UNA SEMANA PARA LA INDIGNACIÓN

Por Octavio Getino


Bastaron apenas dos o tres días para que los energúmenos del establishment argentino –léase representantes de la ensoberbecida oligarquía campestre, carcamanes dinosáuricos de la iglesia, figuritas publicitadas del gorilaje intelectual y controladores del sistema mediático que padecemos los argentinos- hayan coincidido y no casualmente en maniobras que sólo apuntan a desestabilizar las instituciones de la democracia y a vulnerar los más elementales derechos de nuestro pueblo.



Algo que pese a la sensatez con la cual uno quisiera pensar y actuar, inducen provocadoramente a la indignación.



La violenta declaración de guerra que los grandes empresarios del llamado campo y sus imberbes asociados vociferaron en la Rural contra la política de un gobierno, que pese a sus insuficiencias y errores es claramente representativo de las mayorías nacionales, se unió a la aberrante declaración de un arzobispo al cual no eligió absolutamente nadie –salvo el autoritarismo propio del régimen eclesiástico y papal- calificando de neomarxista lo que apenas representa una tímida introducción a la educación sexual de nuestros niños y adolescentes.



Al mismo tiempo, esto coincidió con la presencia en La Nación de una abrillantada, más que brillante, pluma, no menos liberal y filomitrista que los dueños de dicho diario, la que se ocupó de elucubrar diatribas del más rancio gorilaje contra las expresiones políticas y culturales que acompañaron merecidamente la asunción del nuevo Secretario de Cultura.



Y por si ello fuera poco, asociaciones y cámaras de empresarios de medios –dueños y controladores casi absolutos de los contenidos desinformativos y deseducadores que predominan en el sistema mediático nacional- embistieron en las mismas horas contra el proyecto de creación de un sistema de TV satelital por parte del Estado argentino, por el cual y por primera vez en nuestra historia, se intentaría democratizar la comunicación y la información entre todos los argentinos, como una forma, por lo menos, de resistir al sistema monopolizador y homogeneizador que hoy nos agobia.



Indignación, insisto que induce tal vez en demasía a las adjetivaciones, y que resulta aún mayor cuando observamos las tibias respuestas de parte de quienes deberían representar en términos más enérgicos a los intereses de nuestro pueblo.



Es el caso de buena parte de las organizaciones sociales y políticas –incluido paradójicamente el peronismo- todavía faltos de una respuesta contundente para poner en el lugar que corresponde ese accionar conjunto, muy parecido al que hoy se vive y se padece en distintas naciones de América Latina.



Un accionar local y trasnacional que sólo apunta a retrotraer la historia, para imponer nuevas y más sofisticadas formas de autoritarismo y cercenar a niveles mayores que nunca los derechos democráticos, sociales y humanos de los argentinos y que, por lo tanto, reclama de actitudes que estén a la altura, o más arriba aún, de aquellas amenazas que hoy debemos afrontar.



OG/

Barajar y dar de nuevo

SEÑALES POPULARES NRO. 9 - EDITORIAL

Un balance riguroso de lo acontecido desde 2003 a la actualidad nos permite señalar que las presidencias de los Kirchner han sido lo mejor que gobernó al país desde el punto de vista de los sectores populares, desde la muerte de Perón. Podríamos calificarlo como «la primavera kirchnerista» que interrumpió los sucesivos inviernos de frustraciones y claudicaciones que cubren ese lapso de tres décadas.
Durante el mismo, el Partido Justicialista –ya fuese Isabel o Menem- así como el Partido Radical –más allá de diferencias entre Alfonsín y De La Rúaextranjerizaron y endeudaron al país, lo vaciaron ideológicamente y lo hundieron socialmente.
Sólo una política de Liberación Nacional podía recuperarnos de ese desastre.
El kirchnerismo no llegó a desarrollarla plenamente, pero abrió el camino en ese sentido: repudio al ALCA, convergencia latinoamericana, liberación de condicionamientos del FMI, plena vigencia de derechos humanos, reemplazo del modelo EConómico especulativo por otro productivo, recuperación de los aportes previsionales de los trabajadores controlados por el poder financiero, recupero del rol del Estado en diversas áreas, reconquista de derechos laborales mutilados,incorporación masiva de trabajadores a los beneficios de la jubilación y otras... Estas medidas recibieron el apoyo de la mayoría de la población que
pareció comprender que si eran muchas las asignaturas pendientes, ello residía en que se carecía de fuerzas para acometerlas.
Sin embargo, bastó con que el gobierno intentara avanzar en la
redistribución del ingreso, afectando los privilegios del sector agroexportador, para que se produjese el punto de inflexión que culmina, ahora, en el resultado electoral desfavorable del 28 de junio. Esa fatídica resolución 125
fue el inicio del derrumbe.
El gobierno tenía varias razones para apropiarse de una porción de la alta renta agraria diferencial: desacople entre los precios internos y externos, cerrar el camino a la sojización que hundiría al resto de la producción agropecuaria, participar al pueblo de las utilidades escandalosas obtenidas por una minoría concentrada de productores, proveniente no de su ingenio y trabajo, sino de las condiciones específicas del suelo, el clima y cercanía del puerto, ventajas de las cuales debe gozar el país todo. Sin embargo, cometió errores de implementación que le
resultaron fatales: no explicó previamente sus razones, no midió la correlación de fuerzas con respecto a la Sociedad Rural ni tampoco advirtió que ella arrastraría en su favor no sólo a otras organizaciones agropecuarias sino incluso a los sectores de clase media urbana que se vieron conmovidos por el conflicto y apostaron contra él.
Ante una general oposición, el gobierno se enredó en sus propias piolas: subieron los precios pero creyó que bastaba con disimular la inflación ajustando los datos del INDEC con lo cual acentuó su desencuentro con los sectores medios, para los cuales sobraron los periodistas que les dijeron que estaban siendo engañados, mendacidad que también imputaba una política experta en desafortunadas profecías para la
cual las retenciones eran la gran caja de la familia gobernante.
Así nació la entente antikichnerista que últimamente se expresó en las urnas: grandes terratenientes y sojeros arrastrando tras de sí a las clases medias urbanas y rurales, intereses monopólicos y transnacionales ligados al agro, grandes cadenas comunicacionales, partidos políticos degradados desde la derecha hasta la extrema izquierda, periodistas, intelectuales y hasta el sindicato de trabajadores rurales. Lo demás no es necesario relatarlo: desabastecimiento, escraches, cortes de rutas, desequilibrio de precios, traiciones políticas,redescubrimiento de zonceras
como «la Gran Argentina Agropecuaria», «todos vivimos del campo», etc. Todo ello resumible en una palabra: regorilización de amplios sectores sociales, pues «el peronismo -como enseñó Borges- es incorregible » y osaba ahora avanzar sobre la propiedad.
Muchos se habían preguntado hasta ese momento de donde venía el peronismo de los Kirchner, especialmente porque no lo enarbolaban sino que pretendían acumular a través de la transversalidad. Pero, en ese momento, se comprobó que su
origen era el setentismo y desde diversos lugares le apuntaron críticamente: soberbia, capricho, prepotencia, decisiones en el pequeño círculo, deficiente comunicación, renuencia al diálogo.
«La primavera kirchnerista» ofrecía cierta semejanza con aquellos 49 días del 73 que dieron en llamarse «la primavera camporista». Ello permitió que a la «gorilización» se sumase el peronismo de derecha que había dado pruebas de proimperialismo en su ejercicio del gobierno.
Los grandes medios de comunicación inventaron entonces que lo más grave del gobierno no era «el modelo», sino «los modales», es decir, el kirchnerismo no cumplía con los rituales propios de un gobierno sensato: reuniones de gabinete, concesiones a la oposición, conferencias de prensa, discursos mesurados empleando la vieja retórica
politiquera, en fin, todo aquello que el liberalismo reaccionario de los radicales denomina «el respeto a las instituciones» y a «las formas de la República», es decir,justamente aquello que Yrigoyen había estigmatizado, en
el pasado, como «el régimen falaz y descreído»: cultos caballeros que debatían con altura y respeto,con impecable sumisión a las formas, mientras preservaban los privilegios de las minorías.
Por supuesto, la Sociedad Rural -que alabó a la dictadura genocida de los 70- usó el argumento de «los modales» para apuntar decididamente contra «el modelo», que le imponía retenciones y gradualmente iba recuperando el rol del Estado y
hasta podría decidirse a convocar a la movilización de masas.
Pero amplios sectores de la clase media -víctimas del vaciamiento ideológico de tres décadas- asumieron como propia esa crítica a «los modales»: el kirchnerismo significaba
desprolijidad, insensatez, más aún: confrontación y discursos exasperados (como si se pudiera cambiar algo en cualquier país del mundo sin confrontar y exasperarse); el kirchnerismo, en ese camino, podría concluir en Chávez con su histrionismo
caribeño que lo conducía a cantar por televisión (por supuesto,tamaña invalidación de la república no la hubiese cometido jamás De La Rúa); el kirchnerismo tenía, además, apoyaturas estremecedoras como ese D’Elía que preconizaba odiar al enemigo cuando es sabido que en la República sólo hay «adversarios » para «dialogar y enriquecer así a toda la familia argentina » y también se sustentaba en el apoyo de la CGT, cuyo resonar de bombos traía el recuerdo de aquel insoportable protagonismo obrero del 45.
Para amplios sectores medios lo cuestionable no era «el modelo» sino la discusión de cuestiones banales, si Cristina cambia de cartera, llega tarde a los actos o «baja línea» en sus discursos o si Néstor actúa como un joven desprejuiciado o tacha de mentiroso a un periódico. Se pusieron entonces muy irascibles, convertidos en críticos implacables, fenómeno que pudo advertirse inclusive en algunos dirigentes de la vieja izquierda peronista. En esos sectores medios ganó la irritabilidad.
Ese televidente que todavía cree en Nelson Castro o en Morales Solá, en su supuesta seriedad y conocimiento científico, porque son «gente como uno», acentuó su rechazo
a los Kirchner, cultores de otro idioma y otras maneras. «No los soporto», machacó una y vez otra, dando con el puño sobre la mesa ese pequeño burgués, que bien pudo ser el de aquella película «Un burgués pequeño pequeño». Y dió batalla al
kirchnerismo en el café, en la tertulia hogareña, en la reunión de amigos. Fue tal su indignación -alimentada hora tras hora por «la caja boba»- que asumió como su heroica misión concluir con los Kirchner, no importándole demasiado si para ello debía votar por De Narváez, por Pino, por Macri o por Mongo.
Así se nutrió el frente antikichnerista: con aquellos que estaban contra «el modelo» que los perjudicaba y los que estaban contra «los modales» de un «modelo» que, en gran parte, los beneficiaba. La derecha reaccionaria galvanizó sus fuerzas hasta crear lo que se llamó «un clima destituyente» y sólo por las rivalidades entre los políticos más retrógrados no pudo ir más allá. Grondona y Biolcatti confesaron impúdicamente, relamiéndose, sus intenciones golpistas, conjugando su desprecio al pueblo con las campañas de moralina boba de la Carrió y la orquestación mediática de
corporaciones proimperialistas como Clarín y La Nación.
Ahora, pasadas las elecciones, en algunos sectores de clase media comienza a cundir cierto temor, porque ven avanzar en el
escenario a personajes horrorosos a los cuales también detestan -en este caso, con motivos fundados- como Barrionuevo, Puerta, Ruckauff, Duhalde, Cecilia Pando, Macri y hasta Menem .Hay quienes empiezan a sospechar que su pregonado «progresismo» ha cumplido la función de revivir a lo peor de laderecha. Algunos de ellos, en lo
íntimo, piensan: ojalá el castigo que le dimos, le permita a Kirchner corregir sus errores para salvarnos de la mafia que avanza sobre nosotros... El gobierno, a su vez, ha quedado duramente golpeado y su único camino es aquel del tablón
futbolero: no hay mejor defensa que un buen ataque. O si se lo prefiere, en términos de mayor nivel intelectual, como decía Manuel Ugarte: «Nada hay más peligroso que los cambios a medias ». Porque el enemigo percibe que están yendo por sus privilegios y reacciona más rápidamente que los amigos que serán beneficiados por el cambio. De ahí que la profundización de las medidas transformadoras resulte
imprescindible. Y para ello es preciso construir el gran Frente de Liberación Nacional sustentado fundamentalmente en los trabajadores, pero no sólo en sus votos, sino en su presencia en las calles, en la movilización popular, como así también la elevación del debate ideológico que destruya las falsedades y mitos de toda clase difundidos por la propaganda mediática, como asimismo plantar un proyecto claro y contundente apelando a los mejores cuadros del campo nacional. Sólo así lograremos recuperar a los sectores medios, hoy entregados a las corporaciones agroexportadoras y a ese imperialismo norteamericano que celebra, en sus periódicos, un resultado electoral que le sirve para intentar detener el avance de América Latina hacia su unificación y liberación. Un tropezón no es caída, dicen sabiamente las viejas del barrio. Pero para tener el derecho a condenar a los reaccionarios y a los «azonzados», es necesaria una autocrítica profunda. El gobierno provocó inquina por sus aciertos cuando enfrentó al privilegio, pero dejó un flanco sin protección con sus errores. De ahí la necesidad -como enseñó Jauretche- de «barajar y dar de nuevo».

El oficialismo está obligado a revisar comportamientos, decisiones y sentidos

Horacio González

El fundador de Carta Abierta habló en P&M de la convocatoria al diálogo tras la derrota electoral, las opciones de Néstor Kirchner para el 2011 y el resurgimiento de grupos intelectuales de derecha. También planteó su preocupación por las demoras
en el tratamiento parlamentario del proyecto de ley de Comunicación Audiovisual.



Para el director de la Biblioteca Nacional y miembro destacado del espacio Carta Abierta, luego de las elecciones del 28 de junio el kirchnerismo debería moverse en el nuevo escenario con "imaginación política" y "crear nuevas expresiones políticas, incluso con nuevos nombres".

"Néstor Kirchner debe demostrar que está en condiciones de pensar nuevos nombres para la transformación social a la altura de los momentos importantes que vivió durante su mandato", insistió el sociólogo en diálogo con Política&Medios.

La entrevista abarcó varios temas de la actualidad nacional, comenzando por los cambios operados por la presidenta Cristina Fernández en su gabinete.

¿Que opinión le merece Jorge Coscia, el nuevo secretario de Cultura de la Nación?
Tengo una visión muy favorable, tengo una vieja relación con él y creo que tiene una visión de la cultura que va a introducir debates nuevos. Yo lo veo como algo auspicioso. No obstante, quiero aclarar que tengo una gran consideración y respeto por al obra de (José) Nun, quien ha hecho cosas muy importantes como el plan "Libros y Casa", el cual merece continuidad.

¿Cuál es su análisis sobre el resto de las modificaciones en el gabinete?

El conjunto de los cambios está sometido a una fuerte discusión que emana del nuevo panorama que se le abre al gobierno de forma inesperada. Bajo ese panorama el gobierno nacional, al otro día de las elecciones, tuvo que salir a tomar varias opciones. La primera que tomó fue la de hacer cálculos en relación a cotejos numéricos con respecto a la elección que, por su puesto, podía parecer no muy desfavorables. Lo cierto es que lo que ocurrió fue una situación desfavorable para el gobierno, con consecuencias no fáciles de preveer hoy. Por eso el gobierno está actuando de urgencia. Actuar de esta forma no es lo mismo que actuar en épocas de normalidad con todas las riendas del Estado en un cierto control. En este caso la presidenta está actuando en medio de una tempestad histórica y sus medidas son tomadas bajo el cuño de la urgencia. Si bien es un gobierno acostumbrado a tomar decisiones bajo el régimen de la excepcionalidad, en este caso la derrota que ha sufrido fue muy fuerte y esto provoca que el gobierno deba extraer fuerzas últimas de sus propias convicciones para darle más explicaciones a la sociedad, por un lado, y para forjar una estirpe de funcionarios, militantes y personas dispuestas acompañar este tramo tan difícil con nuevas explicaciones e ideas. Sobre todo con esto último, porque si eso no ocurriera se abriría una perspectiva muy sombría para el país y el gobierno.

Es posible que en las próximas horas renuncie Enrique Albistur a la Secretaria de Medios y sea reemplazado por Alfredo Scocimarro. ¿Qué consecuencias tendría el cambio?

No podría decirlo. Con Albistur tengo una relación de años. Siempre discutimos porque tenemos diferentes posturas sobre los medios, posturas divergentes. La verdad que no sé que entrañaría el cambio. Albistur vivió en estos últimos años muchas vicisitudes, fue tapa de la revista Noticias y siempre pensé que también ese estilo periodístico se hacia blanco de todo tipo de ataques, se eximían asimismo de tener una fundamentación. Estar en esa situación durante muchos años es doloroso y creo que de esta manera la Argentina marcha hacia una sociedad medieval. El modo de investigación de las vidas personales, incluso el modo de investigación del crecimiento del patrimonio presidencial, son modelos de investigación inquisitoriales. Creo que el compromiso de todos estos medios es que la sociedad marche hacia una nueva inquisición y lo digo también en referencia a como fue tratada la figura de Albistur.

Más allá de las medidas de urgencia que mencionaba anteriormente, ¿cree que el kirchnerismo sigue siendo la única opción para llevar adelante el proyecto de país que se planteó en el 2003?

Creo que sigue siendo la única posibilidad, pero no ignoro que han surgido nuevas opciones a través de las votaciones importantes que tuvieron Pino Solanas y Martín Sabatella, que han sido casos muy comentados. Queda abierta la posibilidad de dialogo de distinta calidad con el gobierno, si esto se pudiera producir. Pero sin duda la situación es nueva y, evidentemente, después de la elección nadie se puede responsabilizar por una afirmación que diga "este es el camino que tiene irreversiblemente el tono de una irreversibilidad, puesto que si no es éste no es otro". Al propio gobierno se le abren varios caminos. Por eso hoy me parece urgente que el dialogo no sea tomado como una formulación meramente costumbrista, para salir del paso. Tiene que ser un diálogo que ahonde de manera critica en la trayectoria anterior del gobierno y que también obligue a todos los sectores de centro izquierda a ahondar en las propias decisiones que hacen que muchas de sus expresiones no tomen con la importancia que es necesaria el tema de la votación que se tuvo en el Parlamento en relación a la resolución 125, que implicó la discusión sobre la renta agraria. Yo pondría en un plano de equivalencia la renta petrolera en relación a la renta agraria. Un verdadero dialogo implica hablar, escuchar, razonar, implica más que nada poner a revisión mutua los pasos que se dieron para llegar todos a esta situación. Es difícil para el gobierno, pero también para estos nuevos sectores que tienen una nueva responsabilidad.

Propone una suerte de transparencia en el diálogo

No, lo que digo es que todo dialogo implica crear una zona de verisimilitud para que no quede en una simple fachada. Tiene que haber reconocimiento mutuo y al mismo tiempo explicitación clara o más clara de las diferencias. El diálogo es para llegar a acuerdos que antes parecían imposibles y también para dejar en claro los nuevos motivos de debate. Pero esto no significa que, por mera cortesía, se deban borrar las razones de un antagonismo, que en la Argentina son claros y evidentes.

¿Este puede ser uno de los caminos para que en el 2011 la ciudadanía vuelva a volcar su apoyo al proyecto de los Kirchner?

Tengo que decir una opinión muy personal: me gustaría que surja de la experiencia del kirchnerismo una alternativa importante para el 2011. Pero reconozco las enormes dificultades que esto significaría. Resolver esto supone urgentemente la revisión de los propios cimientos de la opción que hasta el momento manejaba el Gobierno. Creo que esta situación no se la esperaba, al mismo tiempo que la oposición tampoco. El oficialismo está obligado a revisar comportamientos, decisiones y sentidos.

¿En qué temas el gobierno debería encarar una revisión?


El problema del INDEC es muy fuerte y no puedo tener una opinión improvisada, pero sin duda se están haciendo esfuerzos que no son tenidos en cuenta por los medios de comunicación más concentrados. De todas maneras, creo que un esfuerzo suplementario con respecto al INDEC presupone, justamente, el motivo de este llamado a dialogo para restablecer las creencias respecto a las propias elaboraciones que llevan a que el antagonismo tenga cierta racionalidad. Si la Iglesia dice que hay un 40 por ciento de pobres, por ejemplo, eso también debe ser sostenido en comprobaciones efectivas porque la sociedad argentina vive en un estado de descreencia muy grave. El INDEC es producto de eso, y no el culpable de esa situación. La reformulación de las creencias debe abarcar al INDEC y también al sistema de aseveraciones que de lado a lado se hacen, sobre todo desde los medios de comunicación.

Es un poco lo que pasa con la discusión en torno a Moreno, donde el problema se reduce a su figura.

Personalmente, me gustaría que la discusión no esté anclada en una figura, pero al mismo tiempo también creo que, en momentos de fuerte exaltación política, es casi inevitable que la discusión se centre en personas y figuras.

¿Uno de los errores del ex presidente fue ponerse al frente del Partido Justicialista y olvidarse del ideal de concertación y pluralidad partidaria con la que asumió en el 2003?

No soy de esos que frente a una clara derrota electoral hace una especie de autocrítica obligatoria. Me interesa el peronismo como fenómeno histórico y social, pero reconozco que cuando Kirchner asumió ese compromiso no me gustó. Aunque, como otros, entendí que era un factor de equilibrio que Kirchner condujera el PJ. Hoy no se hace nada fácil, porque su renuncia al PJ -si lo hubiera hecho antes yo lo hubiera recibido con mayor agrado- puede ser un signo de debilidad. Sin embargo, esto puede ser revertido si hubiera imaginación política suficiente, algo que urgentemente debe crearse. La imaginación política serviría para crear nuevas expresiones políticas, incluso con nuevos nombres. Néstor Kirchner debe demostrar que está en condiciones de pensar nuevos nombres para la transformación social a la altura de los momentos importantes que vivió durante su mandato. Si no se recorre esa zona de cierto utopismo, utopismo leyendo las fuerzas reales de la política argentina, si la sobredeterminación utópica no aparece, el gobierno podría sentir que esta en una zona de mayor de peligro. Por eso me parece fundamental que haya sobredeterminación de carácter utópico.

En este contexto, ¿cree que se tratará la ley de radiodifusión?

Me preocupa que no haya sido nombrada en los últimos acuerdos que hicieron las bancadas oficialista y opositora para el tratamiento de los nuevos temas en el Congreso. A mi me parece muy importante la ley, pero merecía reformulaciones dentro de la importancia y la novedad que significó elaborarla y ponerla en discusión de la manera en que se lo hizo. Tiene que ser tratada y modificada en un gran debate parlamentario, no hay que huirle a ese momento, creo que puede ser uno de los grandes momentos como el debate de las carnes en la década del `30. Por otro lado, el tema de los medios, el lenguaje, los simbolismos, la creación de momentos forzados en la sociedad, nuevas conformaciones morales y espirituales, todo eso que debe ser parte también del debate, ya que no hay ley sino se tratan los grandes temas de la cultura mediática contemporánea, sobre la cual todos hablamos pero no muchos saben demasiado.

¿Por qué razón podría eludirse su tratamiento?

Por la tacañería política que hoy reina por doquier. La idea de que la ley de medios es la ley anti-Clarín fue un manejo desacertado. Clarín está hoy en una fuerte operación política contra el gobierno, es la oposición. Todo esto tiene que ser puesto a discusión. Lo interesante del kirchenerismo es que ha puesto en discusión los cimientos reales de la sociedad: las fuerzas económicas, las fuerzas mediáticas… No lo dio como algo naturalizado, las puso en discusión.

¿El kirchnerismo desarticuló las lógicas neoliberales de los años 90?

Varios sectores de la izquierda y de la oposición dicen que es continuidad del menemismo, pero en la sociedad hay mucha de esta continuidad. Creo que el kirchnerismo quiso elaborar una discontinuidad importante y, al mismo tiempo, la sociedad argentina no ofreció herramientas significativas para que esa discontinuidad abarcara muchos más campos de los que abarcó. Quizás el kirchnerismo tuvo una impronta de discontinuidad con los años `90 que muchas veces llevó a Néstor Kirchner a sostenerla en personajes de esa década, entonces había continuidad y discontinuidad al mismo tiempo, aunque con predominio de la hipótesis de discontinuidad. Fue un poco la actitud de aquel que cree que puede convencer al personal anterior de actuar en nombre de la nueva época.

¿Qué lectura hace del resurgimiento de agrupaciones de intelectuales de derecha, como el Grupo Aurora?

Creo que en este momento tan agudo del segmento cultural y político de la Argentina es inevitable que aparezcan grupos que aglutinan la vida cultural e intelectual. Habría que ver hoy si podemos medir todo esto en términos de una cierta decadencia de la vida intelectual del país. Un caso es hacerlo en la época de Esteba Echeverría o Alberdi y otra en la época de los medios de comunicación, que de algún modo contienen buena parte de la expresión intelectual y sobre la cual ejercen una vigilancia importante en relación a qué idioma usan, qué sistema de difusión, si se entiende o no el mensaje. En Carta Abierta se usa una hipótesis de inteligibilidad con más exigencia, en general, que en personas de extracción intelectual que escriben en los medios. No conozco qué hipótesis de inteligibilidad van a usar los del grupo Aurora, si es la del diario La Nación o si será una que se entremezcle de distinta manera. En Carta Abierta hay varios tipos de expresiones y no hablamos como ningún diario, aunque sería fácil. Definiría a un grupo de intelectuales como aquel que crea un estilo relativamente separado del predominante en los grandes medios de comunicación.

Negocios, ideología y libertad de expresión

Por Jorge Búsico

Alejandro Apo, histórico periodista de Continental, fue despedido de manera abrupta esgrimiendo razones económicas. Llamativo silencio en los grandes medios.


Alejandro Apo llegó el martes al edificio de Radio Continental en la calle Rivadavia, y en la puerta lo esperaban los directivos junto a un escribano. Ni le dieron chance de despedirse de sus múltiples oyentes. Lo despidieron ahí mismo. Cualquiera que haya trabajado en radio sabe que existe un código inquebrantable: el último programa es sagrado. Es el más importante para anunciar el fin del ciclo y despedirse de la audiencia. La ruptura de este código pone en evidencia una desvinculación conflictiva.

A los medios que lo llamaron, Apo les contó que el despido se debió a una cuestión económica, pero sus amigos y colaboradores más cercanos creen que la verdadera razón pasa por su postura a favor de algunas políticas del actual gobierno, especialmente en lo que hace a la nueva Ley de Radiodifusión, por la que se manifestó firme y públicamente.

Hay varios datos que lo certifican. Si bien sus acciones venían en baja para las autoridades de la radio, que es manejada por el Grupo Prisa de España, abiertamente enfrentado al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el primer llamado para reconvenir su salario fue el lunes 29 de junio, un día después de las elecciones.

Convocado por un gerente colombiano recién llegado a la Argentina, Apo escuchó el primer disparate: “¿Usted es periodista?”, le preguntó el ejecutivo. A partir de ahí se sucedieron un par de reuniones más en las cuales Apo, que estaba sin contrato, propuso distintas variantes que incluían hasta un acuerdo económico para dejar la emisora en la cual llevaba 14 años como una de sus figuras principales.

El lunes último, Apo le planteó al directivo –definido como gerente de cirujías– que advertía que en realidad la intención de la radio era no contar más con él. Al otro día, lo aguardaba un escribano.
Esas idas y vueltas desde que Apo fijó su postura a favor de la Ley de Radiodifusión –y que incluyó un duro cruce al aire con Víctor Hugo Morales y Jorge Lanata–, generaron otra actitudes como el levantamiento del programa Con Afecto, que va los sábados de 13 a 16, y que obligó a los directivos de Continental a rever la postura ante la presión de los oyentes.

Apo también había perdido un pedazo de su espacio nocturno con el programa Donde quiera que estés (que pasó de lunes a viernes, de 23 a 1), que fue a parar a Paulino Rodrigues, un feroz crítico del kirchnerismo, que compra un espacio en el que buena parte de sus anunciantes son sectores vinculados con el campo.

A diferencia de lo ocurrido hace unos meses en Radio Del Plata con Nelson Castro, los grandes medios de la Argentina callaron este despido. Clarín, incluso, de rotunda postura opositora, ni lo mencionó en la página de Medios que publica todos los viernes y que firma Miguel Wizñaki. Como ya es costumbre, la nota central se refirió a un abonado al semáforo rojo de la página 2, el presidente venezolano Hugo Chávez, y lo que Clarín entiende como censura.

Más aún, el Grupo Clarín rápidamente le encontró nuevo espacio a Nelson Castro en otros de sus medios. Ya estaba en TN y se incorporó a Radio Mitre.

Afecto a lo popular. Alejo Apo no tenía el peso de estrellato de Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales, las dos caras visibles de Continental, pero era un emblema de la radio no sólo a través de sus dos programas, sino como comentarista del principal partido de fútbol de la fecha.
En todo este tiempo, Víctor Hugo Morales y Apo formaron una dupla de excepción, una marca registrada y líder dentro de las transmisiones radiales de fútbol. De allí, por ejemplo, surgió la famosa expresión de Apo: “¡Tengo miedo, Nene!”.

Con respecto a Víctor Hugo Morales, Apo salió a reivindicarlo de las críticas que recibió en algunos sitios de internet por no haber salido en defensa de su compañero de trabajo. En realidad, fue el uruguayo quien anunció en la tira Competencia el despido de Apo.

Ocurre que la ola de despidos en Continental –siempre silenciada, como todo conflicto gremial dentro de los medios– también alcanzó al equipo de Víctor Hugo Morales. En el programa del viernes, el uruguayo habló de Apo con un cariño especial y la tira giró en varios momentos a la situación de temor que se vive en la emisora.

Apo impuso en la radiofonía un estilo propio, en el que logró unir al fútbol con la literatura. Desde las transmisiones y, fundamentalmente, desde el programa Todo con Afecto, que dio paso a la rica experiencia Y el fútbol contó un cuento, una obra que recorrió los teatros de casi todo el país.
Bohemio, dueño de un estilo único y querido por todo el ambiente en casi cuatro décadas de trayectoria, Alejandro Apo acaba de ser víctima de un proceso en Radio Continental que amenaza con llevar a cabo unos 50 despidos.

jbusico@miradasalsur.com

Consensos

Por Aldo Ferrer
Director Editorial del periodico Buenos Aires Económico



Se advierte un reclamo de la opinión pública acerca de la necesidad de un consenso para resolver los principales problemas existentes, como retenciones, tipo de cambio, régimen impositivo, coparticipación federal de los recursos fiscales, régimen previsional, financiamiento del desarrollo, relaciones con el FMI y los mercados de capitales.

El consenso sobre estas cuestiones es necesario pero sólo posible si se funda en un acuerdo fundacional acerca de la estructura económica necesaria para el desarrollo del país y su inserción dinámica en el orden mundial.
Durante la etapa de la economía primaria exportadora hasta su conclusión con la crisis de la década de 1930 existió un consenso hegemónico según el cual, la base productiva y el vínculo con la división internacional del trabajo se apoyaba en el sector agropecuario.
En ese entonces, el debate económico se refería a la distribución de la riqueza y el ingreso, no a la estructura productiva. No es casual que el período más prolongado de estabilidad institucional y ausencia de repetidos cataclismos económicos, de nuestra historia, abarcara, precisamente, esa etapa, desde la presidencia de Mitre hasta el derrocamiento de Yrigoyen.
Desde entonces hasta la actualidad no se logró establecer un acuerdo definitivo acerca de si es viable una estructura productiva y un posicionamiento internacional fundado en la actividad primaria (la Argentina “granero del mundo”) o, en cambio, que para el desarrollo sustentable con equidad, es preciso formar una economía industrial, integrada y abierta, apoyada en una extraordinaria dotación de recursos naturales y una población de un respetable nivel cultural, capaz de gestionar el conocimiento, incluso los de frontera.
Desde mediados de la década de 1970, en el marco del despliegue de la globalización financiera a escala planetaria, el viejo modelo primario exportador (al fin y al cabo productivista), fundado en la especialización en la producción rural, dio lugar a una nueva visión del país periférico centrada en la dimensión financiera. Esta intromisión especulativa en el modelo liberal configuró el paradigma “neoliberal”.
Desde la década de 1930 en adelante faltó, en la base productiva, una estructura dominante, rural o industrial y, se dio menos aún una estructura integrada agro-industrial como es necesario. Esta ausencia encuadró la puja distributiva entre ambos sectores, y con el resto de la sociedad imprimió una fuerte inestabilidad en el sistema y, sobre todo, provocó su vulnerabilidad a la especulación financiera, que castigó al campo y a la industria.
De este modo, tanto bajo los regímenes de facto como en los constitucionales, la política económica reflejó cambios extraordinarios de orientación.
Esos cambios drásticos de rumbo se sustentaron en alianzas que resultaron transitorias, como la “nacional” del primer peronismo (1946-55) y la “neoliberal” instalada, en la década del ’90, bajo el menemismo. El resultado fue la frustración del desarrollo y la extrema volatilidad e inestabilidad de la economía argentina.
La ausencia de una estructura económica consolidada y, por lo tanto, de un sistema de poder capaz de fundar un consenso hegemónico sobre la orientación a seguir, imprime a la política argentina un fuerte potencial de cambiar el rumbo y afectar la distribución de la riqueza. Situación que no es observable en países con regímenes más sólidos, en los cuales, la estructura necesaria, para la gestión del conocimiento y el desarrollo, está fuera de discusión.
En los mismos, los cambios, producidos por los resultados electorales, imprimen sólo desvíos moderados en las grandes orientaciones de la estrategia económica. Todos los países desarrollados y los emergentes son ejemplos en tal sentido. Entre nuestros vecinos, Brasil y Chile también lo son.
En la Argentina, en cambio, antes, los golpes de Estado, y ahora, los resultados de las elecciones, tienen un fuerte potencial transformador pero, también, de generar inestabilidad y la ilusión de que siempre es posible empezar de nuevo y cambiar todo.
Actualmente, a diferencia de la situación pre 1930, el diferendo fundamental no se refiere a la distribución del ingreso y al problema de la pobreza. La protesta conservadora sobre estas cuestiones es tanto o más estridente que la progresista. El problema es la falta de un consenso dominante sobre la estructura productiva necesaria y posible y se expresa, principalmente, en tres cuestiones fundamentales: la relación campo-industria, el papel del Estado y las relaciones con el resto del mundo.
La cuestión de fondo, sobre la que, en primer lugar, es preciso el consenso, es determinar cuál es la estructura productiva capaz de gestionar el conocimiento y, consecuentemente, de aumentar las inversiones, el empleo y los salarios reales, condiciones necesarias de la equidad distributiva.
Los obstáculos para establecer un consenso hegemónico fundacional sobre la estructura productiva, que permita generar otro sobre la distribución (retenciones, impuestos, etc.) siguen siendo inmensos.
El conflicto del campo con el gobierno volvió a reavivar el debate entre el proyecto integrador y la visión país granero del mundo. La falta de resolución del dilema, que el país arrastra desde sus mismos orígenes, desfigura el tratamiento de los problemas fundamentales de la economía argentina.
Un ejemplo notable y reciente es la discusión sobre las retenciones aplicadas a las exportaciones de productos agropecuarios. Otro es la polémica sobre el tipo de cambio de equilibrio. Sobre estos temas expresé mi opinión en notas anteriores en este mismo espacio.
El mayor obstáculo para generar el consenso hegemónico necesario y posible no radica en la gravitación de los intereses neoliberales ni en las restricciones externas.
El problema de fondo es político y radica en la división de los sectores y actores sociales creadores de riqueza, es decir, la falsa división de las aguas dentro del mismo campo de los intereses nacionales.
Así se frustraron procesos de transformación en el pasado y corre el riesgo, actualmente, de volver a repetir la experiencia. Esta es una severa debilidad subsistente en la densidad nacional.
El mantenimiento de algunas tendencias actuales amenaza con restablecer la vulnerabilidad externa y, a partir de allí, fortalecer la prédica ortodoxa de volver a recurrir a la ayuda internacional, para cerrar la brecha en los pagos externos y recuperar la “confianza”.
Éste sería el punto de partida del regreso al “modelo” neoliberal. Es decir, existe el riesgo de que se establezca, otra vez, un cierto consenso en las antípodas del necesario para el desarrollo con equidad. Sería, por su inviabilidad, efímero, pero sus consecuencias, como lo revela nuestra experiencia, nuevamente fatales.
La única vía realista para generar el consenso necesario y restablecer la confianza es consolidar los equilibrios macroeconómicos del sistema y ratificar que podemos vivir con lo nuestro, abiertos al mundo, en el comando de nuestro propio destino. Sobre esas bases es posible y conveniente participar en los mercados internacionales de crédito sin renunciar a la soberanía. En consecuencia, es imprescindible clarificar las cuestiones en juego, para evitar enfrentamientos injustificables y la falsa división de las aguas. Como vimos, ejemplos emblemáticos son las retenciones y la política cambiaria.
Asimismo, es preciso clarificar el papel del Estado, la aplicación de los recursos del sistema de previsión social y la confiabilidad de las estadísticas oficiales. La insuficiente claridad en el tratamiento de los problemas genera antagonismos entre protagonistas que tienen coincidencias en sus intereses fundamentales.
Después de las recientes elecciones, la capacidad de la democracia, como el único espacio posible para construir el consenso y las alianzas estables para desplegar el desarrollo del país, vuelve a estar a prueba

Argentina, el país de las sombras largas

Por Jorge Devincenzi

El kirchnerismo como lógica y como construcción política ha entrado en una zona de interrogación. Mal que le pese a la oposición, seguirá gobernando, incluso en minoría. Sin embargo, no hay consenso posible si la exigencia es no tocar la renta de la tierra, a los represores, al poder de la Iglesia conservadora, la distribución del ingreso y a los grupos económicos concentrados. De lo contrario, en 2010 la sociedad argentina antes que celebrar al Segundo Centenario, volverá a festejar el Primero.
El mundo no se vino abajo, efectivamente, pero hubiera sido mejor que el mundo no se viniera abajo. Los que ganaron, ganaron raspando pero ganaron. Los resultados electorales parecen venir de la derrota de la resolución 125. A grandes rasgos, el electorado quedó dividido en tres tercios, mas un 10% de “otros” heterogéneos. ¿Dónde quedaron los grandes apoyos del PJ y la CGT que prometían los actos previos? Viene la hora de juntar sin hacer ruido.

Desde el olvido
Las urnas hablaron. Hoy y aquí, votar parece la cosa más natural del mundo. Quizás por eso, algunos, refractarios a los mandatos de la manada, deciden no participar porque se recluyen en uno de los tantos pliegues hipnóticos de la realidad. Para quien esto escribe, sin embargo, elegir –un deber y también un derecho– no es un acto común y corriente.

Tampoco lo debería ser para los argentinos mayores de 25 años, todos los cuales vivieron alguno de los largos períodos de inestabilidad, proscripción popular y terror que constituyen nuestra historia contemporánea.

De haber vivido en un país normal y como Dios manda, quien esto escribe debió haberlo hecho por primera vez en 1966, pero en aquel entonces no mandaba Dios sino un general con labio leporino que pretendía perpetuarse en el poder. Ya había sucedido la revolución cubana, y también la invasión de Estados Unidos a la República Dominicana; todos sabíamos de los tanques que habían irrumpido en el frigorífico Lisandro de la Torre; circulaban mensajes del tirano prófugo en Puerta de Hierro; los Uturuncos habían dado un golpe exitoso en Frías, Santiago del Estero; el comandante Segundo había caído en Salta, y no se podía votar libremente. El peronismo “real” se refugiaba en los sindicatos, no todos: había 62 que sí, y 33 que no. La estructura partidaria territorial del PJ era poco y nada, e iban asomando los distintos neoperonismos que verbalizaban apoyar a Perón y operaban para que no volviera nunca.

No podía ser este un país normal: aquel general se presentó un buen día ante el distinguido público de la Sociedad Rural en Palermo, engalerado y flanqueado por un par de criados con librea, recibiendo una cerrada ovación y un coro de mugidos de rancio pedigree británico. En su discurso redactado por Mariano Grondona, Onganía anunciaba que había decidido quedarse para siempre en la Rosada. Lo acompañaba un ministro de Economía de nombre Adalbert, que hablaba con ligero acento inglés y era descendiente de los dueños de los talleres metalúrgicos Vasena, los de la Semana Trágica. Funcionaba al mango la caldera de la hora de los hornos.

Fuego al fuego
Como nada de eso daba para país normal, quien esto escribe recién pudo inaugurarse como ciudadano siete años después, en 1973 y no en 1966, y por eso entonces, como ahora, lo disfruta como una fiesta personal además de cívica.

El sufragio es anterior a la democracia, y ésta no es una concesión del príncipe ni un hecho natural, sino una creación humana –sistema de representación política, de gobierno y de convivencia– a la que el orden natural se resiste. Encaje o no con la ley de la selva, la soberanía pasó del rey al pueblo, al Estado o a la Nación, aunque esto vaya asumiendo distintas formas a medida que se transforma la globalización capitalista, y la dependencia la limite.

Permítaseme exagerar entonces, agregando que aquellos pibes consideramos como un triunfo propio haber llegado a esas elecciones de 1973 en una situación tan extraña a la realidad de hoy, que resultaría casi incomprensible.

Habíamos decidido un destino propio creyendo ser intérpretes de lo que anhelaba la sociedad a la que se tomaba por “pueblo”; no éramos unos cuantos sino miles, e inventamos una cultura propia creyendo que el mundo se haría a nuestra imagen y semejanza, o la bandera flamearía sobre sus ruinas, creencia que en el futuro será el principal escollo mental para poder entender y adaptarse a los fuertes cambios que se producirán en las siguientes décadas, e inversamente, también sirvió como coartada para que unos cuantos se pasaran al bando de los horribles.

Sin embargo, tanto por los hiatos generacionales que abrió el cuchillo como por el transcurrir de los relojes biológicos, aquello sigue siendo un motor deseante para volver a creer en algo. Por cierto, el tiempo demostraría que esa centralidad juvenil era relativa, por fortuna para los narcisismos, y lo que resultaba tan firmemente logrado no fue más que el primer round, un espejismo al que le llegará su hora de la masacre.

La normalidad y los consensos
Al haber resucitado esa imagen sepia de Onganía con galera, proyectado con lo que mostraría ser en definitiva y al desnudo la oposición en esta campaña electoral, y pasando por lo que fueron Martínez de Hoz, la Ucedé apropiándose del PJ en los ‘90, el Frepaso avalando la sumisión al FMI con las Banelco y el estallido del modelo de saqueo en 2001, nos surge un interrogante existencial: si en 2010 la sociedad argentina pretende celebrar al Segundo Centenario, o acaso volver a festejar el Primero, en cuyo caso lo mejor –aunque no lo bueno– sería que el próximo presidente fuera el Lole Reutemann, quien se impuso sobre Binner con un estrepitoso 2% pero ganó el doble de puestos senatoriales.

Un peronismo sojero es impracticable salvo que todos nos convirtamos en terratenientes. La idea de un bipartidismo en base a un peronismo de derecha y un radicalismo de izquierda, pero siempre centristas, aceptando a carta cerrada los dictados de los mercados, es sólo una expresión de deseos de esos mercados que hablan a través de la oposición.

Un país normal es uno que no vive de fantasías sobre sí mismo: soñar con un granero del mundo en el que no tendríamos lugar, creer que todos ganamos dólares porque un DNU así lo dispone, o entregarnos con los lienzos caídos al FMI para que los De Ángeli disfruten de una brutal distribución regresiva del ingreso. El PJ, como principal fuerza territorial en pie –en decadencia, como el resto de la representación política– tuvo una responsabilidad primordial en la apertura de esos paraísos ilusorios.

Es para volver a festejar, al menos para el 30% del electorado que entendió cuál sería un país normal continuando este rumbo, aunque para llegar a esta módica cuota de normalidad se haya derramado la mejor sangre, la de sus hijos, y el país haya estado al borde de la desaparición. Y también porque se viene construyendo mientras subsisten tareas pendientes en orden a su identidad, su equidad y emancipación, sobre las cuales este gobierno ha hecho (por nosotros, no por los inuit esquimales) lo que no se hizo en décadas.

No hay consenso posible si la exigencia es no tocar la renta de la tierra, a los represores, al poder de la Iglesia conservadora, la distribución del ingreso, y a los grupos económicos concentrados.

Seguir para adelante
Hay que seguir gobernando, incluso en minoría (muchachos, siempre fuimos minoría) y tratando de remontar la angustia de la derrota, porque el poder concentrado está moderadamente ensoberbecido. El lunes 29, las acciones de Clarín y Techint en la Bolsa treparon 30%.

La oposición tendrá que elegir ahora entre asegurar la continuidad institucional, o apoyar lo que pide la Mesa de Enlace y la devaluación que exige la UIA de modo de poner al gobierno al borde. Néstor aclaró que no abominará de sus convicciones, y al día siguiente, lo reafirmó Cristina. No son de entregarse, y la Presidente sostiene el timón. Lo agradecemos.

Hay que reivindicar el trabajo y la pasión militantes, sobre cuya tensión –aunque insuficiente– se basó casi todo lo obtenido. En este sentido, está bien que se reclame la cabeza de los mariscales de la derrota, pero se corre el riesgo de creer que los responsables saldrán corriendo como ratas por tirante sólo porque unos cuantos lo reclamemos. Habrá que ver por qué a pesar de esa amplia movilización, mayor a la de toda la oposición junta o separada y a lo visto en los últimos años, se confundió microclima con realidad.

Habrá que entender que, aún detrás de una cruzada antikirchnerista, es improbable que la oposición se unifique porque hay poderosos y contradictorios intereses de por medio.

Habrá que ver por qué los mejores no tienen lugar en el gobierno, y por qué los que lo apoyamos no tenemos ni tuvimos ningún apoyo.

La derrota siempre debe estar entre los planes de contingencia, y por lo tanto, es hora de decidir de una vez por todas ponerse a construir en silencio, pasito a paso, una nueva alianza social y política que impida la consolidación definitiva de los horribles. No se hace sólo con voluntad. Tiene que haber una racionalidad común, organización y una narración enlazada con los grandes cambios de nuestra historia nacional. Hay en las filas del gobierno demasiada realpolitik, demasiado noventismo cortoplacista.

Nunca contra el PJ
Un análisis fino determinará más temprano que tarde qué significa en este contexto lo que opinó Ernesto Laclau en una reciente entrevista concedida a la revista Debate: “No es que diga que se pueda prescindir del PJ. Si pensáramos que Kirchner... tratara de construir un partido ideológicamente nuevo, sería de una ingenuidad sin límites. El PJ tiene que ser parte del proceso, pero el problema es que no tiene que serlo solo. La cuestión a evaluar es si el kirchnerismo no se ha lanzado demasiado a jugar la alternativa del PJ de manera exclusiva, y qué consecuencias le puede traer”, porque parece que parte de ese aparato del PJ territorial y sindical intentó otra vez el muy desacreditado abrazo del oso, sobre todo en la estratégica provincia de Buenos Aires, dando la espalda a Néstor Kirchner por aquello de que billetera mata galán.

Y si no se la dio, es porque se sobrestimó su poder, y la anomia –el mercado del Partido Mediático– reina en la Argentina.

No hay que sobrestimar el rush electoral de Pino Solanas: no solo de voto progresista vive el ciudadano porteño. Ni creer que el seudoperonismo PRO en la provincia de Buenos Aires tiene un capital propio del 34,6%, parte del cual es voto útil o castigo, pero en todo caso muy volátil. Hay un vuelco a la derecha, pero todavía es tendencia.

Los meses que siguen van a ser moviditos. La oposición abjuró de denunciar fraude pero intentará un pastiche mediático con diputados virtuales, una especie de Gran Cuñado institucional.

Sea como fuere, el kirchnerismo como lógica y como construcción política ha entrado en una zona de interrogación que se irá develando también más temprano que tarde. Pero ojo, que la oposición no se confunda.

Darse cuenta

Por José Natanson. Pagina 12

Hay tres explicaciones bastante difundidas que tienen en común dejar afuera la complejidad de los procesos políticos. Buscar una explicación demanda pensar en cosas de gobierno y también en cosas de oposición.



A una semana de las cruciales elecciones del domingo, ya es posible elaborar un análisis más sereno, que abarque tanto la dura derrota sufrida por el kirchnerismo como los primeros intentos por entenderla y procesarla. De entre las diferentes explicaciones que han circulado en estos días, una de las más difundidas, tal vez porque es también la más tranquilizadora para quienes discrepan con los resultados, es la de la “derechización” –súbita, inesperada– de la sociedad. Es cierto, por supuesto, que por primera vez desde el 2003 ha emergido una derecha fuerte, aunque también nueva, triunfadora en los dos principales distritos del país. Pero este hecho irrefutable no debería confundirse con un drástico viraje del signo ideológico del electorado, que puede mutar pero más lentamente, y que hace apenas un año medio se había inclinado masivamente por la candidatura de Cristina.

En todo caso, la teoría requiere una explicación, y quienes la defienden a menudo carecen de ella, tal vez porque implique necesariamente reconocer los propios errores. Uno de los pocos intentos en este sentido es la columna de Enrique Martínez publicada en Página/12 el viernes pasado. Su razonamiento es el siguiente: el kirchnerismo consiguió altos niveles de crecimiento, el alto crecimiento expandió la clase media y alta, la clase media y alta sólo piensa en sí misma y vota la derecha, ganó la derecha. “Hubo un voto pancista que volvió a despreciar la política y que buscó alejar la posibilidad de una mirada comunitaria sobre la vida, por parte de los que creen que para ellos está todo bien y que los dejen de embromar. Y descubrimos que en el segundo cordón del conurbano también viven muchos que piensan así, sobre todo después de un crecimiento de la economía de más del 50 por ciento en seis años”, concluye Martínez. Que no explica por qué quienes se beneficiaron con el modelo un día dejaron mágicamente de apoyarlo ni en base a qué datos deduce que la clase media vota siempre a la derecha.

La segunda tesis es la de la traición. Las candidaturas testimoniales, la gran apuesta del Gobierno para las elecciones, generaron un costo inestimable pero cierto en términos de opinión pública, que el kirchnerismo pensaba compensar con el aporte de la maquinaria territorial peronista (fue este mismo razonamiento el que llevó al oficialismo a apoyar inicialmente a Aldo Rico, aunque luego su figura resultara demasiado costosa).

En una nota de Fernando Krakowiak publicada el viernes en este diario se analizan en detalle los números y se concluye que el corte de boleta existió, pero que se trató de un fenómeno extendido en toda la provincia y no siempre en perjuicio de la lista encabezada por Kirchner. La impecable suma y resta de Krakowiak concluye que, incluso si los votos de las listas testimoniales de concejales se hubieran volcado a la lista nacional Kirchner-Scioli, hubiera sucedido una derrota. En otras palabras, la tesis del aparato es correcta, siempre que se refiera a sus limitaciones electorales y no a su supuesta traición.

La tercera tesis es estética. De acuerdo con esta visión, lo que falló no habría sido el fondo de las políticas kirchneristas sino el estilo con el que se implementan y, sobre todo, su comunicación. También tranquilizadora (si es sólo el estilo la cosa no tiene por qué ser tan grave), la teoría ignora el detalle de que, en política como en literatura como en pintura, el fondo y la forma son parte de lo mismo, que no es posible diferenciar uno de otro. Pero conviene detenerse en la idea pues remite a una confusión usual acerca del origen del kirchnerismo como ciclo político. En rigor, el kirchnerismo no nació en la Santa Cruz de los ’90 sino en la Argentina del 2001, como un proceso surgido de las cenizas de la crisis y de la necesidad de reconstruir la autoridad presidencial, consolidar las bases de un nuevo modelo económico y generar un orden político, y hacer todo esto de manera rápida y sin represión. En suma, un origen que remite a la excepcionalidad y la emergencia, y que ha inyectado decisionismo e improvisación al ADN kirchnerista, características que con el tiempo se han ido transmitiendo de la forma a la sustancia misma de sus políticas y de su política, marcada por la lógica del todo o nada y la constante inclinación a doblar la apuesta.

Un proceso largo
Las explicaciones de los procesos políticos son siempre complejas. Y como se trata en general de procesos de largo aliento, que comienzan a gestarse más o menos silenciosamente hasta que un día estallan o se hacen visibles, tal vez el inicio del contraciclo evidenciado en los resultados del domingo se remonte al clima de normalidad relativa logrado en 2004 o 2005, cuando un sector creciente de la clase media comenzó a tomar distancia del Gobierno y reclamar otras cosas.

Lo notable es que Kirchner había registrado este viraje en el humor social y sobre él había fundamentado su estrategia electoral de cara a las presidenciales de 2007: la elección de Cristina como candidata, la apuesta a la Concertación Plural personificada por Julio Cobos y la promesa de un tiempo más institucional, dialogal y sereno, fueron presentados como ejes de una gestión que se abocaría a enfrentar problemas más complejos, con operaciones de política pública más sutiles y sofisticadas.

Desde el momento en que Cristina anunció su gabinete quedó claro que esto no sucedería. Cabe sin embargo preguntarse por qué el cambio de estrategia prometido no fue llevado a la práctica: tal vez por una lectura de los resultados de las elecciones presidenciales, tras la cual el Gobierno decidió afianzar su base de sustentación peronista y resignarse a perder a otros sectores, o tal vez porque el conflicto por la 125 puso a Kirchner ante una nueva situación de emergencia, real o fabricada, que lo remitió a sus orígenes. Como sea, el Gobierno cedió las banderas de la “moderación” y el “diálogo” a una oposición que ha hecho poco para merecerlas y, con ellas, se resignó a perder el aval de una parte mayoritaria de la clase media.

La segunda pregunta, clave para entender los resultados del domingo, es en qué momento, y por qué motivos, una parte de los sectores más castigados del conurbano decidieron darle la espalda a un gobierno al que habían apoyado casi sin fisuras desde el 2003. Entre las teorías esbozadas en estos días, hay una que sostiene que esto era inevitable, que la clase media actúa como una vanguardia a la que los sectores empobrecidos terminan imitando, sólo que más tarde. La idea esconde un desprecio por la racionalidad popular, que no es infalible pero que siempre conviene tratar de entender. Tal vez (es sólo una hipótesis) el distanciamiento se inició en el 2007, cuando la inflación comenzó a detener, e incluso retrotraer, los avances sociales de los primeros años K, cuando los precios de los alimentos iniciaron una escalada que produjo un deterioro innegable de las condiciones de vida de los sectores más castigados y comenzó a amenazar el que quizás haya sido el principal logro de Kirchner: la construcción de una enorme clase media baja. Frente a esta situación, el Gobierno reaccionó con la intervención del Indec y la continuidad sin alteraciones de las políticas sociales.

La derrota, finalmente, se explica por la demanda pero también por la oferta. El domingo, por primera vez en seis años, nació una oposición capaz de penetrar los sectores más pobres del Gran Buenos Aires sin por ello resignar su liderazgo en la Capital, pequeño milagro que sólo unos pocos políticos alcanzaron en la historia reciente (Alfonsín en 1983, Menem en 1995 –no en 1989– y la Alianza en 1997). En suma, el éxito de Unión-PRO fue ofrecer candidaturas aptas tanto para las clases medias de la Capital, el interior bonaerense y los distritos acomodados del primer cordón, como para los pobres del segundo cordón y los barrios del Sur de la ciudad (la clase alta o altísima, que también votó a Unión-PRO, es irrelevante en términos electorales). En otras palabras, una confluencia –todavía no una coalición– entre clases medias y algunos sectores de las clases bajas, que curiosamente se parece bastante al objetivo al que cualquier fuerza progresista debería aspirar.

A la defensiva
Por primera vez desde aquellos meses iniciales del 2003, el Gobierno se encuentra en una situación de debilidad, debilidad que puede descomponerse en diferentes facetas. La debilidad es antes que nada legislativa, evidenciada en el hecho de que el kirchnerismo perdió el quórum propio en el Senado.

La debilidad puede ser –aunque aún no es– fiscal. Incluso si Francisco de Narváez incumple su promesa de bajar a cero el IVA a los alimentos, eliminar las retenciones y destinar millones de pesos a la seguridad (es decir, llevar al presupuesto a una bancarrota), es posible que las presiones de gobernadores y opositores afecten la solidez fiscal del Estado nacional (antes de fin de año habrá que debatir el nuevo presupuesto, la renovación del impuesto al cheque y la emergencia económica). El sociólogo Marcos Novaro lo explicó bien esta semana: “Uno de los problemas serios, que habría que tratar de evitar, es que se reproduzca lo que le pasó a Menem en su segundo mandato, en el que también tuvo un auge federal con la derrota de 1997. En una palabra: hay peligro de pasar de la concentración del poder a la desconcentración caótica, y de que ese ciclo político desordenado se reproduzca en un ciclo fiscal de desequilibrio creciente”.

Finalmente, la debilidad es política. Las mejores movidas del kirchnerismo –el recambio de la Corte, la política de derechos humanos, la estatización de las AFJP– contaron con altos niveles de aprobación popular. Desde el domingo, el Gobierno debe enfrentar no sólo una vigorosa oposición de derecha sino –el otro gran dato de los comicios– una incipiente pero muy real oposición de izquierda, expresada en la notable elección de Pino Solanas en la Capital y la muy razonable performance de Martín Sabbatella en la provincia. Bien aprovechada, esta novedad podría contribuir a ampliar la base de sustentación oficial en un sentido transformador, sobre todo luego de que las elecciones demostraran que el respaldo del PJ y la CGT podrán ser necesarios pero ciertamente son insuficientes.

¿Será éste el camino elegido por el gobierno? Las señales son contradictorias. La renuncia de Kirchner a la presidencia del PJ parece indicarlo, pero la conferencia de prensa de Cristina el lunes posterior a los comicios fue en el sentido contrario: minimización de los resultados y la insistencia en destacar conquistas de este gobierno pero que, como sucede con los mejores logros sociales, la gente ya ha hecho suyas. La salida del cuestionado Ricardo Jaime era esperada, sólo que no vino acompañada de una explicación (¿Se fue por las causas judiciales, por la crisis del sistema de transporte, por la derrota en Córdoba?) ni de los motivos que llevaron a elegir a su sucesor.

Hay en todo esto un problema de tiempos. Los medios siempre querrán respuestas rápidas, más cuando huelen sangre, y presionarán por imponer su timing, que no siempre coincide con el de la política. La inmediatez a menudo conspira contra las mejores decisiones, y los gobernantes no tienen por qué ajustarse a los tiempos de los medios, aunque tampoco pueden ignorarlos. Tras una derrota como la del domingo, el Gobierno necesita unos días para digerir los resultados y elaborar una estrategia que indique claramente cuál es el rumbo, en qué sentido piensa ampliar su base política y sobre qué ecuación de gobernabilidad planea llevar adelante los difíciles dos años y medio que le aún quedan de mandato.

La sonrisa del siglo XXI

Por José Pablo Feinmann

Mariano Moreno es la figura egregia del periodismo argentino. En un pasaje de su Plan de operaciones dice: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”. Que uno adhiera –cada vez más– a esta afirmación moreniana no significa que descrea de la lucidez de los pueblos. O de la lúcida búsqueda de su felicidad y de su bienestar en el paso agitado que llevan a cabo sobre este mundo. Algo de lo que tampoco quieren enterarse. Los pueblos están dispuestos a creer. Creen porque quieren creer. Cuando creen lo que les piden que crean se sienten seguros. Nada grave pasará. Lo que todos dicen ha de ser sin duda lo mejor para todos.

Es remarcable la confianza que Moreno tenía ya en los medios cuando en rigor tenía tan pocos. A lo largo de los años, las decenas y hasta las centurias se han perfeccionado los modos de conseguir que los pueblos vean lo que tienen que ver y crean en lo que hay que creer. Todo el esquema de interpretación del primer gobierno de Perón se basó en “los mecanismos de integración”. Que eran el sindicalismo y el partido de masas. Pero también en los medios de concientización. En el monopolio de la radio. Ese monopolio que el peronismo ejercía fue para algunos teóricos de la izquierda nietzscheana, como Ezequiel Martínez Estrada (creo que era el único extraviado que expresaba aquí una izquierda a la loco de Turín), y para muchos de la izquierda marxista (Milcíades Peña y otros más) el medio por el cual Perón seducía a las masas. Tal como Hitler. Hitler ensayaba sus poses oratorias. Luego daba sus poderosos discursos que enceguecían a sus auditorios y los arrojaban a la guerra y a las matanzas. Perón, sin duda, preparaba su sonora voz de orador de grandes concentraciones en la Plaza Mayor y se lucía y cautivaba a su pueblo, logrando atraerlo; “manipularlo”, como decían sus adversarios. Que lo haya seguido haciendo desde fuera del país tiene otras explicaciones. Hoy, para cautivar a los votantes, para seducirlos, Mauricio Macri ensaya canciones de Freddie Mercury. Va a lo de Tinelli y las canta con su doble. Algunos se largaron a decir que las cantó mal. Pero, ¿importa? Por ahí es justamente lo que cayó bien. Lo vi esa noche. Flaco, canchero, piola, suelto, ganador. “Este tipo ya se ganó toda la guita, ahora no va a robar”, se dice. “Este tipo sí que sabe hacer la guita, seguro que llena de guita el país”, se dice. “Se dice” era la modalidad que Heidegger había elegido para expresar cuando alguien “dice” algo que dicen todos pero no dice algo propio. Cuando alguien, en lugar de hablar desde sí, habla desde el “se dice”, o sea: no habla, es hablado. No dice, es dicho. No piensa, es pensado. Esta es –precisamente– la función de los medios: conseguir que todos piensen lo que piensan ellos, los que tienen los medios y difunden las ideas que les van a permitir continuar teniéndolos. A veces el mundo no parece tan complejo. Tal vez no lo sea: todo consiste en tener el capital suficiente para apoderarse del aparato comunicacional, el que más desarrollo ha tenido, la verdadera revolución de nuestro tiempo. Esa revolución es profundamente colonialista: se dedica a colonizar la subjetividad de los demás, a apropiársela. Una vez que la posee, ha triunfado. De aquí la férrea defensa del monopolio comunicacional. Cuantos más medios tengas, más mentes colonizarás. Cuantas más colonices más serán tuyas. Cuantas más sean tuyas, más te harán caso y votarán por quién les digas y odiarán a quien les señales.

Hubo tres hechos paralelos: la caída del comunismo y la afirmación mundial de la derecha. El desarrollo vertiginoso de los medios de comunicación. Y el triunfo de Menem en la Argentina, el presidente-espectáculo. El presidente-farándula. El presidente-show. La política –luego de un interregno ajeno a esta estética– se ha vuelto a entreverar con el espectáculo. No es que Kirchner no haya incurrido en esa modalidad. Hacerlo entrar al tipo ése que imita a De la Rúa al despacho presidencial, dejarlo sentar en el sillón y dejarlo encontrar el Viagra de De la Rúa, no era la imagen clara de un presidente dispuesto a terminar con la estética de Menem. Es posible que no se pueda. Que no se pueda nada. Acabo de ver un documental que se llama “La ilusión del siglo”. El siglo fue el XX. Y la ilusión el socialismo. ¡Cómo la gozan los tipos que lo hicieron! Todo se hizo trizas. Los soviéticos ni hablar. Después la Revolución Cubana y los intentos guerrilleros en América latina. De Allende no hablan. Porque no pueden demostrar “que fracasó”. Ellos lo pulverizaron. Después, Vietnam. Porque los del sur se escapaban llorando y tristes deducen que Ho Chi Minh fracasó. Después Mao y los Guardias Rojos y la Revolución Cultural. Lo único que no fracasó es el capitalismo. Tienen razón. El capitalismo o el neoliberalismo (la derecha o eso a lo que se solía llamar así) ha triunfado en todas partes. Sin embargo, ¡qué triunfo extraño! Hace poco la Organización Mundial de la Salud informó que nunca en toda la historia de la Humanidad hubo más hambre en el mundo. Además, ¿alimentar a quién, a quiénes? Africa será un desierto. Harán campos de golf ahí. China no necesita nada. Salvo que la controlen, que la detengan, que la hagan entrar en razón (occidental). Los rusos, cuidado. Pero se están acostumbrando a ellos. Además, los conocen, aunque ahora vengan con otra máscara: son siempre los rusos. Corea del Norte, ése es un problema. Irán, otro. Pero no son la izquierda, sino lo Otro. Que no es lo mismo. Bin Laden no es la izquierda. Es un fundamentalista que podrá hacer cosas terribles pero no tiene ni idea sobre cómo reemplazar a la derecha capitalista. Sólo sabe golpearla. Duramente a veces, pero no más. Israel, de izquierda nada. Sabe bien cómo sobrevivir.

Y América latina. ¡Ah, sí, los populismos latinoamericanos! No andan muy bien. Si Chávez piensa en el socialismo del siglo XXI se le deberá informar que “socialismo” y “siglo XXI” son antagónicos. El siglo XXI ha matado a la política. Existe la representación. El show. Lo mediático. Y lo virtual. Se gana con el dinero y con el poder de los medios de comunicación. Ahora, nuestra gente quiere olvidar. “Basta de odios.” Admiran a Berlusconi. Les recuerda a Menem y a los ’90. Admiran a Sarkozy. Un piola ese francés y ¡qué mujer tiene! Carla Bruni, qué fina, qué elegante. Esa sí tiene derecho a usar la cartera que le guste más. A vestirse bien. A cambiar de vestido todos los días. Además, por si fuera poco, hasta Woody Allen la está persiguiendo para que le protagonice una película. Qué bien la entendió Woody. Arreglá bien con alguien con mucho dinero y tendrás otra película, vos, neurótico compulsivo de la acumulación de una tras otro, bulímico, aunque flaco, de films infinitos. Gran idea la de Carla. Que el presidente de Francia sea un perseguidor de inmigrantes ilegales (como su amigo Berlusconi) y esté casado con una mujer como la Bruni, farandulizándose como corresponde a los tiempos, y que el “geniecillo de Manhattan” diga “Dámela, haré de ella la nueva Garbo y también reventará la taquilla porque la idea es buenísima. Si no sabe actuar, yo le enseño” es el mundo de hoy. Un mundo-espectáculo. Exterior, ligado al show, a lo que se ve. A la díada ver-ser visto, típica de los noventa que ahora ha retornado. ¿Qué piensa De Narváez? Nadie lo sabe. Dice que va a estatizar, al rato privatiza y al rato algo todavía más inesperado. Pero es nuevo, fresco, sonríe, es coloradito, simpático, aparece en miles de carteles, de comerciales y es amigo de Macri y seguro que de Freddie Mercury, mirá si no.

No podemos ir en contra del mundo. El mundo derrotó a la izquierda y se olvidó de ella. La izquierda da triste. ¿Notaron algo? El estado espiritual de la izquierda es llorar a sus mártires. Esto la ha llevado a un culto por la muerte: los que mueren por una causa son puros y viven eternamente. Al Che se lo tolera porque es lindo y lo hace Benicio del Toro. Pero después te refriegan todos los demás. No hay uno que no haya muerto luchando. ¿Alguno quedó vivo? Cuando ganan son terribles dictadores. La derecha. en cambio, siempre gana. Su estado espiritual es honrar a sus héroes. Levantarles estatuas. Todos son ganadores. Mitre, Sarmiento, Roca, Aramburu y Rojas, Videla y los suyos, Menem, todos ganaron. Ninguno llora.

En cuanto al populismo: es estatista y también de izquierda y de la más ordinaria. Recuerda, además, toda esa historia bajoneante de los desaparecidos que las Madres insisten en refregarnos. Basta. Nos alegra el campo. Gente de bien. Gente honrada. Hicieron el país. Todos quieren ser como ellos. O estar del lado donde se pongan.

Para los que perdieron. Para los que vieron que se aleja otra tibia esperanza de algo más digno hay un consuelo: cuando suban a un taxi el taxista ya no les va a reventar las orejas hablándole mal del Gobierno. Pero ya va a ver. En el 2011, cuando ganen los que todos los fachos nacionales (que son como los de Francia y los de Italia) quieren que ganen, a los dos meses va a ser un placer subir a un taxi: nos van a hablar pestes de Macri o de Reutemann o nos van a contar ahogándose de risa los últimos chistes de Cobos. No obstante, uno se siente cada vez más raro en este país y hasta en este mundo. Se mete para adentro, se guarda, escribe y dice algunas cosas. Habla para los que ya están convencidos, unos pocos nomás. No va a reuniones porque se va a encontrar con ese infaltable ejemplar de facho-salame o basurero de medios que nunca falta y, lógico, no va a discutir con semejante almeja. Agarra y se va. Pero si no va antes, no tendrá que irse después. De modo que a comprarse unos buenos videos y a protegerse de la gripe A y de los tele-fachos o de los radio-idiotas o de los Internet-caca. Y a esperar un poco. O un poco más que un poco: puede ser para siempre. Igual, como grandes obstinados, haremos lo que hicimos a lo largo de todos estos años de alegrías y utopías realizadas: escribir, pensar, dar clases. Con el optimismo de la voluntad. O con la esperanza que nos da nuestro amor a los desesperados. Los otros, los que sean felices siendo gobernados por émulos menores de Sarkozy o Berlusconi, adelante, el siglo XXI les sonríe.

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.