EL MODELO GLOBAL DE LA DEPENDENCIA.

La historia suele ser escrita por los vencedores y por los oportunistas.

Por Jorge Eduardo Rulli

Durante muchos años fuimos ignorados o aún peor, menoscabados por el grueso de la dirigencia política y de los periodistas del sistema. Las preocupaciones que manifestábamos de manera permanente, eran acerca de las consecuencias ambientales de los modelos económicos, de sus impactos sobre el medio y sobre la salud de las poblaciones, y por si todo ello fuera poco nos preocupábamos además por destacar los mecanismos de sumisión a las nuevas dependencias globales, así como las decisiones que nos habían conducido a ese estado que muchas veces denominamos de transcolonialidad, o sea de nuevo colonialismo pero de las corporaciones transnacionales. El común de los activistas que conforman las muchas organizaciones socioambientales que han llenado el vacío dejado por los partidos, comprendió rápidamente en cambio nuestro mensaje y aprendió a realizar las conexiones entre los montes de árboles implantados para pasta, la minería por cianurización y los monocultivos de soja, así como sacar sus propias conclusiones acerca de cómo el manejo por REPSOL de nuestro petróleo, y la falta de rol del Estado aportaban a estas nuevas, y extrañas dependencias de principios del siglo veintiuno. Lo que en algún momento nos pareció un objetivo difícil, casi inalcanzable, tal como fuera el propósito deseable de unir en la comprensión de sus protagonistas, las diversas luchas populares, resulto más fácil de lo que pensábamos. Fueron muchos los que rápidamente comprendieron que el modelo agrícola era un modelo minero, que los eucaliptos eran otro monocultivo extractivo y que el modelo minero era puro y sencillo saqueo y devastación de los ecosistemas. Lamentablemente, la dirigencia política y sus comunicadores, parecieron ir a la zaga de la conciencia popular. Todavía ven a los actuales conflictos con el campo, fundamentalmente, como rencillas por el poder; suelen vivir estos conflictos como traiciones o como agresiones al propio rol, como desafíos a la propia autoridad, desafíos a los que tienen que responder de igual manera o acaso cuando los exceden, dejar enfriar para que pase la tormenta. Hallaron por ejemplo, que un cambio de ministro puede ser un modo de zafar de una situación engorrosa y no dudaron en sacrificar a quien no llegara a integrárseles totalmente. Ahora, con algunos enroques de funcionarios, continúan negociando situaciones parciales, pero esas negociaciones se desarrollan en un marco de total ausencia de políticas de Estado, como si el país fuese el tendedero de un mercachifle. No pueden comprender o no quieren comprender, lo que cada vez más y más argentinos en todos los rincones de la patria comprenden e incorporan con admirable lucidez. Que la Argentina aceptó hace mucho las reglas internacionales que les fijaron las corporaciones transnacionales y la Organización Mundial de Comercio, y que no se sale de esa situación de colonización, con remiendos o con paliativos, sino solamente regresando a los orígenes del problema para comprenderlo y cambiar el rumbo. Necesitamos revisar las políticas establecidas en los años noventa, y aún antes todavía. Porque ya no podemos negarnos a reconocer que estas políticas económicas fueron diseñadas durante la dictadura militar por una burguesía prebendaria del Estado y que sus fundamentos, no solo no han sido revisados, sino que buena parte de esa burguesía pareciera haberse reproducido entre los amigos del poder. Esta ha sido la ceguera política o acaso la gravísima complicidad, de sucesivos gobiernos democráticos, que no hicieron sino continuar por la huella establecida, al permitir que empresas como Techint, Los Grobo, Deheza o acaso el suplemento Rural de Clarín, diseñaran las políticas públicas y propusieran los objetivos de la acción de gobierno. Ahora, la crisis ha desnudado a la monarquía y es público que teníamos razón, y resulta imposible no recordar que lo dijimos una y mil veces hasta quedar afónicos, y que nos tildaron de utópicos, de delirantes, de pretender volver a las cavernas, de no estar bien informados, de ser obsesivos y monotemáticos con la soja y con los monocultivos. No estoy planteando un problema de susceptibilidad, de reconocimiento o acaso de justicia en el plano de las memorias y de los registros. Muchos años de compromisos con las luchas nacionales y sociales, me hacen ser sumamente escéptico respecto a los reconocimientos de esta índole y a estar al tanto que la historia suele ser escrita por los vencedores y por los oportunistas. Me preocupa que, tal vez sin la mala intención que podría suponerse, el intento de resolver la crisis del campo a partir de la improvisación o de la incómoda conciencia de haber estado respaldando activamente a quienes hoy se les vuelven contra, conduce por caminos que no son sino más de lo mismo y tan pero tan peligrosos, como aquellos que los han traído hasta la crisis actual en la que se encuentran y en la que parecen sofocarse. Es el caso de los dineros que como devolución de retenciones se les ofrecen a los pequeños productores y que inevitablemente los confirmarán en el camino de una creciente sojización, así también, parece ser el caso de los dineros que se le están concediendo a diferentes municipios para desarrollar producciones de alimentos bajo invernáculos, con el asesoramiento de organizaciones como el INTA o como la organización paraestatal y para empresarial de Mariano Winograd, que lleva el sugestivo nombre de "5 al día", aunque no refiere a lo que podríamos o nos gustaría imaginar, sino a la ingesta de vegetales, y que no es más que el patético ejemplo de un agronegocio diseñado para pobres, pensado y reservado en el plan de las corporaciones para cuando los otros agronegocios condujeran al colapso y a la crisis social. El gobierno, entonces, en su penosa improvisación de soluciones a la crisis, no hace sino "descubrir", aquellas alternativas que habían sido pensadas como plan B por las mismas empresas que los condujeron al desastre del que pretenden escapar. Pero están en un brete y no lo saben, están en el brete de creer en la escala, en el endiosamiento de las tecnologías, en creer que lo grande es bueno y que mejora lo pequeño, que el crecimiento del producto bruto es deseable, que el deber de un gobernante es el de dar de comer, como si los ciudadanos fuésemos niños. Creen en la ciencia empresarial, creen, siempre creen, pero no son capaces de crear. Lo suyo es un credo, un paradigma del que les resulta difícil escapar, aún más todavía, ni siquiera lo intentan. Mientras tanto, y cuando la película Hambre de Soja se proyecta por el canal oficial, no podemos nosotros, como Grupo de Reflexión Rural, continuar con los mismos discursos, sino que tenemos el deber de ahondar las reflexiones para comprender inclusive a todos aquellos que no nos comprenden y para continuar mostrando y señalando caminos posibles, y en particular caminos y tareas que puedan ir imponiéndose desde abajo y convirtiendo en verdad la realidad, aun sin contar con el apoyo de la dirigencia política. Partamos de que la opción sigue siendo liberación o dependencia, pero añadamos que la condición para jugar hoy en el campo del pueblo, es claramente la de anteponer lo nacional a lo social y ello no va en desmedro de ninguna situación particular de injusticia, sino que refiere a la necesidad impostergable de comprender que las diferentes situaciones no son hechos aislados, sino que participan de un mismo modelo colonial que ha sido aceptado y convalidado, por los gobiernos de la democracia. Esto implica la necesidad de ver el bosque, no tan solo los árboles, y significa comprender el modelo global de la dependencia que contiene a los agronegocios, las cadenas agroalimentarias, los monocultivos, la minería química, los montes para pasta de papel, la privatización del petróleo y la dependencia de la deuda externa. Que lo veamos resulta impostergable. De lo contrario, todo lo que hagamos no serán sino paliativos, maquillaje o el entrar en nuevas encerronas. Necesitamos auditar a los exportadores y recuperar la Junta Nacional de Granos, incluyendo los silos y los puertos que le pertenecían y que se encuentran actualmente arrendados por el Estado. Necesitamos precios sostén para todos los alimentos que forman parte del patrimonio alimentario de nuestro pueblo. Necesitamos zonas protegidas de producción de alimentos alrededor o cercanas a cada una de las poblaciones, y además resulta imprescindible habilitar ferias y mataderos municipales para los pequeños productores en cada localidad, así como volver a permitir la comercialización de leche fresca en las zonas en que se la produce. La producción local debe, de esa manera, rendir culto a la pequeña escala y a la calidad, y esto implica abandonar el paradigma competitivo y consumista vigente y volver a una matriz cultural de arraigos, de trabajos rurales y de desarrollos locales. En esta perspectiva, nada más lejano que las producciones en invernáculos que se proponen, y que implican dependencia a insumos y grandes cantidades de agrotóxicos que envenenan los alimentos que se producen en ellos, así como la salud de quienes trabajan en esos ámbitos cerrados, altamente contaminados por los venenos que no se disipan. Resulta imperioso que el Estado a nivel municipal se fortalezca y asuma nuevas e imprescindibles tareas, tareas políticas que contengan el diseño territorial, la producción de alimentos y la conservación de los recursos naturales. Estamos convencidos que este es justamente uno de los niveles actualmente más débiles en nuestra organización institucional, a la vez que una de las carencias más urgentes que deberíamos corregir. Los municipios, trabados por miradas mezquinas, cobardías injustificables y compromisos de parentesco o inhibiciones aldeanas, no actúan frente a los poderosos, les permiten continuar destruyendo los ecosistema y contaminar los ríos impunemente, a la vez que ignoran su propia responsabilidad como institución del Estado que debería hacerse responsable del destino de los vecinos, levantan barrios en cercanías de silos e incineradores o acaso en proximidad de los cultivos de soja que circundan las localidades, y, mientras rinden culto a los privilegiados del pueblo y alientan las rencillas partidocráticas locales, son incapaces de establecer mecanismos mínimos de participación que contengan a los diferentes sectores. No parecen darse cuenta del crecimiento de la conciencia y de la bronca entre sus vecinos, no asumen que el riesgo que corren es cada vez más grave y que su desidia, su impotencia y sus míseros manejos, empujan a situaciones límites. En cada una de las constantes y periódicas visitas que realizamos a los pueblos, encontramos similar panorama por parte de los Estados municipales: a la vez que nos sorprendemos por la enorme cantidad de líderes potenciales existentes entre la población, y que, expatriados de la actividad pública, ejercen su acción ciudadana desde las instituciones de estudio, desde el periodismo o desde organizaciones sociales, mientras una minoría pueblerina a cargo de los controles, posterga la resolución de los problemas y no se atreve a ejercer con suficiente autoridad el mandato recibido por las urnas. Como Grupo de Reflexión Rural nos hemos propuesto el empoderamiento de la población, y esto significa el compromiso de respaldar todo intento organizacional del común, en especial cuando se trata de reclamos justos y de generar mecanismos de participación y de toma de decisiones de manera horizontal. Apostamos a una creciente toma de conciencia socioambiental, en especial, a la conciencia de que el poder reside en cada uno de nosotros y que los mecanismos de subordinación y de iniquidad social, los crea cada uno, cuando delega ese poder. El camino que nos hemos propuesto y que transitamos desde hace ya mucho tiempo, es por naturaleza lento e incierto. Es posible que sus logros se hagan más evidentes en los períodos de crisis, tales como en el presente, cuando resulta necesario innovar en las prácticas y en los dirigentes que se han demostrado inadecuados, pero si la conciencia aun no es suficiente, no bastará con soluciones aparentes, soluciones en que sólo se cambien los hombres y mujeres que conducen, porque se habrán generado nuevas formas de la dependencia, de tal manera que se reincidirá en el error y las consecuencias serán las de repetir los fracasos, aunque de manera diversa, una y otra vez. Nos hemos decidido a que el común o al menos todos los que más podamos, sepan lo que debería hacerse si estuviesen en el lugar de los que deciden. Por eso le hablamos a un poder que presuponemos sordo y soberbio, le hablamos no tan solo por si acaso nos escuchan, en realidad les hablamos para que los demás escuchen lo que les decimos, y entiendan no solamente lo que habría que hacer, sino también, entiendan que el poder es indiferente y que, con contumacia, solamente insiste en políticas erradas. Lo nuestro no es por lo tanto una mera educación o capacitación popular, es algo mucho más mágico y maravilloso, es el develamiento en la intimidad de cada uno, de las profundas debilidades del poder. Es también, el conducir a cada uno a enfrentar en el espejo sus indefensiones y debilidades, a la vez que revelarles sus propias fortalezas y posibilidades. No sabemos qué efectos puede tener el fenómeno que se está logrando, el de un escenario en que muchos, muchos más de los que en nuestros sueños alguna vez imaginamos, saben y además saben que saben, lo que tendrían que hacer si estuviesen en el lugar de aquellos que teniendo que decidir por ellos, no solamente no lo saben, sino que se manejan con creciente estupidez y porfía. Solo el tiempo permitirá conocer si las semillas que muchos hemos sembrado en estos tiempos difíciles pero preñados de esperanzas, fructificarán y en quienes fructificarán... A nosotros nos basta con preservar la tenacidad y la antigua fe del sembrador.

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