Latinoamérica: integración política para el desarrollo.

Por Bernardo Tirelli
La historia la escriben los pueblos, y hace dos semanas, el pueblo paraguayo escribió una de sus mejores páginas. Me siento reconfortado de haber podido colaborar como Observador Internacional, en las elecciones del 20 de abril pasado, gracias a la generosa invitación que me hizo la Alianza Patriótica para el Cambio que lidera Fernando Lugo, hoy presidente electo.
La tarea no impidió el intercambio de ideas y propuestas, tanto con los líderes político sociales de Paraguay como con los observadores de otros países latinoamericanos. Las enseñanzas de la gesta popular trascienden sus fronteras ya que la crisis política, económica y social tiene raíces y problemáticas comunes a todos los países latinoamericanos, con las naturales diferencias y características que le son propias. Rápidamente, los no a la intolerancia y privilegio de pocos abren paso a los sí que, como desafío futuro de la Alianza triunfante, permitirá un país más digno y justo y consolidará las posibilidades de una Latinoamérica unida.

¿República romana o república colorada?

En nuestro país, en los medios de difusión privados, suelen expresarse los ideólogos liberales trayéndonos ejemplos y didácticas de la República romana establecida en el año 509 adC. Estos patricios criollos, que nos hacen cuentos a medias para explicar sus ideas de democracia y calidad institucional, que se florean con frases en latín, tal vez se sientan emparentados con aquella clase patricia que constituían, en la Roma antigua, una nobleza de raza por la cual sólo ellos podían participar del gobierno del Estado y gozar de los privilegios ciudadanos.
Eran los descendientes de las familias más antiguas, considerados superiores al resto de los habitantes, gozaban de todos los derechos, poseían tierras y eran los llamados a formar parte del ejército romano. Eran los únicos que podían votar y desempeñar cargos públicos políticos o religiosos y entre sus derechos estaba el de patronato sobre los clientes. El grupo de los clientes estaba formado básicamente por esclavos liberados por sus amos patricios, y que después de su liberación permanecían vinculados, ellos y sus descendientes, a su antiguo amo y a sus herederos, quien ejercía sobre ellos cierta tutela y proteccionismo paternalista a cambio del apoyo popular en el ascenso en la carrera política.
Cualquier coincidencia con el sistema político del partido colorado no es obra de la casualidad, el propio Fernando Lugo antes de ser sacerdote quiso ser militar y no pudo ingresar a la academia por no estar afiliado al partido de gobierno y, entre otras similitudes, la distribución de la tierra en Paraguay es una de las más escandalosas del continente.
Resultó impactante observar como los aparatos partidario, de gobierno y medios de comunicación con amplio despliegue de recursos económicos, fueron superados por la movilización y conciencia popular. En las puertas de los centros de votación abundaban las 4x4, las mesas coloradas plagadas de computadoras, con ostensible propaganda, incluyendo grupos que ejercían presión con cánticos e intentos de compra de votos.
El pueblo se impuso al miedo y al terrorismo psicológico al que lo intentó someter el propio presidente de la República. Se dio un paso fundamental consagrando la legimitidad de origen que deberá consolidarse en la voluntad continuada de los representados de reconocerlo como representante suyo.
La movilización espontánea al Panteón de los Héroes y el discurso de Lugo coronaron una jornada inolvidable. Resuenan todavía sus palabras en un claro contraste con la práctica política del individualismo de la competencia por el poder: “ustedes son mis mandantes, me debo a ustedes”, basado en una definición, que suele repetir, y es común a nuestra tradición política de que primero está la Patria.

Los desafíos económicos y sociales

Hace casi 150 años Paraguay era el país más desarrollado de Sudamérica, con fundiciones de hierro, ferrocarriles, flota mercante, líneas telegráficas, fábricas textiles. Su desarrollo económico no se basó, en esos tiempos, como intentamos hoy nosotros, en establecer un valor de cambio alto para hacer competitiva la industria favoreciendo la radicación de nuevas y la sustitución de importaciones. La ventaja competitiva era ser un país mediterráneo, alejado de los puertos, y por tanto, de la vulnerabilidad del contrabando y del librecambio que proclamaba el mitrismo. La guerra de la triple traición no sólo terminó con el sueño de desarrollo industrial soberano sino que, prácticamente, exterminó a un pueblo heroico y valiente.
Nunca se repuso. Es más, hoy, sin industrias, es víctima de la piratería, el contrabando y el narcotráfico. Los altos niveles de pobreza -65%- no terminan de explicar el desempleo del 13% sino se aclara que lo habitan 6 millones y que 1 millón más se encuentran en nuestro país. No hay ningún paraguayo que no tenga un pariente o conocido viviendo en el exterior en una suerte de exilio económico.
Las exportaciones paraguayas son de productos primarios, la industria no exporta y participa en el PBI en un escaso 15 % por lo que la Unión Industrial Paraguaya reclamó especial atención del nuevo gobierno a este sector. De los productos de exportación se destaca la carne y últimamente una conocida nuestra: la soja, de cuya corporación recibió Lugo una advertencia, apenas se conoció su triunfo. Es paradójico que con un 40% de la población rural se importen alimentos incluyendo hortalizas.
En definitiva, salvando las diferencias de escala y desarrollo, la lista de problemas no es muy distinta de la que elaboramos los argentinos en el 2003, con la ventaja para Paraguay que su deuda externa no es abultada, 3500 millones de dólares sobre un PBI de 9000, con un servicio anual del 15%. Creación de empleo, industrialización y eliminación de la pobreza estarán en el centro de la escena.
La necesidad de aumentar el superávit comercial y fiscal rápidamente para lograr estos objetivos lleva al planteo de una revisión de las tarifas de venta de electricidad con nuestro país y con Brasil así como a evitar un proceso de sojización de la producción.
El aumento del superávit fiscal permitirá aumentar la obra pública, entre ellas la de producción de viviendas, mecánica generadora de industrias, de rápido empleo y de soluciones sociales para decenas de miles de sin techo. El desarrollo rural y la agricultura familiar deberán buscar la soberanía alimentaria que junto con la diversificación energética completarían un desarrollo integral.




La integración política regional

La otra gran tarea que le toca a la flamante alianza será el restablecimiento de la justicia y la reconstrucción política. En nuestro país y en muchos países de América Latina han proliferado movimientos sociales, articulados o desligados del Estado. En Paraguay aprendieron que la lucha social es algo más que una lucha ética de los excluidos, es una lucha política nacional por transformar el Estado, para modificar su estructura y orientación.
Los movimientos sociales llegaron con debilidades en la formulación y práctica electoral por lo cual la mayoría de los cargos electivos pertenecen hoy, aun dentro de la alianza, a viejas estructuras partidarias y esto abre otros desafíos hacia el futuro, de como esos liderazgos obtienen, además de la representación social, la electoral.
Hay que darle la bienvenida a Paraguay al proyecto latinoamericano, fortalecer a Paraguay es fortalecer el nuevo MERCOSUR y la UNASUR. Un Paraguay industrial, con pleno empleo, salarios dignos, soberanía energética y alimentaria estimulará la industrialización de nuestras provincias del norte. Esto será posible construyendo intereses políticos comunes que están por encima de cuestiones arancelarias o tarifarias, creará condiciones favorables para nuestro propio proyecto nacional porque, como afirmaba Mosconi, no hay proyecto nacional sin integración latinoamericana.
A diferencia del MERCOSUR, que se constituye, a instigación de las multinacionales automotrices, para favorecer su división del trabajo sin barreras arancelarias, la integración regional debe comenzar por la política.
La defensa y creación de trabajo es tarea común con los pueblos latinoamericanos, la superación de la exclusión y la pobreza, de la desindustrialización, del endeudamiento, de la pérdida de identidad y soberanía son objetivos comunes que hacen renacer hoy la visión de Solano López, San Martín y Bolívar.

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