Cuando el ajuste fiscal sabotea el futuro.

 En medio de recortes históricos a la ciencia, la tecnología y a la educación, el gobierno de Milei profundiza un modelo de desindustrialización que comenzó en 1976. ¿Es posible un desarrollo soberano sin inversión en conocimiento?

Antonio Muñiz


La tormenta perfecta: Ajuste, desindustrialización y fuga de cerebros

Argentina atraviesa una encrucijada crítica. Mientras el mundo acelera hacia la Cuarta Revolución Industrial, y los países centrales están en lucha por una nueva hegemonía, basados en una carrera por el liderazgo científico – tecnológico, el gobierno de Javier Milei ejecuta un programa de ajuste que revierte décadas de avances en ciencia, tecnología y educación.

El Presupuesto 2025 lo expresa con crudeza: se suspendieron leyes clave que garantizaban financiamiento educativo (6% del PBI), científico (0,39%) y técnico (0,2%). No es solo un recorte: es la consolidación de un modelo que prioriza el pago de deuda externa (1,31%) por encima del futuro productivo.

El panorama se agrava con una batería de políticas económicas que van más allá del ajuste fiscal. La apertura comercial indiscriminada, un tipo de cambio artificialmente bajo y el brutal achique del mercado interno están sentenciando a muerte a miles de pymes industriales. En un país donde las pequeñas y medianas empresas generan más del 70% del empleo privado, esta combinación resulta letal. Con importaciones que inundan el mercado, caída del consumo y costos en alza, muchas fábricas están parando su producción o cerrando sus puertas.

Este modelo no es nuevo. Desde 1976, Argentina perdió el 60% de su capacidad industrial: de representar el 40% del PBI en 1974, hoy apenas alcanza el 16%. Milei no inventó la desindustrialización, pero sí la acelera al desmantelar sus únicos antídotos: un Estado planificador, inversión en educación, ciencia e innovación y un mercado interno robusto.

El Manual del colapso: ¿Cómo Matar un Ecosistema de Innovación?

Asfixia Presupuestaria

El CONICET sufrió una caída del 41% en su presupuesto desde 2023, lo que limita su accionar a cubrir salarios y reduce al mínimo la investigación aplicada. La Agencia I+D+i, clave para proyectos público-privados, perdió el 67% de sus fondos. Se han paralizando todos los desarrollos estratégicos como el reactor CAREM o el trigo resistente a la sequía. Las universidades nacionales, mientras tanto, reciben menos de la mitad de lo necesario, con laboratorios que ya no cuentan ni con insumos básicos.

Fuga de Talento y Estigmatización

Con salarios por debajo de la línea de pobreza, muchos científicos emigran. A esto se suman declaraciones presidenciales que los tildan de “casta”, empujándolos a buscar futuro en el exterior o en el sector privado. En 2024, más de 3.000 investigadores dejaron el país, según estimaciones del Grupo EPC-CIICTI. “No tenemos ni para comprar un vaso de vidrio roto”, denunció Sandra Díaz, reconocida científica argentina y ganadora del premio Princesa de Asturias.

La crisis también afecta el equipamiento y la infraestructura. Equipos de ultima generación  quedaron fuera de servicio por falta de mantenimiento, edificios universitarios tienen filtraciones, sistemas eléctricos obsoletos y aulas clausuradas.

Apertura, dólar barato y la estrangulación del mercado interno

La política económica actual combina elementos que en otras épocas ya demostraron su potencial destructivo: apertura de importaciones sin regulaciones, atraso cambiario y recesión interna. El dólar barato —producto de un ancla nominal sin respaldo productivo— encarece los costos locales en dólares, mientras facilita la competencia externa. En paralelo, el desplome del consumo, el cierre de líneas de crédito y la contracción de la obra pública golpean al corazón del tejido productivo pyme.

Con un 55% de las pymes sin acceso a tecnologías digitales, muchas enfrentan hoy no solo la falta de demanda sino también la imposibilidad de competir con productos importados de Asia. A diferencia de países que protegen y promueven a sus industrias, como Brasil o México, Argentina se encamina hacia un modelo de enclave primarizado, basado en la exportación de commodities y la especulación financiera.

La raíz del problema: Un proyecto que niega la historia

El modelo de Milei repite un libreto conocido que ya fracasó. Entre 1976 y 2001, la Argentina destruyó 1,2 millones de empleos manufactureros. Hoy, con un aparato productivo sin soporte estatal, sin crédito ni demanda, el resultado se perfila aún más dramático. La política económica parece diseñada para privilegiar la renta financiera y los equilibrios macro a corto plazo, en detrimento del trabajo, la tecnología y el futuro industrial.

Mientras tanto, el mundo va en la dirección opuesta. China invierte el 2,4% de su PBI en investigación y desarrollo (más de 500 mil millones de dólares). Israel dedica el 4,3%, y articula una política nacional de innovación con su sistema educativo, universidades, startups y Fuerzas Armadas. Corea del Sur pasó de país agrario a potencia tecnológica en tres décadas gracias a un Estado desarrollista y a una fuerte inversión en ciencia.

Argentina, en cambio, retrocede. En 2024, la inversión en I+D cayó al 0,214% del PBI, un nivel similar al de crisis del 2002.

La imagen es clara: sin inversión, no hay conocimiento. Y sin conocimiento, no hay industria.

 La única receta que nunca falló

No hay casos exitosos de desarrollo sin conocimiento. Los países que hoy lideran el mundo tecnológico apostaron durante décadas a la educación, la ciencia y la industria nacional. La historia argentina también lo demuestra: en los períodos donde el Estado impulsó la investigación, la tecnología y la sustitución de importaciones, el país creció, generó empleo calificado y logró autonomía relativa.

El ajuste fiscal, combinado con políticas de apertura indiscriminada y desarme del mercado interno, no es neutral: configura un proyecto de país sin industria, sin ciencia y sin futuro. La pregunta es si aún estamos a tiempo de revertir el rumbo, o si el proyecto en marcha nos condena a ser un país periférico, con salarios bajos, sin industrias, sin educación  y en permanente crisis.

 

Argentina: del país industrial al régimen del saqueo financiero


 Desde el golpe de 1976, la economía argentina transita un ciclo repetido de endeudamiento, fuga de capitales y desindustrialización. Este artículo propone una lectura histórica para entender cómo el neoliberalismo fue imponiéndose como régimen estructural, más allá de los gobiernos, con breves intentos de resistencia que, por falta de decisión o capacidad, no lograron revertirlo.


A lo largo de su historia reciente, Argentina parece condenada a repetir un mismo ciclo: auge y derrumbe, endeudamiento y default, promesas de desarrollo y realidades de exclusión. Este ciclo no es fruto del azar ni de errores aislados de gestión, sino de la consolidación de un régimen económico estructural que se impuso desde 1976 y que, más allá de las alternancias políticas, sigue ordenando la vida económica del país.

De la sustitución de importaciones al colapso del modelo nacional

Durante el período comprendido entre 1930 y 1974, Argentina ensayó un modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones, el fortalecimiento del Estado y la ampliación del mercado interno. Pese a sus contradicciones —dependencia tecnológica, concentración agraria, tensiones distributivas—, esta etapa sentó las bases de una economía industrializada y socialmente integrada.

Fue un tiempo de alianzas entre el Estado, la clase trabajadora y ciertos sectores de la burguesía nacional. El modelo, sin embargo, comenzó a resquebrajarse hacia principio de los años 70, abriendo paso a un nuevo paradigma neoliberal a nivel global.

El golpe de 1976 y la refundación neoliberal

Con el golpe cívico-militar de 1976, se impuso una reorganización profunda de la economía nacional. Bajo la conducción de José Alfredo Martínez de Hoz, se consolidó una nueva lógica: apertura comercial, liberalización financiera, endeudamiento externo masivo y valorización financiera.

El Estado dejó de ser promotor del desarrollo para convertirse en garante del capital especulativo. Se desmanteló el aparato productivo, se reprimió a los trabajadores y se consolidó un bloque de poder financiero y agroexportador que sobrevive  hasta hoy.

Alfonsín: una transición sin ruptura

La recuperación democrática de 1983 trajo consigo una enorme expectativa de cambio. Raúl Alfonsín, con su proyecto de “tercera posición democrática”, intentó recomponer el tejido social, pero no supo, no pudo o no quiso desandar el camino trazado por la dictadura.

Presionado por la deuda externa, los condicionamientos del FMI y la falta de una burguesía nacional dispuesta a confrontar con el capital financiero, su gobierno terminó encapsulado en una lógica de administración de la crisis. El Plan Austral fue un intento técnico sin una estrategia estructural de transformación. La hiperinflación y el colapso económico de 1989 marcaron el final abrupto de su mandato.

Menem y la consolidación neoliberal

Carlos Menem asumió prometiendo salariazo y revolución productiva, pero terminó ejecutando el programa más radical de desregulación, privatización y endeudamiento desde 1976. Bajo el ropaje del consenso de Washington, la convertibilidad garantizó estabilidad a costa de desindustrialización, desempleo y entrega del patrimonio nacional.

Fue una década en la que el capital financiero se impuso con total hegemonía. La política quedó subordinada a los mercados. El Estado fue reducido a su mínima expresión y las relaciones laborales fueron precarizadas. La implosión de 2001 fue la consecuencia directa de ese modelo.

El ciclo kirchnerista: reconstrucción sin ruptura

Con la llegada de Néstor Kirchner en 2003 se inició una etapa de recuperación económica, reconstrucción del tejido social y mayor autonomía política. Se promovió la industria nacional, se fortaleció el rol del Estado y se recuperó parte de la capacidad reguladora sobre el sistema financiero.

Sin embargo, el ciclo kirchnerista no logró modificar las estructuras profundas del régimen neoliberal: no se reformó el sistema financiero, no se alteró la estructura tributaria regresiva, ni se logró una transformación sustantiva de la matriz productiva y extractiva. Se administró el conflicto social con redistribución, pero sin alterar la lógica de fondo.

Esta limitación estructural permitió que el proyecto neoliberal regresara con fuerza en 2015.

Macri: endeudamiento y fuga, versión 4.0

El gobierno de Mauricio Macri representó el regreso sin tapujos del modelo financiero y exportador. En apenas cuatro años:

  • Se contrajo deuda por más de 100.000 millones de dólares.

  • Se firmó el mayor préstamo de la historia con el FMI, por 57.000 millones.

  • Se fugaron decenas de miles de millones a través del circuito financiero.

  • Se deterioraron todos los indicadores sociales y productivos.

Macri gobernó para el capital concentrado y desarticuló cualquier intento de política nacional. Su legado fue un país endeudado, empobrecido y subordinado a los intereses del sistema financiero internacional.

Alberto Fernández: la administración impotente de la crisis

El gobierno de Alberto Fernández asumió con la promesa de “poner a la Argentina de pie”. Pero frente a la monumental deuda heredada y la presión de los acreedores, eligió administrar la crisis en lugar de enfrentarla.

Más allá de los condicionamientos objetivos —la pandemia, la sequía, la guerra—, el gobierno mostró una clara incapacidad política para alterar el rumbo. Se optó por la moderación frente al conflicto, por la negociación sin condiciones con el FMI, por la continuidad del modelo extractivista.

El resultado fue la consolidación de una gestión sin brújula, atravesada por internas y tensiones no resueltas, donde el capital concentrado conservó intacto su poder. Fernández no logró revertir las bases del régimen de acumulación neoliberal. Solo postergó, a un altísimo costo social, su siguiente avance.

Milei y la fase terminal del neoliberalismo

Con Javier Milei, el neoliberalismo entra en una nueva fase: ya no disimula su violencia estructural. A través de la retórica libertaria, se propone destruir al Estado, privatizar lo común, mercantilizar la vida.

Es la expresión más descarnada de un régimen que lleva décadas saqueando el país. El modelo no es nuevo: es la fase terminal de un proceso iniciado en 1976, perfeccionado por Menem y Macri, y nunca desarmado por los gobiernos populares.

 Sin ruptura estructural, no hay salida

Argentina no sufre errores cíclicos, sino una crisis de régimen. Desde 1976, se consolidó un patrón de acumulación basado en la deuda, la fuga, la especulación financiera y la reprimarización de la economía. Cada intento de resistencia que no rompa con esta lógica, termina siendo funcional a su continuidad.

El costo económico, social y político de sostener este modelo ha sido inmenso. La desindustrialización dejó un aparato productivo fragmentado y dependiente; la fuga de capitales desangró al Estado y al sistema financiero nacional; el endeudamiento crónico ató la soberanía al poder de los acreedores. En lo social, las consecuencias son devastadoras: pobreza estructural, precarización laboral, exclusión, fragmentación del tejido comunitario, desigualdad creciente.

En lo político, estas políticas neoliberales debilitaron la democracia al vaciarla de contenido material. Se debilitó la capacidad del Estado para planificar, se degradaron los vínculos entre representación y ciudadanía, y se alimentó el desencanto social que abre las puertas a salidas autoritarias o mesiánicas.

Argentina ha retrocedido en todos los órdenes: productivo, científico, educativo, sanitario, cultural y simbólico. Lo que antes era un país con vocación industrial, integración social y liderazgo regional, hoy se ve reducido a proveedor de materias primas y de rentabilidad para capitales especulativos.

Hoy más que nunca, la salida no está en la gestión eficiente del modelo, sino en su transformación estructural: con planificación democrática, soberanía financiera, justicia fiscal, industrialización con inclusión, integración regional y poder político popular. La reconstrucción nacional no puede ser un eslogan: debe ser una estrategia consciente, decidida y sostenida de ruptura con el régimen del saqueo.

Antonio Muñiz

Más allá de la resistencia: el laberinto opositor en la era Milei

 Radiografía de una oposición que no termina de nacer. ¿Dónde están las piezas en el tablero?, ¿Qué se disputan exactamente?

febrero 2025

¿Existe una alternativa real para la sociedad que es opositora a Milei? Esta es la pregunta que, lamentablemente, la dirigencia opositora no puede responderse o, al menos, parece carecer de voluntad para hacerlo.

En estos días vemos que mientras el oficialismo logra avanzar en sus objetivos, a pesar de su debilidad parlamentaria y su fragilidad de gestión, la oposición se encuentra dividida, sin liderazgo claro ni una estrategia definida.

Más allá de la representación parlamentaria minoritaria, el Gobierno cuenta con el apoyo del poder real, económico y mediático. Este poder real está jugando fuerte en la cooptación y el disciplinamiento de dirigentes “independientes” y en la consolidación del discurso libertario.

El colapso de la avenida del medio

La idea de una tercera vía entre el kirchnerismo y el macrismo colapsó junto con la candidatura de Sergio Massa y el tercer lugar de la candidata del PRO, Patricia Bullrich. El intento de representar una opción moderada fracasó, no solo por la crisis económica que golpeó su campaña, sino porque la polarización extrema terminó imponiendo un cisne negro, un outsider de la política.

Sin embargo, la figura de Javier Milei, con su estilo disruptivo, por momentos muy agresivo hacia los sectores que no comparten sus ideas, un programa de gobierno muy duro, en algunos casos muy extremo, enfrascado en una lógica refundacional del país, ha ido construyendo una nueva antinomia. Según varios encuestadores la grieta que se está construyendo se podría definir como: Milei sí o Milei no.

En este nuevo escenario, la política argentina se reconfigura en torno a la figura disruptiva del presidente, dejando a la oposición dura y a la oposición dialoguista sin una narrativa fuerte ni una identidad clara.

La debilidad opositora no es solo discursiva, sino estructural. La construcción de una alternativa al libertarismo requiere más que críticas al ajuste: necesita un proyecto integral capaz de disputar sentido común en una sociedad donde el descontento y el rechazo a la «casta política» son moneda corriente. Sin liderazgo claro, el peronismo y otras fuerzas opositoras se debaten entre la resistencia testimonial y la adaptación oportunista.

El poder real: una maquinaria que opera en las sombras

Uno de los factores clave en la consolidación del mileísmo es el respaldo de los grandes grupos económicos y mediáticos. La fragilidad institucional y política de La Libertad Avanza contrasta con el apoyo de actores de peso que, desde las sombras, sostienen el experimento libertario. El establishment financiero, sectores concentrados de la agroindustria y conglomerados mediáticos han encontrado en Milei un instrumento útil para desarticular regulaciones estatales, flexibilizar el mercado laboral y consolidar una estructura económica favorable a sus intereses.

El papel de los medios de comunicación ha sido determinante en la construcción de Milei como líder. Desde la instalación de su figura en los sets televisivos hasta la naturalización de sus discursos extremos, el poder mediático ha moldeado la percepción pública del presidente. Paralelamente, el aparato judicial, totalmente copado por los grupos económicos y operados por los servicios de inteligencia, no solo locales, cumple también la tarea disciplinadora contra cualquier dirigente que asuma un rol realmente opositor. 

Este esquema de poder ha promovido activamente  no solo la demonización del kirchnerismo, sino sobre todo la fragmentación de la oposición, debilitando cualquier intento de construcción de un polo alternativo con volumen político.

Este respaldo también ha permitido la cooptación de parte de la dirigencia política que, sin un liderazgo fuerte, ha optado por la connivencia o el silencio estratégico. Gobernadores que necesitan recursos, legisladores que buscan evitar el escarnio mediático, dirigentes que temen ser etiquetados como «casta» o citados a los despachos de Comodoro Py: todos son elementos de un engranaje que Milei y sus aliados han sabido explotar con precisión quirúrgica.

La trampa del individualismo y la ausencia de un proyecto colectivo

Como decíamos, si Milei ha logrado imponerse en el debate público no es solo por sus méritos propios, sino por las fallas estructurales de una oposición desarticulada. La falta de un liderazgo aglutinador ha convertido al peronismo y a otros sectores en un espacio fragmentado donde priman los intereses individuales sobre la construcción de un proyecto común.

El individualismo y la especulación política han hecho que muchos opositores prefieran un perfil bajo antes que confrontar abiertamente al gobierno. La ausencia de una narrativa propia, sumada al miedo a ser tachados como parte de la «casta», ha paralizado a gran parte de la dirigencia. La consecuencia es un escenario donde Milei avanza con reformas impopulares sin encontrar una resistencia efectiva.

El peronismo, en particular, enfrenta un dilema existencial. La representatividad de Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo central dentro del espacio, pero su nivel de rechazo en amplios sectores de la sociedad la convierte en un límite para la construcción de una alternativa electoral viable. Mientras tanto, los intentos de algunos sectores peronistas no K   de diferenciarse del kirchnerismo sin perder identidad han sido hasta ahora infructuosos.

Cualquier construcción de una fuerza opositora amplia requiere una voluntad de unidad que amplié los limites del espacio opositor, pero esto no es solo para ganar una elección sino sobre todo para gobernar en el día después. Está claro que un proyecto político viable hoy debe contar con Cristina Fernández adentro.

Construir una alternativa: entre la urgencia y la supervivencia

El mayor error de la oposición sería subestimar la capacidad del mileísmo de consolidarse como una fuerza política de largo plazo. Más allá de los escándalos y las tensiones internas, Milei ha demostrado una notable habilidad para capitalizar el descontento y fijar la agenda pública. Si bien sus políticas pueden generar costos sociales altos, su capacidad de imponer su relato sigue intacta.

Frente a este panorama, la oposición tiene dos caminos: seguir en la fragmentación y la especulación personal o avanzar hacia la construcción de un proyecto alternativo que pueda disputarle el poder al libertarismo. Esto requiere, en primer lugar, de un liderazgo claro y de una estrategia unificada que trascienda el rechazo a Milei y proponga una visión de país creíble y convocante.

La clave está en comprender que no se trata solo de una disputa electoral, sino de una batalla cultural y política en sentido amplio.

Mientras Milei apela a un discurso que combina individualismo extremo con un rechazo visceral al Estado, la oposición debe reconstruirse sobre valores como la solidaridad, el desarrollo productivo y la defensa de los derechos sociales. Sin un proyecto colectivo que interpele a la sociedad, la oposición corre el riesgo de convertirse en un espectador pasivo de su propia desaparición.

El proyecto libertario tiene como objetivo claro la construcción de un país para un tercio de su población, desmantelar estructuras fundamentales del Estado y transformar la cultura política argentina, destruyendo a la oposición en el camino, tanto a lo queda de Cambiemos y sobre todo al peronismo – kirchnerismo.  

Ante este escenario es claro que es esencial la construcción de un proyecto de país, que ponga limites al modelo perverso que encarna el mileismo. La tarea no es fácil, pero es una obligación moral intentarlo antes que sea demasiado tarde.

Por último, siempre es bueno recordar las enseñanzas de Juan D.Perón: «No basta con resistir o denunciar la injusticia; el movimiento popular debe organizarse y prepararse para recuperar el gobierno, pero la conquista del poder no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para aplicar un programa de transformación nacional».

Imagen de portada: La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault (1819)

Argentina y el FMI: Entre la asfixia financiera y el tablero geopolítico

 El directorio del Fondo Monetario Internacional (FMI) no logró llegar a un acuerdo sobre el desembolso inicial del nuevo programa solicitado por Argentina, dejando en suspenso una asistencia financiera clave en momentos en que el país atraviesa una aguda fragilidad macroeconómica.


Más allá de la letra chica de los acuerdos, lo que se revela detrás de esta demora es un entramado de tensiones geopolíticas que sitúa a la Argentina en el epicentro de una disputa de poder global.

La negativa del directorio, según trascendidos, estuvo motorizada por diferencias entre representantes europeos que exigen mayores garantías de cumplimiento fiscal y claridad respecto del régimen cambiario. Mientras tanto, Washington, con Donald Trump nuevamente en la presidencia, presiona en otra dirección: un alineamiento estratégico más explícito contra China, condicionando su apoyo en el FMI a una redefinición de la política exterior argentina. La advertencia vino de la mano de Mauricio Claver-Carone, exfuncionario del gobierno de Trump y actual operador informal de su agenda hemisférica: sin ruptura con Beijing, no habrá dólares.

Esta postura evidencia cómo el FMI ha dejado de ser solo un organismo técnico para convertirse, cada vez más, en un instrumento de política exterior de las potencias. Para Argentina, que necesita con urgencia apuntalar sus reservas y contener las expectativas devaluatorias, el retraso es una señal preocupante. El acuerdo por u$s20.000 millones parecía encaminado, pero la foto conjunta se volvió esquiva.

La diplomacia económica de la dependencia

La administración de Javier Milei apuesta a mostrar una imagen de “confianza” y compromiso con la ortodoxia fiscal, pero los mercados no se alimentan solo de discurso. Con un riesgo país cercano a los 950 puntos básicos, una brecha cambiaria persistente y vencimientos de deuda que se acumulan en 2026, la falta de divisas se convierte en un obstáculo estructural para cualquier intento de estabilización.

A este panorama se suma la persistente sequía de inversiones productivas y un modelo agroexportador altamente vulnerable al contexto climático y a los precios internacionales. El «oxígeno financiero» del FMI aparece como un recurso indispensable para evitar una nueva espiralización de la crisis, pero los condicionamientos para acceder a esos fondos colocan al país en una encrucijada.

Desde Bruselas, el pedido de “mayores precisiones” sobre el ajuste fiscal y el tipo de cambio suena a excusa. Desde Washington, en cambio, la presión es más transparente: Estados Unidos busca utilizar su peso en el FMI para limitar la creciente influencia de China en América Latina, y Argentina, con su reciente ingreso al BRICS aún fresco, se vuelve un terreno clave en esa puja.

El precio de la autonomía perdida

La política exterior argentina está siendo reconfigurada bajo el prisma de la subordinación a Occidente, en particular a los Estados Unidos de Trump. Pero esa alineación no garantiza el acceso automático a recursos: se exige, además, la exclusión de otros socios estratégicos. El trasfondo de esta lógica recuerda al teorema de Baglini: cuanto más se necesita el apoyo internacional, menos margen queda para una política soberana.

En este contexto, la demora del FMI en destrabar el desembolso no solo expresa disenso técnico o burocrático. Es una forma de disciplinamiento político. Una advertencia sobre los costos de pretender habitar simultáneamente dos mundos: el del ajuste fiscal sin anestesia y el de la multipolaridad económica.

Una crisis de múltiples capas

Los impactos de esta indefinición ya se sienten en la economía real. La suba del dólar paralelo, el freno a la recuperación de los bonos y la persistente inflación erosionan día a día el capital político del Gobierno. La narrativa oficial, basada en la promesa de una salida dolorosa pero inevitable, se desgasta frente a una sociedad que observa cómo las penurias se prolongan sin horizonte claro.

La falta de acuerdo con el FMI podría representar más que un traspié diplomático: podría ser el preludio de una nueva etapa de vulnerabilidad externa, donde las decisiones económicas se condicionan no solo por los números, sino por la geopolítica de un mundo cada vez más fragmentado.

La pregunta que queda flotando, entonces, no es solo si el FMI va a desembolsar los fondos. La verdadera cuestión es: ¿Cuánto está dispuesto a ceder Argentina por ese dinero?

La política sin palabras y una ciudadanía sin voz.

 La degradación del discurso político, atravesado por consignas huecas, vulgaridad y desinformación, refleja una crisis más profunda: la desconexión entre los representantes y la ciudadanía. Sin palabras que eduquen, orienten y construyan sentido, el debate democrático se vacía de contenido, dejando el terreno fértil para la ignorancia arrogante y la manipulación. ¿Puede la política recuperar su potencia pedagógica y ética en tiempos de banalidad?

Vivimos una época donde la política se ha vuelto un espectáculo sin guion, una conversación sin contenido. La oratoria, que en otro tiempo fue arte y herramienta para construir comunidad, ha sido reemplazada por la consigna hueca, la frase violenta o el meme irónico. El debate público ha sido empobrecido hasta rozar la nada, y en ese terreno baldío florece la desconfianza. Porque sin palabras que orienten, expliquen y contengan, lo que queda es el ruido.

Ya lo advertía Tony Judt en El refugio de la memoria: la política se ha rendido ante los límites impuestos por los mercados, renunciando a ofrecer horizontes comunes. Lo que queda es un vacío moral —una democracia sin referentes ni valores compartidos— donde los ciudadanos, desencantados, se refugian en la apatía o el cinismo​

Esta decadencia no es solo estética; es profundamente ética. En lugar de educar, el lenguaje político degrada. En lugar de esclarecer, confunde. En lugar de unir, ridiculiza. Como señala Peter Burke en Ignorancia, el mayor peligro es no saber que no se sabe, una ignorancia arrogante que se impone a fuerza de gritos y desprecio por el conocimiento. En este clima, la banalidad se convierte en norma y la política se reduce a entretenimiento para indignados​

Peter Mair, en Gobernando el vacío, analiza cómo las democracias occidentales han ido vaciándose de contenido político real. Los partidos abandonan sus funciones representativas y los ciudadanos, desmovilizados, se vuelven espectadores de una política profesionalizada, tecnocrática, desconectada de sus vidas cotidianas​

La consecuencia es doble: por un lado, un lenguaje hueco, lleno de eufemismos, fórmulas vagas y frases hechas. Por otro, un pueblo cada vez más incapaz de articular demandas concretas, atrapado en burbujas de información que solo confirman sus prejuicios. Como advierte Judt, la cultura individualista ha erosionado la posibilidad de construir fines comunes. La política ya no representa, sino que administra lo inevitable​

¿Es posible revertir esta decadencia? Solo si se recupera la política como acto pedagógico, como espacio de producción de sentido. Las palabras importan. No son meros instrumentos, sino el eco de nuestras convicciones y el vehículo de nuestros compromisos. Reencontrar el poder formativo del lenguaje político es una tarea urgente. Porque frente al odio, necesitamos inteligencia. Frente al vacío, sentido. Frente a la banalidad, una política que vuelva a hablar con belleza, con verdad y con coraje.

Antonio Muñiz

Argentina en el ojo de la tormenta.

 



Desplome financiero, drenaje de reservas y un BCRA sin margen de maniobra.


La economía argentina acaba de atravesar una semana crítica en los mercados, marcada por el colapso de las acciones, un salto del riesgo país y una sangría de reservas internacionales que amenaza con dejar al Banco Central al borde de la iliquidez. En medio de un escenario global turbulento, agravado por la guerra comercial desatada por la administración Trump, el país enfrenta un temblor financiero con consecuencias difíciles de contener.

El Banco Central de la República Argentina (BCRA), bajo la conducción de Santiago Bausili, cerró la semana con una pérdida de 656 millones de dólares en sus reservas internacionales. Solo el viernes, la autoridad monetaria se desprendió de 31 millones de dólares, llevando el nivel total de reservas brutas a 25.119 millones. Se trata de la tercera semana consecutiva en caída, con una pérdida acumulada cercana a los 3.000 millones de dólares, en un contexto de intervención casi diaria: el BCRA vendió divisas en 13 de las últimas 14 ruedas.

Este deterioro contrasta con la breve pausa del martes, cuando el Gobierno intentó frenar la corrida cambiaria interviniendo el mercado de futuros y logrando una compra marginal de 53 millones de dólares. Pero la tregua fue efímera: la presión cambiaria y la falta de confianza del mercado volvieron a imponerse.

En paralelo, el riesgo país trepó a 943 puntos básicos, registrando un incremento del 15,6% en el mes y 48,5% en lo que va del año, alimentado por la caída generalizada de los bonos soberanos, que perdieron hasta un 3,6% en una sola jornada. En Wall Street, los ADR de empresas argentinas se desplomaron hasta un 13,4%, con los sectores bancario y energético entre los más golpeados. Banco Galicia, Banco Macro y BBVA lideraron las bajas, junto con Pampa Energía y Petrobras.

La escena se desarrolla sobre el telón de fondo de una guerra comercial que amenaza con redefinir el orden global: Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, ha lanzado una ofensiva arancelaria de alcance mundial, con China respondiendo con medidas espejo, incluyendo aranceles del 34% sobre productos estadounidenses. El impacto ya se siente con fuerza en los mercados emergentes, especialmente en economías frágiles como la argentina.

A nivel interno, la situación del BCRA es aún más alarmante si se observan las reservas netas y líquidas. Según la consultora Vectorial, las reservas netas se encuentran en torno a –6.000 millones de dólares, un nivel similar al que el Gobierno encontró al asumir en diciembre de 2023. Si se descuentan los compromisos de corto plazo, como los pagos de BOPREAL y los depósitos del Tesoro, la capacidad real de maniobra es prácticamente nula.

El dato más delicado es la liquidez efectiva: las reservas líquidas apenas alcanzarían los 6.800 millones de dólares, con una cobertura de encajes de apenas el 58%. En otras palabras, el sistema financiero podría quedar expuesto si persiste el actual ritmo de ventas (100 millones diarios) y continúa la salida de encajes (40 millones diarios).

Desde la consultora dirigida por Eduardo Hecker advierten: “El BCRA enfrenta entonces un escenario de nula solvencia y escasa liquidez. Si el panorama internacional se complejiza, como parece ser el caso, las reservas podrían agotarse antes de mitad de año”.

A esto se suma el deterioro del tipo de cambio financiero: el contado con liquidación subió 1,2% en el día y acumula un alza del 12% en el año; el MEP, por su parte, avanza un 13,7% en el mismo período. Ambos reflejan el canal sostenido de fuga de divisas ante la incertidumbre política y la ausencia de señales claras por parte del Ejecutivo.

La situación plantea un dilema crucial para el Gobierno de Javier Milei, cuya única apuesta es el  ajuste fiscal y la estabilidad macroeconómica, parece jaqueada por un contexto internacional adverso, una economía doméstica paralizada y un Banco Central sin reservas disponibles. Sin margen para acceder a los mercados internacionales, y sin un acuerdo firme con el FMI a la vista, Argentina vuelve a enfrentar un déjà vu financiero con aroma a crisis.

En medio de la tormenta, el silencio oficial y la falta de respuestas concretas sólo alimentan el nerviosismo del mercado. El reloj corre, y las reservas se evaporan.

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.