Los mismos de siempre.

Por Daniel Cecchini
política@miradasalsur.com

A fines de 2004, el líder radical denunciaba que Kirchner podría ser desestabilizado por “los mismos de siempre”. Raúl Alfonsín intentó desatar al país del asfixiante yugo de la deuda que instaló el grupo de tareas económico de la dictadura.“Hay sectores especulativos de la economía que están creando un clima que es caldo de cultivo para un putsch contra el gobierno de Kirchner”. Corría diciembre de 2004, la luz de la tarde se iba apagando al atravesar las ventanas del departamento de la avenida Santa Fe, y Raúl Alfonsín denunciaba –en una entrevista que me tocó hacerle para la revista española Cambio 16– un intento de desestabilización cuando Néstor Kirchner todavía no había cumplido dos años de mandato. La siguiente pregunta se caía de madura:

–Doctor, ¿está hablando de un golpe de Estado?

–No en el sentido tradicional. Hablo de un golpe de mercado. Lo llamo pustch precisamente porque no quiero llamarlo golpe de Estado, que es un término que tiene otras connotaciones en la historia de los argentinos.

–¿Un golpe similar al que lo obligó a entregar la presidencia antes de tiempo?

–Exactamente. Por eso lo digo. Es algo que conozco muy bien, porque lo he sufrido en carne propia. Están teniendo reuniones y están tratando de crear, por diversos medios, la imagen de que el Gobierno no funciona, de que tiene problemas. Es necesario encender una señal de alerta.

–¿Quiénes son?

–Los mismos de siempre.


El viejo líder radical dijo “los mismos de siempre” con el tono de un sobreentendido. Más tarde, a lo largo de una charla que repasó a los saltos toda su carrera política, los iría identificando: los organismos financieros internacionales, los grupos económicos más concentrados, la Sociedad Rural, los sectores más recalcitrantes de la cúpula eclesiástica y algunos grandes medios de comunicación. Los mismos de siempre eran los enemigos del país; habían sido sus enemigos –lo seguían siendo–, pero entonces, esa tarde de diciembre de 2004, lo eran también de otro presidente, de Néstor Kirchner. Raúl Alfonsín murió hace unos pocos días, cuatro años después de aquella entrevista. El kirchnerismo hoy gobierna.

Si las comparaciones son odiosas, los paralelismos suelen ser ineficaces. La presidencia de Raúl Alfonsín y las dos gestiones sucesivas del kirchnerismo tienen muchas más diferencias que parecidos. Sin embargo, coinciden en algunos puntos fundamentales. Ambos se hicieron cargo del país en circunstancias extremas. Alfonsín encontró una Argentina endeudada y económicamente asfixiada, con un Estado destruido, con industrias desmanteladas y las redes sociales rotas por el terror del proceso; el kirchnerismo se hizo cargo de un país con la peor deuda externa de su historia y en default, con un Estado vaciado y las empresas públicas rematadas, con el circuito productivo aplastado por el modelo especulativo neoliberal y gran parte de la población por debajo de la línea de pobreza. Ambos intentaron desde el principio salir de la catástrofe apostando a fortalecer el Estado, a recuperar la producción, a desalentar la especulación, a redistribuir, a promover los derechos humanos y a reconstruir la dignidad de los argentinos. En esos intentos se encontraron con los enemigos de siempre. En eso –a pesar de sus múltiples diferencias– coincidieron.

Raúl Alfonsín intentó desatar al país del asfixiante yugo de la deuda que instaló el grupo de tareas económico de la dictadura. Su propuesta de crear un club de países deudores para discutir en mejores condiciones con los organismos financieros internacionales fue sistemáticamente boicoteada por el FMI y los grandes grupos especulativos que manejaban la economía argentina. Es decir, los conocidos de siempre que hoy, aún en medio de una crisis global que ellos mismos provocaron, pretenden manejar los rumbos económicos del país.

“Se fue un hombre digno”, dijo el otro día el presidente de la SRA, Hugo Biolcatti, al despedir los restos de Alfonsín en el Congreso, olvidando deliberadamente la rechifla brutal que su gente –comandada por el entonces jefe de la Rural, Guillermo Alchourrón– le dedicó al entonces presidente de la República cuando pronunciaba su discurso durante la inauguración de la exposición de 1988. “Algunos comportamientos no se consustancian con la democracia, porque es una actitud fascista no escuchar al orador”, respondió entonces Alfonsín. Y agregó esto: “Ustedes no silbaban tanto durante la dictadura”. Hoy esos conocidos de siempre cortan rutas, acumulan soja en los silos, se camaleonizan con una oposición política dispuesta a todo y promueven agresiones a funcionarios del Gobierno con el objetivo de eliminar las retenciones y aumentar sus privilegiadas rentas. Las mismas rentas que buscaron acrecentar con silbidos y operaciones desestabilizadoras durante el primer gobierno de la democracia.

La cúpula de la Iglesia nunca le perdonó a Raúl Alfonsín que sus diputados y senadores –junto a muchos legisladores de la oposición de entonces– aprobaran la ley de divorcio vincular. Como tampoco que juzgara a las juntas militares, cuyas atrocidades los dignatarios eclesiásticos– salvo honrosas excepciones– encubrieron con silencio cómplice. Uno de sus hombres, el presbítero Julio Triviño, llegó a calificar desde el púlpito al gobierno radical con una frase literalmente golpista: “democracia pornográfica”. Es esa misma cúpula eclesiástica la que, en un nuevo aniversario del golpe, hizo decir a su vocero que en la Argentina “está alterada la paz social”. Fue un abierto ataque al Gobierno que sinceró un hambre de represión que, pocos días antes, en un “acto contra la inseguridad” había lanzado otro de sus hombres pidiendo la pena de muerte.
Luego del histórico juicio a las Juntas por los crímenes del terrorismo de Estado, Alfonsín se rindió con armas y bagajes ante las presiones del partido militar –y de sus aliados políticos– para terminar haciendo votar a sus legisladores las leyes de impunidad. Hoy el partido militar no existe como tal, pero los conocidos de siempre (con Cecilia Pando y compañía a la cabeza mediática) se oponen a los juicios que, votación del Congreso mediante, el kirchnerismo reabrió para que se retomara el camino de la memoria y la justicia.

Es cierto que, si de oposiciones salvajes se trata, hay que marcar una notoria diferencia. Alfonsín debió enfrentar 13 paros generales de la CGT mientras que hoy el sindicalismo peronista, en gran medida, no se opone al Gobierno. Hecha esta salvedad, lo que queda a la vista es insoslayable: cada vez que hay un proyecto nacional –mejor o peor, con virtudes y errores– del otro lado de la calle siempre se puede ver, juntos, amontonados, a los conocidos de siempre.

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