JORGE RACHID
“Si hubiese sospechado en mis inicios cómo funcionaban los bancos, en vez de robarlos habría fundado uno” (Ladrón arrepentido).
Si algún elemento estructural caracterizó la etapa neoliberal en nuestro país desde 1976 en adelante, sin dudas ese fue el sector financiero al que se sumaron en la década del 90 las empresas del Estado privatizadas al calor de la ingeniería financiera del Plan Brady. Ese canje de deuda ilegítima y corrupta de la dictadura militar, por empresas de servicios públicos, producto del esfuerzo de generaciones de argentinos en capitalizar la Nación, llevó a la ideología del “remate” llamada “mo-dernidad”.
Ahí, con ese canje de papeles devaluados llamados bonos, comprados a precio vil en el exterior y aceptados a precio pleno acá, se consumó el segundo saqueo al Estado, después del primero que fue la nacionalización de la deuda privada en los 80. Deudas de las mismas empresas que hoy siguen reclamando “seguridad jurídica”, pero que no dudaron, en ese momento, en socializar entre todos los argentinos sus quiebras financieras. Lo volvieron a hacer en el 2002 con la devaluación, presionando por la pesificación asimétrica para sus deudas en dólares, mientras millones de argentinos clamaban estafados por el “megacanje” del corralito, por la devolución de sus ahorros bancarios, los que –por supuesto– fueron girados al exterior por las entidades financieras.
Se reinstala la discusión hoy con el tema del Banco Central y su autonomía según la Carta Orgánica de 1992. El Banco Central creado en el año 1935 como subproducto del Pacto Roca-Runciman y bajo la tutela de Inglaterra, siguiendolas instrucciones elaboradas por lord Otto Niemeyer, según instrucciones financieras al servicio de la Corona hasta el año 1946. Ese año el General Perón redefine sus funciones y objetivos anunciando que “el contralor del sistema bancario importa un contralor de la política económica del país”, agregando que “la nacionalización del Banco Central y por ella el contralor del Estado sobre todo el régimen de bancos, ha sido considerada como factor eficiente para orientar la economía del país y evitar que ellos contraríen o por lo menos neutralicen la acción del go-bierno”.
Sigue el General en su discurso de nacionalización: “Antes, bajo el dominio del capitalismo, el dinero era un fin de la actividad económica, era el centro alrede-dor del cual giraban los hombres y las sociedades. Fue el signo de una época: los bancos eran los templos donde se veneraba ese ídolo, donde se rendía culto y también se le ofrecían sacrificios. La consecuencia era que los hombres eran sa-crificados a la producción, la producción al comercio y el comercio al dinero. En el nuevo orden que se instaura donde el dinero no es un fin sino un medio, la con-secuencia es lo contrario: que el dinero sirva para los cambios, que el comercio facilite la producción y que ésta se oriente a la felicidad del hombre” (J.D.P.).
Ese discurso aún más completo, resume una política nacional, que recupera el interés del hombre argentino y preserva los intereses de la Nación.
Sin embargo –al haber transcurrido tantos años de cultura dominante neolibe-ral– hasta sectores que dicen pertenecer al movimiento nacional y popular han en-terrado estas premisas, detrás de un afán electoralista que toma distancia de los intereses nacionales.
No es un dato menor la cultura individualista de los conflictos, suscitados por personajes que por momentos se consideran los dueños de la historia, sin comprender que “no existen los héroes individuales, sólo existe el héroe en grupo” (Oesterheld).
Es ahí donde las formas reemplazan al fondo de la cuestión y si el esfuerzo de los argentinos por acumular reservas en ese pretendido Estado dentro de nuestro país, sirven para dar respuestas a las demandas de la hora en materia económica, o por el contrario, nos conducen a ser pasto de especuladores codiciosos que juegan con el patrimonio de los argentinos en las timbas financieras del mundo.
Cuando observamos que todavía en 26 años de democracia no modificamos el andamiaje estructural en lo financiero producto de la dictadura militar, tomamos con-ciencia de la deuda pendiente de estructurar un modelo donde producir sea más importante que especular y donde el crédito esté dirigido al esfuerzo y sacrificio de las empresas y trabajadores argentinos, que deben pagar el dinero que necesitan a tasas marcianas, sumado a que encima las operaciones bancarias, no tributan impuestos al no haberse modificado la Ley de Entidades Financieras en el Congreso de la Nación.
Así fue, bajo la presión del Banco Mundial se atacó al ahorro interno de los ar-gentinos, con las AFJP que desfinanciaron al país en 90.000 millones de dólares en 14 años, afectando en especial al sistema previsional y a los jubilados que tuvieron salarios congelados por casi 11 años y también cercenado en un 13% en la gestión radical al servicio del sector financiero. Siguen operando hoy las ART, sector financiero del seguro de accidentes de trabajo, que en vez de proteger al trabajador a veces lo atiende del infortunio ya producido. Las prepagas en la medicina intentaron e intentan cooptar el sistema solidario de seguridad social –el PAMI incluido– y no son más que oficinas financieras que contratan a prestadores, intermediando la relación médico-paciente y sometiéndola a las reglas del “mercado” en una ecuación económica antes que sanitaria. Lo mismo sucedió en educación con las escuelas “express” y la privatización de la enseñanza.
Ese modelo estructurado desde hace tres décadas está siendo desmontado en el mundo por los países emergentes y las nuevas potencias sustitutas. En la Argentina todo cambio supone conflicto, porque se dirimen intereses que se expresan desde los medios de comunicación, que esconden detrás de la información que repiten por su interés, aquella que no quieren dar. Defienden a través de las formas cuestiones de fondo, su manejo del poder.
Plantean “seguridad jurídica” pero hacen lobby en Tribunales, deciden qué juez es “corrupto” si no les responde y quién “independiente” cuando es obediente. Hablan de “autonomía del Central” pero omiten decir de dónde surgen las reservas acumuladas por una política económica del gobierno nacional. Se habla de la inflación en nuestro país y se oculta la crisis internacional del 2009 con millones de desocupados en el mundo. Se plantea reducir el “gasto público” que es lesionar inversión social y se oculta la movilización de reservas billonarias a los bancos, antes que a la gente y las industrias, de los países centrales.
Cuestionan la “calidad institucional”, pero cuando el Congreso vota acuden presurosos a la Justicia para lograr el amparo respectivo en medidas cautelares inme-diatas como en la Ley de Medios. Los que cruzan el charco hacia su lado son bienvenidos como el relato del “hijo pródigo”; los que lo hacen al revés, hacia el oficialismo, son corruptos e inmorales. Se ha perdido la política, que se ha transformado en una entelequia difícil de discernir.
Entonces el dilema sigue siendo el mismo: o avanzamos como país hacia un modelo social solidario y productivo, con identidad nacional y soberanía política, o seguimos siendo virreyes de los organismos de crédito multinacionales y de los actuales o futuros imperios.
O se construye una opción capitalista con un presupuesto que estructure un Estado de bienestar presente, generando dignidad, o se sigue tratando el tema de la pobreza con recursos excedentarios de una acumulación de riquezas, escandalosa e injusta, intentando paliar lo que producen, marginación e indigencia, en forma de beneficencia.
Esa decisión no es de un gobierno solamente, es de un pueblo.
jorgerachid2003@yahoo.com.ar
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