Jorge Rachid
La sucesión de acontecimientos que afectan al movimiento obrero argentino, hacen que la información sesgada e interesada, tienda a demonizar a los dirigentes gremiales y a establecer binariamente los buenos y los malos, según cánones de la cultura dominante que sigue siendo discriminatoria y elitista. No se mide con la misma vara a las conductas empresariales de prácticas usualmente insolidarias y evasivas en sus responsabilidades tributarias, ni las conductas políticas de quienes no resisten los archivos, frente a la historia reciente.
Entonces lo que debemos analizar, separando la paja del trigo, es el juego de intereses que anida detrás de esta situación que intenta estimular la confrontación entre los sectores del movimiento nacional, como forma de deteriorar su capacidad de maniobra desde el gobierno. Pensemos entonces cuales han sido los intereses afectados por el curso de la política actual, intereses concentrados del poder
económico, histórico de la Argentina que han impedido en forma sistemática el acceso a la distribución de la riqueza y el protagonismo político necesario de la clase trabajadora y los movimientos sociales.
Lo han hecho estos sectores, a través de golpes de estado, corrompiendo, marcando la agenda nacional, por supuesto financiera antes que productiva, endeudando al país, evadiendo impuestos, girando ganancias al exterior. Esos sectores llamados “blancos” cultivados y solemnes, son aquellos que estigmatizan a los “negros”, los trabajadores argentinos, los que producen la riqueza del país, haciéndolos responsables de las siete plagas de Egipto.
La lucha política, aún más en año electoral, tiende a abrir brechas donde los intereses operan, aprovechando y jugando incluso con la buena fe de los protagonistas, ya que a la lucha interna legítima, le agregan la dosis necesaria de confrontación, conspirativa y vociferada por los medios, que permita romper los puentes de los espacios políticos comunes, y donde sólo se pretenden definir protagonismos de poder en lo electoral entre sectores del mismo movimiento. Así acontecen luchas fratricidas estimuladas por el enemigo. Así quieren hacer aparecer como una lucha sin retorno, una disputa por espacios legislativos o por candidaturas que se dan con naturalidad en cualquier proceso político.
Pero la demonización sectorial en especial del movimiento obrero tiene que ver con la crítica profunda, gorila y reaccionaria hacia la acumulación de poder del movimiento obrero o sea es un tema profundamente ideológico y desde el peronismo esencialmente doctrinario.
No hay límites para el agravio, la denostación, la estigmatización y hasta la vendetta pública a través de los medios como conductores de la ofensiva, además de los siempre listos candidatos de la oposición recorriendo esos mismos medios, repitiendo libretos preconcebidos llenos de arcaísmos anti sindicales y tendiendo a implosionar el sistema solidario de salud de las obras sociales que hoy atienden al 51% de la población argentina.
Nuevamente los intereses anidan detrás de la supuesta lucha contra la corrupción, que sin duda que existe, en casos puntuales y que hay que combatirla, como existe entre los empresarios, los políticos, los banqueros, los intelectuales, los almaceneros y cuanto espacio sobrevolemos en el análisis pormenorizado de sus conductas. Sin embargo el sindicalismo es el blanco a eliminar, el obstáculo para la flexibilización laboral y para la acumulación de ganancias sin tener que negociar en paritarias, tolerando el trabajo esclavo y las condiciones inhumanas de explotación. Con un sindicalismo domesticado o atomizado, el mercado vuelve a ser el ordenador de las relaciones socio-laborales y quien fija los patrones de conducta salarial y laboral. Ya lo hemos vivido desgraciadamente en la Argentina reciente.
Sin dudas no entran en los análisis actuales, los programas de lucha de Huerta Grande y La Falda en plena resistencia peronista de los mediados del 50, ni el Frigorífico Lisandro de la Torre y el Plan Conintes de represión con militarización de la clase trabajadora. No entra tampoco la CGT de los Argentinos en cuyo seno desde Rodolfo Walsh a Carpani, desde Puiggrós a Urondo, entrecruzaban la intelectualidad con las luchas obreras en los fines de los años 60. Esa CGT ya unida que estuvo presente en el regreso de Perón al calor del pueblo argentino y que fue capaz de sacudir los cimientos de la derecha reaccionaria que asumió el poder post Perón, expulsando a sus máximos responsables.
La misma clase trabajadora y sindicalismo que combatió la dictadura después de sufrir la persecución, desaparición y muerte de miles de compañeros delegados y secretarios generales. La que hizo paro en el 79 y movilizó en el 82, la que denunció el endeudamiento del país, confrontó con los planes de FMI y el BM, la que se opuso a la flexibilización laboral y al modelo neoliberal cuando el país callaba. Ese movimiento obrero es molesto a los planes financieros internacionales y sus socios locales. Claro que hubo quienes claudicaron antes y ahora, quienes defeccionaron ante el avance corruptor del modelo neoliberal, pero están marcados por la historia en el movimiento obrero, cosa que no ocurre en el resto de los sectores sociales y políticos que bajaron los brazos y entregaron sus sueños al posibilismo globalizador.
Los movimientos sociales fueron los emergentes de la situación de desesperanza de la precarización laboral y el desempleo, los trabajadores a través del MTA y el CTA junto a ellos protagonizaron las mayores luchas contra el modelo financiero y las transnacionalización de la economía, con su secuela de desocupación, diáspora y dolor social. No fueron los empresarios nacionales, ni los intelectuales organizados, ni los políticos de fuste quienes enfrentaron el modelo desde la lucha y el riesgo de perder sus sindicatos por intervención amenazante de un ministerio de Trabajo al servicio de los poderosos. Fue la CGT en la resistencia quien lo hizo acompañada sin lugar a dudas por innumerables sectores de los nombrados pero cargando sobre sus espaldas el peso de la confrontación.
Fueron las obras sociales las que resistieron el avance de las prepagas y el sector financiero sobre la salud de la población que perdió en esa batalla desde la jubilación que se privatizó a la seguridad en el trabajo que se tercerizó. Las AFJP y las ART lo atestiguan en sus concepciones netamente financieras, inhumanas, alejadas de la problemática del hombre y al servicio del capital especulativo. Las víctimas: los trabajadores y sus núcleos familiares.
Cuando el país cambió, cuando el estado recuperó protagonismo y el movimiento nacional se puso en marcha como en esta hora, fueron los trabajadores y el movimiento obrero organizado junto a las organizaciones sociales el punto de acumulación política más alto del actual proceso. Sería impensable el modelo actual sin el respaldo indubitable de la masa trabajadora y sus dirigentes, de los cuales debe haber muchos cuestionables y otros procesables que deberán como cualquier argentino acudir al requerimiento judicial. Eso nunca estuvo en duda, es mas existen en la actualidad figuras de primer nivel sindical en proceso judicial y privadas de libertad. No existe ningún empresario explotador y traficante de personas en esa situación, ningún político enriquecido en esa situación, ni de la farándula, ni de los medios, ni de los comprometidos por la ley penal tributaria. Pensemos en que hechos resonantes de corrupción fueron cerrados por el paso del tiempo: IBM-Banco Nación, IBM- DGI, contrabando de armas, ley Banelco corrupta, deuda externa, PAMI de los 90, entre otros que sería largo de enumerar.
El sindicalismo es blanco fácil ante la opinión pública, la tergiversación de los hechos y la falta de información son constantes, el ataque a las obras sociales esconde un negocio privado que avanza sobre 22.500 millones al año que quieren las prepagas y los bancos, aunque sea aporte genuino de trabajadores activos y pasivos en el país para la salud. El sistema solidario de salud argentino es único en el mundo y es sostenido por los trabajadores, cuando es responsabilidad del estado la salud del pueblo argentino. Son los mismos trabajadores que a través de aportes tributarios tipo IVA sostienen además al sector público hospitalario. Ambos sectores agraviados y atacados por el poder concentrado que pretende su privatización.
Nadie imagina un país sin sindicatos, más aún fue Perón quien posicionó al movimiento obrero como eje del movimiento nacional y fueron los dirigentes sindicales quienes mantuvieron en alto durante 18 años las banderas doctrinarias del peronismo frente a la persecución y el agravio de la proscripción, es decir dieron la lucha política mas allá de reclamar salarios y condiciones laborales. Lo hicieron junto al resto de los sectores sociales que dieron la lucha, desde la JP a las organizaciones “especiales” como las llamaba el viejo general, por lo tanto a menos que se quiera construir un modelo social con inmigrantes europeos, cultos y vanidosos, lo que tenemos son nuestros “cabecitas negras” al decir de Evita y organizados sindicalmente lo cual le duele a la reacción siempre al acecho de retomar el poder.
Por eso separar la paja del trigo, es no someterse a ser instrumento de ambiciones ajenas al proyecto nacional, siendo funcionales al debilitamiento del movimiento nacional, tampoco cómplices de conductas individuales, simplemente ser compañeros, con mayúsculas comprometidos con el futuro del país antes que con cualquier hecho electoral, diciendo la verdad, con la cual “no miento ni ofendo”como lo plantease el gran Artigas.
CABA, 22 de marzo de 2011
jorgerachid2003@yahoo.com.ar
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