¿Quién le teme a la televisión digital?

Con la nueva tecnología, millones de argentinos dejarán de ser rehenes del cable, monopolizado por el grupo Clarín.
Por Daniel Cecchini y Marcos Cittadini




La puesta en marcha de la Televisión Digital Terrestre y el reciente anuncio de fuertes inversiones en el área realizado por el Gobierno abre una nueva era en las telecomunicaciones argentinas. Significa, también, el trazado de un nuevo mapa en el mercado televisivo, que terminará con la posición cuasi monopólica de los grupos que hoy concentran el negocio del cable, donde Clarín tiene una posición dominante.

Las posibilidades de esta nueva realidad están a la vista. Según anunció el ministro de Planificación, Julio De Vido, en el marco del II Foro Internacional de la Televisión Digital realizado en Buenos Aires esta semana, el objetivo oficial es que alcance al 75% del país este año y a toda la Argentina en 2012. El funcionario agregó también que “antes de fin de mes se entregarán 450 mil receptores gratuitos para captar la señal digital y otros 300 mil se otorgarán el mes próximo, para llegar a más de 1.200.000 antes de fin de año”.

Por otra parte, el Ministerio de Industria que encabeza Débora Giorgi estimó que la TV Digital generará unos 560 mil puestos de trabajo en el país, en forma directa o indirecta, desde personal calificado para la fabricación de los adaptadores para televisores (set-top box) hasta empleados de los nuevos canales que se crearan a partir de la implementación del sistema.

El futuro ya llegó. La puesta en marcha de la televisión digital terrestre es el resultado de un largo camino, en el que cada paso adelante requirió enfrentar, desde el principio, fuertes presiones por parte del Grupo Clarín y sus aliados.

La Argentina eligió –luego de comprobar que es la más aceptada en el mundo– la norma japonesa en su adaptación brasileña (Isdb-T). Esta norma de transmisión permitirá que a través de un mismo espacio radioeléctrico se transmitan varios canales de gran calidad de imagen y no sólo uno como en el actual sistema analógico. La presión del monopolio para que se adopte la norma estadounidense fue alta y obedeció a varias razones. Por una parte, Artear adquirió en los últimos años equipos compatibles a ésta última. Con la elección de la norma japonesa deberán doblar la inversión.

Pero las razones son más profundas. Clarín siempre abogó por la norma americana (Atsc) porque es una norma de alta definición y no de compresión. La Atsc permite por cada señal de televisión abierta un canal de high definition y no cinco de definición digital, como la variante japonesa. Dentro de la compañía explican la estrategia: “De este modo, se protegería la potestad sobre la señal de Canal 13 porque la digitalización haría que la frecuencia del 13 se pueda subdividir también en cinco o hasta 10 canales. La gran pregunta es: ¿en manos de quién van a quedar esos cinco o diez canales? Todo indica que uno o dos quedarían en manos del Grupo por la inversión previa y los demás serían re-licitados”.

Pero está claro que lo peor que le puede pasar a Clarín es que el Estado permita que, a través de la digitalización y la segmentación de las señales correspondientes a las frecuencias de aire, el público pueda tener acceso a entre 20 y 50 canales abiertos, digitales, de buena calidad y gratuitos.
No es para menos: la gran fuente de ingresos del multimedios es el negocio del cable, que maneja de forma cuasi monopólica en los principales centros urbanos del país. Con cerca de 7 millones y medio de usuarios y abonos mensuales que rondan los 100 pesos, mueve miles de millones de pesos al año. El carácter gratuito de la TV Digital, sumado a la pérdida de los derechos del fútbol de Primera División, perjudicará ese mercado en un porcentaje que ya es estimado dentro del Grupo. Las proyecciones más optimistas para la empresa hablan de una merma en el primer cordón del conurbano –el lugar de mayor concentración de población y el epicentro de la primera etapa en el desarrollo de la TV digital– de un 20 %. Allí, con un millón de abonados a Multicanal y Cablevisión, las pérdidas serían de 5 millones y medio de dólares mensuales. Pero eso es sólo el comienzo. Para mantener a sus clientes, deberán reinvertir en tecnología, algo a lo que no estaban acostumbradas porque la falta de competencia no lo hacía necesario.

Aquí, algunos llaman la atención sobre los incumplimientos de los compromisos de inversión del holding. Fuentes cercanas alertan: “Hay menos de 300 mil usuarios digitalizados. La digitalización para alta definición la hicieron con set- top box (adaptadores) viejos, comprados a una subsidiaria de Motorola. Importaron mercadería usada y la pudieron pasar con la excusa de que no es estrictamente para venta, ya que ellos los entregan en comodato. Pero el usuario los paga”.
Otros van más allá e imaginan lo difícil que será vender Internet a quien ya no es cliente del cable.

Una historia con muchas trampas. No es esta la primera vez que el Grupo Clarín conspira para que la información y el entretenimiento gratuitos desaparezcan del mercado. Conviene hacer una breve recorrida por la historia de la televisión por cable para entender las consecuencias de su concentración en pocas manos. Su desarrollo está asociado a la falta de política de Estado para que en todo el país se pueda ver TV en forma abierta. Desde que Canal 7 comienza sus transmisiones con una antena instalada en la terraza del Ministerio de Bienestar Social, la política de expansión siempre se focalizó en los grandes centros urbanos. La producción de contenidos en el interior y las fronteras, a diferencia de nuestros países vecinos, fue escasa o nula en varios períodos de la segunda mitad del siglo XX. Es por eso que muchos pueblos desarrollaron a mediados de los ’60, circuitos cerrados de televisión para transmitir en esas poblaciones. Comenzaron bajando alguna programación de Buenos Aires o emitiendo películas, con muy bajo costo para los vecinos. Eso que fue la génesis de un sistema de llegada de la comunicación al interior se fue extendiendo y pasada la mitad de la década del ’80, empresarios del norte de la capital y el Conurbano vieron el negocio.

En el momento que el cable tomó dimensión masiva (La Argentina llegó a ser el número uno en el mundo en penetración, y hoy se ubica en el puesto 3 con casi un 60 % de su población abonada), entraron al mercado los grandes medios de comunicación. Pero faltaba algo para que todo fuera perfecto: que no se pudiera ver la televisión por aire, ni siquiera en las grandes ciudades. Siempre había existido la posibilidad –sobre todo en Capital y el GBA– de ver los canales de aire con la vieja antena y eso era considerado como un déficit muy fuerte para la política de implantación del cable. En la primera mitad de la década del ’90, las empresas de televisión abierta, poseedoras de la gran mayoría del cable, bajaron la potencia de los transmisores para que cada vez se vea peor el aire. Para hacer eso se ampararon en un vacío legal porque la Ley de Radiodifusión hablaba acerca de las potencias máximas que podían tener los transmisores de TV y radio para no invadir parte del espectro que no les correspondía pero no de potencias mínimas obligatorias.

Lo perverso es que el cable nace para democratizar la comunicación por esfuerzos privados y luego se convierte en un arma de sectores concentrados que lo utilizan como un vehículo comercial primero, destruyendo la televisión abierta usando su posición dominante en la producción de contenidos y su distribución como una forma de presión política.

El medio es el mensaje. Con la llegada de la Televisión Digital Terrestre, el problema para Clarín es que poco puede hacer abiertamente para oponerse a algo que está sucediendo en todo el mundo. En Europa y los Estados Unidos ya se produjo lo que se llama el “apagón analógico”, en Brasil comienzan a fabricar televisores digitales que no necesitan el adaptador llamado set-top box. En un Foro sobre Televisión Digital –similar al que se desarrolló en Buenos Aires– realizado hace pocos días en México, el consejero de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones de España, José Pascual González Rodríguez, aseguró: “La transición de televisión analógica a digital ha revitalizado la industria de la electrónica española, pues desde la fecha que se fijó el apagón hasta hoy se han beneficiado más de 10 mil empresas, generando más de 40 mil empleos, incluso en el contexto de la crisis”.

Pero además, explicó que en su país también tuvo resistencia de las cadenas televisivas.
“Es normal que las cadenas de televisión no quieran cambiar porque tienen que invertir más y les genera incertidumbre, pero ellas deben saber que si hacen las cosas medianamente bien van a obtener más ganancias”, señaló.

Para defender sus intereses Clarín sólo puede utilizar en público argumentos endebles. En los primeros días de abril, se realizó en la Ciudad de Rosario un encuentro de empresarios del mercado del cable que fue usado sobre todo para fustigar al Gobierno por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Pero también hubo espacio para la TV digital. Allí Henoch Aguiar, ex secretario de Telecomunicaciones de la Nación y una de las espadas intelectuales del Grupo, se refirió al tema asegurando que “el Estado debe incentivar la iniciativa privada y no destruirla”. Pero fue más allá:

“La primera duda es ¿cuál es el sustento jurídico de este emprendimiento? Si revisamos todas las leyes de radiodifusión y de competencia, no existe ningún sustento para que el Estado realice emprendimientos que ya los privados han realizado, y sólo puede tener una intencionalidad... sólo llevará a crear una capacidad monopólica del Estado”. Es llamativo cómo el Argumento de Aguiar está emparentado con las desregulaciones dispuestas por la Ley de Reforma del Estado del menemismo. “Como no pueden hacer nada de superficie para oponerse a estas medidas, van a buscar embarrar la cancha”, dicen cerca de Clarín. Resulta llamativo que esta semana, mientras De Vido lanzaba la Televisión digital Terrestre, la tapa de Clarín y los noticieros de Artear, se ocuparan de un supuesto caso de coimas e intentaban salpicar al Ministerio de Planificación Federal, sin ninguna prueba, ni siquiera un indicio convincente. La portada de Clarín del martes decía, instalando la sospecha: “Ventas a Venezuela: De Vido decidía a quién se le pagaba”. Pero la bajada aclaraba que “era legal, pero permitía arbitrariedades”. El jueves, también en la tapa, el ex vice gobernador de Santa Cruz Eduardo Arnold denunciaba: “En los negocios con Venezuela, sin ninguna duda se pagaron coimas”. Pero luego en la nota se podía leer:

–¿Escuchó en Venezuela de que se hablará de comisiones o dinero?

–No. Eso no.

Si la discusión de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual desnudó los intereses del Grupo, la puesta en marcha de la televisión digital los lleva a radicalizar sus ataques al Gobierno ante la perspectiva de seguir perdiendo mercados concentrados y así dejar de ganar millones de dólares al mes.

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