El dólar como fetiche y brújula del modelo económico argentino.

 En la Argentina, el dólar no es simplemente una moneda extranjera: es un fetiche. No en sentido vulgar, sino en su acepción más profunda: un objeto cargado de valor simbólico que oculta las relaciones estructurales que lo producen.

por Antonio Muñiz


Tal como describía Karl Marx en su crítica a la economía política, el fetichismo de la mercancía transforma los productos del trabajo humano en ídolos con vida propia. En nuestro caso, el dólar actúa como el reflejo invertido de la desconfianza histórica en nuestra moneda, en nuestras instituciones y, en última instancia, en un modelo de país.

Desde una perspectiva mas amplia el rol del dinero va más allá de su mera función de intercambio, la moneda nacional es, ante todo, un contrato social. Supone confianza en que el Estado garantiza su valor y estabilidad. Cuando esa confianza se quiebra, como ha ocurrido cíclicamente en nuestro país, las personas migran a un sustituto que preserve poder adquisitivo: el dólar.

Así, en la Argentina, el dólar no es solo una reserva de valor; es una brújula ideológica. Detrás de cada ciclo de “dólar barato” o “dólar alto” se esconden visiones antagónicas de país. El “dólar barato”, característico de etapas de neoliberales, permite abaratar importaciones, viajar al exterior y consumir bienes foráneos. Pero también encarece exportaciones, desestimula la producción nacional, en especial la industria y alienta la fuga de capitales. Es el dólar de las élites urbanas y del modelo de valorización financiera. Lo vimos con Martínez de Hoz, con Cavallo,  con la gestión de Mauricio Macri y ahora en forma mas brutal por el esquema de Javier Milei.  Estas experiencias históricas terminaron siempre en crisis económicas y sociales, con su correlato de deuda y fuga de capitales

En cambio, el “dólar alto” implica una moneda local depreciada que mejora la competitividad exportadora y protege la industria local. Es el tipo de cambio que acompañó procesos de sustitución de importaciones, pleno empleo y crecimiento con inclusión, como en los gobiernos  de Juan Perón, Néstor Kirchner y los primeros años de Cristina Fernández. Pero también puede tensionar el poder adquisitivo si no está acompañado de políticas redistributivas.

Como señala el economista Emmanuel Álvarez Agis, “el tipo de cambio no es una variable técnica, sino una decisión política: define ganadores y perdedores” (Universidad Di Tella, 2021). Y como tal, el dólar actúa como un espejo: nos dice hacia dónde vamos y a quién beneficia ese rumbo.

La obsesión por el billete verde no surge sólo del miedo a la inflación, sino de una percepción profunda de inestabilidad del rumbo nacional.

El fetiche del dólar revela nuestra incapacidad crónica para consolidar un modelo económico coherente, sostenido y soberano. Salir de esta lógica requiere reconstruir el valor del peso no solo con equilibrios macro económicos, sino con un proyecto de desarrollo que democratice el acceso a la riqueza, restituya confianza institucional y establezca un horizonte común. Mientras tanto, seguiremos prendiéndole velas al dólar como si fuera el último refugio en un país que no termina de confiar en sí mismo.

 

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