La Argentina de 2025: Entre el Colapso y la Esperanza

Argentina inicia el año 2025 sumida en una profunda crisis económica y social. La descomposición institucional, el aumento de la pobreza y el saqueo financiero son los pilares de un escenario desolador que exige una redefinición urgente del rumbo nacional.

Con una economía paralizada, una sociedad fracturada, más de la mitad de la población en la pobreza y una dirigencia política desorientada, el país enfrenta un contexto marcado por la desesperanza. Las políticas de ajuste implementadas por el Ministerio de Economía, alineadas con los intereses del capital financiero internacional, han exacerbado las desigualdades y debilitado el tejido social. Entretanto, las clases populares, desmovilizadas y sin representación política cohesionada, oscilan entre la resignación y la espera de un cambio improbable.

Un Sistema Político Fragmentado

El sistema político argentino se ha convertido en un entramado de intereses enfrentados, dominado por camarillas sin un proyecto común. El actual gobierno, sostenido por grandes grupos del capital transnacional, fondos buitres y la injerencia de servicios de inteligencia extranjeros, ha mantenido altos niveles de adhesión popular gracias a una comunicación eficaz y la debilidad de una oposición fragmentada. Sin embargo, las alianzas que lo sostienen comienzan a resquebrajarse, erosionadas por los costos sociales, las internas,  las luchas por los negocios y los recurrentes escándalos de corrupción.

Por otro lado, la anhelada burguesía nacional carece de un proyecto autónomo y se ha resignado a perpetuar un modelo de saqueo basado en el endeudamiento y la explotación de recursos naturales. Esta élite económica prioriza sus intereses particulares por encima de los objetivos nacionales y el bienestar colectivo, sin entender, por ceguera ideológica, que muchos serán victimas si se consolida el proyecto mileista.

Mientras tanto, los sectores populares, que en otros momentos históricos lideraron transformaciones sociales como el Cordobazo o las jornadas del 2001, hoy se encuentran desmovilizados. Esta parálisis obedece a factores como la fragmentación interna, la pérdida de conciencia de clase y una eficaz batalla cultural promovida por el establishment para erosionar la memoria colectiva. La cooptación de sindicatos y organizaciones políticas ha contribuido a anular la capacidad de articulación de una oposición efectiva.

El Saqueo Económico: Una Política de Estado

Desde el golpe militar de 1976, el endeudamiento externo ha sido la herramienta clave del capital financiero para garantizar el drenaje de riquezas desde Argentina hacia los centros de poder globales. En 2024, la deuda externa superó los 500 mil millones de dólares, con más del 40% del presupuesto nacional destinado al pago de intereses. Este costo ha recaído en áreas clave como salud y educación, afectando a millones de argentinos.

La concentración de la riqueza también se ha intensificado: más del 55% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, mientras que las pequeñas y medianas empresas enfrentan un cierre masivo debido a la falta de créditos, el aumento de costos y la invasión de productos importados que amenazan con destruir la industria local. Además, la inflación reprimida, un dólar atrasado y políticas fiscales regresivas han generado un círculo vicioso que pone al país al borde del colapso estructural.

Resignación o Rebelión: La Encrucijada Social

A pesar de la gravedad de la crisis, la respuesta social ha sido limitada, marcada por una pasividad que contrasta con la historia de lucha y resistencia del pueblo argentino. El desgaste de viejos liderazgos, la falta de nuevas figuras creíbles y la manipulación mediática han contribuido a este fenómeno, mientras los movimientos populares y las izquierdas tradicionales se muestran incapaces de construir una alternativa viable frente al avance de las nuevas derechas.

Sin embargo, el descontento crece a medida que las políticas de ajuste profundizan el deterioro social. Espacios de resistencia comienzan a gestarse en sectores obreros, movimientos barriales,  organizaciones juveniles y mucha militancia no orgánica . Estas iniciativas, aunque incipientes, podrían convertirse en el germen de una fuerza política capaz de enfrentar el modelo neoliberal y reconstruir el tejido social.

El Contexto Internacional: Desafíos y Oportunidades

El escenario global también incide en el futuro de Argentina. Mientras Estados Unidos pierde hegemonía frente a potencias emergentes como China y los BRICS, América Latina se encuentra en el centro de una disputa geopolítica que podría redefinir su papel en el mundo.

En este marco, las experiencias de gobiernos progresistas en la región, como el Partido de los Trabalhadores en Brasil, MORENA en México y el Frente Amplio en Uruguay, ofrecen lecciones valiosas. Si bien enfrentaron contradicciones y desafíos, también demostraron la capacidad de los movimientos populares para disputar el poder en contextos adversos.

Epílogo: Un Futuro en Juego

Argentina está en un punto de inflexión. La continuidad de las políticas neoliberales amenaza con profundizar el empobrecimiento y la desintegración social, pero también puede abrir la puerta a transformaciones profundas. La historia demuestra que las grandes crisis han sido el catalizador de cambios significativos. El 2025 podría convertirse en una bisagra para el destino del país.

La inviabilidad del modelo económico actual augura una crisis política, económica y social de proporciones impredecibles. Sin embargo, en este escenario también se gestan nuevas organizaciones y liderazgos. Frente al saqueo y la sumisión al capital financiero, la reconstrucción de organizaciones populares capaces de articular una propuesta inclusiva y sustentable es una posibilidad tangible.

El futuro de Argentina dependerá de la capacidad de su pueblo para organizarse, recordar su historia de lucha y responder a los desafíos con creatividad y determinación. El 2025 será un año clave para definir si el país logra revertir su rumbo o si sucumbe ante las fuerzas que buscan perpetuar su decadencia.

Alternancia sin alternativa: la democracia argentina en el laberinto neoliberal

Cuando elegir no cambia nada

La política argentina atraviesa una crisis profunda. Los ciclos electorales, que deberían ser el momento para que el pueblo decida su destino, han perdido gran parte de su capacidad transformadora. En vez de ofrecer alternativas reales, los partidos políticos se han convertido en gestores de un mismo sistema, que prioriza las lógicas del capital transnacional por sobre las necesidades de las mayorías. ¿Qué pasa cuando votar no alcanza para mejorar la vida cotidiana?

Desde hace décadas, el país parece atrapado en una dinámica de "alternancia sin alternativa". Cambian los gobiernos, pero no cambian las reglas de juego. Tanto la derecha como la izquierda –o lo que queda de ellas– han terminado administrando un modelo que perpetúa las desigualdades y reduce el rol del Estado a obedecer los dictados de mercados internacionales y organismos multilaterales.

El fracaso de la democracia como herramienta transformadora

En su origen, la democracia moderna se pensó como el medio para que los pueblos pudieran controlar su destino. Pero en la Argentina actual, ese ideal está lejos de cumplirse. Con cada nueva gestión, las promesas de cambio chocan contra los mismos muros: deuda externa impagable, presiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), acuerdos que favorecen al gran capital y una economía cada vez más dependiente de la exportación de materias primas.

Las elecciones se han convertido en una especie de ritual vacío, donde la ciudadanía elige a quién administrará la crisis, pero no tiene incidencia real en cómo se toman las decisiones fundamentales. En esta lógica, la democracia formal –aquella que se limita al acto de votar– funciona como un espejismo que oculta la falta de democracia efectiva, es decir, de participación popular en los procesos que realmente definen el rumbo del país.

Una política atrapada en el neoliberalismo

Desde el retorno de la democracia en 1983, Argentina ha oscilado entre gobiernos que, con matices, han consolidado un modelo económico centrado en el ajuste, la concentración de la riqueza y la dependencia externa. La promesa de una patria más justa, libre y soberana quedó relegada frente a la presión de los mercados y las elites económicas.

La década del 90 marcó el inicio de esta etapa, con la consolidación del neoliberalismo de la mano de privatizaciones masivas, desindustrialización y un desempleo creciente. Si bien los años posteriores trajeron un intento de recuperación con políticas más redistributivas, la falta de cambios estructurales permitió que el modelo neoliberal se mantuviera como telón de fondo. Hoy, tanto los discursos de derecha como los de izquierda parecen adaptarse, con mayor o menor resistencia, a estas reglas de juego.

Esto se refleja en la creciente desconexión entre la dirigencia política y los problemas reales de la población. En los barrios populares, en los sectores rurales y en los pequeños emprendimientos urbanos, las mismas preguntas resuenan: ¿Para qué votar si las cosas no cambian? ¿Cómo confiar en quienes prometen soluciones que nunca llegan?

El pueblo, rehén de una democracia incompleta

En este contexto, la pobreza estructural y la precarización de la vida cotidiana se han vuelto permanentes. Según los últimos datos, más del 40% de los argentinos vive bajo la línea de pobreza, y millones de familias enfrentan la inseguridad alimentaria y habitacional. A pesar de esto, los debates políticos se centran más en cumplir con las metas de los organismos internacionales que en construir un modelo económico al servicio de las mayorías.

La ciudadanía, mientras tanto, es testigo de un espectáculo político que en muchos casos parece más preocupado por ganar elecciones que por transformar la realidad. Los candidatos, sean del color que sean, compiten por demostrar quién puede administrar mejor el ajuste. En este escenario, la democracia no solo pierde credibilidad, sino que se convierte en una herramienta de legitimación para un sistema que excluye a las mayorías.

La salida: más democracia, no menos

Frente a este panorama desolador, algunos sectores podrían tentarse con la idea de abandonar la democracia como sistema, creyendo que el problema radica en sus instituciones. Pero la solución no pasa por menos democracia, sino por más.

La democracia debe ser mucho más que un mecanismo para elegir representantes cada cuatro años. Debe implicar la participación activa de la ciudadanía en las decisiones que afectan su vida cotidiana. Esto significa fortalecer las instituciones públicas, garantizar la transparencia en la gestión del Estado y fomentar espacios de deliberación popular que incluyan a los sectores históricamente marginados.

Además, es necesario recuperar la soberanía política y económica como principio rector. Esto implica enfrentar los intereses del capital transnacional y priorizar un modelo productivo que genere empleo digno, redistribuya la riqueza y preserve los recursos naturales.

La política argentina tiene una deuda con su pueblo. Y esa deuda no se salda con promesas vacías ni discursos grandilocuentes, sino con un cambio real en la forma de hacer política. Más participación, más igualdad y más justicia social no son solo consignas; son los pilares sobre los cuales debe construirse una democracia que esté al servicio de las mayorías.

En definitiva, el desafío es devolverle sentido a la política como herramienta de transformación y a la democracia como el espacio donde los pueblos pueden, efectivamente, decidir su destino. Porque solo con más democracia será posible salir del laberinto neoliberal que ha atrapado a la Argentina en un ciclo interminable de crisis y frustraciones.

 

Más allá de la resistencia: el laberinto opositor en la era Milei. Por Antonio Muñiz

¿Existe una alternativa real para la mitad de la sociedad opositora  a Milei? 

Esta es quizás la pregunta que lamentablemente la dirigencia opositora muestra no tener respuesta o por lo menos parece carecer de la voluntad de construirla.

En estos días vemos que mientras el oficialismo logra avanzar en sus objetivos a pesar de su debilidad parlamentaria y su fragilidad de gestión, la oposición se encuentra dividida, sin liderazgo claro ni una estrategia definida.

Mas allá de la representación parlamentaria minoritaria, el gobierno cuenta con el apoyo del poder real, económico y mediático. Esta poder real esta jugando fuerte en la cooptación y el disciplinamiento de dirigentes independientes y en la consolidación del discurso libertario.

El colapso de la avenida del medio

La idea de una tercera vía entre el kirchnerismo y el macrismo colapsó junto con la candidatura de Sergio Massa y el tercer lugar de la candidata del PRO, Patricia Bulrich. El intento de representar una opción moderada fracasó, no solo por la crisis económica que golpeó su campaña, sino porque la polarización extrema terminó imponiendo un cisne negro, un outsider de la política.

Sin embargo la figura de Javier Milei, con su estilo disruptivo, por momentos muy agresivo hacia los sectores que no comparten sus ideas, un programa de gobierno muy duro, en algunos casos muy extremo, enfrascado en una lógica refundacional del país, ha ido construyendo una nueva antinomia. Según varios encuestadores la grieta que se esta construyendo se podría definir como: Milei sí o Milei no.

En este nuevo escenario, la política argentina se reconfigura en torno a la figura disruptiva del presidente, dejando a la oposición dura y a la oposición dialoguista sin una narrativa fuerte ni una identidad clara. 

La debilidad opositora no es solo discursiva, sino estructural. La construcción de una alternativa al libertarismo requiere más que críticas al ajuste: necesita un proyecto integral capaz de disputar sentido común en una sociedad donde el descontento y el rechazo a la "casta política" son moneda corriente. Sin liderazgo claro, el peronismo y otras fuerzas opositoras se debaten entre la resistencia testimonial y la adaptación oportunista.

El poder real: una maquinaria que opera en las sombras

Uno de los factores clave en la consolidación del mileísmo es el respaldo de los grandes grupos económicos y mediáticos. La fragilidad institucional y política de La Libertad Avanza contrasta con el apoyo de actores de peso que, desde las sombras, sostienen el experimento libertario. El establishment financiero, sectores concentrados de la agroindustria y conglomerados mediáticos han encontrado en Milei un instrumento útil para desarticular regulaciones estatales, flexibilizar el mercado laboral y consolidar una estructura económica favorable a sus intereses.

El papel de los medios de comunicación ha sido determinante en la construcción de Milei como líder. Desde la instalación de su figura en los sets televisivos hasta la naturalización de sus discursos extremos, el poder mediático ha moldeado la percepción pública del presidente. Paralelamente, el aparato judicial, totalmente copado por los grupos económicos y operados por los servicios de inteligencia, no solo locales, cumple también la tarea disciplinadora contra cualquier dirigente que asuma un rol realmente opositor.  

Este esquema de poder ha promovido activamente  no solo la demonización del kirchnerismo, sino sobre todo la fragmentación de la oposición , debilitando cualquier intento de construcción de un polo alternativo con volumen político.

Este respaldo también ha permitido la cooptación de parte de la dirigencia política que, sin un liderazgo fuerte, ha optado por la connivencia o el silencio estratégico. Gobernadores que necesitan recursos, legisladores que buscan evitar el escarnio mediático, dirigentes que temen ser etiquetados como "casta" o citados a los despachos de Comodoro Py: todos son elementos de un engranaje que Milei y sus aliados han sabido explotar con precisión quirúrgica.

La trampa del individualismo y la ausencia de un proyecto colectivo

Como deciamos si Milei ha logrado imponerse en el debate público no es solo por sus méritos propios, sino por las fallas estructurales de una oposición desarticulada. La falta de un liderazgo aglutinador ha convertido al peronismo y a otros sectores en un espacio fragmentado donde priman los intereses individuales sobre la construcción de un proyecto común.

El individualismo y la especulación política han hecho que muchos opositores prefieran un perfil bajo antes que confrontar abiertamente al gobierno. La ausencia de una narrativa propia, sumada al miedo a ser tachados como parte de la "casta", ha paralizado a gran parte de la dirigencia. La consecuencia es un escenario donde Milei avanza con reformas impopulares sin encontrar una resistencia efectiva.

El peronismo, en particular, enfrenta un dilema existencial. La representatividad de Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo central dentro del espacio, pero su nivel de rechazo en amplios sectores de la sociedad la convierte en un límite para la construcción de una alternativa electoral viable. Mientras tanto, los intentos de algunos sectores peronistas no K   de diferenciarse del kirchnerismo sin perder identidad han sido hasta ahora infructuosos. 

Cualquier construcción de una fuerza opositora amplia requiere una voluntad de unidad que amplié los limites del espacio opositor, pero esto no es solo para ganar una elección sino sobre todo para gobernar en el día después. Esta claro que un proyecto político viable hoy debe contar con Cristina Fernández adentro.

Construir una alternativa: entre la urgencia y la supervivencia

El mayor error de la oposición sería subestimar la capacidad del mileísmo de consolidarse como una fuerza política de largo plazo. Más allá de los escándalos y las tensiones internas, Milei ha demostrado una notable habilidad para capitalizar el descontento y fijar la agenda pública. Si bien sus políticas pueden generar costos sociales altos, su capacidad de imponer su relato sigue intacta.

Frente a este panorama, la oposición tiene dos caminos: seguir en la fragmentación y la especulación personal o avanzar hacia la construcción de un proyecto alternativo que pueda disputarle el poder al libertarismo. Esto requiere, en primer lugar, un liderazgo claro y una estrategia unificada que trascienda el rechazo a Milei y proponga una visión de país creíble y convocante.

La clave está en comprender que no se trata solo de una disputa electoral, sino de una batalla cultural y política en sentido amplio.

Mientras Milei apela a un discurso que combina individualismo extremo con un rechazo visceral al Estado, la oposición debe reconstruirse sobre valores como la solidaridad, el desarrollo productivo y la defensa de los derechos sociales. Sin un proyecto colectivo que interpele a la sociedad, la oposición corre el riesgo de convertirse en un espectador pasivo de su propia desaparición.

El proyecto libertario tiene como objetivo claro la construcción de un país para un tercio de su población,  desmantelar estructuras fundamentales del Estado y transformar la cultura política argentina, destruyendo a la oposición en el camino, tanto a lo queda de Cambiemos y sobre todo al peronismo - kirchnerismo.  

Ante este escenario es claro que es esencial la construcción de un proyecto de país, que ponga limites al modelo perverso que encarna el mileismo. La tarea no es fácil, pero es una obligación moral intentarlo antes que sea demasiado tarde.

Por ultimo siempre es bueno recordar las enseñanzas de Juan D.Perón: "No basta con resistir o denunciar la injusticia; el movimiento popular debe organizarse y prepararse para recuperar el gobierno, pero  la conquista del poder no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para aplicar un programa de transformación nacional".

 

Antonio Muñiz

Sin sujeto y sin historia: La insoportable levedad de la política actual.

“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Antonio Gramsci

En las últimas décadas, la política ha ido perdiendo densidad y sustancia, convirtiéndose en una práctica cada vez más desligada de las necesidades concretas del pueblo. Se ha consolidado lo que algunos teóricos llaman «democracia vacía»: un sistema donde los mecanismos formales de la democracia siguen funcionando, pero sin una representación real de las mayorías.

Antonio Muñiz


La política se ha vuelto un espectáculo mediático, dominado por la tecnocracia, la ceocracia y una batalla cultural que, en muchos casos, reemplaza el debate sobre el poder económico y social por discusiones simbólicas superficiales. Mientras tanto los pueblos ha ido perdiendo protagonismo y la capacidad de lucha frente al avance de la derechas y las nuevas formas políticas y económicas que intenta consolidar el capital concentrado.

Para explicar este nuevo fenómeno de apatía, el filósofo Franco Berardi, en su libro «El Tercer Inconsciente»  plantea que la combinación entre el impacto de la pandemia y las nuevas tecnologías han generado  un escenario que podría definirse de autismo social.

El concepto de autismo social se utiliza para describir la desconexión, indiferencia o aislamiento de ciertos sectores de la sociedad frente a las problemáticas colectivas. No se refiere al autismo en términos clínicos, sino a una actitud de ensimismamiento social, donde individuos o grupos evitan el compromiso con lo público, priorizan intereses individuales y muestran una falta de empatía con el entorno. Este fenómeno puede manifestarse en la apatía política, la desconfianza generalizada o el consumo de discursos que refuerzan burbujas ideológicas, dificultando el diálogo y la construcción de proyectos comunitarios.

Es interesante comprobar que también la confusión de nuestra época ha sido capturada y difundida con precisión por las nuevas formas de la cultura en general y el relato que baja de los medios de comunicación y las redes, que reflejan la alienación y el desconcierto generalizados.

Un poco de historia

La crisis financiera de 2008 marcó el colapso de un sistema económico basado en la globalización,  el libre mercado, la sacralización de lo privado y la supremacía del dinero. Sin embargo, en lugar de permitir su desaparición, se ha mantenido artificialmente con rescates financieros, subsidios y políticas que han favorecido a los sectores más poderosos, como la banca, las aerolíneas y las corporaciones tecnológicas, energéticas, etc.

Este «viejo mundo» ha quedado obsoleto, pero sigue vivo gracias a la intervención estatal, mientras sus estructuras y principios fundamentales se han desplomado.

Desde 2008, los gobiernos han tenido que rescatar a empresas cuyos modelos de negocio ya no eran viables, lo que ha desmentido la idea del libre mercado competitivo. A su vez, los consumidores han sufrido las consecuencias de un sistema que, lejos de promover la igualdad, ha incrementado la concentración de poder en pocas manos, fomentando el auge de monopolios tecnológicos y autoritarismos varios.

Las grandes corporaciones tecnológicas y las oligarquías financieras se han beneficiado  de la desregulación y la concentración del poder, mientras que los ciudadanos ven reducidas sus posibilidades de influir en el destino colectivo.

Por otro lado, para el modelo actual el papel del estado sigue siendo crucial. Mientras que, por un lado, se reclama menor intervención estatal, por otro, los gobiernos se ven forzados a intervenir para evitar el colapso de sectores corporativos. En este sentido, la deuda pública se ha convertido en el motor que sostiene el capitalismo concentrado.  Esta apropiación de  recursos públicos por parte de las élites es en detrimento de los sectores populares y de las futuras generaciones.

«Estas  nuevas estructuras están relacionada con el surgimiento de un nuevo régimen de acumulación.  El poder político puro, y no la inversión productiva, es el determinante clave de la tasa de rentabilidad. Esta nueva forma de acumulación está asociada a una serie de nuevos mecanismos de fraude políticamente constituido. Entre ellos se incluye una serie creciente de exenciones fiscales, la privatización de activos públicos a precios de saldo, la flexibilización laboral y las tasas de interés bajas para promover la especulación bursátil y, sobre todo, la apropiación de los recursos de estado para direccionarlo directamente en beneficio directo del sector privado.» el gasto social y los salarios son recortados en nombre de la libertad de mercado solo para beneficio de las corporaciones.  – Dylan Riley y Robert Brenner, “Siete tesis sobre la política estadounidense”

Hace 40 años, la globalización y el neoliberalismo se impusieron como lógica hegemónica  bajo el supuesto de que el libre mercado sería el motor de la prosperidad. Hace 80 años, el estado de bienestar proponía una visión diferente, más centrada en lo social y la intervención estatal.

La pregunta, aun sin respuesta seria, es ¿Es posible generar una tercera vía, superadora de la vorágine actual?

«Cuando todo lo sólido se desvanece en el aire».

En las últimas décadas hemos vivido etapas de crisis recurrentes,  no solo económicas. Estamos conviviendo con crisis climáticas, demográficas, ambientales, migratorias, y como marco general conflictos bélicos regionales, pero que han ido escalando en conflictos violentos mas globales.

La lucha política, comercial y tecnológica entre EEUU y China por la hegemonía, el resurgimiento de Rusia y otras potencias menores, están reconfigurando el mundo. El notable avance de las nuevas tecnologías ha acelerado los cambios en la vida cotidiana de los ciudadanos y sobre todo en los medios de producción.

La llegada de Donald Trump al gobierno norteamericano y sus primeras acciones como las conversaciones  para un acuerdo de paz entre Rusia y Estados Unidos, alcanzado sin la participación de Ucrania y la Unión Europea, sugieren un posible reordenamiento global multipolar.

Sin embargo esta claro que  el nuevo escenario que se abre esta lleno de incertidumbres e incógnitas.

En este escenario de caos e incerteza  Álvaro García Linera ofrece una lectura  sobre la reorganización política y económica mundial. Sostiene que vivimos en una etapa liminal, donde parafraseando a Gramsci, el viejo orden se desmorona sin que haya nacido aún uno nuevo.

En este vacío político las corrientes ideológicas marginales han ganado terreno. El surgimiento de movimientos neo nazis, el libertarismo, que detrás de su exaltación a la libertad de mercado, esconde elementos fascistoides, movimientos contra la agenda woke, el antifeminismo, xenofobia, activismo anti-LGBT, etc. Estas ideas, otrora muy minoritarias, han ido tomando preponderancia en la agenda política global, y aportando, dada su precariedad conceptual, en una fuente mas de confusión.

El ejemplo mas notorio es Silicon Valley, donde el liberalismo extremo se ha fusionado con posturas tecnológicas radicales. Lo que antes era un bastión de progresismo y contracultura, hoy se ha convertido en un laboratorio de ideas de derecha extrema.

En el caso argentino la irrupción de Milei es un reflejo distorsionado de estos cambios globales: un intento fallido de revivir el neoliberalismo en una región donde ya había sido rechazado.

Los  movimientos populares latinoamericanos, al abandonar su agenda económica y no articular con las nuevas demandas sociales, han perdido su capacidad de ofrecer un horizonte de futuro. Esto dejó un vacío que fue ocupado por discursos ultraliberales que, a pesar de sus contradicciones, ofrecen una promesa, aunque ilusoria, de desarrollo y prosperidad.

La izquierda y los nacionalismos populares, en lugar de analizar este fenómeno en profundidad, han recurrido a categorías pasadas para describirlo, sin advertir que se trata de una nueva mutación ideológica. Algunos teóricos lo definen como «neo-reaccionarios»: movimiento autoritarios que combinan  alta concentración económica,  nuevas tecnologías, conservadurismo ultra y libertad de mercado extremo.

En paralelo, otra corriente de pensamiento ha promovido una narrativa de impotencia, que presenta al enemigo como invencible y a la resistencia como inútil. Este discurso niega la historia y desconoce las fuerzas sociales, siempre en pugna. Esto suma mayor parálisis  política y una idea de resignación. La idea de que «lo nuevo» está exclusivamente en la derecha ha llevado a una subordinación pasiva, debilitando aún más la capacidad de respuesta de los sectores populares.

Este mismo clima de descomposición ideológica se observa en la izquierda el crecimiento de sectores que no entienden el cambio tecnológico y su impacto en las clases trabajadoras, o grupos «verdes»  que rechazan la sociedad industrial y proponen un retorno a la naturaleza.

Mientras tanto, el anarco capitalismo crece por derecha, promoviendo una visión ultraindividualista del mercado.

Ambos extremos reflejan la chatura del pensamiento político actual.

Crisis de horizonte.

Todo esto responde a una crisis de horizonte, donde las alternativas colectivas han sido erosionadas ex profeso.

El ejemplo mas duro del impacto en el tejido social de estas nuevas ideologías se puede observar  en las generaciones jóvenes donde las aspiraciones se basan casi en un pensamiento mágico, de éxito rápido y salidas individualistas: la cultura de la fama instantánea a través de las redes, las apuestas online, la especulación financiera, y sobre todo la glorificación del «sé tu propio jefe» como forma de auto-explotación. Estos fenómenos y sus consecuencias en la sociedad, fueron descriptos en los trabajos del filosofo   Byung-Chul Han sobre temas como la sobreexplotación del individuo en el capitalismo tardío, la hipertransparencia, la digitalización y el agotamiento emocional en  sus obras, como La sociedad del cansancioLa agonía del Eros y Psicopolítica,

Esta  levedad de la política también se expresa en la consolidación de la ceocracia, es decir, el dominio de los CEOs y empresarios sobre la toma de decisiones políticas. Se ha naturalizado que los Estados sean gestionados como empresas y que las políticas públicas respondan a lógicas de rentabilidad antes que a necesidades sociales. En este esquema, las tecnocracias cumplen un papel clave al consolidar el pensamiento único, presentando las decisiones económicas como meramente técnicas y desprovistas de ideología, cuando en realidad responden a intereses de clase bien definidos.

Mientras en África surgen nuevos movimientos liberación, en América Latina las izquierdas y los nacionalismos populares deben encontrar la forma de dialogar con las nuevas realidades sociales que ellos mismos ayudaron a generar.

La fragmentación de fuerzas, los debates no resueltos, la falta de auto critica sobre los procesos nacional populares y progresista en las primeras décadas del siglo XXI y la falta de un diagnóstico certero sobre la época actual,  se expresan en la falta de una estrategia unificada para encarar una lucha hacia la transformación social.

Sin una narrativa de futuro clara y sin una estrategia económica sólida, el riesgo es seguir atrapados en la levedad de una política y una agenda superestructurales, alejadas del pueblo e incapaz de responder a los desafíos de la época.

Antonio Muñiz

 

«La Opinión Pública no existe» Cómo las encuestas manipulan las respuestas según las clases sociales según Pierre Bourdieu

 

 En un mundo saturado de encuestas de opinión, el concepto de «opinión pública» se presenta como un reflejo de la pluralidad de pensamientos y deseos. Sin embargo, un análisis más profundo revela que estas encuestas, lejos de ser una herramienta objetiva, están profundamente influenciadas por el contexto social y político en el que se desarrollan. 

 


La encuesta de opinión es, hoy en día, una de las herramientas más utilizadas por los gobiernos, partidos políticos y medios de comunicación para medir el pulso de la ciudadanía. Sin embargo, un examen más crítico revela que este tipo de mediciones no reflejan la realidad de manera imparcial, sino que están marcadas por un conjunto de valores y preconceptos sociales que afectan la forma en que las personas responden y son interpretadas esas respuestas. Pierre Bourdieu, uno de los más influyentes pensadores sociológicos del siglo XX, proporciona una visión crítica sobre el funcionamiento de las encuestas y la «opinión pública». Según él, las respuestas obtenidas en una encuesta no son el resultado de opiniones individuales aisladas, sino que son producto de un “ethos de clase”, un sistema de valores que cada grupo social ha interiorizado desde la infancia. Este enfoque permite desentrañar las dinámicas subyacentes que distorsionan el entendimiento de las verdaderas intenciones de la gente.

El ethos de clase y la génesis de las opiniones
Bourdieu introduce el concepto de “ethos de clase” para explicar cómo las opiniones no surgen de un acto racional aislado, sino que son el resultado de un sistema de valores que se desarrolla desde la infancia y que define las respuestas a una variedad de problemas sociales y políticos. Estas respuestas, aunque a menudo parecen ser racionales o neutrales, están profundamente marcadas por las experiencias y las condiciones sociales de quienes las emiten. El autor pone como ejemplo las opiniones que surgen en debates sobre cuestiones tan diversas como la igualdad de género, la educación o el derecho a la huelga. En estos casos, las clases populares tienden a ofrecer respuestas más conservadoras o autoritarias en temas de moralidad, pero son mucho más abiertas al cambio y la innovación cuando se trata de cuestiones estructurales de poder, como las relaciones laborales o políticas.

La ideología de la encuesta: preguntas que no se hacen
El segundo aspecto crucial del análisis de Bourdieu es la crítica al diseño de las encuestas de opinión. Según el sociólogo francés, las preguntas formuladas en estos estudios no reflejan los problemas reales que enfrentan las personas, sino que imponen una problemática que responde a los intereses de quienes controlan el sistema político y mediático. Las encuestas, lejos de ser neutrales, cargan con un sesgo inherente que limita las respuestas posibles. Por ejemplo, en lugar de plantear una serie de cuestiones explícitas sobre educación, empleo o derechos, las preguntas en muchas ocasiones se diseñan de manera vaga o imprecisa, lo que impide una reflexión profunda sobre el tema y reduce la respuesta a una simple elección entre alternativas predeterminadas. Este tipo de preguntas, según Bourdieu, distorsiona la realidad, ya que los encuestados no se posicionan sobre un tema concreto, sino que responden a una problemática que se les impone desde arriba.

La manipulación de la opinión pública
A pesar de la pretensión de objetividad que se asocia a las encuestas, Bourdieu señala que estas no solo fracasan en captar la verdadera diversidad de opiniones, sino que también contribuyen a la manipulación de la opinión pública. En su crítica, el sociólogo argumenta que lo que comúnmente se entiende como «opinión pública» no es más que la agregación de respuestas individuales que han sido seleccionadas y estructuradas de manera que ocultan las tensiones y contradicciones reales entre los diferentes grupos sociales. Esto se debe a que las encuestas no permiten a los encuestados posicionarse en función de sus intereses reales, sino que se les limita a elegir entre respuestas que no reflejan la complejidad de las cuestiones sociales.

El impacto del contexto social en las respuestas
Un aspecto crucial de las encuestas es cómo se gestionan las respuestas según el contexto social del encuestado. Las clases altas y medias, con mayor nivel educativo y acceso a información, son más propensas a respaldar políticas que promuevan el cambio y la innovación en ámbitos como la igualdad de género o los derechos civiles. En contraste, las clases populares tienden a ser más conservadoras en cuestiones morales, pero son mucho más propensas a apoyar transformaciones políticas y sociales cuando se trata de cuestiones estructurales, como los derechos laborales o la distribución del poder. Esto evidencia una contradicción fundamental: las mismas personas pueden ofrecer respuestas opuestas dependiendo del tipo de cuestión que se les plantee.

Conclusión
Lo que Bourdieu pone de manifiesto con su análisis es que las encuestas de opinión no son una herramienta imparcial para medir la voluntad popular. En lugar de reflejar una «opinión pública» homogénea, las respuestas recogidas en estas encuestas son el resultado de un conjunto de influencias sociales, culturales y políticas que condicionan la forma en que las personas responden. La noción de “opinión pública” tal como la conocemos está profundamente manipulada por los intereses de los grupos dominantes que estructuran la problemática que se les presenta a los encuestados. Así, la encuesta se convierte en un artefacto que no solo distorsiona la realidad, sino que refuerza las estructuras de poder existentes. Por lo tanto, es crucial que repensemos la manera en que interpretamos y usamos los resultados de las encuestas, reconociendo siempre el contexto social que subyace en las respuestas que recogen.

La crisis de las élites y la decadencia Argentina: Neoliberalismo y corrupción.

 Argentina atraviesa una crisis estructural que no se reduce a lo económico, sino que abarca lo político, social e institucional.


Durante las últimas décadas, la combinación de políticas neoliberales y la corrupción enquistada en las élites han despojado al país de un proyecto de desarrollo soberano, sumiéndolo en una decadencia persistente. Esta degradación no ha sido un accidente, sino el resultado de decisiones sistemáticas que favorecieron la concentración de riqueza, la desindustrialización y la dependencia del capital especulativo.

El neoliberalismo como factor de decadencia

Desde la última dictadura militar de 1976, el neoliberalismo se ha convertido en un paradigma dominante en la conducción económica argentina. La apertura indiscriminada de la economía, la privatización de empresas estratégicas y el endeudamiento externo han sido las herramientas clave de este modelo. Lejos de generar modernización y desarrollo, estas políticas han provocado la desarticulación del aparato productivo nacional y el aumento de la vulnerabilidad externa.

En los años ‘90, la convertibilidad y la profundización del esquema neoliberal llevaron a un aparente auge económico basado en la estabilidad cambiaria y la entrada masiva de capitales. Sin embargo, este modelo se sustentó en un creciente endeudamiento y en la liquidación de activos estatales, lo que lo hizo insostenible en el tiempo. La crisis del 2001 fue la culminación de esta etapa: un colapso financiero y social sin precedentes que dejó en evidencia la fragilidad de un modelo basado en la especulación y el ajuste.

A pesar del intento de reconstrucción durante la primera década del siglo XXI, con políticas de reindustrialización y fortalecimiento del mercado interno, el neoliberalismo regresó con fuerza en 2015, reeditando las mismas recetas que habían llevado a la crisis anterior. La toma descontrolada de deuda, la apertura a importaciones sin control y la precarización del empleo derivaron en un nuevo ciclo de recesión y empobrecimiento.

Corrupción y captura del Estado

El otro gran factor que ha impedido el desarrollo sostenido del país es la corrupción estructural en las élites políticas y económicas. No se trata de hechos aislados, sino de un sistema que ha funcionado a lo largo de distintos gobiernos y ha permitido la consolidación de una casta empresarial y política que utiliza el Estado en su propio beneficio.

La cartelización de la obra pública, la fuga de capitales facilitada por estructuras legales y la connivencia entre sectores políticos, financieros y judiciales han deteriorado la confianza en las instituciones. Esta dinámica ha generado un efecto devastador: el ciudadano común percibe que el sistema es inherentemente corrupto, lo que ha llevado a una desafección política y a la búsqueda de respuestas en figuras disruptivas que canalizan el descontento.

Mientras tanto, las grandes corporaciones y grupos de poder han sabido adaptarse a los cambios de gobierno, garantizando que sus privilegios se mantengan intactos. A diferencia de otros países que han logrado desarrollar modelos productivos con fuerte participación estatal, en Argentina la élite económica ha optado por un modelo rentista, basado en la especulación financiera y la extracción de recursos sin valor agregado.

El impacto social y político de la decadencia

Las consecuencias de esta combinación de neoliberalismo y corrupción han sido devastadoras. La desigualdad social ha aumentado drásticamente, con un crecimiento sostenido de la pobreza y la precarización laboral. Las oportunidades para los sectores populares y la clase media se han reducido, generando un clima de frustración e incertidumbre que afecta tanto a jóvenes profesionales como a trabajadores informales.

Uno de los efectos más preocupantes de este proceso es la fuga de talentos. Cada vez más jóvenes ven en la emigración la única posibilidad de un futuro digno, lo que representa una pérdida de capital humano invaluable para el país. Esta situación, sumada al deterioro de los sistemas de salud y educación, profundiza el círculo vicioso de decadencia.

Desde el punto de vista político, este desgaste del tejido social ha provocado una crisis de representación. La ciudadanía ha perdido la confianza en los partidos tradicionales, generando un terreno fértil para el surgimiento de opciones extremas que prometen cambios radicales sin un plan claro. Este fenómeno, lejos de resolver los problemas estructurales, tiende a profundizar la inestabilidad y el deterioro institucional.

 Un camino posible para la reconstrucción

La decadencia argentina no es el resultado de un destino inevitable, sino de decisiones políticas erradas y de una estructura de poder que ha privilegiado el beneficio de unos pocos por sobre el desarrollo colectivo. Sin embargo, el país tiene la capacidad de revertir esta situación si logra replantear sus prioridades y construir un modelo de desarrollo basado en la producción, la equidad y la soberanía económica.

Para ello, es fundamental un cambio de paradigmas que implique políticas de estado tendientes a recuperar el rol del Estado en la planificación económica, promoviendo la industrialización y protegiendo los sectores estratégicos,  fortalecer la inversión en ciencia, tecnología e infraestructura, combatir la corrupción de manera efectiva, asegurando que los recursos públicos sean utilizados para el desarrollo y no para el enriquecimiento de una minoría, reformular el sistema impositivo, para que los sectores de mayor poder económico contribuyan proporcionalmente al sostenimiento del país.

Como eje central de debe refundar todo el sistema político,  que genere nuevas formas de control  ciudadano, avanzar hacia una democracia social, directa y participativa.

Argentina ha demostrado en distintos momentos de su historia que tiene la capacidad de reconstruirse y avanzar hacia un modelo más justo y sostenible. La clave está en que las futuras generaciones puedan romper con la inercia del pasado y construir un proyecto de país basado en el desarrollo productivo y la justicia social.

AM

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El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.