Bolivia en el tablero de ajedrez


La situación en Bolivia presenta una encrucijada clave para el futuro de las democracias sudamericanas. Se clausuraría una experiencia interesantísima de creatividad política en la región, el intento de democratizar una sociedad profundamente desigual, de combinar unidad y multiculturalismo, de incluir a una vasta población indígena excluida desde tiempos inmemoriales, de solucionar la pobreza más terrible del subcontinente.

Hace un tiempo escribí sobre la recurrencia de las crisis presidenciales en la región en los últimos treinta años, y los efectos que la habituación a estas crisis genera en el sistema político. (Por si alguien tiene dudas sobre este concepto, dejo referencia a algunos papers sobre el tema: uno de Aníbal Pérez Liñán, de la Universidad de Pittsburgh, otro de Ana María Mustapic, de UTDT, y otro de María Matilde Ollier de UNSAM.)
Un dato interesante es que la crisis del gobierno de Evo parece ser puramente política. La crisis del gobierno de De la Rua, o la de Alfonsín antes, tuvieron muy fuertes componentes económicos, mientras que en el caso de Bolivia, la cuestión pareciera ser solamente política. Además, se da en en un contexto en el cual el gobierno de Morales no sólo no ha tenido una pérdida de legitimidad electoral (como le sucedió a De La Rua en octubre del 2001) sino que inclusive ha aumentado su caudal de votos en el último plebiscito, como bien da cuenta Santiago O’Donnell en el Página 12 de ayer.
Si cae el gobierno de Evo, se abre un panorama temible para el avance y la profundización democrática en la región. Porque en el caso de Evo, su caída no estaría causada por su fracaso, sino por su éxito. El gobierno de Evo ha sido hasta ahora, dice Fernando Mayorga, politólogo boliviano, radical en su lenguaje y sumamente moderado y racional en sus acciones. Ha llevado adelante una nacionalización de los recursos hidrocarburíferos ajustada a un marco legal, ha negociado con los países vecinos, ha buscado democratizar el sistema político. (Mayorga cuenta que los prefectos regionales son ahora elegidos, mientras que antes eran nombrados por el presidente. El cambio de una forma a la otra fue promovido por Evo.)
El gobierno también está buscando ampliar la esfera de injerencia del estado. El otro día veía en Canal 7 una entrevista a un académico que hacía una encendida defensa del gobierno de Evo Morales, en términos de su impacto en la disminución de la pobreza y la reducción de la desigualdad. Este analista decía que por primera vez en la historia de Bolivia se estaban viendo políticas públicas que impactaban en la tremenda pobreza del país, como el subsidio a los ancianos, las campañas de alfabetización y la inversión en salud pública, y advertía lo tremendo que sería la reversión de las mismas. Lo interesante es que quien lo decía era Bernardo Kliksberg, asesor del BID, el PNUD y la OEA, que no es de ninguna manera alguien a quien pueda acusarse de izquierdismo irreflexivo.
Evo ha ganado no una sino dos elecciones populares, y sin embargo, a pesar esto, o por esto mismo, su oposición es absolutamente salvaje y antipolítica, y ahora incluye milicias armadas, sabotaje, y asesinato. Por suerte, los restantes gobiernos de Sudamérica parecen haber advertido que, si cae el gobierno de Evo, esto legitimaría la idea de que es preferible la acción directa a la acción política, y que esta es una señal que no puede darse.
Un último apunte: en este momento, si Chávez no existiera, Sudamérica tendría que inventarlo. ¿Por qué? Porque los restantes gobiernos, Lula, Bachelet, Cristina Fernández, lo necesitan haciendo de policía malo. La presencia de Chávez en un extremo permite la acción de Lula o Bachelet “por el medio”, digamos, ofreciendose para mediar entre el gobierno de Evo y los “softliners” (si es que existen) de la oposición crucense. Las negociaciones políticas de este tipo se dan, en general, (decía O’Donnell, no Santiago, sino Guillermo, en su libro sobre las transiciones) como un tablero de ajedrez en donde hay jugadores “duros” y “blandos” en ambos bandos. Los softliners deben negociar entre sí y son los actores centrales en cualquier compromiso, pero la presencia los hardliners (los duros, los que asustan) genera un incentivo para que a los blandos les convenga negociar.
Los sectores de la oposición boliviana, y también eventuales gobiernos extranjeros interesados en que caiga el gobierno de Evo, deben saber que su caída puede tener consecuencias peores para ellos que una negociación en este momento (si no, no negociarán y seguirán apostando a derrumbar el gobierno.) Esto es obvio. Lo hayan arreglado de manera explícita o no, Chávez juega de duro, y Lula, Cristina y Bachelet de blandos. Esperemos que del otro lado haya algún softliner que quiera sentarse a conversar.

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