La planificación como acto de soberanía y esperanza.

El neoliberalismo, en su cruzada por consagrar al mercado como único regulador social, no solo desmanteló las capacidades del Estado para intervenir en la economía: renunció también a la planificación del futuro. 

Antonio Muñiz


Bajo la lógica del laissez-faire, todo intento deliberado de orientar el porvenir fue tildado de anacrónico o autoritario. Así, el horizonte común quedó librado a la inercia de los intereses privados y a la lógica miope del corto plazo.

La Argentina, como pocos países, ha padecido con crudeza esta abdicación: sin planificación, el país fue condenado a la improvisación, a la dependencia externa y a la fragmentación social. Hoy, más que nunca, resulta urgente recuperar la idea de que planificar el futuro es comenzar a construirlo, y que hacerlo de manera colectiva y estratégica es un acto de soberanía y de esperanza.

La planificación como construcción del porvenir en la filosofía occidental

Desde sus orígenes, la tradición filosófica occidental comprendió que imaginar el futuro y organizar la acción presente en función de él es una de las capacidades más nobles del ser humano. En La República, Platón proponía una polis estructurada según la justicia, alcanzada mediante una arquitectura racional del poder y la educación. Planificar no era un acto técnico, sino ético: significaba alinear la sociedad con una idea de bien superior.

Más adelante, Kant afirmaría que la historia humana, aunque caótica en apariencia, posee un sentido racional que puede ser comprendido y proyectado. Esta fe en el progreso –no como destino asegurado, sino como construcción posible– se radicaliza en Hegel, quien plantea que la historia es el despliegue de la razón a través del conflicto, la negación y la superación. El futuro no está dado: se construye en la tensión entre lo existente y lo posible.

En el siglo XX, Ernst Bloch devolverá a la filosofía la potencia utópica que la modernidad había comenzado a olvidar. En El principio esperanza, la utopía no es una fantasía evasiva, sino una anticipación activa: imaginar un mundo distinto es ya el primer paso para transformarlo. La esperanza, para Bloch, es performativa. Lo que soñamos colectivamente puede, con organización y voluntad política, volverse real.

La sabiduría de la anticipación en la filosofía china

Del otro lado del mundo, la tradición filosófica china también valoró la planificación como una forma de sabiduría práctica y moral. Para Confucio, el buen gobierno descansa en líderes virtuosos que anticipan las consecuencias de sus decisiones, educan al pueblo y buscan la armonía social. No hay planificación sin ética; no hay desarrollo sin virtud.

El taoísmo, aunque aparentemente opuesto, complementa esta visión con el principio de wu wei: actuar sin forzar, intervenir en armonía con el fluir natural del mundo. Desde esta perspectiva, planificar no significa imponer artificialmente un orden, sino entender las dinámicas profundas del entorno y actuar en sintonía con ellas. La verdadera sabiduría reside en saber cuándo intervenir y cómo hacerlo sin desarmonizar el sistema.

China ha llevado esta tradición al plano institucional con sus planes quinquenales. Estos instrumentos de planificación estatal han permitido orientar la transformación de una economía rural y empobrecida hacia una potencia tecnológica y productiva. Lejos del dogma neoliberal, la planificación china no es burocracia ineficiente, sino estrategia nacional. La reciente incorporación del concepto de «civilización ecológica» en estos planes muestra la voluntad de armonizar crecimiento, justicia y sostenibilidad.

Planificación contra incertidumbre: una necesidad del presente

Vivimos en una época de incertidumbres estructurales: crisis climática, polarización política, inestabilidad financiera, disrupciones tecnológicas. En este contexto, renunciar a planificar no es neutral: es dejar el futuro en manos de fuerzas desreguladas que, como ya sabemos, no persiguen el bien común. La ausencia de planificación no implica ausencia de dirección, sino dirección privatizada, descoordinada y frecuentemente destructiva.

La Argentina ha sido testigo y víctima de este proceso. Desde la imposición del modelo neoliberal en la última dictadura, pasando por las reformas estructurales de los años noventa y hasta hoy, el país ha oscilado entre la improvisación y la dependencia, sin una estrategia sostenida de desarrollo. La planificación estatal fue ridiculizada o desmantelada, y con ella desaparecieron también las capacidades de imaginar y construir un país para todos.

Sin embargo, existen antecedentes inspiradores. La CEPAL de Prebisch proponía planes de industrialización integrados. El peronismo histórico entendía la planificación como soberanía aplicada. Hoy, el desafío es recuperar esa tradición en clave contemporánea: con participación democrática, inteligencia tecnológica, perspectiva ambiental y sentido federal.

Planificar como acto político y moral

Planificar no es solo prever. Es elegir un camino colectivo entre múltiples futuros posibles. Es asumir que el porvenir no está escrito ni es ajeno: es una obra común. Tanto en la filosofía occidental como en la oriental, la planificación es una praxis que une ética, política y visión. Es un acto profundamente humano.

En un mundo que se acelera y fragmenta, planificar es resistir al cinismo y al caos. Es afirmar que otro mundo es posible y que vale la pena imaginarlo. La Argentina necesita recuperar esta capacidad, no solo para superar su crisis actual, sino para reconstruir un proyecto de país. Porque si no planificamos nosotros, otros lo harán por nosotros. Y si no imaginamos el futuro, viviremos en el que nos impongan. En definitiva, planificar el futuro es empezar a construir la patria que deseamos.

 

No hay comentarios:

Foro en defensa del Proyecto Nacional y Popular

El Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue el invitado especial del primer Foro en Defensa del Proyecto Nacional y Popular, que contó con más de 250 militantes.