EL HUEVO DE LA SERPIENTE I: LA GÉNESIS DEL PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL Y COMO SE LLEGO A LA GUERRA DE MALVINAS

Jorge Raúl Agnese

El tipo dijo: « ¿Cómo andas? ¿Bien?... ¿Y por qué no se lo decís a tu cara? ». Su interlocutor contestó: «Es que ayer en televisión me di cuenta que hay historiadores que tienen una visión particular de la historia. Felipe Vallese es el primer detenido-desaparecido de la historia reciente desde 1930 en adelante. Ocurrió en la década del ´60, pero para Félix Luna no es así. Para él Aramburu fue la primer víctima de la violencia». Felix Luna, respetado abogado, historiador y ex funcionario de Raúl Alfonsín dijo por la pantalla chica: «El período más trágico en la historia es el de la violencia terrorista y el Proceso. Son como el positivo y el negativo de una fotografía, la violencia terrorista y la del Estado. En ese marco la muerte más absurda fue el asesinato de Pedro Eugenio Aramburu a manos de los Montoneros».
Saliendo de la anécdota y retomando el mando de este ensayo, años atrás el periodista Bernardo Neustadt puso frente al hijo de Pedro Eugenio Aramburu a Mario Firmenich el matador de su padre. El hijo del militar mostró toda su indignación ante el crimen y el criminal. Claro, el periodista Neustadt había construido un dúo falso porque en lugar de Firmenich, debería haber presentado a Susana Valle, hija del general Juan José Valle asesinado en 1956. Entonces la escena se hubiera invertido, el hijo de Aramburu, tendría que haberle pedido disculpas a la hija del general Valle, asesinado por su padre en aquel año funesto. Por su parte Alfonsín que sumó a Félix Luna a su gabinete, no puede haber desconocido que de 1983 hasta mediados de 1985, hubo detenidos desaparecidos en la ESMA. El presidente era él y no Videla, Massera y Agosti. Esto quedó absolutamente claro en el documental «Historias de aparecidos. Las playas del silencio» realizado por la UNLP desde su Extensión la Costa, ubicada en el partido homónimo de la provincia de Buenos Aires. Raúl Ricardo Alfonsín y Carlos Saúl Menem. Ambos ex mandatarios firmaron las leyes de Punto Final, Obediencia Debida y finalmente los indultos a los genocidas. Pero ¿Cuándo comenzó la violencia reciente en la Argentina, que finalizó en una guerra para muchos absurda? Lo que sigue es un ejercicio de la memoria apoyado en fuentes probatorias.

HITLER NO FUE UN ACCIDENTE DE TRABAJO
Así lo expresó el escritor alemán Fritz Fischer cuando debió referirse a la época nazi en su país. En nuestra historia muchos oscuros personajes tampoco fueron casualidad. Para el peronismo el mes de junio tiene fechas imborrables. El 4 de junio se recuerda la revolución que inició - por decirlo de algún modo - el acercamiento del entonces coronel Juan Domingo Perón al poder. Pocos recuerdan esa fecha que pasa casi ignorada por un sector de la prensa nacional. Ocurre lo mismo con el día 9 de junio de 1956, fecha en que se conmemora la sublevación de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco que finalizó con la aplicación de la ley marcial a 18 militares y 13 civiles. Total 31 insurrectos. A ellos hay que agregar 3 militares muertos en combate del bando represor, lo que hace un total de 34 fallecidos. Aquellos fusilamientos fueron ilegales, fueron asesinatos como los del basural de José León Suárez, o los ocurridos en los patios de un par de comisarías bonaerenses. Rodolfo Walsh lo demostró fehacientemente en «Operación masacre» (1).
Pero hay más aún. Por eso cuando la historiografía liberal, conservadora o simplemente interesada ubica el origen de la violencia a fines de los sesenta, «olvida» revisar cuatro hechos medulares y desencadenantes: Los golpes militares de 1951, 1952 y 1955 junto con los fusilamientos en José León Suárez, Lanús y La Plata de 1956, tras la revolución de los generales Valle y Tanco. (2)
Existe un quinto que aparece como el más «olvidado»: El bombardeo aéreo contra la población civil en Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, ahora tipificado como «crimen de lesa humanidad». Por último aparece un sexto capítulo terrible y olvidado: Los atentados contra el subterráneo de la línea A que une Plaza de Mayo con Primera Junta en 1953.
Sobre el General Juan José Valle, Salvador Ferla dijo: «27 fusilamientos para reprimir una insurrección que no alcanzó a disparar 27 balas». Su libro «Mártires y Verdugos» recreó y completó la investigación anterior - «Operación Masacre» -, del escritor y periodista Rodolfo Walsh que había sido publicado en fascículos por la revista Mayoría allá por los años ´60. Walsh fue asesinado durante el Proceso de Reconstrucción Nacional, algo para nada casual como se verá más adelante. Ahora bien, ¿Cómo es posible olvidar el asesinato de 324 civiles - varios de ellos mujeres y niños -, ametrallados y bombardeados salvaje e impunemente el 16 de junio de 1955 en la Plaza de Mayo y sus alrededores? A ese saldo deben agregarse 1962 heridos. Ese fue el ensayo del golpe asesino de septiembre, que luego fusilaría con «serena energía» a Valle y sus hombres mientras el General Aramburu dormía, tal como le dijeron a Susana la hija del general inmolado cuando quiso pedir por su padre, y a Susana de Ibazeta cuando quiso pedir por su esposo.
Ese es el mismo Aramburu que el 24 de mayo de 1955 - como Director General de Sanidad del Ejercito Argentino -, había dictado una resolución por la cual en toda propuesta de nombramientos, ascensos, pases de carrera o gestiones de mejoras para el personal civil, se debía exigir la afiliación al Partido Peronista, documentada mediante «certificados debidamente autenticados». Copia fotográfica de esta resolución fue publicada por la revista Mayoría el 27 de febrero de 1958. De esa exigencia, a la muerte de ciudadanos por simple sospecha de adhesión al peronismo, medió nada mas que un año. En un año el requisito de ser peronista había cambiado trágicamente de signo: Primero era necesario para ascender, luego para morir. Pero esta terrible historia argentina, muestra coincidencias que alarman. ¿Quién se atrevería a decir que no se repetirán?. Los ejemplos son inquietantes. En 1951 el general Benjamín Menéndez - pariente del que se rindió en Malvinas en 1982 -, se alza contra Perón. Junto a él había un capitán del ejercito llamado Alejandro Agustín Lanusse, el mismo que años mas tarde fue cabecilla del golpe de facto denominado «Revolución Argentina». Cuando se bombardea fríamente la Plaza de Mayo en 1955, el Ministro de Marina sublevado - contralmirante Aníbal Olivieri -, dirigió el operativo desde el Hospital Naval donde había sido «internado». Su directivas las llevaba un teniente de Navío llamado Emilio Eduardo Massera, hermano de Carlos Massera uno de los pilotos que arrojó las bombas en la Plaza llevando de copiloto a un civil llamado Miguel Ángel Zavala Ortiz, un radical de pura cepa que luego ocupó puestos - uno diplomático - en varios gobiernos democráticos y de los otros. Los aviones no lograron asesinar a Juan Domingo Perón y buscaron refugio en Uruguay (3). Allí en medio de abrazos efusivos, dos militares argentinos exiliados tras el golpe del año 1951, recibieron a los asesinos aéreos como si fueran héroes. Sus nombres: Alejandro Agustín Lanusse y Guillermo Suárez Mason. Entre esos pilotos estaba Máximo Rivero Kelly, quien fue jefe de la aviación naval durante el Proceso y número dos de la Armada en el gobierno de Alfonsín. Kelly fue quien escoltó con un avión caza de la Fuerza Aérea argentina, al hidroavión Catalina paraguayo donde Perón viajaba al exilio, tras su autoconfinamiento en una cañonera de esa nacionalidad. Kelly es el mismo que está involucrado en la violación de los derechos humanos en los «fusilamientos» de la base Almirante Zar de Trelew en los ´70.
El autodenominado golpe militar «Revolución Libertadora», tras sacarse de encima al general Eduardo Lonardi que quería elecciones rápidamente entre otras cosas, queda en manos del general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas - que días antes del golpe había recibido muy sonriente la medalla a la lealtad peronista entregada por la CGT -, entre ambos armaron una exposición con las joyas y el vestuario de Eva Perón y de Juan Perón.
La Casa Ricchiardi aportó varias joyas para aumentar el volumen del «latrocinio» peronista. De Perón mostraron 102 pares de zapatos - «ni que fuera un ciempiés» dijo el General socarronamente al enterarse - todos estos elementos estaban vigilados por un bisoño oficial de caballería llamado Jorge Rafael Videla. El mismo que despidió a Lanusse en su calidad de director del Colegio Militar, cuando el «Cano» viajaba a la Rosada a entregar el poder a Héctor Cámpora en 1973. En ese momento - según lo aseguró el periodista Daniel Mendoza - Lanusse dijo: «¡Mire qué pelotudo! ¡Vamos a llegar hasta las nubes y va a seguir haciendo la venia!» . El día que asumió Cámpora, el periodista Roberto Disandro estaba en la plaza observando la salida de Lanusse en medio de insultos. Un viejo peronista que peinaba canas le dijo: «Mirá: Estos sólo se van a los cuarteles. Allí se quedarán esperando su oportunidad. Lo que viene es apoyarnos entre todos para que allí se queden». Disandro narró para este ensayo que creyó estar ante un peronista temeroso. Lo grave es que ese hombre no se equivoco. El caso es que el 16 de junio se realizaría un desagravio por la quema de una bandera Argentina durante la procesión de Corpus Cristy. Consistía en un vuelo de aviones que iban a tirar flores sobre la Catedral. Pero cayeron bombas. La primera procedió de un avión «North American» piloteado por Néstor Noriega, que era jefe de la base aeronaval de Punta Indio. Detrás vino otro al mando del capitán de Navío Zavarots. Se calcula que tiraron al menos 40 mil kilos de carga mortífera. A los nombres de estos aviadores - además de los ya nombrados Carlos Massera y Rivero Kelly -, debemos agregar a Horacio Mayorga - secretario privado del traidor ministro de Marina Aníbal Olivieri y luego mano dura de la Revolución Argentina y del Proceso - a Francisco Manrique - el inventor del Prode cuando fue Ministro de Bienestar Social de Lanusse - y a Osvaldo Cacciatore recordado intendente del Proceso. Menéndez, Lanusse, Suárez Mason, los Massera, Videla, Manrique, Cacciatore, Mayorga, todos militares, y hay muchos más, algunos hasta hace poco con mando.
En «Los intelectuales y el poder» - una entrevista realizada a Michael Foucault por la revista L´Arc Nº 49 de 1972 -, el pensador expresa: «La gran incógnita es: ¿Quién ejerce el poder? ¿Cómo lo ejerce? ¿Junto a quién y con quién lo ejerce? y ¿Dónde lo ejerce? Actualmente se sabe prácticamente quién explota, a dónde va el provecho, entre qué manos pasa y dónde se invierte, mientras que el poder es más oculto... (... ) se sabe bien que no son sólo los gobernantes los que detentan el poder. Pero la noción de clase dirigente no es ni muy clara ni está muy elaborada...(...) sería necesario saber bien hasta dónde se ejerce el poder, porque conexiones y hasta qué instancias, ínfimas con frecuencia, de jerarquía, de control, de vigilancia, de prohibición, de sujeciones. Por todas partes en donde existe el poder, el poder se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es el titular de él; y, sin embargo se ejerce en una determinada dirección, con los unos de una parte y los otros de otra; no se sabe quién lo tiene exactamente; pero se sabe quién no lo tiene...»
Por tal motivo es bueno conocer a los civiles que acompañaron a este cuadro represor y genocida. Dejando de lado toda cronología algunos nombres son: Roberto y Juan Aleman - este ultimo responsable de la frase «Hay que tener estómago para hacerse cargo del hijo de un guerrillero» - Eugenio Blanco, Arturo Mor Roig - el hombre que le recomendó a Lanusse no entregarle el poder a Cámpora - Alfredo Palacios, Américo Ghioldi - responsable de la frase «Se acabó la leche de la vaca Clemencia» ante la revolución del general Juan José Valle en 1956 - Walter Constanza, Oscar Alende, Jorge Aguado, Arnaldo Musich, Virgilio Loiacono, el genocida económico José Alfredo Martínez de Hoz, Federico Pinedo (Padre), Oscar Camilion, Domingo Cavallo, Lorenzo Sigaut - responsable de la frase «El que apuesta al dólar pierde» que sumió en un desastre económico más a nuestra economía - Manuel Solanet, José Romero Feris, Walter Klein, Carlos O. Burundarena, Eduardo R. Oxenford, Norberto Couto, Alejandro Estrada, Alvaro Alsogaray - responsable de la frase «Hay que pasar el invierno» que en realidad fue la continuidad de la entrega del patrimonio nacional -, Mario Cadenas Madariaga, Adolfo Diz, Alejandro Reynal, Ricardo Yofre, Virgilio Loiacono, Arnaldo Musich, Jorge Aja Espil, Tomas de Anchorena, Jorge Zorriegueta, Pedro Pou, José Luis Machinea, Osvaldo Cornide, Carlos Burundarena, Manuel Solanet, Roberto Durrieu, Alberto Rodríguez Varela, José Maria Dagnino Pastore, Jorge Wehbe, Conrado Bauer, Guillermo del Chioppo y Adolfo Navajas Artaza entre los mas «renombrados».
El propio peronismo tiene sus complicidades, porque en él se cobijaron engendros como José López Rega - alias «El brujo», creador de la tristemente célebre Alianza Anticomunista Argentina o Triple A - Isabel Martínez de Perón - alias «Isabelita y/o Chabela» - Julio César Aráoz, Celestino Rodrigo, Casildo Herreras - el que al comienzo del Proceso dijo «yo me borre» al llegar a Uruguay exiliado - Mario Firmenich, Rodolfo Galimberti, y varios más que aún hoy están en el poder, pero ninguno tan letal como Carlos Menem - quien se abrazó con Isaac Francisco Rojas y ascendió a Alfredo Aztiz - y que es co-firmante de la ley de Obediencia Debida y Punto final con Raúl Alfonsín, el primer presidente de la democracia de 1983. Ambos permitieron que los genocidas estén sueltos. Hoy el riojano es legislador nacional y aún ejerce algo de poder en su partido.
Por ello Michael Foucault en «La microfísica del poder» indica que «el poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos». En suma: Cualquier intento de tomar el poder por vía del golpe, exige una variada gama de cómplices antes, durante y después del mismo.
Dentro de este fárrago es imposible evitar olvidar a la Santa Iglesia Católica (4) y a sus curas - la mayoría vicarios castrenses -, contenedores de los encargados de los vuelos de la muerte. Al regreso de la macabra tarea les expresaban: «No se preocupen hijos: Las aguas del Rió de La Plata son como las del Río Jordán, porque lavaban los pecados», tal como lo informa Horacio Verbistki en su libro «El vuelo». Sobre este tema sordido - donde el fundamentalismo prima macabramente -, Pierre Bourdieu coincidió con Carlos Marx: «La religión es el opio de los pueblos».
Asimismo Bourdieu, planteaba que la religión no es sólo una instancia simbólica, sino que es también un espacio de producción y reproducción social, por lo que puede ser interpretada como un campo que - en el sentido que Bourdieu le otorga al concepto - es una arena social donde las luchas y maniobras se llevan a cabo sobre y en torno al acceso a recursos.
En ese campo no sólo se recrea la hegemonía y se consolida el control de un grupo sino que lo básico que ocurre es que «los adversarios luchan para imponer unos principios de visión y de división del mundo social». Piedra angular de la teoría de Bourdieu es la relación de doble sentido entre las estructuras objetivas - la de los campos sociales - y las estructuras incorporadas - las de los habitus - así Bourdieu toma en consideración las potencialidades inscriptas en el cuerpo de los agentes - y en la estructura de las situaciones en las que éstos actúan - con los conceptos fundamentales de habitus y campo. La estrecha relación entre habitus y campo es una suerte de lazo no mediado, infraconsciente - Bourdieu evita el uso de «inconsciente» -, en la que los habitus están vinculados al campo por una suerte de complicidad ontológica.
En ese sentido la Iglesia tiene claro estos conceptos y por eso los nudillos de las manos de muchos curas y de muchos políticos se encallecieron de tanto golpear las puertas de los cuarteles, en más de la mitad del siglo que se fue. Otros fantasmas, circulan en las universidades de los Bruera y los Ottalagano, en la burocracia sindical ultratraidora, en intelectuales como Manuel Mujica Láinez - el que criticó a Julio Cortazar por denunciar al Proceso desde Francia, mientras él lo defendía - Jorge Luís Borges - el que se abrazó calurosamente con Videla y Pinochet y dijo haber conocido a dos caballeros - como Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, en fin... seguro muchos escapan a la memoria, pero lo cierto y comprobado es que los mencionados en distintas épocas colaboraron - desde 1951 a la fecha - con los usurpadores y los asesinos. Muchos de ellos están en funciones hoy. No se fueron y ejercen poder económico y/o político.
Tampoco debe olvidarse a uno de los militares más nefastos que soportó el país: Juan Carlos Ongania. Durante su mandato desapareció el peso como moneda al serle cercenados dos ceros - recordar al civil ideólogo Adalberto Krieger Vasena -, y el crimen cultural que fue «La noche de los bastones largos» que arrojó del país a más de 1.400 científicos y profesores, entre ellos algún posterior premio Nóbel. Luego se estrelló contra «El cordobazo».
Por eso el título de la reconstrucción de este contexto para la presente tesis: Lo que pasó en el país desde 1951 a 1976 no fue ni una casualidad histórica, ni una repentina aparición en la sociedad Argentina. El 9 de junio de 1956 - cuando aún se lloraba a los muertos de los bombardeos del ´55 y sus asesinos estaban en el poder -, una proclama decía: «No hacemos cuestión de banderías, porque luchamos por la Patria, que es de todos. No nos mueve el interés de ningún hombre, ni de ningún partido. Por ello, sin odios ni rencores, sin deseos de venganza ni discriminaciones entre hermanos, llamamos a la lucha a todos los argentinos que con limpieza de conducta y pureza de intenciones, por encima de las diferencias circunstanciales, de grupos, o partidos, quieran y defiendan lo que no puede dejar de querer o defender un argentino: la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, en una Nación socialmente Justa, económicamente Libre, y políticamente Soberana.». Esto llevaba la firma de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Pero nada sirvió porque a todos los muertos de los fusilamientos, a los muertos de los atentados a la línea A de subterráneos y a los muertos por los bombardeos de Plaza de Mayo, se sumaron años más tarde los 30.000 desaparecidos, los que murieron en Malvinas y los que murieron en el abandono de la posguerra y la desmalvinización.
Lo grave es que los representantes de los argentinos y un gran sector de ellos, siguen haciéndose los distraídos: el 16 de mayo de 2005, Daniel Mario Brión - hijo de uno de los civiles asesinados en el basural de José León Suárez en la Operación Masacre de junio de 1956 - le reclamó al entonces presidente Néstor Kirchner el cumplimiento de una promesa hecha en el 2003, a través de la cual se comprometió a solucionar los inconvenientes y facilitar el cobro del beneficio que la Ley 25.192 establecía para sus viudas e hijos. Un año después se dictó el Decreto 716/04 fechado 9 de junio de 2004, donde claramente se establece la manera de la cancelación del beneficio derivado de lo establecido antes mencionado, comprometiendo nuevamente el nombre del presidente en la solución del trámite y el cobro. A la fecha no se hizo público si ese pago se realizó. Muchas viudas e hijos ya fallecieron. Y nuevamente hay que reclamar con vergüenza ajena a cincuenta años de la tragedia. Pero es bueno continuar haciendo memoria y enmarcando una historia que terminó en una guerra por unas islas del Atlántico Sur en 1982, ya que algunos detalles precedentes merecen una ampliación

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