Devaluación y fin del cepo. Una apuesta riesgosa y una economía al borde del abismo

El Gobierno eliminó el cepo cambiario y estableció una banda de flotación para el dólar entre $1.000 y $1.400, lo cual implica una devaluación real del 27 por ciento. Con el respaldo del FMI y una promesa de ingreso de capitales, Caputo y Milei aceleran su experimento económico mientras crecen las dudas sobre la sustentabilidad del modelo y el impacto negativo inmediato sobre la inflación, el poder adquisitivo y la producción.


Con un tono triunfalista y apelando a la épica del «sacrificio fundacional», el ministro de Economía Luis Caputo anunció el levantamiento del cepo cambiario a partir del lunes. La medida, presentada como el inicio de la Fase 3 del programa económico libertario, implica la liberalización total del mercado de cambios, acompañado por un nuevo régimen de flotación dentro de bandas entre $1.000 y $1.400. Lejos de ofrecer certezas, la medida despierta preocupaciones crecientes en sectores productivos, trabajadores y analistas económicos.

El final de las restricciones llega con el telón de fondo de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que promete USD 20.000 millones —de los cuales USD 15.000 estarán disponibles en 2025— y la renovación del swap con China por USD 5.000 millones. Pero mientras Caputo celebra «el ingreso de capitales» y una supuesta apertura al mundo, la economía real da señales de alarma: caída del consumo, recesión acelerada, cierre de pymes y un deterioro social cada vez más profundo.

¿Apertura o desprotección?

El levantamiento del cepo coincide con la liquidación de la cosecha gruesa y una baja de retenciones para el agro, lo cual busca incentivar el ingreso de divisas. Sin embargo, la liberalización total de la compra de dólares —incluyendo a personas físicas y empresas, sin límites— puede derivar en una fuga de capitales de proporciones difíciles de contener. En un contexto de alta inflación, retracción del crédito y caída de la demanda, la apertura cambiaria plantea serios riesgos de desestabilización financiera.

Más aún, la sustitución del ancla cambiaria por un ancla monetaria, basada en el control estricto de la base monetaria, puede profundizar la licuación del gasto público, pero también implica la continuidad del ajuste fiscal brutal que ya redujo jubilaciones, salarios estatales y asistencia social. En otras palabras, el modelo que propone Milei no busca estabilizar la economía, sino implantar una transformación estructural que redefine las relaciones de fuerza en favor del capital financiero y exportador, mientras desmantela las capacidades del Estado.

Riesgos inmediatos

Entre los riesgos más inminentes se encuentra el impacto inflacionario de la flotación del dólar. Con una banda superior de $1.400 y sin un tipo de cambio de referencia real, los precios internos podrían comenzar a ajustarse automáticamente a las expectativas de devaluación. A eso se suma el riesgo de remarcaciones preventivas en alimentos, combustibles y medicamentos, sectores que ya venían afectados por la pérdida del poder adquisitivo.

Por otro lado, el estímulo a la remonetización —es decir, volver a atraer pesos a la economía— suena contradictorio con una política que promueve la desregulación financiera y el retiro del Estado como garante de estabilidad. En la práctica, el sistema financiero argentino sigue dolarizado, y la desconfianza estructural sobre la moneda nacional no se resuelve con anuncios sino con señales concretas de previsibilidad, inversión productiva y mejora de los ingresos.

El experimento Milei entra en zona crítica

Lejos de mostrar resultados concretos, el plan Milei-Caputo avanza con una lógica de laboratorio económico, sin red de contención social. La expectativa de que la apertura atraerá inversión y confianza del mercado choca con la realidad de una economía golpeada, sin consumo interno, con caída de la actividad industrial y con una población que, en su mayoría, sobrevive por debajo de la línea de pobreza.

Las promesas de «orden y previsibilidad» esconden una apuesta riesgosa a la bicicleta financiera, la valorización de activos y la renta exportadora. En el corto plazo, las consecuencias podrían ser una mayor presión inflacionaria, pérdida de reservas si el mercado toma ganancias rápidamente, y más recesión. Todo con el agravante de que el FMI, una vez más, vuelve a condicionar el rumbo económico del país, en un déjà vu que remite a los fracasos de fines de los ‘90 y la crisis del 2001.

Para completar la sensación de incertidumbre en los mercados, todas estas medidas llegan tarde y van a contramano de las políticas que llevan adelante los paises centrales. la guerra comercial llevada adelante por Donald Trump contra China esta modificando el orden global con consecuencias serias para la economía global. Argentina enfrenta este nuevo escenario sin defensas y expuesta a los peores coletazos

El Gobierno dice que “la transición será ordenada”. La historia argentina —y la realidad cotidiana— invitan a dudar de esa afirmación.

AM

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