La reforma financiera de Obama toma elementos del keynesianismo de Roosevelt, y reivindica a Paul Volcker. Para algunos críticos es demasiada regulación, y para otros muy poca.
Por Lucio Di Matteo
Como la crisis económica de los Estados Unidos es la más dura desde la Gran Depresión, las mayores regulaciones financieras no podrían ser menos. La Ley de Reforma de Wall Street, que logró imponer Barack Obama, fue votada por algunos congresales republicanos, desanda el camino de “liberalización” que recorrieron Ronald Reagan y Bill Clinton, e impone a los bancos límites que no tienen desde hace –por lo menos– tres décadas.
“Debido a esta reforma, nunca se le volverá a pedir al pueblo estadounidense que se responsabilice por los errores de Wall Street. Ya no habrá más rescates pagados por el contribuyente, punto.” Así lo prometió el presidente de Estados Unidos, enfatizando el “punto” para evidenciar el momento de inflexión, cuando se aprobó la reforma que llevó medio año de debate legislativo.
Eso ocurrió el sábado 16 de julio. Pocos días después, el miércoles 21, firmó lo votado por el Congreso y realizó un acto para 400 personas en el edificio Ronald Reagan. El simbolismo no podría ser mayor, pues la firma de Obama ponía fin a reformas “pro-mercado” que venían desde la época del presidente que fue actor. En particular la Ley Gran-Saint Germain, que permitió a los bancos volverse asesores de inversión para recursos públicos, y desarrollar instrumentos de inversión atados a sus fondos de inversión.
En aquella ocasión, Obama enfatizó los errores del pasado y las ganas de no repetirlos. “La causa principal de la recesión fue el descalabro de nuestro sistema financiero”, acusó el presidente de Estados Unidos. “El sector financiero –agregó– estuvo gobernado por reglas anticuadas y débilmente aplicadas que permitieron a algunos sacar ventaja del sistema y tomar riesgos que pusieron en peligro a toda la economía.” Además, prometió que “la reforma ayudará a fomentar la innovación, no a perjudicarla”.
Roosevelt, Reagan y Volcker. El más keynesiano de los presidentes estadounidenses, el más liberal (a tal punto que se habló de las Reaganomics), y el titular de la Reserva Federal durante ocho años (agosto de 1979 a 1987) que abarcaron una presidencia demócrata y otra republicana (Jimmy Carter y el propio Reagan). Los tres se vuelven actuales con la nueva reforma financiera.
De sus cinco puntos más destacables, la “Regla Volcker” es la más fuerte y cuestionada. Porque limita el accionar de los bancos: ya no podrán tener fondos de capital, ni patrocinarlos; ni mantener en ellos operaciones por cuenta propia y para su beneficio.
Para algunos analistas, la “Regla Volcker” implica volver a la distinción entre bancos comerciales y bancos de inversión. Una categorización establecida por la Ley Glass-Steagall en 1933, como respuesta a la Gran Depresión de 1929. Esta regulación, que dio cuatro décadas de estabilidad al sistema financiero estadounidense, comenzó a relajarse desde 1985.
Ese año, en plena época reaganiana, la Ley Gran-St. Germain permitió a los bancos volverse agentes de inversión en la captación de recursos públicos, y el desarrollo de instrumentos financieros para sus fondos de inversión. Casi tres lustros después, cuando gobernaba Bill Clinton –en 1999–, la Glass-Steagall fue directamente derogada. Esto permitió el auge de entidades financieras, así como el desarrollo de productos innovadores. Los mismos que provocaron la crisis de los últimos años.
La “Regla Volcker” es halagada y cuestionada desde los dos puntos del mundo financiero: usuarios y empresas. Para los primeros, se trata de una herramienta esencial para evitar los abusos del pasado reciente. Según los últimos, es una innecesaria vuelta al pasado. Según Douglas Elliot , “aunque esto tiene algún atractivo para mucha gente, (…) el sistema financiero de Estados Unidos es demasiado complejo estos días para poder dividir útilmente las actividades en los dos grupos”.
En definitiva, Obama busca regular un sistema financiero al que no le gusta ser regulado, y que hasta hace pocos años tenía como modelo a Bernard Madoff. La posibilidad de aplicar la “Regla Volcker”, o su transformación en letra muerta, se podrá evaluar en algunos meses, no antes.
Moderacion e internacionalismo. A lo largo del 2008 y 2009, con la crisis económica desatada a escala global, el G-20 realizó una serie de recomendaciones económicas, que se repiten y/o complementan en distintos documentos. Por ejemplo, se propone evitar la dispersión de autoridades regulatorias; mientras que la reforma de Obama crea un consejo de reguladores presidido por la Reserva Federal, entre otras medidas (ver recuadro).
Otras recomendaciones del G-20 son: mayores regulaciones sobre el capital, mayores exigencias de liquidez, sistemas de control interno, derivados de créditos más transparentes (al fin y al cabo, eso son las hipotecas subprime, punto de partida de la crisis), mayor flujo de información entre agentes privados y reguladores.
Además de su internacionalismo, la reforma de Obama podría caracterizarse por la moderación. “Un rasgo distintivo de su gobierno”, dicen, algunos como crítica y otros casi elogiándolo. “Debemos actuar ya para restaurar la confianza”, reza el Libro Blanco, cuyas 85 páginas fueron la presentación oficial de la reforma que terminó aprobada en el Capitolio.
A pesar de la magnitud de la crisis, cierta rapidez en el tratamiento legislativo, y este lenguaje de premura, algunos analistas creen que la propuesta del Libro Blanco es moderada. Los más críticos sostienen que no se altera la relación de fuerzas entre supervisión y regulación; y que la disciplina de mercado (y no impuesta desde el Estado) sigue siendo el correctivo principal del sistema financiero.
Los datos de la economía estadounidense muestran una leve mejoría. Desde el desempleo nuevamente en un dígito, hasta la modesta reactivación del nivel de actividad económica. Pero los alcances de la reforma de Obama son como un remedio de largo plazo: falta mucho para saber cuánta efectividad tendrá.
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