La irresponsabilidad política y el problema liberal del populismo.

Por Tomás Aguerre. Gentileza de Noticias del Sur.



La agenda política se debatía entre inseguridad, AFJP y festejos por la vuelta de la democracia. Pero la dirigente opositora Elisa Carrió volvió a comparar al kirchnerismo con el nazismo alemán. La irresponsabilidad política y los límites del liberalismo a la hora de comprender el populismo. La metáfora del tren a Varsovia como subestimación de lo popular.

La semana política argentina que pasó alternó su temática en dos ejes: los primeros días, el debate pasaba por el proyecto de ley enviado al Congreso para la eliminación del sistema previsional por capitalización. Ante ese debate, y de manera no tan inocente, resurgía el eterno problema de la inseguridad, fogoneado desde los grandes medios de comunicación, e instalando la visión dominante acerca de sus causas: que la pobreza genera automáticamente delitos; que la única solución, entonces, es inundar la calle de efectivos policiales, y hasta se amagó -esperemos, que sólo sea un amague- con comenzar a discutir la baja en la edad de inimputabilidad hasta los catorce años. Una marcha que tendrá lugar este miércoles en Capital Federal mezclará líderes del campo con promotores de la mano dura, dando cuenta de la incapacidad de generar un líder capaz de levantar las banderas de las aseguradoras previsionales privadas. Hacia el fin de la semana política, el tema excluyente pasaba por los 25 años de democracia, con el acto en homenaje a Alfonsín y el balance necesario sobre los avances, retrocesos y desafíos hacia el futuro.

Pero la dirigente opositora de la Coalición Cívica, marginada de los debates actuales por sus propias incapacidades de construcción política, salió a jugar su última carta en un todo o nada que pone en peligro las bases propias de la racionalidad en el discurso político. En ese intento de recuperar el espacio perdido como dirigente opositora, tras ser marginada del festejo por "la victoria del campo" luego de la negativa del Congreso al proyecto oficial sobre retenciones, Elisa Carrió volvió al ruedo utilizando metáforas que vinculan un proyecto de ley enviado a la Cámara de Diputados con la eliminación sistemática de personas durante el nazismo. En una conferencia de prensa llevada a cabo en instalaciones del Congreso de la Nación, la dirigente de la Coalición Cívica aseguró suelta de cuerpo que "la discusión en el Congreso Nacional sobre cuál es el mejor sistema jubilatorio equivale a discutir cuál es el mejor tren para ir a Varsovia"(1), en alusión al traslado de personas a campos de concentración durante la ocupación nazi en Polonia. Lo que podría parecer un simple exabrupto debe entenderse como un discurso finamente planificado, puesto que no es la primera vez que Elisa Carrió utiliza este tipo de comparaciones. En julio de 2006, Elisa Carrió aseguraba en una entrevista que "la única diferencia entre Kirchner y Hitler" era la existencia de campos de concentración en el caso alemán (2). Las declaraciones generaron revuelo incluso entre sus anteriores compañeros de bancada, alejados de la Coalición Cívica, como el diputado Eduardo Gabriel Macaluse, quién llamó a "hablar con bastante más humildad, porque cuando se produjo el nazismo en la Argentina, el que se calló la boca tiene que hablar con bastante más humildad y reconocer que ha tenido un error" (3), en alusión a los dichos de la dirigente opositora.

Lo primero que deberíamos tener en cuenta es lo siguiente: estas declaraciones, intencionadamente o no, tienen una consecuencia nefasta, la banalización del nazismo. No hace falta explicar lo que significó el nazismo. ¿Hace falta explicar las diferencias entre enviar un proyecto de ley, como exige toda democracia que se precie de tal, y subir a miles de personas a un tren para ser enviadas a un campo de concentración? La respuesta debería ser que no, pero parte de esta respuesta tiene que ver con asegurar la responsabilidad de quienes se elevan como dirigentes políticos de la Nación. Mancillar la memoria de las seis millones de personas asesinadas durante el nazismo, obviar las gigantescas diferencias entre un genocidio y un gobierno que respeta las instituciones básicas de la democracia es un atentado contra la rigurosidad histórica. Y una irresponsabilidad imperdonable.

Las constantes referencias de Carrió hacia el kirchnerismo como una forma de fascismo no son casuales. El discurso liberal respecto de los populismos no difiere mucho hoy de lo que se le criticaba a Getulio Vargas, a Perón, a Cárdenas en México, en los años `40. El problema del liberalismo con las experiencias populistas siempre fue esa capacidad de éstas de otorgarle voz a los que no la habían tenido. "Incomoda que esos líderes expresen las palabras, los intereses y los sentimientos de los que fueron condenados al silencio por esos sistemas de monopolio de la palabra"(4), escribía el sociólogo Emir Sader allá por 2005. La metáfora, alusiva a la pasividad con la que las personas subían a los trenes que los conducían a los campos de concentración, es una síntesis de lo que el liberalismo sostiene respecto de los populismos: la masa amorfa, incapaz de expresar sus verdaderos intereses por sí mismos, y a las cuales el liderazgo vanguardista tiene que venir a rescatar con sus profecías. El resúmen de la carrera política de Elisa Carrió podría ser ese: la iluminación individual hecha construcción política. La subestimación de la capacidad de las bases políticas de sostener liderazgos para sus propios beneficios, y de delimitar el terreno de la disputa política a través su movilización. El liberalismo no verá jamás, en la movilización, la propia dinámica instaurada por el pueblo -al que deniega entidad y racionalidad propia- si no los artilugios conspirativos de un líder capaz de manipular al pueblo entero en beneficio de sus propios intereses. Y esta limitación es hija de otra más amplia: el eurocentrismo con el que los liberales latinoamericanos tienden a pensar los sistemas y conceptos políticos. Que todavía se intente pensar el populismo como la forma que el fascismo adquiere en Latinoamérica, no hace más que desnudar las incapacidades de construir conceptualizaciones propias que saquen un poco los ojos del Primer Mundo y comiencen a pensar los problemas latinoamericanos desde la propia América del Sur.

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