativos del impacto del monocultivo sojero. Primero la buena noticia: el PBI en la provincia crece a tasas chinas y los recursos para Educación lo hacen proporcionalmente más que ese aumento. Concretamente, este año el 36% de los recursos provinciales van a Educación, lo cual significa un crecimiento del 50% respecto a cinco años atrás. Ahora la espantosa noticia: de un total de, aproximadamente, 1.200.000 chaqueños, unos 300.000 migraron de los pueblos pequeños del Chaco a raíz de la expansión sojera. La mitad de ellos está en la periferia de Resistencia y la otra se reparte entre el Gran Rosario y el Gran Buenos Aires. La gran mayoría de esos desplazados fueron parte de la economía algodonera, trabajadores asalariados o pequeños campesinos. Romero recalcó que en la actualidad el gobierno de Jorge Capitanich hace esfuerzos para diversificar los cultivos en la provincia. Sin embargo, el aluvión venía de antes y es demasiado fuerte.

La Bolsa y la vida. El miércoles por la noche, la presidenta Cristina Kirchner pronunció un discurso que, a juicio de quien escribe estas líneas, fue una pieza maestra. Es más, pensé en qué otro dirigente político hubiera podido plantarse con firmeza y mantener un tono calmo y sincero en la Cámara de Comercio de Rosario ante un público de caras rígidas y trajes elegantes. No creo que alguien hubiera podido hacerlo mejor. Ni provocó ni despertó falsas expectativas. Sin embargo, les dijo en la cara que los niveles de informalidad –evasión– de la Argentina son exagerados. Cristina no hizo anuncios. Quizá esté en carpeta la idea de segmentar las retenciones tal como se rumorea de modo intenso. Es muy difícil saber cuál podría ser una fórmula para que el Estado pudiera intervenir en la compleja economía agropecuaria –liderada por el cultivo de soja transgénica– con algunos aliados que expresen o representen intereses de productores, campesinos y asalariados del campo. Sencillamente porque, tal como lo define el propio Gustavo Grobocopatel –el rey de la soja– se trata de un cultivo que no necesita campesinos. El ministro de Educación de Chaco contó que, en esa provincia, la soja ocupa a unas 6.000 personas. Recordemos, los desplazados son 300.000.
Al día siguiente del discurso presidencial, Víctor Hugo Morales puso su programa para promover un debate imprescindible (ver http://sur.elargentino.com/notas/%C2%BFquien-se-hace-cargo-de-los-agroto...). Allí, Norma Giarracca mostró lo que hay detrás de los agronegocios. Contó, entre otras tantas cosas, lo que fue la historia del azúcar en Tucumán, que a mediados de los setentas tuvo un capítulo negro. Fue cuando los pequeños productores –nucleados en la Unión de Cañeros Independientes de Tucumán– estaban aliados a la poderosa Federación de Obreros y Trabajadores de la Industria Azucarera para defender a lo que quedaba de la destrucción del sector hecha por la dictadura de Onganía en 1967. La represión de los sesentas quedó empalidecida por el genocidio que se dio –de modo paralelo e interactivo– a partir del llamado Operativo Independencia que, con la excusa de perseguir guerrilleros (que existían desde ya como producto del odio social generado por aquella oligarquía azucarera) eliminaron a todas las voces que defendían un modelo económico no concentrador. Dos de las primeras víctimas del golpe del ’76 fueron dos líderes sindicales tucumanos: Isauro Arancibia, secretario general del gremio de los docentes, y Atilio Santillán, de los azucareros. No es casual que el ministro Romero del Chaco hiciera referencia al gran historiador tucumano Eduardo Rosenzvaig para ponerle un nombre a lo que viven las comunidades cuando los poderosos imponen sus intereses. Ecocidio. Ese fue el término que usó Romero para referirse a lo que pasa en el Chaco. El mismo que usó Rosenzvaig para hablar de la destrucción del azúcar. Ecocidio es degradación del ambiente más destrucción humana.
El debate promovido por Víctor Hugo tuvo un protagonista muy interesante. Gastón Fernández Palma, médico, empresario de agronegocios y presidente de AAPresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa). Un argumentador sobresaliente que se define como técnico y explica las bondades de la siembra directa que, según él, no degrada el medio ambiente y que permite que los suelos –con las rotaciones debidas– no se degraden tanto como con el cultivo por métodos de labranza. Fue despiadado con Carrasco, quien publica “sus investigaciones en Página/12”. Y también con la Comunidad Económica Europea –que no permite el uso del glifosato–. Según Fernández Palma, los europeos son diletantes (luego usó el término demorantes para que no sonara tan soez) porque están retrasados tecnológicamente respecto a lo que se investiga en otras latitudes. No resulta serio que, en esta era de la globalización, alguien pueda argumentar que Monsanto –u otros laboratorios– responden a una lógica de nacionalidad. La Unión Europea pone límites a la voracidad. Es una manera de hacer una ecuación finita entre productores rurales diversificados y en pequeñas unidades, de conciencia de los consumidores, de estándares políticos que protegen a sus habitantes antes de permitir que sean conejos de Indias.
Ese debate en Radio Continental, una emisora alineada con los intereses sojeros, demuestra que hay madurez suficiente, que hay condiciones para no emblocarse y jugar a todo o nada. Porque Víctor Hugo no se fue de Continental y seguramente su público mudará de emisora cuando termina su programa. Y otros preferirán escuchar dos campanas y se quedan en la 590. Del mismo modo que los oyentes de la primera mañana quizá prefieran no escuchar al uruguayo. Pero de eso se trata la comunicación: de convivir, de cambiar el dial, de enterarse y tomar partido si uno cree conveniente. También de eso se trata la economía sojera. Fernández Palma se escuda en la técnica pero descalifica al investigador que no suma su saber al poderoso y complejo mundo sojero.
El debate está abierto. Como sucedió con la ley de medios, con las Afjp o los juicios por violaciones a los derechos humanos, incluso con la Ley de Glaciares: cuando la sociedad pone en valor estos debates, este gobierno sabe buscar equilibrios y defender los intereses populares. En lo que respecta a las políticas con el sector agropecuario, venimos de una pelea que aún no está saldada. La rebelión sojera contra la Resolución 125 puso al descubierto las brechas, las profundas diferencias que hay en la Argentina cada vez que se pone en jaque a los intereses financieros y agropecuarios. Ahora el escenario es muchísimo mejor para quienes defienden una Argentina diversificada. Un momento muy interesante para avanzar en definiciones.

Yo sojizo, Tú sojizas, El sojiza.

Por José Natanson

Pensando sobre todo en los países monoproductores de hidrocarburos, la politóloga Terry Lynn Karl, de la Universidad de Stanford, escribió The Paradox of Plenty. Oil Booms and Petro-States (University of California Press), donde desarrolla la tesis de “la paradoja de la abundancia”, la idea de que aquellos países con una dotación extraordinaria de recursos naturales tienen mayores dificultades para lograr un crecimiento económico sostenido, arrastran niveles de pobreza y desigualdad altos y son políticamente inestables. En suma, son menos desarrollados.

La clave es el rentismo, que puede definirse como aquella actividad económica que no depende de la innovación o el riesgo empresarial, sino de la dotación de recursos naturales, es decir de la generosidad de la naturaleza. Las actividades rentistas generan un ingreso que no tiene contrapartida productiva, en el sentido de que no son el resultado del esfuerzo de los factores de producción –el trabajo y el capital– sino de la suerte. Por eso la renta no se produce; se captura.

El ejemplo más claro es el petróleo. De hecho, aunque el rentismo ha sido conceptualizado por la ciencia económica al menos desde Adam Smith, los primeros esfuerzos serios por indagar en sus consecuencias datan de principios de los ’70, en coincidencia con el primer boom petrolero.

La concentración de la producción en uno o unos pocos recursos naturales tiende a distorsionar la estructura económica y la asignación de los factores productivos, impide la generación de encadenamientos virtuosos y limita el mercado interno, generando una redistribución regresiva del ingreso. En el caso extremo de los países extractivistas como Bolivia o Venezuela, la economía funciona con una lógica de enclave, islas hiperrentables de actividades primario-exportadoras en medio de océanos de atraso. Esto expone al aparato productivo a los vaivenes del mercado mundial, donde el subibaja de los precios –como sucede con esas relaciones atormentadas que años de psicoanálisis nos enseñaron a evitar– lo desilusionan o lo llenan de alegría, pero nunca lo dejan en paz.

Hay excepciones, por supuesto. Un caso interesante es el de Noruega, octavo productor de petróleo del mundo y segundo país en el Indice de Desarrollo Humano del PNUD, situación que se explica por el hecho de que el petróleo fue descubierto y comenzó a explotarse tardíamente, pasados los ’60, cuando Noruega ya era país de punta. Pero más allá de este tipo de excepciones y admitiendo las flexibilidades del caso, la idea básica es que existe una relación inversa entre riqueza natural y desarrollo. O incluso más: la maldición de los recursos naturales ha sido asumida por algunos académicos casi como un determinismo geográfico, un fatalismo tropical. Estudios recientes del BID, por ejemplo, sostienen que los países más ricos en recursos naturales y más cercanos a la línea ecuatorial están condenados a ser más atrasados y pobres.

En América latina, el caso más claro de fracaso del rentismo es Venezuela, que depende casi exclusivamente del petróleo, con una producción manufacturera en bancarrota y una agricultura devastada, un Estado que bate records de ineficiencia y un proceso de desinstitucionalización rampante del sistema político. Chávez, lejos de revertir esta situación, la empeoró: las exportaciones petroleras representan hoy cerca del 94 por ciento de los ingresos por exportaciones totales, cuando diez años atrás constituían el 68; del mismo modo, cerca del 49 por ciento de los ingresos fiscales del gobierno central proviene hoy del petróleo, por vía de impuestos, regalías y dividendos, contra 37 por ciento en 1999.

Quizá no tenga sentido, al menos en este espacio, discutir si esto es resultado de la gestión chavista, de los altos precios del petróleo o del espíritu saudita de las elites venezolanas, cuyo mal gusto en materia de ropa, autos y yates es una buena muestra, especialmente desagradable, de los efectos que el rentismo produce incluso en el sentido de la estética. Pero al menos habrá que reconocer que el proceso bolivariano no ha logrado mejorar las cosas: hay en América latina países con bajo crecimiento y baja inflación (Colombia, México) y otros con alto crecimiento y alta inflación (Argentina); Venezuela combina ambas cosas (el PBI cayó 5,8 en el primer trimestre de este año y la inflación superará el 30 por ciento). Un deterioro económico indisimulable que se refleja en una baja del rendimiento de las misiones sociales, el gran logro de la gestión chavista. Según datos del Aponte Bank, en los últimos dos años cerraron un 30 por ciento de los centros de atención primaria de la Misión Barrio Adentro, la primera lanzada por Chávez y la más valorada por los venezolanos de bajos recursos, que encontraron en los médicos cubanos una solución a los déficit crónicos del sistema de salud.

La soja es una actividad productiva, pero genera superganancias casi tan extrordinarias como las producidas por el rentismo. Esto se explica por una conjunción de factores. En primer lugar, la nueva realidad del mercado mundial de alimentos, con los commodities batiendo records de precios gracias al empuje de India y China. El segundo factor es la fertilidad del campo argentino y la abundancia de tierras, que ha permitido una ampliación de la frontera agrícola hacia zonas no pampeanas, pero pampeanizadas, como el sur de Chaco y Santiago del Estero. El tercero es el salto tecnológico producido en los ’90, una década mala desde el punto de vista de la rentabilidad pero que a pesar de ello –o quizá como consecuencia de ello– permitió incorporar semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, maquinaria agrícola, ese invento argentino que son las silobolsas, nuevas terminales portuarias, etc. Aprovechando al máximo el uno a uno, los productores lograron enormes ganancias de productividad que después de la devaluación impulsaron el boom sojero.

La soja no es una actividad rentista, pero casi. Parte de las condiciones que explican su auge –el clima, el suelo– no tienen que ver con la astucia o la capacidad schumpeteriana de asumir riesgos de los productores, sino con la generosidad de la naturaleza (igual que sucede con el petróleo, el oro o el gas). De hecho, los márgenes de ganancia que produce son tan inmensos que sólo pueden compararse con los generados por industrias extractivas, como el petróleo y la minería, o con aquellas actividades en las que el Estado, justamente por los altos ingresos que producen, se reserva el monopolio fiscal, como el juego.

La soja, a diferencia de los hidrocarburos o los minerales, es un recurso renovable. Pero hasta cierto punto. Las nuevas tecnologías transgénicas, claves para el despegue sojero, producen un agotamiento de los suelos si no se rotan con otros cultivos. Con los precios por las nubes, los productores se ven tentados a no hacerlo, con el consiguiente deterioro del principal factor de producción (la tierra). En suma, el suelo puede agotarse si la tasa de extracción es más alta que la tasa ecológica de renovación del recurso.

Esto no significa que haya que dejar de cultivar soja ni caer en los cuestionamientos livianos, a veces técnicamente infundados, a las nuevas tecnologías de la agricultura. Tampoco se trata de recuperar el viejo dogma desarrollista que dice que cualquier exportación industrial es buena y cualquier exportación basada en recursos naturales es mala. Como sabe bien un trabajador de la frontera mexicana, la maquila –el ensamble de piezas destinadas a crear productos que luego se exportan– es una actividad manufacturera que no crea puestos de trabajo de calidad ni se derrama sobre el resto de la economía. Contra lo que piensan los viejos desarrollistas (todavía quedan algunos), no todo se soluciona construyendo una planta de agua pesada.

De hecho, hay países que han logrado altos niveles de desarrollo con una estructura exportadora basada en recursos naturales. El 49 por ciento de las exportaciones de Nueva Zelanda son alimentos. Allí, el Gobierno ha creado organismos y programas que alientan la cooperación entre el sector público y las empresas privadas con objetivos tan precisos como incrementar las exportaciones de vino a los segmentos de mayor poder adquisitivo del Sudeste de Asia o desarrollar nuevas variedades de kiwi –que en el pasado era un fruta exclusivamente neocelandesa pero que ahora se cultiva en todo el mundo– para no perder presencia en el mercado mundial. El resultado es que una tonelada de alimentos exportada por Argentina vale, en promedio, 300 dólares, mientras que una exportada por Nueva Zelanda vale 1600.

En un interesante informe publicado por la Cepal (“Australia y Nueva Zelanda: la innvocación como eje de la competitividad”), Graciela Moguillansky sostiene que ambos países “basaron su desarrollo en los recursos naturales, pero a diferencia de América latina, han experimentado un alto ingreso per cápita, estabilidad en su crecimiento y superado la pobreza. La explicación de ello –afirma– no es sólo un buen manejo macroeconómico, sino una estrategia de crecimiento e inserción internacional, donde la innovación tiene un lugar central”.

Las retenciones son un mecanismo necesario pero insuficiente para combatir los males del rentismo y redistribuir las ganancias generadas por la soja. La semana pasada, Clarín informó que Los Grobo –con 100.000 hectáreas en la Argentina y una facturación de 800 millones de dólares en esta campaña– decidió comenzar a producir pastas secas, con una primera planta en Chivilcoy, de modo de integrar la producción de trigo y diversificar sus exportaciones. ¿Este tipo de operaciones serían posibles sin las retenciones, que le quitan rentabilidad a la exportación del commoditie? Quizá, si no hubiera retenciones al trigo, Los Grobo nunca se hubieran lanzado a producir fideos y capeletis. Pero esto no significa que con ello alcance. Para un desarrollo más profundo se necesita también cierta previsibilidad macroeconómica (que el Gobierno viene garantizando bien), una mejor sintonía Estado-privados a través de políticas sectoriales más amplias y activas (clave de una estrategia desarrollista) y un entorno legal claro. En esto los neoliberales tienen razón

Soja transgénica y glifosato, ésa es la cuestión

NUEVA CARTA ABIERTA A GUSTAVO GROBOCOPATEL
Por Mempo Giardinelli


Estimado Gustavo,

También agradezco el afecto contenido en tu carta, que celebro hayas hecho pública. Me parece que ambos intentamos no tener razón, sino claridad para ayudar a otros a entender un aspecto del presente. Eso exige un debate público, no privado. Así nos lo han pedido varios amigos.

Ante todo, quiero precisar nuevamente el argumento medular de mi carta anterior: que no es suficiente pensar una “estrategia de desarrollo con una visión de largo plazo” a cualquier precio. No cuestioné tu rol empresario ni tu visión de la economía mundial. Lo que cuestioné y me preocupa, y quiero discutirlo, es el daño –para mí palpable y enorme– que produce el abuso de agroquímicos vinculados con la soja. Expuse lo visible: una geografía degradada a partir de plantaciones a fuerza de glifosatos y otros venenos. Y enumeré los “daños colaterales” –despoblación, indigencia, contaminación–, los cuales son negados o minimizados sistemáticamente por productores, empresarios y corporaciones del sector.

Ese y no otro fue mi cuestionamiento, expresado antes desde mi ignorancia que desde mis prejuicios. Y eso porque no los tengo ni respondo a dogmatismo alguno. Apenas tengo curiosidad y ojos y corazón para ver. Por lo tanto, no cuestiono tus intereses ni los de nadie que trabaja y gana dinero. Saludo el éxito bien habido, la fortuna transparente y sobre todo el empeño de los emprendedores. Mi padre fue uno de ellos, seco pero decente y tenaz.

Con tu permiso, entonces, voy a discutir algunas de tus afirmaciones.

1) Decís que “Falta un Estado de calidad” y proponés “un ordenamiento territorial, con organismos de control, con justicia”.

Digo yo: ¿No es justamente eso lo que intenta el Estado ahora, al proponer un Plan Agropecuario Nacional a 10 años, y una ley de arrendamiento que incluye un principio de ordenamiento territorial? ¿Es razonable oponerse sólo porque son propuestas K? Ignoro tu posición al respecto, pero la del llamado “campo” me parece muy contradictoria. Con el debate por la “125” pasó lo mismo, y ahora muchos se dan cuenta de que les salió el tiro por la culata. Por lo tanto, yo prefiero decir que los problemas deberían ser resueltos con un ordenamiento legal muy estricto en materia de soja transgénica y de agroquímicos. Y explico por qué.

Hacia el final de tu carta decís que “gracias a la siembra directa no estamos desertificando más, el glifosato es el menos malo de los herbicidas y no pasa a las napas porque se destruye al tocar el suelo”.

Pero esto no es así, porque son muchos los millones de hectáreas que se deforestaron para sembrar soja y tienen destino de desierto ya que las rotaciones son difíciles. Y cuando deforestan para ampliar el área sembrada inevitablemente desertifican, al generar “cambio climático” (ciclos de sequías e inundaciones, como padecemos en el Chaco).

En cuanto al glifosato, no es inocuo. Según autorizados genetistas y científicos que he consultado (entre ellos un reputado investigador en Medio Ambiente y Salud del Hospital Italiano de Rosario, que hace veinte años trabaja en esto) el problema son los agregados, empezando por los detergentes para penetrar la tierra, que acompañan siempre la mezcla y que son disruptores orgánicos poderosos, como el viejo DDT. Además, como las malezas se vuelven cada vez más resistentes, le agregan otros agroquímicos –endosulfan, clorpirifo o el 24D–, la mayoría de los cuales están prohibidos en los países serios. En Francia e Inglaterra el cultivo extensivo de soja transgénica está penado por la ley. Y en otras sociedades desarrolladas no se permite bajo ningún motivo el uso de agroquímicos.

Entonces no es posible presumir inocencia para el glifosato, producto del que además en la Argentina se abusa, como se abusa de la soja transgénica, que tiene agregado un gen que la hace resistente al glifosato, que es el herbicida que mata todo, excepto a ella. Y la verdad es que nadie sabe cómo actúa este gen en un organismo vegetal, animal o humano. Y cuando esto sucede, en ciencia se aplica lo que se llama un “principio de precaución” hasta que se sepa qué pasa con las otras especies que interactúan con este gen. La FDA (EE.UU.) lo está experimentando en animales, pero no en humanos. De ahí que muchos tenemos la fuerte sospecha de que millones de argentinos indirectamente somos quizás conejitos de Indias.

2) Vos decís: “Sin soja este proceso se hubiera acelerado” y que la degradación data en el Chaco “de mucho tiempo atrás, antes de la soja”.

Es cierto, todos los problemas son anteriores, pero eso no autoriza a dar la bienvenida a la soja a cualquier precio. Es lo que propuse discutir. No para tener razón, repito. Sí para saber y que sepamos todos. Porque si no va a resultar que la soja no es culpable de nada. Y eso no es verdad.

También afirmás que “la agricultura sin campesinos es parte de un nuevo paradigma vinculado con trasformaciones en la sociedad”, viene “desde la década del ‘40, no está asociado a una ideología y no afecta sólo al campo; también hay muchas industrias con menos obreros”.

A mí en cambio me parece que las ideologías siempre juegan un papel y con los intereses mueven al mundo. Y los paradigmas son cambiantes y no siempre se erigen en favor del bienestar de los pueblos. La transformación de los últimos 40 a 60 años es producto de la tecnología, los costos de la mano de obra, las luchas sociales por la redistribución de las ganancias y varios etcéteras. No acuerdo con que la pérdida de mano de obra campesina no es tal porque pasa a los sectores de servicios.

Pero además, esa idea del nuevo paradigma agricultor me parece cuestionable si, casi inexorablemnete, deja sin trabajo a la gente y destruye familias, tradiciones culturales, apegos a formas de trabajar. No propongo que volvamos al arado de manceras, pero la modernidad desalmada tampoco. Y menos cuando hay minorías demasiado minoritarias que se enriquecen tanto mientras las mayorías cada vez más mayoritarias se empobrecen hasta niveles de indigencia.

Es por esto que el crecimiento y el desarrollo, para mí, no son una cuestión económica, sino cultural. Si el nuevo paradigma agricultor destruye la cultura de los pueblos y a sus pobladores, es un paradigma negativo.

3) “La movilidad social era mucho más lenta, para ser agricultor tenías que ser hijo de... Hoy los emprendedores, no importa su origen, pueden llegar a ser productores...”

Aquí tengo otro desacuerdo, Gustavo, porque en la Argentina de hoy, a 15.000 dólares la hectárea, la concentración es asombrosa: hay media docena de grandes agroindustrias, mientras 200.000 productores familiares tienen el 15 por ciento de la tierra. Y a mí sí me importa el origen de quien emprende, porque ese origen me permite conocer sus intenciones, su valoración del esfuerzo ajeno y su sensibilidad social.

4) Mencionás luego a los “pequeños productores que estaban a punto de perder sus campos en manos de los bancos o de los usureros locales. Este nuevo sistema agrícola de servicios ha hecho mucho más por ellos que el Estado... “

Pero esto no es verdad. Fue el Estado el que condonó deudas; fue el Banco Nación el que refinanció a muy bajo costo y apoyó de múltiples maneras a los que perdían sus propiedades. Me parece injusto atribuirle semejantes méritos al nuevo sistema.

5) “En Europa, las napas están contaminadas por siglos de agricultura irracional; felizmente en la Argentina no tenemos esos problemas...”

En Europa los pueblos consumen agua envasada y purificada con tratamientos muy estrictos, Gustavo. En la Argentina el 80 o 90 por ciento de la población consume aguas contaminadas que son dudosamente tratadas. Y como se cortan bosques enteros y el glifosato está descontrolado, la contaminación se extiende a las nuevas áreas sembradas.

6) Decís que “la desocupación es menor a la que hubiera habido sin soja” y que falta industrializar la soja en origen para “dar más trabajo”.

Esto también es discutible. Hay muchísimos cultivos sin mano de obra, y el 70 por ciento de los que trabajan están en negro. Sobran datos sobre esto. Pero además aquí se dice que no es posible industrializar porque la demanda (es decir, China) la requiere tal como se exporta: puro poroto. Lo que es una condena adicional. Un amigo empresario al frente de una pyme me dice: “De aquí sale tabla aserrada pero nada de muebles. Yo visité la región de La Marca, en Italia, y en una zona que no es más grande que Tucumán hay 5000 fábricas de muebles, y exportan 20.000 millones de euros al año. ¡Todo con madera importada!” Eso es lo que hace China: nos compra el poroto, nuestra tierra queda exhausta y el agua contaminada, y la industrialización la hacen ellos.

Finalmente, imagino que a vos te han reprochado haber entrado en este debate. A mí también me pasa. Pero sostengo que si algo vale de este intercambio es que ni vos ni yo escribimos para la tribuna, sino para saber.

Y me consta que hay empresarios tanto o más poderosos que vos, que se esconden todo el tiempo; procuran que nadie los conozca y algunos convierten sus empresas en asociaciones ilícitas. Por eso te respeto: porque vos ponés el pecho y la cara, y tenés ideas, y aunque tu modelo productivo puede no convencerme yo valoro tu perfil de empresario y me encantaría que la Argentina tuviera muchos más como vos.

Un abrazo.

El ocaso de una experiencia política

Por Edgardo Mocca

Elisa Carrió es el símbolo de una etapa política argentina. La que empieza a insinuarse con el escándalo de los sobornos en el Senado para aprobar la más regresiva ley laboral de nuestra historia y la consecuente renuncia de Chacho Alvarez a la vicepresidencia del gobierno de la Alianza. En octubre de 2001 la ciudadanía expresaría en las urnas su repudio al rumbo asumido por el gobierno de De la Rúa y dos meses más tarde, en las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre, las manifestaciones populares sellarían en las calles el fin de esa experiencia política.

Aunque las escenas de aquel incendio social parezcan hoy lejanas en el tiempo, vivimos políticamente bajo la influencia que proyecta esa experiencia. En algún sentido, podemos pensar que la elección del año próximo podría estar señalando la desembocadura de ese ciclo de la política argentina. Se juega, en los meses que nos separan de esos comicios, si la política puede escaparse definitivamente de la jaula de hierro del sentido común cualunquista y antipolítico sistemáticamente construido por los grandes medios de comunicación o seguirá aceptando esas reglas de juego y reduciéndose a la condición de administradora de intereses y proyectos que se incuban fuera de las instituciones democráticas.

Si la renuncia de la jefa de la Coalición Cívica al Acuerdo Cívico y Social (se supone, aunque no está claro, que es el partido y no solamente su líder el que renuncia) se inscribe en esa perspectiva, el acto adquiere una significación muy especial. La estrella central de un modo personalizado y mediatizado de hacer política parece estar llegando a su ocaso. Y ese ocaso podría estar señalando también los límites insalvables de la acción política exclusivamente centrada en la video-seducción, carente de entramados colectivos y de sustentos ideológicos. Si Carrió, como todo hace prever, avanza en la dirección del aislamiento y la irrelevancia, será tal vez el golpe más duro para toda una matriz política: la de lo que el investigador italiano Mauro Calise llamó “partidos personales”, séquitos cambiantes que acompañan la casi siempre frágil y fugaz fortuna mediática de sus jefes.

La historia de la emergencia, el cenit y el tendencial ocaso de Carrió es, de algún modo, la historia del mencionado derrumbe político argentino. Rápidamente comprendió la naturaleza raigal de la brecha de confianza abierta entre la sociedad y la política en los últimos meses de 2001. Construyó, a partir de esa comprensión, un atractivo relato que, en ese entonces, combinaba la denuncia moral contra la clase política en su conjunto con el señalamiento de la funcionalidad de esa crisis moral para los proyectos políticos de sectores privilegiados, nacionales y extranjeros. En la tradición yrigoyenista, el término clave del relato era el “régimen”. El régimen eran los dirigentes políticos venales y era también un proyecto de exclusión social y postergación nacional.

Ese discurso convirtió a Carrió en la heredera de la centroizquierda republicana que había expresado el Frepaso en los años noventa. A su alrededor se nucleó una importante cantidad de dirigentes de ese origen, que habían soltado amarras con la experiencia de la Alianza, cuando ésta apareció nítidamente como una continuación vergonzante del proyecto menemista. El escenario de aquellos días era muy propicio para la penetración del discurso refundacional desarrollado en clave ética: las crisis como las de entonces llevan a las sociedades a profundas interrogaciones sobre su historia y sobre su futuro; las viejas explicaciones y las viejas retóricas son arrastradas por el vendaval de los acontecimientos. La consigna “que se vayan todos” había encarnado en planteos políticos de máxima radicalidad, provenientes, muchos de ellos, de sectores políticos e intelectuales, habitualmente caracterizados por su moderación y su prudencia.

La etapa moral-centroizquierdista de Carrió abarcó el período que va desde fines de 2001 a la elección de mayo de 2003, aunque formalmente se mantuviera un tiempo más, en los primeros tiempos del gobierno de Néstor Kirchner, al que apoyó en la finalmente nonata segunda vuelta de esa elección, con la fundamentación de que el líder santacruceño era “lo mejor del régimen”. El paulatino viraje de la líder de lo que entonces era el ARI tuvo como telón de fondo la necesidad de diferenciación respecto de la agenda de la primera etapa kirchnerista. Derechas e izquierdas, pasó a sostener, son cuestiones del pasado que hoy se agitan demagógicamente. Lo que hacía falta, según esta nueva portada “preideológica” era un “contrato moral” que agrupara a los adversarios del “régimen”, de cuya definición dejaron de formar parte los componentes específicamente políticos. Su partido, mientras tanto, nunca dejó de ser personal. Carrió era (y es) la ideología, la imagen, la estrategia y la táctica de cualquier espacio que la reconozca como referente. No es difícil de entender: si el crecimiento del “partido” se reduce a la suerte de su liderazgo, ¿cuál será el espacio de crítica y rectificación colectiva que pueda surgir de su interior? Cualquier debate puede clausurarse con la amenaza del líder de irse del partido. Así, fue muy escaso el eco alcanzado por la disidencia del ARI, encarnada por varios ex dirigentes del Frepaso; el partido personal –es decir su líder– ya había decidido convertirse en la vedette política de la oposición de derecha, lo que no hizo sino profundizarse desde entonces. Dicho sea de paso, los supuestos debates que hoy tendrían lugar en la Coalición Cívica a partir de la ruptura de su jefa con el agrupamiento panradical no tendrán ninguna consecuencia política relevante; ninguno de quienes puedan promover la discusión cuenta con recurso alguno para modificar las decisiones y solamente le queda a cada uno la alternativa de buscar otras aguas para su navegación política.

Todo indica que el portazo de Carrió no fue inesperado para los cálculos de la cúpula radical; más bien se lo fue induciendo a fuerza de desplazamientos y ninguneos. Razonablemente, los dirigentes radicales consideran que los votos que pudiera sumarles la diputada para la elección de 2011 no compensan el costo de una convivencia virtualmente imposible. Ante cada giro de la situación, el Acuerdo Cívico y Social tiene que lidiar con las iniciativas del Gobierno y, al mismo tiempo, con una “aliada” autoerigida en tribunal moral del partido, pronta a denunciar cualquier gesto que a ella le parezca una claudicación ética. Hace rato que en la UCR se está tomando nota del cambio en el humor político de la sociedad que, visiblemente, ya no es el de los afiebrados días de la protesta agraria de 2008, ni el de los coletazos de la crisis mundial en 2009. La idea de seguir haciendo política, hacia 2011, con el tono y las consignas de entonces –que hoy siguen siendo las de Carrió y los oligopolios mediáticos– ha dejado de ser una estrategia recomendable. Es cierto que los humores políticos son muy cambiantes entre nosotros; pero los radicales no creen que la exaltación apasionada y la guerra sin cuartel sean su elemento. Saben que la ciudadanía puede más fácilmente buscar al radicalismo para que gobierne, cuando se siente estabilizada en sus avances, que cuando hay que poner orden en el caos.

Lo previsible es que Carrió y las personas que decidan seguir acompañándola doblarán indefinidamente la apuesta de la rabia antikirchnerista incondicional. A diferencia de 2007, los opositores no sienten que estén jugando necesariamente por la “medalla de plata” sino que aspiran, cada agrupamiento por separado, a ganar el gobierno. Los electores opuestos al Gobierno no buscarán –es de prever– alguien que exprese su indignación, sino alguien que pueda ganar y gobernar. Es probable que a la Coalición Cívica no la esté esperando un muy buen desempeño electoral. ¿Puede volver Carrió sobre sus pasos? Difícilmente el radicalismo la ayude con mucho más que con gestos afectuosos y políticamente correctos.

Lobby feroz

Por Alfredo Zaiat

En la introducción protocolar de su discurso en el acto por el 156º aniversario de la institución, el titular de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, dio la bienvenida a la presidenta de la Nación, a autoridades de los otros dos poderes de la república, a ministros del Ejecutivo, a embajadores, a representantes de las provincias y municipios y a los invitados y socios en general. Se olvidó o ignoró la figura, sentada visiblemente a pocos metros del atril, de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. Esa llamativa descortesía de hombres de negocios fue la primera expresión pública de la resistencia que la city concentra en la primera mujer que ocupa la poltrona principal de la entidad monetaria, además con visión heterodoxa de la economía. Le adjudican la responsabilidad de haber frenado el proyecto que financistas y áreas de Economía habían elaborado para eliminar la restricción al ingreso de capitales especulativos. Subestimaron a Cristina Fernández de Kirchner, quien fue contundente en su discurso en la Bolsa: los mandó al psiquiatra a los promotores de esa iniciativa. Desde entonces, corrientes conservadoras han intensificado observaciones críticas hacia la gestión de Marcó del Pont.

En días previos a ese festejo bursátil de hace un mes, Gabbi había sugerido que el Gobierno estaba estudiando dejar sin efecto el encaje (inmovilización) por un año del 30 por ciento sobre capitales financieros del exterior que ingresan al mercado local. El diario Ambito Financiero anunció en tapa que Economía tenía en carpeta un avanzado proyecto en ese sentido. Se sabe que Marcó del Pont es una economista que a lo largo de su trayectoria ha sostenido la necesidad de controlar el arribo de fondos especulativos, puesto que son potentes perturbadores de la estabilidad macroeconómica. El objetivo de corredores y financistas compartido con Economía quedó trunco. Cristina Fernández de Kirchner decidió mantener esa necesaria restricción en la Cuenta Capital explicándolo en los siguientes términos: “...que las cámaras empresariales que las representan definan claramente cuál es su estrategia porque suena muy inconsistente y casi para el psiquiatra que, por un lado, un sector esté reclamando el levantamiento del encaje y, por otro lado, diaria y cotidianamente se mencione la fuga de capitales como uno de los principales problemas de la política económica del país”.

La banca privada también se ha sumado a la incomodidad de los operadores bursátiles con la actual conducción del BCRA. En algunos casos por transacciones puntuales y en otros por normas generales que intervienen en sus fabulosas ganancias. El Banco Macro, cuyo presidente Jorge Brito es además titular de la cámara de entidades de capital nacional Adeba, se molestó porque el directorio de la autoridad monetaria no apuró la autorización de compra del Banco Privado de Inversiones. Demora que estaba motivada en la actuación de la Unidad de Información Financiera sobre el BPI. La UIF es una dependencia que se ocupa de investigar y combatir negocios sospechados de lavado de dinero. En términos generales, los banqueros están disgustados con Marcó del Pont porque los orienta a emprender una política de prestar al sector productivo. Los ha invitado a trabajar con más entusiasmo en uno de los servicios donde muestran más deficiencias.

Una de las herramientas que tiene a disposición el Banco Central para encaminar al sistema hacia el financiamiento de la actividad productiva son los encajes (porcentaje del dinero de los depósitos que deben inmovilizar). En borrador, en trabajos a nivel técnico se esbozó la idea de subir los encajes de los depósitos a la vista y bajar los de plazos fijos. Las primeras colocaciones se realizan a tasas cercanas a cero y hoy concentran casi el 60 por ciento del total de los depósitos. Con ese dinero los bancos financian saldos de corto plazo (tarjetas, descuento de documentos) a tasas altísimas con un costo de fondeo de casi cero. Ese cómodo esquema financiero explica gran parte de las fabulosas ganancias que contabilizan los bancos (ver el suplemento Cash de esta edición). En espacios técnicos del Central se estudió entonces la posibilidad de bajar los encajes de plazo fijo y subir los de colocaciones a la vista, para de esa forma alentar los primeros depósitos y así incentivar créditos a mediano plazo. Si bien es cierto que un eventual traspaso de depósitos de caja de ahorro y cuenta corriente a plazos facilitaría el cumplimiento del programa monetario (los plazos fijos no se computan en el M2), con esa medida los bancos perderían rentabilidad. Por ese motivo arremetieron contra una iniciativa que ni había llegado a ser tratada por el directorio del instituto emisor, lo que revela los aún aceitados canales de comunicación que persisten en área del Central con despachos importantes de la city. El argumento esgrimido fue que con ese plan Marcó del Pont quería enfriar la economía, instancia que para el kirchnerismo es considerada una herejía.

Esa intención se descubre muy burda de acuerdo con los antecedentes de la presidente del BC, de quien se sabe que no es partidaria de frenar la demanda. En estos meses está lidiando con el Programa Monetario 2010 diseñado por el entonces presidente del Banco Central Martín Redrado, quien lo proyectó con un crecimiento del PIB de apenas el 2,5 por ciento. Hoy la estimación más prudente de avance de la economía es de 7,0 por ciento, lo que implica que la expansión de dinero debería acompañar ese ritmo, pero la actual conducción está bajo presión por las fallidas proyecciones iniciales de Redrado. Por ese motivo se intensificaron las observaciones críticas en medios conservadores respecto de que no se podrá cumplir con ese programa, con el objetivo de desgastar la gestión de Marcó del Pont y así acotarle el margen de acción para su continuidad y futuras nominaciones en el directorio, que deben ser presentadas por el Ejecutivo el mes próximo.

Para no tropezar con el lobby feroz de la banca y sus voceros, resulta ilustrativa la última edición de “Coyuntura y Desarrollo” de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo. En ese documento se publicó la nota “Programa Monetario y crédito productivo”. El presidente de FIDE es el economista Héctor Valle y su directora –en uso de licencia– es Mercedes Marcó del Pont. En ese artículo se expresa, precisamente, todo lo opuesto a la intención de enfriar la economía y cuestiona las concepciones monetaristas:

El stock de crédito en la Argentina, apenas superior al 10 por ciento del PIB, es uno de los más bajos entre los países de ingreso medio.

Se trata de un rasgo prácticamente estructural que viene de antaño y que no se ha revertido luego de la caída del régimen de convertibilidad.

La muy líquida plaza financiera local se ha caracterizado en los últimos años por prestar a altas tasas de interés y bajo riesgo.

Uno de los mayores desafíos estructurales de cara al futuro consiste en cambiar ese sesgo y orientar la altísima liquidez de nuestro sistema bancario hacia emprendimientos productivos.

Pero este objetivo puede eventualmente tropezar con ciertos límites que impone la propia lógica de la política monetaria, tal como ésta se viene llevando a cabo durante la postconvertibilidad.

El Programa Monetario del Banco Central se basa en metas cuantitativas de crecimiento de la cantidad de dinero en circulación (M2).

Esa idea –resabio monetarista del último programa con el FMI– es mantener la expansión monetaria bajo control para evitar un desajuste inflacionario por exceso de emisión.

El Programa Monetario 2010, por ejemplo, estableció un rango de variación del M2 con un máximo de 18,9 por ciento interanual y un mínimo de 11,9 por ciento para diciembre de 2010.

Ahora bien, el sostenimiento de la expansión monetaria dentro de estos límites puede resultar contradictorio con el objetivo de expandir el crédito al sector privado.

Conciliar la agenda de mediano plazo –expansión del crédito productivo– con el diseño de una política monetaria que, por naturaleza, se encuentra orientada fundamentalmente al corto plazo, requerirá una revisión de los criterios con que se venía diseñando el Programa Monetario en los últimos años.

Esta notoria convicción heterodoxa de la política monetaria y su vocación de orientar el crédito a sectores productivos de la actual conducción del Banco Central es el principal motivo de incomodidad de los banqueros y sus socios.

azaiat@pagina12.com.ar

Civilización o barbarie

Durante siglos la antinomia planteada en términos de contradicción “Civilización o barbarie” tiñó la historia oficial de nuestro país. Hoy esa contradicción está disuelta: ahora se sabe, la civilización es barbarie, que en la bestialidad de un discurso, fue salda por la corporación rural al amontonar la historia ya conocida por el pueblo argentino, la llamada civilización, la del genocidio de los pueblos originarios, del golpismo militar y la represión como instrumento disciplinador de masas populares soliviantadas por reiteradas violaciones humanas por décadas, la llamada civilización que permitió la obscena entrega de tierras de todos los argentinos a 100 familias ahora llamadas a sí mismas “patricias”, antagonizando a lo largo de la historia, con la supuesta barbarie, siempre caracterizada en “los otros”, los criollos, los indios, los pobres, humildes y trabajadores, los violentos y agresivos, los sucios, feos y malos, los malhablados, los calumniadores y descalificadores, ladrones y marginales, críticos e incendiarios, que siempre fueron culturalmente lejanos a ellos, los nobles y respetadísimos representantes de las familias “bien”.
En un mismo discurso, en una sola defensa de sus privilegios, sin distinción entre la pobreza que dicen dolerle y la ganancia que pretenden aumentar aún a costa de la primera; la corrupción como denuncia al Estado y la dádiva que ellos realizan para preservar prebendas y subsidios; la soberbia de sentirse los dueños de la Patria y el odio hacia los trabajadores organizados y los políticos que no acuerdan con ellos; democracia limitada y sometida al mercado o dictadura que responda a sus intereses. La corporación rural dio su encendido mensaje supuestamente dramático, asumiendo una totalidad de país de la cual nunca fue parte, ni en su pensamiento ni en su acción, pero que hoy, acorralada por la impotencia asume como conjunto nacional en la crítica, tratando de aumentar su representación para volver a ejercer su violencia de clase, como lo hizo a lo largo de la historia argentina.
Así asistimos los argentinos a un espectáculo denigrante y patético de quienes al ver limitadas sus capacidades de presión, confabulación, lobby y conspiración, colocan todo su odio y despecho al servicio de sus intereses más ocultos, dejando al desnudo que sus formas cultivadas, sus modales de plástico, sus llamados a la “mesa del diálogo”, sólo tenían por objetivo seguir siendo dueños de la historia y del patrimonio de los argentinos, del poder detrás del trono o del simbólico de intereses externos, a través de dictadores militares o ahora de políticos genuflexos, verdaderas marionetas de un poder reconcentrado, que financian sus andanzas y determinan sus humillaciones.
La foto ya vista de quienes portan el dolor de ya no ser, junto a los nuevos protagonistas de viejas historias lejanas que añoran golpismos facilistas, que inducen a desfinanciar el Estado con tal de conseguir posiciones electorales, que sin pudor ilusionan sectores necesitados para captar votos sin correlatos de seriedad, financiamiento ni planificación estratégica, es una imagen que fue vaciada ante semejante ofensiva de la corporación rural, enlazada en una mesa enclenque que no duda en mantener más del 60% de sus asalariados en negro y clama contra la pobreza, la misma que evade impuestos y lamenta el estado de los hospitales, que comete fraude fiscal con los embarques clandestinos pero quiere eliminar los mecanismos de control para poder perpetuarlos, que critica la corrupción cuando no puede generarla. Ofende la inteligencia tanta hipocresía.
Además da vergüenza ajena la indignidad de los acompañantes y aplaudidores del discurso golpista, mentiroso y procaz que no sólo pretende golpear al gobierno sino que como en los mejores años del neoliberalismo, arremete contra la política y sus representantes, denigrando su función, atentando contra la democracia, estigmatizando ante la sociedad a sus miembros, avanzando hacia su demolición, como única forma de retornar el poder por parte de los sectores oligárquicos y clasistas que se creen –porque durante muchos años lo fueron– dueños de la Patria.
Son los que escribieron la historia que todavía se lee en las escuelas, la que el Bicentenario comenzó a desmantelar; son los mitritistas derrotados culturalmente en las festejos cuando retornaron los caudillos, se condenó la guerra de la triple infamia, se jerarquizó a los pueblos originarios, se condenó los golpismos, se denunciaron las masacres y los genocidios y se recuperó la concepción independientista soberana de la Nación, afianzando la soberanía popular como ejercicio pleno del poder democrático.
¿Será eso lo que les duele en el fondo de sus almas y sus bolsillos? o ¿será que están preparando un contragolpe que puede ser electoral pero puede vestirse de cualquier color?; lo hemos visto ya en Honduras al llamado “golpe blanco”, lo hemos vivido en la Argentina con Frondizi/Guido y la parodia de la continuidad institucional.
Prepararon al vicepresidente como recambio; fracasaron. Se enjuagaron las manos después del 28 de junio, fracasaron; pregonaron la hecatombe financiera cuando se disolvieron las AFJP y otra vez en enero, fracasaron; perdieron el negocio del fútbol y la ley de medios los dispersa entre la multitud de “negros de mierda” que tendrán voz en nuevos medios de difusión, que se hará visible lo invisible, que no se podrá negociar nada a espaldas del pueblo porque millones de voces estarán prestas a defender el interés común, antes que los intereses corporativos concentrados.
Por eso están dolidos y enojados, por eso han perdido el estilo y las formas, no tienen el glamour de otras épocas donde les rendían pleitesía: ahora son manadas carancheando por su pedazo de comida, cuando antes decidían dónde se comía y dónde no.
No quiere decir que todo esté bien en nuestro tiempo, porque pobres sigue habiendo y debemos derrotar esa injusticia, pero –aunque ellos lo nieguen o interesadamente quieran ocultarlo– del 57% de pobreza del 2003 al tiempo actual se ha disminuído más del 40% y la indigencia ha descendido a límites menores al 3%.
Faltan cosas o logros, sin dudas: hay hipotecas pendientes en salud y educación, pero hay trabajo en un mundo que se derrumba, hay control financiero en una globalización codiciosa y perversa mientras hay hambre y guerras en el mundo con millones de muertos en nombre de la libertad y la democracia, pero en Argentina se respira libertad y democracia sin imposiciones; sólo las lógicas de la lucha política que a muchos molesta, acostumbrados a las órdenes de mando de otras épocas y a las imposiciones corporativas, limitantes de los derechos constitucionales, con el acompañamiento de las dictaduras adictas a sus deseos e intereses.
Cuando un episodio como el relatado inunda y estremece es porque hay vida, hay lucha de intereses y se visualizan diferentes bandos que no son otra cosa que modelos diferentes de pensar y vivir la Nación; saliendo a la superficie la puja entre aquellos que pretenden un modelo social prebendario, benefactor y asistencialista y quienes pretendemos un modelo social solidario, justo y distributivo con justicia social, entre quienes pretenden un modelo agroexportador dependiente pero dominante en el plano nacional antes que un país industrializado y desarrollado, con independencia económica y política.
El abismo no se llena con palabras de buena voluntad ni llamados a consensos superestructurales: se llena con distribución de la riqueza, con dignidad para todos los hombres y mujeres de nuestra Patria, con objetivos claros de felicidad del pueblo y grandeza de la Nación. En ese orden, más allá de denigraciones, insultos y atropellos propios de la prepotencia gerencial de un país colonial al cual están muchos acostumbrados todavía.

JORGE RACHID
CABA, 2/8/10
jorgerachid2003@yahoo.com.ar

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.