Las bases ideológicas del macrismo

Análisis del sustento ideológico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Por Tomás Aguerre. Gentileza Noticias del Sur



Podríamos aventurar que la estrategia de campaña de Mauricio Macri se asentó en la expresión del discurso contra la política: el constante llamado a dejar de lado diferencias ideológicas, e incluso a negar la existencia de las ideologías fue el eje de su discurso. Las deficientes administraciones anteriores, sumado a la incapacidad del kirchnerismo de reconstruir un espacio político propio en Capital Federal, allanó el camino para la implantación de dicho mensaje.

La apelación constante a la pureza de la gestión, sin embargo, es también una forma ideológica, aún cuando los portadores de dicho discurso hacen gala de su “apoliticismo”. La idea central del macrismo fue transplantar el modelo empresarial privado de eficiencia a la burocracia estatal, una forma que las nuevas derechas políticas tienden a adoptar de acuerdo a la sobrevaloración política de lo privado frente a lo público.

A pesar de que los propios actos de gobierno del macrismo dan cuenta de esta concepción política, el propio Jefe de Gabinete del Gobierno de la Ciudad, exponía unos años antes su concepción acerca de la administración pública en el libro “Domando al elefante blanco”. En la introducción a su libro, Rodríguez Larreta manifiesta expresamente su noción de construcción política: “aspiramos a una administración pública que conciba al ciudadano como a un cliente, brindándole la atención y respuesta que merece como tal”.

La idea del ciudadano como cliente resulta harto peligrosa a la hora de concebir la acción política. En principio, el cliente no tiene derechos sino en la medida en que los contrata. Los derechos universales, educación, salud, vivienda digna, son derechos correspondientes a las personas en tanto que individuos. El rumbo de la política macrista apunta a convertir la administración pública en diferentes áreas que funcionen de acuerdo a la lógica empresarial de la eficiencia. Acostumbrado a manejar empresas durante épocas de flexibilización laboral, Mauricio Macri empieza a chocar contra una realidad llamada burocracia estatal, en donde las diversas pujas de interés de cada área específica, son parte intrínseca de la lógica política. El grado de conflictividad del gobierno de la Ciudad con los sindicatos docentes y de salud es una de las consecuencias de ese transplante de la racionalidad empresarial al complejo espacio de lo público. Aún la respuesta de Macri frente al reclamo salarial docente, con un rotundo “no hay plata, no hay aumento”(1), esconde más una postura ideológica que una simple incapacidad negociadora. Es algo más que una idea de sentido común: no dice, por ejemplo, que el mismo gobierno gasta 600 millones de pesos en subsidios a escuelas privadas, en su mayoría confesionales, quienes a su vez cobran una cuota a sus alumnos(2). Al ejemplo de la escuela privada, se suma la “macdonalización” de la administración pública. No es casual que la primera cita del libro de Rodríguez Larreta sea para Woods Staton, presidente de Mc´Donalds Argentina, de quien el actual Jefe de Gabinete rescata el concepto de “contar con administradores en cada local que lo sientan como propio y se esmeren en atender al cliente”. Así en mayo de este año, el macrismo envió un proyecto a la Legislatura para premiar a organismos y funcionarios del Estado que cumplan con esta lógica que el propio Macri se encargó de especificar:

“la aplicación de incentivos tiene como objetivo mejorar el empleo de recursos, aplicando criterios de eficiencia y eficacia. Los estímulos se centrarán en la mejora de la relación costo-producto/servicio resultante y en la relación producto-demanda cubierta” (3).

De la mano de esta primera idea acerca de la administración pública, va una segunda concepción respecto de lo público en el texto de Rodríguez Larreta: “el primer elefante blanco que este libro intenta desmitificar es que existen funciones del Estado que son indelegables y que únicamente el Estado debe cumplir, tales como las de proveer seguridad, defensa o educación pública (…)”. Asegura el Jefe de Gabinete que es importante romper con “el mito de las funciones indelegables del Estado, porque de esa manera podremos pensar otras alternativas como, por ejemplo, la tercerización de algunas funciones o la introducción de mecanismos de competencia en el sector público”. Podemos ver, entonces, que no son producto de la casualidad las diferentes iniciativas destinadas a privatizar sectores del Estado. La educación pública vuelve a traernos el ejemplo más evidente: desde la apuesta por los subsidios a las escuelas privadas, hasta el recorte liso y llano de becas para estudiantes de escuelas públicas, la política educativa del macrismo parece apuntar en el sentido que desarrolla su Jefe de Gabinete: tercerizar sectores que no consideran indelegables al sector privado. Así, el Jefe de Gobierno arregló con las universidades privadas de medicina para que sus estudiantes puedan cursar sus prácticas hospitalarias en centros de salud públicos porteños, una situación que va en desmedro de la universidad pública, para quien el acceso a las vacantes se vuelve cada vez más excluyente (4).

La pureza macrista no está chocando contra las anomalías políticas de la burocracia estatal. La ideología macrista, el transplante de la lógica empresarial al funcionamiento de lo público, plantea los términos de la discusión de acuerdo a conceptos referido a costo/beneficio, en ámbitos del Estado que requieren de una administración responsable capaz de garantizar el acceso de todos los ciudadanos a sus derechos en tanto que ciudadanos y no en calidad de clientes. La idea de neutralidad en la gestión, comprada por la mayoría de los votantes del macrismo, ha sido refutada por los diversos conflictos que han debido enfrentar. Ninguno de ellos pudo, ni podrá jamás, resolverse de acuerdo a criterios de racionalidad simplemente económico-empresarial, en la medida en que de lo que se trata es de hacer política. El Estado, en ese sentido, jamás es neutral en sus decisiones, incluso cuando ni siquiera actúa. Como definieran Oszlak y O´Donnell, una política pública es una toma de posición de parte del Estado frente a una cuestión socialmente problematizada (5). El macrismo, por más apelaciones a otro tipo de racionalidad exenta de los avatares políticos que realice, no escapa de esta lógica, y detrás de esa neutralidad esconde un entramado ideológico muy definido, con objetivos muy claros a construir: delegar en los privados, todo aquello que no considere vital para la existencia del Estado.

Notas:

1.http://www.noticiasurbanas.com.ar/info_item.shtml?sh_itm=e4368cb902e0c3465aa430265cc3c064
2. http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-113643-2008-10-20.html
3. http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-104674-2008-05-23.html
4. http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=9595
5. Oscar Oszlak y Guillermo O´Donnell. “Estado y Políticas Estatales en América Latina: hacia una estrategia de investigación”. 1976.

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