Argentina enfrenta, una
nueva vez más, un cambio de gobierno en medio de una crisis económica y social
compleja y de difícil pronóstico.
El gobierno que se
va, pese a contar con amplios apoyos en el mundo empresarial, en los organismos
internacionales, y ganar legítimamente en una segunda vuelta, nunca pudo
encontrar un rumbo claro ni generar un
proyecto de país integrado y sustentable. Quedó enredado en sus limitaciones políticas e
ideológicas y en su lógica de “negocios para los amigos”, su impericia, sus errores y “horrores” lo llevaron a un
acuerdo con el FMI que condenó el
destino de su gobierno. Al completar cuatro
años de gestión no puede mostrar ningún logro significativo y con una gestión
económica que muestra números de catástrofe, tanto en inflación, déficit
fiscal, endeudamiento, pobreza, indigencia, primarización de la economía, etc.
La ciudadanía expresó su repudio en las elecciones
nacionales, donde el gobierno perdió de manera aplastante frente a una coalición
amplia centrada en el peronismo y en las figuras de Alberto Fernández y
Cristina Fernández.
En 2015 el gobierno
de CFK entregó su gobierno en una
situación económica, relativamente estable, desendeudado, con índices de
crecimiento bajos, pero de crecimiento, y en general todas las variables
económicas manejables, salvo la más compleja, pero estructural, restricción externa de la falta de dólares en
la economía.
El gobierno macrista
no solo no solucionó ninguno de los problemas heredados, sino por el contrario profundizó
todos y creó nuevos y más graves.
Más allá de la
impericia, errores y soberbia ideológica que nos llevaron a esta situación hubo
una corrupción generalizada en todos los estamentos gubernamentales, que la
justicia deberá investigar en los
próximos meses, pero hay además limitaciones estructurales que debemos analizar
y resolver para terminar con este ciclo de fracasos y crisis periódicas.
El potencial
argentino.
El fracaso de la
nueva experiencia neoliberal nos muestra una vez más, que, si bien,
Argentina es un país rico, con abundantes recursos naturales, agro
alimentos, minería, energía, etc, estas
riquezas no alcanzan para generar un
modelo económico de desarrollo integrador e inclusivo.
Quedó claro, una vez más, que con un modelo basado en la exportación de
commoditys agro-minero y servicios es imposible darle una repuesta a los 45
millones de argentinos.
Argentina es un país
con una matriz productiva heterogénea, con fuerte presencia del sector
industrial. La industria manufacturera genera más de 1.300.000 puestos de trabajo, casi el 20%
de la población económicamente activa. La industria no solo es el principal
empleador, sino también el que paga mejores salarios y el que presenta mejores
índices de formalidad. Cada puesto industrial directo genera, además, 2,5
empleos indirectos.
Contrario a los que
se cree el 25,1 % de las exportaciones son manufacturas de origen industrial,
un 38,5 % manufacturas de origen agropecuario, solo un 29,5 % de productos
primarios y un 6,6 de petróleo y energía. (Datos enero 2019),
Con esta realidad
actual, a pesar de las políticas de desindustrialización llevadas en las
últimas décadas por las políticas neoliberales, Argentina cuenta con la
capacidad, la historia y la estructura para lograr un proyecto de desarrollo
integrado y jugar un rol más
significativo en el comercio mundial.
¿Cuál es la estrategia para lograr esos objetivos de
desarrollo?
Si bien es cierto que
el mundo está en un proceso muy convulso, con la lucha por la hegemonía global,
entre EEUU y China como telón de fondo y una fuerte recesión en el comercio
mundial, existen para Argentina oportunidades.
Desde la generación
del 80, aunque el debate ya estaba en la sociedad desde la época colonial, hubo
un conflicto permanente entre dos modelos de país, un modelo agro exportador,
asociado al puerto de Buenos Aires y sometido a las lógicas y necesidades del
imperialismo inglés, contra un modelo industrializador, sustentado por Moreno y
sobre todo Belgrano primero, más tarde por muchos caudillos del interior y más
tarde por figuras como Alberdi o Pellegrini,
Gran parte de nuestra
guerra civiles durante el siglo XIX, se explican por la lucha entre la
burguesía comercial porteña, asociada con sectores oligárquicos provincianos,
más los intereses comerciales y financieros británicos, contra los sectores
populares del interior que defendían un modelo económico pre industrial, pero
autónomo y generador de trabajo.
Esa dicotomía entre campo o industria, entre ser
un país agro exportador o un país industrializado recorre toda nuestra
historia.
El próximo 10 de
diciembre se inicia un nuevo gobierno de orientación peronista con clara
vocación industrialista, movilizador de todos los recursos y a favor del desarrollo del mercado interno.
Hay que dar por
superada la disyuntiva entre campo o industria, la lógica próxima debe ser
campo industria, minería y servicios integrados en un proceso de agregar el
mayor valor posible a toda nuestra producción,
Para eso, se necesita
una política industrial muy fuerte, que agregue valor a la producción primaria
pero a su vez fomente el desarrollo sectores productores de bienes de media y
alta tecnología.
Debemos aprender de
la experiencia de los países centrales la aplicación de políticas de desarrollo industrial extendidas,
de largo plazo, que ponen el objetivo central en la generación de valor a
través de la innovación científica y tecnológica permanente. Estas iniciativas
integrales deben ser de articulación público-privada.
En todo proceso industrializador es clave la participación del Estado
Restricciones estructurales
La historia económica
argentina muestra crisis cíclicas de expansión y frenos, conocidos como “stop
and go”.
Muchos economistas
siguiendo el pensamiento de Marcel Diamand hablan de una matriz productiva desequilibrada, que en periodos de
crecimiento industrial aumenta la demanda de dólares para la importación de
máquinas y equipos, productos intermedios, etc, que se destinan a la industria.
A mayor crecimiento mayor es la demanda de dólares. Esto lleva a un punto en el
que se produce una crisis externa por la falta de divisas con fuertes presiones
devaluatorias sobre el peso.
Esta restricción se vio claramente en la última etapa del
gobierno de CFK, cuando el proceso de industrialización había tocado un techo y
se manifestaban fuerte presiones contra el peso, con una fuerte demanda de
dólares, no solo para financiar el proceso sino también el ahorro de ciertos
sectores medios, más la apropiación y
fuga de divisas por parte de los bancos y los grupos concentrados. La respuesta
natural del gobierno fue poner restricciones a la compra venta de divisas y una
administración férrea de las importaciones.
En una economía como
la Argentina la única manera de generar dólares es a través del comercio
internacional o el endeudamiento externo.
El gobierno de Macri,
en sus comienzos levantó “el cepo”
cambiario y comenzó a generar una fuerte deuda externa, no para financiar un
proceso industrializador, ni para desarrollar infraestructuras básicas, sino
para financiar gastos corrientes y para peor financiar la fuga de capitales,
que llegó a límites pocas veces vista.
Este endeudamiento irresponsable, rayano en lo delictivo, volvió a generar una
crisis externa con fuertes y reiteradas devaluaciones, de 9,50 pesos en diciembre de 2015 a 60 pesos en
octubre de 2019, altísimas tasa de interés que permitieron la bicicleta
financiera y pingues ganancias para los operadores, alta inflación, recesión, fuga masiva y
perdida de reservas, para terminar poniendo nuevamente restricciones muy duras
a la compra venta de dólares.
Si observamos el
desempeño de las exportaciones argentinas las ventas argentinas al mundo son un
30 % más bajas que en 2011, cuando alcanzaron un pico de casi 83.000 millones
de dólares.
Esto puede explicarse
por la crisis recesiva en el comercio mundial, la crisis en Brasil, nuestro
principal socio comercial, la caída de los precios de los commoditys, etc.,
pero también muestra la pésima gestión del gobierno macrista en el área, no
tuvo ninguna política fomento de las exportación y usó las importaciones de
bienes finales para por un lado frenar los precios internos, desarticular las
industrias menos competitivas y beneficiar directamente a sus socios amigos de
las cámaras de importadores.
En contrario a lo
anterior en el último año, con la crisis y la recesión instalada, la
balanza comercial alcanzó 12 meses consecutivos de superávit: llegó a u$s1.168
millones en agosto de 2019. Las exportaciones subieron en agosto un 7,5%
interanual a u$s5.568 millones, mientras que las importaciones cayeron un 30,3%
a u$s4.400 millones.
“La trayectoria
superavitaria de la balanza comercial es consistente con la contracción
económica que experimenta el país desde 2018". Según el CIPPEC , "la
economía argentina padece una dinámica que se repite hace décadas: la “trampa
de crecimiento interrumpido”. Es decir el fenómeno de “stop and Go” del que
hablamos líneas más arriba.
“Cuando el
crecimiento se interrumpe, las importaciones caen rápidamente, mientras que las
exportaciones se mantienen o incluso crecen producto de la corrección
cambiaria. La Argentina se encuentra en esta fase del ciclo, tal y como
muestran las cifras del saldo comercial de agosto”
Pero el país necesita
dólares para funcionar, solo para el pago de capital e intereses de la deuda en
2020 se deberá pagar unos 45.000 millones por año. Una cifra imposible de pagar,
por eso el nuevo gobierno ya ha
entablado negociaciones con el FMI para refinanciar la deuda a mayores plazos
Romper la lógica pendular:
Es fundamental que
Argentina rompa esta lógica pendular, cambie
el eje de su mirada sobre los problemas económicos que padece históricamente.
La mirada neoliberal de apertura indiscriminada, primarización de la economía y
apropiación y fuga permanente de la renta acumulada por los argentinos mostró
su inviabilidad histórica. Una política
económica “ofertista” y posterior derrame mostró también su falacia.
Como decíamos anteriormente
el próximo gobierno encarara un proceso
de industrialización acelerada, creemos que tampoco puede funcionar en el mediano
y largo plazo políticas de desarrollo basada en la industrialización por
sustitución de importaciones, (ISI).
Hacia la planificación estratégica participativa.
Si bien las urgencias
del corto plazo son complejas y requerirán tiempo y esfuerzo es necesaria una
planificación estratégica para lograr
una argentina desarrollada. Una planificación de este tipo no puede pensarse
para el periodo de un gobierno sino como un proyecto a 20/30 años.
Esta planificación
deberá ser consensuada y elaborada con una alta participación de todos los
actores involucrados. Debe ser un proyecto de país, en el que las mayorías populares se sientan parte y
beneficiarias del mismo.
Las oportunidades de
inversión y desarrollo para Argentina son muy promisorias, si la comunidad toda
asume un compromiso de llevar adelante estas políticas y acciones.
Por supuesto,
competir con bienes industriales y con valor agregado en un mundo donde la
frontera tecnológica se corre día a día, es difícil.
En una muy breve
síntesis podemos decir que. Argentina debe pensarse a sí misma dentro de la
Patria Grande continental, no por un tema ideológico, sino de oportunidades de negocios,
aprovechar un mercado ampliado, mejorando nuestra escala de producción;
aprovechar las
oportunidades que deja la expansión china sobre los países de Latinoamérica.
China puede ser un buen socio para el desarrollo de energía, transporte,
tecnologías, comunicaciones, financiero y
además de un mercado importante para nuestros alimentos elaborados;
y en este orden un
gran eje debe estar puesto en el desarrollo de una industria alimenticia de
escala mundial, para ello se deberá agregar valor a la producción de agro
pecuaria;
incentivar a las
industrias que producen para el mercado interno, como textiles, metal mecánica,
marroquinería, que ocupan rápidamente mano de obra;
fomentar una minería
sustentable, que no destruya el medio
ambiente, pero agregándole valor, es muy necio exportar minerales sin industrializarlos,
ya que la utilidad que deja es muy poca. El litio en el norte, por ejemplo, es
una oportunidad para desarrollar tecnologías y fábricas de baterías;
los yacimientos de
Vaca Muerta son otra oportunidad de generar una industria petroquímica a partir
del petróleo y el gas;
reformular el sistema
bancario financiero, con una orientación clara que los ahorros de los
argentinos deben ir a financiar el consumo, la vivienda y la producción no al servicio de la especulación y la fuga;
Capacitar mano de
obra en el uso de nuevas tecnologías, esta debe ser una tarea conjunta del
estado y las empresas para lograr recursos humanos altamente capacitados;
Cualquier estrategia
de desarrollo no puede basarse en bajos salarios, Argentina no es un país de
oriente. Por el contrario debe pensarse en altos salarios, mayor productividad,
con un mercado interno importante;
Argentina aún está a
tiempo de adaptar sus políticas e instituciones a la llamada Cuarta Revolución
Industrial (4RI), es decir, el conjunto de nuevas tecnologías (como la
Inteligencia Artificial, Internet de las Cosas, Big Data, la impresión 3D y los
sensores inteligentes, entre otras) que están cambiando la forma en que
producimos, consumimos y trabajamos;
Y por último es
fundamental la creación y fortalecimiento de un sector pyme industrial y de
servicios, que sea líder en el proceso de industrialización.
El estado deberá
cumplir un rol central en este proceso, deberá ser un socio activo de las
empresas, deberá administrar premios y castigos, llevar adelante la
planificación participativa de estas políticas, ser el articulador entre los
organismos públicos y privadas para promover las investigaciones científicas y
tecnológicas pero también su transferencia hacia a las empresas, generar una
banca pública al servicio de los objetivos planificados y un orientador de los
bancos privados hacia la financiación de las pymes y las actividades
productivas, un promotor de venta de nuestros productos en el exterior a través
de las diversas estructura que posee y en la organización de misiones de
negocios.
Por último y tal vez el más importante, es necesario romper el tabú neoliberal, es
necesario recuperar el Estado empresario, para que esté presente allí donde el
capital privado no puede o no quiere estar o donde las necesidades estratégicas
lo requieran.
La puesta en marcha
de este proceso requerirá un cambio cultural y aptitudinal muy importante, ya
que para su éxito se requiere la puesta en marcha de toda la comunidad en los
objetivos fijados.
El tren de la historia vuelve a darnos otra
oportunidad, subámonos a él.
ANTONIO
MUÑIZ
NOVIEMBRE DE 2019
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