Por Sandra Russo. Pagina12
La reacción airada de Daniel Scioli puso bajo otro foco a los “escraches” que los sectores patronales ruralistas vienen llevando a cabo casi sin interrupción desde el año pasado, pero que se intensificaron en la campaña electoral de la que esos mismos sectores participan con sus propios candidatos. Esos ataques de presuntos autoconvocados –a esta altura es obvio que son la fuerza de choque de las que las entidades rurales no se hacen cargo, pero alientan– ya habían dado vuelta la lógica del escrache. Nacidos como intervenciones públicas en casos de violaciones a los derechos humanos que habían quedado impunes por las leyes de punto final y obediencia debida y los indultos, los escraches ya habían sido simbólicamente violentados por los sojeros, pese a que ganaron la puja por la 125. Pero ahora, esos escraches contra natura, además, siembran violencia física en la campaña de la que participan sus dirigentes. Mientras tanto, en la vida cotidiana, esa violencia física, que la derecha más encumbrada y adinerada siembra en la vida pública, reapareció en Lanús, asociada a la extrema barbarie a la que son afectas las clases medias bajas encendidas por los medios de comunicación. La transmisión en directo que TN hizo del conflicto entre vecinos en el que fue asesinado un chico de 16, fue un colmo de información tendenciosa y distorsionada.
La violencia en general es repudiada por todos. Cuesta encontrar a quien la defienda. La violencia en particular en otra cosa. La violencia en particular se ejerce y está siendo ejercida, concreta, física, sistemáticamente, en un armado de territorio rural que aspira al modelo boliviano. Dejar al kirchnerismo “en zona de exclusión” es uno de los objetivos que más se repiten en los blogs rurales. En ese sentido estos “escraches” se abren en dos líneas: la que lleva a los ruralistas a acosar a los dirigentes kirchneristas y a sus familias (fueron agredidos así, entre otros, Jerónimo Vargas Aignasse, Julio de Vido, Patricia Vaca Narvaja, Carlos Kunkel, José María Díaz Bancalari y, por supuesto, quien más cucardas tiene en la materia, Agustín Rossi), y la que intenta ahora, con más énfasis, impedir que los candidatos kirchneristas, los ministros y hasta la Presidenta recorran el interior del país.
El 21 de mayo, en Coronel Suárez, Cristina Fernández debió tolerar el tiro por elevación que fue el ataque al intendente de esa localidad, Ricardo Moccero, a quien un grupo de ruralistas interceptaron para insultarlo y tirarle objetos, después de intentar hacer fracasar el viaje presidencial. “He soportado cosas que nunca se han visto en la Argentina”, dijo la Presidenta en ese acto. En un país en el que diariamente cada candidato opositor exhibe televisivamente su amor por la democracia y la institucionalidad, y en el que los grandes medios son jugadores activos, ese límite fue traspasado sin asombro.
Al día siguiente, Clarín tituló “El campo justifica los escraches a los actos de Cristina y Kirchner”. “El campo” resultaba ser Ulises Forte, vicepresidente de la Federación Agraria. “Los Kirchner se tienen que disfrazar de monos para andar por el interior”, decía. “Si cerca de los actos hay gente y carteles que dicen que no están de acuerdo, ¿qué problema hay?” se preguntaba Forte. El diario no repreguntaba, pese a que en la nota se aclaraba que el medio había dialogado con Forte, es decir que no eran declaraciones levantadas de un cable. Forte es primer candidato a diputado nacional por la UCR pampeana.
Este sábado hubo otra agresión a Agustín Rossi. Quizá su protagonismo durante la pelea por la 125 haya sellado su suerte de blanco favorito de las huestes de la derecha rural. Destinado a poner el cuerpo en el debate y en la refriega humillante del insulto y el huevazo del sojero santafesino, cada vez que Rossi habla en los medios después de un ataque se lo nota casi resignado. Al que siempre llaman también cuando llega la noticia de un “escrache” es a Biolcati, el que se sonreía libidinosamente con Grondona fantaseando un corte institucional. Biolcati justifica las agresiones. Dice que las rechaza, pero las justifica. Es decir, las defiende. Son “una consecuencia lógica”, o “una reacción entendible”. Cualquiera entiende lo que dice. Menos Clarín, que comprimió esas declaraciones en un recuadrito titulado: Biolcati: ni sí ni no.
Al muerto lo trajeron ellos
El pasaje al acto de la violencia verbal a la violencia física marca un límite, como lo marca el pasaje de la violencia social a la violencia política. Es inútil describir a la democracia como un sistema cuya herramienta de intercambio y de lucha es la palabra, si se naturaliza o admite sistemáticamente el pasaje a la violencia física. Si no se lo cuestiona de cuajo.
El viernes, mientras la campaña seguía transcurriendo en estos términos y mientras un relato mediático generalizado le atribuye al oficialismo los atributos del “autoritarismo” o el “desprecio por la institucionalidad”, en Lanús fue asesinado a mansalva un chico de 16 años. Los hechos eran confusos. Había habido tiroteos en distintos puntos de la amplia zona de refriega, que es la larga frontera entre Villa Giardino y el asentamiento de excluidos.
El cronista de TN que estaba en el lugar recogió testimonios estremecedores entre los vecinos de Villa Giardino. Una turba de pobres se había abalanzado sobre el barrio, rompiendo vidrios, quemando autos, armada con palos y armas de fuego. Poco a poco, el cronista fue pasando del otro lado. Ahí los testimonios contaban otra historia: venían todos de un encuentro político, cuando al pasar por Villa Giardino un hombre desde una terraza comenzó a disparar y mató a un chico. Lo que siguió fue la reacción al asesinato. Había que ir a una pausa. El audio no se cortó. Se escucharon voces que les reclamaban algo a los periodistas. Se escuchó una voz, del cronista o de un productor, diciendo “... mostrar las dos cosas”. Y se escuchó, antes de que la transmisión terminara de cortarse: “No, no hay que mostrar las dos cosas”.
Cuando terminó la tanda, lo que pudo verse fue increíble. La escena ya estaba instalada en Villa Giardino. Los vecinos desfilaban para quejarse por la inseguridad y para asegurar que no había habido ningún muerto. Unos decían que ésa era una versión, pero que no era cierta. Otros, que el muerto lo habían “traído del asentamiento”. Increíblemente, el cronista empezó a dar esas versiones como suyas: “Como vemos, se trata de versiones. No está claro. Estos vecinos están cansados de vivir en la inseguridad”. Ya no había “dos lados”, no había “dos cosas”. La cámara se quedaba en Villa Giardino. Los desharrapados eran despojados de su versión de las cosas, que a la sazón parecía más cercana a la real. Los conductores del piso debieron recordarle al cronista apretado que era la información policial la que confirmaba el muerto.
Así las cosas, en un movimiento de pinzas ideológicas, territoriales y sociales, la derecha ocupa la escena con su clásica máscara de reacción. Por los túneles de sentido de estos choques violentos corren llenos de incitación los comentarios que de a cientos ocupan los blogs de la derecha. En Urgente24, por ejemplo, el sitio que dirige Edgar Mainhard, se podía leer en marzo: “Ya están las banderas negras ondeando. Los tractores marchando, la familia agrometalúrgica, el agrocomercio repudiando a la lacra montonera ladrona asesina que visita los valles de nuestra Córdoba. Saben que se van, pero siguen tratando de causar efectos electoralistas para octubre. A octubre no van a llegar. Esta vez que se vayan todos, pero todos. Todos no se fueron, siguen saqueando y siguen destruyendo la república. Adonde vaya un monto lo iremos a escrachar”. (Firmaba: Autoconvocados”.)
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