La economía cotidiana de los pobres.

El dinero y los pobres, sospechados- Fuente de corrupción, puerta a la degradación moral, ácido que corroe la vida social: esa negatividad predomina en las miradas sobre la moneda, más aún cuando se la ubica entre los pobres. El dinero es mendigado, robado o cobrado por mercaderías robadas o por tráfico de drogas, recibido de punteros o en planes sociales que eliminan la dignidad del trabajo… etc., etc., etc. La marginación, desde las ciencias sociales y el arte El mismo tema que Ariel Wilkis trata desde la sociología –la sospecha sobre los pobres y sobre el dinero– aparece en la obra de Yoska Lázaro y el Grupo TeatroATresVelas, Vago. Ambientada en un barrio precario del Conurbano a finales de los ’90, la obra presenta a un grupo de personas expulsadas y atrapadas en la marginación y la incertidumbre. Miradas al Sur pidió a Wilkis, a Gabriela Cabezón Cámara (autora de la novela La Virgen cabeza, que aborda los mismos problemas desde la ficción en una historia de amor) y a Lázaro que hablaran sobre los cruces de enfoques. “Quisimos compartir la epopeya de quien es un mito viviente” John Naranjo es un diseñador gráfico que está en la producción de libros desde hace 20 años. Con su esposa, Carolina Rey, hace tres años creó Rey+Naranjo Editores, una editorial con sede en Bogotá que ahora asoma al conocimiento global con el cómic de García Marquez. “Me imagino que este cómic va a dar pie para que los argentinos hagan su Borges. O los mexicanos a sus autores”, dice. Como fanático de Gabriel García Márquez, no sorprende que haya echado a andar el proyecto de Gabo: memorias de una vida mágica. Corrupción, plaga política La política brasileña siempre se alimentó del dinero de la corrupción. No todos los políticos. Muchos son íntegros, tienen vergüenza en la cara y sinceridad en el bolsillo. Pero las campañas son caras, el candidato no dispone de recursos o evita reducir su economía, y los intereses privados en la inversión pública son voraces… De ese modo se teje la trampa. El candidato promete, por debajo de la mesa, facilitar negocios privados a la par de la administración pública… y como por arte de magia aparecen los recursos para la campaña. Otro grupo de tareas Roberto Andrada es un trabajador que, desde siempre, vive en Villa Gesell. Nunca sospechó que en su ciudad le podría pasar lo que le pasó. La noche del 17 de febrero, mientras se bañaba luego de una jornada de trabajo, oyó que llamaban a la puerta. Apenas tuvo tiempo para la sorpresa de ver a dos policías uniformados (una mujer y un hombre). “Me empujaron hacia adentro y me empezaron a pegar, me pedían dos mil pesos y el celular”, dice Andrada. Una vez que lo ataron, cuenta, el policía sacó su arma reglamentaria y procedió a un simulacro de fusilamiento. La reforma financiera de Obama Luego de un año de debate la Cámara de Representantes aprobó la versión final de la mayor reforma de Wall Street en más de 80 años. Obama instó al Senado a que la apruebe rápidamente y se la envíe para que pueda sancionar la ley la semana entrante. La reforma está diseñada para evitar repetir la crisis financiera del 2008, que desató la peor recesión del país desde la Gran Depresión Existe la falsa creencia de que el dinero es tema para quien lo posee. El director de la carrera de Sociología de la Unsam la desmiente. Su trabajo muestra cómo las circulaciones llamadas marginales generan riqueza colectiva, conflictos y sueños en las barriadas humildes. No veo mi ganancia”, dice Mary en voz alta para que la escuchen sus nietos. Ellos revolotean alrededor del refrigerador de tergopol que transporta los helados que elaboró con un polvo sintético que consiguió en el almacén de la villa. Se enoja y sonríe a la vez al ver cómo los helados desaparecen en las manos de sus nietos. Esta mujer de 58 años vive hace veinticinco en Villa Olimpia. Su casa actual, menos precaria que la anterior, presenta igualmente un sinfín de problemas por la falta de agua corriente, de cloacas y de un techo que evite las filtraciones. Llegó desde el Paraguay al Oeste del Gran Buenos Aires junto a sus cuatro hijos. La esperaban dos hermanos, ya instalados en Villa Olimpia, quienes trabajaban como albañiles. Como tantas otras familias, los establecidos y los recién llegados a la periferia relegada de la ciudad de Buenos Aires integraban un movimiento migratorio que crecía a la par de las esperanzas de encontrar una vida mejor en el país vecino. Al abandonar la pieza que le prestó uno de sus hermanos, sintió que sus anhelos se concretaban: el sueño de la casita propia parecía posible. Pero nada fue fácil. Para comprar su terreno, Mary le pidió una ayuda a su hermano menor. Este dinero prestado quedaría grabado en su memoria y en su dolor porque nunca logró devolver el préstamo. A veinte años de aquel episodio, no puede perdonar cuando alguien de su familia le reclama esa deuda, originada por su condición de inmigrante, mujer, madre soltera y pobre. Cada noche antes de dormir, Mary hace sumas y restas. En esos pequeños montos de dinero, en esos cálculos de escala minúscula, concentra su deseo y su imaginación para mejorar un presupuesto que permanece en déficit permanente. Mary imagina nuevas fuentes de ganancias. Piensa visitar la feria de La Salada para comprar ropa a precios módicos y luego revenderla. Muchos vecinos de la villa prefieren quedarse en sus casas antes que trasladarse al mercado popular gigantesco que se despliega sobre la vera del río más contaminado de la región. Ella replica un modelo de negocio que realizan muchas otras mujeres, que ganan su dinero mediante la intermediación entre los consumidores y los vendedores de las ferias populares. Estas mujeres forman un eslabón más en las redes de comercialización de mercancías que provienen de China, Brasil, Paraguay, o de los talleres de costura que inundan la periferia de la Ciudad de Buenos Aires. También imagina cómo aumentar ese dinero ganado mejorando su venta de bebidas y alimentos, todos los fines de semana, en la cancha de fútbol de la villa, el lugar y el momento de mayor efervescencia. El deporte se mezcla con las apuestas de dinero y el consumo de bebidas y comidas. Mary se ha ganado el respeto suficiente para que nadie invada su lugar en el estadio, un respeto que alcanza incluso para que medie cuando los equipos rivales dejan de lado el balón y regulan sus pasiones a golpes de puño. (...) No siempre hace falta salir a buscar las oportunidades: a veces llegan hasta la puerta de la casa de Mary. Cada tanto, la visitan unos jóvenes del barrio que le ofrecen objetos robados. Para Mary es una ocasión para equiparse con teléfonos celulares, televisores nuevos, reproductores de DVD. O puede, a su vez, revender los bienes robados entre sus vecinos. Presta atención: espera que los jóvenes pasen presurosos, como si transportaran algo que les quema las manos, y le digan: “Doña, ¿quiere…?”. Estos muchachos se parecen a sus hijos mayores. No sólo por la edad. Cuando sus hijos llegan del frigorífico donde trabajan, sacan de un bolso unos cuantos kilos de carne. Antes de cambiarse la ropa manchada de sangre, preparan varios paquetes pequeños con fracciones; poco tardan en llegar los clientes, que negocian la cantidad dinero que pagarán por cada envoltorio. El dinero y la carne se intercambian bajo la mirada atenta de Mary. Una vez finalizadas las ventas, les pide a sus hijos una parte de lo recaudado. “Ellos saben que me tienen que dar el dinero, ¡yo pongo también!”, me dice en guaraní primero, y luego lo traduce al español. Mary aplica este principio al dinero que proviene de la venta de carne robada y a todos los ingresos de sus hijos. Para ella, la fuerza y unidad de su familia descansa en este principio de equidad distributiva. El dinero, piensa y siente Mary, debe ser cuidado; sólo así se cuida a la familia. La memoria del dinero que marcó la historia con su hermano pauta estos valores que quiere transmitirles a sus hijos. Sus hijos son, además, su sostén. Mary está enferma, tiene un tumor desde hace algunos años. A veces el mal se hace sentir, y mucho: en esos momentos debe dar un paso al costado y descansar. Sus hijos la ayudan y la acompañan. Los vecinos saben que cuando Mary no visita sus casas junto a Luis Salcedo, el líder político de la villa, es porque su salud se lo impide. Ella recibe un sueldo por su trabajo de militante, “un sueldo político”, aclara. Este dinero militado tiene dos tiempos: la expectativa de recibirlo es constante, el monto y el día del pago varían. Mary hace su trabajo (visita las casas de sus vecinos, les resuelve problemas en nombre de Salcedo, los invita a algún acto o movilización al centro de la Ciudad de Buenos Aires y aguarda. La espera del dinero también pauta sus sentimientos. Cuando se prolonga mucho, Mary se enoja con Salcedo y por unos días evita encontrarse cara a cara con él. Cuando se encuentra “deprimida”, como ella dice, se acerca a conversar con el cura de la villa. Los problemas materiales con Salcedo tocan sus emociones, y siente que del sacerdote recibe contención, que hablar con él le hace bien. “Decile que te pague”, le aconseja el párroco desde el lugar de quien sabe cómo administrar el dinero en un contexto que mezcla necesidades materiales, cuestiones políticas y afectos. Las donaciones monetarias llegan a su parroquia como un gesto de solidaridad con su obra: las empresas de la zona o algún político en ascenso proveen el dinero donado. Algunas personas cobran por hacer tareas de limpieza, pero las mujeres del barrio más próximas al párroco no reciben nada, son “voluntarias”: ellas encarnan el dinero sacrificado. Mary aguarda y renueva sus esperanzas. Las madres de sus nietos han empezado a cobrar las becas de ayuda escolar del Gobierno; su hijo menor ha ingresado a un plan social para trabajar en una cooperativa de construcción: he ahí buenas señales. Ahora falta que sus hijos mayores obtengan la ciudadanía argentina y puedan conseguir un empleo en la Municipalidad, con “un salario de verdad”. Difícilmente se podría narrar la vida cotidiana de Mary y su familia si dejamos de lado la relación que mantiene con el dinero. ¿Cómo comprenderíamos muchos de sus sufrimientos, sus angustias, sus imaginaciones, sus esperanzas? Al excluir el dinero de la narración, una porción del mundo de los sentimientos y afectos de Mary quedaría oculta y silenciada. (…) Mary y su familia nos muestran la primera evidencia de la tesis que defiende este libro: el dinero ocupa un lugar central en la vida personal y colectiva de las clases populares. Esa afirmación desafía las interpretaciones habituales sobre el papel del dinero en el mundo popular. La literatura, el periodismo, la sociología y la historia suelen exponer dos posiciones: o bien el dinero está excluido de la vida popular o bien se lo tiene en cuenta para exhibirlo como símbolo de degradación moral. Ambos posiciones remiten a la misma concepción. (…) Se comprende, por lo tanto, que las sospechas sobre el dinero hayan delineado una forma de interpretarlo. Mi propuesta parte de la tensión entre la perspectiva de la sospecha y la realidad concreta del dinero en la vida personal y colectiva de personas como Mary. Mientras que la primera es parcial, ya que sólo subraya una dimensión del dinero, la segunda es total: con y por él se conectan cada una de las dimensiones de esas vidas, en intensidades variable. Desde esta perspectiva, el dinero resulta tan central como lo son las piezas en el armado de un rompecabezas. Así como éstas son múltiples, también lo son los significados y usos del dinero en la vida social. Lo sistematizó de manera ejemplar Viviana Zelizer en The Social Meaning of Money (1994). Algunas de estas piezas surgen en el relato de Mary, pero en la vida social hay muchas otras: existe el dinero prestado, el donado, el militado, el sacrificado, el cuidado y el ganado. Sin estas diferentes piezas de dinero no se arma el rompecabezas de la vida personal y colectiva. El dinero sospechado dejaría este tablero incompleto. Aunque se trata de una pieza que sólo muestra la degradación, la corrupción o el individualismo, vimos en relación a Mary y su familia que el dinero conecta a las personas a través de elementos similarmente subjetivos: esperanzas, afectos, deseos, respeto, orgullo, odios y conflictos.Latinoamérica: un laboratorio del dinero. Acostumbrados a observar la globalización de bienes y personas de las clases más acomodadas, perdemos de vista cómo los mercados populares no sólo representan los signos del atraso económico –informalidad, pobreza, marginalidad– sino también los de una economía popular globalizada (Lins Ribeiro, 2012). Estos mercados constituyen nodos de la circulación mundial de mercancías. Los flujos de dinero que ellas mueven construyen un paisaje nuevo del mundo subalterno, que vibra al ritmo de las ganancias y el consumo. En el D.F. mexicano, en La Paz o en el Gran Buenos Aires, los mercados populares están repletos de mercancías y de dinero que se funden con los sueños y las esperanzas de las miles de personas que transitan por sus calles y sus puestos precarios. En mercados como Tepito, El Alto o La Salada, se respira una misma atmósfera, impregnada de las expectativas de ganar y de gastar dinero. Personas como Mary, que piensan y sienten al ritmo de quienes están buscando su ganancia, respiran este aire. Mary anhela comprar una heladera con la tarjeta de crédito que le prestará su comadre. Este deseo señala del lugar que ocupan las grandes cadenas de comercios, los bancos, las agencias financieras y las compañías de tarjetas en la realidad material y simbólica de las clases populares latinoamericanas. Encontramos que estas instituciones del capitalismo financiero llevan su oferta de dinero prestado hasta las periferias de las grandes ciudades: se establecen en las cercanías de los barrios marginales e, incluso, ingresan a ellos. Las tarjetas de crédito ya no portan su tradicional signo distintivo de clase: se han vuelto plebeyas. En manos de trabajadores informales, de cuentapropistas, de beneficiarios de planes sociales, de jóvenes de las barriadas se han convertido en un pasaporte al consumo. Las prácticas financieras (obtener préstamos formales o informales, endeudarse o sobreendeudarse) configuran la palanca que mueve el consumo popular, cuya intensidad económica quedaría inexplicada sin tomar esa financiarización. Tanto Mary como sus hijos y las madres de sus nietos han recibido dinero de origen estatal mediante programas sociales. Sus historias de esperas y esperanzas sobre este dinero se confunden con las de otras familias de la región. Los Estados latinoamericanos han asumido un paradigma idéntico de intervención social: poner dinero en las manos de los pobres. El Plan Bolsa de Familia (Brasil), los Bonos Juanito Pinto (Bolivia), el Programa Tekoporá (Paraguay), el Programa Familias en Acción (Colombia), el Programa Oportunidades (México), el Programa Juntos (Perú) y el Bono de Desarrollo Humano (Ecuador) son variaciones locales de un proceso monetario transnacional. El dinero llega a las familias mediante el Estado bajo planes diseñados por expertos de organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Banco Mundial. El clientelismo político se ha instalado como una imagen poderosa sobre la relación de las clases populares con la política y también con el dinero. La relación de Mary con Salcedo se puede interpretar bajo esta etiqueta deformante: el sueldo político que recibe, produce escándalo y pavor entre cientistas sociales, periodistas y activistas de ONG anticorrupción. La misma indignación que condena la degradación política entre los habitantes de las favelas (Brasil), los pueblos jóvenes (Perú), las Callampas (Chile) o los cantegriles (Uruguay). Si se deja de lado esta indignación, un hecho asoma crucial para los regímenes democráticos de la región: la presencia creciente del dinero en la política. Cabría plantear una hipótesis sugestiva que la perspectiva del clientelismo oscurece: los regímenes democráticos se han desplegado a la par que la política popular se ha monetizado. Para decirlo rápidamente: más democracia ha significado más dinero en la política e incluso, o sobre todo, en la vida política popular. (…) El dinero circula en relaciones mercantiles, políticas, religiosas, familiares, amorosas, ilícitas y lúdicas. También se asocia a procesos transnacionales como la globalización de mercancías, la financiarización o los programas de transferencia monetaria que transforman el paisaje de la vida popular. Al calor de estas circulaciones monetarias locales y transnacionales, recientes y tradicionales, mercantiles y afectivas, que se mezclan, el dinero adquiere una nueva centralidad en la vida popular. El dinero está en todos lados. Todas las dimensiones de la vida personal y social de las personas se conectan con y por el dinero que resulta –para emplear un concepto muy caro al pensamiento de Marcel Mauss– un hecho social total. Este libro invita a pensar este nuevo papel del dinero que ha convertido a la vida popular en un laboratorio, que ayuda a comprenderlo mucho mejor incluso fuera de ella. Sin embargo, nos hallamos aún lejos de captar la ramificación del dinero por cada rincón de la vida social. Entre las realidades y el pensamiento del dinero se alza un desacuerdo de intensidades: mientras que las primeras son múltiples y heterogéneas, el segundo es monocorde y gira en torno de una misma melodía: la sospecha.Las palabras de la sospecha. (...) En un artículo que publicó en 2011 en la revista venezolana Nueva sociedad, Gonzalo Garcés sacaba a la luz una estructura narrativa recurrente en la literatura latinoamericana: al compararla con la literatura europea y la estadounidense, encontraba que la referencia al dinero era escasa. Veía allí un síntoma claro (y negativo) de la relación de una cultura literaria y un objeto específico. Si el dinero trazaba un capítulo en la literatura fuera de la región (El mercader de Venecia, de William Shakespeare; Rojo y negro de Stendhal; Madame Bovary de Gustave Flaubert; El mercado de Émile Zola; El jugador de Fedor Dostoyevsky, entre otros), en nuestros países era apenas un pie de página. El síntoma se medía no sólo por la cantidad de textos. También era cualitativo o, para decirlo con precisión, narrativo. En las obras mencionadas nunca se cuestionaba el dinero; en cambio, la literatura latinoamericana mostraba otro vínculo. “El Zahir” de Borges ofrece una narrativa embelesada por el dinero. Una aproximación poco frecuente en cultura literaria latinoamericana. Con una contundencia extrema, Borges dice por medio de sus personajes: “Quizás detrás de la moneda esté Dios”. La forma que asoma depende de mitos y creencias; lejos de tornarse indiferente y neutra, el zahir es una moneda de fe. En las páginas del cuento resuena el eco de cierta sociología que pretendió ver que todo poder, incluso el monetario, tiene un origen religioso. Émile Durkheim y varios de sus discípulos (Marcel Mauss, François Simiand) contribuyeron a crear un programa de sociología que descifra el mundo económico por sus componentes religiosos. El sociólogo alemán Georg Simmel, que provenía de una tradición diferente, también compartió esta intuición. Para todos ellos, como para Borges, el dinero no es un dato objetivo sino una cuestión de fe. No obstante, la historia de la literatura y el dinero siguió otro camino. Garcés encuentra que Roberto Arlt, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Roberto Bolaño coinciden en el estupor y la desconfianza frente al hecho monetario. Si para Borges tal vez detrás del dinero estaba Dios, la narrativa posterior sólo ve como trasfondo seguro la desconfianza. A esta conclusión también arribó Esther Whitfield en Cuban Currency (2008), su trabajo sobre los significados del dinero en la literatura cubana de la década del ’90. Esta producción, agrupada bajo la etiqueta del nuevo boom cubano, tomaba el dólar como figura de la corrupción, la disrupción, los juegos de poder y el contacto desigual entre los cubanos y los extranjeros. Entre los textos analizados se encuentra “Money”, de Rolando Menéndez, un cuento que narra la legalización de la moneda estadounidense durante el denominado Período Especial, cuyo curso legal no se acompañó de un curso moral: el dólar siguió circulando bajo la estela de la desconfianza. Sospechosamente. Los personajes de Te di la vida entera, de Zoé Valdés, confunden las palabras dólar y dolor, repara Whitfield. En obras como Los siete locos, El General no tiene quien le escriba, Conversación en la Catedral, 2066,“Money” o Te di la vida entera, el dinero es narrado –de manera paradójica, dada la variedad de estilos y escritores– desde el monorritmo escritural de la decadencia y la corrupción. Siempre asoma el síntoma de la sospecha: no importa si la narración se sitúa en la Buenos Aires de los ’30, el Perú de los ’50, Colombia durante la década del ’60, La Habana durante la del ’90 o en una desfiguración futurista: más allá del tiempo y el lugar, esta narrativa retorna sobre el dinero sospechado. Estas ideas se pueden explorar en otros registros de escritura, además de los de la literatura, como el de las ciencias sociales o la política. Se vería entonces que en los debates que forjaron las ciencias sociales desde las décadas del ’40 y el ’50, los espacios concretos del mundo del dinero y del consumo (ferias, mercados, comercios) consiguieron escasa legitimidad intelectual y política. Para hablar del proceso de constitución de un mundo popular centrado en la clase obrera, la sociología organizó sus preocupaciones en torno de la fábrica o la plaza pública. Las dimensiones políticas y laborales de estos sectores acapararon su atención, una jerarquía que se prolongó con el tiempo, quedando el dinero relegado. En una esquematización exagerada, si en la década del ’80 la filosofía y la sociología política dominaban la agenda de las ciencias sociales, durante los ’90 se produjo una modificación sustantiva hacia los análisis de las consecuencias sociales del neoliberalismo: análisis del mercado de trabajo, de la reestructuración del Estado, aumento de la pobreza, transformación de las políticas sociales, auge del clientelismo y los movimientos sociales. La fortaleza ideológica del discurso antineoliberal exigía la asunción de sus premisas a la hora de construir determinados objetos, y la posición dominante suponía, como principio, la tesis socialmente desintegradora de la economía. (...) El imaginario político de la izquierda latinoamericana se afirma a la idea del dinero sospechado. ¿Se puede criticar al capitalismo y poner en remojo una inclinación o una actitud de aversión al dinero? Desde sus formas nacional-populares, pasando por el marxismo, el maoísmo o las más recientes ideologías de corte autonomista, las izquierdas políticas han alimentado posiciones de rechazo al dinero como camino privilegiado a la crítica anticapitalista. La idea de dinero sospechado funciona como un instrumento de lucha política. Sin embargo, ¿podemos comprender la realidad contemporánea de los usos del dinero entre las clases populares latinoamericanas desde la perspectiva del dinero sospechado? (…) Si el dinero sospechado impone una mirada parcial con valoraciones como la desconfianza, la corrupción o la desintegración, habrá que tomar otro rumbo para captar la realidad total del dinero. Esta vía implica restituir, junto a los usos múltiples del dinero, las valoraciones heterogéneas y contradictorias que pone en juego. Este camino abandona el ritmo monocorde de la sospecha y sitúa en el centro de la vida social de las clases populares la sociología moral del dinero.

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