por Orlando Barone
Entre las maldiciones que desde el oráculo mediático se anuncian, figura la inflación galopante. Tema que los tienta, más que la nostalgia del celo a las gatas castradas.
Quienes predecían un verano sin consumo, sin turismo, sin electricidad y sin combustible- y fallaron las varias profecías- ahora para tratar de reivindicarse empiezan a augurar el descontrol de los precios. Desde consultoras, cámaras y corporaciones, muy interesadas en que la hecatombe se cumpla, especulan que a tamaño éxito del verano -que no se bancan y los hace retorcer de impotencia- sobrevendrán consecuencias sombrías. Otra vez la cantinela de que para comer un bife de chorizo habrá que ser rico. Otra vez las predicciones acerca de que tanto consumo no se condice con no sé que tabla de la lógica de oferta y de demanda, y otra vez a consultar a los fabricantes del Viagra para que hablen mal del chancho y no les haga competencia.
Y así se suman los heraldos negros de la profecía repartiendo maldiciones. Cuentan con la colaboración estúpida de muchos (y no pocos) heralditos útiles idiotas de los medios, repitiendo el sonsonete del infortunio que se viene. Y colaboran en la difusión de vaticinios miles de Mirtha Legrand, y de Mesas de Enlace vocacionales, adiestradas en predecir vacas y cereales que se extinguen, a la par que el presente lo disfrutan a molleja y ojo de bife.
Cómo fatigan el futuro para encontrar inminentes desastres. Apenas el Gobierno legitima índices favorables, los tergiversan o los subvierten. Y no bien mejoran el empleo y la producción y la demanda, salen los augures a escupir el asado. Cuanto más lo escupen más rico sale. Que sigan augurando y equivocándose.
Cada profecía oscura que adelantan nunca se cumple. Así que hay que celebrarlas a favor y no en contra. Lo que ellos vaticinan peor, es justamente lo que mejora.
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