Protagonizaron las movilizaciones por el matrimonio igualitario y la ley de medios. Dirigen luchas estudiantiles y pelean en los territorios de la pobreza. El regreso a las fábricas y al sindicalismo. Por qué se alejan de la nostalgia de los setenta y cómo es la nueva militancia. Escriben: J.P. Feinmann y J. Natanson.
Por Carlos Romero
Junto con el remate de las empresas del Estado y la entrega de la cosa pública, dos fenómenos que luego pudieron ser descriptos a través de sus efectos económicos, la década del ’90 también significó para la Argentina un desguace más profundo. Lo sucedido no se aprecia en la merma del Producto Bruto Interno ni en la tasa de desocupación, aunque se trate de fenómenos ligados. Pero eso mismo que el menemismo hizo con los activos del Estado, lo hizo también con el concepto y la práctica política: las vació.
Los noventistas profundizarían así un proceso que había comenzado con la dictadura y llevaron las anestesias del nihilismo a una política criolla que hasta entonces había estado definida por la lucha y la resistencia.
En el fondo, a eso se refería el ex presidente Carlos Menem cuando repetía la frase ahuecada de que “la política es el arte de lo posible”. Exactamente lo contrario a aquello que por diciembre de 1964 escribía John William Cooke en sus Apuntes para la militancia: “Lo primero que procuramos demostrar (...) es que la teoría política no es una ciencia enigmática cuya jerarquía cabalística manejan unos pocos iniciados, sino un instrumento de las masas para desatar la tremenda potencia contenida en ellas. No les llega como un conjunto de mandamientos dictados desde las alturas, sino por un proceso de su propia conciencia hacia la comprensión del mundo que han de transformar”.
Aplicando estos preceptos pero a la inversa, lo primero que sobrevino con el ascenso del menemismo fue el descrédito de la política y sus potencialidades como herramienta de transformación. Luego, corrupción, desilusión y traición mediante, vino su confinamiento al mundo de las abstracciones –“el arte de lo posible”–, al de una técnica específica, reservada para profesionales de saco y corbata, o se volvió, directamente, un término de significado negativo.
En sus diez años implacables los ’90 lograron hundir en el barro el aura que la militancia había logrado preservar de la maquinaria terrorista de la dictadura y de la frustración vivida tras la primavera –o el fin de semana soleado, según quién opine– vivido en los dos primeros años del alfonsinismo. Lejos había quedado aquella generación de la que hablaba Agustín Tosco en tiempos del Cordobazo, cuando se refería a una juventud que “recorre un glorioso camino hacia un nuevo futuro, hacia la nueva sociedad del hombre nuevo liberado” (...).
(La nota completa, en la edición impresa)
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