El túnel del tiempo

Por Alfredo Zaiat


La serie más costosa de la temporada 1966 en la TV norteamericana fue
The Time Tunnel, una producción de Irwin Allen que se emitió por primera
vez en septiembre de ese año a través de la cadena ABC y que luego
extendió su éxito a los países de habla hispana, entre ellos la
Argentina. La serie tenía como protagonistas a los doctores Tony Newman
y Douglas Phillips, dos científicos que trabajan para un proyecto
secreto del gobierno en un laboratorio subterráneo en Arizona. Pero por
un error se ven atrapados en el Túnel del Tiempo y deambulan por
distintos momentos de la historia universal. El fascinante túnel era
como un ojo hipnótico, símbolo de los psicodélicos años ?60.

Ahora, en cambio, sin la seducción de esa serie de ciencia ficción que
atrapó a muchos en la infancia, el túnel del tiempo se hace presente
aquí con análisis, expresiones del poder y personajes del pasado de la
economía que recuperaron protagonismo.

Han reaparecido con sus conocidas obsesiones: la presión para regresar a
los brazos del FMI, la manía sobre las cuentas fiscales y el reclamo de
un ajuste, las consignas contra la intervención del Estado, el regreso
del Grupo de los Siete representantes de las cámaras patronales con
discurso de los noventa, la irrupción del Club de Secretarios de Energía
de 1983 a 2002 que entregaron el patrimonio hidrocarburífero nacional al
sector privado, los latiguillos de la inseguridad jurídica y el
federalismo y el sermón contra medidas de protección industrial
sostenido por propios dirigentes industriales forman parte de la
revitalizada saga de lugares comunes de la ortodoxia, que han retornado
con una intensidad inusitada. Vigor que resulta aun más insólito en un
contexto internacional de caída del Muro de Wall Street que ha puesto en
evidencia esas recetas del fracaso y de la exclusión social.

En cada uno de esas cuestiones existen factores de debate que no han
sido saldados durante la administración kirchnerista y que merecen una
evaluación desapasionada. Pero cuando todas esas iniciativas confluyen
al mismo tiempo en una oferta a la sociedad como sendero a transitar,
con protagonistas de las décadas de la decadencia, se expone el espíritu
de volver por la revancha de la corriente conservadora.

Una muestra se encuentra en la forma que se aborda el complejo panorama
de los aumentos de precios. No se trata sólo acerca de la polémica sobre
los índices de inflación que elabora el Indec, que es un tema sobre
metodologías, relevamiento de productos e imputación de sus precios y,
por supuesto, sobre credibilidad de las estadísticas tanto públicas como
privadas. La tensión principal se encuentra en el diagnóstico y en las
propuestas para enfrentar el problema de la evolución de precios. Además
de ser materia de una batalla sobre las expectativas sociales y de puja
política sobre los índices, las experiencias de inflación en la
Argentina requieren precisar su origen para no caer en las trampas de la
ortodoxia.

A lo largo de los últimos años, diferentes fueron las argumentaciones de
economistas del establishment para justificar los deslizamientos de
precios. Sin embargo, cada una de esas ideas, que han calado hondo en el
discurso vulgar, fue desmentida por la propia dinámica de la economía.
La más extendida se refiere a que la emisión de moneda ?sin respaldo? se
convierte en un potente motor de la inflación. Lo mismo que un déficit
fiscal creciente junto a tasas de interés bajas que fomentan
excesivamente el consumo y la inversión vía el crédito

Estos tres pilares de la explicación básica de la ortodoxia sobre la
inflación quedaron descartados. La oferta monetaria ha aumentado
acompañando el crecimiento de la producción. No se han registrado
desequilibrios de las cuentas públicas que necesiten ser ?monetizados?,
desapareciendo la presunta causa principal de la inflación para los
monetaristas. Las tasas de interés han sido bajas en términos reales,
pero es evidente que no han servido como motorizador de un boom del crédito.

Frente a la ausencia de esas banderas para levantar por parte de la
ortodoxia, aunque algunos de sus sacerdotes no se privan de alterar la
realidad para sostenerlas, los gurúes de la city arremetieron contra el
salario como causa de la inflación.

Ese argumento también embiste contra la pared debido a la existencia de
un mercado laboral heterogéneo y de disparidad salarial que no presenta
las condiciones para impulsar una sostenida alza de los costos
empresarios, que posteriormente son trasladados a precios. Ese análisis
de los conservadores deriva en que los culpables son los sindicatos que
exigen demasiado con un Gobierno que no modera sus reclamos.

La megadevaluación, seguida de un fuerte incremento de los precios de
los bienes-salario (alimentos), convirtió a los trabajadores en el
sector que soportó gran parte del costo de la salida de la
convertibilidad. En los últimos años, sólo en algunas actividades
pudieron recuperar los niveles salariales previos a ese estallido. Como
el esquema conceptual de la ortodoxia va quedando vacío, los economistas
especializados en pronósticos fallidos avanzaron en explicaciones
referidas a que el alza de precios se debe a que el crecimiento de la
demanda ha ido más rápido que el de la oferta de bienes disponibles.

Ese diagnóstico no se acomoda a la actual situación, y en los meses
anteriores a la crisis todavía existían rubros industriales con
capacidad ociosa y una tasa de desempleo debajo de los dos dígitos pero
aún elevada. No había indicios contundentes de que la recuperación
económica estaba encontrando sus propios límites por agotamiento de los
recursos disponibles. Más teniendo en cuenta que se estaba registrando
una recomposición de la tasa de inversión, cuyo efecto debería ser el de
ampliar la oferta.

No se vislumbraba entonces un aumento desmedido de ningún componente de
la demanda. Las propuestas de moderar el crecimiento económico en la
fase ascendente del ciclo, expuesta por actuales economistas-candidatos,
ex ministro con ambiciones presidenciales y consultores de la city,
constituían una receta autodestructiva, que por fortuna se eludió. Basta
imaginar el actual escenario ante el impacto de la crisis internacional
si ésta hubiera encontrado a la economía en una fase de retracción para
eventualmente frenar el alza de precios como pedían los ortodoxos y no
pocos heterodoxos.

Los aumentos de precios tienen nocivos efectos para la población, en
especial para la de ingresos fijos, y en el caso argentino son un
problema político además de económico debido a experiencias traumáticas.
Por ese motivo resulta fundamental precisar el principal origen de los
ajuste para evitar recetas equivocadas.

El recorrido de los precios de los últimos años reconoce una fuerte alza
inicial motivada por la megadevaluación, pero luego no se han registrado
ninguno de los factores tradicionales de empuje inflacionario repetidos
incansablemente por la corriente del pensamiento económico dominante:
por el lado de la oferta, exceso en la expansión monetaria, déficit
fiscal y tasas bajas que impulsan el crédito; y por el frente de la
demanda, presiones salariales generalizadas y agotamiento en la
utilización de la capacidad industrial instalada.

Entonces, la causa central del proceso de aumentos de precios habría que
encontrarla en ciertas características de la economía argentina: el
elevado poder monopólico tanto en la producción de bienes como de
servicios, que permite a sus protagonistas apropiarse del resultado de
incrementos incesantes de precios por encima de los costos, obteniendo
así una ganancia extraordinaria.

A la vez, la pronunciada concentración del capital no ha hecho más que
crear las condiciones para que las empresas de ciertas ramas puedan
multiplicar esas ganancias extraordinarias. Esto es lo que se esconde
tras las presiones inflacionarias, alimentadas después por las
expectativas indexatorias del resto de los agentes económicos. Esas
presiones apuntan a incrementar esas utilidades conteniendo los reclamos
salariales, acompañadas con un ajuste acelerado del tipo de cambio que
les permitiría disminuir sus costos laborales en dólares.

Si bien existen otros elementos complementarios para explicar el proceso
de alzas de precios, el ciclo que emerge en el período 2003-2008
responde a esa situación estructural de la economía argentina. En ese
contexto, con un tipo de cambio alto, las retenciones y los controles
efectivos de precios son herramientas esenciales.

El túnel del tiempo de la ortodoxia intimidando con la ?inflación
reprimida? para liberalizar mercados de exportación, disminuir la
intervención del Estado en la formación de precios y eliminar las
retenciones tendría como saldo la inflación de esas ganancias
extraordinarias.

azaiat@pagina12.com.ar
http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-123875-2009-04-25.html

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