La economía argentina enfrenta un escenario de alta complejidad, caracterizado por una presión cambiaria constante, inconsistencias macroeconómicas y un modelo económico que revive dinámicas cíclicas del pasado.
El gobierno de Javier Milei intenta sostener el esquema actual con estrategias que, aunque prometen resultados inmediatos, plantean dudas profundas sobre su sostenibilidad a mediano y largo plazo.
Restricción externa y deuda
El 2025 se presenta como un año crítico para el modelo económico de Milei y su equipo. Las necesidades de divisas para afrontar vencimientos de deuda ascienden a unos USD 20.600 millones, distribuidos entre bonistas, el FMI y organismos multilaterales. Además, el crecimiento económico proyectado por el oficialismo generaría una mayor demanda de importaciones, estimada entre USD 84.000 millones y USD 91.000 millones, según escenarios de crecimiento moderado o optimista. Este panorama resalta la dependencia de las exportaciones primarias y el financiamiento externo como pilares del esquema actual.
La estrategia liderada por Luis Caputo, Santiago Bausili y el propio Milei incluye el uso del Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), exportaciones del agro y energía, y un eventual nuevo acuerdo con el FMI. Este último, según fuentes cercanas al gobierno, dependería de una intervención política de Donald Trump tras su regreso al poder. Sin embargo, las condiciones actuales distan de las de 2018, cuando Argentina negoció su último gran acuerdo con el organismo. La deuda acumulada, sumada a la falta de apoyo directo de actores clave como Mauricio Claver-Carone, reduce las posibilidades de éxito de esta apuesta.
Presión cambiaría y vulnerabilidad estructural
La reciente escalada del dólar blue, que superó los 1200 pesos en apenas cuatro días, evidenció la fragilidad del sistema. La intervención del Banco Central en el mercado financiero logró contener la brecha cambiaría temporalmente, pero al costo de incrementar la exposición de las reservas netas, pese a lo cual las reservas continúan siendo negativas. Este tipo de maniobras, aunque efectivas a corto plazo, profundizan las dudas sobre la sostenibilidad del esquema.
Además, la presión sobre el tipo de cambio tiene raíces en factores como la caída del precio de la soja, la devaluación del real brasileño y el creciente stock de deuda en pesos. Estas vulnerabilidades recuerdan las dinámicas que llevaron a la crisis de las Lebac en 2018, con el agravante de que los pagos de deuda en el primer semestre de 2025 generan incertidumbre adicional.
Un modelo económico insostenible
El gobierno enfrenta críticas por la contradicción entre su discurso de libre mercado y las intervenciones activas en el mercado de cambios. La reciente legalización de USD 22.000 millones mediante un blanqueo de capitales, que incluye fondos de dudoso origen, reeditó prácticas de “carry trade” similares a las de la tablita devaluatoria de Martínez de Hoz. Este esquema fomenta la entrada de capitales especulativos, pero también enfrenta una salida limitada, lo que inevitablemente conduce a crisis recurrentes.
La economía argentina ha atravesado ciclos similares desde 1976, caracterizados por la fuga de capitales y un empobrecimiento estructural de amplios sectores de la población. Ni los ingresos de Vaca Muerta ni los provenientes del agro logran revertir esta dinámica, ya que también terminan fugándose hacia paraísos fiscales. El resultado es un país cada vez más dependiente de bienes primarios y expuesto a los vaivenes del mercado internacional.
¿A costa de qué?
El esquema económico de Milei y Caputo permite cerrar precariamente las cifras en el corto plazo, pero plantea costos elevados para el futuro. La dependencia del endeudamiento externo, la fragilidad cambiaria y la desindustrialización configuran un modelo que prioriza beneficios inmediatos para una élite financiera, mientras sacrifica el bienestar de la mayoría.
El desafío no es solo conseguir los dólares necesarios para sostener el tipo de cambio, sino también evitar que el costo sea un país más desigual y vulnerable. Frente a este panorama, el debate económico debe centrarse en construir un modelo que privilegie el crecimiento sostenible, la inclusión social y la soberanía económica.
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