Lecciones de la historia: la unidad nacional como requisito para la transformación


Por Antonio A. Muñiz

Ayer perdimos una oportunidad por escuchar los cantos de sirena del neoliberalismo. Hoy, si tenemos memoria, si aprendemos de las lecciones de la historia, tal vez podamos construir una nación,

Friedrich List, (1789-1846), fue un economista alemán, nacionalista y precursor de la Escuela Historicista, profesor de Economía Política en la Universidad de Tubinga. Publicó sus obras “El Sistema Natural de la Economía Política” en 1837) y el “El Sistema Nacional de la Economía Política” en 1841.

Sus obras están algo olvidados en las ciencias económicas. Sin embargo, releyéndolos uno encuentra temas que siguen siendo de notable actualidad. En ellos analiza la economía de su tiempo y el desempeño de los distintos países.

Su tesis central es que la emergencia de las grandes potencias industriales e imperialistas, como Inglaterra, Francia y Estados Unidos, se debió a su severo proteccionismo y a un férreo accionar del Estado, como impulsor del desarrollo del mercado interno primero y de la búsqueda de nuevos mercados después.

Este último fue publicado 65 años después de que Adam Smith difundiera su "Investigaciones sobre la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones", más conocido en nuestros días por “La Riqueza de la naciones” en el que plantea los enunciados del liberalismo económico, equiparándolos a leyes de la naturaleza. Smith sostiene que Inglaterra alcanzó su grandeza no por su política comercial proteccionista, sino "a pesar de ella". List dice que esa falacia “se asemeja a sostener que una planta creció a pesar de haber sido regada”.

La industrialización británica, que comienza con el renacimiento isabelino y alcanza su cenit a fines del siglo XVIII con la Revolución Industrial, tuvo, como condición fundamental, el estricto proteccionismo del mercado doméstico y el conveniente auxilio del Estado al proceso de industrialización. Obteniendo para sí buenos resultados de esa política, Gran Bretaña se esmerará en sostener, para lo países periféricos, los principios del libre cambio y del libre mercado y condenará, como contraproducente, cualquier intervención del Estado. Imprimiendo a esa ideología de preservación de su hegemonía las apariencias de un principio científico universal, logró con éxito persuadir a los países periféricos que, así, se constituyeron, en mercado para los productos industriales británicos y después para los norteamericanos, y permanecieron como simples productores de materias primas.

Mientras Smith y el liberalismo aconsejaban a los países como el nuestro o como Estados Unidos o Polonia, abocarse a su “vocación agrícola”, aprovechando las “ventajas comparativas”, dejando a otros (Inglaterra sobre todo) la producción de los bienes manufacturados, List, que residió varios años en Estados Unidos y que conoció la economía estadounidense del siglo XVIII alertó sobre los peligros de una economía inserta en el mundo dentro de la “división internacional del trabajo” basada en un modelo agro exportador y condenado a ser mero proveedor de materias primas para los países centrales.


En su libro List muestra también las razones del éxito de los franceses y el fracaso de España y Portugal. Estos dos fueron imperios coloniales durante los siglos XVI y XVII, pero que a comienzos del siglo XVIII, ya estaban en franca decadencia política y económica. List sostiene con acierto que en ambos casos no supieron utilizar el excedente generado por la explotación de sus colonias, dilapidándolo en gastos suntuarios en lugar de promover su industrialización interna, primero, para conquistar mercados externos, después.

A partir de estudiar la economía italiana llega a otra conclusión interesante, también de aplicación en los tiempos modernos, la necesidad de que exista una unidad nacional. Según el análisis de List Italia, estuvo en mejores condiciones que Inglaterra para ser la primera potencia de su tiempo. No lo logró debido a que sus florecientes ciudades - estados, como Venecia, Génova, Pisa, Amalfi y Florencia, herederas de la tecnología y conquistas culturales del imperio romano y del comercio con el Oriente, se enfrentaron entre sí en guerras fratricidas, imposibilitando cualquier desarrollo.


El caso alemán también nos remite a “la unidad nacional como requisito de transformaciones estructurales”. Hasta mediados del Siglo XIX, el pueblo alemán carecía de conciencia nacional. El hombre de Baviera, Prusia o Hesse no se sentía alemán y no creía que existiera una patria llamada Alemania. Solo la unidad alemana, acaudillada por Bismark, puso los cimientos del poderío alemán, vigente en nuestros días, a pesar de dos derrotas militares que destruyeron Alemania, tanto en la primera, como en la segunda guerra mundial.


Si bien List no las estudió, el mismo esquema puede ser aplicado para analizar las economías de Japón, China o India.

China fue el país más poderoso del planeta en el Siglo XIII, sin embargo las potencias occidentales la sometieron a sistemáticos saqueos y humillaciones durante los siglos venideros. China comienza a resurgir a partir de la caída del “imperio” y la instauración de la república. La llegada del régimen comunista de Mao, acelera la ruptura con las potencias imperialistas y comienza una búsqueda de un proyecto de desarrollo propio y autónomo.

Luego de la muerte de Mao, Deng Xiaoping, adopta una serie de medidas durante su periodo de gobierno (1978-1988), basadas en un capitalismo nacional, férreamente conducido por el Estado central, dejando alguna áreas de libertad de de mercado. Gracias a ello China mantiene, desde entonces e interrumpidamente, tasas anuales de crecimiento económico del orden de 10 por ciento, y alcanza ya a convertirse en la tercera economía del mundo.


Para ver la importancia que tuvo este pensador y economista citaremos un breve párrafo de su obra donde vislumbra el fenómeno de la globalización y nos alerta “….En cambio, una unión universal basada en el predominio político, en la riqueza predominante de una sola nación, es decir, en la sumisión y dependencia de otras nacionalidades, traería como consecuencia la ruina de todas las características nacionales y la noble concurrencia entre los pueblos; contradiría los intereses y lo sentimientos de todas las naciones que se sienten llamadas a realizar su independencia y a lograr un alto grado de riqueza y de prestigio político; no sería otra cosa sino una repetición de algo que ya ocurrió una vez, en la época de los romanos; de un intento que hoy contaría con el apoyo de las manufacturas y del comercio, en lugar de utilizar como entonces el frío acero, no obstante lo cual, el resultado sería el mismo: la barbarie” (1)

Por ultimo citaremos otro breve párrafo que parece destinado a la Argentina pasada, pero también a la presente, donde se están debatiendo nuevamente estos temas: el rol del estado, la industrialización, el desarrollo de mercados internos, la integración con Latinoamérica, etc.

“La historia ofrece ejemplos de naciones que han sucumbido porque no supieron resolver a tiempo la gran misión de asegurar su independencia intelectual, económica y política, estableciendo manufacturas propias y un vigoroso estamento industrial mercantil”. (2)

Ayer perdimos una oportunidad por escuchar los cantos de sirena del neoliberalismo. Hoy, si tenemos memoria, si aprendemos de las lecciones de la historia, tal vez podamos construir una nación, solo tal vez tengamos otra oportunidad.




1 y 2 “Sistema Nacional de Economía Política”. Fondo de Cultura Económica, México, 1942. pp. 31-49

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