La realidad y sus intérpretes


Ricardo Forster

La realidad de un país, lo sabemos, es mucho más que aquello que decimos que es. Su carnadura está hecha no sólo de materialidades más o menos palpables y de referencias compartibles que no exigen compatibilizar miradas o perspectivas diferentes. La realidad es, también y fundamentalmente, una construcción de los múltiples actores sociales, culturales, políticos y económicos que habitan en su interior, una exuberante proliferación de lenguajes que la describen desde diversos ángulos y apelando a distintas percepciones. Ha sido y seguirá siendo un ámbito de conflictos y querellas interpretativas, un juego en el que los jugadores no siempre utilizan las mismas reglas y que, en muchos casos, vuelve casi imposible encontrar los puntos de coincidencia. El consensualismo respecto de la realidad termina allí donde empiezan a manifestarse los intereses contrapuestos que acaban por disparar perspectivas tan dispares de un mismo acontecimiento que, por lo general, el observador neutral, si lo hubiera, cree estar delante de dos hechos completamente opuestos que no responden a una misma realidad.

Y eso se verifica con mayor virulencia cuando lo que interesa es analizar resultados electorales en el interior de una coyuntura histórica en la que, después de mucho tiempo, en nuestro país el contenido del voto define de una manera decisiva el hacia dónde de esa realidad tan difícil de atrapar en una malla interpretativa intercambiable entre los distintos actores políticos. El litigio que divide la visión política de la sociedad también fragmenta las conclusiones que se puedan extraer de la contienda. Lo único sólido e incontrastable es el triunfo contundente de Cristina Fernández de Kirchner al frente de la fórmula presidencial que comparte con Amado Boudou, y la pobreza, para colmo fragmentada, de lo que cosechó la oposición. De ahí en más las conclusiones, algunas agudas e inteligentes, otras delirantes o impresentables por su endeblez argumentativa, buscarán darle un marco explicativo y referencial a un acontecimiento más que relevante.

Múltiples, variadas, contradictorias, antagónicas y diversas son, entonces, las interpretaciones que se vienen haciendo del contundente triunfo del Frente para la Victoria en las elecciones primarias del 14 de agosto y, sobre todas las cosas, del enorme reconocimiento popular a Cristina Fernández. Interpretaciones que van desde lo digno de ser analizado hasta lo canallesco, desde la revalorización de la recuperación de la política hasta el “voto plasma” del inefable Biolcati, desde la significación de lo que se denominó en otras oportunidades “la batalla cultural” como eje de un giro en la percepción social del kirchnerismo, hasta la búsqueda de una suerte de empatía entre el corrosivo “voto cuota” de la era menemista y el actual al gobierno nacional.

Análisis enfrentados que expresan, como no podía ser de otro modo, la conflictividad que atraviesa la vida argentina y el abismo que separa a gran parte de la oposición (incluyendo en esta definición a los grandes medios de comunicación y a sus periodistas estrellas), de aquellas otras interpretaciones que intentaron, y lo siguen haciendo, dar una explicación más ecuánime de un resultado electoral que invirtió, con intensidad inusitada, lo que hasta la mañana de aquel domingo parecía ser, según la máquina discursiva de la corporación mediática, el anticipo de una decadencia irrefrenable del propio kirchnerismo. Más del 50 por ciento de los votantes le dieron un mentís rotundo al deseo de la oposición que no supo, y no sabe, de qué manera hacerse cargo de su estrepitoso fracaso. Un espeso velo construido de ficciones y de recortes escandalosos de la realidad se corrió y dejó al descubierto aquello que no se decía y que no se mostraba. La impudicia con la que los principales grupos mediáticos fueron “construyendo” la realidad que vomitaron sobre la sociedad con la complicidad de periodistas e intelectuales autodefinidos como independientes y por opositores absolutamente funcionales a los intereses de esos grupos, terminó por convertirse en un gigantesco boomerang que descorrió ese velo generando la oportunidad de observar aquello que la fábula comunicacional terminó por creer que era la “verdadera” realidad.

Tratando de reflexionar con algo más de hondura aunque sin abandonar los clisés del diario en el que escribe su nota de opinión, el politólogo Vicente Palermo introduce la categoría, algo forzada, de “clima de época”, para explicarle al lector de Clarín por qué ganó Cristina y lo hace destacando, contra lo que venía sosteniendo la oposición política y mediática con especial énfasis después de las elecciones en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, que el “kirchnerismo fue eficaz en la creación de un clima de época”, es decir y traduciendo al autor, que en verdad todo aquello que era invisible de acuerdo a la construcción de realidad de la oposición fue vivido como efectivamente real por gran parte de la sociedad. Palermo, y esto más allá de las derivaciones de su artículo que no discuto acá aunque me resultan prejuiciosas y en gran parte descalificadoras del Gobierno y sin argumentos sólidos salvo la consabida referencia a la corrupción y al casi despotismo presidencial, reafirma el peso del “relato” en la contienda por el sentido. Ellos, las grandes corporaciones económico-mediáticas y sus correas de transmisión –los partidos de oposición–, simplemente fueron derrotados en el plano en el que el discurso y la realidad se tocan pero bajo la condición, impresa por el kirchnerismo, de volver verosímil su propio relato que, eso el autor lo señala enfáticamente y casi como un deseo, es insostenible en el tiempo. Veremos.

Claro que en el interior del otrora relato hegemónico (ese que pareció llevarse todo por delante a partir de la alianza de la Mesa de Enlace con la corporación mediática) se fueron abriendo, a lo largo de estos años y por una decidida acción contracultural que salió a disputar ese relato hasta entonces dominante, grietas que acabarían por fragmentar lo que antes aparecía como un muro impenetrable y sólido. En todo caso, lo que fue quedando cada vez más claro es que la disputa por el sentido constituye uno de los momentos decisivos en la construcción de un proyecto que aspira a transformar la repetición inercial de una realidad que, desde hace mucho tiempo, venía siendo definida, en su materialidad y en sus contenidos discursivos, por los grupos dominantes de la vida económica. Lo que comprendió el kirchnerismo fue que la “materialidad” de lo real se compone, también, de formas subjetivas, de trazos culturales y de construcciones de sentido que terminan por definir el destino de una sociedad y el carácter de la hegemonía que la atraviesa. Estaría tentado a escribir que la elección del 14 de agosto cerró, por ahora, la etapa abierta en marzo de 2008 cuando se desató la acción destituyente de la alianza agromediática.

Volvamos, entonces, a las diferentes interpretaciones de un mismo acontecimiento electoral. Por un lado, y rápidos de reflejos nacidos de su cinismo consuetudinario, los principales periodistas y columnistas de los medios hegemónicos se abalanzaron, como lobos sedientos de venganza, contra aquellos políticos de la oposición que no habían estado a la altura de las circunstancias oscureciendo, una vez más, su propia responsabilidad en el modo como determinaron la agenda de esa misma oposición que, al menos desde el conflicto por la 125, no viene haciendo otra cosa que actuar de acuerdo al guión escrito desde las usinas mediáticas transformando a sus fuerzas políticas en sombras plañideras que poco y nada representan.

El patético papel jugado por el radicalismo, su transformación en un partido conservador cada vez más escuálido; el inaudito giro de Ricardo Alfonsín desde supuestas posiciones progresistas (que lo vinculaban con su padre y su búsqueda de un radicalismo de matriz socialdemócrata) hasta la absurda alianza con De Narváez, expresan, junto con la autodestrucción de fuerzas como la Coalición Cívica que fue devorada por las llamas del Apocalipsis anunciado por Elisa Carrió y Proyecto Sur de Pino Solanas que no pudo zafar de la fuerza aniquiladora de un ego oportunista que redujo a casi cero un interesante capital político, la errancia y el desconcierto de una oposición que, para colmo de males, tuvo que soportar las groseras y mezquinas descalificaciones de los mismos que el día anterior les manifestaban su inmaculado apoyo mediático.

Tal vez, los mejores de entre los miembros de una oposición vaciada de alma y de tradiciones, alcancen a sacar alguna enseñanza de este fracaso, enseñanza que, quizá, los libere de ese brutal abrazo de oso de una corporación, la mediática, que no ha hecho otra cosa que deglutirse a todos aquellos que creyeron que por estar junto a ella y responder a sus intereses podrían crecer en la estima del electorado. El precio que pagaron es el del ridículo y el de la aceleración de una crisis que todavía nos ofrecerá nuevas circunstancias patéticas (ya podemos ver al pequeño señor Cobos tratar de sacar partido de la paupérrima cosecha de la UCR y proponiéndose, vaya chiste, como el reconstructor partidario, o a su otro comprovinciano, aquel de la frase brutal de que la asignación universal por hijo había aumentado el consumo de paco y el juego de bingo entre los pobres, me refiero a Ernesto Sanz que, ahora, y suelto de cuerpo, llama a impedir que en octubre el triunfo de Cristina anule la independencia de los poderes al garantizarle al oficialismo una cómoda mayoría parlamentaria –ese mismo argumento viene siendo utilizado por Morales Solá y otros escribas del establishment como nuevo caballito de batalla–). ¿Recuerda, el amigo lector, aquel argumento, utilizado por la derecha continental y entre nosotros por Mariano Grondona, de que en los países definidos como “populistas” (el peor y más dañino de los males de acuerdo a esta mirada) la propia democracia está siendo puesta en riesgo desde adentro de sus instituciones por el proceso de hegemonía autoritaria que proviene de esos gobiernos demagógicos? Tendrían que tratar de ser un poco más originales nuestros opositores y no parecerse tanto a la derecha hondureña o venezolana.

Saliendo del pantano opositor y de sus intérpretes bizarros, nos encontramos con otras miradas. Hoy me gustaría detenerme en la de Edgardo Mocca, que en un artículo publicado en Página 12 el último domingo, destacó la significación de la dimensión político-cultural en el proceso de recuperación del propio kirchnerismo, dimensión que, por supuesto, debe ponerse en relación con la matriz económica y social que, como es obvio, ha logrado calar muy hondo en gran parte de la sociedad. Mocca destaca la vocación de Néstor y Cristina Kirchner en los momentos más difíciles por llevar adelante lo que él llama una “política contracultural” que buscó enfrentar a la máquina mediática del establishment corporativo.

Es en este sentido que le otorga un papel muy significativo a lo que hicieron desde el conflicto por la 125 los intelectuales de Carta Abierta y al papel de ruptura de la hegemonía mediática de parte del programa televisivo 6, 7, 8. En esas dos experiencias distintas pero complementarias, Mocca lee uno de los ejes de la transformación del capital simbólico que, agregándole por supuesto otras cuestiones fundamentales, contribuyó a la recuperación exponencial del kirchnerismo (el camino que fue del gran debate por una ley de servicios audiovisuales, pasando por la asignación universal, la osadía y la inteligencia para organizar los festejos del Bicentenario y, claro, el tremendo impacto de la muerte de Néstor Kirchner y de su apropiación popular como un acontecimiento excepcional y decisivo de la vida argentina, más el crecimiento enorme de la figura de Cristina sirvieron para dar vuelta la estrategia de la derecha y alcanzar el extraordinario resultado del 14 de agosto).

Lectura, entonces, la de Mocca que valoriza adecuadamente la dimensión político-cultural como un componente central en esta actualidad atravesada por la consolidación del liderazgo de Cristina y el absoluto desconcierto de la oposición, apartándose de aquellas otras interpretaciones que intentan reducir toda la cuestión a lo económico perdiendo de vista que aquello que venimos denominando “la realidad” se compone, también, de esas dimensiones constituidoras de sujetos y relatos que suelen ser decisivos a la hora de definir los giros hegemónicos. Algo de eso había anticipado, con su habitual intuición política, Néstor Kirchner cuando eligió, a una semana de la derrota de junio de 2009, hacer su primera aparición pública en una asamblea de Carta Abierta en la que reafirmó su convicción en el proyecto y en revertir el magro resultado electoral. El tiempo le dio la razón en esto como en tantas otras cosas. Lo demás es cuestión de interpretaciones.

6.

¡ARGENTINOS, A LAS URNAS!


Por Roberto Caballero Director.
Este domingo, quizá, tal vez, nazca el “cristinismo”, mezcla de los que quieren más de este modelo “nacional y popular” y los que por viveza y sentido de supervivencia admiten que cambiar de montura a mitad del río es desaconsejable.


La primera presidencia de Cristina Kirchner fue una presidencia débil. A poco de asumir, con el lock out de las patronales agropecuarias, que mantuvieron paralizado el país durante cuatro meses, también se fraccionó la fuerza parlamentaria del Frente para la Victoria. Desde entonces, la presidenta gobernó sin mayorías legislativas.
También gobernó, y esto es muy evidente, sin ningún tipo de apoyatura mediática.
También gobernó, y esto es doblemente evidente, sin la lealtad del aparato del PJ, que desde mucho antes de las testimoniales coquetea con Eduardo Duhalde o cualquier otra opción no K, imponiendo en los hechos una lógica de toma y daca, al mejor estilo vandorista.
Gobernó Cristina Kirchner sin el aval expreso ni tácito de ninguna fuerza opositora, que por el contrario eligio de modo constante encolumnarse detrás de todas las operaciones mediáticas de demolición de la figura presidencial, con la coyuntural excepción del socialismo y algunos sectores más o menos progresistas en las votaciones por la reestatización de Aerolíneas Argentinas, las AFJP y el matrimonio igualitario. Que quede en actas para la historia futura.
Gobernó Cristina sin una Corte Suprema adicta, como la que tuvo el menemismo.
Gobernó Cristina sin vicepresidente, después de la vergonzosa traición de Julio Cobos.
Gobernó, también, durante el último año sin su marido que, a la vez, era el jefe político que –ella misma confesó– la protegía de las crueldades del poder; y sin presupuesto, nada menos.
Gobernó, siendo mujer, contra el prejuicio machista de la sociedad y de todo el sistema institucional, en una soledad tan concurrida que produce pavura.
Frente al mito construido por Joaquín Morales Solá –el censor de Clemente en la dictadura– sobre el autoritarismo y la vocación por el control absoluto del kirchnerismo, hay que decir que no hubo en los últimos 40 años de democracia argentina una presidenta que haya gobernado, como ella, desde tan extrema condición de debilidad.
Se la acusó de “yegua”, de “loca”, de “bipolar”, de “fanática”, de “soberbia” y, el colmo, de estar casada con un “nazi”; y, sin embargo, ahí está, mostrándose descarnadamente sobre la tarima, haciendo su duelo en público, pero sin dejar de gobernar, mientras el mundo se desploma, literalmente, en una situación de adversidad que a otros presidentes los hizo huir en helicóptero y tirar la toalla antes de lo previsto.
Me imagino que somos muchos los que, legítimamente, nos preguntamos cómo sería un gobierno de Cristina Kirchner con mayorías parlamentarias, con una oposición menos subordinada a los poderes corporativos, con los grupos monopólicos de la comunicación cediendo –democráticamente– algo de su posición dominante en el discurso público, con un peronismo menos corleónico y feudal, con un vicepresidente que le cuide el sillón cada vez que viaja y no la despida con un serrucho en la mano, con empresarios, banqueros y sindicatos que la ayuden a reconstruir la confianza entre argentinos y no hagan de la puja distributiva natural en democracia una pelea de suma cero constante, donde prevalecen los intereses de bando por encima de la Nación.
Me gustaría, y creo que nos pasa a varios, ver gobernar a Cristina con algo del poder que le dieron, en 2007, los 7 millones de argentinos que la votaron para que fuera presidenta constitucional.
Porque esta mujer, con casi nada, se mantuvo en pie. Con casi nada, digo, porque tres meses después de asumir comenzó la más impiadosa campaña de demonización, con fines destituyentes, de la que se tenga memoria. No tuvo respiro. Los actos multitudinarios con la CGT , el acompañamiento de Madres y Abuelas, la red de medios alternativos que desafía cotidianamente la hegemonía desinformativa de Clarín y la militancia de corazón que cobró visibilidad con los funerales de Néstor Kirchner ayudaron, sin duda, en toda esa etapa dramática. Hablan de la conciencia colectiva de un pueblo en una encrucijada determinada de su historia y de un liderazgo, el de Cristina, sobre todos esos sectores que expresan los valores de la reconstrucción nacional, después del desastre de 2001. Pero para disciplinar a los dueños del poder y del dinero de este país hace falta, además, ganar elecciones por la mayor cantidad de votos posible.
De cara a las elecciones del próximo domingo 14 y las definitivas de octubre, Cristina tiene los votos kirchneristas asegurados. Se trata de una minoría política intensa, nacionalmente estructurada, que le es incondicional. Sin embargo, le hacen falta más votos “cristinistas” si quiere gobernar, después de tanto viento en contra, con algo de tranquilidad durante los próximos cuatro años. Esos votos exceden el marco militante de los que acompañan su proyecto. Están en otras multitudes, más silenciosas, que interpretan que Cristina encarna una curiosa virtud: ella es el oficialismo y, se sabe, que cuando hay crisis la gente se vuelve menos audaz, quizá hasta más conservadora, es decir, vuelve a elegir al que está porque no come vidrio. Pero también una candidata y estadista como ella, resume el malestar y la solución a ese malestar. Cristina parece ser la garantía de preservar lo bueno y, a la vez, profundizar el cambio que corrija lo malo. Sus opositores se prepararon para ser opositores, pero generan dudas y más dudas sobre sus condiciones para gestionar en tiempos bravíos. Es Cristina la única que puede oxigenar el Gabinete y relanzar el gobierno; y también la que inicie el impostergable recambio generacional en la administración de la cosa pública, que entierre la vieja política para siempre. Es un puente de plata posible. No hay otro. No, al menos, a la vista, salvo para los voluntaristas, que creen que administrar un país es cosa sencilla y para cualquiera.
A la Cristina sola, sin apoyo en el Congreso, agraviada por Héctor Magnetto y sus 200 licencias radiales y televisivas, blanco de la saña opositora más superficial, inmersa en la mayor crisis del capitalismo planetario y sin marido, ya la vimos gobernar y, de todos los que la critican, nadie lo hubiera hecho mejor. Eso es un mérito.
Este domingo, quizá, tal vez, nazca el “cristinismo”, mezcla de los que quieren más de este modelo “nacional y popular” y los que por viveza y sentido de supervivencia admiten que cambiar de montura a mitad del río es desaconsejable.
El mundo se ha vuelto un lugar hostil. Es poco lo que podemos hacer para solucionar lo que ocurre en Washington, Madrid, París y Atenas. Pero es mucho lo que se puede hacer acá, con todos los inconvenientes que existen –y van a seguir existiendo–, para asegurarle un futuro a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
¿Cómo sería un país si Cristina gobernara con algo de poder?
Con sinceridad, no lo sabemos.
El domingo podemos dar un paso para averiguarlo.
¡Argentinos, a las urnas!

Crisis económica global: Vivir en un clima de fin de época

Por Eduardo Anguita Periodista y Director de Miradas al Sur.
La idea de un cataclismo planetario con raíces celestiales parece estar a la orden del día justo en el período de vacaciones de los que ahora deshojan margaritas para saber si les vale –o por cuánto tiempo– la calificación de habitantes del Primer Mundo.

A medida que el calendario se aproxima al inicio de 2012, no sólo los esotéricos se excitan. Basta mencionar el año que comenzará apenas 142 días después de que este artículo vea la luz, para que una visión catastrófica de la humanidad cunda entre quienes hojean el calendario maya y también entre los devotos de las profecías de Nostradamus. La idea de un cataclismo planetario con raíces celestiales parece estar a la orden del día justo en el período de vacaciones de los que ahora deshojan margaritas para saber si les vale –o por cuánto tiempo– la calificación de habitantes del Primer Mundo. Porque desde que las llamadas calificadoras de riesgo bajaron la nota del alumno excelente del capitalismo financiero, es muy tentador dejarse guiar por pronósticos fulminantes. Demasiados oráculos apuntaron a 2012 como año terminal ¡y justo la primera señal de crisis fue Grecia! En la cultura helénica, las preguntas filosas e inquietantes sobre lo que vendría se hacían en el Parnaso; era el ombligo del mundo, y desde allí un vulgar ciudadano se animaba a preguntarle cualquier cosa a Apolo, ese dios griego que, entre otras cosas, era nada menos que la divinidad del Sol. Un espantoso círculo se cierra: los griegos ahora sólo se preguntan por qué el FMI y no Apolo quieren borrarlos de la faz de la Tierra.
Ahora, hay que decirlo, las preguntas inquietantes se hacen en Washington, capital del actual imperio. Washington es, al menos todavía, la cara visible de los billetes que circulan, no sólo como moneda de cambio, sino también como dios universal. No es fácil responder por qué justo ahora las tres poderosas y norteamericanas agencias de calificación de riesgo –Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch– decidieron clavar el estilete en el corazón de Washington. ¡Qué sentiría el general guerrillero si supiera que el golpe llegaría desde la retaguardia! En un mundo hiperglobalizado, una pequeña descalificación del dólar puede contribuir, y mucho, a las turbulencias políticas y financieras de las otras naciones que están pasando por altísimos niveles de incertidumbre.
Más allá de los movimientos especulativos y de peleas sectoriales, no se puede tapar el sol con las manos. En los últimos cuatro años, los números de los Estados Unidos son incontrastables. En 2007, el déficit fiscal norteamericano era equivalente al 1,2% del PBI. Mientras que desde 2009 supera el 10%. Esa brecha la fueron cubriendo con deuda, de modo tal que la deuda pública de los Estados Unidos pasó de representar el 61% del PBI a convertirse este año en el 100%. Como dato, baste recordar que la Argentina de hace una década tenía una relación deuda/PBI de más del 100% y que ahora es menor del 50%. A su vez, con tasas de interés bajas, en los Estados Unidos la palabra recesión está en boca de todos.
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS. El ardiente verano norteamericano potencia el olor de excesivos signos de podredumbre. El pegajoso y asqueante calor del verano acompaña a los norteamericanos que deambulan por el Potomac tal como lo hacía con Marlow en su travesía por el río Congo. Marlow era el protagonista de El corazón de las tinieblas, una novela del polaco Joseph Conrad, ambientada en la selva africana. La historia recrea las propias vivencias del autor a fines del XIX. En esos años, el Congo era colonia del reino de Bélgica. Su rey, el multimillonario Leopoldo II, ordenaba el exterminio de sus pobladores. A los colonialistas sólo les interesaban los diamantes y los colmillos de los elefantes. Conrad residía en Londres y publicó la novela en 1902. Por esos años la reina Victoria, al frente de la corona del país más poderoso del planeta, practicaba los mismos oficios terrestres. Incluso con los blancos boers, que habitaban un poco más abajo del río Congo y que estaban sentados en las minas de oro sudafricanas. Muchos años después, la novela de Conrad sirvió de inspiración a Ford Coppola, quien produjo una pieza artística excepcional para ver sin amortiguadores cómo es la decadencia de un imperio: Apocalypse Now, ambientada en Vietnam, es un relato anticipatorio de lo que era la trastienda de la invasión norteamericana a una de las regiones más pobres del mundo. La película se estrenó en 1979, justo cuando las tropas soviéticas iban a Afganistán a librar una guerra opresiva que contribuiría a acelerar su propio final.

EL FIN DEL CONSENSO. La película 2012, del director alemán Roland Emmerich, apeló al sentimiento de catástrofe y a muchos efectos especiales para convertirse en un éxito de taquilla. La puerta de entrada fue una interpretación atribuida a Nostradamus sobre el calendario maya. Pero Nostradamus vivió hace 500 años y el film se hizo apenas hace dos años. Además, fue en Hollywood y no en Yucatán. Los problemas de la Tierra no parecen devenir de la alineación de los planetas con el sol sino de los brutales ajustes del capitalismo financiero. Ajustes que no responden a “los mercados” sino a algunos grupos de poder. Por algo, el Consenso de 1989 fue el de Washington. El primero de sus diez mandamientos era “la disciplina fiscal”, una regla de oro en los gobiernos norteamericanos. Cabe recordar que, tras la crisis de 1929, con el New Deal de Franklin Delano Roosevelt hubo expansión del gasto público, pero no déficit fiscal.
El Consenso de Washington inicialmente fue pensado para consolidar el dominio norteamericano en América Latina pero se convirtió en una receta para dominar la parte del mundo que se caía, la de Europa Oriental y la ex URSS. Conviene ponerle fechas: el Muro de Berlín era derribado en los primeros días de noviembre de aquel año, el Consenso fue formulado en el Institute for International Economics unos días después. Aquella ortodoxia neoliberal parece haberse convertido en un bumerán para el actual sistema político norteamericano. La extrema derecha republicana del Tea Party parece preferir el fin de los días del demócrata Barack Obama antes que encontrar una salida consensuada a la incapacidad del gobierno federal de hacer frente a los pagos.
De estas pequeñas peleas políticas está plagado el debate político de la primera potencia militar del planeta. Aquella que lleva una década en Afganistán sin haberse retirado y con la certeza de que el problema no son los talibán sino la necesidad de tener un territorio propio cercano a la India y, sobre todo, a China.
El futuro de los Estados Unidos es tan incierto como desdibujado queda el laborioso esfuerzo de los arquitectos del imperio de los años setenta. Es curioso, más arriba se menciona que Joseph Conrad había nacido en Polonia. También fueron polacos tres arquitectos del fin de la Guerra Fría y de la desaparición del llamado campo socialista. Se trata de Zbigniew Brzezinski , Karol Wojtyła y Lech Walesa.
Brzezinski, nacionalizado estadounidense, llegó a presidir el Consejo de Seguridad Nacional bajo el gobierno del demócrata James Carter. Unos años antes de estar al lado del hombre que parecía la cara más pacífica que podía mostrar la primera potencia después de Vietnam, Brzezinski había sido convocado por el banquero David Rockefeller para crear un selecto club de políticos y financistas norteamericanos, europeos occidentales y japoneses. El experimento se llamó Comisión Trilateral y Brzezinski la encabezó desde su creación, en 1973, cuando Richard Nixon y su ideólogo Henry Kissinger veían opacar sus estrellas.
Wojtyła quedó al frente del Estado Vaticano tras la muerte nada accidental de Albino Luciani en septiembre de 1978, apenas un mes después de su nombramiento. Su prédica anticomunista con un pasado partisano le permitió a Wojtyła convertirse en una referencia para la batalla –nada cultural– de la CIA y los banqueros contra los gobiernos satélites de Moscú. En ese mismo 1978, el compatriota Walesa creaba un movimiento clandestino con base en los Astilleros Vladimir Lenin de Gdansk, donde era un líder sindical indiscutido.
El paciente trabajo de Rockefeller con financistas, políticos y espías se apoyaba, no sólo en las apetencias de nuevos negocios, sino en la lenta e inevitable debacle del llamado socialismo real. La caída del Muro y la implosión de la URSS dos años después crearon las condiciones para que se incorporaran al mercado millones de nuevos consumidores. Por supuesto, esos mismos consumidores eran parte de un mercado laboral con pretensiones salariales muy inferiores a las de sus colegas del mundo desarrollado capitalista. Walesa fue presidente de Polonia antes aún de que Mijail Gorbachov diera por finalizados los años del Segundo Mundo. Ganó un Nobel y en el aeropuerto de Gdansk quedó estampado su nombre. Los astilleros en los que Walesa trabajó fueron privatizados y ya no se llaman Lenin. Wojtyła es considerado uno de los líderes más influyentes del último cuarto del siglo XX. Fue beatificado recientemente; esto es, considerado alguien que vivió en santidad toda su vida. En cuanto a Brzezinski, es uno de los intelectuales más importantes del establishment norteamericano, alguien que había anunciado en La era tecnotrónica el tipo de sociedad que vendría y las debilidades que tenían los regímenes socialistas para afrontarlas. Brzezinski sigue viéndose con su mecenas y mentor, David Rockefeller, y forma parte del Council on Foreign Relations, un lugar de cita indispensable cuando los líderes políticos del resto del mundo van a Nueva York. Por supuesto, su creador e inspirador fue David Rockefeller. <

Entre la crisis neoliberal, las protestas masivas y los escribas del poder


Ricardo Forster
Mientras entre nosotros arrecia una feroz campaña contra quienes, desde distintos lugares y experiencias y sin haber ahorrado reflexiones críticas, han defendido, y lo siguen haciendo, el ciclo político abierto en mayo de 2003 por Néstor Kirchner y continuado por Cristina Fernández; en lejanas geografías primermundistas, de aquellas que tanto añoraban los escribas melancólicos de “repúblicas perdidas” y de economías “serias y responsables” sólidamente entramadas en el mercado global, surgen, potentes, miles y miles de voces que se “indignan” por aquello mismo que, entre nosotros, defienden esos “desinteresados e independientes” escribas de la corporación mediática y libretistas, graciosos y bizarros, de una oposición que, si la dejasen hacer con libertad sus verdaderos proyectos de gobierno, no harían otra cosa que reconducir al país hacia el camino de “la seriedad y el respeto a los contratos una y otra vez mancillados por el populismo reinante en una Argentina atormentada por la corrupción y la venalidad”.

¿Resulta, tal vez, llamativo que los mismos medios de comunicación hegemónicos que se dedican, día y noche, a demoler las políticas del Gobierno o a desprestigiar a personalidades como el juez Zaffaroni o a demonizar a los intelectuales de Carta Abierta (del mismo modo que antes lo habían hecho con especial virulencia con Hebe de Bonafini o exigiéndole a las Abuelas de Plaza de Mayo que le pidieran disculpas a la señora Herrera de Noble) no establezcan ninguna relación entre la crisis recesiva que hoy sacude al mundo desarrollado y las sempiternas recetas de ajuste que, entre nosotros, siempre han sido defendidas por los mismos que denunciaron “el aislamiento internacional de Argentina como producto del “populismo” kirchnerista? ¿Es verosímil una oposición que, enfrascada en servirles de fuerza de choque a las corporaciones, silencia el carácter de la crisis como producto de la extenuación del modelo neoliberal y la situación cualitativamente distinta en la que se encuentra el país gracias a las políticas de desendeudamiento, activación del mercado interno, protección ante el canto de sirena de los famosos mercados de capitales tan añorados por nuestros economistas ortodoxos y al uso racional de las reservas que se viene implementando desde el 2003? ¿Qué otra cosa hay, además de un deseo de profecía autocumplida, del titular tipo catástrofe con el que la corporación mediática busca promover una estampida del dólar en el mercado local? ¿Cuáles son los objetivos de estas acciones y omisiones?

Sus consecuencias ya las conocimos, anticipadamente, con toda su violencia y asfixia social a lo largo de los años noventa cuando, entre nosotros, se aplicaron con rigurosidad estricta las mismas recetas que ahora se aplican en los países europeos y que ha aceptado también, chantaje de la ultraderecha republicana de por medio, un Obama desprovisto de todos aquellos atributos que lo habían llevado al gobierno en medio de una oleada de entusiasmo popular como no recordaba Estados Unidos desde la época de Kennedy. Lejos de haber sido el Roosevelt que necesitaba su país y en especial los más desfavorecidos de sus habitantes, Obama, quedándose a mitad de camino, terminó por hacerle el juego a la derecha ultraliberal del Tea Party (cruzando el Atlántico algo semejante hizo Zapatero hundiendo en el fango los valores que decían defender los socialistas españoles dejando el camino expedito para que la derecha llegue libre de culpa y cargo al gobierno).

Detrás de toda crisis (y en este caso de un peligro inminente de recesión) se esconde la tendencia desenfrenada del gran capital a concentrar todavía más la riqueza y a aprovecharse del “pánico” astutamente generado en el interior de las sociedades contemporáneas para disciplinar más y mejor a sus habitantes convenciéndolos de que no queda otro camino que el del recorte del famoso gasto fiscal que traducido a lenguaje coloquial no significa otra cosa que suspensión de programas sociales y ajuste brutal sobre los sectores más desfavorecidos.

En nuestro caso, y cuando la memoria no falla, las imágenes que regresan inmediatamente son las de finales de los años ’90 cuando el gobierno de la Alianza, en vez de repudiar el modelo de la convertibilidad menemista, no hizo otra cosa que atenerse a las demandas ortodoxas del FMI acelerando el estallido y su propia bancarrota. Mientras que algunos referentes de la oposición se ocupan de la inflación (único mal desde la perspectiva del establishment) dejan intacta la lógica económica ortodoxa, fundada en las exigencias de los mercados globales y sus organismos internacionales promotores de las más diversas tragedias sociales por las que atravesó América latina en las últimas décadas del siglo pasado (y por las que siguen atravesando otras regiones del mundo asoladas por esas políticas que multiplicaron los endeudamientos y el hambre de los pueblos como en el norte del África, contribuyendo a un aumento exponencial del precio de los alimentos y a la caída de la inversión social acelerada por las recetas de ajuste “sugeridas” por el FMI). Su interpretación de la crisis mundial es nula, ciega o, peor todavía, atentatoria contra los intereses de las mayorías allí donde vuelven a reclamar recetas aceleradoras del desastre como se viene expresando en gran parte de los países europeos y en los Estados Unidos.

En el deseo perverso de ciertos actores políticos, económicos y mediáticos están las imágenes, alucinadas, de interminables colas de asustados ahorristas delante de las casas de cambio para comprar oro, dólares, euros, rupias, yenes o lo que sea mientras se desmorona el peso y nos hundimos en una crisis que se lleva puesto al tan odiado gobierno kirchnerista. Sería muy bueno que los sectores democráticos de la oposición se desmarcaran de ese juego brutal y salieran, desde una perspectiva que podría considerarse patriótica, a cerrar filas a favor del sostenimiento de la estabilidad económica basada en la protección del trabajo, del mercado interno y de los salarios por sobre las maniobras de los especuladores de siempre. ¿Podrán escaparle al abrazo de oso de las corporaciones? Me embarga, estimado lector, un inevitable pesimismo al intentar responder positivamente a esta pregunta.

¿Resulta acaso extraño que los mismos periodistas que critican despiadadamente a los intelectuales de Carta Abierta o al juez Zaffaroni respondiendo a las órdenes estratégicas de sus patrones que buscan destruir los núcleos simbólicos del kirchnerismo (así lo vienen haciendo con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y ahora lo intentan con un juez de la Corte Suprema y contra quienes, proviniendo del campo de la vida cultural y académica, decidieron constituir un colectivo de debate político en apoyo de las mejores políticas del gobierno nacional) no tengan una sola palabra para reflexionar sobre nuestra oposición y sus “proyectos” asociados a los intereses de las grandes corporaciones y a las políticas de ajuste que se vienen implementando como “salida de la crisis” causada por la exacerbación del propio neoliberalismo? ¿Puede, a esta altura, sorprendernos el grado de agresividad de estos escribas que multiplican sus columnas denunciando a la bestia kirchnerista y a sus secuaces mientras sueñan con prepararle el terreno a la restauración conservadora?

Por esas extrañas coincidencias de la historia, mientras Europa y Estados Unidos se enfrentan, con una perplejidad paralizante, a la continuidad de la crisis, en nuestro país se sigue insistiendo con la profundización de una política económica que nos ha permitido, como no había sucedido antes en contextos de alteración global de los famosos mercados, capear, del mejor modo posible, los efectos de la bancarrota de un capitalismo depredador que sigue insistiendo, en su caída, con terminar de destruir los últimos restos del viejo Estado de bienestar. Desde España a Israel, los jóvenes, sobre todo, han abierto sus ojos y salido del efecto “ideológico” (perdón por utilizar palabras pasadas de moda y demasiado intelectuales) que, durante las últimas décadas y al amparo de la expansión metastásica de ese extraordinario maridaje de consumo exponencial y sociedad del espectáculo, había logrado sostener, en el plano del sentido común y de los imaginarios culturales disponibles, el andamiaje devastador del neoliberalismo.

Más de 300.000 israelíes han salido a las calles de las principales ciudades para reintroducir, en el espacio público y en el habla cotidiana, palabras y conceptos brutalmente deslegitimados por la “deconstrucción” que el capital-liberalismo hegemónico desde mediados de los años setenta había logrado generalizar en el interior de sociedades que supieron conocer las “virtudes” de formas estatales nacidas del modelo bienestarista que contribuyó, como nunca antes en la historia de esas sociedades, a darle forma a una inédita equidad social y a lo que los actuales manifestantes definen como un orden basado en “la justicia social” (concepto que los argentinos conocemos bien y alrededor del cual se desarrolló una parte sustantiva de nuestra tradición política popular y contra el cual también se descargaron las formas más crudas de la violencia represiva). Esos jóvenes indignados (que en nuestra región hoy lo manifiestan los estudiantes chilenos que develan la “verdad” del modelo trasandino –el más desigual en términos de acceso a la educación de América latina y uno de los más injustos del planeta– tan elogiado por nuestros opositores y sostenido en la perpetuación del pinochetismo bajo ropaje democrático) vuelven a apropiarse de esas palabras saqueadas hasta el hartazgo por la ideología dominante que, junto con una brutal transformación de las estructuras económicas (el famoso pasaje del capitalismo de producción al capitalismo especulativo-financiero asociado con la desactivación del Estado social), desplegó una cuidadosa y global revolución cultural-simbólica destinada a sostener, en el plano de las conciencias, lo que se desarrollaba en el plano de las estructuras materiales.

Sin ese proceso de horadación sistemática de las “antiguas concepciones bienestaristas”, sin la fragmentación de la sociedad, sin el vaciamiento del rol del Estado como garante de la igualdad de oportunidades y, fundamentalmente, sin la colonización acabada de las conciencias y del sentido común, la implementación de esa política salvaje que condujo, primero a los países periféricos a situaciones sin salida y de penuria social desconocida hasta entonces, y después a los países desarrollados a enfrentarse a su propia crisis, no hubiera sido posible. Para mutilar la estructura de derechos que habitaron esas sociedades era imprescindible deslegitimar, en el interior de las conciencias, la trama de valores que había desembocado en el Estado de bienestar. Sin ruborizarse, y utilizando el arsenal propio de los medios de comunicación concentrados y hegemónicos, los escribas orgánicos del establishment se han convertido en la vanguardia del retroceso, en los publicistas de la regresión neoliberal. Su tarea, astutamente encomendada por los estrategas de la destitución que, como dice ahora un amigo, han pasado a ser de la destrucción, es avanzar contra aquellos núcleos simbólicos que preocupan a la clase media progresista. Por eso se trata de disparar contra la política de derechos humanos, contra la Corte Suprema a través de Zaffaroni o contra quienes, por libre convicción, decidieron salir de los ámbitos universitarios para decir su palabra política en la esfera pública rompiendo la supuesta hegemonía de tantos bienpensantes que hoy se han transformado en los mejores propagandistas de la restauración.

Para ellos se trata de continuar alimentando un sentido común capturado por los paradigmas que se vienen desplegando desde los años ’80 allí donde el giro hacia el neoliberalismo inició el proceso de devastación de toda alternativa a la lógica implacable del mercado global. Enfrentados a la crisis de sus propias ideas, demudados ante la caída de sus ídolos ideológicos y de sus países emblemas, buscan, una vez más, servir con fidelidad a prueba de balas a esas mismas corporaciones que han alimentado, con el fuego de la especulación y de la acumulación exponencial de las riquezas, el incendio de esa misma economía neoliberal que buscaron implementar en todo el planeta. Por una vez, Sudamérica eligió, de la mano de algunos de sus gobiernos de matriz democrática y popular, un camino muy distinto al de la ortodoxia imperante. Contra esa sabia y valiente decisión es contra la que se dirigen los dardos despiadados de los grandes medios de comunicación y de sus escribas de turno.

Edgardo Depetri - Documento Político

El 20 de julio de 2011 por Edgardo Depetri

Nuestra derrota en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, marco el inicio de una escalada del poder económico y de las clases dominantes de nuestro país para apuntalar e instalar un escenario de debilidad del gobierno y el campo popular.
Cada día van modelando un discurso, imágenes y acciones que apunta no sólo dominar la agenda política y social en esta coyuntura electoral, si no la de los próximos años. Ellos intentan iniciar un nuevo tiempo político, que tiene como destino conmover a la opinión pública y a la sociedad Argentina, para luego entrar en una etapa de desestabilización y de hacer retroceder los avances en la distribución de la riqueza impulsado por el gobierno nacional.

En efecto, esta es la disputa del poder que, ante su debilidad para enfrentar a CFK en la gran batalla política, social, económica, ideológica y cultural que tiene su punto mas alto el 23 de octubre en la elección presidencial, apela a movilizar conciencias opositoras. En la conducción política de esta operación de demolición de Cristina, se alinean el poder real, las corporaciones económicas exportadoras, los socios de la Asociación Empresaria Argentina, donde sobresale la multinacional Techint, y como nave insignia el multimedios Clarín.
El discurso dominante intenta instalar la idea de que el gobierno nacional está débil, para eso alimentan internas, una supuesta rebelión al interior de nuestras fuerzas por el armado electoral, fogonean el caso Schoklender –una desdichada estafa a la inocencia de las Madres-, las denuncias en el Inadi, el resultado electoral de Capital, nuestra supuesta derrota en Santa Fe, la exaltación de De La Sota como nuevo factor de poder en el PJ, y el intento de convertir la interna abierta del 14 de agosto en una especie de primera vuelta electoral, y allí lograr que CFK no llegue a los 40 puntos. Ese es el objetivo.
A esta estrategia política, electoral, institucional, y mediática se suma hacer aparecer el análisis de ADN de los hijos de Noble, como otra derrota del gobierno, y la predica constante denunciando corrupción, inseguridad, el Indec, la inflación, y la demonización de Moyano, Moreno, La Cámpora y ahora el ridículo, de acusar de facho a Fito Páez por ejercer su derecho a opinar como le parezca.
Sin duda que nosotros debemos darle una respuesta integral a esta estrategia del poder, y no entrar en sus provocaciones. La elección de Capital, su resultado, no fue lo esperado por nosotros ni tampoco por ellos. Nosotros esperábamos estar superando el umbral del 30 por ciento, y ante la opinión no de consultoras amigas u opositoras, si no en la evaluación que hacíamos de la gestión macrista, no esperábamos que en la Ciudad, que el actual Alcalde llegara a los 47 puntos.
Jamás pensamos que nuestro candidato estuviera a 6 puntos y menos que la elección fuera un galopito triunfal, incluso sabiendo de la fuerte recuperación de la imagen de CFK en este distrito. La ciudad voto a jefe de gobierno porteño, y seguramente muchos de los votos macristas o de Pino Solanas serán nuestros en la presidencial. El dato distintivo de esta elección fue el derrumbe de Alfonsín, cuya candidata del radicalismo, Silvana Giudice, apenas supero el 2%, ni hablar de Carrió, o del papelón que desde la fracasada interna abierta del Peronismo Federal viene realizando en continuado el duhaldismo con menos de 0,5 % .
Ciudad y autocrítica
Creemos que la elección de la Ciudad deberá ser analizada en profundidad, pero jamás echarle la culpa al pueblo de los representantes que elije, en todo caso buscar en ese pueblo las respuestas. Tampoco descalificar a quienes opinen que el electorado porteño, de esta ciudad puerto, metrópoli, proclamada culta y rica y autónoma, y muy desigual, tenga la capacidad de parir a hombres como De la Rua, que se deleitó con Menem, y ahora cobija a Macri.
El resultado electoral es hijo de un proceso político y no al revés. Habrá que hurgar en nuestras debilidades, y en el resultado de las denominadas gestiones progresistas anteriores a Macri, que también deben ser tenidas en cuenta a la hora de buscar respuestas; la magra elección de las tres vertientes que ya gobernaron la ciudad es un dato revelador.
El denominado progresismo demostró su debilidad, entonces habrá que repensar esa idea, y la forma de organizar una propuesta política para la Ciudad. En su concepción socio económico y cultural, hay segmentos de menos recursos en Capital y que se parecen en mucho a las barriadas del primer cordón del Gran Buenos Aires, donde conviven amplios sectores medios, pero también trabajadores, jubilados, pensionados.
Es necesario desplegar una nueva estrategia territorial, y capitalizar políticamente los derechos recuperados para los habitantes de esta ciudad. Las miles de jubilaciones, la atención de los afiliados del Pami, la Asignación Universal por Hijo, las pensiones no contributivas, teniendo en cuenta que sólo desde el Ministerio de Desarrollo Social y hacia la ciudad, el gobierno nacional entrego 35000 pensiones no contributivas, que benefician a discapacitados, madres con siete hijos, mayores sin cobertura.
Creo, tenemos el deber de organizar esa fuerza, y encontrar la forma de transmitirla a las y los porteños y atraerlo hacia nuestro lado, demostrando que la recuperación de los ingresos de los profesionales, comerciantes, de los salarios de los trabajadores, las obras de infraestructura, la educación, la previsión, y las políticas sociales y universales, no son mágicas ni divinas, son producto de una política de derechos y que las resolvió nuestro gobierno, no el gobierno de la Cuidad.
Esto necesita, no sólo adaptar discursos, hay que repensar la forma de construir en el territorio menos individualismo y acuerdos por arriba, disputas de protagonismos y de fotos en los diarios y mas debate, más democracia y unidad. Esto que analizamos, no es para repartir culpas, si no para darnos fuerzas hacia el ballotage, y para capear el golpe, y el impacto en términos políticos y en la relación de disputa con los factores de poder. Ataque sin fronteras éticas
Hablamos del poder que en su ofensiva condicionante, ha lanzado un verdadero terrorismo mediático sobre Madres de Plaza de Mayo, y en especial sobre Hebe de Bonafini en un intento de demoler nuestra política de derechos humanos, y golpear en la conciencia social del pueblo, la corrupción es el vehiculo por donde pretenden entrar, pero el fin ultimo, orada uno de los pilares centrales de nuestro proyecto: el fin de la impunidad.
La victimización, en el caso Noble Herrera, ante los resultados de ADN de Felipe y Marcela, y el intento de cierre judicial de la causa es otra parte de esa escalada para cerrar el círculo de impunidad. Lo que se pretende es instalar que acá no hubo terrorismo de Estado, no hubo robo de bebes, no hubo complicidad civil, que este es un gobierno revanchista y que hay que cerrar heridas. Es imponer la teoría de los dos demonios, teoría que vuelve en plena campaña electoral, y que es asumida por la mayoría opositora, en sintonía con las necesidades políticas del Grupo Clarín.
No se quedan ahí. Mas allá del debate sobre el rol de la agrupación La Cámpora en la supuesta preferencia que CFK tuvo hacia ellos en el armado de las listas, o en la gestión del gobierno, el ensañamiento y su demonización por parte de los escribas del poder, es parte de un ataque a los símbolos de esta nueva etapa, ya que los cuadros mas notorios de esa agrupación son hijos de compañeros desaparecidos. Y su protagonismo y militancia ponen en cuestionamiento a quienes fueron responsables o cómplices del genocidio, militares y civiles insertos en el poder.
Volviendo al principio, estos sectores, sumando a la estrategia de debilitamiento, se proponen mostrar derrotas aplastantes y humillantes para el oficialismo según su necesidad comunicacional. Ahora con el impulso del triunfo macrista en Capital, van por ampliar la ventaja de la primera vuelta electoral, hay que sacarle mas rédito a esa victoria, y definir el arco opositor que pelee el intento de condicionar a CFK, y tratar de llevarnos a segunda vuelta, en esto, las declaraciones de Alfonsín y Carrió lo confirman.
Escaladas mediáticas
La otra escalada, de este escenario, es que en Santa Fe, nuestro candidato Agustín Rossi pierda y no de cualquier manera, el objetivo que sume a esta campaña de debilitamiento nacional, es que en esa contienda llegue tercero, por eso levantan a Miguel Del Sel, el reutemismo juega en esa estrategia, pero mucho mas que una interna del PJ, el poder económico, instala el voto del campo contra Rossi, de paso, hace dos jugadas al mismo tiempo, debe perder Rossi para que pierda CFK. Esto, aducir al mismo tiempo que fue rechazado políticamente por ser uno de los abanderados de la defensa de la resolución 125, que nos enfrento a la corporación sojera exportadora. Entonces el mensaje es claro: el que enfrenta al poder pierde.
La elección de Córdoba es el otro punto de esta escalada, ahí hay que mostrar a De La Sota, como un ganador anti K, pero sobre todo hay que ubicar a la gobernación de Córdoba, como parte del nuevo diseño institucional, hacia agosto en las primarias, octubre, en la elección presidencial, y después del 10 de diciembre. De la Sota que fue durante su gestión anterior un menemista tardío, hoy tiene la posibilidad de repetir, y tiene más cosas en común con Macri que con CFK y nuestro proyecto. Un triunfo de él, lo mostraran como un triunfo opositor, el hombre que trajo a Cavallo al PJ, y a la política, y que viene por la revancha, de su fallida candidatura presidencial del 2003. Esto repetiría el triángulo Capital, Santa Fe y Córdoba. Nada nuevo. Ya pasó a Néstor y a Cristina, con alguna variable.
Lo que buscan: quebrar la unidad de las organizaciones sindicales con el gobierno
Como los grupos de poder están tirando “bombas racimo”, ya que el triunfo de CFK sería la profundización del modelo nacional y popular, la estrategia se extiende también al movimiento obrero. Es sabido que ya cuentan en sus filas con dirigentes importantes, los denominados gordos de la CGT, o sindicalismo empresario, el dúo Barrionuevo-Venegas, que reporta a Duhalde y Roberti, de petroleros privados asociados con de Narváez y candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires en la boleta de Alfonsín.
La confrontación abierta contra Hugo Moyano de hace un par de meses, donde acusado casi de demonio, le agregan a la campaña de intrigas y sospechas, de ponerle la infamante calumnia de que el gobierno nacional va por su sillón de Azopardo, y que también desde la oscuridad, el gobierno es responsable de campañas judiciales y mediáticas en su contra Esto con el objetivo de generar la fractura entre el gobierno y la CGT.
Cualquier excusa los lleva, desde el enojo por la falta de dirigentes sindicales en las listas del Frente para la Victoria, la inflación, el mínimo no imponible, las obras sociales, o un incierto recelo de la juventud sindical con los jóvenes de La Cámpora. Y ahí vemos con claridad es que para el poder económico, es fundamental romper esa alianza que a sido clave en la construcción de este modelo. La insistencia de los multimedios del poder del malestar sindical con CFK, esconde el deseo de darle rienda suelta al conflicto social y crear clima de paro nacional, y de enfrentamiento entre sectores que necesariamente debemos estar unidos.
También jugaron su estrategia en la CTA, al promocionado espacio democrático de Pablo Micheli que “le gano en elecciones al kirchnerista” Hugo Yasky. Elecciones no tan democráticas, ya que terminó en un papelón ridículo del que es difícil volver, ya que la justicia demostró que Micheli se proclamo ganador con fraude escalonado en varias provincias.
Los escribas del poder mediático pusieron en primera plana el triunfo de Micheli -logrado insistimos a través del fraude-, al punto que en las editoriales del diario La Nación se ponía como ejemplo a esos dirigentes democráticos. Igualmente al poder la jugada le salió bien, por que uso un conflicto para golpear al gobierno, y al mismo tiempo debilitó una organización que les regala titulares en sus diario y que, paradójicamente, no le reconocen los propios delegados que elijen dentro de los multimedios. La CTA, duramente golpeada por este hecho aberrante de alterar la voluntad de los trabajadores, tiene ahora la posibilidad de reconstruirse, ante el nuevo fallo de la justicia.
Lo que vendrá y nuestra respuesta: unidad popular
El desarrollo de esta primera etapa de la campaña de desestabilización y cambio continuará el 14 de agosto donde planifican convertir a la elección primaria en una primera vuelta electoral y el desafío opositor que CFK llegue con menos del 40% de los votos a ser candidata a presidenta .
Todo el armado de este escenario los construyen los hombres del poder real, las corporaciones económicas y su cadena de medios de comunicación privada, y en ese juego, se ha prendido todo el arco opositor, sin excepción. Lo que está claro: necesitan el control del aparato del Estado, con un gobierno que promueva sus intereses; devaluación de la moneda, rebaja a las retenciones de la soja, congelamiento salarial, achicamiento del gasto público, derogación de la Ley de Medios, el fin de los juicios de lesa humanidad, y de esta manera, frenar la investigación de la complicidad civil, y sus negociados con la dictadura, y volver a restituir los acuerdo de libre mercado priorizando las relaciones con Estados Unidos. Y esto es lo que pretenden, definir la elección presidencial y, si no ganan octubre, el objetivo es condicionar a CFK para su segundo mandato.
Por todas estas razones expuestas, nosotros, tenemos que cerrar filas con Cristina, y construir un fuerte espacio de unidad popular, captar sectores de pequeños y medianos productores, llegar a las capas medias que se benefician con el modelo y de esta manera, defender el proyecto y profundizarlo ¡ya! No esperar a octubre. Por eso decimos, la respuesta es hoy. Hoy hay que tomar medidas para responder a esta estrategia del poder. De nosotros depende que futuro vendrá.

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.