Deuda y ajustes sin destino: el eterno fracaso del modelo neoliberal

Con el nuevo acuerdo con el FMI, el gobierno de Javier Milei reedita una fórmula conocida: deuda externa, liberalización cambiaria y disciplina fiscal. Pero lejos de tratarse de una refundación, es la persistencia  de un viejo modelo ya fracasado. La promesa de que la inflación se combate con ortodoxia fiscal vuelve a chocar con una realidad más compleja, que los estructuralistas argentinos, como Eduardo Basualdo, explicaron hace décadas.


Dólares frescos para aceitar la bicicleta. 



Así celebró el Gobierno el anuncio de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional por 20 mil millones de dólares. La novedad fue comunicada por cadena nacional, con un Javier Milei exultante, asegurando que Argentina “pasó de ser el peor alumno al ejemplar”. En paralelo, se estableció un nuevo esquema cambiario de “bandas de flotación libre”, que habilita una devaluación encubierta, y se eliminó el cepo para personas físicas, mientras que para las empresas se abrió parcialmente.

Luis Caputo anunció un blanqueo "para todo el mundo", con un "pago del 5%" para quienes retiren sus dólares del sistema bancario | Radio Dos Corrientes

El paquete se completa con un giro inmediato de 12 mil millones, más desembolsos sucesivos a lo largo del año, incluyendo apoyos del Banco Mundial, el BID y operaciones REPO. Luis Caputo —sí, el mismo que firmó el acuerdo de 2018— asegura ahora que “la deuda no sube, baja”, porque se canjea deuda en pesos del Tesoro por deuda en dólares con organismos multilaterales. El relato se sostiene, una vez más, en la promesa de orden fiscal, confianza de los mercados y lluvia de inversiones.

Pero la historia reciente y la estructura de la economía argentina dicen otra cosa.

La narrativa que se desarma

El relato libertario construyó su legitimidad sobre dos pilares: el equilibrio fiscal como solución mágica a todos los males, y el rechazo frontal a cualquier forma de intervención estatal o endeudamiento internacional. Sin embargo, en cuestión de meses, el gobierno tuvo que hacer exactamente lo contrario a lo prometido.

Primero recurrió al FMI. Luego, habilitó un nuevo endeudamiento externo. Finalmente, consolidó un esquema de tipo de cambio semifijo con dólar alto, sin ancla monetaria ni previsibilidad inflacionaria. Todo esto, con un “dólar turista”, un “dólar importador” y sin el ya extinto “dólar blend”. La narrativa de la “libertad económica” terminó rindiéndose al pragmatismo de siempre.

También en el terreno teórico, el modelo muestra sus límites. Según la ortodoxia neoliberal, si se logra superávit fiscal y se evita la emisión monetaria, “la inflación se pulveriza”. Pero los datos desmienten esa hipótesis: en un trimestre con equilibrio fiscal y sin emisión del BCRA, la inflación no solo no desapareció, sino que repuntó. Marzo cerró con un 3,7%, marcando el tercer mes consecutivo de alza.

Basualdo y la inflación como síntoma estructural

Este fracaso del monetarismo no es nuevo. Desde la teoría estructuralista latinoamericana —desarrollada por la CEPAL y profundizada en Argentina por economistas como Eduardo Basualdo— se sostiene que la inflación y los desequilibrios macroeconómicos no son meramente fenómenos monetarios, sino reflejos de una economía subordinada al capital financiero internacional, con una estructura productiva desequilibrada y crónicamente dependiente de divisas.

Para Basualdo, el problema central es que el país necesita dólares para sostener su matriz productiva, pero no los genera en cantidad suficiente de manera genuina. La restricción externa impone límites estructurales al crecimiento, y la respuesta neoliberal —ajuste fiscal, apertura indiscriminada y endeudamiento— no hace más que profundizar la dependencia.

 

Este modelo no busca resolver los problemas de fondo, sino administrar la escasez en beneficio de los grandes actores financieros y exportadores, transfiriendo los costos al conjunto de la población mediante caída del salario, licuación de jubilaciones, desinversión pública y empobrecimiento generalizado.

Historia repetida: Caputo, FMI y ajuste

Lo paradójico del nuevo acuerdo es su semejanza con aquel de 2018, en el que también participó Caputo. Entonces también se prometía estabilidad, crecimiento y confianza inversora. El resultado fue una crisis cambiaria, una espiral inflacionaria y un sobreendeudamiento que terminó en default. Hoy, la película se repite, con nuevos actores en los márgenes pero con los mismos guionistas.

El ministro asegura que esta vez es distinto, que ahora “el país hizo los deberes antes del acuerdo”. Pero el trasfondo es el mismo: sin dólares, sin reservas netas, sin crédito externo genuino, la única vía que queda es el auxilio del FMI. El riesgo es que los 12 mil millones de ahora se vayan tan rápido como se evaporaron los 45 mil del macrismo, alimentando la bicicleta financiera y la fuga de capitales.

Apoyo empresarial y apuesta especulativa

Las principales cámaras empresariales —AEA, IDEA, la CAC— salieron a respaldar el acuerdo, celebrando la eliminación del cepo y la supuesta “previsibilidad” que traerá el nuevo esquema. Pero lo que buscan, en el fondo, no es previsibilidad para producir, sino libertad para mover capitales, remitir utilidades y dolarizar portafolios. El optimismo no es por un nuevo ciclo de inversión productiva, sino que la nueva inyección de dolares permitirá persistir en un modelo rentistico financiero, la ya conocida patria financiera”.

Milei y Caputo apuestan a que los dólares del FMI alimenten una pax cambiaria temporaria, que discipline precios y despeje incertidumbre. Pero el equilibrio que proponen no es sostenible: se basa en deuda, sobreajuste, represión salarial y confianza ciega del mercado. Sin industria, sin diversificación exportadora, sin inversión estatal ni política de desarrollo, el castillo de naipes volverá a caer.

El final anunciado de una ilusión

El gobierno vendió una revolución liberal, pero terminó aplicando un plan clásico de endeudamiento subordinado. Se presentaron como portadores de un nuevo paradigma, pero cayeron en las trampas de siempre: deuda para sostener el tipo de cambio, apertura para disciplinar salarios, y ajuste como única brújula.

El fracaso no es solo político o económico: es teórico. La inflación no es solo un fenómeno monetario. La libertad no se logra abriendo mercados. Y la soberanía no se defiende entregando el timón al FMI. Argentina vuelve a caminar por el mismo sendero, con las mismas promesas y las mismas consecuencias. Y como tantas veces, será el pueblo quien pague la cuenta.

AM

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