"Una plaza, una líder, un país en disputa"

La condena ratificada contra Cristina Fernández de Kirchner, la masiva movilización popular en su defensa y el creciente vacío de conducción en el oficialismo marcan un giro en el clima político nacional. En un contexto económico cada vez más asfixiante, se reactiva una pregunta crucial: ¿Quién gobierna realmente en la Argentina cuando el poder institucional esta subordinado a los intereses de una minoría privilegiada?

 Por Antonio Muñiz


El hecho político que desbordó al hecho judicial

La confirmación de la condena a Cristina Fernández por la Corte Suprema fue mucho más que un pronunciamiento judicial. Fue un movimiento deliberado del poder estructural, orientado a inhabilitar a una figura central del campo nacional y popular que representa, todavía hoy, la posibilidad de un modelo alternativo al actual esquema de acumulación basado en ajuste, deuda y subordinación.

El operativo de disciplinamiento institucional se volvió contra sí mismo. La Plaza de Mayo, colmada por centenares de miles de personas el martes 18, no fue sólo un acto de respaldo a una dirigente proscripta: fue una señal de que la política popular conserva vitalidad, memoria y capacidad de respuesta.

La figura de Cristina se proyecta así más allá de su rol institucional. Aunque inhabilitada por el fallo, reafirma su centralidad en el debate público y político, no como candidata, sino como símbolo de un proyecto que persiste, incomoda y resiste.

Un gobierno sin conducción, una economía sin horizonte

A mas de un año y medio de iniciado su mandato, el gobierno de Javier Milei atraviesa una etapa de repliegue discursivo y desorientación política. El presidente, cuya presencia había dominado esta primera etapa de gobierno, comenzó a correrse del centro de la escena, mientras su administración muestra signos de fatiga y conflictos interno.

La economía, en tanto, exhibe señales claras de retroceso. La recesión se profundiza, la actividad industrial se contrae, el consumo cae y el empleo se deteriora. La baja de la inflación, celebrada por el oficialismo, es el resultado de una brutal contracción del mercado interno y del poder adquisitivo. La tan mentada “motosierra” ha tenido un solo destinatario: el pueblo trabajador.

Sin inversión, sin crédito y sin políticas productivas, el modelo libertario demuestra sus límites. Lo que se presenta como un ajuste “salvador” no es más que una transferencia regresiva de recursos, que amplía las desigualdades y desmantela la capacidad del Estado de cumplir funciones básicas.

La represión como recurso político

Frente al aumento del malestar social, la respuesta del gobierno se inclina hacia el endurecimiento. El nuevo protocolo de seguridad presentado por la ministra Patricia Bullrich habilita prácticas de control social propias de un Estado de excepción. Detenciones sin orden judicial, requisas arbitrarias y criminalización de la protesta son señales claras de un rumbo autoritario.

Esta política no es un error táctico: es un componente estructural del modelo. Allí donde el ajuste no puede sostenerse por consenso, se lo impone por coerción. El Estado se convierte en garante de un orden injusto, no en instrumento de transformación.

La conducción en disputa y el rol de Cristina

La centralidad simbólica de Cristina Fernández contrasta con una pregunta que empieza a instalarse en el interior del espacio nacional y popular: ¿quién conducirá el proceso político en los próximos años?

Axel Kicillof y Máximo Kirchner emergen como las dos figuras de mayor proyección. El gobernador bonaerense combina gestión, legitimidad electoral y autonomía relativa; el diputado y dirigente de La Cámpora representa continuidad organizativa y vínculo con las bases militantes.

Las tensiones e internas son naturales en todo proceso político, sin embargo  el riesgo de una interna mal resuelta está latente; como ocurrió en el pasado, pueden llevar a situaciones de dispersión  y debilidad del campo popular. 

Por ello el desafío es mayor: construir una unidad estratégica que no se limite a acuerdos coyunturales, sino que sea capaz de proyectarse como poder real.

La cuestión va más allá de los nombres. Se trata de construir una nueva etapa política capaz de articular representación, estrategia, territorio y programa. Sin esa síntesis, la disputa quedará atrapada en lógicas internas, mientras el bloque dominante consolida su poder.

La madre de todas las batallas y el desafío federal

La provincia de Buenos Aires sigue siendo el epicentro del poder electoral y territorial. Pero el proyecto nacional que el país necesita no puede limitarse a una sola jurisdicción. Es indispensable construir un espacio político verdaderamente federal, que represente a las economías regionales, a los sectores productivos del interior, a los gobiernos provinciales, a los movimientos sociales, a los sindicatos y a las juventudes que hoy no encuentran un cauce institucional donde proyectarse.

El campo nacional y popular necesita recuperar su vocación de mayoría. Y para lograrlo debe reconstruir un frente que no sólo aglutine voluntades, sino que sea capaz de disputar el sentido común, los recursos del Estado y la dirección estratégica del país.

El poder detrás del poder

Creer que el adversario es únicamente Javier Milei sería una ingenuidad peligrosa. El actual presidente no es el origen del problema, sino su expresión. Detrás de su figura opera un bloque de poder económico concentrado que trasciende gobiernos, partidos y coyunturas. Ese poder no se presenta a elecciones, pero gobierna. No aparece en las boletas, pero condiciona decisiones, impone agendas y fija límites.

La experiencia reciente enseña que ese poder puede prescindir de Milei, del mismo modo que antes prescindió de Macri o incluso de ciertos funcionarios peronistas. Su objetivo no es sostener un liderazgo personal, sino garantizar la continuidad de un modelo: concentración, extranjerización, especulación y despojo del Estado como herramienta distributiva.

Por eso, la tarea que se impone al campo popular no es solamente electoral: es estructural. No basta con ganar comicios; hay que disputar el poder real.

Escenarios en tensión

1. Construcción de un frente amplio y ofensivo.

La movilización del 18 de junio puede ser el punto de partida de una nueva etapa. Si se consolida en un proyecto político de alcance nacional, con conducción estratégica, base territorial y programa claro, podría convertirse en alternativa real al modelo vigente.

2. Fragmentación y parálisis del campo opositor.

Si las disputas internas no logran resolverse, y si no se construye un liderazgo legitimado y amplio, el espacio nacional y popular corre el riesgo de entrar en una fase de dispersión y retroceso.

3. Mutación del régimen sin alteración del rumbo.

Ante un eventual fracaso de la actual gestión, es probable que el bloque dominante decida prescindir de Milei para ensayar con una figura más “dialoguista”, sin modificar el contenido de fondo. La tarea será entonces desenmascarar al poder, aunque se presente con “buenos modales”.

De la intemperie a la esperanza organizada

La historia argentina enseña que los ciclos políticos no mueren por decreto. Tampoco se reinician por inercia. Requieren coraje, organización y proyecto.

Hoy, frente al deterioro del tejido social y la regresión institucional, la salida no será individual ni mágica. Solo una construcción colectiva, democrática y profundamente popular podrá recomponer la esperanza.

No se trata solo de resistir. Ni siquiera de volver. Se trata de construir una nueva etapa política que ponga en el centro a quienes hoy están en los márgenes: trabajadores, pymes, jóvenes, comunidades postergadas, pueblos del interior. Una Argentina donde el Estado vuelva a ser un instrumento de justicia, y no de castigo.

La proscripción de Cristina busca clausurar un futuro. Pero en cada intento de silenciar su voz, otras miles se encienden.
El tiempo que viene no está escrito. Pero empieza a abrirse paso.

Y depende, como siempre, de que estemos a la altura del desafío.

JUNIO 2025

 

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