La nueva frontera energetica
El descubrimiento de inmensas reservas de hidrocarburos no convencionales y la aplicación de nuevas tecnologías de perforación abren perspectivas inéditas y polémicas en el mercado mundial de la energía.
A fines de 2012, un eufórico broker de Wall Street, abocado a las operaciones financieras de riesgo para el sector petrolero, exclamaba excitado: “Muy pronto le patearemos el culo a la OPEP” . No era para menos, la irrupción de las nuevas estrellas del firmamento energético, el shale oil (o tight oil) y el shale gas, los hidrocarburos de esquisto, aparecía como la panacea que iba a resolver en un futuro no muy lejano los graves problemas de la balanza energética norteamericana que con el petróleo a US$ 78 dólares el barril había pagado ese año la friolera de US$ 260.000 millones en concepto de importación de energía. Con las fuentes tradicionales de hidrocarburos aproximándose rápidamente al llamado “peak oil” o punto en el que se considera que un pozo ya no puede seguir siendo explotado geológica y económicamente, la constatación de la existencia de reservas no tradicionales diseminadas no sólo en Estados Unidos sino en varios lugares del mundo, detonando un proceso de rápido crecimiento de la producción de gas y petróleo a precios con tendencia a la baja, especialmente en el caso del gas, fue música celestial para los oídos de la industria y las finanzas. Las estimaciones de la Agencia Internacional de Energia para USA proyectaban a veinte años un nivel de producción de 14 millones de barriles de petróleo por día (un 15 % de la producción mundial) lo que redundaría en una reducción del precio del barril entre un 30 y un 40 %, con el consiguiente beneficio para la balanza comercial y consecuentemente para la evolución de la economía doméstica. De concretarse este pronóstico, el optimismo de nuestro broker estaría justificado: los países productores nucleados en la OPEP y Rusia serían los grandes perdedores en términos de su ingreso nacional, reduciría la dependencia occidental de esos proveedores y cambiaría consecuentemente algunos parámetros del equilibrio geopolítico.Los números del boom. Estados Unidos es el país que ha hecho punta con respecto a la explotación de este recurso no renovable y una vasta maquinaria de empresas petroleras, de servicios técnicos y consultoría, de transporte y comercialización, se puso en marcha bajo la atenta mirada de Wall Street donde las acciones vinculadas a la actividad gasífera y petrolera comenzaron a escalar posiciones con rendimientos inesperados en las rondas de negociación bursátiles. Gigantes como Chevron, Shell, Norway State Oil, Apache, BP y Abraxas, entre otros, se lanzaron a perforar pozos mediante el método de fractura hidráulica (fracking) con un ritmo digno de la fiebre del oro negro a principios del siglo XX. Los estados de Dakota del Norte, Colorado, Texas y California fueron el blanco predilecto, a tal punto que a la fecha se estima que ya hay un millón de pozos en Estados Unidos, sobre un total mundial de poco más de dos millones.
Según fuentes de la US Energy Information and Administration y de la Energy Information Agency citadas por el Oil & Gas Journal de diciembre de 2012, las reservas de shale gas y petróleo técnicamente aprovechables (technically recoverable) en el mundo se distribuían de la siguiente manera: 345.000 millones de barriles de petróleo y 7.300 billones de pies cúbicos de gas. Estas cifras representan el 10% y el 32% del total de las reservas hidrocarburíferas mundiales.
En cuanto a la distribución por cuencas (basins) en cada país, las reservas mencionadas de shale corresponden, en miles de millones de barriles de petróleo, a Rusia con 78, Estados Unidos con 58, China, con 32, Argentina con 27, Libia con 26, Australia con 18 y Venezuela, México, Pakistán y Canadá con cifras menores. En materia de shale gas las posiciones varían significativamente, en billones de pies cúbicos de gas, aparecen China con 1.115, Argentina con 802, Argelia con 707, Estados Unidos con 665, Canadá con 573, seguidos por México, Australia, Sudáfrica, Rusia y Brasil con cantidades decrecientes.
La abundancia de este recurso en Estados Unidos y su rápida puesta en producción a costos relativamente bajos (entre US$ 6 y 10 millones por pozo) ha revolucionado la producción de petróleo y gas, a tal punto que representó en 2012 el 29% del total de la producción de crudo y el 40% del total de la producción de gas de ese país. No obstante, los expertos de la industria advierten que la productividad real de las reservas depende mucho de las condiciones geológicas reales y la conformación de las superficies a explotar, lo que significa que las reservas técnicamente aptas no necesariamente son económicamente viables en lo inmediato. Por ello es necesario considerar las estimaciones de reservas como inciertas (highly uncertain) hasta que sean testeadas extensivamente mediante la puesta en marcha de pozos de producción. Las diferencias en rendimiento y/o estructuras de costos, por pequeñas que puedan ser, implican la posibilidad de que un recurso teórico no sea rentable en un contexto de mercado en el que los precios no cubran el esfuerzo de producción. Tecnología y medio ambiente. El boom del petróleo y el gas de esquisto es inseparable de una técnica de extracción que si bien no es nueva (surgió hacia 1949) y ya se había aplicado en la recuperación secundaria de pozos tradicionales, cobra un protagonismo fundamental debido a la especificidad geológica de la ubicación del recurso. Hasta ahora, el petróleo y el gas se extraía de grandes lagos subterráneos a los que se accedía mediante una perforación vertical que llegaba al yacimiento (a veces a miles de metros de profundidad) y mediante bombas de succión llevaba los hidrocarburos a la superficie donde se almacenaba en tanques o se lo transportaba en gasoductos y oleoductos. Con el descubrimiento de los hidrocarburos de esquisto que están “embebidos” en rocas metamórficas porosas se hizo necesario acudir a una nueva forma de extracción: la fractura hidráulica (fracking) que consiste básicamente en una perforación vertical que a determinada profundidad (que puede sobrepasar los 2 mil metros) en la que se encuentra el esquisto, se transforma en una perforación horizontal por la cual se inyectan enormes cantidades de agua a presión (entre 15 y 30 millones de litros por pozo), arena y decenas de toneladas de productos químicos. Las presiones inducidas en las tuberías que transportan estos elementos se trasladan a la roca que es fracturada (fracked), liberando el petróleo y/o el gas que se lleva a la superficie junto con la mezcla residual (flowback). Luego de la separación de los hidrocarburos y su entubamiento o almacenamiento, se debe procesar el desecho con métodos adecuados para evitar la contaminación ambiental. Esta necesidad hizo surgir un mercado secundario de servicios de “limpieza ambiental” aprovechado por grandes empresas como Schlumberger, Halliburton, Ecolab, etcétera, que a su rol de consultores u operadores de la industria petrolera suman otro ítem a su diversificada operación tecnológica.
La generación de pasivos ambientales –por mala praxis o por causas sistémicas inherentes al método usado– es uno de los aspectos controversiales de la explotación de los recursos hidrocarburíferos no tradicionales. Principalmente en Estados Unidos, decenas de organizaciones de defensa del medio ambiente, personalidades de la cultura, científicos y líderes políticos, vienen expresando –con fundamentos teóricos, documentación audiovisual y estudios de campo– su condena al método del fracking por las eventuales consecuencias negativas sobre los sistemas ecológicos, la salud y la vida humana y animal. El uso masivo de agua, la inyección de sustancias químicas (muchas de ellas desconocidas amparadas en el secreto industrial) potencialmente cancerígenas o tóxicas, la infiltración de napas subterráneas, la liberación de gas metano o su infiltración en el agua potable, el aumento exponencial de movimientos vehiculares en las zonas de explotación, la liberación de dióxido de sílice a la atmósfera y otros inconvenientes son señalados como factores que los Estados deberían controlar severamente a fin de minimizar su impacto ambiental y no generar pasivos a futuro que suelen no ser reconocidos ni indemnizados cuando las empresas finalizan su operación. ¿Solidez o burbuja? Más allá de los cuestionamientos ambientales, en círculos académicos y en institutos vinculados a la investigación de mercados y análisis macroeconómicos internacionales han surgido voces que cuestionan la solidez a largo plazo del fenómeno shale. No dudan incluso en afirmar que el desarrollo actual de las actividades industriales y bursátiles ligadas a esta nueva explotación de recursos naturales tiene características similares al de las “burbujas” del auge de las punto.com y más recientemente del desastroso hundimiento del negocio inmobiliario e hipotecario en Estados Unidos que se extendió por el mundo financiero como una mancha de aceite sobre el agua. Geólogos y analistas financieros dedicados a estudiar la dinámica de la industria petrolera mundial han expresado sus dudas sobre la sustentabilidad a largo plazo de la explotación no tradicional. Un estudio que relevó 60.000 pozos de fracking de distintas compañías en varias zonas de Estados Unidos y las operaciones financieras conexas concluyó que si bien en lo inmediato la producción y las ganancias se incrementaban, en el largo plazo la rápida declinación de la vida media de un pozo de shale (entre 6 y 8 años) hacía necesaria la multiplicación geométrica de nuevos pozos, lo que llevaría a una situación financiera y ecológicamente insostenible. No sería menor el papel jugado por Wall Street, que a través de sus movimientos de fusiones, adquisiciones, transacciones financieras y juegos especulativos potenció financieramente el desarrollo del presente boom.
Para los países como Argentina, que no son actores globales pero cuentan con una base geológica técnica y económicamente aprovechable en lo inmediato, el desafío del shale implica la posibilidad de relanzar su economía, mejorar su seguridad energética (apuntando al autoabastecimiento) y obtener márgenes mayores de independencia estratégica regional. No obstante, tanto los aspectos ambientales como la permanente evaluación de la realidad económica global deben ser tenidos muy en cuenta en razón de que los eventuales cambios en el mercado mundial del petróleo pueden tener un impacto significativo no sólo en la cadena de valor energético sino en toda la econom
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