ANTE EL OPERATIVO MEDIÁTICO DE DESPOLITIZACIÓN

Bicentenario politizado
Por Edgardo Mocca


Las multitudinarias movilizaciones populares convocadas por la celebración del Bicentenario argentino constituyen un acontecimiento político. Los millones que caminaron por el paseo no concurrieron a una kermesse ni a un acto escolar; participaron de una construcción colectiva llena de contenido. La pluralidad social, cultural y étnica, la presencia del interior del país, la masividad de la asistencia de hombres y mujeres del conurbano bonaerense, el carácter marcadamente latinoamericanista y el despliegue de una narrativa histórica heterodoxa y polémica colocan al acontecimiento un poco más allá de las interpretaciones en clave comparativa con las multitudes que se reúnen para festejar triunfos deportivos.
La politicidad del acontecimiento es contundente. No asistimos a una agenda artístico-cultural con una audiencia masiva: quien haya estado aunque sea un rato en la 9 de Julio tiene, seguramente, la poco común sensación de que la multitud -el pueblo- fue protagonista central y no un invitado circunstancial. El sentimiento de pertenencia patriótica estuvo, como pocas veces, asociado a un proyecto colectivo y plural y no a su uso, desgraciadamente frecuente, con designios unanimistas y autoritarios.
A pesar de la extraordinaria aglomeración de personas, no hubo un solo incidente que alcanzara cierta relevancia. No hubo intentos dignos de atención de partidizar o sectarizar el acontecimiento. Como ha sido ya muy subrayado en estos días, el clima del paseo no fue “crispado” sino fraternal y festivo. Da la impresión de que un sector importante de la sociedad mostró un rostro de la Argentina que es imposible encontrar en los principales diarios y canales de televisión. No se vio el miedo ni el ahogo dictatorial de las libertades públicas que se predican desde algunos micrófonos irresponsables. Fue, por fin, la respuesta, postergada en el tiempo, a las beligerantes cacerolas de hace dos años.

Con el justo argumento de impedir un uso gubernamental de la movilización popular hay en marcha un operativo mediático que podría llamarse de despolitización del acontecimiento. En sus variantes más intensas y resentidas, ese operativo cree ver una distancia insalvable entre los organizadores del acto y quienes llenaron las calles. Dice Joaquín Morales Solá en La Nación: “Abajo, la sociedad bullía levantando principios más generosos que una recordación sesgada e ideologizada, que los últimos rastros de una polarización condenada a vivir su otoño”. Confieso que cuando estuve en la Plaza no vi al comentarista, pero, en el caso de que haya estado, tuvo una percepción muy original e interesante, diríamos ficcional. Para el mismo Morales Solá, resulta que el prospecto de un país civilizado y pacífico se esbozó en la reunión de reapertura del Teatro Colón. Lo fue porque hubo peronistas, radicales y socialistas. Siempre a la vanguardia de la rabia antikirchnerista, el analista ha resuelto evocar su propio Bicentenario en lugar del que vivió la sociedad.
Ciertamente, la politicidad de la celebración del Bicentenario no debería interpretarse en términos totalmente coyunturales, ni en clave de cuánto fortaleció circunstancialmente al Gobierno. Lo principal no podría ser eso porque entre estos días y la elección de 2011 van a ocurrir muchas cosas. Habrá acontecimientos de los más diversos significados y nadie puede seriamente creer que la organización de un festejo exitoso pueda asegurar un resultado electoral.
La politicidad, en todo caso, significa que la celebración puso en escena a un mundo social diferente al que diariamente muestran los principales medios de comunicación. Claramente, el suceso se inscribe en un cambio de tendencia que se percibe en los últimos meses. Es un cambio de tendencia que no se deja reducir a si Néstor Kirchner subió dos o tres puntos en tal o cual encuesta. Se expresa en una crisis de la hegemonía de un discurso. Una hegemonía que se insinuó en los días del conflicto agrario, que tuvo en su centro el discurso de las principales empresas mediáticas, y que no pudo expresarse -por lo menos hasta ahora- en una fuerza política capaz de llevarlo al triunfo. Un acto público no puede, por sí solo, modificar una correlación de fuerzas. Pero los actos del Bicentenario traen el mensaje de que esa relación está cambiando.
Mauricio Macri procesado. Julio Cobos sometido al juego de pinzas de una insólita ubicación institucional y los fuegos de la interna radical. El peronismo antikirchnerista sin liderazgo político. Elisa Carrió en el punto más bajo de su credibilidad pública. Los comunicadores del establishment mediático arengando enervados a su tropa. Y como telón de fondo, la marcha de la crisis económica mundial, hoy con epicentro en los países más vulnerables de Europa, desautorizando a ese proyecto alternativo -sojero y financiarizado- que se esbozaba en los tiempos de la derrota de la Resolución 125. Tal vez, ahí podríamos buscar el significado político de este Bicentenario: la creencia en el mundo feliz de los consensos y los pactos de la Moncloa, que consagran la intangibilidad de lo que la Argentina siempre fue y no debe dejar de ser, ya no es el único relato en circulación.

Tal vez, también, en esa ruptura del orden general de las creencias esté la explicación de las pasiones que desató la mirada comparativa con el primer centenario. La Argentina de 1910 “que miraba optimista el futuro” -según reza el lugar común más fatigado en estos días- era el país agroexportador, próspero para sus cúpulas sociales y riguroso con sus clases trabajadoras (ley de residencia contra los extranjeros y de defensa social incluidas). Era también el país de las seudoelecciones fraudulentas, de la “república posible” oligárquica y excluyente.
Claro que no se puede mirar aquel momento desde fuera de la historia ni, mucho menos, trasladar de modo mecánico nuestros dilemas de hoy a aquellas circunstancias. Pero es inevitable que la historia -para ser más justos, habría que decir “las historias”- sea un yacimiento de símbolos, de referencias ideales, de continuidades imaginarias. ¿Cómo, en última instancia, no comprender que desde la celebración de nuestra democracia, de nuestros imperfectos, incompletos y frágiles pero reales derechos sociales, desde nuestras convenciones colectivas de trabajo, desde nuestras asignaciones universales, incluso desde nuestra recuperación después del fenomenal derrumbe de comienzos de este siglo, sintamos el orgullo de ser una Argentina mejor que aquella de hace cien años?
Es posible, entonces, politizar el Bicentenario sin convertirlo en bandera partidaria o en recurso electoral. Politizarlo en el sentido de construir un nuevo piso ideal para nuestro debate. Politizarlo en el sentido de quebrar un monopolio ideológico que impone una mirada sobre nuestra historia como arma hegemónica para el presente y el futuro.

Ya se sabe, sin embargo, que a los mensajes políticos solamente los descifran la práctica y el tiempo. Por eso hay que ver qué uso del acontecimiento de estos días consagra la política. Veremos cuál es el diálogo que con él entablan el Gobierno y la oposición. Naturalmente que no se puede esperar que el uso que hagan unos u otros esté desvinculado de las ambiciones de conservar o conseguir el poder político; sería pedirle a la política que deje de ser política. Lo interesante será saber cómo esas aspiraciones se relacionan con un estado de ánimo social que ya no es idéntico al de hace una semana.
Para la oposición existe el peligro de querer dar vuelta rápidamente la página y simular que no ha pasado nada; seguir imaginando una sociedad encrespada que desea desesperadamente que termine el actual Gobierno. Por ese camino -que parecen sugerirle algunos comentaristas- le esperan el aislamiento y la derrota.
Para el Gobierno, el peligro es el triunfalismo, capaz de confundir el arduo comienzo de una etapa de recuperación con el punto de llegada de esa etapa. Puede ser un buen momento para entender que el diálogo no es claudicación y la profundización de un rumbo no se contrapone con la amplitud de su base de apoyo.

No hay comentarios:

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.