Según la ley neoclásica “toda oferta genera su propia demanda”. Es decir, para la escuela neoclásica basada en este ley de Say la economía es motorizada por la oferta y por lo tanto todos los esfuerzos del gobierno deben estar en aumentar la oferta de bienes.
Asimismo, según esta ley es imposible que exista sobreproducción debido a que cualquier aumento de la oferta se traduce automáticamente para los neoclásicos en un incremento proporcional de la demanda. De esta forma, el gobierno debe realizar permanentemente políticas ofertistas sin preocuparse en el incremento de la demanda. Por ejemplo, una política ofertista central es reducir los impuestos a las ganancias de los empresarios para así de esta manera se incrementa la inversión y con esto la oferta de bienes.
Sin embargo, esta lógica condujo a la crisis más profunda del capitalismo. En efecto, la crisis de 1929 fue una crisis de sobreproducción relativa. De sobreproducción porque durante la década del veinte en Estados Unidos se produjo un abrupto crecimiento de la oferta que no fue acompañado por la demanda, lo cual generó un exceso de oferta de mercancías. Y relativa porque no es que la gente no demandaba porque tenia sus necesidades satisfechas, sino más bien debido a que no tenían los ingresos necesarios para hacerlo.
De esta forma, la crisis de 1929 desarticuló la ley de Say mostrando claramente que no toda oferta genera su propia demanda, y que además el capitalismo tiende a producir excesos de oferta, lo cual para los neoclásicos era imposible.
La sobreproducción en el capitalismo se traduce en crisis debido a que genera una caída de precios, es decir, un proceso deflacionario que produce una disminución de la tasa de ganancia de los empresarios con la consiguiente caída de la inversión, aumento del desempleo y reducción de los salarios de los trabajadores.
En este contexto surgió la llamada teoría keynesiana. Según Keynes, a diferencia de los neoclásicos, el motor de la economía es la demanda. Es decir, en vez de que un incremento de la oferta genera un aumento de la demanda, para Keynes es la demanda lo que genera un incremento de la oferta.
En otras palabras, si se incrementa la demanda efectiva el empresario venderá más mercancía y por lo tanto incrementara la inversión y la oferta de mercancía. Por lo tanto, según la lógica keynesiana el gobierno se debe centrar en llevar a cabo políticas de demanda, sobre todo en un contexto de crisis económica.
De esta forma, Keynes recomendaba para salir de la crisis de 1929 un conjunto de políticas económicas que condujeran al crecimiento de la demanda para estimular nuevamente la expansión económica y poder salir de esta manera de la crisis más profunda por la cual había atravesado el capitalismo. Pero además para Keynes el encargado de aumentar la demanda es fundamentalmente el Estado actuando como complemento del sector privado.
En Estados Unidos el encargado de aumentar la demanda y permitir a los Norteamericanos comenzar a salir de la crisis fue el New Deal o Nuevo Acuerdo aplicado por Roosevelt en 1933. En Argentina se aplicó el denominado Plan Pinedo en 1933 durante la presidencia de Justo que también implicó un incremento de la demanda.
En la actualidad este debate vuelve al centro de la escena. Con Reagan en Estados Unidos y asesorado por el economista Laffer volvieron las políticas ofertistas basada en la Ley de Say. Justamente, según Laffer, el gran problema que tenía Estados Unidos eran los elevados impuestos, por lo cual el economistas recomendaba reducir el impuesto a las ganancias para así de esta manera el empresario aumentaba la inversión y esto permitiría la reactivación de la economía Norteamericana.
Ronald Reagan redujo efectivamente el impuesto a las ganancias y no sólo que no logró una expansión de la economía de Estados Unidos sino que además generó un desfinanciamiento del Estado y una fuerte concentración del ingreso. Es decir, que la política de Reagan fue enteramente funcional a los sectores dominantes norteamericanos sin lograr además un crecimiento económico.
De nuevo, el problema no era que los empresarios de Estados Unidos no tenía dinero para invertir. No invertían justamente porque no había demanda. Por lo tanto, a pesar de la reducción del impuesto a la ganancia, los empresarios no aumentaron la inversión porque no tenía a quien venderle las mercancías que producían.
En la Argentina el debate entre políticas ofertistas y políticas de demanda también es actual. Cuando el gobierno de la Alianza asumió la presidencia en 1999, la economía argentina estaba atravesando un crisis que se había iniciado a mediados de 1998.
El ministro de Economía de la Alianza, José Luis Machinea, tenía su propia diagnostico de la crisis. Según el ministro el gran problema de la economía argentina era el déficit fiscal. En efecto, según Machinea, el déficit del sector público generaba que el Estado nacional debía endeudarse en el sistema financiero local, lo cual se traducía en un aumento de la demanda de crédito y por lo tanto en elevadas tasas de interés.
Justamente, estas elevadas tasas de interés generaban que los empresarios no tomen crédito y por lo tanto no inviertan. Es decir, según Machinea, el problema era un tema de oferta y no de demanda.
Por lo tanto, la solución según Machinea era eliminar el déficit fiscal para así de esta forma evitar que el Estado nacional compita en el crédito con el sector privado generando de esta manera un disminución de la tasa de interés, un aumento del crédito para los empresarios y un incremento de la inversión permitiendo de esta manera reactivar a la economía argentina.
Con este objetivo el ministro Machinea llevo a cabo dos políticas: un aumento de los impuestos a los asalariados (la tablita de Machinea) y una reducción de las jubilaciones y los salarios del sector público.
De esta forma, según el ministro de economía, aumentaría la recaudación que unido a la reducción del gasto público permitirían eliminar el déficit fiscal. Sin embargo, la única consecuencia que esto generó fue una reducción de la demanda, lo cual se tradujo en una profundización de la crisis económica.
De nuevo, con la asunción del ministro Cavallo como ministro de Economía de la Alianza el diagnostico fue el mismo. Según el nuevo ministro de Economía el problema de la Argentina era por falta de políticas ofertistas. Para lo cual Cavallo lanzó los planes de competitividad que consistían en una reducción de los impuesto a los empresarios. Al igual que en el gobierno de Reagan, no sólo no generó un crecimiento de la economía sino que además se tradujo en un desfinanciamiento del Estado.
Estas políticas nos condujeron a la peor crisis de la economía argentina en el 2001 que implicó la salida anticipada del gobierno de la Alianza. En efecto, el problema de la economía argentina no era la oferta sino que lo que no crecía era la demanda lo cual profundizaba la crisis económica y social.
En la actualidad, ante los “coletazos” de la crisis “mundial” el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en contraposición a lo realizado durante el gobierno de la Alianza, implementa un conjunto de políticas de demanda con el objetivo de evitar la desaceleración de la economía argentina.
El actual gobierno reduce los impuestos a los asalariados con la eliminación de la tablita de Machinea, y no a los empresarios, y lleva a cabo una política de crédito “blando” para alentar al consumo. Junto con esto, en lugar de reducir el gasto público, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner lanzó un plan estratégico de obras públicas y realizó un pago extraordinario para los jubilados.
Sólo el crecimiento de la demanda podrán evitar un mayor contagio de la crisis internacional. Por lo tanto, sólo las políticas de demanda, como las que esta aplicando el gobierno, son las mediadas adecuadas para evitar un mayor derrame de la crisis “mundial” a nuestra economía.
Por el Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP). www.geenap.com.ar (Agencia Paco Urondo)
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