Las perspectivas de la economía mundial a partir de la crisis del 2008 (Segunda parte)

La crisis del 2008 marca un cambio de época en el comportamiento de la economía mundial y en el paradigma ideológico dominante en los países centrales.

Aldo Ferrer


3. EL REGRESO DEL ESTADO.
En diversos momentos, la especulación globalizada dio lugar al estallido de crisis en los mercados, como sucedió con las caídas de las acciones puntocom, la insolvencia de algunos operadores y los problemas de deuda de varios países de Asia, Rusia y América latina. Sin embargo, en ningún caso, hasta el descalabro del 2008, la crisis comprometió a la totalidad de las plazas de los países centrales (inclusive las operaciones bancarias y el crédito de consumo e inversión) y al mercado financiero internacional ni afectó, como ahora, a la economía real.

Probablemente, antes del fin de este año 2008 la intervención masiva de los gobiernos de los países centrales en los mercados financieros pondrá un piso a la crisis del mundo del dinero y comenzará una recuperación de valores. Seguramente surgirán nuevos marcos regulatorios que eviten en el futuro trastornos de vasto alcance, como el actual. Las consecuencias de estos hechos sobre la economía real están en pleno proceso. En los Estados Unidos, la pérdida de riqueza virtual provocada por la caída de los valores de los activos financieros y reales y el alto nivel de endeudamiento de las familias, está deprimiendo el consumo y, como arrastre, la inversión. Cabe esperar ahora otras intervenciones públicas para sostener la actividad y el empleo. El paradigma neoliberal se ha derrumbado en el marco de una crisis de amplio alcance.

El enfoque keynesiano, destinado administrar la demanda agregada para sostener la producción y el empleo, vuelve a instalarse, en el marco de una presencia masiva del Estado en el funcionamiento de los mercados, con dos fines principales: por una parte, restablecer el orden en el funcionamiento del mundo del dinero con vistas a ponerle un piso a la caída de valores de acciones y deuda, que no tiene relación con los datos reales de la economía, como no la tuvo, en la fase del auge, la subida explosiva de las cotizaciones. Las supuestas “expectativas racionales” de los mercados que, en la realidad, son la expresión extrema de la especulación irracional, será rescatada por las “decisiones racionales” de los Estados de las mayores economías industriales. Por la otra, sostener la demanda agregada, la producción y el empleo en las economías nacionales y, por lo tanto, mantener las corrientes de comercio e inversiones privadas directas internacionales.

4. LA FUNCIÓN KEYNESIANA DE LA ECONOMÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS.

En este escenario subsiste el extraordinario rasgo del orden global contemporáneo referido al déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y a la disponibilidad del resto del mundo de financiarlo, absorbiendo papeles de deuda y dólares norteamericanos. Las reservas internacionales del resto del mundo están constituidas en dos terceras partes por dólares y las mayores economías han invertido gran parte de sus excedentes de pagos internacionales en deuda de la tesorería norteamericana. Esta situación plantea el interrogante de qué sucedería con el sistema monetario internacional si los países acreedores se desprendieran masivamente de sus activos financieros denominados en dólares.

La pregunta es, probablemente, irrelevante, porque no es previsible que la Unión Europea, Japón, China, ni ningún otro de los gobiernos de las mayores economías del mundo se desprenda masivamente de sus tenencias de dólares. Por dos motivos principales: por una parte, porque nadie está interesado en desestabilizar el sistema. Por la otra, porque el déficit norteamericano expande la demanda agregada a nivel mundial e impulsa la producción y la acumulación de capital del resto del mundo.

Detengámonos brevemente sobre esta segunda cuestión. El déficit de los pagos internacionales de la economía norteamericana instaló una función keynesiana a nivel global. Algunas de las economías más dinámicas, como fue la de Japón en su fase de expansión y, actualmente, China, tienen una capacidad de generación de excedentes y de ahorro que no es totalmente absorbida por la inversión, aunque supere, como en China, el 30% del PBI. La baja capacidad de absorción de las economías superavitarias más dinámicas refleja la distribución interna del ingreso y tasas de ganancias, que no encontrarían destino en la inversión si no fuera por el déficit de los Estados Unidos. Además, el ingreso en los mercados mundiales de bienes producidos en economías emergentes de bajos costos y salarios, contribuyó a moderar las presiones inflacionarias en las economías avanzadas.

En definitiva, todos se benefician con la situación. La población norteamericana se permite un nivel de gasto superior a su ingreso y las economías superavitarias una tasa de acumulación y crecimiento mayor, en el contexto de la expansión de las actividades de la frontera tecnológica y la profunda transformación de la estructura productiva. La interdependencia de las principales economías es así profunda y en todos los planos, incluso en la dinámica ahorro-inversión. América latina también se benefició porque el dinamismo de las economías emergentes de Asia confirió nuevo impulso a la economía mundial y, en los últimos años, contribuyó al aumento de la demanda de alimentos, energía y materias primas, que se reflejó en un sostenido aumento de precios de los commodities.

5. PERSPECTIVAS.

Está por verse si la salida de la actual crisis de la economía internacional modificará, o no, ese comportamiento de la economía de los Estados Unidos. Si sucede, será probablemente gradual con una depreciación del dólar respecto de las principales monedas, el fortalecimiento de la competitividad de la producción norteamericana y el aumento del ahorro interno. Respecto de los países superavitarios, la respuesta está en la ampliación de los mercados internos y el consecuente aumento de la capacidad de absorción, en primer lugar en China e India, cuyas poblaciones constituyen el 40% de la mundial. Esto requiere una redistribución progresiva del ingreso en esos países. Una tercera vía, viabilizada por la mayor presencia de los Estados en la asignación de los recursos, sería emplear parte de los excedentes de los países superavitarios en programas de desarrollo de los países y regiones atrasados del planeta y de preservación del medio ambiente.

Pasada la extraordinaria crisis del 2008, se verá que siguen en pie los mismos problemas anteriores al tsunami financiero actual. Vale decir, las asimetrías en la capacidad de los países de gestionar el conocimiento y crecer, las agresiones al medio ambiente, las amenazas a la paz y la seguridad internacionales. Es posible, aunque poco probable, que los países centrales saquen conclusiones de estos hechos y observen que, con esfuerzos muchísimo menores que los empleados para rescatar al sistema de sus propios problemas, sería posible poner en marcha programas de cooperación internacional. Los mismos serían decisivos para acabar, en plazos históricos breves, con las calamidades que afectan a centenares de millones de seres humanos y, en ese contexto, contribuir a erradicar la violencia, el narcotráfico y otros azotes observables en el mundo contemporáneo. Permitirían, también, transferir la actual función keynesiana del déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos a los programas de cooperación para el desarrollo económico y humano a escala planetaria.

¿Qué enseñanzas nos dejan los acontecimientos actuales a países en desarrollo, como la Argentina y los hermanos de América latina?: en cierto sentido, nada nuevo. Concluir que, para defenderse de las turbulencias externas, es preciso tener la casa en orden, es decir, operar con sólidos equilibrios macroeconómicos en las finanzas públicas y los pagos internacionales. Concluir, también, que el desarrollo económico sigue siendo lo que siempre fue, es decir, la construcción de cada sociedad, en su espacio nacional, de las sinergias esenciales para desplegar su potencial de recursos, generando y asimilando el conocimiento disponible.

Vale decir que los acontecimientos actuales vuelven a demostrar el papel fundamental de la densidad nacional de los países para vivir con lo suyo, abiertos al mundo, en el comando de su propio destino. Así como Keynes vuelve al Norte, aquí, en el Sur latinoamericano, vuelven Raúl Prebisch, Celso Furtado y los otros fundadores del estructuralismo latinoamericano, como referencia esencial para enfrentar con éxito los desafíos que plantea la emergencia de un nuevo orden mundial a partir de la resolución de la extraordinaria crisis del 2008.

Aldo Ferrer
Director Editorial
de Buenos Aires Económico

Las perspectivas de la economía mundial a partir de la crisis del 2008 (Primera parte)


por Aldo Ferrer . Director BAE
Miércoles, 19 de Noviembre de 2008

La crisis del 2008 marca un cambio de época en el comportamiento de la economía mundial y en el paradigma ideológico dominante en los países centrales.

La especulación financiera alentada por la desregulación de las transacciones en mercados inundados por la liquidez generada por el déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y otros factores, culmina en un desorden gigantesco del mundo del dinero.

La intervención masiva del Estado de esos países para restablecer el orden y, seguramente, sostener la demanda efectiva para limitar el contagio en la economía real, reinstala la presencia de las políticas públicas en el comportamiento de las economías nacionales y del sistema global.

Llega así a su fin el período de la hegemonía neoliberal inaugurado en la década de 1970 y formalizado durante los gobiernos del presidente Reagan y la primera ministra Thatcher. Vuelve a abrirse un vacío en el pensamiento hegemónico de los centros, como sucedió desde la crisis de los años ’30 hasta principios de 1970. En ese escenario surgió, en América latina, un pensamiento alternativo liderado, primero, desde la Argentina, y, luego, desde la CEPAL, por Raúl Prebisch.

Ahora, en el marco de la crisis mundial del 2008 y de los pobres resultados del neoliberalismo en nuestros países, volvemos a confrontar con el desafío de analizar la realidad desde nuestras propias perspectivas y diseñar estrategias viables de desarrollo, nacional y regional, dentro del orden global. Es necesario, entonces, recordar la trayectoria de los acontecimientos que culminaron en la situación actual, explorar el rumbo posible del orden mundial a partir de la resolución de esta crisis y sacar las conclusiones pertinentes a la posición de nuestros países en la globalización.

1. De la “escasez de dólares” al patrón dólar. A partir de1945 y en el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos cumplieron un papel decisivo en la reconstrucción de las naciones que participaron en la Segunda Guerra Mundial, principalmente, de las economías de Europa occidental y Japón. Inicialmente, los déficits de pagos de esos países con los Estados Unidos fueron cubiertos con programas de ayuda, como el Plan Marshall y medidas proteccionistas y de control de cambios de los países deficitarios. En ese entonces, la “escasez de dólares” reflejó los desequilibrios de los pagos internacionales de la posguerra. Hacia finales de la década de 1950 la rápida recuperación de Europa y Japón permitió la progresiva liberalización del comercio y el abandono de las restricciones a los pagos internacionales.

A partir de allí se produjo una transformación radical en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos y de la economía mundial. La economía norteamericana comenzó a generar crecientes déficits en su balance comercial y en la cuenta corriente del balance de pagos, derivado de la baja propensión al ahorro de la población, las inversiones de filiales de empresas norteamericanas y el déficit fiscal acrecentado por los compromisos militares en el exterior, agravados en situaciones de guerra, como sucedió en Vietnam en 1966-1972 y actualmente en Irak y Afganistán.

El déficit fiscal y en los pagos internacionales refleja el hecho de que el gasto de la economía de la primera economía del mundo excede el ingreso generado por la producción nacional de bienes y servicios más los ingresos por los capitales norteamericanos invertidos en el resto del mundo. Este cambio en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos provocó varias devaluaciones del dólar respecto de las otras monedas principales, las cuales no restablecieron el equilibrio en los pagos norteamericanos.

En definitiva, el país no se vio forzado a ajustar su gasto al ingreso debido a su posición hegemónica en la economía mundial. La misma le confiere el privilegio de que su moneda nacional sea reconocida como el principal medio de pago internacional y de formación de reservas en el resto del mundo. De hecho, éste funciona como mercado financiero interno de los Estados Unidos con una capacidad ilimitada de absorber la oferta de dólares resultante del déficit norteamericano.

En la década de 1960, varios países cambiaron sus tenencias de dólares por las reservas de oro norteamericanas. El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon suspendió las ventas de las reservas oficiales oro. Éste fue el final del régimen de tipos de cambios con paridades fijas referidas al oro, inaugurado con los acuerdos de Bretton Woods.

En diciembre del mismo año, los gobiernos del Grupo de los Diez establecieron, en el Acuerdo del Smithsonian, el nuevo régimen de paridades flotantes. De allí en más no prosperaron iniciativas para sustituir la creación de liquidez internacional en torno del patrón dólar por medios alternativos, como los derechos especiales de giro y, por lo tanto, de imponer finalmente un proceso de ajuste a la economía norteamericana. El sistema siguió así funcionando con el déficit continuo de los pagos norteamericanos y la acumulación de dólares en el resto del mundo.

La consecuente expansión de la liquidez internacional posibilitó la emergencia de nuevas operaciones denominadas en dólares en el resto del mundo (los eurodólares). Otra fuente adicional de liquidez surgió con el aumento de los precios del petróleo a fines de 1973 y los petrodólares en manos de los miembros de la la Organización de los Países Exportadores de Petróleo. Este proceso de aumento de la liquidez a un ritmo que multiplicaba el crecimiento de las transacciones reales convergió con la cada vez más profunda globalización de la economía mundial.

En efecto: el comercio mundial creció a tasas vecinas al 10% anual desde el fin de la guerra en 1945 hasta principios de los años ’70. A su vez, la expansión de las corporaciones transnacionales integró las cadenas de valor escala planetaria. Al interior de las matrices y sus filiales surgieron excedentes, cuyo rendimiento, en mercados financieros cada vez más integrados, convirtió al arbitraje de las variaciones de paridades y tasas de interés en una actividad tanto o más importante para la rentabilidad que la producción misma.

Simultáneamente, la revolución informática y de las comunicaciones facilitó la integración de las plazas financieras, los bancos internacionalizaron sus operaciones a escala planetaria, surgieron diversidad de operadores no bancarios involucrados en las corrientes de capitales y se multiplicaron los activos y pasivos financieros y sus derivados.

En la década de 1970 ya estaba constituido un mercado financiero global, operativo, atendiendo a las diferencias de horario entre Tokio y Nueva York, las 24 horas siete días a la semana. En los mercados de cambios, cuyas operaciones diarias superan, actualmente, u$s2 billones, el 95% corresponde a movimientos de capitales especulativos de corto plazo. El cambio de expectativas y los comportamientos en manada de los operadores, contribuye a formar burbujas especulativas y a la volatilidad que caracteriza a los mercados financieros contemporáneos.

2. De Keynes al neoliberalismo. A fines de la década de 1960 y principios de la siguiente se acumularon tensiones inflacionarias en la economía mundial. Las principales economías industriales registraron aumentos de precios de dos dígitos bajo el impacto de políticas fiscales expansivas y, en el caso de los EE.UU., los gastos por la guerra de Vietnam. Simultáneamente, aumentaron los precios de los alimentos y materias primas, en parte, impulsados por la especulación en commodities.

Entre 1972y 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron y terminaron de configurar un escenario de alta inflación simultáneamente con la desaceleración de la economía mundial y el aumento del desempleo. Fue el período de stagflation que culminó con el abandono del paradigma keynesiano, prevaleciente desde la década de 1930 y durante el período dorado de la posguerra (1945-1970).

A partir de entonces, la lucha contra la inflación se convirtió en el objetivo dominante de la política económica de los países centrales. El aumento de las tasas de interés profundizó las tendencias recesivas en la economía mundial y deprimió los precios de los productos primarios. América latina, que se había endeudado en la fase expansiva del crédito internacional, quedo atrapada por servicios que excedían su capacidad de pagos.

La crisis de la deuda latinoamericana y el inicio de la “década perdida de los ’80”, se formalizó con la suspensión de los pagos de la de México en agosto de 1982. A comienzos de la década de 1980, Ronald Reagan y Margaret Thatcher consolidaron las nuevas orientaciones de la política económica de los países centrales en torno de la desregulación de los mercados, la apertura de las economías, la reducción de la intervención del Estado y la prioridad de la estabilidad de los precios en las políticas monetaria y fiscal de los países centrales.

En América latina estas políticas, definidas como el Consenso de Washington, dieron lugar a estrategias que, en la Argentina, culminaron con el endeudamiento hasta el límite de la insolvencia y la extranjerización del control de los principales sectores y empresas de la economía. Los tipos de cambio sobrevaluados, prevalecientes en varios países en el transcurso de la década de 1990, debilitaron la competitividad de las economías y atrajeron capitales especulativos, en un escenario de abundancia del financiamiento internacional.

Las políticas “neoliberales” fueron propicias para la continua expansión de las corrientes de capitales especulativos. En la década de 1990 y principios de la siguiente, el proceso fue favorecido por las políticas de bajas tasas de interés en los Estados Unidos, las cuales estimularon el consumo a crédito y, en el caso de los inmuebles, dieron lugar a un sustancial aumento de sus valores y a una nueva plataforma para el mayor aumento del crédito hipotecario.

La sofisticación de los intermediarios, en un contexto desregulado, multiplicó la diversidad de activos financieros y aumentó su rentabilidad sobre fundamentos insustentables. Finalmente, la crisis de las hipotecas subprime arrastró a la totalidad de los mercados financieros, incluso a las operaciones interbancarias y al crédito. Entre principios de octubre del 2007 y el 2008, la caída de los valores en todos los mercados de capitales del mundo supero los u$s27 billones, equivalentes a casi dos veces el PBI de los Estados Unidos y el 40% del mundial.

El 17 de noviembre de 1972.


por Juán Carlos Dante Gullo

Ese día sentíamos que estábamos haciendo historia y no nos equivocamos. Es que el pasado reciente sintetizado en 17 años de resistencia peronista podía cambiarse por un presente donde el desafío era la unidad de los numerosos sectores nacionales y populares, y un futuro que iba a estar supeditado a lo que pasara en esa histórica jornada. Para nosotros era claro; si Perón volvía se terminaba una etapa de resistencia y empezaba un proceso de transformación y revolución. Detrás de la consigna del “Luche y Vuelve” organizamos y unimos a la mayoría (casi todos) de los grupos de JP dando nacimiento a la “Gloriosa”, que a partir de entonces hegemonizará la movilización popular y la presencia en los barrios, fabricas, talleres, escuelas, colegios y universidades. Con este panorama, el futuro era nuestro e iba a ser una patria grande con inmensos cambios en donde podríamos avanzar en la construcción de una nación económicamente libre, políticamente soberana y socialmente justa. La revolución peronista y argentina, de alguna manera truncada en septiembre del 55, continuaba su curso con renovados bríos y con nuevos actores. No nos equivocamos. Si con Perón en Madrid, pudimos reorganizar el movimiento peronista, con nuestro conductor en el país, las cosas iban a ser mucho más fáciles.

La historia es conocida. Perón descendió del avión de Alitalia en Ezeiza, en un día de intensa lluvia. La noche anterior no durmió nadie ultimando los preparativos para ir a buscarlo al general. Los recuerdos, indelebles, son hermosos. Desde los barrios se movilizaron todos, mujeres y hombres, niños y ancianos, trabajadores y empresarios. Nadie quería perderse ese momento tantas veces soñado y por el cual habíamos luchado tanto. Cualquier medio de transporte servía; colectivos, camiones, autos, bicicletas, o a píe. Era un nuevo 17 de Octubre. Volvíamos a rescatarlo a Perón. A Ezeiza se movilizó una marea humana.

Un fuerte y desproporcionado operativo militar se interponía entre el pueblo y el reencuentro con Perón. Nos reprimían con gases y tiros al aire, nos mostraban los tanques. A nosotros no nos paraban con nada, nos dispersábamos y volvíamos a juntarnos, una y otra vez. Atravesábamos los campos, cruzábamos los innumerables brazos de río Matanzas una y otra vez. Pero no nos detenía nada ni nadie. Pensábamos en los bombardeos de junio del 55, en la lucha heroica de Villa Manuelita, de los obreros de La Plata, de Avellaneda, de Rosario; en Juan José Valle y Cogorno, en los fusilados de José León Suárez, en los presos Conintes, en el absurdo decreto 4161, en Felipe Vallese, en Abal Medina y Ramus, en los Mártires de Trelew, en Capuano Martinez, en el Negro Sabino Navarro y en tantos otros compañeros que habían hecho posible este momento. Recordábamos la parábola de Perón: “Los pueblos siguen la táctica del agua; las oligarquías, la de los diques que la contienen, encauzan y explotan. El agua aprisionada se agita, acumula caudal y presión, pugna por desbordar; si no lo consigue, trabaja lentamente sobre la fundación, minándola y buscando filtrarse por debajo; si puede, rodea. Si nada de esto logra, termina en el tiempo por romper el dique y lanzarse en torrente. Son los aluviones. Pero el agua pasa siempre; torrencial y tumultuosamente, cuando la compuerta es impotente para regularla”. Éramos el aluvión y lo trajimos a Perón.

Y con Perón, volvía la democracia, la practica política de las masas que se nos venía escamoteando desde el 55. Sabíamos que en el terreno de la política, de la militancia, no teníamos oponentes, éramos invencibles, porque nuestra causa era justa y éramos la abrumadora mayoría del pueblo.

A partir de ahí continuó un proceso maravilloso. El régimen militar apeló a una última treta de jugador tramposo e inhabilitó de nuevo a Perón para ser candidato. Desde la gloriosa JP impulsamos la candidatura de Héctor Cámpora, un hombre leal que tenía las ideas bien claras. La campaña “Cámpora al gobierno, Perón al poder” movilizó a miles, millones de jóvenes a lo largo de todo el país. Era nuestra oportunidad y no la desaprovechamos. Reventamos las urnas y el pueblo volvió a ser feliz. Volvía el peronismo al gobierno, volvía el pueblo al poder. Después los acontecimientos se desenvolvieron de una manera un tanto veloz, y en muchos casos nos faltó algo de comprensión y de experiencia política (no podíamos tenerla después de tantos años de proscripción) para poder resolver algunas cuestiones. Tal vez nos faltó interpretarlo mejor a Perón, escucharlo más, leerlo “entre líneas”. Pero los genios son así y Perón estaba adelantado a su tiempo. Lo que queda claro es que nos jugamos enteros, no nos guardamos nada, nos entregamos todo. Éramos como los fanáticos que exaltaba nuestra Evita. Ella decía: “Soy fanática, daría mi vida por Perón y por el pueblo... fanáticas quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos quiero que sean los trabajadores y los descamisados. El fanatismo es la única fuerza que Dios les dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón”. Y si nosotros, la generación del 70, hemos ofrendado tantos de nuestros mejores hombres y mujeres, si nos han perseguido de esa manera; ha sido por nuestros aciertos, no por los errores, que por cierto, hemos cometido.

El devenir histórico demostró que teníamos razón. Por eso volvimos. El peronismo está hoy más fuerte que nunca y se sigue nutriendo de nuevas generaciones. Los jóvenes que hoy están organizando la JP no tienen nada que envidiarnos a nosotros. Al contrario. Nosotros lo teníamos a Perón. Ahora están Néstor y Cristina Kirchner acompañados por los hombres y mujeres de la generación del 70, más maduros y experimentados, y acompañados, claro está, por el ejemplo de miles de compañeros que dejaron su vida para que podamos vivir en un mundo más feliz.

Este momento que estamos viviendo, es similar al de octubre del 45 y similar a noviembre del 72. Estamos fundando la nueva Argentina. Con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003 se le puso fin a más de 25 años (con sus matices) de políticas antipopulares. Él en esa ocasión nos dijo que pertenecía a una generación diezmada y que no pensaba dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. También nos convocó a compartir un sueño. Ese es nuestro presente, el sueño de hace algunos años.

Hoy con Cristina Fernández de Kirchner, estamos en la obligación de construir una Argentina en serio y para todos y de lograr con nuestra militancia que nuestras utopías de hoy sean la realidad del mañana; por nuestros niños, por nuestros ancianos, por nuestras mujeres y hombres de esta bendita tierra. Este 17 de noviembre, volvamos a buscarlo a Perón. Sigamos llenando de contenido popular a la democracia y a sus instituciones. Démosle más democracia a la democracia y más peronismo al peronismo.







Nota en alusión al 17 de Noviembre. Será publicada en la Revista Militancia Social.

El otro 17


Por Ricardo Bermúdez

La Unidad Básica "Mario Brión", como corresponde a las mejores tradiciones del peronismo, funcionaba en el comedor de la casa de los Arcuri, justamente en la esquina de Catamarca y Méjico.

Así, de manera encubierta, en una casa de familia, como nuestros antepasados en la jabonería de Vieytes, camuflábamos la actividad política prohibida. Actuábamos como lo que éramos, un pueblo perseguido. Reuniones clandestinas en lugares clandestinos, un vocabulario críptico y, sobre todo, una forma de actuar que burlaba las reglas de juego que imponía la dictadura. El lenguaje disimulaba de qué o de quién se estaba hablando. Algunas veces usando el lunfardo, otras recurriendo al "vesre"; siempre de un modo marginal, casi carcelario. Rofie, caño, cuetazo, yuta, viorce; hay que traducirlos como arma, bomba, tiro, policía o de los servicios. Señas como rascarse la mejilla con el dedo índice, significaba que "ese" era sospechoso o "botón". En vez de Perón decíamos el viejo, el macho, el hombre, el que te dije; en vez de Evita, La Señora.

La marcha peronista la cantábamos con otras letras en los estadios de fútbol, donde amparados en el anonimato de la multitud, se coreaba la música prohibida. Tanto prendió que hoy, el "dale campeón, dale campeón", se canta en la cancha con la música de la famosa marchita. Para reconocernos, usábamos el "sos del palo" o "sos de la causa". En la época ?fulera? quemábamos la bibliografía y con ella los padrones partidarios, para no dejar rastros de los afiliados. Solo se salvaban de la fogarata los libros "sagrados": los planes quinquenales, la Comunidad Organizada y La Razón de Mi Vida, que sobrevivían escondidos ?como verdaderas reliquias? junto a los emblemas partidarios y las imágenes de Perón y Evita.

Difamación, persecuciones y finalmente la muerte han sido desde el fondo de la historia los métodos usados en contra de los movimientos nacionales. El peronismo no fue una excepción a la regla. En esos tiempos, había que hablar en voz baja mirando para todos lados. Un odio visceral llevó la mano que escribió en las paredes "Viva el cáncer" a la muerte de Evita. Con saña, el capitán Manrique hizo orinar por su hijo el cadáver de Eva Perón.

¿Que no era a muerte? ¿Que no eran capaces de matar? Solo hay que recordar los asesinatos de los caudillos del interior, la masacre de los indios, las ejecuciones de los generales Valle o Cogorno en el ?55, los miles de mártires de la Resistencia o el bombardeo a la Plaza de Mayo. El basural de José León Suarez, Mario Brión que no tenía nada que ver y los compañeros. Ni hablar de miles de torturados y desaparecidos.

En aquella época los insultos o motes despectivos fueron incorporados, con un tono irónico y sobrador, como si hubiesen sido de propiedad intelectual propia. "Peruca", "flor de ceibo", "cabecita negra" eran de uso corriente entre peronistas. ¿Sos peruca, yo también soy del palo?. Diálogos habituales para reconocerse.

Muy en joda nos tomamos aquello de Piojo, porque con referencia a Perón aseguraban que no nos lo podíamos sacar de la cabeza. Pero el pueblo perseguido, el hecho maldito, los "cabecitas negras" pudimos sobrevivir a las siete plagas.

La casa de los Arcuri
Los que frecuentábamos la Unidad Básica Mario Brión teníamos plena conciencia que poníamos en riesgo la vida. Esperábamos solapadamente para entrar y salíamos de a uno en fondo para disimular. Aunque la proscripción y su hermana la clandestinidad escribieron durante la Resistencia el capítulo de la muerte, también se suscitaron situaciones cómicas.

Las actividades políticas se desarrollaban en el comedor de los Arcuri, que era a su vez sala de estar, salón de lectura y biblioteca, actividades a las que agregaba la de Unidad Básica clandestina.

A veces había que esperar que se terminara de comer para ser local político y otras hacerle el aguante a las discusiones para volver a ser comedor familiar. El tira y afloja terminaba cuando Doña Matilde Pérez de Arcuri pegaba cuatro gritos para recuperar esa parte de su casa.

El uso del baño, diseñado para una familia, no soportaba la avalancha de los masivos requerimientos. Sin querer se avanzaba sobre la cocina en busca de agua para mate o de un cafecito caliente. El humo del cigarrillo invadía toda la vivienda, impregnando paredes, pisos, ropa, filtrándose hasta en el dormitorio, única habitación vedada al uso comunitario. Los anfitriones, Doña Matilde y Don Alfredo, bancaban el quilombo estoicamente.

Los dueños de casa habían dejado atrás los setenta ya hacía algún tiempo. Prestaban su casa sabiendo los riesgos que ello implicaba y se ofendieron cuando se les hizo el planteo de pagarles un alquiler. No sabíamos cómo compensar los mangueos con que a diario eran sometidos. Yerba, azúcar, té, pan de hoy o de ayer y hasta algo de la olla del mediodía. Tal apoyo logístico siempre era precedido por la pregunta de rigor: ¿comiste al mediodía? ¿tenés hambre? Así escrito, tal vez no trasmita el calor maternal que acompañaba la preocupación de doña Matilde.

Compañeros para ellos significaba compartir hasta el poco pan que en rigor de verdad no siempre sobraba. Porque para los Arcuri el peronismo bien entendido empezaba, allí, por su casa.

Por otro lado, no cualquiera podía exhibir las medallas de peronistas de la primera hora de estos dos viejos compañeros. Un carnet con el número 15 de afiliado y una edición de lujo de La Razón de Mi Vida, con unas líneas de puño y letra escritas por la mismísima Evita eran parte de su patrimonio espiritual.

Por su forma de ser, por el respeto y la consideración ganada entre los compañeros funcionaban como árbitros en las discusiones, las que sabían encausar y, de última, ponerles punto final.

El desembarco en la casona ocurría entre semana por las tardes y se extendía hacia la noche, cerca del horario de la cena. Pero en los últimos tiempos se le sumaron los sábados y domingos, claro síntoma de la ansiedad que generaba el anunciado regreso del General.

La emblemática "Mario Brión", así bautizada en homenaje al fusilado por los milicos en el basural de José León Suárez, fue uno de los pocos locales políticos que funcionaron al final de la dictadura militar y, por eso, lugar de encuentro de gran parte de la militancia de Capital Federal.

Esa noche el grupo, como si fuera un estado mayor, planificó su participación en el así llamado "Operativo Retorno" del 17 de noviembre de 1972.

Nosotros con Rosa nos la vimos venir. La tarde del 16 dejamos en casa a Luis y Guillermo que eran adolescentes, y a mis viejos, que con tono de rezongo nos reconvinieron que tuviésemos cuidado. Que si Perón volvía iba a haber quibombo; que no anduviésemos hasta tarde por la calle que era peligroso. Ah!, también estaba Gloria, novia de Luis, que por entonces quería ser nuera.

De movida sabíamos que no volveríamos temprano a casa; no queríamos confesarlo pero tampoco teníamos la certeza de volver tarde. El mate y la lluvia fueron la compañía de esa noche de noviembre, en el comedor de los Arcuri. Estábamos de acuerdo en llegar a Ezeiza como fuese. Allí descendería el avión que traía a Perón de Madrid.

Expreso a Ezeiza
En noviembre, las noches en Buenos Aires son templadas; sin embargo la del 16 de noviembre de 1972 fue particularmente fría. Fría porque hizo frío y la lluvia que mojó era fría, pero mucho más fría porque el frío tenía mezclado el cagazo, que es un frío mas frío porque viene como de adentro.

Ese cagazo no era un cagazo abstracto, era uno concreto a desaparecer, a que te den para que tengas en la "parrilla" o que te hagan la boleta tirándote atado con alambre al Río de la Plata. Metodología extraída del manual costumbrista de la patota militar.

Antes del amanecer nos largamos de a pocos a tornar el colectivo. Cruzamos la avenida Belgrano, donde como un monumento del pasado todavía quedaba en pie el sostén de una garita. La humedad pintaba de brillo los viejos adoquines y las vías casi muertas esperaban herrumbrándose a los tranvías de carga de la Quilmes que ya no vendrían.

Una cuadra más: Moreno y Catamarca, donde tenía la parada el 122. Quince minutos más tarde y a lo lejos se lo vio venir. No hay ley física que pueda explicar la ecuación: lleno, más quince más, igual todos arriba.

La copia de una acuarela, fileteada por Martiniano Arce del Zorzal criollo y una estampita de la Virgencita de Luján eran parte de la decoración interior del bondi. Un enorme espejo biselado cubría todo el frente, de costado a costado, para mirar para atrás y un escarpín de su primer hijo varón pendía del centro, junto debajo de un reloj que marcaba, con solo diez minutos de atraso, las cinco y media de la mañana.

Por primera vez tuve plena conciencia que a esa hora había gente que iba a laburar, cosa que como empleado de oficina, no siempre se tiene muy presente. Ahí estaban los héroes comunes y silvestres de todos los días. Los que se levantan de noche para ir al yugo y también volvían de noche después de una larga jornada. Esos que se bancan al capataz: las minas, acosos, y los machos, verdugueadas por salarios de mierda. Claro que se dan cuenta de que los están cagando, pero no les queda otra, lo hacen por sus familias; que traducido al castellano significa concretamente: por la jermu, los bepis, el morfi y también ?por qué no? por esos sueños tan soñados para él, los bepis y su jermu.

Los mismos que, del otro lado de la mañana, tenían cara de preguntarse qué carajo estarán haciendo esos "raros" a esta hora de la madrugada. Claro, los raros éramos nosotros, que no empilchábamos de obrero, ni teníamos olor a patria metalúrgica, ese de fatigarla en laburos que fatigan. Sabíamos que ellos sí iban a jotrabar; algunos a los frigoríficos de Mataderos, otros tal vez en la misma autopista que nos llevaría a Ezeiza.

Calle Moreno a marcha lenta, todavía con algunos en el estribo. Vuelta en Boedo, vuelta en Carlos Calvo. Neblina, humedad, garúa. Silencios con diálogo de miradas, que querían saber si vos sentías el mismo cagazo de pueblo raso, que sin entrenamiento a poco tendría que laburar de héroe.

Como por Carabobo, de otros colectivos, sentimos la música de la "marcha" cantada con letra de autor anónimo y "se va a acabar, se va acabar, la dictadura militar", "que al viejo le da el cuero", con lo cual se fue a la mierda la estrategia de pasar desapercibidos.

Más a la mierda se terminó de ir, cuando bajamos en Avenida del Trabajo. Unos cuatro o cinco mil cumpas, que también querían pasar desapercibidos, habían llegado antes y gritaban consignas frente a una barrera de la taquería que ?casualmente? había sacado permiso de portación de armas. Pistolas, FAL, tanquetas, gases, itakas, balas de goma y de las otras. No sé por qué se resistían a darse cuenta que queríamos pasar desapercibidos y así pasar. Miles de voces gritaban de este lado y una sola del otro.

Empilchado de azul con corbata negra ?luto que sin saber o sabiendo llevaban por la muerte de Evita? y dos huevos fritos dorados sobre sus hombros, la voz decía que era el jefe del operativo, que compartía la causa y que no lo forzáramos a actuar. Como lo hacían en la cancha los compositores del tablón, cuatro o cinco mil voces invitaron al taquero a pasarse de este lado gritándole: "los que están con Perón, que se vengan al montón". Claro, no se quería entender que, si era peronista, por qué estaba del otro lado haciendo el laburo de la yuta.

Un sillón de ruedas y dos sombras negras
En la primera gaseada arrugamos todos, corriendo como si esta vez la consigna fuese "atrás mis cobardes". Algunos se refugiaron en las calles laterales, otros comenzaron a prender fuego para disipar los gases y nosotros, hurgando desesperadamente en el bolso de Rosa, buscando limón y bicarbonato para neutralizarlos.

Quién haya probado esta medicina sabe de qué estamos hablando. Para poder respirar hay que ser bien macho: los ojos te pican y llorás como cuando te dejó tu primera novia.

Rosa, Rosita para mé, era para los compañeros "la Marrón", aunque ella aseguraba ser canela. Siempre admiré los genitales masculinos, por no decir pelotas, que tenía ?la Marrón? en momentos como ese. Estaba pegada a mí y yo pegado a ella; las manos muy juntas, como dos pibes que no quieren perderse, selladas por un sudor frío y pegajoso. Cagados de miedo, pero firmes como los granaderos de la Rosada.

De pronto, en medio de la gaseada, como la puesta en escena de un milagro, salieron de la nada, un tullido en su sillón de ruedas y sombras difusas que poco a poco dibujaron en el humo blanco los negros hábitos de dos monjas.

Él, no se dejaba llevar y tampoco esperaba el giro completo de las ruedas que apuraba dándole impulso con sus manos. La que parecía más frágil de la figuras de negro deslizaba una a una las cuentas de un rosario. La otra, que había perdido la cofia en la corrida, empujaba desafiante el sillón con todas sus fuerzas.

Los tres encararon decididos la rampa de acceso a la autopista, envueltos en el humo de los gases. Las fuerzas policiales, que contemplaban la escena, tan azorados como nosotros, los miraron pasar. En realidad no podían detenerlos. ¿Quién iba a ser culo de apretar el gatillo? No sabíamos si no se les ordenaba actuar o a nuestro "compañero" de azul ?el de los huevos fritos? no le daban las bolas para reprimir a un tullido tracción a sangre y a dos de las esposas de Dios.

A poco se detuvieron los que habían corrido en desbandada. También comenzaron a asomarse los que estaban escondidos y hasta los que alimentaban las fogatas quedaron congelados ante el espectáculo. Por un momento, no se gritaron consignas y tampoco el altavoz emitió sonido alguno. Todo estaba como detenido en el tiempo. Solo esas tres figuras se movían caminando hacia la rampa de la autopista.

Callados y presurosos, apretados para juntar coraje entre todos, nos encolumnamos detrás de las dos monjas y de quien, sin piernas, abrió paso mostrándonos por dónde era el camino a Ezeiza.

La vida por Perón
Un cielo gris, en el que se dibujaban nubes más grises, acompañaba la peregrinación a Ezeiza. Después de la primera escaramuza en Riccheri y Avenida del Trabajo, cada cual corrió por la libre bajo una cortina de gases y lluvia. Parece mentira que en situaciones límite se piense; que haya tiempo para pensar.

¿Qué será de los chicos si nos pasa algo? Si nos pegan un tiro los viejos se mueren del corazón. ¿Por donde andarán los otros compañeros? Las caras de los hijos: Luis y Guillermo y los lagrimones de Gloria ?esa que quería ser nuera? aparecieron nítidamente, como cuando nos despedimos.

En realidad, si nos preguntaban si estábamos dispuestos a morir, habríamos dicho que no. Y la pregunta del millón fue entonces ¿dónde quedó aquello de "la vida por Perón??

La idea del martirio, de dejarse comer por los leones, por lo menos en ese momento, no era peronista; no quería ser. Y allí, en medio del quilombo más espantoso, es cuando se descubre que se quiere vivir. Que la vida está por sobre todo. Vivir por lo que uno cree; por lo que se ama. Sí, seguir viviendo para hacer realidad las utopías soñadas. ?La vida por Perón? cobró entonces otro sentido: el de vivir por Perón, vivir por lo que creíamos, por los sueños que había que hacer realidad, que era como vivir por nosotros mismos. Y del cagazo de morir sacar la heroica de seguir corriendo.

Escudos, palos, más gases, balas de goma y de las otras. Algo parecido a un quilombo de empujones, palazos y heridos, ambulancias, encanados y compañeros en el suelo quietos cormo muertos. Nosotros a puro bicarbonato y limón, pintábamos las caras de blanco, como dos payasos escapados de un circo. A esta altura, lágrimas, mocos y lluvia eran una misma cosa.


Después, en la General Paz, esquivando las balas de los helicópteros, corrimos y nos ocultamos mil veces. Temíamos a las balas de goma que también duelen, pero más a las de plomo, que también matan.

Corrimos hasta no dar más y nos ocultamos hasta no dar más. No sé cómo llegamos a la villa. No sé cómo nos metimos en un rancho, donde llovía adentro más que afuera. No sé cómo una botella de ginebra fue protagonista, reina y señora del "chupipase". De entrada, calentaba a otros y casi enseguida a todos. Cuando nos tocó a nosotros, también la chupamos. Los que estábamos ahí no nos conocíamos, jamás habíamos estado juntos antes. Sin embargo sabíamos quienes éramos, unidos en la comunión de una lucha, compartiendo un brindis de miedo en un cáliz de ginebra. Después en silencio, sin presentaciones ni despedidas, fuimos saliendo. Casi sin vernos, más aún para no vernos nunca más.

La suma de todos los miedos

En otro momento hubiésemos tenido vergüenza de pedir permiso en una casa para echarnos un meo. Pero dicen que la necesidad tiene cara de hereje y las ganas habían cambiado nuestras caras de todos los días en caras de herejes.

La mujer se nos adelantó facilitando el encuentro. Estaba parada en la puerta de su casa, mojada como nosotros, con los brazos cruzados bajo sus pechos, tiritando a tal punto que al principio nos costó entender que decía. "¿Van para Ezeiza? Qué locura; mi marido salió temprano, con vecinos del barrio". Le pedimos permiso y pasamos al baño; no sacamos las ganas y las camperas, estrujándolas como un trapo de piso. El agua que chorreaba la sentimos tibia al contacto con nuestras manos moradas de frío y nos las pusimos otra vez.

Cuando salimos, la dueña de casa seguía en la puerta de calle: "Estoy muy preocupada, él quería ir a buscar al General". Le dijimos que se metiera en la casa, que se iba a pescar un resfrío. Temblando de frío y de nervios, insistía en la preocupación por la suerte de su esposo. Rosita se acercó, pasándole una mano sobre los brazos cruzados, como para calmarla, le dijo: "yo por eso estoy acompañando al mío, para no preocuparme".

Más adelante los vecinos de los departamentos de Villa Madero, nos alertaron de la encerrona que estaban preparando tropas del ejército y de la policía. Elegimos el camino de las vías, lo más lejos que podíamos estar de la ruta y de la barrera. Una Itaka salida del baúl de un patrullero, no tan cerca pero no tan lejos, nos mandó cuerpo a tierra abajo del terraplén. En el camino del cuerpo a tierra me di cuenta que "la Marrón" también estaba en la trayectoria de las balas, pero los compañeros la habían empujado y medio segundo después caía arriba mío.

Y otra vez a correr. De pronto, las vías que creíamos muertas cobraron vida cuando una señal anunció la venida de un tren que no tenía que venir. Había que moverse rápido, el silbido se sentía cada ver más cerca. Siempre mirando hacia atrás, en medio de un puente embarrado con una improvisada baranda humana, de la que se agarraban los que tenían vértigo y los que temían resbalar por los durmientes también amasados en lodo, todos llegamos del otro lado, convencidos de que ese día, superando nuestros miedos, estábamos haciendo historia.

Un día en el que también aprendimos cuan difícil es para hombres y mujeres comunes laburar de héroes.

Promesa, peregrinación

Cuando nos creímos perdidos, las huellas que cientos de compañeros habían dejado en un pastizal, nos señalaron que por ahí se iba a Ezeiza. Un tanque oculto entre los yuyos, que nos vio pasar, nos paralizó la sangre, pero no hizo nada. Claro que todo no era de barro y frío; pero otras cosas nos calentaron el alma.

Ver a los compañeros encaramados en los tanques, chamuyándose a los soldados y suboficiales. Cruzando a nado un río color negro. A una anciana de ochenta largos, arropada con una bandera argentina, que arrastraba sus pies caminando con mucha dificultad y que al verla, desde un camión, alguien le tendió una mano invitándola a subir. Invitación a la que abuela respondió: "no gracias; hace tiempo hice la promesa de que si Perón volvía, lo iba a buscar caminando". Los pausados movimientos de su cuerpo y el lento arrastrar de sus pies, enseñaban cómo se cumple una promesa y el recogimiento, la mística de una solitaria peregrinación. Lo demás está en los diarios. La historia grande del 17 de noviembre de 1972 ha sido contada mil veces por mil cronistas e historiadores y analizada desde todos los ángulos posibles por opinólogos, filósofos electrónicos e intelectuales del papel. La estampita de Rucci con el paraguas, que Lanusse lo quería
tener en cana, que el Coronel Cornicheli, que el charter, que los artistas, que lo querían matar. Cada uno de los que participaron aquel día podría escribir su versión de ese pedazo de historia. La de la historia chica, la que habían protagonizado como simples actores de reparto.

El diario del día después
Nosotros estuvimos ahí. Casi sin saber; por vos, por otros como vos, por nosotros mismos, por los que amábamos, por los que no conocíamos. Al otro día lo vimos en Gaspar Campos. Ya estaba de vuelta en su tierra. Cuando salió a la ventana a saludar, tu abuela se desmayó después de gritar..."Macho".

Como generación es cierto que no pudimos hacer realidad muchos de los sueños soñados, pero tampoco podemos negar la actitud heroica de todo un pueblo, del cual fuimos parte, que luchó en la Resistencia y que fue capaz de hacer posible el retorno del General a su tierra.

Ese día todo fue festejo, en el que se mezclaban esperanzas y alegrías. Mi cumpa Muzzo le dijo a su mujer: "esta noche encargamos un machito". Luego fue una hija, María Eva. El tano se conformó diciendo: "a las hijas mujeres hay que quererlas igual".

Se venía la oportunidad de soñar despiertos con los grandes cambios. No sospechábamos el quilombo y la represión más salvaje de que se tiene memoria. Cómo saber que Balbín saltaría la tapia. Que los montos, sin querer o queriendo, salieran a destiempo a plantear una lucha que no tenía destino. Que en el medio se nos moriría el Viejo. Que Luder, como siempre, no podría ser del todo; que Isabelita tampoco podría ser lo que no era. Luego, los Falcon verde y el terrorismo de Estado, los desaparecidos.

Pero ese es el diario de muchos días después; otra historia. Fue una de las pocas veces que tuvimos al General ahí nomás, vereda por medio, tan cerca, sin darnos cuenta que siempre estuvo en nosotros. Sus ideas de justicia y libertad fueron para nuestra generación una guía. La razón por la que nuestros muertos están vivos, la conciencia de un destino, la eterna llama que mantendrá jóvenes y encendidos nuestros corazones.

Realineamientos.

Por Horacio Verbitsky. Página 12


El gobierno nacional deja atrás las peores consecuencias políticas de la derrota por las retenciones móviles y al mismo tiempo encara una salida progresista de la crisis económica.




A cuatro meses del fracaso para establecer el régimen de retenciones móviles el gobierno nacional ha superado buena parte de las consecuencias políticas de aquella derrota. El Senado aprobó el presupuesto 2009 y Diputados reformó el sistema previsional con mayorías tan amplias que se acercaron a los dos tercios de los votos. Al mismo tiempo ha encaminado la defensa de la economía argentina frente a la gravísima crisis internacional con medidas que implican una salida progresista frente a las dificultades externas. También lo eran las retenciones móviles, cuya capacidad de previsión ha quedado demostrada con largueza en los últimos cien días, pero ahora le ha sumado la eficacia política que le faltó entonces. Así está aventando al mismo tiempo el fantasma de la ingobernabilidad y el temor a la inestabilidad económica. Esto no significa que la mayor hecatombe de las finanzas que haya conocido cualquier ser humano viviente que tenga menos de 85 años y la recesión global en ciernes que se anuncia como la más grave desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial pasarán de largo sin daños. Pero serán menores a lo que ocurrió en las últimas décadas con las crisis financieras mexicana y asiática y en comparación con lo que podría suceder si el gobierno estuviera en manos de cualquiera de los líderes argentinos de los últimos cincuenta años o de los que aspiran a serlo.



No es en absoluto una casualidad que el sistema de capitalización ideado para los ancianos de Subamérica por el Banco Mundial agonice y muera en el mismo momento en que la quiebra clamorosa de la ingeniería financiera especulativa de la que fue exponente permite la elección para la presidencia del mundo de un outsider como el senador Barack Hussein Obama, lo cual abre perspectivas interesantes para la Argentina, cuyos gobiernos de Néstor Kirchner y CFK fueron los primeros y los más radicales en cuestionar el funcionamiento del sistema surgido en 1944 en Bretton Woods. La votación del jueves comenzó a desactivar la bomba de tiempo que dejó el neoliberalismo en su retirada. Con el sistema que la semana próxima será derogado nadie cobraría por capitalización individual más que por el sistema de reparto y las mujeres estaban condenadas a cobrar menos que los hombres porque las tablas de cálculo financiero penalizaban la mayor expectativa de vida femenina.



Bloques



Como efecto no buscado pero consecuente con estas definiciones se asiste a un realineamiento político en los términos que el gobierno planteó en sus primeros años, no como la emergencia de nuevas coaliciones electorales sino como acuerdos en el Congreso, la sede de la soberanía popular que durante la presidencia de CFK ha adquirido un rol cada vez más determinante, con una calidad de funcionamiento que sólo de mala fe se puede negar. Quienes prefieren llamarlo la escribanía del gobierno o fruncir el ceño por el nivel de algunas intervenciones harían bien en ver u oír alguna sesión del más antiguo y prestigioso parlamento del mundo, donde los jefes de las bancadas se llaman látigos y tienen facultades para separar del bloque a aquellos legisladores que se oponen a las decisiones del partido por el que fueron electos. Sólo el pintoresco cruce entre María América González y Patricia Bullrich se aproximó a la intensidad de los debates en Westminster.



El Frente para la Victoria emerge de esta coyuntura como el eje organizador de una amplia coalición que se extiende hacia la izquierda, abarcadora del socialismo, el SI, el Encuentro Social y Popular, los radicales del Consenso Federal y los monobloques de Miguel Bonasso y Claudio Lozano. Para lograrlo aceptó una negociación política en la que introdujo varias modificaciones al proyecto del Poder Ejecutivo. Las más importantes:



- Inclusión en su texto del consejo consultivo del Fondo de Sustentabilidad de la ANSES, que ya administra casi 25.000 millones de pesos. Lo integrarán representantes de los jubilados y pensionados, de la CGT y la CTA, de la Cámara de la Construcción, de la Unión Industrial y de las Cámaras de bancos.



- Reglamentación legal sobre el destino de los fondos. Como no se trata de dinero sino de posiciones de las AFJP, se respetó el reglamento vigente para no crear un desbarajuste a las empresas nacionales en las que se invirtieron. En cambio se prohibieron las inversiones en el exterior.



- Los fondos sólo podrán destinarse al pago de los beneficios previsionales. El excedente se invertirá en la economía real, en procura de un círculo virtuoso, creador de empleo y sustentabilidad del propio sistema.



- Se garantizará el empleo a los trabajadores de las AFJP.



Lo que queda de la UCR, la Coalición Cívica Libertadora y el Pro macrista asumen un sesgo de centro derecha cada vez mejor definido. Esto tampoco implica que vayan a coincidir en alguna boleta electoral. Por el contrario, no es imposible que en el próximo turno vuelvan a reunirse al menos en Santa Fe las fuerzas que responden a Elisa Carrió y a Rubén Giustiniani, pero cuando se trata de decidir sobre cuestiones de fondo, el apego de los socialistas a sus principios históricos limita el zigzagueo oportunista de la chaqueña, que sigue el dictado de otras voces. Su afirmación de que los fondos previsionales caerán en manos de una banda de ladrones hace descender al nivel de una letrina el debate político y agravia no sólo al gobierno sino al conjunto del electorado. No es una paradoja menor que al mismo tiempo el kirchnerismo se encierre en el círculo más reducido del justicialismo tradicional y en el cierre de listas bonaerenses no haya dejado espacios provinciales a quienes llegaron el año pasado por medio de las colectoras, como los intendentes del conurbano Francisco Gutiérrez, Darío Díaz Pérez y Darío Giustozzi, limitados a competir ahora por la conducción justicialista de sus respectivos municipios, mientras los barones del conurbano, como Mario Ishii, Raúl Othacehe o Alberto Descalzo consolidan su control del aparato apolítico, aideológico y amoral que construyeron bajo el duhaldismo hoy en disolución. La construcción de un sistema político menos contradictorio sigue siendo un horizonte lejano.



Ideologías


Esta descripción de la realidad resultará sin duda chocante a quienes consumen y reproducen las representaciones ideológicas de las alarmadas clases dominantes, que van desde las lamentaciones por la propiedad privada y la seguridad jurídica de la Cámara de Comercio Argentino Estadounidense, la Asociación Católica de Dirigentes de Empresas, la Unión Industrial o la Asociación Empresaria AEA, hasta los clamores de la Coalición Cívica Libertadora por un presunto saqueo o los vaticinios de derrumbe del gobierno en las columnas políticas de La Nación. En un caso son advertencias amenazadoras y en otro expresión de deseos desvinculada de cualquier objetividad. Todos ellos preferirían respuestas a la crisis parecidas a la del gobierno menguante de George W. Bush, que echó mano a los fondos públicos para auxiliar a las entidades financieras y también a ciertas empresas industriales, mientras se rematan las viviendas de trabajadores y pequeños empresarios. Aquí, en cambio, el gobierno asume su responsabilidad como garante de última instancia de los ingresos de los más vulnerables y su principal inquietud es reducir al mínimo la destrucción de empleos. Hasta un analista tan liberal como Natalio Botana reconoció “lo que este gobierno ha hecho en materia previsional, sobre todo en relación con el haber mínimo”, en una columna disonante con las habituales de La Nación. Para decirlo con más precisión, habría que retrotraerse a 1955, cuando el derrocamiento de Juan D. Perón puso las cajas jubilatorias en las ávidas manos de gobiernos menos incapaces que indiferentes a la suerte de los trabajadores activos y, con más razón, retirados. La idea del saqueo que intenta instalarse desde esas trincheras es indigna de la calidad intelectual de algun@s de sus emisores y no soporta el cotejo con la realidad. Lo mismo vale para la presunta afectación de la propiedad privada, el desconocimiento de la seguridad jurídica, la intangibilidad de los recursos, la afectación del mercado de capitales o el apuro con que se trató la ley.



- La seguridad jurídica. El sistema creado durante la primera presidencia de Carlos Menem por su ministro de Economía Domingo Cavallo tuvo el mismo origen que su derogación ahora: una ley del Congreso. Pero mientras aquel régimen contrariaba las disposiciones constitucionales votadas por unanimidad en la Convención de 1957, éste las realiza. La incorporación de los trabajadores al sistema de capitalización no fue voluntaria, ya que para permanecer en el de reparto era necesario formularlo por escrito en un lapso fulminante. Luego del reclutamiento inicial la fuente de incorporación de ocho de cada diez afiliados a las gerenciadoras privadas fueron los denominados indecisos. El único derecho adquirido de los trabajadores es la percepción de un haber digno en el momento de la jubilación. Los catorce años transcurridos desde la creación de las primeras administradoras muestran que ninguna de ellas está en condiciones de satisfacerlo. El Estado debió acudir para subsanar esta incapacidad, tanto mediante el otorgamiento de una prestación a quienes por falta de empleo estable o de aportes suficientes no tenían ninguna, como mediante el pago de un suplemento a los mínimos provistos por las entidades financieras. Al desarmar el andamiaje financiero que pesaba sobre los recursos previsionales todos los jubilados mejorarán sus ingresos.



- La propiedad privada. Durante los tres lustros de vigencia del sistema que el Senado terminará de modificar esta semana las AFJP manejaron los fondos propiedad de los trabajadores como si fueran propios. Cobraron por la administración de este mercado cautivo comisiones extravagantes, incomparables con las que sus bancos accionistas perciben por la gestión de las cajas de ahorro o las cuentas corrientes voluntarias. Incluso obtuvieron un decreto del gobierno de la Alianza que les permitió entrar a los fondos individuales para cobrarse las comisiones cuando sus titulares no tenían ingresos sobre los cuales aportar. Los beneficios por comisiones superaron los veinte mil millones de pesos, a pesar de que las inversiones que realizaron con esos fondos no fueron las mejores. Durante los años en que el criterio de egoísmo intergeneracional de Cavallo redujo los aportes de los trabajadores del 11 al 5 por ciento, la mitad de esos aportes se fueron en comisiones. En el promedio de vida del sistema ascendieron a un tercio de los aportes. Recién cuando el Poder Ejecutivo envió el proyecto de reforma al Congreso las empresas gerenciadoras ofrecieron reducirlas en forma sustancial, tardío pero categórico reconocimiento de la práctica abusiva con que lucraron a expensas de sus empobrecidos clientes.



- La intangibilidad. Este reclamo de pura demagogia tiene alto impacto entre las personas que menos conocen de cuestiones económicas. Su aplicación estricta implicaría guardar todos los billetes aportados en una caja de seguridad, que recién se abriría en el momento de la jubilación de cada titular. Ni siquiera con la ayuda del INDEC/Moreno se evitaría la depreciación de esos recursos. Aplicar esos fondos a inversiones productivas es parte de un círculo virtuoso creador de riqueza y empleo, que la oposición demoniza como un robo.



- El mercado de capitales. La creación del sistema privado y la rebaja de las contribuciones patronales desfinanciaron al Estado, que fue el principal tomador de fondos a interés de las AFJP. Nunca el Estado fue tan bobo. Cedió ingresos propios que administraba a bajo costo y para cubrir el déficit subsecuente tomó esos mismos recursos en préstamo a altas tasas. Según los años, de cada 10 pesos recaudados entre 6 y 8 pesos se prestaron al Estado. Las empresas dicen que lo hicieron obligadas por el Estado, pero nunca se las oyó reclamar con la energía que ponen ahora. Otras colocaciones fueron realizadas en el exterior, sin tomar recaudos que impidieran situaciones expropiatorias como las que plantea ahora la justicia de Nueva York, que ha congelado fondos de los jubilados argentinos para pagar a los especuladores que invirtieron en los denominados fondos buitre.



- El apuro. La oposición empresarial, política y periodística señala que un sistema de previsión social no puede modificarse de apuro, sino como consecuencia de una larga deliberación en la que todas las opiniones sean escuchadas. Este razonamiento, admisible en tiempos normales, no soporta el análisis en situaciones de catástrofe como las que atraviesa hoy el mundo. Menos tiempo necesitó Henry Paulson para negarse a socorrer a Lehman Brothers, con lo que precipitó la corrida, y el Congreso de los Estados Unidos para tratar el programa de rescate de los bancos por 700.000 millones de dólares. Qué la respuesta rápida se considere meritoria en un caso y no en otro sólo depende de quiénes son los beneficiarios en cada uno. Por otra parte, la discusión acerca del sistema jubilatorio no llevó un mes, sino quince años, desde que el menemismo abrió esa caja de Pandora.

No todo tiene precio

Por Roberto Caballero Revista 23

"La revista Noticias pretendió instalar que Nuestros Artistas Populares fueron comprados por la Secretaría de Medios K. Para hacerlo, se valieron de facturas provistas por un blogger que añora a Neustadt y que fueron difundidas por Internet en sitios “serviciales” como Seprin y Urgente 24. Si las cosas llegaran hasta ahí, podría haber sido un brulote cínico más de una línea editorial banalizada. Pero averiguamos y descubrimos algo más grave: la información de esa tapa estaba descontextualizad"

En la Argentina, los Poderosos nos hicieron pagar todas sus crisis: La del ’30, el Rodrigazo, la Deuda Externa, la “híper” Alfonsinista, el “Corralito”, y en todas y cada una de ellas el retorno a cierta armonía se produjo después del traspaso formidable de divisas desde los sectores menos favorecidos a los más encumbrados en la pirámide social.

¿Cómo se logra esa revolución a la inversa? ¿Cuál es el secreto para convencer a la mayoría de que sus derechos son relativos y lo único absoluto es la renta sagrada de unos poquísimos?

Mediante el miedo.
En sus reflexiones sobre los “Tiempos líquidos”, el filósofo Zigmunt Bauman habla del miedo como un naturalizador de conductas de supervivencia, que nos convierte en máquinas adaptables a cualquier alternativa a la muerte física o social. Es por miedo que los obreros aceptan bajas salariales con tal de no quedar desocupados, es decir, socialmente inertes. Es por miedo que los intelectuales se burocratizan y monologan, en un País donde la controversia política y cultural fue un delito que se pagaba con la desaparición.
El miedo es, en definitiva, el mayor disciplinador que se conozca. Es como un azote interno. Como una patada eléctrica en lo profundo del ser, que convierte a la persona en esclavo de circunstancias que deciden otros. Delata en la ESMA aquel atormentado que quiere sobrevivir, aunque vaya a hacerlo por el resto de su vida rodeado de fantasmas de traición. Se calla el artista que sabe que su nombre en una lista negra le costará, si no su pellejo, el pan de sus hijos. En fin, la Sociedad en pleno responderá sumisa si la disyuntiva es cualquier cosa o la catástrofe.
El miedo, que nos predispone para lo peor, genera, a su vez, estrés, enfermedad que tiene, según los especialistas, 3 fases: 1) 1 reacción de alarma en respuesta a un factor de tensión que activa el sistema nervioso autónomo; 2) una de resistencia mientras el cuerpo se aclimata y ajusta al factor de estrés, y 3) una de fatiga, si la tensión persiste por mucho tiempo, agregándose factores residuales que pueden llevar, incluso, a la muerte.
¿Qué sucede con la Sociedad si está bombardeada permanentemente con noticias catastróficas como “A Ud lo van a echar del trabajo”, “Le robarán sus ahorros jubilatorios”, “Un pibe chorro lo espera en cada esquina para matarlo” o “Ud no puede confiar en nada ni en nadie”? Se estresa. Baja las defensas. Acepta lo que no hubiera aceptado. Se adapta a las circunstancias. Cambia, en definitiva. Por miedo.
Los que trabajamos y no le debemos nada a nadie venimos reconstruyendo, desde el sablazo del 2001 para acá, y con saludable esfuerzo, un imaginario Popular que ponga las cosas en su lugar. Hay ideas consensuadas en lo peor de aquella crisis que nos permitieron salir del pozo. Son los valores de la reconstrucción encarnados en símbolos que no son de ningún Gobierno, tampoco del Peronismoista, que pertenecen al conjunto social.
A saber, y por citar sólo 3: La lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pilares de la Dignidad y la Justicia; los Dirigentes Sociales que se opusieron a las Políticas Desindustrialistas de los ’90, los mismos que recuperaron fábricas y contuvieron, como pudieron, en organizaciones imperfectas pero eficaces, a los que se iban cayendo del sistema por desidia empresarial; y también los artistas Populares, como Mercedes Sosa, León Gieco y Teresa Parodi, que vienen hace décadas cantando los que nos pasó y nos pasa, apoyando todas las peleas que fuimos dando por una Sociedad más Justa y Solidaria. Ellos son los creadores de la música con la que arropamos a nuestros hijos, los que nos acompañaron en nuestros noviazgos y en los divorcios. Para cada momento hubo una melodía creada por ellos con esa generosidad y sensibilidad que les reconocemos.
Todos ellos son parte de nuestro imaginario sociocultural de posguerra, ese del que nos abrazamos para no caer cuando los capitales fugaban y nadie daba 2 centavos por este País. En su última edición, la revista Noticias pretendió instalar desde su tapa que nuestros Artistas Populares fueron comprados por la Secretaría de Medios del Gobierno. Para hacerlo, se valieron de facturas provistas por un blogger que añora a Bernardo Neustadt y que fueron amplia y fervorosamente difundidas por Internet desde sitios “serviciales” como Seprin y Urgente 24. Si las cosas llegaran hasta ahí, podría haber sido, solamente, un brulote cínico más de una línea editorial banalizada. Pero cuando comenzamos a averiguar descubrimos algo más grave que eso: la información que debía sostener esa tapa estaba descontextualizada, no se publicaban los descargos de los aludidos y hasta las opiniones que secundaban el artículo central, como la de Peteco Carabajal, eran inexactas. Todo eso puede leerse con detalle en una nota minuciosa de Diego Rojas que comienza en la página 52 de este número de Veintitrés.
El objetivo declarado de la revista fundada por Jorge Fontevecchia era alertar sobre la cooptación oficial, haciendo abuso de fondos públicos, de artistas que los ayudaran a revertir su imagen negativa. Sin embargo, el mensaje subyacente era otro: El Gobierno mete mano en las AFJP, necesita dinero para hacer caja, la caja le sirve para comprar lealtades y los artistas se dejan sobornar porque sólo los mueve la ambición del dinero. Hace 2 meses, la misma revista lanzó una acusación parecida que involucraba a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a quienes calificó de “escudos éticos” del Kirchnerismo.
Pese a que nada hay de reprochable en la opinión, más de 100 destacadas figuras del Campo Cultural se sintieron indignadas por el fallido enfoque de Noticias, que enloda trayectorias sin otro motivo que dar una noticia moralmente catastrófica: No se puede creer en nada ni en nadie, ni en los artistas, ni en las Madres y Abuelas.
Leonardo Favio, Peteco Carabajal, José Pablo Feinmann, Carlos Ulanovsky, Eliseo Subiela, Felipe Pigna, Susana Rinaldi, León Rozitchner, Leticia Brédice, Edgardo Esteban, Noé Jitrik, Adrián Paenza, Juan Sasturain, Horacio Fontova, Vicente Battista, Lito Vitale, Horacio González, Liliana Herrero, Guillermo Saccomanno, Graciela Borges, Rep, Daniel Santoro, Rodolfo Braceli, Ana María Shua, Luis Farinello, Adriana Lestido, Juan Palomino, Gloria Carrá, Ignacio Copani, Horacio Verbitsky, Tristán Bauer y Torcuato Di Tella son algunas del total de 100 personalidades del Campo Cultural que suscribieron la Carta Abierta en Solidaridad con los artistas agraviados.
No es casual que toda esta gente se exprese. Las “listas negras” son aborrecibles y remiten a lo peor de la trágica Historia Nacional. La creación necesita libertad y no editores morales que le señalen el rumbo bajo la deleznable amenaza de ser acusados de “vendidos” o “sobornables”. Esa idea es irritante para una Mayoría Social que cree que no todo tiene precio, como postula el editorialista de Noticias en el nº de la polémica.
Decía Rodolfo Walsh, hace ya mucho tiempo: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los Trabajadores no tengan Historia, no tengan Doctrina, no tengan Héroes y Mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La Historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.
Las Madres y Abuelas son nuestras. Los artistas populares también lo son.
Ellos nos recuerdan que estamos acá, en esta Democracia balbuceante todavía, porque antes otros pelearon para que esto suceda. Así podemos sentirnos continuidad y transmitir a nuestros hijos los valores que garanticen más temprano que tarde una sociedad mejor, digna de ser vivida. Los dueños del poder y del dinero se empeñan en presentarnos como única alternativa una realidad vacía de convicciones, donde ganen los que tienen la fuerza y no la razón, y donde las ideas ya no sean las que mueven al mundo, como sucedió siempre, sino que apenas lo entretengan del tedio por sobrevivir sin otro anhelo que la propia supervivencia.
En ese escenario todo tiene precio. Todos somos mercancía. Y, entonces, nada vale la pena.
En el firmamento mediático, Veintitrés es diminuta. Irreverente, pero pequeña. La mayor fortaleza de este colectivo de trabajo es que cree en lo que dice. En “Reflexiones sobre nuestro tiempo”, el filósofo Alan Badiou escribió: “Tenemos que ir contra la corriente, incluso, y principalmente, cuando hay un consenso aparente, sólido, generado por ideas retrógradas: aquí vale la disciplina de la convicción, aunque se esté en ruptura total con el consenso en toda su capacidad”.
Eso mismo tratamos de hacer edición tras edición. Somos tributarios de un montón de gente que nos lee porque ya lo sabe. Decimos lo inconveniente porque alguien tiene que decirlo. La antropología futura necesitará de nuestra forma de ver las cosas para completar el panorama de lo que sucedió desde una mirada amplia y plural, es decir, verdadera. Y desde esa mínima autoridad que a veces da la coherencia en el discurso es que venimos a decir: no nos gusta.
No nos gusta que el obsceno ataque a nuestros Artistas Populares provenga de un sector empresario que durante la Dictadura creció gracias a la pauta publicitaria oficial de Videla, Viola y Massera, mientras una generación completa era diezmada por el Terrorismo de Estado; que durante los ’90 defendió a Cavallo y Dromi, y su Política de privatizaciones que enajenó el Patrimonio público y generó un bolsón de pobres y desocupados funcional a la baja de salarios que necesitaba la reconversión productiva y financiera del establishment; y que en el 2001 salió a pedirle al Estado que pesificara sus deudas en UU$A, a costa del sacrificio de millones. No de plata, de personas.
No nos gusta que se esté preparando un nuevo saqueo para rescatar de la crisis a los mismos de siempre. Tenemos una certeza: Una vez más, el establishment va a buscar quebrar la experiencia social que vertebró, con sus idas y vueltas, una agenda Política donde nadie se expresa, al menos en público, contra la inclusión social, la ocupación plena y el respeto irrestricto a los Ds Hs, valores que trascienden largamente al Peronismo, y que son logros de todos.
Y aquí volvemos al comienzo ¿Cómo nos convencen de que bajemos los brazos? ¿Cómo hacen para desalentarnos? ¿Cómo logran que dejemos de creer en nuestras oportunidades como Sociedad? Nos crean inseguridad. Nos meten miedo. Porque saben que con eso nos pueden convencer de aceptar el precio de esta nueva etapa “Hood Robin” que se avizora. Y no sólo eso: Vacían de cualidades todo aquello que forma nuestro capital simbólico, castigando a sus representantes.
Entonces convierten lo virtuoso en sospechoso. Lo digno en pasible de ser sobornado. Lo bondadoso en perverso. Y la organización que pueda resistir sus propósitos, en una maquinaria corrupta, malvada y perversa.
Yago Di Nella, director fundador de la Cátedra “Marie Langer” de Salud Mental y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de La Plata, es el autor de un magnífico libro titulado Psicología de la dictadura (El experimento Argentino psico-militar, ensayo de psicología política). Para él, el ataque a figuras emblemáticas de la cultura popular responde a 2 cosas: “Desde el punto de vista de la psicología de masas hay que pensar qué provoca que la sociedad pierda a sus referentes culturales. En nuestras sociedades, tal como están conformadas, la referencia cultural es la que ganó más credibilidad en la comunidad. Frente al desprestigio de la política, de los liderazgos empresarios y hasta de los deportistas, los líderes que se expresan desde el ámbito de la cultura son quienes más enraizados están en nuestra sociedad. Atacarlos implica romper con los paradigmas de época que tienen que ver con el respeto a las libertades individuales e incluso con las autonomías colectivas. (...) No es casual que se los ataque: estos referentes construyen (...) posiciones ideológicas y prácticas sociales”.
Que son, podría agregarse, la contención a los planes disolventes de los que nosotros llamamos, desde esta redacción pequeña pero militante, los dueños del poder y del dinero. Está en nosotros reaccionar a tiempo para desbaratar sus maquinaciones. Hacer y hacer saber que estas luchas son continuidad de las luchas anteriores, y que nuestros referentes no son otra cosa que el espejo donde vamos a hallarnos cada vez que extraviemos el camino a la equidad social.
Ellos, nuestros artistas, son el testimonio de lo que fue, de lo que es y de lo que será. Ojalá el día de mañana no nos encuentre escribiendo un poema lúcido y amargo cuyo encabezamiento sea: “Fueron por las Madres y Abuelas y no nos importó. Fueron por los artistas populares y tampoco nos importó. Ahora están tocando nuestra puerta...”.
Estamos de cierre. Me dicen que tengo que terminar de escribir, aunque estaría toda la noche. Uno de los tipos que yo más quiero de esta revista, nuestro corrector, Claudio Díaz, me acerca un papel. Dice así: “Parafraseando a Arturo Jauretche, buscan que seamos un pueblo triste y descreído para fácilmente dominarnos, porque un Pueblo pleno de alegrías jamás será sometido”. Me emociona Claudio. Y me hace reflexionar sobre mis tristezas y alegrías.
Y entonces confieso que mis alegrías más grandes me la dieron mis hijos, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y León, y Mercedes, y Teresa, y Lito, y Adriana, y todos los Artistas Populares hoy denostados por una nota ruin. Este editorial va a impresión.Ya dijimos todo lo que queríamos decir.

Director de Veintitrés

LA ILEGALIDAD INSTITUCIONAL


Juan Pablo Feinmann Pagina12

Es hora de que la derecha en la Argentina se haga cargo de una realidad incuestionable. Ya que sigue llenándose la boca con las palabras democracia, república, instituciones, tiene que asumir una aberración de la cual es responsable y que ha acarreado enormes males para el país.
Entre el 16 de septiembre de 1955 y el 12 de octubre de 1973 la República Argentina vivió en estado de ilegalidad institucional.
Esta ceguera, esta obstinación, este odio, parecieran a veces no poder explicarse. Uno, que lo ha vivido, acaso se haya acostumbrado al clima de esos tiempos y a esas modalidades. “¿Por qué no puede venir al país Perón?”, era algo que no se preguntaba. Todos sabían la respuesta: “Porque los militares no lo dejan”. Nadie preguntaba por qué. No hace mucho, sin embargo, vi por televisión al joven ensayista Lucas Lanusse explicar la caída de Frondizi. Y cuando dio el motivo determinante les dijo a los teleespectadores:
“Ustedes hoy no lo van a creer. Pero todo fue porque el 18 de marzo de 1962 el peronismo había ganado las elecciones provinciales y eso no podía ser tolerado por el Ejército. Se anularon las elecciones y el día 29 Frondizi es arrestado y enviado a Martín García”.
Lucas Lanusse tiene razón. Alguien, cualquier joven, aunque sea argentino, al que hoy se le dice algo así no lo puede creer. ¿Qué pasaba? Intentemos explicarle la situación a un extranjero.
“Vea, en la Argentina había un partido totalmente mayoritario. Pero su líder no podía volver al país. Ni su nombre podía ser pronunciado. Los militares les cedían el gobierno a algunos civiles que lo aceptaban, transformándose en cómplices. No bien estos civiles otorgaban nuevas elecciones ganaba el partido proscripto. Entonces los militares echaban a patadas a esos civiles y empezaba de nuevo la farsa.”
Seamos insistentemente claros: obstinadas por excluir al peronismo de la vida institucional, las clases altas mantuvieron al país en situación de ilegalidad durante 18 años. A ver si entienden esto los señores que se adueñan de palabras que han pisoteado. Había otros caminos. En principio, el general Lonardi ya había dicho su célebre “Ni vencedores ni vencidos” no bien triunfó el movimiento sedicioso que encabezaba. Muchos sabían que el camino más racional era el de no proscribir al peronismo. Pero no. La trampa consistió en identificarlo con el nacionalsocialismo y – de este modo – así como los nazis estaban prohibidos en todos los lugares del mundo debía estar prohibido el peronismo en la Argentina. Esta ceguera pudo haber durado dos años, tres. Se eternizó. La Revolución Libertadora se denominó a sí misma (además de “Libertadora”) “gobierno provisional”. Su nombre completo era: “Gobierno Provisional de la Revolución Libertadora”. No, de ninguna manera. Seamos, otra vez, contundentemente claros: la “Revolución Libertadora” no sólo no fue un “gobierno provisional” sino que gobernó el país durante 18 años. ¿Está claro? Tuvimos 18 años de “Revolución Libertadora”. Todo se hizo según la ideología de la Revolución Libertadora. Si Aramburu fue quien desplazó a Lonardi para implantar el feroz antiperonismo que se adueñó largamente del país, su determinación de desperonizarlo se mantuvo inalterable. Ya sea para desperonizarlo como para evitar que se peronice. El Decreto 4161 nunca se derogó. Siempre estuvo vigente. La Argentina vivió 18 años bajo el imperio de ese decreto. Se pudo nombrar a Perón, de acuerdo. Pero el peronismo no podía ingresar al ámbito institucional. Si lo esencial del Decreto 4161 era expulsar al peronismo de la polis ese decreto duró 18 años. Además, el repugnante escamoteo del cadáver de Eva Perón se mantuvo inalterable. Todo esto lo determinaba el odio y el miedo. Evita en el país los hacía temblar. Las masas acudirían a cualquier lugar en que la enterraran y sería imposible contenerlas. Las masas –a esta altura de la Guerra Fría, de la Doctrina de la Seguridad Nacional– no sólo eran el peligro del “peronismo” sino el del camino al comunismo, ya que las masas para las clases altas y los militares son sinónimo de marxismo, de disolución, de peligro. ¿Hay alguna autocrítica por esto? ¿Alguien ha pensado la violencia extrema que esto implicaba?
Si José Claudio Escribano quiere creer que con la muerte de Aramburu “se abrió formalmente un largo período de violencia en la Argentina” puede creerlo. Pero está equivocado o miente o elabora el esquema ideológico que le permitirá defender los intereses que defiende. La muerte de Aramburu no inaugura el período de violencia en la Argentina.
Lo inaugura, suponiendo que la violencia se inaugura en algún momento en lugar de haber estado siempre presente, el bombardeo de 1955. Pero sobre todo: es la violencia institucional la que arroja a la juventud a la violencia. También a los obreros, a los sindicalistas, a los hombres del Cordobazo, del Rosariazo, del Mendozazo. ¿Cómo es posible pretender amordazar a un país por 18 años y que algo no estalle? ¿Cómo pudieron ser tan torpes, tan brutos, cómo pudieron odiar tanto, temer tanto, perseguir tanto? El Sistema de Exclusión del Peronismo (SEP) buscó mantenerse a cualquier precio. Se burló de todos y de todo. Tuvo miles de responsables. Todos son cómplices. Los que hicieron la Junta Coordinadora. Los que hicieron la Reforma Constitucional. Los “partidos del comisario” como la Unión Cívica Radical del Pueblo de Balbín. Alfredo Palacios y su porte de patriarca socialista. Todos los protagonistas del SEP son cómplices de la tragedia a que se llegó. Ellos crearon la violencia. Que yo sepa (y alguna vez hay que reconocerle algo a Sabato) fue Ernesto Sabato el único que denunció las torturas de la Libertadora. Todos los demás fueron cómplices del error demencial de la oligarquía terrateniente, del Ejército, de los grupos financieros que se fueron consolidando con la entrada del Fondo Monetario Internacional y la Iglesia.
Básicamente los sectores que el tosco, torpe, pero sincero Roulet (dirigente agrario) señaló como los baluartes que en la Escuela le dijeron habían hecho el país. “Mi maestra me dijo que el país lo hicieron la Iglesia, el Ejército y el campo.” ¡Claro que sí! Eso se dice en la Escuela. Esa es la educación argentina. Eso se nos ha enseñado autoritariamente a todos. Una doctrina que atribuye la creación del “maravilloso” país en que vivimos a sus sectores dominantes. Esa educación –que tan abierta e ingenuamente enuncia el señor Roulet– es el resultado de un hecho de poder. Es la educación de los ganadores de las guerras civiles del siglo XIX. Todos creen que es “nuestra” educación. No lo es. Es la educación que diseñaron las clases altas para educarnos a todos según sus valores. Si La razón de mi vida es un hecho educacional deleznable, no lo es más que la educación impuesta por la oligarquía. ¿Por qué he tenido que leer Juvenilia, el libro de un tipo miserable como Miguel Cané que era un racista y que redactó la Ley de Residencia (para terror de los inmigrantes) a la que llamó “deliciosa ley de expulsión”? ¿Dónde estaría hoy Miguel Cané? Estaría en alguna de esas radios repulsivas que hablan del peligro de los inmigrantes, a los que llaman bolitas, brasucas, chilotes, yoruguas. Cané no es mejor que el señor Hadad y su equipo de xenófobos. Era, desde luego, un xenófobo. ¿Por qué tuvimos que leer ese libro? Porque narraba la educación de los jóvenes de las clases altas en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Hasta los chicos de las provincias más empobrecidas tuvieron que enterarse de cómo se habían educado los señoritos de Buenos Aires, los que formarían la Generación del ’80, “la que hizo el país”.


“JÓVENES BIENINTENCIONADOS”

Volvamos a la época del SEP. ¿Qué pretendía el país que iba a surgir de ese amordazamiento? ¿Por qué nadie pidió que se institucionalizara en serio el país? ¿Por qué no lo pidieron los iluminados de Primera Plana? Porque eran estúpidamente gorilas. Incapaces de ver que detrás de toda esa rusticidad que a ellos les repugnaba del peronismo había un pueblo, el pueblo pobre, que genuinamente esperaba a Perón. ¿Por qué la izquierda no pidió el blanqueo inmediato de la situación institucional? Porque también se había comido el verso del fascismo de Perón. Más aún: había sido central en su creación. Aun cuando Perón fuese fascista había que permitirle volver. ¿Cuántos fascistas había en la Argentina de los sesenta? ¿Cuántos hubo entre 1955 y 1973? ¿Por qué no los expulsaron a todos? ¿Onganía no era fascista? ¿Por qué se toleraban las dictaduras? ¿Por qué se aplaudió el golpe de Onganía? Bueno, señores: en medio de ese país ilegal, tramposo, dictatorial, prohibitivo, cavernícola, lleno de odio, idiotamente gorila, anticomunista según los valores de la Escuela de las Américas, o “marxista” y gorila como lo eran todas las revistas de nuestra elegante y culta izquierda que seguían la línea de La Vanguardia y veían en el peronismo a una manada de monos con navaja, en ese país de la revista Sur, en ese país que Onganía consagró a la Virgen, en ese país aparecieron los “montoneros”. Secuestraron al tipo más lúcido en medio de esa caterva de descerebrados. Al que había entendido la única posibilidad que el país tenía para salir antes de hundirse en un baño de sangre. Terminar con el SEP. Reemplazar al Sistema de Exclusión del Peronismo por el Sistema de Inclusión del Peronismo. Al SEP por el SIP. Ese tipo era Aramburu. Firmenich cuenta que entre sus ropas, luego de matarlo, encontraron unos escritos. Lo dice en el célebre artículo que publica en 1974 en La causa peronista. Dice: “Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había estado escribiendo la noche del 31. Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político. Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada”. ¡Jóvenes peronistas bien intencionados! Están a punto de matarlo y dice que sus intenciones son buenas. Uno no sabe si esto es cierto. Lo cuenta Firmenich. Arrostito, que figura en el reportaje, niega luego esa participación. O sea, el que habla todo el tiempo es Firmenich. Hay algo notable. Aramburu sale de esa historia muy digno. Hasta uno se sorprende: ¿Tan inteligente era? ¿Tan tranquilo estuvo ante la muerte? Puede ser. Pero si dijo lo que Firmenich dijo que dijo. Si dijo: a) “Jóvenes peronistas bien intencionados”; b) “Pero equivocados”; c) Y si dijo que el país debía tener una salida institucional o todo el peronismo se volcaría a la lucha armada, esto bastaba para diferenciar a Aramburu de toda la Argentina Gorila. De aquí que se postulen tantas teorías sobre su muerte. En un país de imbéciles, ¿cómo no van a querer asesinar a un tipo inteligente? ¿Quién lo mató? Sin duda, los Montoneros. Pero habrían deseado hacerlo muchos otros. ¿Y si los Montoneros no lo hubieran matado? ¿Y si Aramburu lograba su salida institucional en diálogo con Perón? ¿Perón habría aceptado o sólo quería volver como “frutilla de la torta”, según me han dicho? Teniendo en cuenta lo horriblemente mal que salió todo, el costo altísimo en vidas humanas que tuvo, la sangre que corrió incontenible, el GAN de Aramburu y Perón, de darse, habría frenado la matanza. Perón volvía más joven. Aún la guerrilla no se había desarrollado tanto. La juventud tampoco. En 1970 no querían el socialismo “para hoy”. Todo habría sido distinto. Mas, ¿quién puede saberlo? ¿Podría haber conseguido Aramburu –por medio de sus pactos con Perón y el Ejército–- una salida electoral para 1971? De haber sido así se habrían ahorrado miles, decenas de miles de muertes atroces. La historia NO es tal como sucedió. Siempre pudo ser de otro modo. Pero la torpeza gorila, el odio de clase, los militares y los empresarios y la Iglesia y los grandes medios de comunicación gestaron un país que sólo dio espacio para un grito de furia, un gesto extremo de rebeldía. Sólo dio espacio para el sótano de Timote.
No más que algunas pequeñas notas en torno de la “verosimilitud” de la nouvelle. Llamamos nouvelle a una novela breve, que se desarrolla como una novela, que incorpora sus leyes y se aleja del cuento en la medida en que tiene pocas de sus características. Si el cuento recurre al recorte de una situación, o a una trama que no se resuelve o aun que no existe, o a la habitual sorpresa final (el abuelo juntó kerosene durante un mes para quemarnos a todos, sus familiares, nosotros, apareció un día, nos vació un bidón encima y nos arrojó un fósforo, pero el abuelo estaba muy viejo, medio idiota ya, y no juntó kerosene, sino agua, cuando arrojó el fósforo todos reímos, todos lo humillamos, entonces enfureció, sacó un revólver que ignoro dónde habría conseguido y nos llenó de balas en tanto carcajeaba demoníacamente con su boca desdentada, abuelo hijo de puta, quise decirle, pero no pude, ya estaba muerto), que tiene mil formas posibles (una mujer visita a un fotógrafo. “Sáqueme hermosa”, le dice, “atrape con su cámara el azul calmo de mis ojos, la tersura de mi piel, mis pezones rosados que ahora le muestro, ¿los ve?, ¿alguna vez vio algo así?, ¿quiere ver el misterio de mi ombligo?, ¿la magia de mi vello púbico?, ¿apresará el rojo sangre de mis labios?, ¿mis piernas largas, bien torneadas, perfectas? Espere, ahora se las muestro, apuesto a que nunca vio nada igual”, el fotógrafo, harto, seco, hirientemente, dice: “oiga, abuela, si quiere que saque la foto, quédese quieta, quiere”), el cuento de la sorpresa final es el más clásico, los dos que narré, arreglados por mí, son de Humberto Costantini; La noche boca arriba de Cortázar es también un ejemplo del cuento sorpresa. Pero la nouvelle no busca la sorpresa. Busca una condensación de los hechos. Una economía de las palabras. Decirlo todo en una extensión moderada. Acaso golpear, sí, pero por su brevedad. Esa brevedad le da contundencia al relato. El lector tiene que decir: “Me la devoré”. Timote apuesta a eso. La escritura es breve. Frases cortas. Los adjetivos necesarios, pero no escatimados. Apenas señalar algunos rasgos físicos de los personajes. Los otros, que los ponga el lector.
El relato parte del secuestro de Aramburu. La ausencia de custodia lleva a la tesis de una colaboración de los Montoneros con Onganía. Es un disparate y está fundada en las hipótesis de dos personajes poco creíbles. Son dos loquitos de la Libertadora, que estuvo llena de loquitos. Uno es Aldo Luis Molinari, capitán de navío, subjefe de la Policía Federal que asumió la investigación de la Quema de Templos, Quema de la Bandera, Torturas y ¡el caso Duarte! Molinari publica Aramburu, la verdad sobre su muerte, un mamarracho que buscaba unir a los servicios de inteligencia de Onganía con los Montoneros. El otro es más loco, mucho más y más pintoresco. Es el famoso “Capitán Gandhi”. Decía llamarse Próspero Germán Fernández Alvariño. Cuando, junto con Héctor Olivera, hice el guión del film Ay Juancito, basado en la vida de Juan Duarte, me di de narices con este personaje. Vivía obsesionado por demostrar que Juan Duarte, lejos de haberse suicidado, había sido enviado a los cielos o al infierno por los sicarios de Perón. Para hacerlo no tiene mejor idea que desenterrar el cadáver, cortarle la cabeza y pasearse con ella por la Jefatura de Policía. Según informaciones que hemos recogido solía aparecerse por el Congreso Nacional para exhibir su trofeo. Un día lo llama a Cámpora, amigo de Duarte, y pone ante él una bandeja de plata con algo sobre ella pudorosamente cubierto por una enorme servilleta. “A ver, Camporita, si recordás esta cara.” Saca la tela y vemos la cabeza semiputrefacta de Juan Duarte. El Capitán Gandhi introduce un lápiz en un agujero de la calavera. “Este agujero, ¿se lo hicieron ustedes o él?” Cámpora apenas si puede hablar, pero Gandhi insiste: “Vamos, che, largá. ¿Lo suicidaron ustedes?” Cámpora se pone de pie y con firmeza dice: “Juancito era mi amigo. Se suicidó. Era el hermano de Evita. Nadie se habría atrevido a matarlo”. Este paranoico, este débil mental se encarga de investigar la muerte de Aramburu. Y elabora la teoría de la colaboración entre Onganía, Imaz y los Montoneros. Existe un excelente trabajo de Ernesto Salas, en la revista Lucha Armada, que da por tierra con estas patrañas: “El falso enigma del ‘Caso Aramburu’”, año 1, Nº 2.

“LAS PAGÓ, JORGE”

Despejada esta cuestión nos concentramos en el viaje a Timote. Lo han planeado bien. Van por un camino más largo pero más seguro. Bonasso dice que le meten cloroformo. Pero no parece probable. Aramburu, desde el inicio, se porta como un caballero. Durante el viaje casi no hay diálogos. Llegan a Timote. Aquí, un inconveniente inesperado. Don Acébal, el capataz. He insistido en este personaje y acaso si emprendo una novela aparte de este ensayo lo haga más. Acébal, el capataz, es el hombre fiel. En toda estancia hay un Acébal. Ramus sabe cómo tratarlo. Firmenich se le acerca también. Ramus se lo tiene que quitar de encima. Le dice que se vaya al pueblo. Le da unos pesos. Más de los habituales. Acébal se sorprende. Tómese unos buenos tragos, Acébal. Podría haberle dicho: Quédese unos días por el pueblo. Fermín, el dueño del almacén, es su amigo, ¿no? Acébal asiente: claro que sí. Aquí tuve una tentación. Que Ramus o Firmenich, más osado, caradura, le sugiera que se busque una hembra. Pero creo que Acébal se habría ofendido. ¿Una hembra? Si hoy es viernes, Carlitos. Porque Acébal, a Ramus, lo tutea. Y le dice Carlitos porque lo conoce de pibe. Eso es así. Son las leyes de las estancias. ¿Cómo va a andar Acébal con una hembra en día viernes, que es laborable? Firmenich insiste: ellos tienen una reunión especial. No lo van a necesitar. Acébal se va. Hay, en el relato, una anotación: el único personaje realmente popular es expulsado de inmediato de la trama.
Entran. Le dicen que lo han secuestrado para someterlo a un Juicio Revolucionario. Por la muerte de Valle y los militantes populares. Por el escamoteo del cadáver de Eva.
Aquí, es el momento de plantearlo con toda crudeza, queremos responder a este interrogante.
¿La muerte de Aramburu fue un asesinato? Si lo fue, no fue un acto de la Justicia Popular, como sostienen los Montoneros y como sostuvo toda la militancia de la izquierda peronista. Fue un asesinato político.
¿Representaban los Montoneros al pueblo peronista? ¿Actuaban legítimamente en su nombre o no? Si no, fue un asesinato. Ahora analicemos la otra cara. ¿Recogían los Montoneros una corriente interna de la historia, un deseo del pueblo que se expresaba soterradamente pero no era por eso menos real? ¿Se encarnaron en él expresándolo? ¿Quería el pueblo la muerte de Aramburu? Si es así, tomaron una causa que latía en los socavones de la historia, la encarnaron y ejecutaron un acto justiciero, el acto que todo un pueblo deseaba. Lo realizaron además en medio de un régimen ilegal, ilegítimo, en medio de una dictadura represiva. Esto torna tan compleja la muerte de Aramburu. Lo de Rucci es un asesinato. Nadie quería la muerte de Rucci. Y muere en medio de una democracia. A dos días del triunfo aplastante de Perón en elecciones democráticas. Esto es fácil: asesinato y punto. Pero con Aramburu hay demasiados elementos en juego. Yo estoy en contra de la pena de muerte. Matar es malo. Pero el hombre mata desde el principio de los tiempos y sigue matando. No puedo atarme a un ideal y no ver la realidad. Que Aramburu SE GANÓ la muerte, de esto no caben dudas. Esto no quiere decir que debía o merecía morir. Sólo que hizo todo lo necesario para ponerse en la línea de fuego de los vengadores. Había despertado demasiados odios. Para colmo, su proyecto político de mediador lo ubica entre dos fuegos, en pleno fuego cruzado. No hay lugar más peligroso que el de los conciliadores. Si los bandos no quieren conciliarse, los conciliadores fastidian, estorban, están de más. Hay que matarlos. Hasta en esa encrucijada se había puesto Aramburu. No había dejado una por hacer.
Cuando lo matan, Jorge Antonio lo llama a Perón a Puerta de Hierro y le da la noticia. Seco, frío, duramente, Perón dice: “Las pagó, Jorge”. ¡Qué frase para una lápida!
Las posiciones de cada uno de los sujetos actuantes en la tragedia están expuestas en el relato. Fernando Abal le dice a su prisionero que él y la Argentina Gorila lo han hecho ser lo que es. Ustedes me inventaron. Soy lo que ustedes me hicieron ser. Esto es irrefutable. Hay, para validar el acto de Fernando, dos elementos centrales: esa generación fue arrojada a la violencia por la necedad del Estado Gorila, el que fundó Aramburu. La empecinada desperonización es Aramburu quien la inicia, para eso lo echó a Lonardi. Su firma es la primera que aparece en el Decreto 4161. Cada uno es responsable de lo que hace. Y si el Monstruo del doctor Frankenstein se vuelve contra él y lo mata no es del Monstruo la culpa, sino del doctor alucinado que lo creó. El error, la ceguera, el odio clasista y racista del Estado Gorila es inaudito. ¿Qué podía surgir de ahí? La Argentina del Decreto 4161 se prolonga demasiado. ¡Prohibirle al candidato peronista asumir una gobernación que había ganado en libre juego democrático! Pero, ¿qué creían ser estos militares y los civiles que los apoyaban? Los dueños del país, desde luego. El peronismo había sido una derrota que castigarían severamente y que jamás volverían a padecer. Acaso deban pensar en esto los militantes de la izquierda. Por decirlo claramente, podemos decir mil cosas del peronismo y de Perón y de Evita, pero, por la conducta que asumieron las clases altas, la Iglesia y el Ejército, pareciera que nadie en nuestra historia les metió más hondamente un dedo en el culo que ellos. Y no nos vamos a arrepentir de esta expresión. Es nuestra. Pertenece a nuestra modalidad de habla y es impecablemente expresiva. El dedo en el culo es el dedo no querido. Es el dedo que agrede, que injuria, que viola. El primer peronismo es el único Gobierno de nuestra historia que mete ese dedo en el culo de la oligarquía. Tal vez, un poco, Rosas. Pero con menos determinación, con menos lucidez, por pura picardía de gaucho malo y rebelde. El peronismo los molestó mucho. No tanto como pedía Milcíades Peña, es cierto. Pero no sé si lo que pedía Milcíades habría sido posible. No se intentó y nunca lo vamos a saber. Sin embargo, la ofensa tuvo que ser muy grande para generar tanto odio. La injuria tuvo olor a pata de morochos insolentes, llevó a los cabecitas hacia la falta de sumisión a los patrones, les hizo alzar la cabeza. Hubo una violación de las reglas elementales a que la oligarquía estaba acostumbrada. El peronismo era grasa. Era ignorante. Era la zapatilla contra el libro. Por eso la FUBA se unió a la Argentina oligarca. Los comunistas de los teatros independientes. Sólo vieron la relación entre un coronel fascista y una manga de negros que no sabían nada. Brutos, ignorantes, manipulables “obreros sin experiencia sindical anterior”. Y el mal gusto. Y la Yegua, la Puta, la Trepadora.

EVITA, EL CHE Y HOLLYWOOD

Ahora Hollywood hace una película sobre el Che. La de Benicio del Toro. ¿Por qué los yankis aceptan al Che y escupen sobre Evita? Porque el Che es un muchacho de buena familia. Un pibe urbano. Es hombre, no es mujer. No tiene un pasado sórdido. Si cogió, es un hombre y nada más natural ni estimulante que un hombre coja. Eso lo hace un macho. Si Evita cogió, es una puta. Si cogió para trepar, peor todavía. Es una mujer. Mujer que coge, mujer puta. Era populista y no marxista. El Che tiene tras de sí Das Kapital. Evita, los folletines baratos que se leían en las provincias hacia 1930. El Che se llama Guevara de la Serna. Tiene una familia. Es hijo legítimo. Tiene padre, madre. Es culto. Ha estudiado. Conoce la Universidad. Jugó al rugby. Evita es una bastarda. Hija ilegítima de un viajante de comercio pobretón. Se dice que en la casa de su madre funcionaba un burdel. Se rajó de Junín porque se acostó con el cantante Magaldi, apenas a los dieciséis años. El Che recorrió en moto América latina. Se emocionó en los leprosarios como el mismísimo profeta de Nazareth. Evita agredió, para trepar, a la lustrosa oligarquía argentina. El Che derrotó a un tirano sangriento, a un sargento bruto y bastante negrazo. Si le pulimos la ideología, si atenuamos sus rasgos antiimperialistas haremos de él lo que queremos hacer: un héroe, el símbolo del aventurero, del idealista. Total, ya no jode a nadie. A Evita que la haga Faye Dunaway, que aparezca bastante desnuda en el afiche y con una gorra militar en la cabeza. Se la sacó, para juguetear, al teniente o al coronel con el que se acostó esa noche. Que la haga Madonna, que da puta, que da loca, que canta y se pone la mano entre las piernas. ¿Por qué esta diferencia? ¿Por qué el imperialismo se traga al marxista Guevara y escupe sobre la populista Eva? Por lo dicho. Evita es el insulto, la agresión, la falta de respeto. Porque Evita es el Otro. El Che es de la misma estirpe. Porque el Che es un muchacho de clase alta, de linaje, educado. Evita es una rea, una bastarda y una trepadora que usa el sexo para su incesante ambición. Cada polvo, un escalón más. El Che muere en la lucha, agotándose, es el asma el que lo agota. Se lo ve en el piletón de Vallegrande, con los ojos abiertos, como si aún viviera, como si nunca fuera a morir porque es inmortal. Evita muere de cáncer y el cáncer lo tiene entre las piernas. Todo es sucio en ella, hasta eso. Evita les faltó el respeto. Más que el Che. Le añadió al odio el mal gusto y la bastardia y la mala vida.
Inaugura, ese primer peronismo, algo que no cesa. Que crece. Que no se puede frenar. El maldito país no se desperoniza. Perón maneja todo desde Madrid. No le van a dar nada. No van a tolerar que se venga con la nueva puta con que se juntó, esa cabaretera. Porque el tipo es un enfermo. Elige, como compañeras, a prostitutas. No puede volver. Además, ¿quiénes lo reclaman? Los negros. Que se jodan. Para eso son negros, son brutos, son ignorantes. No entienden nada. El demagogo les dio un par de cosas y lo han hecho un dios. De modo que dictaduras o gobiernos títeres. Y el que busque negociar con el tirano se va. Y ponemos a otro. Y al final nos ponemos nosotros. Pero la peste no cede. De pronto aparecen estos pibes. Chicos de nuestra clase. Católicos, cultos, educados. ¡Y son peronistas! ¿Cómo es posible? ¿No entienden que es por ellos que hacemos lo que hacemos? ¿Que queremos darles un país limpio, gobernado por doctores, por gente bien, por gente educada, blanca, no por negros de mierda, no por los sucios demagogos que los cortejan, que los conquistan porque los negros son brutos y cualquiera que les da un par de zapatos los tiene con él?

¿QUIÉN DELEGÓ EN USTEDES LA JUSTICIA POPULAR?

En ese país mentiroso, autoritario, antidemocrático, en ese país que prohibía películas, libros, todo lo que irritara a la Iglesia católica y a los grupos inquisitoriales católicos del poder, en ese país de militares, de cárceles, de persecuciones, de prohibiciones, creció Fernando Abal Medina. “Yo puedo contarte cosas abominables de Perón”, le dice Aramburu. “Yo crecí escuchando cosas abominables de Perón”, le dice Abal. Hacían exposiciones de autos suntuosos. De pieles suntuosas. De joyas faraónicas. Y decían: “Pertenecieron a Perón y a Evita”. “Soy lo que ustedes hicieron de mí”, dice Fernando Abal. “Soy el fruto perfecto de la Argentina Gorila. Ustedes me inventaron. Ahora, jódanse.” Aramburu entiende que le salió el tiro por la culata. Que su odio hizo de Perón un dios. Ahora es tarde. Estos muchachos saben lo que piensa el pueblo. Lo que piensa de Aramburu. Saben que lo odia. Saben que ha llegado el momento de llevar la lucha a los extremos. Porque no queda otra. Porque en América latina es la hora de la lucha armada. Del foco guevarista. De la guerrilla urbana. De todo lo que inauguró la Revolución Cubana. La idea de matar, en 1970, le era accesible a todo militante. La militancia era parte de una guerra. Era la guerra del pueblo para traer a su líder. La consigna Perón vuelve animaba todas las acciones. Les daba vida. Les otorgaba un sentido. Sólo eso hacía falta. “¿Vos por qué arriesgás tu vida? ¿Por el socialismo, por el comunismo, por la destrucción anarquista del Estado, por una verdadera democracia?” “No me jodas. Yo quiero traerlo a Perón. Como todos. Queremos que Perón vuelva. Después vemos.” Pocas consignas tuvieron tanta fuerza, tanto poder de unidad y, a la vez, tanta simpleza. “Perón Vuelve.” Si para las elecciones del ’46, el poeta popular Zoilo Laguna decía “Sin asco a darle cruzao/ que en esta patria el destino/ ya tiene un nombre argentino/ ¡Perón y asunto arreglao!” El “Perón Vuelve” lo resumía todo. Vuelve Perón... y asunto arreglao.
Hay otra cuestión. Y la plantea Aramburu: ¿quién delegó en ustedes la justicia popular? ¿Por qué creen que encarnan la voluntad del pueblo? ¿Hicieron alguna asamblea? ¿Por qué creen pertenecer al pueblo si son apenas unos cuantos chicos católicos de buenas familias? Ningún revolucionario ha pertenecido a la clase por la que luchó. Las vanguardias lo son porque sus integrantes van más allá que el pueblo. A veces demasiado. A veces creen interpretar al pueblo y se equivocan. A veces giran en el vacío y dicen representar a un pueblo que no está o que los desconoce. Pero Fernando Abal sabe que el pueblo peronista odia a Aramburu. Pero, ¿quiere matarlo? La clase media argentina se caracteriza por una frase terrible. Siempre que ve algo que le disgusta (pongamos: una manifestación del orgullo gay) dice esa frase: “Hay que matarlos a todos”. También lo dijo de los “subversivos”, muchos de los cuales pertenecían a su propia clase. Volvamos: ¿habría querido el pueblo peronista matar a Aramburu? ¿No hemos visto que es un pueblo pacífico, el pueblo del Welfare State? Hay una respuesta. La respuesta está en lo que hicieron al enterarse de la noticia: festejaron, bailaron, rieron, bebieron, fueron felices. El pueblo peronista no festejaba la venganza por lo de Valle. Esto había quedado atrás, en el olvido. Simplemente odiaban a Aramburu y sabían que era quien había derrocado y expulsado a Perón. La situación es compleja. Los Montoneros se montan sobre el odio genuino de las clases populares. Pero, ¿era ésa la única forma de castigar a Aramburu? ¿Matarlo en un sótano a menos de un metro de distancia? Pronto se estrenará el film de César D’Angiolillo Gaby, la montonera. Por primera vez, veladamente, con mucha cautela, a través de un ventanal, se ve la ejecución de Aramburu. Es dura de ver. Un hombre joven eleva una pistola y, a menos de un metro, le dispara a quemarropa un balazo a un hombre de edad, que cae de inmediato. Un amigo que veía conmigo el film dijo: “Si eso no es un asesinato...”. Se parece a la famosa foto en que un teniente de Saigón hace fuego apuntando a la cabeza de un vietcong, que cierra los ojos y ya está muerto en el momento en que la foto se toma. Otro dijo: “Qué pelotas tenía ese pibe, eh”. Otro: “Eso no es justicia popular. ¿Quién les había delegado la justicia popular?” Otro dijo algo patético y tristemente gracioso: “¿Y qué querés que hicieran? ¿Qué recorrieran los barrios y las villas preguntando en cada casa: ‘Perdón, señora, usted quiere o no quiere que matemos a Aramburu?’”.
Al final de este trabajo trataré de esbozar una teoría de la violencia. Yo detesto la violencia. Desde pibe. En mi barrio vivíamos agarrándonos a las piñas. Yo aceptaba eso como un modo de pertenecer al grupo barrial, de no quedarme solo. Porque después jugábamos al fútbol o íbamos al cine. Pero ya odiaba la violencia. Y odiaba sentirla en mí. Todos llevamos dentro a la violencia. Nadie puede decir si será capaz o no de matar a otro. Nadie. Dependerá siempre de las circunstancias. Asomarse a la propia violencia es un ejercicio temible. Aterra imaginar lo que podríamos ser capaces de hacer.
Años después, cuando revientan la lancha de Villar (el sanguinario policía que Perón pone al frente de la Federal) los Montos pintan: “Villar, justicia popular”. No es lo mismo. Eso es un asesinato planeado con un talento en el que se ve la mano del Profesor Neurus, de Walsh. O no: sólo lo supongo. Pero lo de Aramburu es distinto. Como sea, debo decir que todo acto que implique matar a un ser humano es un asesinato. Que los Montoneros no tenían nada que ver con la clase social cuya justicia dicen asumir. Que esto no importa. Ni Rosa Luxemburgo, ni Lenin, ni Trotsky, ni Marx y mucho menos Engels eran proletarios. Que los Montoneros se montan sobre un largo proceso histórico que Aramburu había iniciado y que acabó devorándoselo. Que podría defender con mil argumentos que la muerte de Rucci fue un alevoso asesinato. Que no tengo tantos argumentos con Aramburu. Que tengo más comprensión por esos muchachos arrojados a la violencia por el régimen de la Argentina autoritaria que por los que siguieron con la violencia luego del 11 de marzo. De éstos, nada. Todo lo que se haya hecho después de esa fecha fue ilegal, antipopular. Que es tan complejo el caso Aramburu que puedo y debo decir que fue un asesinato y puedo y debo decir que fue un acto de violencia largamente trabajado por la historia. Que no tengo una respuesta contundente. Que no puedo tenerla porque el hecho está supremamente sobredeterminado. Que sé que esa muerte, la de Aramburu, es el disparador de la furia vengativa de los militares procesistas. Que, en ese sentido, la detesto por el mal que causó. Que la violencia fue trágica en la Argentina. Que ese camino sólo llevó a justificar la masacre del Proceso y no consiguió nada importante. Que costó demasiado. Que su precio fue altísimo. Desde este punto de vista, no tengo dudas: ojalá Fernando Abal Medina no hubiese hecho fuego en el escueto sótano de la estancia La Celma, en Timote.

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.