Por Aldo Ferrer contacto@miradasalsur.com
Cristina Fernández, Lula Da Silva y Sebastián Piñera encarnan diferentes modelos económicos con resultados dispares en el tejido social de cada país.
En las recientes Jornadas Monetarias y Bancarias Organizadas por el Banco Central, se pasó revista al impacto de la crisis internacional sobre la conducción de los bancos centrales y, en un sentido más amplio, a la estrategia de desarrollo de los países emergentes en la globalización del orden mundial. La conclusión principal es que la crisis y las tendencias recientes del orden mundial han puesto fin al Consenso de Washington. Es decir, al paradigma neoliberal que fundamentó las políticas que desencadenaron la crisis como, anticipadamente, sucedió en la Argentina en la debacle del 2001/02.
La política macroeconómica de vivir con lo nuestro
En lo fundamental, la política macroeconómica abarca la conducción de las finanzas públicas, la moneda y el tipo de cambio. En estas materias, desde la salida de la crisis del 2001/02 hasta la actualidad, se ha producido un desplazamiento desde el paradigma neoliberal hacia otro en las antípodas que puede definirse como "desarrollo endógeno", "desde dentro" según la expresión de Osvaldo Sunkel, "nuevo desarrollismo" conforme a Luiz Carlos Bresser Pereira, "competitivo productivo" de acuerdo a Eduardo Curia o, sencillamente, "vivir con lo nuestro".
El encuadre económico e institucional de la seguridad jurídicaEl marco institucional de la actividad económica y de las relaciones sociales, forma parte de los requisitos fundamentales del desarrollo. La organización de los mercados, la toma de decisiones de inversión, la vigencia de los contratos, las relaciones económicas internacionales, deben ser consistentes con el despliegue del potencial de recursos de un país y de la estabilidad social.
Los culpables del retroceso
La conmemoración del Bicentenario es una buena ocasión para revisar lo ocurrido en nuestra historia; en particular, sirve para aclarar equívocos o falsas interpretaciones; y, en todo caso, para enriquecer el análisis con información y puntos de vista divergentes.
En la nota anterior destaqué que el G 20, en su última reunión, en Toronto, ratificó su incapacidad de adoptar respuestas globales a los problemas globales y que, por lo tanto, cada país tiene que hacerse cargo de resolver los problemas que le plantea la actual crisis internacional. Dicho en otros términos, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de su capacidad de respuestas a los desafíos planteados. La conclusión no es nueva y viene de antes.
El prestamista de última instanciaCuando un país no tiene acceso a las fuentes voluntarias de crédito solo puede apelar a un "prestamista de última instancia" (PUI). La figura del PUI aparece cuando no hay crédito voluntario a ningún precio o el mismo es inaceptable. La diferencia entre un préstamo voluntario y otro de última instancia es que, el primero, tiene solo cláusulas económicas (plazos, tasa de interés, garantías, etc.) y, el segundo, además, "condicionalidades", es decir, otros compromisos que asume el tomador.
En el debate sobre situación de la economía argentina es frecuente la comparación con Brasil y Chile. Particularmente, en foros del sector privado, predomina la idea que nuestros vecinos crecen e invierten más y cuentan con mayor capacidad de resistencia frente a la crisis internacional. La causa sería que las políticas de nuestros vecinos son mejores que las nuestras, ente otras razones, porque en ellos prevalecen la seguridad jurídica y la previsibilidad en las decisiones públicas. De este modo, existiría en los mismos un mejor ambiente para la inversión y el desarrollo económico y mayor fortaleza para responder a las turbulencias internacionales. .
Si la observación fuera correcta, el crecimiento actual de nuestros vecinos sería más elevado que el nuestro y mayor la tasa de inversión. Sin embargo, desde 2002, cuando culmina la crisis económica argentina, hasta la actualidad, el crecimiento de la economía argentina duplica aproximadamente el del Brasil y Chile y la tasa de inversión es mayor aquí que en Brasil y comparable con la de Chile. A su vez, Argentina logró compensar el impacto de la crisis mundial sobre la situación interna tan bien o mejor que Brasil y Chile. Las perspectivas para este año y el futuro previsible sugieren que nuestro país sigue y continuará registrando un crecimiento de la inversión y el producto, por lo menos semejante y probablemente mayor que en esos países hermanos. Lo mismo sucede con la capacidad de respuesta frente a cambios futuros de la economía mundial. El indicador en el cual la comparación es desfavorable para la Argentina es el de inflación.
Cabe observar que en el transcurso de esta década, los tres países se beneficiaron con la mejora de los términos de intercambio. Brasil y Chile, probablemente más que la Argentina, por la mayor valorización de los minerales respecto de los productos agropecuarios. El contexto externo no es, por lo tanto, un factor explicativo del actual crecimiento más elevado de la economía argentina. Respecto de la inflación, cabe observar que, también en los tres países, se verifican condiciones de solvencia fiscal, superavit en los pagos internacionales y políticas monetarias no expansivas del gasto. En este escenario compartido de solidez macroeconómica, incluyendo la reducción de los niveles de endeudamiento externo, la mayor inflación, en nuestro caso, refleja, principalmente, un comportamiento inercial de los precios fundados en hipótesis de aumentos asumidos por los actores económicos. La situación argentina hereda la memoria inflacionaria de un país como el nuestro que, el siglo pasado, tuvo el record mundial inflacionario con varias hiper incluídas. Refleja también la ausencia de una estrategia específica para enfrentar esta singularidad del comportamiento de los precios, sin recaer en esquemas tradicionales de ajuste que siempre son parte del problema y nunca de la solución.
En conclusión, las tendencias económicas de esta década no desautorizan, en términos comparativos, salvo en el tema inflacionario, el acierto de la política económica argentina respecto de la brasileña y la chilena. En el pasado, más precisamente, en el cuarto de siglo anterior al 2002 (1976-2001), es cuando, efectivamente, la política económica argentina no resiste la comparación con la de nuestros vecinos. En ese período, mientras Chile más que duplicó su ingreso per capita y Brasil lo aumentó en 30%, en Argentina cayó en 10%. En el mismo período, el PBI total de Argentina, respecto del de Brasil, cayó del 47% al 27% y, del de Chile, de 480% a 170%. Simultáneamente, se registró en nuestro país, un profundo deterioro de la situación social y un desorden económico gigantesco que incluyó el derrumbe del régimen monetario y el default sobre la deuda publica y privada.
Es pertinente observar que en los tres países, en ese cuarto de siglo previo a la crisis argentina del 2001/02, predominó el paradigma neoliberal. Sin embargo, fué solo en la Argentina, después del golpe de estado de 1976 hasta 1983 y en la década de 1990, en donde las "reformas estructurales" neoliberales se llevaron hasta las últimas consecuencias, incluyendo el desmantelamiento del Estado. .
Entre tanto, el Estado brasileño consolidaba el desarrollo de PETROBRAS, promovía la conversión de EMBRAER en la tercer productora de aeronaves del mundo, impulsaba el desarrollo de las empresas "campeonas" nacionales en la infraestructura y en industrias de base y sustentaba el financiamiento en poderosos bancos públicos, en primer lugar, el Banco Nacional de Desarrollo que, en la actualidad, aporta el 20 % del total del crédito en la economía, enfocando sus préstamos a los sectores estratégicos.
En Chile, después del estancamiento de la década de 1970 y del fracaso del experimento de los "Chicago boys", al comienzo de la dictadura, el Estado conservó, aún dentro de la primacía del discurso neoliberal, un papel decisivo en la conducción de la macroeconomía, los niveles de endeudamiento y promoción de inversiones. Un ejemplo notorio de la diferencia con la experiencia argentina, es la posición dominante que el Estado chileno conservó en la explotación y la renta del cobre. Después del retorno a la democracia, el sector público fortaleció funciones esenciales en la conducción de la macroeconomía y el impulso al desarrollo.
En la Argentina, en el mismo período 1975-2001, además de la tragedia de la violencia y el terrorismo de estado, sufrimos la guerra y la derrota en Malvinas y una política sistemática, de desmantelamiento del poder nacional. Se vendieron y extranjerizaron YPF, la fabrica de aviones de Córdoba, las empresas públicas y las mayores privadas nacionales, disolvíó el Banco Nacional de Desarrollo (creado en 1970 durante mi desempeño en el Ministerio de Economia) y endeudó el país hasta el límite de la insolvencia. Esta serie de calamidades demolió buena parte de la capacidad industrial del país, como lo demuestra el hecho asombroso que, entre 1975 y 2002, el producto industrial per capita cayó en 40%. Las consecuencias sociales fueron abrumadoras.
En resumen, el recorrido comentado de las tres economías refleja, esencialmente, el distinto comportamiento del Estado. En Brasil y Chile, bajo regímenes de facto o civiles, el Estado mantuvo elementos básicos del poder nacional de decisión y de impulso al desarrollo. En la Argentina tanto bajo un régimen de facto (1976-83) como constitucional (década de 1990), se pusieron en práctica políticas demoledoras del poder nacional, incluyendo la dispersión del poder decisorio en la explotación de los recursos del subsuelo bajo la última reforma de la Constitución. Esta diferencia notable con los otros dos países refleja la debilidad relativa de nuestra densidad nacional, en particular, la ausencia de impronta nacional es sectores importantes de la dirigencia y su subordinación a lo que Arturo Jauretche denominaba la "colonización cultural" y Raúl Prebisch "el pensamiento céntrico".
En el mismo sentido, la recuperación del país después de la salida de la crisis del 2001/02 y el favorable comportamiento relativo actual de la economía argentina respecto de las de Brasil y Chile, puede explicarse por la reaparición del Estado como un protagonista esencial en el proceso económico, tal cual sucede en toda economía moderna. Ejemplo en tal sentido es la recuperación del gobierno de la macroeconomía y del manejo de recursos públicos, como los canalizados a través del sistema previsional. Este fortalecimiento de la densidad nacional es también observable en el retroceso de la ideología neoliberal y del "pensamiento único", desautorizados por la catástrofe que provocaron en la Argentina y, poco después, en la economía mundial. De este modo, ha vuelto a surgir un pensamiento crítico como, por ejemplo, el reflejado en las contribuciones del grupo Fénix de la Universidad de de Buenos Aires o las de los jóvenes economistas agrupados en AEDA (Asociación de Economistas para el Desarrollo de la Argentina).
El estudio del desarrollo comparado entre países, por ejemplo, entre Argentina, Brasil y Chile, es un ejercicio muy útil, del cual, puede aprenderse mucho para mejorar la calidad de la política económica argentina. Siempre y cuando se fundamente en una adecuada perspectiva histórica y la apreciación objetiva de los datos de la actualidad.
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