Argentina y el FMI: Entre la asfixia financiera y el tablero geopolítico

 El directorio del Fondo Monetario Internacional (FMI) no logró llegar a un acuerdo sobre el desembolso inicial del nuevo programa solicitado por Argentina, dejando en suspenso una asistencia financiera clave en momentos en que el país atraviesa una aguda fragilidad macroeconómica.


Más allá de la letra chica de los acuerdos, lo que se revela detrás de esta demora es un entramado de tensiones geopolíticas que sitúa a la Argentina en el epicentro de una disputa de poder global.

La negativa del directorio, según trascendidos, estuvo motorizada por diferencias entre representantes europeos que exigen mayores garantías de cumplimiento fiscal y claridad respecto del régimen cambiario. Mientras tanto, Washington, con Donald Trump nuevamente en la presidencia, presiona en otra dirección: un alineamiento estratégico más explícito contra China, condicionando su apoyo en el FMI a una redefinición de la política exterior argentina. La advertencia vino de la mano de Mauricio Claver-Carone, exfuncionario del gobierno de Trump y actual operador informal de su agenda hemisférica: sin ruptura con Beijing, no habrá dólares.

Esta postura evidencia cómo el FMI ha dejado de ser solo un organismo técnico para convertirse, cada vez más, en un instrumento de política exterior de las potencias. Para Argentina, que necesita con urgencia apuntalar sus reservas y contener las expectativas devaluatorias, el retraso es una señal preocupante. El acuerdo por u$s20.000 millones parecía encaminado, pero la foto conjunta se volvió esquiva.

La diplomacia económica de la dependencia

La administración de Javier Milei apuesta a mostrar una imagen de “confianza” y compromiso con la ortodoxia fiscal, pero los mercados no se alimentan solo de discurso. Con un riesgo país cercano a los 950 puntos básicos, una brecha cambiaria persistente y vencimientos de deuda que se acumulan en 2026, la falta de divisas se convierte en un obstáculo estructural para cualquier intento de estabilización.

A este panorama se suma la persistente sequía de inversiones productivas y un modelo agroexportador altamente vulnerable al contexto climático y a los precios internacionales. El «oxígeno financiero» del FMI aparece como un recurso indispensable para evitar una nueva espiralización de la crisis, pero los condicionamientos para acceder a esos fondos colocan al país en una encrucijada.

Desde Bruselas, el pedido de “mayores precisiones” sobre el ajuste fiscal y el tipo de cambio suena a excusa. Desde Washington, en cambio, la presión es más transparente: Estados Unidos busca utilizar su peso en el FMI para limitar la creciente influencia de China en América Latina, y Argentina, con su reciente ingreso al BRICS aún fresco, se vuelve un terreno clave en esa puja.

El precio de la autonomía perdida

La política exterior argentina está siendo reconfigurada bajo el prisma de la subordinación a Occidente, en particular a los Estados Unidos de Trump. Pero esa alineación no garantiza el acceso automático a recursos: se exige, además, la exclusión de otros socios estratégicos. El trasfondo de esta lógica recuerda al teorema de Baglini: cuanto más se necesita el apoyo internacional, menos margen queda para una política soberana.

En este contexto, la demora del FMI en destrabar el desembolso no solo expresa disenso técnico o burocrático. Es una forma de disciplinamiento político. Una advertencia sobre los costos de pretender habitar simultáneamente dos mundos: el del ajuste fiscal sin anestesia y el de la multipolaridad económica.

Una crisis de múltiples capas

Los impactos de esta indefinición ya se sienten en la economía real. La suba del dólar paralelo, el freno a la recuperación de los bonos y la persistente inflación erosionan día a día el capital político del Gobierno. La narrativa oficial, basada en la promesa de una salida dolorosa pero inevitable, se desgasta frente a una sociedad que observa cómo las penurias se prolongan sin horizonte claro.

La falta de acuerdo con el FMI podría representar más que un traspié diplomático: podría ser el preludio de una nueva etapa de vulnerabilidad externa, donde las decisiones económicas se condicionan no solo por los números, sino por la geopolítica de un mundo cada vez más fragmentado.

La pregunta que queda flotando, entonces, no es solo si el FMI va a desembolsar los fondos. La verdadera cuestión es: ¿Cuánto está dispuesto a ceder Argentina por ese dinero?

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