Alberte, el militar que inauguró la lista de crímenes de la dictadura


Por Raúl Arcomano

Bernardo Alberte había conocido a Perón en el año ’45. Fue su edecán en el ’54 y a fines de los ’60 fue secretario general del peronismo.Otras notasEn nombre del padreLa Argentina tiene el triste privilegio de haber introducido la categoría sociológica y política del desaparecido. La dictadura cívico militar ejecuto un plan sistemático de exterminio de seres, de los cuales solo debía saberse que desaparecieron. Ello pertenece a esa necesidad de que el vencido no tenga memoria, no tenga historia, no haya existido. La rememorización de estos arquetipos no es solamente una vuelta al pasado. Sin memoria, sin rememoración, el sujeto no existe.
El séptimo hijo varón que no quiso a Videla de padrino Roberto Castillo estaba casado, tenía seis hijos y faltaban cuatro meses para que naciera el séptimo. Trabajaba en la pollería Sapucai, que había sido fundada en 1971 por un grupo de productores de Almirante Brown. El 12 de enero de 1977, en su casa estaba toda su familia, menos uno de sus hijos, Oscar, quien se había ido a jugar al fútbol. Los Castillo vivían en Sakura, en Burzaco, un barrio obrero en donde, aún en dictadura, todavía había jóvenes que trabajaban dando su vida para mejorar las condiciones de sus habitantes.
Rovira, el último jefe de la Triple A El suboficial mayor escribiente de la Policía Federal Miguel Ángel Rovira, uno de los jefes operativos de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), parece haber muerto el pasado viernes 23 de julio. Miradas al Sur corroboró entre el vecindario de la calle Pasco al mil, en el barrio de San Cristóbal, que su ex mujer dijo haberlo encontrado muerto, al parecer a causa de una rotura de la arteria aorta. Sus restos fueron retirados por la tarde del único chalet de la cuadra, que lleva el número 1032.
BREVES• PESE A LA FERIA JUDICIAL
Siguen este mes las audiencias por la Esma
Derechos humanos• Día de la memoria en Ingeniería
La Comisión de Reconstrucción de la Memoria de la Facultad de Ingeniería realizará mañana lunes el acto para conmemorar el “Día de la memoria” que se llevará a cabo a las 19 horas en el hall de entrada de la sede de Paseo Colón 850. El acto tiene como objetivo recordar a alumnos, docentes y compañeros que han sido víctimas del terrorismo de Estado implementado durante la última dictadura cívico-militar.
Un represor de Orletti detenido en Brasil podrá ser juzgado en ItaliaMe fui de Argentina perseguido por la dictadura porque era militante de izquierda”, explicaba Domingo Echebaster, reportero gráfico especializado en competiciones náuticas, a los parroquianos de los bares de Santa Teresa, el barrio de Río de Janeiro donde vivía desde hace casi veinte años. Solía reunirse en charlas en los alrededores de la plaza Presidente Aguirre Cerdá y contar sus peripecias. Interpol y la Policía Federal brasileña determinaron que en realidad se trata de Alejandro César Enciso, alias Pino, quien también se hacía pasar por Horacio Andrés Ríos Pino.
Era un histórico militante justicialista que llegó a ser delegado personal de Perón. Fue asesinado por el Ejército pocos minutos después de consumado el golpe del 24 de marzo del ’76 Catorce vehículos militares de la Policía Federal y del Ejército llegaron hasta el edificio de Avenida del Libertador al 1100. Se bajó un grupo numeroso de soldados con ropa de fajina y FAL en mano. Eran las 2.15 del 24 de marzo de 1976: pocos minutos habían pasado desde que las fuerzas armadas se hicieran cargo, a sangre y fuego, del control del país. Los uniformados cortaron el tránsito desde Callao hasta el pasaje Schiaffino. Forzaron la puerta de entrada al edificio y subieron resueltos los seis pisos por las escaleras. Cuando llegaron a destino rompieron la puerta de servicio a punta de bayoneta.
–¡Alberte, venimos a matarte!– gritó un milico, sacado.
–¡Por culpa tuya murieron muchos de nuestros compañeros!– guapeó otro.
Bernardo Alberte se sobresaltó. Dormía junto a su mujer. En otra habitación estaba Lidia, una de sus cuatro hijos. Les dijo a las dos que se escondieran en una de las habitaciones. Él se calzó un revolver e intentó una defensa. No pudo hacer mucho. En los forcejeos lo agarraron entre varios y, sin más, lo tiraron por una ventana del comedor. Cayó al pulmón del edificio y murió en el acto. Lo mataron por resistirse. Las mujeres fueron tiradas boca abajo a punta de fusil. Los militares intentaron llevarse a Lidia. Pero el jefe de la patota ordenó que la dejaran.
Así, la dictadura hacía su aparición en escena. Estrenaba la metodología que pondría en acción durante los siguientes siete años: el asesinato, la desaparición, el saqueo. Y lo hizo en primera instancia con un símbolo del peronismo: Bernardo Alberte, un ex militar y dirigente peronista que “se opuso a las dictaduras militares, al golpismo y a las conducciones burocráticas del mismo peronismo”, según lo recuerda hoy su hijo, Bernardo Alberte, ante Miradas al Sur.
Alberte fue el primer muerto de la dictadura. El primero de los muchos miles que vendrían después. La familia logró recuperar al día siguiente el cuerpo y enterrarlo en el cementerio de Avellaneda.
El ex militar estaba en los primeros puestos de las listas negras de la Triple A para ser ejecutado. Su hijo recuerda: “En la primera reunión de gabinete después de la muerte de Perón, el 8 de agosto de 1974, López Rega, en presencia de todos los ministros, mostró fotos de las personas peligrosas para el gobierno y para la seguridad de la Nación, según dijo. Uno de ellos era mi viejo. Otros: Julio Troxler, Juan José Hernández Arregui, Silvio Frondizi. También Jorge Taiana padre, que vino a ver a mi padre y le dijo: ‘Alberte, están locos. Te tenés que ir’”.
La Triple A actuó unos días antes del golpe, el 20 de marzo. Un grupo armado lo fue a buscar a su lugar de militancia, la corriente 26 de Julio, donde estaba con Jorge Di Pascuale y Alicia Eguren. No lo encontraron y se llevaron a dos hombres de la corriente. Un día antes ya habían secuestrado a otro militante, Máximo Altieri, un chico de 25 años. “Mi viejo no cuidó para nada su seguridad. Se puso a buscarlo con el padre del chico. Hasta llegó a escribir una carta abierta a la Triple A en la que proponía un canje: su vida por la de Altieri. A Altieri lo encontraron muerto en la morgue del cementerio de Avellaneda.”
El crimen de Altieri lo decidió a escribir una carta a Videla. La terminó la noche del 23, pero le puso de fecha 24, día que sería entregada. Decía que lo habían querido secuestrar y denunciaba el asesinato del joven militante. Y responsabiliza a Videla, jefe del Ejército, por la represión ilegal y le advertía del error histórico que iban a cometer las fuerzas armadas de producirse un nuevo golpe militar.
“Sin duda avanzamos hacia un enfrentamiento hacia el que se nos quiere llevar gradualmente con falsas opciones y manejando falsos valores, y alarma observar la ligereza y hasta la irresponsabilidad con que ciertas personas y ciertos sectores que tienen poder, poder transitorio, alientan el enfrentamiento con hechos o con palabras”, escribió en una parte. Sabía lo que se avecinaba. El día del secuestro saquearon todo: cartas de Perón, documentos, fotos, libros. Pero no vieron la carta. Fue entregada al día siguiente.
Luego de la muerte vendría una larga procesión judicial. Explica Bernardo: “No encontrábamos abogado. Quién iba a agarrar el caso. Empezó a ayudarme un amigo, el abogado Jorge Garber. Lo primero que me dijo fue: ‘Bernardito, tenemos que conseguir unos fierros porque nos van a matar’. La querella la empezamos en abril del ’76: debe ser una de las primeras de ese tipo. Era contra Videla. El primer juez le dijo a Garber: ‘No sólo a Alberte había que tirarlo por la ventana, sino a todos los peronistas’. Otro me dijo: ‘Alberte, déjese de joder con esto, porque me van a matar a mí y lo van a matar a usted’. La causa pasó por 14 juzgados en seis años: del ’76 al ’81. Era una papa caliente: todos se fueron declarando incompetentes. El expediente es una larga lista de excusas”.
Cuando la dictadura se esfumaba, un juez se metió con la causa y logró avanzar con algunas medidas. Finalmente, en diciembre de 1985, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal resolvió cerrarla. Luego vinieron las leyes del perdón y el expediente quedó planchado. Hasta 2003, cuando esas leyes fueron anuladas y la investigación fue reabierta. Hoy el expediente por el crimen de Alberte forma parte de la megacausa Primer Cuerpo, a cargo de Daniel Rafecas.
La familia aportó a la Justicia los nombres de dos militares que ocuparon puestos de relevancia en la División Inteligencia y Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Bernardo sostiene que participaron del operativo que terminó con la muerte de su padre. Se trata del general retirado Oscar Guerrero, que habría sido el jefe de la patota, y el general retirado Jorge O’ Higgins al que se le encontró parte de la correspondencia de Perón a Alberte, que había sido robada la noche del crimen.
El libro Un militar entre obreros y guerrilleros, de Eduardo E. Gurucharri, relata la vida de Alberte. Allí hay una anécdota contada por su hijo Bernardo, sobre el día que vio por la calle a Guillermo Suárez Mason, uno de los jerarcas de la dictadura. “Cuando lo reconocí, lo metí de un pechazo en un garage. Lo agarré del cuello y le dije: ‘Vos, asesino, mataste a mi viejo’. Me respondió: ‘Yo no maté a nadie’. Lo escupí, lo putié, le rompí la ropa, le pegué con la mano abierta en la cara gritándole ‘miserable asesino’ y le di una patada en el culo.”
Nada mejor que un compañero. Alberte tenía una larga historia con el peronismo. “En octubre de 1945 cuando era teniente intentó sublevar la Escuela de Infantería de Campo de Mayo para ponerla a favor de Perón. No tuvo éxito: tenía 27 años y lo degradaron. Con el triunfo del 17 de octubre recuperó el grado y la libertad. Ahí se encolumnó con Perón. Aunque a lo largo de su amistad polemizaron mucho”, cuenta Bernardo.
En 1954, Perón lo nombró su edecán personal. Ahí creció la relación entre ambos. “En el golpe del ’55 mi viejo fue la primera defensa en la Casa Rosada –dice orgulloso Bernardo–. Se quedó al lado de Perón hasta que el general se exilió. A mi padre lo encarcelaron: estuvo en la penitenciaría de Las Heras, en el penal de Magdalena y luego lo confinaron a Ushuaia, una cárcel que había sido cerrada por infrahumana. Un año después nos exiliamos. Nosotros estuvimos un año. Mi padre, hasta que salió la Ley de Amnistía, en el ’58, después del pacto de Perón con Frondizi.”
Al regreso a la Argentina, Alberte se encargó de recomponer su economía. “Puso una zapatería de compostura en el acto. Llegó a tener tres. Luego abrió una tintorería. Fue famosa: se llamaba Limpiería del Socorro y fue conocida porque funcionó como una Jabonería de Vieytes. Por allí pasaron los principales referentes de la resistencia peronista: entre otros, Julio Troxler y Gustavo Rearte. No sólo reuniones se hicieron allí: también los famosos caños de la resistencia.” Casi diez años después, en el ’67, Perón recompensó la lealtad de Alberte: lo nombró delegado personal y secretario del movimiento justicialista.
–¿Por qué lo eligió Perón?
–Porque era un momento en el que a Perón le empezaron a disputar espacios de poder. El vandorismo impulsaba el “peronismo sin Perón”. Lo puso a mi padre porque sabía que era un hombre con carácter, leal, y que iba a enfrentar a esos sectores. Igual el nombramiento generó una gran desconfianza en los jóvenes. Decían: por qué Perón puso a este milico. Mi padre enfrentó en ese momento a la dictadura de Onganía y a las cúpulas burocráticas del peronismo y del sindicalismo.
–¿Hasta cuándo estuvo al frente del movimiento?
–Hasta que se creó la CGT de los Argentinos, en el ’68. Mi padre les dio el paraguas político. Fue un gran instrumento de lucha. Hay que dejar algo en claro: Perón se disgustó con el nacimiento de esa central obrera y por eso mi viejo renunció. Igual siguió haciendo política. Fue un continuador de las ideas de John William Cooke y uno de los fundadores de la tendencia del peronismo revolucionario. La relación con Perón nunca volvería a ser la misma.
Alberte llegó a ser mayor. Lo habían dado de baja cuando se exilió. En el ’69 Onganía llamó a todos los militares dados de baja, para que recuperen su cargo. Todos menos Perón. “Mi padre se negó y redactó un documento que lo dice todo: Participacionismo con uniforme.” La carta es una crítica feroz a sus compañeros de arma. Escribió Alberte: “Mientras en 1956 un general se presentaba para hacerse responsable del fracaso y de la derrota enfrentando el fusilamiento, hoy otro general se presenta a solicitar el grado y el sueldo. Valle lo ha de contemplar desde la inmortalidad con la misma serenidad con la que afrontó la muerte. Los sobrevivientes de ayer fueron fusilados hoy con un decreto de amnistía”.
Alberte recuperó su grado y fue ascendido teniente coronel cuando asumió Cámpora, en 1973. Y Néstor Kirchner, hace tres años, le rindió homenaje: le otorgó un ascenso post mortem a coronel. “Recibí yo ese homenaje y pensaba: ‘El viejo me debe estar puteando’. El había guardado todos sus uniformes en una caja. Un día me dijo: ‘Quemálos’. Los militares no rompen nunca con la institución. Mi viejo sí: rompió con el Ejército el día de los bombardeos a la plaza de Mayo.”
–¿Por qué cree que su padre fue la primera víctima de la dictadura?
–Hay muertes, cuando son las primeras, que son un símbolo. Lo eligieron primero porque Alberte había salido de las entrañas del Ejército y, encima, era peronista. Y era el tipo que los señalaba con el dedo y les decía todo lo que habían hecho mal. No se lo perdonaron.
En la carta Participacionismo con uniforme Alberte advertía: “Nosotros les prevenimos que algún día vendrá el hombre sencillo de la Patria a interrogar a sus militares en actividad y en retiro (…). No los interrogarán sobre sus largas siestas después de lo merienda, tampoco sobre sus estériles combates con la nada, ni sobro su ontológica manera de llegar a las monedas, no sobre la mitología griega ni sobro sus justificaciones absurdas crecidas o la sombra de la mentira. Un día vendrán los hombres sencillos a preguntar qué hicieron cuando la Patria se apagaba lentamente (…) Quizás para ese momento, la vergüenza que provoque el silencio como respuesta, no sean suficiente como castigo”.

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