“La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo
tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que
pasar.” La Peste. Albert Camus
La
estupidez siempre insiste.
Venimos diciendo desde hace tiempo, siguiendo
el pensamiento de muchos intelectuales anti globales, que el neoliberalismo
viene llevando al mundo a varias crisis superpuestas, una más peligrosa que la
otra.
Una crisis económica, que viene
desarrollándose desde hace una década, que marca el fin del ciclo neoliberal de
acumulación financiera global. La
quiebra de la empresa símbolo “Lemmans Brother” en 2008, mostró la inviabilidad
de una economía basada en la especulación desenfrenada y el uso irracional de los
recursos naturales y humanos. Una crisis climática – ambiental, producto de la
misma lógica predatoria del capitalismo actual, la destrucción del ecosistema
global en beneficio de los negocios de corto plazo y una guerra larvada, focalizada regionalmente,
pero que puede generalizarse y extenderse a una guerra mundial.
A este escenario, se le suma ahora una crisis
sanitaria, generada por la pandemia del Coronavirus, que rápidamente agudizó las otras crisis, con un daño todavía no
mensurable sobre la ya precaria estabilidad económica - financiera global.
En principio la pandemia, no parece ser la
causa de la crisis del modelo neoliberal, sino por el contrario, un producto fallido,
consecuencia, de un modelo de producir y consumir predatorio, donde hasta la
vida misma es descartable. No se sabe y a
nadie parce importarle el origen del virus Covid-19; si es producto de
un laboratorio, donde se desarrollan armas biológicas, de destrucción masiva, o
si proviene de los sistemas actuales de producción intensiva de carnes para el
consumo humano. La producción intensiva de porcinos en China se da en pésimas
condiciones higiénico sanitarias y ya ha causado otras enfermedades epidémicas,
por ejemplo el virus que diezmó los
planteles de cerdos en ese país. Y hay más antecedentes de la peligrosidad esta
forma aberrante y anti natural de producción, tanto porcina, avícola o vacuna, por
ejemplo el mal de la vaca loca o la gripe aviar años atrás.
En cualquiera de ambos casos muestra que los sistemas
de producción en que se desarrolla la humanidad actual carece de límites, donde
la vida es una moneda sin valor y la naturaleza un bien de cambio.
La
pandemia que azota al mundo.
La llegada del COVID‑19 puso sobre la
mesa los defectos, limitaciones y los
resultados nefastos de más de cuarenta años de aplicación del modelo neoliberal
en el mundo.
En principio, mucho de lo que está
aconteciendo en el mundo occidental, tienen que ver con la aplicación de las
medidas neoliberales de ajustes permanente sobre el gasto público, sobre todo
salud, educación, previsión social, etc, y por el otro la privatización de esas
áreas, así la salud y la educación y tantas otras cosas pasaron a objetos de
negocios privados, dirigidos por una lógica de mercado. La salud se convirtió
en una mercadería más, mientras las estructuras sanitarias publicas eran
desmanteladas o llevadas a la mínima expresión.
No es casual que la pandemia comenzara en
China, pero estallara en los países europeos y luego en EEUU. Es que a pesar de
ser países centrales, en las últimas décadas hubo un gran desinversión en el
área de salud. Italia e Inglaterra son los más notorios y por ende donde más
golpeo al enfermedad. EEUU siempre tuvo un sistema público muy deficiente, y un
sistema privado de alto nivel profesional y tecnológico, pero solo destinada a
una elite que pudiera pagar esos altos costos.
Además de estas deficiencias estructurales e
históricas del sistema de salud norteamericano, la administración Trump lleva
tiempo tratando de recortar fondos y capacidades a los Centros para el Control
y la Prevención de Enfermedades (CDC), además de otras instituciones cruciales
para una etapa como la que vivimos.
Desde 2015, el Reino Unido redujo el
presupuesto sanitario en mil millones de libras (1200 millones de dólares), lo
que impacto sobre el abandono de muchos médicos del Servicio Nacional de Salud
y redujo las inversiones a largo plazo en
el sistema hospitalario.
El otro caso europeo paradigmático es Italia,
en su momento contaba con un sistema de salud altamente eficiente, pero luego
de una sucesión de ajustes presupuestarios desde la década de los noventa y
agudizada después del 2008, bajo el gobierno de Berlusconi, que fueron llevando
al sistema sanitario a una parálisis.
Latinoamérica no escapa a esta situación,
décadas de políticas neoliberales, fueron destruyendo el estado de bienestar,
construido en la post guerra, y con él los sistemas de salud pública, entre
tantas otras cosas.
La década progresista (2002-2015) en el que
desde gobiernos como los de Lula, Kirchner y Cristina Kirchner, Morales, Correa
y Chávez se intentó con suerte diversa transformar las estructuras productivas,
democratizando las rentas provenientes de las commodities (fundamentalmente
petróleo, gas, minerales, granos y oleaginosas) y reconstruir el Estado, como
eje regulador de las relaciones económicas y sociales. Hubo, en cambio, varios países que siguieron en la órbita
neoliberal, Chile, Perú, Colombia. Igualmente todo el subcontinente entró en su
tercera oleada liberal a partir de 2015. Las dos anteriores fueron en las
décadas de 1970 y 1990.
En este esquema no es casual, que por lo menos
al día de hoy, los países más golpeados por la pandemia sean Ecuador, Brasil,
Colombia y Chile, donde impera un neoliberalismo extremo y se tiende a
privilegiar la actividad económica por sobre la salud y la vida de sus habitantes.
Después de décadas de neoliberalismo, de
ajuste sobre los sistemas de salud, previsión social, educación, etc, de América Latina, los estados ya no están con
capacidad para atender a la población, especialmente a los pobres, sometidos a
la amenaza de la pandemia de COVID-19.
De los 630 millones de personas en América
Latina y el Caribe, el 30 por ciento no tiene acceso regular a los servicios de
salud, principalmente por cuestiones geográficas o de ingresos, según la
Organización Panamericana de la Salud (OPS), afiliada a la Organización Mundial
de la Salud (OMS).
Si la pandemia de COVID-19 continúa
propagándose en la región, Brasil,
Ecuador, Bolivia, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Chile son "los países latinoamericanos con
mayor riesgo", según la OPS.
El coronavirus ha generado un horizonte sombrío
en América Latina. La CEPAL prevé un golpe múltiple a través la disminución de
la actividad económica en sus principales socios, abaratamiento de las materias
primas, interrupción de las cadenas de valor, menor actividad turística,
reducción de las remesas e intensificación de la aversión al riesgo.
El trabajo informal, mayoritario en los países
latinoamericanos, es el primero en caer, cuando la medidas preventivas llevan
al aislamiento social, pero también el que más tarda en recomponerse en la
etapa de crecimiento. Por ello la Cepal prevé que la pobreza extrema estará
entre el 6/11 % de la población en 2030, de no mediar políticas estatales
precisas destinados a eliminar el flagelo.
Las
cabezas de la Hidra.
Esta compleja crisis ha puesto en evidencia
los problemas estructurales del modelo capitalista neo liberal actual, que como
las cabezas de la Hidra deben ser cortadas juntas, no se puede atacar un problema
puntual, porque vuelven a aparecer nuevos problemas o se profundizan los
existentes. La clave es la crisis del
2008, los gobiernos inyectaron liquides a tasas casi cero, pero en vez de ser dirigida a los sectores
populares, fue direccionada hacia el sistema financiero, que se los apropió y
los usó para continuar con la
especulación desenfrenada.
En los países periféricos, el neoliberalismo es más que una ideología
política o económica de las elites, es una herramienta de dominación de los
países centrales para el sometimiento de esos pueblos y su saqueo. Por
supuesto, como marca la historia, los imperios requieren de alianzas locales
con alguna elite, para someter al resto de la población.
El neoliberalismo es también un proyecto de “reseteo”
cultural e ideológico de las sociedades dominadas, apunta a la colonización de
las subjetividades. Así mientras en lo económico saquean recursos naturales,
destruyen el aparato productivo, maximizan ganancias bajando salarios y
explotando los recursos humanos de esos países, el aparato ideológico cultural,
que ya ha cooptado a los grandes medios audiovisuales y a ciertos sectores de
la intelectualidad, el periodismo y otros formadores de opinión, apunta a una
colonización cultural y pedagógica, que destruye las culturas locales y los
valores propios de esas comunidades. Se destruyen valores como el patriotismo,
el sentido de patria y nación, de pertenencia
histórica a un pueblo y a su historia; al quitarle al ciudadano su historia, le
quitan sus derechos políticos y lo
convierten en un mero productor - consumidor pasivo. Ese ciudadano pasivo es presa
fácil de los mensajes del aparato cultural, así las técnicas de marketing y
comunicación modernas van construyendo un sentido común que va en contra de el
mismo. Así, por ejemplo, le imponen
candidatos de derecha, sin preparación ética y política, sin formación
intelectual, que luego de llegar solo responden a los intereses del mercado y
lo negocios. Pero además de esto o como
correlato necesario el neoliberalismo destruye la solidaridad y al unidad de
los pueblos, no solo exacerba un individualismo extremo, un sálvese quien pueda,
sino que además fomenta un odio al “otro”, al distinto, al pobre, al indígena,
al extranjero. Así divide, confunde, rompe lazos, el enemigo pasa a ser el que
transita a su lado y no la oligarquía o los intereses económicos concentrados
que saquean al Estado y le roban el presente y el futuro.
Estos procesos de penetración y sometimiento a
los intereses del imperio, además de una faz cultural e ideológica, tuvieron un
objetivo de reestructuración económica, social y política de esas sociedades,
junto con desguace de los estados, la apropiación de ese capital social
acumulado (servicios públicos, salud, educación, fondos de pensión, etc) en un auténtico proceso de acumulación por
desposesión. Con cada particularidad nacional estos mecanismos se repiten desde
fines de la década de 1970 en nuestro continente y en muchos países periféricos.
El
mercado ha muerto:
No vamos a caer en la remanida frase de que
una crisis genera a su vez una oportunidad, pero hay algo de eso. Hoy, hasta en
los países centrales, que dicho sea de paso están tomando de su propia
medicina, se está discutiendo sobre la necesidad de construir otro orden de
cosas; pareciera que hay conciencia global que estamos en el final de una era.
Que es necesario y oportuno plantearnos como salimos de esta crisis
estructural, como construimos una sociedad más justa e igualitaria, como
construimos una economía, que tenga como centro al hombre, la vida y la
naturaleza, un sistema económico inclusivo y sostenible.
Muerto el mercado como dador de recursos y
vehículo de articulación de lo
económico, lo social y lo político, surge nuevamente el Estado como tabla de
salvación ante el naufragio general.
Hay que evitar que las corporaciones globales
y las elites locales se apropien nuevamente del Estado. Hoy la discusión en el
mundo es quien paga los costos de la pandemia global, pero también y más trascendente, como se articula
el nuevo orden, quienes serán los ganadores y lo perdedores, quienes se
apropian de los recursos del Estado, destinados
a paliar la crisis. No hay que cometer el error del 2008, donde los
estados dirigieron su ayuda a sostener al sector bancario - financiero,
salvándolos del derrumbe pero permitiéndoles multiplicar sus ganancias en
detrimento de los sectores productivos y alargando la agonía, con los costos
que hoy sufrimos, del modelo neoliberal.
En Europa y en Argentina se está evaluando
cobrar un impuesto extraordinario los
ricos sobre su patrimonio, para con esos fondos hacer frente a la pandemia
global y sus consecuencias. Rápidamente se deberá atender a través de ayuda
directa a los sectores más vulnerables, vía subsidios y alimentos, a los pobres
e indigentes, y también a ese sector
importante del empleo informal o en “negro”. También en este marco es necesario
sostener el empleo formal y sostener los niveles salariales.
La ayuda directa del estado hacia las empresas
vía créditos blandos, excepciones impositivas
o ayuda directa para complementar la nómina salarial debe llevar como
condición que no haya despidos y que luego, cuando la situación se normalice
invertirán en capacitación y en mejoras de las condiciones laborales.
Todo esto es fundamental para sostener las
condiciones de vida de la población, sostener el nivel de ingresos de los
grupos familiares, mantener el consumo interno en niveles aceptables para no
caer en una recesión generalizada, etc, y permitir a las empresas un reinicio
rápido de su producción, pasada la crisis.
Y pensando en el día después, es necesario
recuperar un estado fuerte y empoderado, que garantice la salud, la educación,
los servicios públicos esenciales, proteja al medio ambiente, regule la
economía en beneficio de la comunidad y no para los mercados.
Como Estado y sociedad debemos planificar en
forma participativa un nuevo modelo de producción, que sepulte a la
especulación financiera y vuelva a la producción de bienes y servicios
esenciales, donde el hombre en comunidad sea el eje de un nuevo modelo social y
político, democrático, eficiente, inclusivo y sustentable.
Antonio
Muñiz
Abril
2020
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