El expediente plebiscitario

Por Enrique Lacolla

/Las próximas elecciones legislativas se han transformado en una especie
de referéndum. Como sucede en estos casos, su resultado puede volcar en
un sentido o en otro el destino del país. Y por bastantes años/


No nos engañemos. Estamos frente a una arremetida que reinstala en el
panorama político argentino la vieja antinomia entre nación y
antinación. Los profetas de desgracia que pululan en los monopolios de
prensa y la violenta arremetida del bloque agrario contra el gobierno
nacional, son la expresión, para los tiempos que corren, de las
prácticas oligárquicas que apelaban en última instancia a los golpes
militares para derrocar a los gobiernos de extracción popular. Hoy ese
expediente parece estar bloqueado por el siniestro historial de la
última dictadura, pero el objetivo es el mismo: desestabilizar al
gobierno para inducir la renuncia de la presidenta o su rendición con
armas y bagajes a una coalición adversa que en última instancia lo que
pretende es conservar el perfil agrario de la Argentina, aunque
semejante cosa signifique estancamiento, concentración de la renta en
pocas manos y desempleo masivo, a la espera que se produzca el famoso
efecto derrame que los voceros del neoliberalismo trompetearon durante
años y que se clausuró con la catástrofe social de los '90.

La obligación en que nos sentimos de tomar partido a favor del gobierno
en este caso no puede disimular, sin embargo, las dudas que nos inspira
la vacilante trayectoria de este. Entendiendo por gobierno el accionar
de la pareja presidencial desde 2003 a la fecha. Hemos expresado muchas
veces los rasgos positivos de su gestión --reorientación de las
relaciones exteriores, atención a mejorar el nivel de ingreso de los
sectores más desprotegidos, medidas dirigidas a recuperar bienes
nacionales enajenados a vil precio por el menemismo y, últimamente, una
serie de medidas que apuntan en buen sentidoi-, pero también su falta de
decisión para acometer un plan de desarrollo bien estructurado en el
momento en que estaba montado en una oleada de simpatía popular y en que
sus enemigos estaban desautorizados por el desastre que habían
provocado. Esta renuencia a actuar dio la pauta de que faltaba
resolución en el emprendimiento asumido y que los temores, las
complicidades o, eventualmente, cierto espíritu acomodaticio muy
argentino, los inducían a abordar sólo las partes más fáciles del
programa de recuperación nacional. Si tal programa existió alguna vez.

El primer tímido intento de redistribución de la renta que podía
asemejarse a un esbozo de la tan necesaria reforma fiscal progresiva, la
ley 125, provocó, a poco de haber asumido Cristina Fernández de
Kirchner, una embestida opositora que trasuntó la presencia de un nuevo
bloque de poder en la Argentina. Bloque en esencia idéntico al que
distorsionó el desarrollo del país desde los orígenes de la organización
nacional, pero que ahora se configura de forma más compleja y más
difícil de reducir si no existe otro sector social dotado de peso
político y con capacidad para gravitar con similar coherencia en el
plano productivo. La devastación provocada por los 30 años de dictadura
neoliberal (sea en la forma desembozada del régimen militar o en la
formalmente democrática de los gobiernos que la siguieron), ha generado
la formación de una plataforma de intereses en la que coinciden los
viejos sectores de la oligarquía vacuna (hoy con menos vacas pero
asociada a los pools transnacionales de la siembra), los medianos
productores de la Federación Agraria que antes se le habían opuesto y
los grupos empresarios asociados a la producción agroindustrial. En un
trabajo inédito del economista Eduardo Basualdo, citado por Horacio
Verbitsky en Página 12, aquel reconoce "un nuevo patrón de acumulación
nucleado en el agro y que quiere terciar en la disputa de la
distribución del ingreso... ocupando el centro de la escena política y
económica... El Estado y los asalariados y la producción industrial
deberían operar en función de sus requerimientos de expansión". Basualdo
identifica a este surgimiento al momento político narrado por Antonio
Gramsci, cuando un grupo social alcanza la conciencia de los propios
intereses, que superan el círculo corporativo y se convierten en ideología.

El contrapeso ausente

Entre nosotros la ideología que instruye acerca de que el agro y la
agroindustria son el sustento natural de la nación, tiene una antigüedad
de más de un siglo, pero quizá nunca como ahora irrumpió con un ímpetu
parecido. El por qué de esta emergencia tan vehemente puede quizá
rastrearse en el eclipse o más bien la dispersión del núcleo social que
con más dureza se le había opuesto a lo largo del siglo XX: la clase
obrera. Arrollada, a través del menemismo, por la puesta en práctica del
modelo neoliberal instituido por la misma fuerza política en la que
desde sus orígenes depositaba su confianza, el justicialismo; reducida
en número por el ahorro de mano de obra que se deriva de la revolución
tecnológica, intimidada por la destrucción del empleo y marginada
gradualmente hacia una periferia social que tiende a abolir la
percepción clasista de las cosas para inducir a la resignación, a la
descomposición familiar o a un individualismo que empuja a la
insolidaridad y a veces al delito, su eclipse del escenario político
como fuerza coherente da lugar a la preeminencia de los negocios
privados. A esto se suma la desnacionalización de la clase empresaria
industrial que, ante la arremetida de los años '90 prefirió, en vez de
resistirla, liquidar sus establecimientos, reconvertir su capital
volcándolo al área financiera y fugarlo al exterior.

Así las cosas no se advierte un núcleo social duro que sea capaz de
plantarse de forma consistente frente al nuevo grupo de poder,
genéricamente denominado como "partido del campo" o "bloque agrario".
Aquí entra a jugar algo que definiéramos en un artículo anterior como
"la proclividad renunciataria"ii de las dirigencias que ejercieron,
vicariamente, durante toda la historia argentina, la defensa de los
intereses populares. Si en momentos en que se disponía de la fuerza
necesaria para enfrentarse al viejo modelo de acumulación esas
dirigencias no encontraron dentro de sí mismas la voluntad necesaria
para hacerlo, ¿la hallarán hoy día, cuando la base social a la que deben
expresar está a medias desarticulada? Sólo la puesta en práctica de un
plan de desarrollo que garantice la continuidad del crecimiento
económico a través de la industrialización moderna y la consiguiente
consolidación del empleo, tanto de baja como de alta calificación, puede
dar sentido y consistencia a la política dirigida a oponerse a el
rebrote neocapitalista o neoconservador que presenciamos en estos
momentos y cuyas patas son el monopolio de la prensa, la concentración
de la renta y la emergencia del bloque ruralista.

Hubo un factor, a lo largo de la historia nacional, que jugó como fiel
de la balanza y proveyó a uno o a otro sector, alternativamente, el peso
que se necesitaba para dirimir el diferendo. En general el grupo actuó
como defensor activo o pasivo del estatu quo, pero hubo ocasiones en que
revirtió ese papel. Ese sector no fue otro que el representado por las
Fuerzas Armadas. En especial durante el lapso que corrió de 1943 a 1955.
Pero hoy no se cuenta con un protagonismo fuerte del sector, pues
arrastra el sambenito de los crímenes de la última dictadura y la
política de Néstor Kirchner tendió a enajenarlo antes que a ganárselo.
Por oportunismo, más que por otra cosa. Se echó al niño con el agua de
la bañera: se reubicó a las FF.AA dentro de las instituciones, pero al
hacerlo se debilitó no sólo su desmedido rol político sino que se las
disminuyó en su capacidad operativa a través de una sequía
presupuestaria que si no anuló su poder para actuar como factor de
represión interna, las paralizó para la defensa externa, mientras se las
seguía desprestigiando con la campaña desmalvinizadora, que fue atenuada
por los Kirchner, pero que persistió en forma residual en el mismo el
canal oficial y en productos fílmicos respaldados por el INCAA. El
desprestigio y las restricciones presupuestarias, dos factores que
estuvieron íntimamente ligados, las han inhabilitado para desempeñar su
trabajo como reserva estratégica de la nación en las cuestiones
internacionales e incluso para ejercer su papel como contrafuerte de la
legalidad. El gobierno no confía en ellas, a decir verdad.

Así las cosas, al país se le ofrece un panorama crítico. Al menos, para
los próximos meses. El gobierno ha empezado a reaccionar --el elenco de
las medidas enunciadas así lo indica-, pero falta saber si no es
demasiado poco y demasiado tarde. El bloque agrario, expresivo de la
vieja Argentina adecuada a los tiempos que corren, se relamía ya, hace
unos días, con la perspectiva de la partida de Cristina y su herencia
asumida por Cobos, personaje de visos casi increíbles que puso su
"convicción moral" por delante de la ética política al votar contra un
proyecto de ley de su gobierno. Si su convicción le ordenaba oponerse a
la ley 125 sobre las retenciones, en efecto, el único camino que le
restaba para resguardar su integridad moral era renunciar a su puesto,
dado que un vicepresidente, en vida del presidente, debe a este una
lealtad incondicional. Un escenario de este tipo resultaría imposible en
Estados Unidos, por ejemplo.

El caso es que las cosas se han precipitado en los últimos tiempos, en
cierta medida por la gravitación de la crisis económica mundial, que ha
rebajado de manera abrupta el precio de las commodities exportables y ha
generado un pánico hasta cierto punto artificial en el seno de las
clases medias. En este escenario el "campo" se crispa y la oposición se
abalanza con un entusiasmo digno de mejor causa a embestir contra el
gobierno, sin otro programa que el control de las sinecuras que pueden
deducirse de este, mientras denuncia un tono exaltadamente moral al
Ejecutivo de querer hinchar las arcas del Estado para fomentar el
"clientelismo" y de ser responsable del problema de la creciente
inseguridad. El desparpajo de quienes en tiempos recientes adhirieron
por acción u omisión a la convertibilidad de Cavallo, es por demás
notorio y aunque la gente suele tener la memoria corta, el punto es
demasiado grueso para que pase desapercibido. Afirmaciones como las de
Elisa Carrió, que propone que se deroguen las retenciones a la soja y se
las suplante por un préstamo del FMI, rondan el desatino: ¿es que tan
rápido ha olvidado el nefasto papel que cumplieron los mecanismos del
endeudamiento externo en la debacle promovida por el menemismo y el
radicalismo?

En cuanto a la inseguridad, no olvidemos que es hija de la destrucción
del tejido social argentino como consecuencia de la devastación
neoliberal, que la clase política apoyó con contadas excepciones y en
cuyo catecismo comulgó el grueso de la clase media. La misma que reclama
hoy la pena de muerte.

La apuesta

En estas condiciones la apuesta que está en juego en las elecciones
legislativas adelantadas para el 28 de junio es alta. Tal como han sido
planteadas por la oposición y recogidas por el gobierno, se trata de una
suerte de plebiscito. Los referéndums son una especie de voto confianza
similar a los que se plantean en los regímenes parlamentarios, sólo que
volcados a la calle, en un ejercicio que se aproxima a la democracia
directa. Hugo Chávez en Venezuela ha sabido buscar y superar esas
pruebas a través de una gestión dinámica que va al fondo de las
cuestiones. Cualquiera sean las reservas que puedan hacerse a su estilo
tropical y, sobre todo, a la insuficiencia de sus cuadros partidarios,
que lo deja a él casi como único referente de la revolución y como su
locomotora indispensable, su gestión demuestra que sólo el dinamismo y
la apelación a las masas pueden frenar los intentos desestabilizadores
que surgen del sistema vinculado al imperialismo y de la
desnacionalización de las clases medias. Fenómeno este último típico de
una América latina vaciada de su propia conciencia justo en los sectores
medios que deberían proveerle de esta y de un programa estructural de
desarrollo.

Este vaciamiento fue promovido antes a través de los vasos conducentes
de un sistema educativo extranjerizante, y ahora, con una eficacia mucho
mayor, a través de la elaboración de un discurso mediático informe,
caótico, banal u obsceno, que en sus áreas pretendidamente más serias
bate el parche con el discurso del sistema hasta hacerlo atronador. Este
discurso puede tener variantes que le dan una apariencia de libertad de
pensamiento, pero en esencia todos los columnistas de los grandes medios
recitan el mismo verso, sea en su versión académica como en su versión
populachera. Antiestatistas, antipopulistas, maestros en el reclamo por
una mano dura, calumniadores sistemáticos de la psicología de los
argentinos que ellos mismos contribuyen a deformar, reverentes ante las
potencias extranjeras cualesquiera sean las barbaridades que estas
cometan y silenciadores de los problemas profundos que afligen al país y
que este arrastra desde sus orígenes, su erizamiento contra la
corrupción, real o presunta, de los miembros del gobierno, no toma en
cuenta ni la inmoralidad generada por el neoliberalismo ni su propio
papel --poco edificante- como sirvientes privilegiados del sistema.

El plebiscito en que se ha transformado a las próximas elecciones
legislativas no deja mucho lugar para determinar la orientación del
voto. Nos guste o no el actual gobierno y por muchas que sean sus
limitaciones, no parece existir otra opción que contribuir a que este
mantenga una mayoría en las cámaras que permita la gobernabilidad del
país. A su izquierda no hay nada, salvo grupúsculos que, en muchos
casos, están apartados de la realidad. Y a su frente hay una coalición
sin programa propio, armada de un discurso vacío y que sirve de fachada
a los intereses reales del bloque agrario o agroindustrial, conectado a
las supervivencias de la patria financiera, que repropone la vuelta a
una Argentina excluyente. El problema reside más bien en encontrar a los
referentes políticos en los cuales creer; esto es, de los que se puede
esperar lealtad a sus mandantes. Después de las experiencias con Cobos,
Reutemann, Solá o Schiaretti, para hacer unos pocos nombres, esa
búsqueda se hace difícil. Competerá al gobierno encontrar a esos
representantes en cada uno de los distritos electorales.

Pero, en última instancia, sólo una convocatoria a las masas, sustentada
por una política de comunicación eficiente y, sobre todo, por la
certidumbre de que el gobierno contrae un compromiso hacia el futuro que
prometa un país diferente, podrá asegurar el éxito. Volviendo a Gramsci
y parafraseando otro de sus aforismos, "vivimos en una circunstancia en
la cual el viejo país está muriendo, mientras que el nuevo no puede
nacer todavía"

Por ejemplo la recuperación de los fondos de las AFJP, la
reestatización del Área Material Córdoba, el anuncio de una ley para
permitir la coparticipación de la renta de la soja con las provincias,
un proyecto a debatir para modificar la actual ley de radiodifusión,
otro que anularía la potestad de los tribunales internacionales para
inmiscuirse en cuestiones atinentes a procedimientos civiles y
comerciales verificados en nuestro país y la amenaza (lástima que de
momento sea tan solo una amenaza apenas insinuada) de nacionalizar el
comercio exterior de granos y de recuperar el control del Banco
Hipotecario.

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