La culpa es del fuego y del Gran Bonete

Orlando Barone

En verdad la noticia de la que quisiera hablarles es vieja. Y fea. Digamos
no es fashion ni responde al clima de playa o de vacaciones. Y creo que
nadie se merece oírla y tampoco debería yo escribirla. Ni decirla. Pero no
he querido privarme de la vergüenza de hacerlo. Es una de esas noticias que
ya fue. Literalmente está enterrada y destinada al olvido. No curte ese halo
de tragedia grandiosa o de tragedia cara. No hay un auto ni una picada en el
medio. No hay un secuestro extorsivo. No hay efedrina. Así como en la vida
hay barrios y barrios: también en la muerte hay ataúdes y ataúdes. Aún hoy
se descubren sarcófagos de emperadores a salvo del tiempo, que ya se tragó
sin dejar una astilla los frágiles féretros de todos los súbditos que
esculpieron el sarcófago. Disculpen: no es un tema para tratar al mediodía
cuando uno come. Esa noticia trataba- y lo digo en pasado porque ya entró en
el pasado- acerca de seis hermanos: uno un bebé, otros niños y otros
púberes, que murieron quemados en un guetto de pobreza en La Boca. Los seis
al hilo como quien dice. 1,2,3,4,5 y 6. El apellido de la familia es
Boccanegra. De la ex familia. No creo que antes de esta vez su identidad
haya figurado nunca en Internet donde mariposean hasta los insectos más
insignificantes. Después del crematorio inesperado los padres y una hermana
de los chicos muertos los sobreviven. Que es una manera de decir: porque no
sé qué mendrugo de sobrevivencia les queda a quienes ya eran supervivientes
antes de la tragedia. Sé- cualquier periodista básico lo sabe- que un
incendio tiene un gran atractivo dramático y estético. Por eso basta prender
fuego a un neumático usado para tener cámara asegurada.
A un incendio la dosis de consecuencia mortal le aporta más intensidad
emocional todavía. Y si es nocturno no tiene competencia porque el
resplandor de las llamas en lo oscuro sale bellísimo. Lo de Cromagnon, por
ejemplo, fue el tamaño macro de lo dantesco. Por eso lo natural es calificar
a un incendio de siniestro, de pavoroso, de infernal. Y claro: de dantesco.
Nace de la lógica de que en nuestra genética cultural tenemos incorporada la
idea del infierno. Pavor es miedo, por eso impávido es no tenerlo. Y es
curioso que le tengamos tanto miedo al fuego pero que aceptemos sin más
convivir con el infierno. ¿O no convivíamos con todas esas familias
hacinadas entre cartones y miseria en un antiguo Banco de La Boca? No
importa si vivíamos cerca o lejos. Convivíamos. Y hasta al pasar por
Almirante Brown y Suárez de paso a "Caminito" llevamos un estado de ánimo
festivo dispuesto a ver todo pintoresco. Somos incorregibles: vemos
pintorescos paisajes de miseria donde los residentes viven en chozas pero
tan coloridas y simpáticas. Qué metáfora la de La Boca ¿no?: ese edificio
del antiguo Banco Italiano, que a principios del siglo pasado resguardó las
fortunas de la patria del granero del mundo termina en nuestra época
resignado por descarte a cobijar sin garantías a unas familias sin cobijo.
Ese es el peligro de hacerse casas de cartón sin consultar a un arquitecto.
Y de procrear hijos sin considerar que no son incombustibles. La culpa la
tiene el Gran Bonete. Ah, me fui del tema. Murieron seis hermanos. Parece
una canción. Se lucieron los líderes no interrumpiendo su descanso para
llegar hasta el lugar aunque sea por demagogia. No ensuciaron sus trajes con
carbonilla. Les dejaron el estrellato a los bomberos. Tampoco hubo grandes
marchas de duelo mediáticas con velas y gente educada. Los seis hermanos
muertos en el incendio eran pobres. También los ecos de sus muertes.

La culpa es del fuego y del Gran Bonete

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