El peronismo ha sido, históricamente, un movimiento político que ha logrado interpelar a sectores amplios de la sociedad argentina, construyendo un sujeto político que encontraba en sus discursos y políticas una representación de sus aspiraciones y demandas.
ANTONIO MUÑIZ
Sin embargo, en la actualidad, el peronismo enfrenta un problema central: la falta de un sujeto político definido que lo sostenga y lo revitalice. Esta crisis de interpelación se evidencia en su incapacidad para conectar con las nuevas subjetividades emergentes, mientras que figuras como Javier Milei han logrado ocupar ese vacío discursivo con un mensaje que, aunque basado en simplificaciones y dogmas, logra resonar en una población desencantada.
Para comprender esta crisis del peronismo, es fundamental analizar su evolución histórica. En su origen, el peronismo construyó un sujeto político claro: la clase trabajadora organizada, que encontró en Juan Domingo Perón un líder capaz de articular sus demandas de justicia social, desarrollo económico y soberanía política. A lo largo de las décadas, esta identidad se fue transformando, incorporando nuevos sectores y adaptándose a los cambios estructurales del país. Sin embargo, el siglo XXI ha presentado un desafío particular: la fragmentación de las identidades colectivas y el avance de un individualismo exacerbado que ha debilitado los lazos comunitarios tradicionales sobre los que el peronismo solía apoyarse.
En este contexto, el discurso político de Milei ha logrado interpelar a un nuevo sujeto político: aquel que se siente abandonado por el Estado, frustrado por la falta de oportunidades y seducido por una narrativa que promete libertad individual y un enemigo claro a quien culpar de sus males: la «casta política». Su éxito no radica únicamente en su propuesta económica ultraliberal, sino en su capacidad de construir un relato emocional que conecta con el malestar y la desesperanza de amplios sectores de la sociedad.
El lenguaje de Milei es fundamentalmente religioso. Se presenta a sí mismo como un profeta que viene a revelar una verdad oculta y a combatir el pecado del intervencionismo estatal. Su retórica mesiánica, con referencias constantes a la «batalla cultural» y la lucha entre el bien y el mal, le permite captar la atención de un electorado que busca certezas en un mundo cada vez más incierto. En contraposición, el peronismo ha perdido la fuerza simbólica de su discurso. Sus mensajes han quedado atrapados en una lógica tecnocrática o en referencias nostálgicas a un pasado glorioso que no logra conectar con las preocupaciones del presente.
Para recuperar su capacidad de interpelación, el peronismo necesita reconstruir un sujeto político que lo sostenga. Esto implica no solo redefinir su mensaje, sino también adaptar su lenguaje a las nuevas subjetividades. No se trata de abandonar sus principios históricos, sino de encontrar nuevas formas de expresarlos en un contexto diferente. La justicia social, la soberanía económica y la comunidad organizada siguen siendo valores fundamentales, pero deben ser comunicados de manera que resuenen con las experiencias y expectativas de las generaciones actuales.
En este sentido, es clave recuperar un lenguaje emotivo y urgente, que no solo hable de datos económicos o políticas públicas, sino que logre generar identificación y sentido de pertenencia. El peronismo supo, en su momento, construir relatos épicos que movilizaron a millones. Hoy, frente a un panorama de desafección política y crisis de representación, debe volver a encontrar esa capacidad de generar esperanza y entusiasmo.
Además, la reconstrucción del sujeto político peronista debe partir de una comprensión profunda de las transformaciones del mundo del trabajo y la sociedad. El modelo industrialista que dio origen al peronismo ha cambiado drásticamente. La precarización laboral, la automatización y la expansión de la economía de plataformas han generado nuevas formas de explotación y exclusión que requieren respuestas innovadoras. No es posible apelar a la clase trabajadora con los mismos términos de hace setenta años; es necesario reformular la identidad del trabajador en el siglo XXI, incorporando a sectores como los informales, los emprendedores y los trabajadores del conocimiento.
El desafío no es menor. La derecha ha demostrado una notable capacidad para captar el descontento social, ofreciendo explicaciones simples y soluciones drásticas. Sin embargo, esa aparente claridad esconde profundas contradicciones y una falta de respuestas efectivas a los problemas estructurales del país. El peronismo, por su parte, debe evitar caer en la trampa de la moderación sin contenido o de la repetición de fórmulas del pasado. Su fortaleza histórica radica en su capacidad de reinventarse y de comprender las transformaciones de la sociedad para seguir siendo una alternativa de poder.
El sujeto político peronista no desapareció por completo, pero necesita ser actualizado. Esto implica escuchar y comprender a las nuevas generaciones, recuperar la potencia simbólica del discurso y, sobre todo, ofrecer una visión de futuro que sea creíble y movilizadora. La interpelación política no es un ejercicio meramente racional, sino un proceso en el que las emociones, la identidad y la pertenencia juegan un rol central. En un tiempo donde las certezas se desvanecen, el peronismo tiene la oportunidad de reconstruirse no solo como una fuerza política, sino como un horizonte de sentido para quienes buscan algo más que una respuesta técnica: una causa en la cual creer.
AM
No hay comentarios:
Publicar un comentario