Países de diversas regiones han comprendido que la clave para un crecimiento económico inclusivo y duradero radica en la capacidad de generar valor agregado, y esto sólo puede lograrse mediante la modernización de sus estructuras productivas y la inversión en conocimiento científico y tecnológico.
La industrialización no es un concepto nuevo, pero la forma en que los países y las empresas la abordan ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Hoy en día, no basta con ensamblar productos o competir en términos de costos laborales. El verdadero diferencial está en la capacidad de crear tecnologías propias, mejorar procesos productivos y desarrollar productos innovadores que respondan a las demandas del mercado global. En este contexto, la investigación y desarrollo (I+D) se convierte en el motor que impulsa la competitividad, mientras que la innovación (I) es el factor que permite transformar ese conocimiento en resultados tangibles, como productos y servicios diferenciados.
Uno de los desafíos más importantes para lograr una industrialización sostenible es la articulación entre el sector público y privado, las universidades y los centros de investigación. En países desarrollados, este «ecosistema» de innovación está consolidado, lo que permite una sinergia entre el conocimiento científico y su aplicación industrial. Sin embargo, en economías emergentes, este proceso enfrenta barreras, entre las que se destacan la falta de financiamiento adecuado, la burocracia y una desconexión entre la academia y las necesidades del sector productivo.
En Argentina, por ejemplo, el fomento a la industrialización basada en I+D+I ha sido una aspiración, pero la falta de una estrategia a largo plazo y los vaivenes económicos y políticos han dificultado su implementación sostenida.
El país cuenta con recursos humanos y materiales, un sistema científico-tecnológico de alta calidad, con instituciones de renombre como el CONICET y universidades de prestigio internacional, pero todavía falta un mayor protagonismo por parte del Estado en la vinculación entre estos actores y las industrias.
Es claro que el sector privado, en este contexto, juega un papel fundamental. Empresas que invierten en I+D+I no sólo mejoran su capacidad de competir en mercados internacionales, sino que también pueden contribuir significativamente a la creación de empleo calificado y al desarrollo de tecnologías propias.
No obstante, el rol del Estado es igualmente crucial. La planificación a largo plazo, con políticas públicas que promuevan el financiamiento a proyectos de innovación, incentivos fiscales para las empresas que inviertan en desarrollo tecnológico, y la creación de redes de colaboración público-privadas, es indispensable para sostener este modelo de crecimiento.
Países como China, India, Israel, Singapur o Corea del Sur, que supieron apostar decididamente por la I+D+I desde mediados del siglo XX, son hoy en día claros ejemplos de que la inversión en conocimiento es la base para una industrialización exitosa.
Algunos casos exitosos: los caminos al liderazgo tecnológico
Uno de los ejemplos más emblemáticos de éxito en industrialización basada en I+D+I es el caso de Corea del Sur. A mediados del siglo XX, tras la devastación de la Guerra de Corea, el país enfrentaba una profunda crisis económica y una estructura productiva basada principalmente en la agricultura. Sin embargo, en las décadas siguientes, el gobierno surcoreano adoptó un enfoque estratégico para transformar su economía, invirtiendo masivamente en educación, infraestructura y políticas industriales orientadas a la tecnología.
Hoy en día, Corea del Sur es uno de los líderes globales en sectores como la electrónica, la automoción y las tecnologías de la información. Empresas como Samsung y Hyundai no solo compiten a nivel internacional, sino que han sido pioneras en la innovación de productos y procesos industriales. La clave de este éxito radicó en la sinergia entre un Estado muy fuerte, que impulsó políticas pro activas de apoyo a la industria, y el sector privado, que invirtió fuertemente en I+D.
Israel es otro ejemplo notable de cómo la I+D+I puede transformar una economía. Conocida como la «nación startup», Israel ha logrado posicionarse como uno de los países con mayor número de empresas tecnológicas per cápita, a pesar de sus limitados recursos naturales. La clave de su éxito ha sido una combinación de factores: un estado activo con una fuerte inversión en educación y tecnología militar, incentivos a la investigación y desarrollo, el impulso a una cultura emprendedora y una red de capital de riesgo bien desarrollada.
Sectores como la ciber seguridad, tecnología agrícola y la biotecnología han prosperado en Israel gracias a esta visión de desarrollo basada en el conocimiento. Las universidades y los centros de investigación del país juegan un papel crucial en este ecosistema, colaborando estrechamente con el sector privado para convertir el conocimiento en innovaciones disruptivas.
Finlandia, otro ejemplo europeo de éxito, ha basado su estrategia de industrialización en una fuerte inversión en educación, sostenida por un modelo de bienestar que fomenta la igualdad de oportunidades. Este enfoque ha permitido al país desarrollar una industria tecnológica avanzada, con empresas como Nokia que, en su momento, lideró la revolución de las telecomunicaciones. Aunque Nokia experimentó una caída en el mercado de smartphones, Finlandia ha sabido reinventarse, apostando por las tecnologías verdes y nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, la biotecnología y las energías limpias.
Su enfoque hacia un desarrollo sostenible y su capacidad para adaptarse a los cambios tecnológicos globales han consolidado al país como un referente en la economía del conocimiento.
Otro caso emblemático es Singapur. Se ha consolidado como líder en investigación y desarrollo (I+D), informática cuántica e inteligencia artificial (IA) debido a su enfoque estratégico y proactivo en la creación de un ecosistema tecnológico robusto. Varias políticas gubernamentales han jugado un papel clave en este proceso. El éxito de la experiencia de Singapur se basa en el aporte de recursos importantes por parte del estado. Para tener un parámetro del volumen de aportes de parte del gobierno hacia los sectores tecnológicos, sirve la comparación con otros países siendo este muy superior a la media europea, por ejemplo.
Otros items a tener en cuenta que marcaron la diferencia son la inversión en infraestructura tecnológica avanzada, desde centros de datos hasta laboratorios de investigación en IA y computación cuántica, fomento de la colaboración entre el sector público, privado y académico, lo que ha permitido una rápida comercialización de tecnologías emergentes. Empresas globales como Google y IBM han establecido laboratorios de IA y computación cuántica en Singapur, lo que acelera el desarrollo de aplicaciones comerciales.
Otra estrategia exitosa es la atracción del talento global. Singapur ha logrado atraer científicos e investigadores de todo el mundo, lo que ha fortalecido el ecosistema de innovación y potenciado su capacidad competitiva global.
Como muestran estas y otras experiencias mundiales, el desarrollo de un proceso de industrialización basado en I+D+I no es una tarea sencilla ni de corto plazo, pero es el único camino hacia un crecimiento económico sostenible y competitivo en el contexto de la cuarta revolución industrial.
La transición de economías estrativista como la Argentina a una potencia tecnológica solo es posible con una planificación estatal rigurosa, aportes de recursos, tanto públicos como privados, alianzas estratégicas con empresas y un sistema educativo que fomente el emprendedorismo, la investigación y el desarrollo en todas las etapas, articulando una capacitación constante de los recursos humanos.
El futuro de Argentina dependerá, en gran medida, de su capacidad para transformar conocimiento en progreso industrial.
Antonio Muñiz
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